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BREXIT Y EL CRASH NEOLIBERAL

1) Brexit, o qué pasa cuando el voto es visceral –
2) Lo que los medios no dicen sobre las causas del Brexit –
3) Brexit y el crash neoliberal –
4) Por qué avanza la extrema derecha en Europa –
5) El surgimiento de la «corporatocracia»

COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 16 / Nº 780 / Miércoles 29 de Junio de 2016 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Brexit, o qué pasa cuando el voto es visceral
Roberto Savio (OtherNews/IDN)

Los especialistas en encuestas dicen que cuando las personas consultadas no se sienten cómodas diciendo qué van a votar es porque a nivel racional no están a gusto con la papeleta que colocarán en la urna. En otras palabras, los electores actúan más por una cuestión visceral que cerebral.

Eso fue lo que pasó en Gran Bretaña el 23 de este mes, cuando se realizó el referendo para decidir si se iba o se quedaba en la Unión Europea (UE), y las encuestas a boca de urna le dieron una ligera ventaja a la opción de quedarse, que resultó no ser la elegida por la población.

El referendo por el brexit fue realmente una cuestión visceral. La campaña para irse se basó en el miedo a una invasión masiva de turcos, derivada de la posible incorporación de su país a la UE, una falsedad total, y en que Gran Bretaña le pagaba al bloque unos 50 millones de libras al día, otra mentira.

Pero el asunto central, planteado especialmente por el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, fue: “Nosotros (los británicos) ya no somos libres. Consigamos nuestra independencia”. Incluso llegó a comparar a la UE con la Alemania nazi que quería apoderarse de Europa. Claro, sus intenciones eran simples: que el primer ministro británico David Cameron renunciara y entonces ocupar su lugar. ¡Un brillante ejemplo de idealismo!

El grito de independencia agitó el sesgo nacionalista de los nostálgicos de la época imperial, quienes creyeron que su país recibiría un enorme flujo de extranjeros si se quedaba en la UE y que no controlarían sus fronteras. El hecho de que las estuvieran controlando, en función de su acuerdo con el bloque, pasó milagrosamente a un segundo plano.

Pero más allá de ese elemento específico de la identidad británica, las razones del brexit fueron las de la ola xenófoba, nacionalista y populista que se propaga por Europa. Su campaña contó con esos tres elementos, más un cuarto: la revuelta de la población contra sus élites.

Lo que los analistas ahora terminan de comprender es que los argumentos racionales ya no son importantes, lo que cuenta es el miedo. Y todo lo que abofetee a la élite y al sistema crea una reacción iconoclasta, que lleva a descartar a sus íconos, lo que es ahora una variable política en toda Europa.

Un buen ejemplo de ello, es la ciudad italiana de Turín, donde días antes del referendo británico, el honesto, eficiente y respetado alcalde saliente Piero Fassino, quien realizó un buen trabajo, perdió las elecciones frente a una joven del Movimiento 5 Estrellas, sin ninguna experiencia previa. La gente siente la urgencia de deshacerse de todo lo viejo porque claramente no logró atender sus necesidades.

Es muy pronto para pronosticar la desintegración del Reino Unido, con Escocia otra vez reclamando su independencia. Inglaterra decidió el brexit, donde un número considerable de sus ciudadanos sintieron el repentino nuevo despertar de su identidad.

En Francia (otro imperio perdido), fue el llamado de Marine Le Pen el que reabrió el debate sobre la identidad francesa, la necesidad de evitar diluirse en el multiculturalismo y la inmigración, en especial si son musulmanes, y recuperar el control de las fronteras francesas de la dominación de la UE.

El año que viene, hay elecciones en Alemania y en Francia. En esta última, Le Pen encabeza el que actualmente es el mayor partido de su país, el Frente Nacional, y será difícil mantenerla alejada del poder. En el primer caso, se verá el crecimiento de la derechista y populista Alternativa para Alemania (AfD), que basa su intención de irse de Europa en la reapropiación de la identidad alemana y de su soberanía.

Uno de los pocos elementos positivos de la aprobación del brexit es que crece el coro de voces que señalan que la globalización no cumplió su promesa: riqueza para todos y que en cambio, creó una terrible desigualdad social, que hace que unas pocas personas concentren gran parte de la riqueza nacional y muchas más queden al margen.

Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la clase media europea perdió 18 millones de personas en los últimos 10 años.

Durante la campaña para el referendo británico, el hecho de que los banqueros apoyaran a quienes querían quedarse en la UE tuvo el efecto contrario sobre 27 por ciento de los ciudadanos que no llegan a fin de mes y que ven cómo 1.000 banqueros y 1.500 gerentes de empresas ganan un millón de libras al año.

Ahora hasta el Fondo Monetario Internacional publica estudios sobre cómo la desigualdad social es un obstáculo para el crecimiento y sobre la importancia de invertir en políticas de bienestar que apunten a la inclusión y a la igualdad.

Eso ocurre, podrían decir algunos, porque la reacción a la globalización no crea solo olas de derecha. Con el sentimiento de que quienes están en el sistema ignoran sus problemas, los nuevos movimientos de masas vienen de la izquierda, como Podemos en España.

En Italia, tras ganar las elecciones provinciales hace unos días, el Movimiento 5 Estrellas aparece con probabilidad de asumir el gobierno nacional, actualmente en manos del socialdemócrata Partido Democrático. Tras dos años en el poder, su líder, el “joven” Matteo Renzi, ya parece una vieja figura del sistema.

Quizá también se vuelva claro que la UE sufre el mismo problema. Todo el mundo habla de su papel marginal en el mundo, del hecho de que los burócratas no elegidos de Bruselas viven desconectados de la realidad y se dedican a discutir normas sobre cómo empaquetar tomates e indiferentes a los problemas de la ciudadanía europea.

Debemos hacer una pausa para reflexionar que esas son las mismas críticas que se le hacen a la Organización de las Naciones Unidas. Pero las organizaciones internacionales solo pueden hacer lo que sus miembros les permiten hacer.

La UE es una organización supranacional, la única que existe, pero todo su poder político está en manos del Consejo de Ministros, donde los gobiernos se sientan a tomar decisiones. La Comisión Europea queda a cargo de implementarlas, y los burócratas tienen autonomía para decidir el tamaño del paquete de tomates.

Pero luego, esos mismos gobiernos nacionales que tomaron las decisiones concluyen que es conveniente denunciar la ineficiencia de la UE. Ese juego irresponsable tiene al brexit como resultado concreto, y ahora los gobiernos deben pensar dos veces si continúan por el camino del doble discurso.

De todos modos, el emperador quedó finalmente al desnudo.

Europa está desintegrada y la mayor parte de la responsabilidad recae sobre Alemania, que ha impedido todo intento de crear medidas económicas y de bienestar europeas porque no quiere pagar por los errores de países deudores, como Grecia e Italia.

El ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, llegó a responsabilizar al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, del 50 por ciento de los sufragios obtenidos por la xenófoba AfD en las elecciones alemanas. Independientemente de lo que se diga, Draghi actúa en función de los intereses de Europa, no de los votantes alemanes.

Alemania es de lejos el país más poderoso de la UE. Resulta irónico que todos los cargos importantes en la burocracia del bloque estén ocupados por británicos y alemanes. De hecho, quienes controlan el sistema y el debate sobre el empaquetado de tomates proceden de esos dos países. Pero es la canciller (jefa de gobierno) alemana Angela Merkel, a quien se atribuye la conducción de la UE.

Alemania ahora debe decidir si continúa su intento de germanizar a Europa o vuelve a europeizar a Alemania, como cuando la capital era Bonn. Ese país ha ignorado de forma sistemática todos los llamamientos europeos e internacionales para fomentar una política diferente en la UE. Se negó a aumentar el gasto, a compartir la financiación de toda iniciativa sobre bonos europeos o cualquier medida de socialización de la crisis.

Pero es un error pensar que eso se debe a la peculiar personalidad de Schäuble. La gran mayoría de ciudadanos alemanes comparten la creencia de que no deben pagar por los errores de otros. Para ser justos, el gobierno alemán nunca trató de educarlos sobre las necesidades europeas. Y ahora, quizá sea demasiado tarde.

Las próximas elecciones serán difíciles para el actual gobierno alemán. Los pronósticos indican que la AfD obtendrá una gran cantidad de votos y los dos partidos tradicionales, el Partido Socialdemócrata (SPD) y la Unión Demócrata Cristiana (CDU), están muy preocupados.

¿Qué hará Merkel tras el triunfo del brexit?

¿Tratará de iniciar una Europa a dos velocidades con los países del Báltico, Polonia, Hungría y otros euroescépticos? ¿Estará lista para cambiar su política egocéntrica y desempeñar un verdadero papel europeo, a pesar del crecimiento de la AfD? Europa depende claramente de Alemania y es ahora cuando veremos si Merkel es una verdadera estadista o solo una exitosa dirigente nacional.

Roberto Savio es publisher de OtherNews, asesor de INPS-IDN y del Consejo de Cooperación Global. También es uno de los fundadores y actualmente presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).

MIÉRCOLES 29 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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2) Lo que los medios no dicen sobre las causas del Brexit
Vicenç Navarro (Público)

No hay pleno conocimiento y conciencia en las estructuras de poder político y mediático (que en terminología anglosajona se llama el establishment político-mediático) que gobiernan las instituciones de la Unión Europea, así como las que gobiernan en la mayoría de países que constituyen la tal Unión, de lo que ha estado ocurriendo en la UE y las consecuencias que las políticas propuestas e impuestas por tales establishments han estado teniendo en las clases populares de los países miembros. Durante estos años, después del establecimiento de la Unión, ha ido germinando un descontento entre estas clases populares (es decir, entre las clases trabajadoras y las clases medias de renta media y baja) que aparece constantemente y que amenaza la viabilidad de la UE.

El rechazo de las clases populares a la UE

Indicadores de tal descontento han aparecido ya en muchas ocasiones. Una de las primeras fue el resultado del referéndum que se realizó en varios países de la UE que, por mandato constitucional, tenían que hacer para poder aprobar la Constitución europea. En todos los países donde se realizó el referéndum, la clase trabajadora votó en contra. Los datos son claros y contundentes. En Francia, votaron en contra el 79% de trabajadores manuales, el 67% de los trabajadores en servicios y el 98% de los trabajadores sindicalizados; en Holanda, el 68% de los trabajadores; y en Luxemburgo, el 69%. Incluso en los países en los que no hubo referéndum, las encuestas señalaban que, por ejemplo en Alemania, el 68% de los trabajadores manuales y el 57% de los trabajadores en servicios hubieran votado en contra. Unos porcentajes parecidos se dieron también en Suecia, donde el 74% de los trabajadores manuales y el 54% de los trabajadores en servicios también hubieran votado en contra. Y lo mismo ocurrió en Dinamarca, donde el 72% de los trabajadores manuales también hubieran votado en contra.

El rechazo a la UE por parte de la clase trabajadora ha ido aumentando

Otro dato que muestra tal rechazo fue el surgimiento de partidos que explícitamente rechazaron la Unión Europea, partidos cuya base electoral era precisamente la clase obrera y otros segmentos de las clases populares que antes, históricamente, habían votado a partidos de izquierdas, siendo el caso más conocido (pero no el único) el del partido liderado por Le Pen y que, según las encuestas, podría ganar las próximas elecciones en Francia. En realidad, la identificación de los partidos de izquierda tradicionales con la Unión Europea (y con las políticas neoliberales promovidas por el establishment de tal Unión) ha sido una de las mayores causas del enorme bajón electoral de estos partidos en la UE (y, muy en particular, entre las bases electorales que les habían sido más fieles, es decir, entre las clases trabajadoras). Para que baste un ejemplo, en Francia, si la mitad de los votos (predominantemente de la clase trabajadora) que habían apoyado al partido de Le Pen hubieran sido para la candidata socialista Ségolène Royal, ésta hubiera sido elegida Presidenta de Francia. En paralelo con la pérdida de apoyo electoral, los partidos socialdemócratas en la UE perdieron también gran número de sus militantes. El caso más dramático fue el del Partido socialdemócrata alemán que, junto con la pérdida de apoyo electoral, perdió casi la mitad de sus militantes, de 400.000 en 1997 a 280.000 miembros en 2008.

La evidencia es pues abrumadora que la identificación de tales partidos de izquierda (la mayoría de los cuales han sido partidos gobernantes socialdemócratas que han jugado un papel clave en el desarrollo de las políticas públicas promovidas por la UE) con la Unión ha sido una de las principales causas de su enorme deterioro electoral y de la pérdida de su militancia.

El rechazo a la UE ha ido aumentando más y más entre las clases populares, a la vez que ha ido aumentado el apoyo entre las clases más pudientes

Por desgracia, las encuestas creíbles y fiables sobre la UE (que son la minoría, pues la gran mayoría están realizadas o financiadas por organismos de la UE o financiadas por instituciones próximas) no recogen los datos de la opinión popular sobre la UE según la clase social. Sí que los recogen por país, y lo que aparece claramente en estas encuestas es que la popularidad de la UE está bajando en picado. Según la encuesta de la Pew Research Center, las personas que tienen una visión favorable de la UE ha bajado en la gran mayoría de los 10 mayores países de la UE (excepto en Polonia). Este descenso, desde 2004 a 2016, ha sido menor en Alemania (de un 58% a un 50) pero mayor en Francia (de un 78% a un 38), en España (de un 80% a un 47). Grecia es el país que tiene un porcentaje menor de opiniones favorables a la UE (un 27%).

Ahora bien, aunque raramente se recoge información por clase social, sí que se ha recogido el distinto grado de popularidad que la UE tiene según el nivel de renta familiar. Y, ahí, los datos muestran que hay un gradiente, de manera que a mayor renta familiar, mayor es el apoyo a la UE. Es razonable, pues, suponer que la parte de la población que tiene una visión más desfavorable de la UE es la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares.

Y lo que también aparece claro en varias encuestas es que una de las mayores causas de tal rechazo es la percepción que las clases populares tienen del impacto negativo que tiene, sobre su bienestar, la aplicación de las políticas propuestas por el establishment político-mediático de la UE. Esta percepción es mucho más negativa entre las clases populares (clase trabajadora y clases medias, de renta media y baja) que no entre las clases más pudientes. En realidad, el rechazo, siempre especialmente agudo entre las clases populares, es claramente mayoritario entre la gran mayoría de la población. Ahí vemos que, según la encuesta Pew, el 92% de la población en Grecia desaprueba la manera como la UE ha gestionado la crisis existente en Europa; tal porcentaje es de 68% en Italia, el 66% en Francia y el 65% en España, países donde precisamente el descenso del porcentaje de población con la opinión favorable de la UE ha sido mayor.

Este rechazo a la UE existe también entre la clase trabajadora del Reino Unido

Es en este contexto descrito en la sección anterior, que debe entenderse el rechazo de las clases populares del Reino Unido, rechazo que ha ido claramente acentuándose en los barrios obreros de aquel país, y muy en especial en Inglaterra y Gales. El voto de rechazo a la permanencia en la UE procede en su mayoría de las clases populares. Y ha sido un voto no solo anti-UE pero también (y sobre todo) un voto anti-establishment británico y, muy en particular, anti-establishment inglés, siendo este último el centro del establishment británico, pues concentra los mayores centros financieros y económicos del país. El establishment británico y el establishment de la UE habían movilizado todo tipo de presiones (por tierra, mar y aire) a fin de que el referéndum fuera favorable a la pertenencia. De esta manera, es un claro signo de afirmación y poder que las clases populares se opusieran y ganaran al establishment. Por otra parte, los datos mostraban que lo que ha ocurrido, iba a ocurrir. La popularidad de la UE en el Reino Unido pasó de ser un 54% (ya uno de los más bajos de la UE) en 2004 a un 44 en 2016 (según Pew). En realidad, el Reino Unido es el país donde el porcentaje de población opuesta a dar más poder a la UE es mayor (65%) después de Grecia (68%) Y, según otras encuestas, el sector menos entusiasta con la UE eran las clases populares, que gradualmente han ido transfiriendo su apoyo electoral del Partido Laborista al UKIP (el partido anti-EU).

La supuesta excepcionalidad de España

Es un dicho común en los mayores medios de comunicación que España es uno de los países más pro-EU, lo cual es cierto, pero solo en parte (lo mismo era cierto con Grecia). Es lógico que Europa, percibida durante muchos años como el continente punto de referencia para las fuerzas democráticas, por su condición democrática y su sensibilidad social, se convirtiera en el “modelo” a seguir por países como España, Portugal y Grecia, que sufrieron durante muchos años dictaduras de la ultraderecha, seriamente represivas y con escasísima conciencia social. Para los que luchamos contra la dictadura, Europa Occidental era un sueño a alcanzar.

Pero, debido al control o excesiva influencia del pensamiento neoliberal en el establishment político mediático de la UE (muy próximo al capital financiero y al capital exportador alemán, que ha estado configurando las políticas públicas neoliberales que los establishment político-mediáticos de cada país de la UE han hecho suyas), este sueño se ha convertido en una pesadilla para las clases populares, particularmente dañadas por tales políticas neoliberales. Las reformas laborales que han dañado el estándar de vida de estas clases y los recortes de gasto público, con el debilitamiento de la protección social y del estado del bienestar, así como la desregulación en la movilidad del capital y del trabajo, han sido un ataque frontal a la democracia y al bienestar de las clases trabajadoras, realidad muy bien documentada (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015). La pérdida de soberanía nacional que conlleva la UE ha significado la pérdida de soberanía popular, causa del deterioro de su bienestar. La evidencia de que ello es así es contundente, clara y convincente. Es más que obvio que esta Europa no es la Europa de los pueblos, sino la Europa de las empresas financieras y de los grandes conglomerados económicos.

¡No es chauvinismo lo que causa el rechazo a la UE!

Ante esta situación, el establishment político-mediático europeo quiere presentar este rechazo como consecuencia de un retraso cultural de las clases populares, todavía estancadas en un nacionalismo retrógrado, que incluye un chauvinismo anti-inmigrante que merece ser denunciado. John Carlin, en el El País, 24•06•16, define este rechazo (Brexit) como resultado “de la mezquindad, ignorancia, carácter retrógrado, xenofobia y tribal” de los que votaron en contra de la permanencia. Y así se está interpretando, por parte de la mayoría de los medios de comunicación europeos, el voto de rechazo a la UE por parte de las clases populares británicas. Este mensaje intenta ocultar las causas reales de tal rechazo, causas que he descrito en este artículo. Olvidan que, si bien todos los xenófobos votaron a favor de la salida del Reino Unido de la UE, no todos los que así votaron eran xenófobos.

En esta manipulación están participando poderes de la socialdemocracia europea que no han entendido todavía lo que está ocurriendo entre lo que solían ser sus bases. No quieren entender que el rechazo que está ocurriendo es hacia esta Europa que la socialdemocracia ha contribuido a crear, una Europa que carece de vocación democrática y sensibilidad social. El maridaje de los aparatos dirigentes de las socialdemocracias con los intereses financieros y económicos dominantes en la UE (y en cada país miembro) ha sido la causa de su gran declive, que todavía no entienden porque no quieren entenderlo. Lo que pasa en Francia, donde hay un gobierno socialdemócrata que está intentando destruir a los sindicatos (como la señora Thatcher hizo en el Reino Unido), o en España, donde el PSOE fue el que inició las políticas de austeridad, son indicadores de esta falta de comprensión de lo que está ocurriendo en la UE, y que es el fracaso de las izquierdas para atender a las necesidades de las clases populares. De ahí la transferencia de lealtades que están ocurriendo, en lo que refiere a los partidos.

Es lógico y predecible que las políticas neoliberales y los partidos que las aplican sean rechazados por las clases populares, pues son éstas las que sufren más cada una de estas políticas, incluyendo la desregulación de la movilidad de capitales y del trabajo. Regiones enteras en el Reino Unido han sido devastadas, siendo sus industrias trasladadas al este de Europa, creando un gran desempleo en esas regiones. Y la desregulación del mundo del trabajo, acompañada de la dilución, cuando no destrucción, de la protección social, ha creado una gran inestabilidad y falta de seguridad laboral. En realidad, fueron las políticas del gobierno Blair y del gobierno Brown (1997-2010) las que sentaron las bases para este rechazo generalizado hacia la UE. Tales gobiernos de la Tercera Vía facilitaron la llegada de inmigrantes a los que los empresarios contrataban con salarios más bajos. Y así se inició el desapego con la Unión Europea (ver Don’t blame Corbyn if Brexit wins, Denis McShane).

En España, frente al descrédito del partido socialdemócrata (PSOE) debido, entre otras razones a su participación en la construcción de esta Europa, han aparecido una serie de fuerzas políticas, tanto en la periferia como en el centro (Unidos Podemos y confluencias), que están canalizando este desencanto popular acentuando, con razón, que esta no es tampoco nuestra Europa, y que se requieren cambios profundos para recuperar la Europa democrática y social a la que aspiramos y que debe construirse. Así de claro.

MIÉRCOLES 29 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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3) Brexit y el crash neoliberal
Cuando la gente se cansa de la codicia rentista y la falta de imaginación de la izquierda renovada
José Gabriel Palma (Rebelión)

Ganó el Brexit y el Reino Unido deja de pertenecer a la Unión Europea (UE), y busca reconstruir su relación con ese bloque en términos puramente comerciales. Las consecuencias para ambos (y el resto de los mortales) pueden ser calamitosas, y hasta ahora bastante impredecibles, especialmente porque el resto de Europa amenaza con no facilitar el divorcio.

En esta notas, necesariamente breves y rápidas, es imposible analizar, como se merece, el proceso que habría llevado a dicha decisión tan trascendental para todo Europa, pues es un fenómeno de gran complejidad − y sin duda sobredeterminado.

Pero en términos simples, y respetando todas las enormes divergencias del caso, lo primero que se viene a la mente es que hay un parentesco sanguíneo entre el apoyo por el Brexit en el Reino Unido, y el que tuvo Trump y Sanders en las primarias estadounidenses. De repente, y en forma inesperada para quienes no querían ver más allá de su nariz, pues su ingreso dependía de no ver (pero no para otros, que veníamos analizando lo que pasaba desde hace mucho), se formó una gran alianza entre una variedad, algo sorprendente, de quienes se sentían ‘perdedores’ dentro de esta extraña globalización neo-liberal.

Por una parte están aquellos que directamente habían perdido su empleo − y pasaron de ser obreros manufactureros altamente especializados, a colocar cereales en estanterías de un supermercado por un salario mínimo.

Dentro de la variedad de fenómenos que tomaron lugar desde la elección de Reagan y Thatcher (1979/80), los países así llamados desarrollados tomaron el camino de cambiar su ‘business model’ por el offshoring (cerrar plantas y trasladarlas a los países emergentes). Antes, el modelo asiático (con Japón y Corea a la cabeza), y a diferencia de todos los cuentos que le cuentan los del Consenso de Washington, para desarrollarse colocaban todo tipo de trabas a la inversión extranjera en sus economías.

Pues capitalismo sin una clase capitalista doméstica de verdad (como es nuestro caso) es cualquier cosa menos capitalismo. Pero con el NAFTA, el WTO, tanto progresista renovado, y el diluvio de tratados comerciales, esto cambió de raíz en los países emergentes. Así EE.UU. ha perdido la mitad de su empleo manufacturero desde la elección de Reagan (10 millones de trabajadores) − también precarizando, de paso, la vida del de la otra mitad, al igual que el de la mayoría del resto de los trabajadores.

El nuevo ‘business model’ dejaba en los países desarrollados sólo los componentes rentistas de la actividad económica, como algo de la investigación y desarrollo (pero cada día menos; por ejemplo, la GM ya hace casi todo el suyo en Corea), y la comercialización oligopólica de sus productos. Cuando mucho, dejaba en casa la producción de algunas piezas y partes críticas; pero el grueso de la manufactura se iba al sur.

Así el déficit comercial con México subió de un excedente de US$2.5 mil millones cuando se firmo el NAFTA el ’94, a un déficit de más de US$50 mil millones en la actualidad; mientras que el déficit comercial con China ya pasó los US$350 mil millones − y el déficit comercial total ya va en más de medio billón de dólares, y subiendo.

Como el ingreso de la mayoría de los estadounidenses está, literalmente, estancado (el promedio del ingreso del 90% de la población de ingresos más bajos está estancado en términos reales desde Reagan − y el de los “blue collar”, los obreros, está estancado desde 1968), mucho de ese déficit es simplemente incremento del consumo de esa población financiado con deuda.

Mientras tanto los economistas ortodoxos norteamericanos, con Krugman a la cabeza, repiten ad nauseam que era mejor un comercio (supuestamente) ‘libre’, pero de dudosa reputación, que un comercio con políticas comerciales e industriales ilustradas. Los países asiáticos apenas pueden contenerse de la risa.

El punto central es que todo este offshoring creaba una nueva necesidad: la protección a sus activos físicos y financieros en los países donde aterrizaba. ¡No les vaya a pasar lo que le pasó a la Anaconda y Kennecott en Chile! (De lo cual hemos profitado desde entonces).

A raíz de eso, los tratados pasaron de ‘comerciales’ a ser cada vez más de protección a la inversión extranjera. Aunque ya existían instancias multinacionales suficientes para lograr eso (como en el Banco Mundial), las multinacionales querían algo más concreto, con jurisprudencia escrita por sus sacristanes y cortes títeres de su confianza. Nuestro TPP (The Trans-Pacific Partnership), por ejemplo, era un paso importante en este sentido.

Pero como el apetito de las multinacionales es insaciable (seguro que en Chile las multinacionales del cobre todavía creen que no ganan lo suficiente, a pesar de haber repatriado de nuestro país desde el 2002 más utilidades, en precios de hoy día, que lo que costó todo el Plan Marshall de reconstrucción de Europa después de la guerra − la ingenuidad de los renovados es para el Guiness Book of Records), éstas también impulsaron en estos tratados, ya mal llamados ‘comerciales’, el desarrollo del concepto − muy claro en nuestro TLC con EE.UU. − de las “las expectativas de retorno razonables de las multinacionales”. (Pregúnteles a los burócratas del segundo piso de entonces qué es lo que eso significa).

Todo esto dentro de un contexto garcía-marqueano llamado “expropiación indirecta”, bajo la idea de que también se considerará como expropiación “la medida en la cual la acción del gobierno interfiere con expectativas inequívocas y razonables en la inversión”.

Antes de Margaret Thatcher los accionistas se repartían en promedio 10 de cada 100 libras de utilidades corporativas; hoy se llevan entre 60 y 70 de cada 100. Y si antes un accionista se quedaba en promedio por seis años con una acción, ahora es por menos de seis meses. Pero explíquele lo absurdo de ese cortoplacismo (allá y acá) a quienes su ingreso depende de no entender…

Cortes títeres, con jueces elegidos a dedo, y jurisprudencia hecha a la medida eran la única forma de asegurar una correcta interpretación de lo que podría ser (desde esa perspectiva) una ‘interferencia’, lo que podría ser “razonable”, y hasta donde se podría estrechar el concepto de “inversión”. Sólo cortes Mickey Mouse, con jueces elegidos a dedo, y llenos de conflictos de interés, podían asegurar eso.

Y como si lo anterior no fuese suficiente, en algo que ya desborda la vergüenza − para mis amigos neo-liberales, que ya ni se deben acordar lo que significa vergüenza, ella era una emoción que en antaño nos recordaba que éramos humanos − no sólo había que darle seguridades absolutas a las multinacionales que hacen offshoring en cuanto a expropiaciones directas o indirectas, sino también había que salvaguardar los intereses de cuanto especulador, rentista, depredador, chantajista, embaucador, farsante, prepotente, evasor de impuestos, abusador (por colusión, o función mal intencionada), y extorsionador (especialmente en los medicamentos) exista en este mundo.

Y para ello había que limitar el campo de maniobra de los gobiernos al espacio que las grandes corporaciones y timadores considerasen “tolerable” en áreas como la política económica, lo salarial y tributario, la defensa del medio ambiente, la salud pública, la competencia, los derechos de los consumidores y las finanzas. Y para hacer eso digerible se hacía necesario cooptar a los representantes de los agobiados para que disimularan todo eso dentro de un aura de ‘modernidad’. No era ni siquiera un intento de pasar gatos por liebres, sino de lauchas por liebres…

Alguien ya preguntará ¿qué tiene todo esto que ver con el Brexit? Bueno, entre muchos aspectos sobresalen dos. La primera es que parece ser que una cosa es meternos el dedo en la boca a nosotros, otra a los europeos. A las multinacionales les fue tan bien en las negociaciones con el TPP (incluido el apoyo incondicional de nuestros cheerleaders criollos, siempre tan incondicionales a la nueva modernidad neoliberal), que decidieron hacer un tratado gemelo con la UE (The Transatlantic Trade and Investment Partnership, o TTIP).

Pero bastó que Greenpeace filtrara extractos de las presiones inaceptables de Estados Unidos en la negociación del TTIP para que en Europa se moviera el centro de gravedad respecto a estos tratados en forma sísmica (a diferencia de lo que pasó con nosotros cuando WikiLeaks hizo lo mismo respecto del TPP − que, con honrosas excepciones, no tuvo más repercusión que cambiar los tema de conversación de sobremesa).

Así, de repente, saltó al tapete la necesidad de recuperar soberanía y espacio para las políticas públicas keynesianas. El recuperar fronteras frente a la inmigración desatada del medio oriente − en gran medida producto de las incursiones militares irresponsables que los mismos países europeos, junto a EE.UU., hicieron en dicha región − fue sólo la paja que terminó quebrando la espalda del camello.

Como pasa a menudo en Europa, la primera gran reacción tuvo lugar en Alemania, con demostraciones masivas contra el TTIP − tendré mucha ambivalencia frente a Alemania, fruto de mi educación germánica (el colegio al que fui terminó siendo un componente importante de la trilogía Coco Chanel de mi juventud: Verbo Divino, Universidad Católica y MAPU − al menos el MAPU del pre-´70, pues después algunos, como mi ex-compañero de colegio Eugenio Ruiz Tagle, dieron su vida por sus principios), pero igual tengo gran respeto a la capacidad actual de ese pueblo para trazar una raya sobre la arena y decir: de aquí no se pasa.

Ahí se sumó el gobierno francés y muchos más, y el TTIP (como el TPP en EE.UU.) pasó a la historia. Pero lo que quedó en el Reino Unido fue un gusto muy amargo respecto a estas instituciones supra-nacionales amorfas, como la UE, donde lo último que se toma en cuenta son los intereses del ciudadano común.

El segundo aspecto relacionado con lo anterior y el Brexit (y algo tan conocido en Chile) es que los renovados han sido totalmente incapaces de construir una ideología alternativa al neo-liberalismo capaz de ofrecer un camino nuevo, viable y creíble para guiar a todos aquellos que quieren algo diferente. De repente, ese vacío se hizo muy evidente, pues una gran cantidad de gente, casi de repente, perdió la paciencia.

Por una parte, y en una de las ironías más fantásticas de la historia, la misma derecha neo-liberal que fue la que primero rompió la identidad de clase de los trabajadores en los países desarrollados, ahora (por su miopía) hizo exactamente lo opuesto − devolvérsela− al generar (por su codicia sin límites) un nuevo factor común que los volvió a aglutinar: la inseguridad.

Y ella es tal, que ahora hasta el cambio tecnológico es una amenaza, como lo muestra el masivo apoyo a Trump de los 10 millones de chóferes de camión en EE.UU., asustados por lo que les va a pasar por la llegada de los camiones sin chofer. Antes se podía confiar en un Estado que intentaba coordinar el cambio; ahora sólo rige la Ley de Moraga (el que se perjudica se perjudica).

Y por otra, en parte por su frivolidad narcisista, el error histórico de la así llamada centro-izquierda, el cual desgraciadamente se recordará por generaciones, es haberle entregado de gratis a la vieja derecha pre-neo-liberal, y peor aún, a la entrema derecha, a esa nueva clase de descontentos − aquellos que en lugar de ser proletarios ahora son (o se sienten) ser pobre-letarios. Se me pone la piel de gallina el sólo pensar a lo que nos puede llevar eso.

Aquí no es el lugar de analizar el por qué de este fracaso histórico y wagneriano de los renovados, pero mientras muchos se encandilaban con el poder y el dinero, sus acciones los llevaron a tomar, como grupo, el camino de un pacto de suicidio político colectivo.

Por eso, allá y acá, lo que ahora necesita la dirigencia de las fuerzas progresistas es un gran cambio generacional (y por gran me refiero a gran) − mandando a todos los figurones a la casa; aquellos que se creen duros de matar, pero que no son más que duros de jubilar. Y si la suerte nos acompaña, eso ayudará a que emerja (como en algunas partes se vislumbran) nuevos líderes tipo Piloto Pardo. ¡Ya basta de ‘Sir’ Shackletons!

Finalmente, pues el análisis de un fenómeno tan complejo como el Brexit da para mucho, la guinda en la torta neo-liberal que terminó de cansar a tantos en los países desarrollados − y nos llevó al Brexit; y Dios no lo quiera, a Trump − fue el comportamiento imperdonable de las corporaciones que se quedaron operando en los países (antiguamente llamados) desarrollados.

Por supuesto que una apertura comercial iba a tener ganadores y perdedores, pero desde mi perspectiva keynesiana lo que falló fundamentalmente fue la naturaleza de las empresas ‘ganadoras’. Hoy día en Estados Unidos, Europa y Japón las utilidades corporativas (y la deuda corporativa) están en un nivel récord histórico, pero la inversión privada está por el suelo.

¿Y qué hacen las corporaciones con esos enormes recursos que no invierten? Se destinan ya sea al casino financiero, a comprar sus propias acciones (y así subir su precio en forma artificial − y los bonos de fin de año de los ejecutivos), repartir dividendos astronómicos, a comprarse unas a otras a precios siderales (para así poder coludir en forma legal, al mismo tiempo que eludir impuestos), a incrementar salarios y beneficios de ejecutivos y a contribuir a sus fondos de pensiones. En Estados Unidos, por ejemplo, los ahorros previsionales de 100 ejecutivos − CEOs − de las mayores empresas del país son equivalentes a los de 116 millones de conciudadanos de la mitad más baja de ingresos del país.

En otras palabras, cada uno de esos 100 cree que su valor intrínseco equivale al de 1.6 millones de sus conciudadanos… (Leer la relación entre desigualdad y financialización, aquí). Como nos decía Einstein, en esta vida hay sólo dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana (para luego agregar que en realidad no estaba tan seguro si era el caso del universo). Esto es, dichas utilidades corporativas en record históricos se destinan a cualquier cosa menos a desarrollar los sectores que deberían beneficiarse con el comercio y la especialización.

Como he mencionado anteriormente, según el economista jefe del Banco de Inglaterra esta actitud refleja un proceso de “auto-canibalismo” corporativo. Antes de Margaret Thatcher los accionistas se repartían en promedio 10 de cada 100 libras de utilidades corporativas; hoy se llevan entre 60 y 70 de cada 100. Y si antes un accionista se quedaba en promedio por seis años con una acción, ahora es por menos de seis meses. Pero explíquele lo absurdo de ese cortoplacismo (allá y acá) a quienes su ingreso depende de no entender…

Por esta razón, y a pesar del incremento de los costos debido a las razones anteriores, el excedente sectorial del sector corporativo pasó de negativo a positivo. Como uno esperaría en un mundo racional, hasta hace no tan poco la inversión corporativa era mayor que su ahorro en un monto equivalente al 4% del PIB en EE.UU. y alrededor del 5% en la Comunidad Europea, incluido el Reino Unido. Sin embargo, ahora la inversión es menor en un monto equivalente al 8% del PIB en Japón y alrededor del 3% en el resto del G6 (salvo Francia http://www.econ.cam.ac.uk/research/repec/cam/pdf/cwpe1539.pdf).

Y la mayoría de mis colegas economistas, incluidos los de mi Universidad (que en antaño tuvo gente como Marshall, Keynes, Kalecki, Kaldor y la Joan Robinson − los dos últimos fueron los que me trajeron a este lugar), le predicaban (léase esta palabra en un sentido literal), al igual que lo siguen haciendo nl Chile, que todo eso es lo más eficiente del mundo. ¡Por supuesto!

En el mercado sólo operan agentes puramente racionales e inteligentes, a quienes si se les deja operar sin interferencias, y se les otorga todo tipo de derechos de propiedad, incluso para lo mal habido, maximizan todo de modo tal que el resultado es para todos un equilibrio óptimo y sustentable (a lo Aguas Andina). Sí, quizás, no todos van a ser ganadores, pero los que no lo son es por pura mala suerte, o por no tener las habilidades que se requieren, o por oponerse a la dinámica óptima del mercado.

En estos minutos veo en las noticias como la libra ya cae más que en cualquier otra instancia de su historia contemporánea, y la bolsa de comercio, que acaba de abrir, ya tiene una caída que se ubica entre las tres peores de su historia contemporánea (junto al Black Monday del ’87 y la crisis del proyecto neo-liberal el 2008).

Me imagino que los especuladores financieros, los capitalistas rentistas y los eternos aprovechadores de los traders, al igual que sus pajes renovados, deben estar tratando de entender cómo puede ser posible que la gente no entienda que la única forma de que el capitalismo funcione, es tenerlos (como en Chile) a todos ellos contentos.

Como nos decía Freud, el problema no sólo está en nuestra predilección por simplificar lo real contándonos cuentos; está en la facilidad con la cual terminamos creyendo nuestros propios cuentos. Si García Márquez hubiese sido economista, seguro que igual se hubiese sacado el Nobel (bueno, el premio que los economista pretendemos que es un Nobel).

Muchos de esos cuentos de políticos y economista, como diría Sartre, son de ‘mala fe’ – mala fe no en el sentido corriente en el cual se usa este concepto, sino en el que él lo usa (mauvaise foi): esto es, el de contar cuentos no sólo para convencer a otros, sino también con el fin de auto-convencerse a si mismo. Una tribu de habitantes originarios de Norte América decía que quienes fuesen buenos para contar cuentos dominarían el mundo. Hace 30 o 40 años ha sido así; de repente, la mayoría de la gente del país donde me tocó vivir dijo ayer: ¡son puros cuentos! Como, diría Hans Christian Andersen, repentinamente se transparentó que el emperador no tenía ropa.

José Gabriel Palma, Doctor en Economía en Oxford y profesor en Cambridge.

MIÉRCOLES 29 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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4) Por qué avanza la extrema derecha en Europa
Los nuevos miedos
Ignacio Ramonet* (Le Monde Diplomatique)

Con un 49,7% de los votos, el candidato de extrema derecha, Norbert Hofer, casi se queda con la presidencia de Austria, confirmando el avance de esas fuerzas que se registra en Europa. El fenómeno se explica por la profunda crisis social, económica y moral que golpea al Viejo Continente y por el oportunismo de los partidos neofascistas en explotarla.

El susto ha sido grande. Y aunque finalmente el pasado 22 de mayo, en Austria, Norbert Hofer, el candidato de la extrema derecha, no fue elegido Presidente de la República por muy poco (1), cabe preguntarse qué miedos están sintiendo los austríacos para que el 49,7% de ellos haya optado por votar a un neofascista.

“En la historia de las sociedades –explica el historiador francés Jean Delumeau–, los miedos van cambiando, pero el miedo permanece.” Hasta el siglo XX, las grandes desgracias de los seres humanos eran causadas principalmente por la naturaleza, el hambre, la escasez de alimentos, y por pandemias como la peste, el cólera, la tuberculosis, etc. Antaño, el ser humano vivía expuesto a un entorno siempre amenazante.

La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por el terror de las grandes guerras, la muerte a escala industrial, los éxodos bíblicos, las destrucciones masivas, las persecuciones, los campos de exterminio. Tras la Segunda Guerra Mundial y la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki en 1945, el mundo vivió bajo la preocupación del apocalipsis nuclear. Pero este miedo fue extinguiéndose con el final de la Guerra Fría en 1989 y la firma de tratados internacionales que prohíben y limitan la proliferación nuclear.

Sin embargo, la existencia de estos tratados no hizo desaparecer los riesgos. La explosión de la central de Chernobil, en particular, reavivó el terror nuclear. Más recientemente también tuvo lugar el accidente de Fukushima, en Japón. La opinión pública, estupefacta, descubrió entonces que incluso en un país conocido por su alta tecnología se transgredían principios básicos relativos a la seguridad, poniendo así en peligro la vida de cientos de miles de personas.

Caldo de cultivo

Los historiadores de las mentalidades se preguntarán algún día por los miedos de nuestra década (2010-2020). Descubrirán que, a excepción del terrorismo jihadista que continúa golpeando a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter económico y social (desempleo, desalojos, pobreza, inmigración), sanitario (Ébola, gripe aviar, chikungunya, zika) o ecológico (desajustes climáticos, incendios, contaminación).

En este contexto, las sociedades europeas se encuentran especialmente conmocionadas. Sometidas a sismos y a traumatismos de gran violencia. La crisis financiera, el desempleo masivo, el fin de la soberanía nacional, la desaparición de las fronteras, el multiculturalismo y el desmantelamiento del Estado de Bienestar provocan, en el espíritu de muchos europeos, una pérdida de referencias y de identidad.

Una encuesta reciente llevada a cabo en los siete principales países de la Unión Europea (UE) por el Observatorio Europeo de Riesgos constata que el 32% de los europeos hoy tiene más miedo de atravesar dificultades financieras que hace cinco años; el 29% tiene más miedo de caer en la precariedad, y el 31% de perder su empleo. En España, la pobreza ha aumentado de “manera alarmante” en los últimos años, con el 28,6% de la población en riesgo de exclusión y de recaída en la miseria. Estos temores hacen nacer un sentimiento de desclasamiento: el 50% de los europeos tiene la sensación de encontrarse en regresión social con respecto a sus padres.

Así pues, los nuevos miedos están muy presentes hoy en Europa. La crisis actual bien podría marcar el punto final del poderío europeo en el mundo. Tras la llegada masiva de cientos de miles de migrantes provenientes de Medio Oriente durante los últimos meses, el miedo a la “invasión extranjera” ha aumentado. Se extiende la sensación de estar amenazados por fuerzas externas que los gobiernos europeos ya no controlarían, como el auge del islam, la explosión demográfica del Sur y las transformaciones socioculturales que difuminarían su identidad. Y todo esto se produce en un contexto de crisis moral grave en el que se multiplican los casos de corrupción y en el que la mayoría de los gobernantes ven cómo se desmorona su legitimidad. En toda Europa, estos miedos y esta “podredumbre” son explotados por la extrema derecha con fines electorales. Como lo demostró la victoria, el pasado 25 de abril, de la extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas en Austria. En donde, además, se produjo el derrumbe histórico de los dos grandes partidos tradicionales (el SPÖ, socialdemócrata, y el ÖVP, demócrata cristiano) que habían gobernado el país desde 1945.

Ante la brutalidad y el carácter repentino de tantos cambios, las incertidumbres se acumulan para muchos ciudadanos. Les parece que el mundo se vuelve opaco y que la historia escapa a cualquier tipo de control. Numerosos europeos se sienten abandonados por sus gobernantes, tanto de derecha como de izquierda, los cuales, además, son descritos por los grandes medios de comunicación como mentirosos, cínicos y corruptos. Perdidos en el centro de semejante torbellino, muchos ciudadanos comienzan entonces a entrar en pánico y los invade el sentimiento, como decía Tocqueville, de que “puesto que el pasado ha dejado de aclarar el futuro, la mente camina entre las tinieblas”.

La manipulación del miedo

En este caldo de cultivo social vuelven a aparecer los viejos demagogos. Aquellos que, sobre la base de argumentos nacionalistas, rechazan al extranjero, al musulmán, al judío, al romaní o al negro, y denuncian los nuevos desórdenes y las nuevas inseguridades. Los inmigrantes constituyen los chivos expiatorios ideales y los objetivos más fáciles porque simbolizan las profundas transformaciones sociales y representan, para los europeos más modestos, una competencia indeseable en el mercado laboral.

La extrema derecha siempre ha sido xenófoba. Pretende paliar las crisis designando a un único culpable: el extranjero. Esta actitud se ve fomentada por las contorsiones de partidos democráticos reducidos a preguntarse por la importancia de la dosis de xenofobia que pueden incluir en su propio discurso.

Con la reciente ola de atentados en París y en Bruselas, el miedo al islam se ha reforzado aun más. Cabe recordar que hay entre 5 y 6 millones de musulmanes en Francia, por ejemplo, el país que cuenta con la comunidad islámica más importante de Europa, y alrededor de 4 millones de musulmanes en Alemania. Según una encuesta reciente del diario francés Le Monde, el 42% de los franceses considera a los musulmanes “más bien como una amenaza” y el 40% de los alemanes piensa lo mismo. El 75% de los alemanes estima que no están “en absoluto” integrados en sus sociedades de acogida o que “apenas lo están”, y el 68% de los franceses piensa de la misma manera.

Hace unos meses, la canciller alemana Angela Merkel –que luego acogió en su país a más de 800.000 migrantes solicitantes de asilo en 2015– afirmaba que el modelo multicultural según el cual convivirían en armonía diferentes culturas había “fracasado por completo”. Y un panfleto islamófobo escrito por un ex dirigente del Banco Central alemán, Thilo Sarrazin, que denuncia la falta de voluntad de los inmigrantes musulmanes para integrarse fue un éxito rotundo en las librerías alemanas: vendió más de 1 millón de ejemplares.

Cada vez más europeos hablan del islam como de un “peligro verde”, a la manera en la que antaño se hablaba del avance de China como del “peligro amarillo”. La xenofobia y el racismo están aumentado en toda Europa. A esto contribuye sin duda el hecho de que algunos musulmanes de Europa están lejos de ser irreprochables. Especialmente los activistas islamistas que aprovechan el clima de libertad que reina en los países europeos para desplegar un proselitismo salafista. Predican el adoctrinamiento de sus correligionarios o de jóvenes cristianos conversos. Los más extremistas han participado en la reciente ola terrorista en Francia y Bélgica.

En el ámbito político, son numerosos los discursos dramáticos que despiertan la preocupación y la angustia de los electores. Durante las campañas electorales, es común encontrar discursos que recurren al instinto de protección de los individuos. Se manipula apelando al miedo de forma habitual. Y, en la utilización de este sentimiento, los populistas de derecha se han convertido en expertos. No sólo en Austria. En Francia, por ejemplo, no hay ni un discurso del Frente Nacional y de su líder, Marine Le Pen, en el que no se mencione el miedo. Le Pen evoca de forma constante las “amenazas” que se cernerían sobre la seguridad física y sobre el bienestar de los ciudadanos. Y presenta a su partido como un “escudo protector” frente a estos “peligros”.

En todos sus documentos, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por su sigla en alemán) y su líder Norbert Hofer insisten en la persistencia de un pasado idealizado y de una identidad que hay que preservar. Promueven el miedo mencionando regularmente a un “enemigo exterior”: el islam, contra el cual la “nación austríaca” tiene que actuar como un bloque. Denuncian al Otro, al extranjero, como un peligro para la cohesión de la comunidad nacional. En todos los discursos populistas de derecha se encuentra este miedo al Otro que, obligatoriamente, es el enemigo. Se lo rechaza porque no comparte los valores de la “Patria eterna”.

En sus discursos, los líderes de las nuevas extremas derechas también atacan a la UE. La acusan de todos los males, sobre todo de “poner en peligro” a los Estados-nación y a sus pueblos. Al mencionar “las tinieblas de Europa”, Norbert Hofer sumerge a sus oyentes en la inquietud. Porque, en la cultura occidental y cristiana, las “tinieblas” designan por lo general la nada y la muerte. Así pues, el FPÖ se presenta como un partido “salvador”, aquel que conseguirá llevar a la nación austríaca hacia la luz.

La mayoría de los populistas de derecha en Europa amplifican y dramatizan los peligros. Sus discursos sólo proponen ilusiones. Pero en un período de dudas, de crisis, de angustias y de nuevos miedos como el actual, sus palabras consiguen captar mejor a un electorado desconcertado y presa del pánico.

1. Tras el recuento de 900.000 sufragios por correo, el candidato ecologista Alexander Van der Bellen, catedrático emérito de Economía, de 72 años, resultó elegido nuevo Presidente de Austria con un 50,3% de los votos frente al 49,7% del ultraderechista, Norbert Hofer, quien había resultado vencedor de la primera vuelta con el 35% de los sufragios.

* Director de Le Monde diplomatique, edición española.

MIÉRCOLES 29 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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5) El surgimiento de la «corporatocracia»
Graham Vanbergen (Clearinghouse)
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

Las corporaciones transnacionales están causando estragos en los sistemas financieros, económicos sociales y ecológicos mediante una parsimoniosa colonización de la vida pública en la que apenas 147 organizaciones controlan ahora el 40 por ciento del comercio mundial.

La sensación de que hay algo que ya no está del todo bien se ha generalizados. Sabemos que hay una lenta colonización de la vida pública por parte de las corporaciones porque estamos al corriente de que se está produciendo un golpe de Estado a cámara lenta por parte de algunas organizaciones transnacionales, una operación que viene siendo facilitada por nuestros dirigentes políticos. La prueba irrefutable de ello nos golpea en la cara cada día con una oleada tras otra de crisis financieras, económicas, sociales y ecológicas.

Una clara e inquietante imagen del poder de las corporaciones se ha hecho visible en los últimos años en los que la creciente desigualdad es sencillamente lo que hoy día distingue la actividad corporativa en expansión de aquellos que van quedando atrás. Un estudio realizado en 2000 por Corporate Watch, Global Policy Forum y el Institute for Policy Studies (IPS) reveló algunos hechos alarmantes sobre el crecimiento de la corporatocracia, que debería haber sido metido en vereda hace años por los gobiernos occidentales. En lugar de eso, literalmente las corporaciones han cogido el timón.

Coincidiendo con el cambio de milenio, este estudio confirmó que mientras en el mundo había unas 40.000 corporaciones, las que de verdad tenían alcance e influencia globales eran apenas 200. Estas colosales organizaciones –algunas de ellas mayores que varias economías nacionales– controlaban perfectamente más de la cuarta parte de la actividad económica del planeta al mismo tiempo que cuatro de cada cinco habitantes del mundo estaban completamente excluidos y marginados o eran perdedores netos como resultado directo de las actividades de estas corporaciones.

La lectura del estudio del IPS es muy incómoda. En la larga lista de cargos, lo que más alarma es que al mismo tiempo que se disparaban los beneficios corporativos, continuaba la concentración de la riqueza y, esto se producía en un entorno de estancamiento de los salarios de los trabajadores.

En aras de la perspectiva, el informe destacaba que de las 100 mayores economías del mundo, 51 correspondían a corporaciones; apenas 49 eran de países. Por ejemplo, Wal-Mart era más grande que 161 países. La dimensión económica de Mitsubishi era mayor que la de Indonesia, el cuarto país más poblado del planeta. General Motors era más grande que Dinamarca. Ford era mayor que Sudáfrica.

Las 200 corporaciones más importantes eran más grandes que las economías combinadas de 182 países y tenían el doble de influencia económica que el 80 por ciento de la humanidad. El lector quizá se sorprenda al enterarse de que esas mismas 200 corporaciones de ámbito global emplean a menos del 0,33 por ciento de la población mundial: apenas a 18,8 millones de personas.

Comercio, fabricación de automotores, actividades bancarias, ventas al detalle y aparatos electrónicos son los sectores en los que se concentran las corporaciones; incluso en estos sectores, un tercio del comercio está constituido por las transacciones entre distintas unidades de la misma corporación. En 2012, las 25 corporaciones más importantes del mundo estaban ganando 177.000 dólares por segundo; el ingreso anual de una de ellas, Wal-Mart, llegó a los 470.000 millones de dólares.

En estos momentos, el panorama es incluso peor. Tres matemáticos del Instituto Politécnico de Zurich, Suiza, publicaron un notable y profundo informe sobre las corporaciones transnacionales (TNC, por sus siglas en inglés) según sus vínculos con otras TNC. Empezaron estudiando una base de datos –que hoy ha crecido hasta abarcar a 43.000 corporaciones­–, analizando las conexiones de propiedad, hacia arriba y hacia abajo, destacando cuáles eran las empresas más interconectadas. Finalmente, llegaron al ‘núcleo’, compuesto de 147 empresas que hoy controlan un pasmoso 40 por ciento del volumen económico de la muestra; por lo tanto, del comercio mundial.

En algo menos de una década, la participación de las TNC en el mercado mundial se ha incrementado espectacularmente mientras que la competencia entre empresas cayó casi en la misma proporción. Aun así, conociéndose tan condenatoria y concluyente información, la situación continúa deteriorándose en tanto los responsables políticos se deshacen de cualquier resto de moralidad para favorecer sus lucrativas carreras basadas en el uso de puertas giratorias, dejando así a naciones enteras con poco más que los restos de lo que una vez fueron prósperas economías industriales y con el cadáver de la democracia.

En los últimos setenta, en Europa, la parte de la economía que iba a parar a los trabajadores en forma de salarios era alrededor del 70 por ciento del producto bruto interno (PBI). Con el paso de los años se ha producido un giro por demás nefasto. El capital consiguió un aumento del 10 por ciento en sus beneficios mientras que los trabajadores los vieron caer en un 10 por ciento. Con una economía de unos 13 billones (sí, un 13 seguido de 12 ceros) de euros, la pérdida experimentada por los trabajadores y la clase media –magra de por sí– fue de 1,3 billones de euros al año. Los accionistas solían alegrarse con unos dividendos de digamos 3 o 4 por ciento, pero hoy día pretenden utilidades de dos dígitos; de no ser así, los CEO de las empresas pueden ser destituidos. La consecuencia es que las corporaciones quieren ganar cueste lo que cueste.

En el libro de Susan George State of Corporations se señala que “Desde mitad de los sesenta, los mayores bancos y aseguradoras de Estados Unidos y algunas corporaciones contables transnacionales unieron fuerzas; emplearon a 3.000 personas y gastaron 5.000 millones de dólares para desembarazarse de todas las leyes del New Deal* aprobadas durante la administración Roosevelt en los treinta del pasado siglo –las mismas leyes que protegieron la economía estadounidense durante más de 60 años–. Mediante este trabajo de lobby realizado en forma conjunta, consiguieron libertad absoluta para quitar de los balances cualquier asiento que pudiera significar una pérdida de dinero y trasladar ese dinero a bancos ‘en las sombras’ de modo que no quedara documentado en ningún sitio. Consiguieron libertad para crear y comerciar productos derivados tóxicos, como paquetes de hipotecas ‘sub-prime’ por un valor de miles de millones de dólares, sin ninguna regulación”.

El punto álgido de esta acción colectiva fue el derrumbe mundial de la industria financiera en 2008; han pasado ocho años más y la persistencia del deterioro amenaza con desbancar a la Gran Depresión de 1929 de su puesto de la recesión más prolongada de la historia, que hasta ahora fue la de recuperación más lenta que se recuerde.

Solo en Estados Unidos, más de 10 millones de familias fueron desahuciadas por los bancos y, según Bloomberg, 14,5 billones de dólares –es decir, el 33 por ciento– del valor de las empresas del mundo y cerca del 14 por ciento del producto interior bruto (PBI) de Estados Unidos se esfumaron en la crisis. Esta estimación se olvida de las consecuencias producidas en el desarrollo y la economía de los países del Tercer Mundo, donde los 3,3 billones (sí, otra vez, un 3,3 seguido de 12 ceros) de ayuda prometida se quedaron en eso, en promesas jamás cumplidas.

En la época del “demasiado grande para fracasar e ir a prisión” prácticamente nadie fue perseguido o mandado a la cárcel por esos devastadores crímenes. En estos momentos, la industria bancaria está totalmente fuera de control. El negocio de los derivados es cosa de todos los días y un 33 por ciento más grande que en su momento álgido, cuando se produjo la crisis de 2008. La estafa, el fraude, el uso de información privilegiada y el lavado de dinero llegan a un nuevo récord de ilegalidad cada día, Entre las 20 corporaciones más importantes del mundo hay cinco bancos.

Mientras tanto, después de haber aprendido de las experiencias anteriores, los grupos de presión corporativos –llamados ahora ‘comisiones de expertos’– se encuentran diariamente con funcionarios de la Comisión Europea para negociar acuerdos comerciales en los que no están representados los consumidores ni las organizaciones medioambientales. La sociedad civil está excluida, como también lo están sus representantes, vestidos de eurodiputados y dando la ilusión de una democracia que se extingue rápidamente.

Ahora, las corporaciones colocan sus beneficios en jurisdicciones donde los impuestos son bajísimos o no existen y sus pérdidas en otras donde los impuestos son altos; se estima que allí hay unos 32 billones de dólares exentos de hacer cualquier contribución a las sociedades de las extraen su riqueza y del menor –si acaso– escrutinio de sus respectivos gobiernos.

Lo que ahora tenemos es la ‘anarquía’ de los muy ricos y las corporaciones más poderosas. La lista de la vergüenza es interminable: fabricantes de automotores, bancos, laboratorios farmacéuticos, industrias alimentarias, empresas de la energía… por nombrar algunas.

Colosales delitos económico-financieros, evasiones impositivas monumentales, daño ecológico a escala industrial e incesantes guerras ilegales para asegurar un ininterrumpido suministro de recursos constituyen el vergonzoso sistema basado en la codicia corporativa. En su estela reconocemos ahora el estilo de creciente desigualdad de los años veinte del siglo pasado y el aumento de la indigencia que caracterizaba a la época descrita por Dickens. De alguna manera, todo esto conforma la nueva normalidad.

Robe usted una barra de pan e irá a la cárcel, saquee un país entero y será armado caballero. Por ejemplo, los británicos de a pie creen que como resultado de una larga y maliciosa campaña política al estilo de la lucha de clases la supuesta estafa realizada con los beneficios sociales es un enorme problema social. Una encuesta reciente realizada por la central de trabajadores TUC mostró que la gente cree que el 27 por ciento del presupuesto de asistencia social se solicita fraudulentamente. De hecho, la cifra real es del 0,7 por ciento En realidad, los pagos no realizados por el gobierno superan ampliamente el fraude en la utilización de los beneficios sociales.

Contrastemos esto con uno de los mayores estafadores de Gran Bretaña: el HSBC. En unos pocos años ha obtenido miles de millones gracias al lavado de dinero mal habido en beneficio de dictadores y tiranos, delincuentes internacionales, traficantes, barones de la droga, asesinos y todo tipo de criminales de una cadena trófica particularmente odiosa. Incluso alguien fue cogido con las manos en la masa en el escándalo de la gigantesca evasión impositiva en Suiza que beneficiaba a unas cuantas corporaciones antes siquiera de que oyéramos hablar de los Panama Papers. En 2011, el jefe de la trama, Stephen Green, fue agraciado con un atractivo empleo de rango ministerial por los conservadores: ministro de Comercio. Y tiene un escaño en la Cámara de los Lores como un tory más; una ironía que se diluye entro otras y en los medios.

La globalización no ha hecho más que agravar el problema del poder corporativo y consolidar la influencia de las corporaciones en el gobierno mundial. Una vez más, los acuerdos comerciales como el TTP y el TTIP, en los que continentes enteros están sujetos a la dominación corporativa, son la evidencia de eso; sin embargo, el alcance de las corporaciones tiene una consecuencia aún más siniestra. Los grupos de presión corporativos –que en este momento gozan de unos privilegios sin precedentes–, concedidos por los políticos del mundo para soslayar las regulaciones soberanas diseñadas para proteger los derechos de los ciudadanos y el medioambiente, se han infiltrado en Naciones Unidas.

La ONU tiene una sección especial para las corporaciones llamada “Acuerdo global”, que fue creado hace unos 15 años por Kofi Annan y el entonces presidente de Nestle. Para participar en este ‘acuerdo’, una corporación solo necesita refrendar una lista de 15 principios concernientes a los derechos humanos y laborales y al medioambiente.

Las corporaciones del Acuerdo global integran también el Consejo Comercial Mundial para el Desarrollo Sostenible y otros organismos como la Cámara de Comercio. Cuando, en 2012, Naciones Unidas realizó su congreso ‘medioambiental’ en Río, por primera vez los negocios dominaron completamente las discusiones. En este momento, los intereses corporativos tienen un nivel desproporcionadamente alto de influencia política en un ámbito que en realidad debería ser global.

Un buen ejemplo de esto podría ser Cecilia Malmstron, la comisaria comercia principal de la UE en las negociaciones del TTIP entre Europa y Estados Unidos. Hace pocos meses, un periodista de The Independent le preguntó a Malstrom por qué insistía en promocionar el tratado frente al generalizado rechazo del público; su respuesta fue: “Mi mandato no me lo han dado los europeos”.

Hace unas pocas semanas descubrimos que el Parlamento Europeo votó a favor de la “Directiva de Protección de los Secretos en los Tratados”, una ley que otorga a las corporaciones nuevos y alarmantes superpoderes para llevar a juicio y criminalizar a los denunciantes, periodistas y organismos de información que publiquen documentos internos que hayan sido filtrados.

Tal como señaló recientemente el doctor Paul Craig Roberts, subsecretario de Hacienda para la política económica de Estados Unidos y redactor del Wall Street Journal, “Algunas poderosas corporaciones se han hecho con el poder en las ‘democracias’ occidentales para sacrificar el bienestar de la población a la codicia corporativa y sus beneficios sin tener en cuenta a los pueblos, los países y la sociedad. El ‘capitalismo democrático’ es total e irremediable. El TTIP concede a las corporaciones un inexplicable poder por encima de gobiernos y pueblos”.

Hoy en día, la democracia está a punto de pasar de la farsa a la tragedia como consecuencia directa del irrefrenable aumento del poder corporativo.

Vivimos en una época en la que la obscena desigualdad existente entre ricos y pobres es tan patente como el rápido crecimiento de la desigualdad en la distribución de la riqueza. En el Estados Unidos de 1976, el 1 por ciento más rico de la sociedad obtenía el 9 por ciento de la riqueza nacional; 30 años más tarde, su parte de la riqueza nacional casi se ha triplicado y alcanza al 24 por ciento.

Actualmente, lo único que queda frente a este panorama es una gente asediada que se manifiesta en las ciudades europeas y estadounidenses y que presenta peticiones a sus respectivos gobiernos, unos gobiernos que representan a millones de ciudadanos. Esa gente es la misma que debe pagar las consecuencias de esta delincuencia (legalizada): servicios perdidos, puestos de trabajo destruidos y ahorros esfumados; aun así continúa sin ser escuchada.

* New Deal (Nuevo trato), nombre que recibió la política económica y social aplicada en Estados Unidos por el presidente Franklin Delano Roosevelt a partir de 1933. (N. del T.)

Graham Vanbergen colabora en truepublica.org.uk, tiene un blog de información comercial y colabora regularmente en varios portales de noticias.
MIÉRCOLES 29 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL ES UNA PRODUCCIÓN DE COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / Desde el 19 de Junio de 1994 / Coordinación: Carlos Casares – DIRECCIÓN POSTAL: Proyectada 17 metros 5192 E (Parque Rivera) 11400 MONTEVIDEO/URUGUAY / Apoyo técnico: Carlos Dárdano / Comcosur se mantiene con el trabajo voluntario de sus integrantes y no cuenta con ningún tipo de apoyo económico externo, institucional o personal / Las opiniones vertidas en las distintas notas que integran este boletín no reflejan necesariamente la posición que podría tener Comcosur sobre los temas en cuestión / Comcosur integra la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) / blog: nuevo.comcosur.org / contacto: comcosur@comcosur.com.uy / Y ahora puedes seguir a Comcosur también en Facebook
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