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EL DIOS MERCADO Y LA MUERTE DEL ESTADO

1) El comienzo del nuevo orden mundial: Asiacentrismo
2) Por qué y para qué combate el Estado Islámico
3) En Siria: el enemigo de mi enemigo es mi amigo
4) Rebelión chií en Yemen
5) El dios mercado y la muerte del estado
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL
REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS
AÑO 14 – Nº 690 / Lunes 29 de Septiembre de 2014
Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
Apoyo técnico: Carlos Dárdano
COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR
1994 – 19 de junio – 2014
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.”- Emir Sader
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1) El comienzo del nuevo orden mundial: Asiacentrismo
Raúl Zibechi (Alai)

Aunque las crisis en Medio Oriente y Ucrania se roban los titulares mediáticos, son apenas los emergentes de un movimiento telúrico mucho mayor: el nacimiento de un nuevo orden mundial pos-estadounidense, centrado en Asia, en base a la triple alianza China-Rusia-India.

Uno de los núcleos del colonialismo y del imperialismo, consiste en prohibirle hacer a los países periféricos lo que acostumbran hacer los países del centro. Cuando eso ya no funciona, es porque el viejo orden centrado en la relación centro-periferia está dando paso a nuevas relaciones internacionales.

Las mismas potencias occidentales que ponen el grito en el cielo por la intervención de Rusia en Ucrania, bombardean Siria sin la autorización de su gobierno, con la excusa de combatir a una organización terrorista, el Estado Islámico, en cuya creación esas mismas potencias jugaron un papel relevante.

Que China y Rusia rechacen este tipo de acciones bélicas, que otrora se cubrían por lo menos con la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, no es ya novedad alguna. Que el primer ministro de India, Narendra Modi, haya dicho a la cadena CNN, horas antes de su visita a Estados Unidos, que Rusia tiene “intereses legítimos en Ucrania”, es ya cosa más seria. No sólo se negó a criticar la anexión de Crimea por Rusia, sino que mostró “confianza” en cómo Pekín está manejando las disputas territoriales en los mares del sur de China (The Brics Post, 22 de setiembre de 2014).

Es como si un nuevo aire de Bandung (la conferencia que en 1955 alentó la descolonización) estuviera barriendo el planeta. “Si usted mira en detalle los últimos cinco o diez siglos, verá que China e India han crecido a ritmos similares. Sus contribuciones al PIB mundial han aumentado en paralelo y han caído en paralelo. La era actual pertenece a Asia”, dijo Modi. Estaba haciendo un discurso anticolonial con una mirada de larga duración, en los mismos días en que se produjo la visita del presidente chino Xi Jinping a India, quienes consolidaron una potente alianza entre los dos mayores países de la región.

Política, o la OCS

El gran cambio es que India pidió la integración plena a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), durante la reciente cumbre realizada el 11 y 12 de setiembre en Dushanbe, capital de Tayikistán. Hasta ese momento era sólo observadora.

La OCS fue creada en 2001 por Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán con el objetivo de garantizar la seguridad regional y combatir el terrorismo, el separatismo y el extremismo, definidos como las “tres fuerzas malignas”. En el futuro podrán sumarse Irán y Pakistán, aunque esos pasos serán complejos en vista de la disputa que mantienen India y Pakistán en sus respectivas fronteras.

En los hechos, la OCS es un desafío al liderazgo estadounidense en una región donde la superpotencia tiene cada vez menos influencia. La organización orbita en torno a China, como su nombre lo indica. La solidificación de la alianza Rusia-China con su vertiente geopolítica y geoenergética (que incluye el ya iniciado gasoducto para proveer gas ruso a Pekín), es motivo de honda preocupación en Washington, según lo vienen analizando algunos medios como The Washington Post.

Pero la reciente visita de Xi a la India supone un paso decisivo en el diseño de un nuevo orden global. Los doce acuerdos firmados en Ahmedabad entre Modi y Xi, que abarcan desde las inversiones y el comercio hasta la cooperación en energía nuclear, forman parte del “proceso histórico de revitalización nacional” en ambas naciones emergentes, según afirmó el ministro chino de Relaciones Exteriores Wang Yi (Xinhua, 19 de setiembre de 2014).

La potencia de la alianza entre India y China, desafía los supuestos alineamientos ideológicos y se afinca en las necesidades geopolíticas de potencias que enfrentan problemas, y enemigos, comunes. En mayo de este año asumió el poder Narendra Modi en representación del Bharatiya Janata Party (BJP), que venciera en las elecciones generales al Congreso Nacional Indio (CNI) liderado por el ex primer ministro Manmohan Singh. En los papeles, el CNI funge como una fuerza progresista, heredera de la familia Gandhi y de Jawaharlal Nehru, aliada con socialdemócratas y comunistas, mientras el BJP es considerado nacionalista y conservador.

Sin embargo, en los alineamientos geopolíticos las ideologías tienen poco que decir. Modi está mostrando una profunda comprensión de las tendencias históricas en este período de viraje del sistema-mundo y, de modo muy particular, del papel que le toca jugar al continente asiático. La cooperación en la OCS llegó incluso al terreno militar. A fines de agosto se realizó “un ejercicio antiterrorista internacional” en Mogolia interior, China, en el que participaron siete mil soldados de China, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán (Diario del Pueblo, 24 de agosto de 2014).

Economía o la ruta de la seda

Si la OCS es la respuesta asiática a la presencia desestabilizadora de Estados Unidos en la región, la Ruta de la Seda es la respuesta económica al cerco que pretende imponer sobre China, denominado “pivote hacia Asia” por la administración de Barack Obama. Pero es mucho más: significa la alianza de Rusia y China con Europa, en concreto con Alemania.

La nueva Ruta de la Seda une dos potentes centros industriales: Chongqing en China con Duisburgo en Alemania, atravesando Kazajstán, Rusia y Bielorrusia, eludiendo de ese modo las zonas más conflictivas al sur del mar Caspio como Afganistán, Irán y Turquía. Está destinada a ser la mayor ruta comercial del mundo, cuya línea férrea ya recorta el tiempo de transporte marítimo de cinco semanas a sólo quince días. Se prevé que China se convertirá en el primer socio comercial de Alemania, lo que supone un dislocamiento geopolítico de gran trascendencia.

Se está trazando además la Ruta de la Seda Marítima, que atraviesa el océano Índico, y el Cinturón Económico de la ruta terrestre. La ruta marítima es, de algún modo, la reactivación del “collar de perlas”, un sistema de puertos que rodeaba a la India y aseguraba el comercio chino hacia Europa.

Pero es también la respuesta a la Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), iniciativa de los Estados Unidos que excluye a China e incluye a Japón, Australia, Nueva Zelanda, más cuatro miembros de la AEAN (Brunei, Malasia, Singapur y Vietnam) y los países de la Alianza del Pacifico (Perú, México, Chile y probablemente Colombia). La estrategia de Washington consiste en aislar a China generando conflictos a su alrededor (con Japón y Vietnam principalmente), excusa para militarizar los mares de China, cerrando así el cerco comercial, político y militar en torno a una potencia que en 2012 se convirtió en la principal importadora de petróleo del mundo, superando a Estados Unidos.

Esto explica el acuerdo energético con Rusia, que es el único modo como China puede asegurarse un abastecimiento seguro. Pero también explica el trazado de la nueva Ruta de la Seda, tanto la terrestre como la marítima. El 80 por ciento del petróleo que importa China pasa a través del Estrecho de Malaca (un angosto corredor de 800 kilómetros que une los océanos Pacífico e Índico entre Indonesia y Malasia), fácilmente obstruible en caso de guerra.

Para eso China va construyendo una red portuaria, que incluye puertos, bases y estaciones de observación en Sri Lanka, Bangladesh y Birmania. Entre ellas un puerto estratégico en Pakistán, Gwadar, la “garganta” del Golfo Pérsico, a 72 kilómetros de la frontera con Irán y a unos 400 kilómetros del más importante corredor de transporte de petróleo, muy cerca del estratégico estrecho de Ormuz. El puerto fue construido y financiado por China y es operado por la empresa estatal China Overseas Port Holding Company (COPHC).

“El puerto es visto por los observadores como el primer punto de apoyo de China en Oriente Medio”, estimaba la prensa occidental el día de la inauguración (BBC News, 20 de marzo de 2007). La región circundante al puerto de Gwadar, contiene dos tercios de las reservas mundiales de petróleo. Por allí pasa el 30 por ciento del petróleo del mundo (pero el 80 por ciento del que recibe China) y está en la ruta más corta hacia Asia.

China gana espacios, también, en el corazón de Occidente. El gobierno británico ha dado pasos para reforzar a Londres como centro de comercio mundial y de inversiones en yuanes, la moneda china. Más aún, “el gobierno británico se convertirá en el primer país occidental en emitir un bono soberano en la moneda china” en lo que debe interpretarse como “el apoyo a las ambiciones de China a utilizar su moneda a escala global” (Market Watch, 15 de setiembre de 2014).

Potencia militar

“Las sanciones a Rusia son un acto de guerra”, razona redactor jefe de la revista Executive Intelligence Review, Jeff Steinberg (EIR, 19 de setiembre de 2014). En tanto, The Economist considera a la OCS como “una especie de OTAN liderada por China”.

Es evidente que la guerra entre las grandes potencias ya no es visualizada como una posibilidad remota. Cada uno hace, por tanto su juego. China e Irán realizan sus primeros ejercicios navales conjuntos en el Golfo Pérsico, donde participan “buques de la Armada china involucrados en la protección de la navegación en el golfo de Adén” (Russia Today, 22 de setiembre de 2014). China es ahora el primer comprador de crudo saudí y no va a permitir que las rutas que la abastecen queden en manos de fuerzas enemigas.

A fines de agosto trascendió que Rusia y China están negociando un “acuerdo militar histórico” que incluye la compra por el país asiático de submarinos diesel furtivos con “intercambio de tecnologías”, a la vez que siguen negociando la venta de cazas Sukhoi-35 y sistemas de defensa antiaérea S-400, considerados los más avanzados del mundo (Russia Today, 19 de agosto de 2014). Hasta ahora los rusos se han mostrado reticentes a vender ciertas armas a China porque ésta las clona y termina fabricando sus propios prototipos. A su vez, India y Rusia, que mantienen una extensa cooperación militar que incluye submarinos nucleares y portaaviones, se disponen a fabricar conjuntamente un caza de quinta generación.

Estamos ante un punto muy sensible, en el que Washington tiene algunas dificultades. Aunque sigue teniendo el mayor presupuesto de defensa del mundo (unos 600 mil millones de dólares anuales, frente poco más de cien mil de China y algo menos de cien mil de Rusia), ese presupuesto es declinante mientras el de sus adversarios crece. China pasó de poco más de 5 mil millones de dólares anuales de inversión militar en 1990 a 110 mil millones en 2012.

“Pero lo importante no es cuánto se gasta sino cómo se gasta”, sostiene un periódico estadounidense (The Fiscal Times, 16 de setiembre de 2014). Según la publicación, los enormes gastos militares del Pentágono se destinan a mantener su costosa flota de once portaaviones, a la modernización de antiguos sistemas y a proyectos fallidos como el caza F-35. En tanto, China y Rusia invierten en modernos submarinos nucleares y en guerra cibernética. Las armas antibuque chinas son mucho más baratas que un portaaviones, pero pueden hundirlo o inutilizarlo aunque el Pentágono los considere inexpugnables.

Contrastes

Múltiples denuncias aquejan a las autoridades de defensa de los Estados Unidos de malversación de los presupuestos. En julio pasado la flota de F-35 no pudo volar por fallas en un motor, luego de varios percances en los sistemas de software, armas y aviónica. Tras dos décadas de concepción y desarrollo, el coste del proyecto se ha disparado a 400.000 millones de dólares, el proyecto armamentístico más caro de la historia del Pentágono, pese a lo cual ha sido cancelado el debut del caza en dos exhibiciones aéreas en el Reino Unido (El Periódico, 11 de julio de 2014).

La otrora poderosa Boeing es una buena muestra de los problemas defensivos del Pentágono. La apuesta a que el F-35 lo desarrollara Lockheed Martin, está drenando los fondos del Pentágono fuera de la Boeing, que era la empresa insignia de la fuerza aérea. De hecho, la franja de defensa de la Boeing se estrechó del 56 por ciento de su producción total en 2003, a apenas el 38 por ciento en 2013 y se estima que en pocos años ya no producirá aviones de combate, al haber fracasado en su búsqueda de mercados alternativos en Brasil, India y Corea del Sur (Wall Street Journal, 20 de setiembre de 2014). Boeing cerrará su fábrica de cargueros C-17 en Long Beach y puede cerrar la de F-18 en Saint Louis en 2017 si no consigue más encomiendas.

Finalmente, la política exterior de la Casa Blanca es errática, mientras la de sus competidores tiene un horizonte definido. El periodista Robert Parry analiza cómo los neoconservadores lograron bloquear la “estrategia realista” de Obama, consistente en colaborar con Vladimir Putin para desenredar el caos geopolítico en Oriente Medio. Los neocon siguen apostando a la caída de Bachar al Assad y se inclinan por crear situaciones caóticas, como la que vive Libia, antes que tolerar la existencia de regímenes adversos (Consortiumnews.com, 19 de setiembre de 2014).

Diversos analistas sostienen que la fabricación de crisis es lo que mejor sabe hacer la superpotencia y que puede ser el único modo de contener su decadencia. El conflicto en Ucrania, donde forzaron la caída de un presidente electo, apunta a aislar a Rusia de Europa. El ataque al Estado Islámico, busca empujarlo cada vez más hacia el norte. Ambas operaciones atentan contra el trazado de la Ruta de la Seda, considerada una de las vigas maestras del nuevo orden mundial.

– Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada y es colaborador de ALAI.

LUNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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2) Por qué y para qué combate el Estado Islámico
Farhang Jahanpour (IPS)

Cuando sorpresivamente el Estado Islámico (EI) emergió en la escena en 2013 y en pocos días sus combatientes ocuparon extensos territorios habitados por suníes en Iraq y Siria, hasta los servicios de inteligencia activos en la región tuvieron que admitir su desconocimiento sobre este nuevo protagonista. A diferencia de Occidente, en Medio Oriente la religión aún juega un papel predominante en la vida de los pueblos.

Cuando se habla de suníes y chiíes, las diferencias no son comparables a las que existen entre católicos y protestantes en el Occidente contemporáneo, sino que hay que retroceder hasta las guerras de religión europeas (1524-1649), que se cuentan entre las más brutales y sangrientas de la historia.
En razón de su ideología, fanatismo y crueldad, de los territorios que ya ha ocupado, y de sus ambiciones regionales y quizás globales, el EI configura la mayor amenaza desde la Segunda Guerra Mundial. Tiene el potencial de cambiar el mapa de Medio Oriente y desafiar los intereses occidentales en el golfo Pérsico o Arábigo, y más allá. Así como la europea Guerra de Treinta Años (1618-1648) no tuvo solamente orígenes religiosos, los conflictos entre suníes y chiíes también obedecen a diversas motivaciones, frecuentemente exacerbadas por las diferencias religiosas.

Desde que Estados Unidos presionó a los gobiernos de Arabia Saudita y Pakistán para que, tras la invasión soviética a Afganistán en 1979, organizaran la contraofensiva de los yihadistas, pasando por la emergencia de Al Qaeda y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, siguiendo por la invasión de Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003, y las acciones militares en Pakistán, Yemen, Somalia, Libia y Siria, parece que Washington tiene el efecto contrario del rey Midas: en cada crisis en que interviene su mano, todo se convierte en ruinas. Ahora, con el levantamiento del EI, antes conocido como ISIS, y otras organizaciones terroristas, todo Medio Oriente está en llamas. Nadie debe cometer el error garrafal de suponer que se trata de un movimiento local destinado a desaparecer, o ignorar su influencia sobre multitudes de militantes suníes marginalizados y desilusionados.

Desde que el Islam apareció en los desiertos de Arabia en el siglo VII, con su mensaje monoteísta y el eslogan “no hay otro Dios que Alá y Mahoma es su profeta”, cambió la condición de los árabes y dio origen a una religión y una civilización que hoy en día tiene unos 1.500 millones de fieles en todo el mundo. A diferencia de otros profetas que no alcanzaron a ver en vida el éxito de su misión, Mahoma no solo logró unir a los árabes en la península arábiga en nombre del Islam. También creó un Estado y reinó sobre los convertidos al Islam como gobernante y como profeta. Fue así un caso único en la historia de las religiones.

En consecuencia, mientras las demás religiones tienen en mente un estado ideal, el “reino de Dios”, como una aspiración futura, para los musulmanes el estado ideal se encuentra en el pasado, en el gobierno de Mahoma en Arabia, en la vida y las enseñanzas del profeta. Cuando en el bienio 1516-1517 el ejército del sultán otomano Selim I conquistó Siria, Palestina, Egipto y Arabia con sus santuarios, el sultán asumió el título religioso de califa. Por lo tanto, el imperio otomano fue a la vez el califato suní. La caída del imperio turco otomano y la abolición del califato en 1922 no solo fue traumática en sentido político y militar, ya que al mismo tiempo los suníes perdieron la máxima autoridad religiosa con su función unificadora.

Para muchos occidentales es difícil comprender el sentimiento de derrota y humillación de los suníes como consecuencia de las pérdidas sufridas en el siglo pasado. Para tener una idea, hay que imginar la caída de un poderoso imperio cristiano multisecular junto con la abolición del papado.

Con el fin del califato, los países suníes fueron divididos y controlados por potencias extranjeras, que impusieron su dominación en los planos económico, militar y cultural. Antes del colapso del imperio otomano las potencias occidentales y Gran Bretaña en particular, habían prometido a los árabes que a cambio de levantarse en armas contra los turcos, se les concedería la formación de un califato islámico en las tierras árabes sujetas al imperio otomano.

Además de traicionar esa promesa, Francia y Gran Bretaña secretamente fraguaron el acuerdo Sykes-Picot (1916) para repartirse las tierras árabes. Y en virtud de la Declaración Balfour (1917), Londres ofreció al movimiento sionista un territorio en Palestina que no era suyo, para “dar un hogar al pueblo judío”. Cuando terminó la era de la colonización, en todo el Medio Oriente ascendieron al gobierno, golpes de Estado mediante, regímenes de militares que habían luchado contra la dominación extranjera: el general Kemal Ataturk en Turquía, el general Reza Khan en Irán, el coronel Gamal Abdel Naser en Egipto, el coronel Muammar Gaddafi en Libia.

También los golpes militares en Siria e Iraq, que sucesivamente llevaron al poder al partido Bath, con el general Hafez Al Asad en Siria, y el brigadier Abd al-Karim Qasim, el coronel Abdul Salam Arif y Saddam Hussein en Iraq. Prácticamente todos los países de Medio Oriente alcanzaron la independencia mediante golpes de militares que ignoraban el bagaje histórico, cultural y religioso de sus propios países y eran completamente ajenos a los conceptos de democracia y de derechos humanos. Los gobiernos castrenses lograron establecer un cierto orden, a punta de bayoneta.

Ante la ausencia de organizaciones de la sociedad civil, de tradiciones democráticas y de libertades sociales, el único camino abierto a las masas deseosas de sacudirse las dictaduras militares fue el de volver a la religión y utilizar las mezquitas como sus cuarteles. La aparición de movimientos religiosos como la Hermandad Musulmana en Egipto, Ennahda en Túnez, el Frente Islámico de Salvación en Argelia, Al Da’wah en Iraq y otros, representó la mayor amenaza para los regímenes militares, que los reprimieron y proscribieron. La tragedia de los modernos regímenes mediorientales ha sido su incapacidad de coexistir con los movimientos islámicos y, por lo tanto, con los amplios estratos sociales que aquellos representaban.

Es así que tras repetidas derrotas y humillaciones entre los militantes suníes, especialmente entre los árabes cuyos países fueron divididos y sometidos al colonialismo occidental y después a dictaduras militares, fue creciendo la añoranza por el califato. Cuando se pronuncia la palabra califato islámico, los suníes comprometidos experimentan un sacudón de adrenalina. El fracaso de los regímenes militares y la marginalización y la eliminación de agrupaciones de inspiración religiosa han desembocado, ahora, en la irrupción de un movimiento extremista. El grupo terrorista EI se vale de esta situación y basa su atractivo en la convocatoria para el resurgimiento del califato.

Farhang Jahanpour, exprofesor y exdecano de la Facultad de Lenguas de la Universidad de Isfahan, enseña desde hace 28 años en el Departamento de Educación Permanente en la Universidad de Oxford. Editado por Pablo Piacentini

LUNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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3) En Siria: el enemigo de mi enemigo es mi amigo
Robert Fisk (The Independent)*

En el momento en que Estados Unidos amplió su guerra contra el Estado Islámico (EI) en Siria, el presidente Bashar al Assad ganó más apoyo militar y político del que cualquier otro líder árabe pueda vanagloriarse. Con las bombas y misiles que explotan en el este y el norte de Siria, Assad ahora puede contar con Estados Unidos, Rusia, China, Irán, la milicia Hezbolá, Jordania y una serie de ricos países del Golfo para mantener vivo su régimen. Si alguna vez el viejo proverbio árabe –“el enemigo de mi enemigo es mi amigo”– contenía alguna sabiduría, Assad comprobó que era cierto.

En su casa de Damasco, el líder sirio puede reflexionar acerca de que la nación más poderosa de la Tierra –que el año pasado quiso bombardear su país hasta el olvido– está ahora atacando a sus enemigos más feroces. Sunnitas sauditas, cuyas donaciones de “caridad” financiaron al “Estado islámico” también sunnita, ahora encuentran que su gobierno supuestamente ayuda a Estados Unidos para destruirlo. Como el Irán chiíta y sus protegidos de Hezbolá combaten a los verdugos sunnitas y cortadores de cuello en el terreno, caen bombas y misiles estadounidenses para destruir a los enemigos frente a ellos.

Desde que Churchill se alió con Stalin en 1941, un antiguo amigo de la Alemania nazi, ningún presidente puede haber encontrado un antagonista temible transformado tan rápidamente en un hermano de armas. Pero –y es un gran “pero”– el régimen sirio baasista no es tan estúpido como para tomar la palabra “amigo” en serio. Tampoco debemos hacerlo nosotros. Obama es la última persona con la que Assad querría asociarse –como no se lo tiene que recordar Vladimir Putin– y el régimen sirio observará con la más profunda preocupación mientras el uso promiscuo de la fuerza aérea de Estados Unidos se extiende inexorablemente e incluye más y más objetivos fuera de su objetivo declarado.

Al margen de las bajas civiles en la provincia de Idlib, los blancos de Estados Unidos sobre Al Qaida vinculada con Jabhat al Nusra sugieren que el Pentágono tiene algo más que el EI en la mira. Por ejemplo, ¿qué tan pronto se está, antes de que un misil explote en un depósito de armas del régimen sirio –por “error”, por supuesto– u otras instalaciones del gobierno? Como Estados Unidos decidió financiar y entrenar a la llamada “oposición moderada” para luchar contra el EI y el régimen sirio, ¿por qué no bombardearía a ambos enemigos? ¿Y cómo los sirios, que apoyan a lo que queda de estos “moderados”, reaccionarán a las bombas estadounidenses en Idlib que mataron a sus compañeros civiles en lugar de las fuerzas de Assad –bombas, de hecho, que parecen haber sido tan letales como las municiones lanzadas sobre ellos por aviones de Assad–?

En cuanto a los árabes del Golfo, no hay, hasta ahora, evidencia de que físicamente bombardearan algún blanco en Siria. Sólo Jordania afirmó haber atacado al EI; el resto de los aliados del rey Abdullah en la árabe “coalición de los dispuestos” –qué rápido nos olvidamos de que ésta era la expresión de George W. Bush para aquellas naciones que apoyaron la invasión de Irak en 2003– parece haber limitado su cooperación a proporcionar pistas de aterrizaje, darles combustible a los aviones y quizá patrullar las tranquilas aguas del Golfo. En sus audiencias en el Capitolio la semana pasada, los congresistas lo asediaron a preguntas al secretario de Estado John Kerry sobre cuántos aviones árabes estarían bombardeando al EI.

Los árabes del Golfo, después de todo, han estado aquí antes. Recuerdan claramente las afirmaciones exageradas de éxito militar aéreo –de bombas inteligentes que no asesinan a civiles, de los misiles de crucero que destruyeron refugios y campos de entrenamiento y los “centros de comando y control” en 1991 y 2003–. Todo resultó ser un menú de guerra arriesgado. Sin embargo, ahora los estadounidenses están recalentando esos antiguos bocadillos para el conflicto del EI.

¿Estaban estos islamistas “guerreros” realmente sentados –bebiendo té, tal vez– en “campos de entrenamiento” para que los estadounidenses pudieran matarlos? ¿El EI se jacta acaso de tener un “centro de comando y control” –un bunker de computadoras y parpadeantes indicadores de objetivos– en lugar de un puñado de teléfonos móviles? Sin embargo, se dijo que había sido destruido, nada menos que un “centro de control y comando”. Y, como tantas veces en medio de la emoción de una nueva escalada del conflicto, los “expertos” y los decrépitos ex embajadores en nuestras pantallas tienen que hojear uno o dos libros de historia antes de explicar “nuestras” acciones. El “Estado islámico” fue creado a partir de Al Qaida en Irak, que absorbió la resistencia antiestadounidense a la ocupación. Si los señores Bush y Blair no se hubieran embarcado en la aventura iraquí, ¿alguien piensa que Estados Unidos estaría ayudando a Assad para destruir a sus enemigos hoy?

“Ironía” no está a la altura de las palabras del “enviado de paz” en el Medio Oriente, quien se transformó esta semana en un enviado de guerra ofreciendo la perspectiva de más tropas occidentales en el mundo musulmán. ¿Se supone que el régimen sirio debe reír o llorar?

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère.

LUNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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4) Rebelión chií en Yemen
El movimiento Houthi controla la capital del país
(PIA)

El movimiento chií Houthi (Ansarolá) aumentó sus fuerzas este martes y ocupó casi la totalidad de la ciudad de Saná, capital de Yemen, luego de que el presidente, Abd Rabbu Mansur Hadi, denunciara un “complot” contra su régimen. Los rebeldes chiitas levantaron retenes en varios lugares de la capital, al tiempo que Hadi afirmaba que haría todo lo posible para “restablecer la autoridad del Estado”.

A pesar de que el pasado domingo el movimiento Houthi firmara un acuerdo de paz con el gobierno yemení que finalizó con los combates armados contra la fuerzas del ejército, los milicianos redoblaron su apuesta y sitiaron la capital. El líder de Ansarolá, Abdel Malik al Huthi calificó la movilización “como una muestra de la revolución triunfante” y agregó que la lucha del movimiento hizo posible un cambio en el poder a favor de los rebeldes, que controlan puntos clave de la ciudad, como la ruta al aeropuerto.

Al Huthi también señaló que “estos grandes esfuerzos llevarán a una gran victoria para todas las personas, forzando una respuesta a las demandas populares”, y luego añadió que el acuerdo permitirá reducción de precios y reformas económicas para aliviar la presión sobre los más pobres.

El acuerdo fue firmado en presencia del emisario de la ONU, Jamal Benomar, el presidente Hadi y representantes de diversas facciones políticas, entre ellas la de los rebeldes chiitas. El mismo prevé el cese “inmediato” de las hostilidades, la designación en un plazo de tres días de un nuevo primer ministro y la formación de un nuevo gobierno en el plazo de un mes.

Mohammed Abdulsalam, portavoz de Ansarolá, en un comunicado que fue publicado el lunes afirmó que “la nación yemení obtuvo un éxito enorme y estratégico en la lucha por erradicar la corrupción arraigada en distintas partes de órganos gubernamentales”.

De acuerdo con funcionarios de Yemen, 340 personas murieron en los enfrentamientos que duraron una semana entre combatientes Ansarolá, el ejército y militantes salafistas respaldados por el general Ali Mohsen al-Ahmar, quien es medio hermano del ex dictador Ali Abdullah Saleh, sólo en la capital del país.

En los últimos años, Yemen ha sido testigo de violentos conflictos en gran parte causados por problemas de desigualdad en el acceso al poder y los recursos subyacentes. Los combates se dieron en todo el país, entre el Estado y los Houthis en el Norte; el movimiento separatista en el sur; frecuentes ataques de al-Qaeda en la Península Arábiga; luchas de poder entre facciones tribales y militares; y la represión por parte de partidarios de Saleh en las protestas de los jóvenes y activistas demócratas, que finalmente lo obligaron a entregar el poder a su vicepresidente, Mansour Hadi.

El movimiento Houthi jugó un papel importante en el levantamiento popular que obligó al ex dictador, Ali Abdullah Saleh, a renunciar. Saleh gobernó Yemen durante 33 años y dejó el cargo en febrero de 2012, en virtud de un acuerdo de transferencia de poder respaldado por Estados Unidos a cambio de inmunidad judicial. Renunció después de un año de manifestaciones en las calles exigiendo su destitución.

LUNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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5) El dios mercado y la muerte del estado
Alfonso J. Palacios Echeverría (Rebelión)

Cuando nos preguntamos por qué se ha desenfrenado el egoísmo en los seres humanos, y la evidente deformación de principios que se manifiesta en todos los niveles y formas de la organización social, muchas veces referimos como causa de ello la degeneración de la educación, la pérdida de principios morales básicos, y varias cosas más, pero rara vez caemos en cuenta que el origen de las causas está en un hecho indiscutible: no somos los humanos los que gobernamos nuestras propias vidas, sino el “dios mercado”, ante el que se han rendido todos los poderes, el que realmente ha causado esta lamentable situación.

Todos, de una forma o de otra, somos víctimas de la destrucción de valores que se inoculó en las mentes de los individuos al sustituir los principios más elementales de la convivencia humana por el culto, la idolatría al mercado.

Nada tiene ahora un valor que no pueda ser transado. Son las monedas de plata de la traición con que hemos degenerado lo mejor de la raza humana ante el altar del consumo desenfrenado, la especulación desmedida, y la pérdida de los valores fundamentales.

Luego del periodo de «modernización» neoliberal del Estado y de la transformación del ciclo político de la economía en gobiernos económicos de la política, de las «gobernabilidades» y «gubernamentalidades» democráticas sometidas a los dictados del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, después de estos procesos de «gran transformación», comenzaron a plantearse tensiones, conflictos y confusiones entre la razón de Estado y la razón de mercado. El primero empezó a someterse al segundo.

La pregunta giraba alrededor de los efectos de la penetración de la racionalidad estatal por parte de la racionalidad mercantil y empresarial, en tiempos en que declinaba «el ciclo político del Estado-Nación». Y también entonces cabía interrogarse en qué medida el mercado había dejado de ser una racionalidad exclusivamente económica para volverse también social, política y hasta cultural, dominante en la moderna sociedad de mercado, donde también el Estado sería parte del mercado.

Tras más de tres décadas de dominio de las fuerzas y los intereses económicos sobre las instituciones y los poderes políticos, es necesario plantear un nuevo problema: ¿en qué estado se encuentra el proceso de desestatalización del Estado por parte del mercado? ¿Qué queda del Estado? Y de manera más general, ¿qué queda del mismo sistema político (régimen de gobierno, sociedad civil, sociedad política)? Esto, a su vez, remite a una cuestión ulterior: ¿para qué sirve hoy el Estado y qué es lo que puede hacer? Si ya no es el Estado el que regula a la sociedad, ¿a qué ha quedado reducida su función de gobernar? La crisis actual no solo pone a prueba la naturaleza residual del Estado moderno, sino que además manifiesta su más oculta realidad y sus límites menos evidentes, así como el extraordinario poderío del capital/mercado.

El desarrollo del capital adopta un modo de «producción destructiva», según el cual destruye todo aquello que le impide producir una nueva forma y fase superior de su desarrollo. Por esta razón, el capital devasta todo lo que no puede reciclar del Estado para su propia expansión. Tal devastación del Estado por el capital y el mercado reproduce a su vez esta forma «destructivo-productiva»: destruye toda aquella estatalidad que impide o no puede ser refuncionalizada para el desarrollo del capital, a la vez que el mismo mercado produce una nueva estatalidad, que convierte al Estado en un instrumento de las lógicas, los intereses y las fuerzas del mercado. Esto mismo ocurre con todas las instituciones de la «sociedad societal»: el mercado destruye la familia y produce una diversidad de formas familiares (monoparental, pluriparental, monoparental), que le son funcionales.

Del Estado, como de las demás instituciones de la sociedad, el mercado conserva la apariencia de sus formas, pero vaciándolo de su sustancia institucional; de todo lo que produce socialidad, vínculos sociales y cohesión social, categorías todas ellas incompatibles con la lógica y los intereses del mercado.

Es así como el Estado ha sido progresivamente despojado de su función de gobernar. No solo ha perdido su eficiencia gobernante, sino que también ha confundido y cambiado los modos de gobernar, y ha dejado de ser un organismo e instrumento de gobierno.

El modelo empresarial fue propuesto en la euforia neoliberal de los 90 como un ejemplo para el Estado, pero también para las universidades, la familia, el partido, el deporte… Respecto del Estado, el objetivo de este modelo no era solo que se gobernara como si fuera una empresa, sino también que el mismo Estado ejerciera un gobierno empresarial. Es así como surgen y se imponen los criterios de usuario, cliente y consumidor (en relación con los ciudadanos), de control de calidad (de los productos), de competitividad, eficacia, rendimiento (de las acciones).

La desestatalización del Estado se convierte, de manera casi invisible, en una mercantilización del Estado. Los problemas que no se pueden o no se quieren resolver políticamente se administran (eso sí: con los mejores rendimientos y con las mayores utilidades). Esto es justamente lo que ocurre desde hace dos décadas con la exitosa hipérbole de la «lucha contra la pobreza», cuya imponente y rentable administración es la mejor garantía para que dicha lucha nunca termine y para que las causas de la pobreza no sean afectadas jamás.

La gestión empresarial de la acción del Estado –desde la salud y la educación hasta la seguridad ciudadana– se sujetará a los criterios de calidad, competitividad y eficiencia empresariales: de ahí que la finalidad no sea tanto que los hospitales sanen, las escuelas eduquen y los fondos de pensiones garanticen la seguridad a sus beneficiarios, sino que produzcan beneficios.

La gobernanza escamotea la relación y la responsabilidad políticas entre gobernantes y gobernados las sustituye por el gobierno de los procedimientos y de los automatismos anónimos de la empresa y del mercado. La gobernanza global solo puede construirse a partir de y a costa del casi total debilitamiento de los Estados nacionales. La búsqueda de capacidades de decisión y de instituciones mundiales en condiciones de gobernar la globalización reivindica el dominio de los mercados sobre la política y los Estados, promoviendo un creciente apoliticismo y una despolitización de la política, para que aquellos y esta puedan quedar sujetos a los intereses y fuerzas del mercado.

La relación entre gobernantes y gobernados se degrada también en la medida en que la representación política es suplantada por la representatividad de los políticos, construida a partir de parámetros y recursos mercantiles: la «democracia de mercado» y la «video democracia», la venta de imagen (marketing profile), las ofertas del clientelismo político, así como el creciente poderío de los lobbies y su influencia en aquellas decisiones que involucran colosales intereses económicos (energéticos, agroalimentarios, de transportes, farmacéuticos, etc.)

Si el mercado obtiene suculentos beneficios, explotando la escenificación pública de la vida privada de los políticos, mucho más colosal es el producto de la corrupción cuando el ocaso de la representación política facilita la privatización de lo público. En definitiva, el mercado no solo genera un Estado sin poder, sino incluso una política sin poder, poniendo fin a toda una tradición histórica y del pensamiento.

De la misma manera que el Estado nacional, a partir del siglo xvi y durante cinco siglos, estatalizó y nacionalizó las sociedades, hoy el mercado sostiene un proceso de mercantilización de la sociedad. Por eso, la desestatalización de la sociedad de mercado puede ser enfocada desde la doble perspectiva schumpeteriana: la destructiva, en el sentido de que el mercado desocietaliza todas aquellas instituciones que caracterizaban a la sociedad del Estado-nación; y la productiva, por la cual la mercantilización de la sociedad abarca desde una «antropología de mercado» (el nuevo homo economicus) hasta una mutación mercantil del derecho y los valores. Hemos llegado, pues, a una situación deformada del comportamiento social y del Estado como gran ordenador de la convivencia social.

Sólo importa el lucro, el consumo, los productos son fabricados para que no duren, los grandes monopolios y oligopolios internacionales ponen los precios antojadizos que exprimen las cada vez más escuálidas economías familiares: alimentos, medicinas, gastos médicos y hospitalización, bienes de consumo en general, el petróleo, el mismo dinero, etc. etc. etc. Vivimos, trabajamos para consumir, nos gobierna el mercado, y el Estado queda solamente como escenario para el ridículo, por falta de poder y como escenario para la corrupción que nace de esta actitud mercantilista de gobernar, en donde los partidos políticos son maquinarias diseñadas para beneficio de pocos y enriquecimientos a base de la corrupción que se pacta entre gobernantes y empresarios.

LUNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera queen general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. -Carlos Marx
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL ES UNA PRODUCCIÓN DE COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR Coordinación : Carlos Casares – DIRECCIÓN POSTAL: Proyectada 17 metros 5192 E (Parque Rivera) 11400 MONTEVIDEO – URUGUAY E mail: comcosur@comcosur.com.uy
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