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¿HASTA DÓNDE SON PROGRESISTAS LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS?

1) ¿Hasta dónde son «progresistas» los gobiernos progresistas?
2) “El sector financiero brasileño apoya a Marina Silva”
3) La lulización de la izquierda latinoamericana
4) Estrategia de Obama contra el Estado Islámico no convence en EEUU
5) El nuevo modelo para Gaza
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL
REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS
AÑO 14 – Nº 688 / Lunes 15 de Septiembre de 2014
Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
Apoyo técnico: Carlos Dárdano
COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR
1994 – 19 de junio – 2014
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.”- Emir Sader
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1) ¿Hasta dónde son «progresistas» los gobiernos progresistas?
Guillermo Almeyra (Rebelión)

Doce años de gobierno del Partido de los Trabajadores, que se fue alejando de los movimientos sociales que lo apoyaban, estarán en peligro en octubre próximo. En efecto, incluso en el caso de que en la primera vuelta Dilma Rousseff sea la ganadora muy probablemente vencerá con un margen estrecho a Marina Silva que, en la segunda vuelta, podría sumar a los suyos buena parte de los votos del candidato más derechista y algún apoyo de los que declaran que se abstendrán o votarán en blanco. Un gobierno conservador con una base de masa constituida por los evangelistas y los grandes sectores de descontentos sin mucha claridad y de despolitizados podría poner en riesgo las pocas conquistas sociales y las posiciones internacionales (UNASUR, MERCOSUR, CELAC, BRICS, contra los fondos buitres) del PT antes de que éste pueda reconquistar el gobierno con un nuevo período de Lula.

Al mismo tiempo, el gobierno kirchnerista, en Argentina, batalla para conservar su caudal de 30 por ciento de los votos en el 2015 contando con la división de sus adversarios en el centroderecha y la derecha mientras pierde votos hacia la izquierda, Nicolás Maduro, en Venezuela, no logra ni la estabilización económica ni la política y Rafael Correa debe ceder al FMI y enfrentar una oposición de los movimientos indígenas, sindicales y ecologistas mientras la derecha clásica conserva el control de las clases medias de las grandes ciudades y hasta en Uruguay el Frente Amplio podría perder su mayoría.

Lejos de ser, como creen algunos entre los nacionalistas de izquierda, una nueva fase, irreversible y duradera, en la lucha por la liberación nacional y los sujetos del cambio social, estos gobiernos burgueses dirigidos por sectores de las clases medias son, más bien, un momento de transición en la crisis mundial del capitalismo.

Su “progresismo” está además en tela de juicio. ¿Serían progresistas porque tienen una política desarrollista, con elementos de estatalismo y distribucionismo, pero que no escapa al neoliberalismo y sirve fundamentalmente a las grandes transnacionales, a costa de los trabajadores? Preservan al capitalismo, mientras que progresista y democrático es en cambio solamente lo que aumente la confianza en sí mismos, la independencia política, la autoorganización y la capacidad de autogestión de los trabajadores y favorezca su construcción como ciudadanos y no simples votantes.

Otro sector de la izquierda latinomericana, en particular argentina, recurre a Gramsci, con su categoría de la revolución pasiva, y a Trotksy, con su análisis sobre el bonapartismo sui generis, para analizar una época totalmente diferente. Gramsci y Trotsky escribieron cuando centenares de millones de personas luchaban por una revolución anticapitalista y confiaban en una alternativa socialista al capitalismo. Mussolini y Hitler fueron el resultado del temor del gran capital y de vastas capas acomodadas de las clases medias ante la amenaza de una posible revolución socialista. De ahí las chácharas anticapitalistas y antiplutocráticas y las pretensiones nacional-socialistas, sobre todo del Mussolini de la República de Saló.

Ante la debilidad de los sectores burgueses tradicionales muy golpeados por las movilizaciones sociales y la carencia de una dirección revolucionaria de los trabajadores, campesinos y clasemedieros pobres de sus países, ellos construyeron Estados corporativos aparentemente independientes de las clases fundamentales utilizando advenedizos y aventureros y se apoyaron internacionalmente en la Unión Soviética (Pacto de Locarno,Pacto Molotov-Ribentropp) para contrarrestar a los imperialistas principales. Lo mismo hizo el nacionalismo socializante de Lázaro Cárdenas, ante la extrema debilidad de los capitalistas mexicanos y la carencia de una dirección obrera y campesina revolucionaria y, en escala internacional, la debilidad relativa de Washington y la división entre Estados Unidos e Inglaterra, por un lado, y las potencias del Eje, por el otro. La revolución pasiva era así el subproducto del temor a la revolución socialista e internacionalmente se apoyaba sobre el relativo equilibrio de las potencias.

Hoy el capital no teme la revolución socialista, los socialistas revolucionarios a escala internacional y de cada país son una pequeñísima minoría y las clases medias y los trabajadores no son anticapitalistas sino que tratan de defender sus conquistas anteriores pero dentro del sistema y persiguen la utopía de humanizar el capital. Los aventureros e improvisados o incluso los dirigentes sindicales que dirigen los gobiernos llamados “progresistas” no se ven como enemigos del socialismo ni como agentes del gran capital, creen sinceramente en una alianza entre los capitalistas nacionales y los trabajadores y en el poder mágico del aparato estatal.

No buscan engañar a los trabajadores adoptando banderas de éstos para afianzar al capitalismo, aunque de hecho los engañen. Son empíricos, pragmáticos; sin ser antiimperialistas aprovechan las grietas y brechas que surgen con la pérdida de hegemonía de Estados Unidos mientras se enriquecen en la función pública y se alían sin prejuicio alguno con los gobiernos autoritarios de los países capitalistas secundarios (el BRICS) para seguir ostentando un “progresismo” que expresa la debilidad del capitalismo mundial pero también el retraso político e ideológico de la inmensa mayoría de los trabajadores de sus respectivos países.

Este efímero “progresismo” de las carencias tiene como límite del desarrollo político de los trabajadores, la agudización de la crisis económica y de la lucha de clases que reducirán los márgenes para el clientelismo y el distribucionismo y para los que quieren jinetear caballos que tienden a ir en direcciones opuestas queriendo conciliar los intereses capitalistas con los de los explotados y oprimidos por el capital.

LUNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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2) “El sector financiero brasileño apoya a Marina Silva”
Luis Casado (Alai)

Curioso… si uno piensa que Marina Silva es presentada como una suerte de Luis Emilio Recabarren femenina, una “pasionaria”, una ecologista de combate, la voz de los miserables. ¿Apoyaría la “comunidad financiera” a una sindicalista, a una ecologista de combate?

Uno no puede sino recordar a Chico Mendes, sindicalista asesinado el 22 de diciembre de 1988, precisamente por defender el ‘mato’ y los derechos de los seringueiros, trabajadores que recogen el látex en las plantaciones de hevea en la Amazonia. O el asesinato, en mayo del 2011, de José Claudio Ribeiro da Silva y su esposa María do Espírito Santo da Silva, que luchaban por la preservación de los bosques. Y tantas otras agresiones, que son la respuesta del gran capital a cualquier intento por ponerle coto a la depredación del medio ambiente. Intrigado, le pregunto a una amiga brasileña. Su respuesta no tarda:

_“Fernando Henrique Cardoso compartió con toda la izquierda la lucha contra la dictadura. Después de la redemocratización, inicialmente, se presentó como social-demócrata. Pero luego se alió al neoliberalismo. Cuando fue presidente, adoptó todas esas políticas neoliberales y despojó al Estado vendiendo prácticamente todo (privatizando) a precios muy bajos (y según se ha constatado, llevándose el dinero para sí y para los suyos). Si Lula no hubiese sido elegido, el PSDB (partido de la socialdemocracia brasileña) hubiese vendido hasta Petrobras. Impidiendo las investigaciones de la Policía Federal y del Ministerio Público, FHC logró que nunca se aclararan los hechos de corrupción durante su gobierno (ni tampoco la compra de votos en el Congreso que le garantizaron un año más de mandato).

Marina es algo muy complicado. Oriunda de un partido comunista clandestino que, junto a Chico Mendes actuaba en Acre –región de los seringueiros en la Amazonia– ella fue una valiente militante de la causa ecológica y yo la admiraba por eso. Marina fue muy pobre, e incluso analfabeta hasta los 16 años de edad, y ganó muchas batallas en una vida sufrida, con enfermedades graves y todo lo que acompaña a la pobreza. No sé decir si aún es socialista: aunque defiende posiciones socialistas y se reivindica como “una política nueva”, ella ciertamente hizo alianzas con empresarios y banqueros y políticos de derecha.

Para mí lo más importante, es que su conversión a la religión Evangélica Pentecostal (de las más fundamentalistas) la transformó en una defensora de causas peligrosas del punto de vista de los derechos individuales: ella está en contra del aborto, contra la unión de personas del mismo sexo, contra las religiones de origen africano y sus ritos, etc. En fin, tiende a moverse basada en las creencias cristianas radicales. Ahora, mi temor es que con los evangélicos pentecostales ganando fuerza en el Congreso, en el Senado y –eventualmente– en la Presidencia de la República, el Estado Laico pierda espacio.

Cuando fue ministra del Medio Ambiente en el gobierno de Lula, Marina se hacía asesorar (con dinero público) por un pastor evangélico que, todas las mañanas, realizaba cultos antes de comenzar el trabajo, obligando a los funcionarios a participar en ellos (conozco a alguien que trabajó allí en esa época). Fuera de eso, tengo la impresión que ella se comporta como si fuese una predestinada divina. Decir que “fue dios el que me impidió entrar en el avión” cuando la muerte de Eduardo Campos (candidato a la presidencia fallecido en un accidente aéreo) tiene un “Q” mesiánico que me desagrada sobremanera. En fin, Luis, son mis opiniones. Desde luego existen otras.

Sólo algo más: aunque estoy algo lejos de las ruedas del debate, noto que la gran prensa le ha dado mucho espacio a marina, en detrimento de Aécio Neves. Me parece que ella pasó a ser la candidata de las elites, apoyada por banqueros, etc. Aécio ya es conocido por ser ebrio y cocainómano (sin moralismo de mi parte en relación a beber alcohol) y eso pega mal en una sociedad conservadora como la brasileña. Él ha visto su nombre vinculado a personas que trafican drogas, usan dinero público en fraudes y, además, es un gran embarullador.”

No es ninguna sorpresa pues que el diario madrileño El País, refugio de “progresistas” como Felipe González y FHC, se entusiasme ante el próximo triunfo de Marina Silva, aun cuando el pobrerío no pasa por ser la inquietud predominante en un grupo empresarial más cerca de los rufianes de la banca:
“Marina Silva, icono ecologista, de las pocas políticas brasileñas no corruptas, aspira a ser la primera presidenta negra de su país. Por una pirueta del destino, está más cerca que nunca de conseguirlo. Conocida por su intransigencia con la vieja política, Silva cree que es posible conjugar crecimiento económico y justicia social. “El pragmatismo con los sueños”, ha dicho.”

Ya se verá, no siempre las elecciones son predeterminadas por la prensa obediente. El pueblo brasileño ya ha mostrado ser más inteligente de lo que creen quienes hacen sus fortunas encaramados en sus espaldas.

LUNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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3) La lulización de la izquierda latinoamericana
Tensiones del pos-neoliberalismo
Pablo Stefanoni* (Le Monde Diplomatique)

Después de más de una década de gobiernos populares –quince años en Venezuela y ocho en Bolivia y Ecuador– la “etapa heroica” de las izquierdas latinoamericanas en el poder ha quedado atrás. Hoy la crisis venezolana le ha dejado libre a Brasil el camino hacia el liderazgo regional con su exitoso modelo económico neodesarrollista.

Desde fines de los años 90, América Latina viene transitando lo que a falta de términos más precisos se ha definido como pos-neoliberalismo, y que el presidente ecuatoriano Rafael Correa denominó “cambio de época”. Se trata, sin duda, de una variedad de experiencias difícilmente reductibles a la extendida clasificación de las “dos izquierdas”. Este clivaje, que Álvaro Vargas Llosa sintetizó –apelando a metáforas maniqueas– como izquierdas vegetarianas (Chile, Brasil, Uruguay) contra izquierdas carnívoras (Venezuela, Bolivia, Ecuador) corre el riesgo de congelar imágenes demasiado acotadas de procesos atravesados por una gran diversidad de pliegues y ángulos de análisis –y tampoco capta las convergencias entre ambas orillas–.

Problemas similares encontramos con quienes, desde la izquierda radical, realizan la misma disección pero colocando del lado correcto a los gobiernos revolucionarios y del negativo a los reformistas. Que recientemente un largo artículo en The New York Times elogie la gestión macroeconómica de Evo Morales con el término “prudente” (1), que La Nación –“el diario de la oligarquía argentina”– titule un artículo “Bolivia da la nota” (2) o que el programa “Dinero” de la CNN le haya entregado la “medalla de oro” al país andino diciendo que “Bolivia está mejor desde 2005” (3) constituyen ilustrativas advertencias tanto para los antipopulistas furibundos como para quienes creen que en el bloque bolivariano se estaría transitando la salida del capitalismo. Lo mismo ocurre con el interesante proceso ecuatoriano, que combina transformaciones profundas –e incluso refundacionales– con un nacionalismo dolarizado.

En el análisis de las experiencias de las izquierdas en el poder no puede dejarse de lado el hecho de que esos gobiernos de cambio son precisamente pos-neoliberales porque, si bien buscan revertir los efectos de la “larga noche” del Consenso de Washington, se proponen recuperar el rol del Estado en sociedades profundamente modificadas por esas reformas estructurales y por el actual capitalismo globalizado, individualista y consumista que el italiano Raffaele Simone ha llamado “el monstruo amable” (4), y en general se busca evitar volver al viejo estatismo cuya crisis habilitó las privatizaciones.

En casos como Bolivia y Ecuador, los gobiernos populares han hecho del crecimiento y la estabilidad económica una de sus banderas. Por eso Evo Morales acumuló uno de los stocks de reservas internacionales más altos del mundo en relación al PIB, uno de los logros que precisamente resaltaban The New York Times y el Fondo Monetario Internacional (5). Esto, sin duda, distingue a estas dos naciones bolivarianas de Venezuela, donde parte de la complicada situación que atraviesa Nicolás Maduro se vincula a un manejo de la economía con fuertes tendencias redistributivas pero también derrochadoras y desinstitucionalizantes.

El fin del socialismo del siglo XXI

Después de más de una década del giro a la izquierda (quince años en Venezuela y ocho en Bolivia y Ecuador), la “etapa heroica” ha quedado atrás: se visualiza un amesetamiento de la integración antiliberal –por ejemplo en el caso de la Unasur (6)– y las izquierdas han perdido el monopolio de las banderas del cambio. Una nueva derecha, capaz de combinar populismo securitario, liberalismo cultural y una “cara social”, ha comenzado a desafiar al bloque pos-neoliberal en el terreno regional (por ejemplo, mediante la eficaz instalación simbólica de la Alianza del Pacífico como una mejor y más moderna alternativa para la región) y en los espacios nacionales: Sergio Massa y Mauricio Macri en Argentina, Henrique Capriles en Venezuela o Mauricio Rodas, quien acaba de ganarle al correísmo la alcaldía de Quito, en Ecuador.

Esto no significa que la izquierda no conserve posibilidades de ganar en varios países (Evo Morales, Dilma Rousseff y Tabaré Vázquez corren hoy con ventaja para ser reelegidos de manera consecutiva o con delay, y la propia Michelle Bachelet derrotó por amplio margen a la derecha en diciembre pasado). Pero lo que en algún momento se imaginó como un tránsito lineal a algún tipo de socialismo del siglo XXI estaba más ligado al hiperactivismo voluntarista de Hugo Chávez que a un consenso regional, y la crisis venezolana ha dejado el camino libre a un Brasil que promueve un capitalismo desarrollista muy vinculado a sus transnacionales.

Brasil juega a la vez el rol de “locomotora regional” y de subpotencia con sus propios intereses en el juego global. Parte de este rol se puede ver en el aumento de su influencia en Cuba, donde ha incrementado notablemente su presencia económica (y política) de la mano del aura de Lula. Si Fidel Castro era un estrecho aliado –político y emocional– de Chávez, no es sorprendente que los más fríos militares cubanos, que controlan los sectores estratégicos de la economía, y la élite tecnocrática “raulista” tengan más afinidad con los brasileños, aunque por el momento sigan dependiendo del petróleo venezolano (7). El diario El País, por ejemplo, informó que Lula llevó en uno de sus viajes a La Habana al llamado “rey de la soja”, el ex gobernador de Mato Grosso, Blairo Maggi, para enseñarles a los cubanos a producir la oleaginosa con mejor calidad (8).

Tampoco el ex sindicalista de San Pablo se privó de aconsejar –no sin una dosis de paternalismo– al presidente venezolano: “Maduro debería intentar disminuir el debate político para dedicarse enteramente a gobernar, establecer una política de coalición, construir un programa mínimo y disminuir la tensión” (9).

El consenso neodesarrollista

En todas partes, las izquierdas en el poder han combinado una ampliación de las fronteras extractivas con un despliegue de políticas sociales en el marco de un cierto consenso desarrollista. Ello ha generado una serie de conflictos ambientales (en Argentina, Perú, Ecuador, Brasil y Bolivia) y numerosos debates acerca de la reprimarización de las economías, la creciente influencia china, las infraestructuras y explotaciones en áreas protegidas (como el caso del TIPNIS en Bolivia y de Yasuní en Ecuador) y los problemas del extractivismo en la propia integración regional (10). En los casos argentino, brasileño y paraguayo se suma al debate la sojización, que desde hace años ha transformado profundamente la producción agraria y la vida rural, precisamente impulsada por la demanda asiática.

Pero este imaginario desarrollista no opera sólo en las grandes economías regionales. Rafael Correa viene de inaugurar, con lágrimas en los ojos, la Ciudad del Conocimiento Yachay (11). Concebida en su inicio con apoyo surcoreano, esta “ciudad” busca fomentar la economía del talento en estrecha alianza con varias empresas y centros de investigación del exterior. Evo Morales, con la misma emoción siguió desde China el lanzamiento del satélite boliviano Túpac Katari (TKSAT-1), en el que el Estado invirtió 300 millones de dólares; en una reciente entrevista nombró tres veces a Corea del Sur, a la que se mira con interés en Bolivia y Ecuador.

Frente a estas ilusiones desarrollistas, han surgido algunos discursos impugnadores con un peso político relativo. Una parte de ellos refiere a los conflictos socioambientales realmente existentes y busca deconstruir un “Consenso de los Commodities” que habría reemplazado al Consenso de Washington de los años 90 (12). Otra parte, no siempre en relación directa con la primera, enarbola el discurso del “buen vivir”, supuestamente vinculado a las cosmovisiones indígenas, pero que debido a su carácter demasiado genérico y “filosófico” carece de apoyo social significativo frente a la integración vía el consumo que predomina desde Brasil hasta Bolivia y genera la base social de los gobiernos progresistas.

Pero la duda de fondo es si estos países podrán superar la actual dependencia de las materias primas.

¿Progresistas o populares?

En el terreno ético-moral, los nuevos gobiernos se enfrentan a otra tensión: a menudo son más populares (y antiliberales) que progresistas. Si en Argentina el kirchnerismo mantiene su oposición a discutir el aborto, pero avanzó de manera inédita en los derechos de las diversidades sexuales, en el resto de la región las izquierdas en el poder se mostraron más cautelosas en la ampliación de los derechos civiles a este sector de la sociedad.

Un ejemplo es Rafael Correa. Aunque en diciembre de 2013 se reunió con colectivos LGBTI, en la primera cita de un mandatario ecuatoriano con ese sector, poco después lanzó un virulento alegato contra los “excesos de la ideología de género”. “De repente –dijo Correa– hay unos excesos, unos fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas. Ya no es igualdad de derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan mujeres y las mujeres hombres. ¡Ya basta!” (13). Fiel a su adhesión al catolicismo, amenazó con renunciar si proseguía la discusión sobre el aborto en su propio partido, donde varios dirigentes defienden la despenalización. A pesar de esto, desde fines de 2012 se promueve como política de Estado la píldora del día después en los hospitales públicos (14), dejando ver que todos estos procesos no se resumen solamente en las declaraciones de los líderes.

En Bolivia, Evo Morales llamó a silencio a los ministros y ministras que apoyaron la apertura del debate sobre la interrupción del embarazo. Y más recientemente, el Parlamento aprobó un nuevo Código del Niño y la Niña que establece que la vida comienza desde la concepción. Aunque en casos de violación se puede solicitar a la justicia una interrupción del embarazo, el Código introduce un nuevo candado para discutir el tema.

En cuanto a diversidad sexual, aunque se ha creado una Unidad de Despatriarcalización dependiente del Viceministerio de Descolonización, los avances han sido muy moderados. Sin duda, como decía una de las marchas del orgullo gay de los años 2000, “Bolivia es más diversa de lo que te contaron”, es decir, la diversidad no se agota en lo étnico-cultural. Pero el Código de Familias en proceso de modificación sigue estableciendo para matrimonios e incluso uniones de hecho el requisito de que los mismos sean entre un hombre y una mujer.

En el caso ecuatoriano, la nueva Constitución sí avala las uniones civiles: el artículo 68 reconoce “la unión estable y monogámica entre dos personas” sin especificar el sexo (15).

En Argentina, la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género, que permite cambiar de género en el documento de identidad con sólo presentarse en el registro civil, se ubican entre las normas más avanzadas del mundo en términos de reconocimiento de derechos. Significativamente, en lugar de quitarle votos al gobierno, esas decisiones dieron lugar a spots de campaña electoral. También el matrimonio igualitario se aprobó en Uruguay y en Brasil (pero por decisión judicial, no política).

Todo ello remite no obstante a la capacidad de movilización social: en muchos países es mucho más fuerte la convocatoria de los grupos católicos y evangélicos que la de los LGBTI (el tema de la expansión evangélica entre los sectores populares sigue siendo poco abordado por las izquierdas). Y a menudo las propias organizaciones LGBTI se encuentran divididas, actúan de manera autorreferencial –con fuertes divisiones faccionales– y la consigna de la lucha por el matrimonio igualitario genera divisiones internas, todo lo cual contribuye a fortalecer a las tendencias conservadoras al interior de los gobiernos (16).

Presente y futuro

Con luces y sombras, América Latina cambió en muchos sentidos, y las izquierdas contribuyeron a ello. Hoy, con la experiencia venezolana en crisis y sin capacidad de liderazgo regional, las supuestas “dos izquierdas” parecen converger en una: con tonalidades más lulistas, como ha observado Franklin Ramírez. De este modo, se apuesta a un modelo de crecimiento, regulaciones de los mercados y distribución (entre la inclusión y la ciudadanía asistida según los casos) (17). El pos-neoliberalismo tiende a uniformizarse en una vía menos antisistémica, con más o menos profundidad de acuerdo a las reformas estructurales que cada gobierno ha efectuado: por ejemplo Ecuador y Uruguay avanzaron en reformas impositivas ausentes en Argentina. Los acuerdos de Evo Morales con la burguesía de Santa Cruz pueden incluirse en esta tendencia. Y en cualquier caso, esta deriva lulista reduce los experimentos económicos “poscapitalistas” a un espacio marginal.

El hecho de que las nuevas derechas no tengan abiertamente en su agenda propuestas reprivatizadoras, y a veces incluso compitan con los gobiernos progresistas por las propuestas de mayor inclusión, más allá de la sinceridad con la que eso se exprese, da cuenta de un clima de época, que presenta nuevos escenarios y dificultades. Para las izquierdas nacional-populares, la posibilidad de derrota electoral está fuera de su horizonte. El problema para los partidos que se consideran la expresión indiscutida de la sustancia del pueblo es que “no pueden” perder, y ni siquiera pensar en abandonar transitoriamente el poder sin leer el retroceso como una contrarrevolución. En ese marco, cualquier medida institucional para asegurar la alternancia en el poder parece menor frente a las necesidades del pueblo o de la revolución.

Pero como las actuales revoluciones (“ciudadana” en Ecuador, “bolivariana” en Venezuela, “democrática y cultural” en Bolivia) fueron habilitadas por triunfos electorales, también los electores podrían quitarles el respaldo. Todo ello obliga a forzar reelecciones indefinidas. El propio Correa, después del traspié en las recientes elecciones locales, se mostró dispuesto a rever su decisión de no buscar otra reelección, aunque buena parte de la cúpula de Alianza País se ha pronunciado en contra.

En el caso de los gobiernos más reformistas, se buscó resolver la continuidad con mayor institucionalidad en los partidos y con reelecciones no consecutivas: Bachelet ya retornó al poder, Tabaré espera su turno y Lula funciona como reserva frente a cualquier traspié de Dilma y como posible candidato a futuro. Todo esto demuestra que incluso en las izquierdas partidarias más institucionalizadas no hay un nítido proceso de recambio de elites y que el peso de los líderes es enorme: para decirlo en pocas palabras, más lulismo que petismo.

En cualquier caso, las izquierdas enfrentan hoy el desafío de pensar nuevas agendas para profundizar los cambios: la referencia a la larga noche neoliberal resulta cada vez menos eficaz en la medida en que las generaciones más jóvenes no la vivieron y las otras comenzaron a olvidarla y a plantear demandas vinculadas a los nuevos problemas. Brasil vive precisamente esas tensiones, con un PT más estatalizado y anquilosado y una nueva generación que plantea nuevas reivindicaciones en relación al espacio público, la educación, el ambiente, el transporte o los gastos de la Copa del Mundo, en medio de una desaceleración de la economía.

En Bolivia, los nuevos sectores incluidos en el consumo pronto serán indígenas de una naturaleza diferente a los antiguos excluidos por el capital étnico de la blanquitud de la piel. El caso uruguayo merece aún más análisis, con su combinación de audaces medidas societales (legalización del aborto y de la marihuana) y políticas económicas más bien convencionales y pro-inversión extranjera.

En síntesis: a diferencia de los primeros años, donde la oposición era fácilmente asimilable al ancien régime neoliberal, hoy el destino de las izquierdas se juega en su creatividad, su apertura a las nuevas formas de hacer política y su capacidad para mantener la estabilidad y el crecimiento. Y no menos importante, en su habilidad para evitar que la bandera del cambio les sea arrebatada por una derecha posmoderna con nuevas caras, discursos renovados y candidatos más jóvenes y más entrenados para desplegar sus campañas en los escenarios pos-neoliberales pavimentados por las propias izquierdas.

1. William Neuman, “Turnabout in Bolivia as Economy Rises From Instability”, The New York Times, 16-2-14.
2. “Bolivia da la nota: ya es uno de los países más pujantes de la región”, La Nación, 13-4-14.
3. /www.economiayfinanzas.gob.bo/
4. José Fernández Vega, “El monstruo amable. Nuevas visiones sobre la derecha y la izquierda”, Nueva Sociedad, Nº 244, marzo-abril de 2013.
5. Las reservas internacionales ya superan el 50% del PIB.
6. Véase Nicolás Comini y Alejandro Frenkel, “Una Unasur de baja intensidad. Modelos en pugna y desaceleración del proceso”, Nueva Sociedad, Nº 250, marzo-abril de 2014.
7. “Necesitamos reducir el papel del Estado en la sociedad, y no soy del Tea Party por decir eso”, señaló hace poco un ex diplomático, y aún consejero del gobierno.
8. “El sueño secreto de Lula con Cuba”, El País, 6-3-14.
9. El Universal, Caracas, 8-4-14.
10. Eduardo Gudynas, “Izquierda y progresismo: Dos actitudes ante el mundo”, El Desacuerdo, La Paz, 17-4-14.
11. “Ecuador inaugura su ‘Silicon Valley’”, El País, 6-4-14.
12. Maristella Svampa, “‘Consenso de los Commodities’ y lenguajes de valoración en América Latina”, Nueva Sociedad, Nº 244, marzo-abril de 2013.
13. Noticias eclesiales, 11-1-14, http://www.eclesiales.org/noticia.php?id=002097
14. “Ministerio de Salud de Ecuador entregará la pastilla del día después de forma gratuita”, El Universo, Quito, 26-3-13.
15. “Doce parejas homosexuales legalizaron su unión de hecho en Ecuador”, Sentido G, 2-7-10.
16. Sobre las estrategias en la lucha de las organizaciones LGBTI y las tensiones al interior de los movimientos, ver: Bruno Bimbi, Matrimonio igualitario, Planeta, Buenos Aires, 2010.
17. Franklin Ramírez, “La confluencia post-neoliberal”, mimeo, Quito, 2014.

* Jefe de Redacción de la revista Nueva Sociedad.

LUNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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4) Estrategia de Obama contra el Estado Islámico no convence en EEUU
Jim Lobe (IPS)

La estrategia del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para “degradar, y en última instancia destruir,” al extremista Estado Islámico (EI) fue recibida con el escepticismo generalizado de legisladores y expertos en Medio Oriente de este país. Si bien se espera que el Congreso legislativo acepte, aunque no lo autorice formalmente, el plan que Obama esbozó en un discurso televisado la noche del miércoles 10, legisladores del gobernante Partido Demócrata y del opositor Partido Republicano no escatimaron sus objeciones.

“El presidente presentó un caso convincente a favor de la acción, pero aún quedan muchas preguntas relativas a la manera en que pretende actuar”, opinó el presidente de la Cámara de Diputados, el republicano John Boehner. En su discurso, Obama adoptó un tono decidido y confiado que le granjeó elogios, incluso de republicanos como Boehner. Pero no es ningún secreto que el presidente, que pretende que la salida de Washington de las guerras de Medio Oriente sea un legado de su administración, se resistió de manera constante a la presión para que Estados Unidos incremente su presencia militar en la región.

Obama anunció que reforzará el apoyo de Estados Unidos al ejército de Iraq y los combatientes kurdos llamados peshmergas con más entrenamiento, inteligencia y equipos y que enviará a 475 militares estadounidenses, que se sumarán a los más de 1.000 que están en el territorio desde que el EI, antes conocido como ISIS, avanzó por gran parte del norte y el centro de Iraq en junio. Al mismo tiempo, prometió que la campaña “no implicará que tropas de combate estadounidenses luchen en suelo extranjero”.

Estados Unidos llevará a cabo ataques aéreos contra objetivos del EI “dondequiera que existan”, no solo en Iraq, sino también en Siria, añadió Obama. Indicó que Washington está reuniendo a “una amplia coalición de socios”, que incluye a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los Estados del Golfo gobernados por sunitas, Jordania y Líbano. Estos gobiernos prometieron su apoyo a la campaña contra el EI y al nuevo gobierno del primer ministro iraquí, Haider al Abadi, durante una reunión el jueves con el secretario de Estado John Kerry en la ciudad saudita de Yeda.

Obama también le pidió al Congreso que apruebe rápidamente una solicitud pendiente por 500 millones de dólares para entrenar y equipar a la insurgencia siria que lucha contra el gobierno de Bashar al Assad y el EI. Arabia Saudita, que apoya a diversas facciones insurgentes en su lucha contra el presidente sirio, aceptó albergar campos de entrenamiento para estos rebeldes “moderados”, según funcionarios de Washington.

Esta “estrategia antiterrorista integral y sostenida”, que Obama comparó con las operaciones de Washington en Yemen y Somalia, “erradicará un cáncer como” es el EI, dijo Obama. Aunque el plan presidencial obtuvo la cautelosa aprobación de la mayoría de los legisladores, muchos sostienen que el mismo generó tantas interrogantes como respuestas, entre ellas si Obama tiene la autoridad legal para ordenar ataques contra el EI, especialmente en Siria, sin la autorización expresa del Congreso.

Al mismo tiempo, los partidarios de la intervención militar se preguntaron si la estrategia, sobre todo la promesa de Obama de no enviar fuerzas de combate, será suficiente para alcanzar sus metas. “La ‘estrategia’ de Obama no tiene ninguna posibilidad de éxito”, escribieron Frederick y Kimberly Kagan, respectivamente del neoconservador American Enterprise Institute (AEI) y del Instituto para el Estudio de la Guerra, en el sitio digital de la revista Weekly Standard.

Los dos académicos, que ayudaron a diseñar la operación del gobierno de George W. Bush (2001-2009) para frenar el conflicto entre sunitas y chiitas en Iraq en 2007, argumentaron que una estrategia antiterrorista no funcionaría contra una insurgencia consolidada, como lo es el EI. “Es tremendamente difícil desarrollar una estrategia sólida cuando se comienza por un diagnóstico erróneo del problema”, escribieron. Frederick Kagan argumenta que, solo en Iraq, se necesita la presencia de 10.000 a 15.000 soldados estadounidenses.

Pero otros discrepan. “Más tropas estadounidenses en el terreno es, precisamente, lo que quiere” el líder del EI, Abu Bakr “Al Baghdadi”, afirmó a IPS el coronel retirado Lawrence Wilkerson, jefe del Estado mayor durante la gestión del exsecretario de Estado Colin Powell (2001-2005). “Un ambiente rico en blancos es lo que quieren, y en su área”, añadió.

“Si los iraquíes y otros no están dispuestos a derrotar las fuerzas” del EI, “entonces la potencia aérea de Estados Unidos y sus aliados, algún consejo sobre el terreno y la asistencia de la inteligencia deben alcanzar para hacerlo”, sostuvo. El EI “no mide tres metros de altura, ni siquiera uno, aunque el bombo mediático diga lo contrario”, aseguró Wilkerson. Vencer al EI en Iraq dependerá en gran medida de si Abadi cumple su promesa y comparte el poder con los árabes sunitas para integrarlos plenamente a una nueva estructura de seguridad, según expertos en la región.

“Cien años de guerra… han demostrado que la potencia aérea solo puede tener éxito si la fuerza terrestre está lista para aprovechar los ataques aéreos y tomar y ocupar físicamente el territorio”, señaló Wayne White, ex funcionario de inteligencia del Departamento de Estado y actual integrante del Instituto de Medio Oriente.

“El presidente no ignora esta máxima, de ahí su papel en el derrocamiento del detestable” exprimer ministro Nouri al “Maliki y la necesidad de un nuevo gobierno en Bagdad que sea inclusivo de forma creíble y que puede reavivar al ejército iraquí”, escribió por correo electrónico. “La pregunta del millón es si el gobierno aparentemente mediocre de Abadi puede alejar a suficientes” tribus árabes y cuadros sunitas del movimiento Despertar “del apoyo activo y pasivo que brindan al EI”, agregó White.

“Solo una fuerza árabe sunita de magnitud y desde dentro podría lograr un avance considerable, junto con los ataques aéreos, para despegar al EI de sus baluartes clave”, dijo. Aunque la estrategia en Iraq prospere, atacar al EI en Siria será mucho más difícil porque las facciones rebeldes que los países occidentales respaldan son “mucho más débiles que hace dos años”, según el exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Michael Morrell.

Su opinión es compartida por la mayoría de los expertos de la región, algunos de los cuales, como el exembajador en Iraq, Ryan Crocker, sostienen que hay que cooperar con Assad como el mal menor, algo que Washington parece rechazar. El discurso de Obama “deja importantes preguntas sin responder sobre Siria”, dijo Paul Pillar, antiguo analista de la CIA. “Si se va a expulsar al EI, ¿quién llenará ese vacío? Si es el régimen de Assad, ¿cómo encaja eso con la continua oposición de Estados Unidos a ese régimen? Si ha de ser alguien más, ¿cómo encaja eso con la persistente falta de unidad, fuerza y credibilidad de la llamada oposición moderada?”, se preguntó.

Editado por Kitty Stapp / Traducido por Álvaro Queiruga

LUNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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5) El nuevo modelo para Gaza
Lev Grinberg (Ynet)
Traducido del hebreo para Rebelión por J. M.

Divide y vencerás, el modelo construido por Ariel Sharon para Gaza se derrumbó y no hay una solución militar. ¿Hay alguien en el liderazgo que tendrá el poder, la autoridad y el coraje para liderar un proceso político?

El Gobierno israelí puso al ejército y al país en su conjunto en una complicación que no tiene parangón desde la desconexión. La razón de esto es la falta de comprensión del modelo que para el control de Gaza construyó Sharon en 2004 y que ha llegado a su fin. El modelo se basa en bloqueo aéreo y marítimo, el bloqueo de los cruces terrestres hacia la Franja, además de los suministros subterráneos de bienes a través de túneles.

El presidente egipcio, al-Sisi cambió el juego por el cierre de los túneles, su lucha en el país contra la Hermandad Musulmana, y empujó a los palestinos a prepararse para el nuevo gobierno político de consenso nacional. La pregunta es: ¿cómo conseguir ajustarse la política israelí a las nuevas circunstancias?

Sharon creó un modelo que permitió una situación relativamente estable entre 2005 y 2014, a pesar de los altos precios de las «rondas» violentas. El modelo se basa en el principio de control más antiguo: divide y vencerás. Separar Cisjordania y Gaza entre Hamás y la Autoridad Palestina. Sharon se dio cuenta de que el ejército no puede detener el fuego de mortero y descubrir los túneles de contrabando, y tampoco absorber el exceso de pérdidas debidas a la fricción diaria con la población civil y la falta de legitimidad del uso de la fuerza contra ella. La retirada unilateral fue un movimiento táctico exitoso a este respecto, diseñado para reducir la cantidad de pérdidas israelíes y legitimar el uso de la fuerza contra civiles palestinos por razones de defensa propia.

Pero había también un objetivo político a largo plazo, la prevención de la presión internacional para el establecimiento de un Estado palestino como se había prometido en la hoja de ruta del presidente Bush. Para evitar el proceso político era necesario salir unilateralmente, o el hecho mismo de la salida requeriría negociaciones con la Autoridad Palestina para regular las cuestiones básicas como las medidas de seguridad, la apertura de los pasos fronterizos y su supervisión, y los acuerdos económicos bilaterales. Tal medida requeriría unir Cisjordania a la Franja de Gaza, económica, política y socialmente, que es lo opuesto al pensamiento «divide y vencerás».

Quien no estába contento con la salida unilateral era, por supuesto, el ejército que consideró en esto una dificultad para su capacidad de disuasión. En marzo de 2004 salieron públicamente en contra de la retirada unilateral el Jefe de Estado Mayor Moshe (Bogie) Yaalon y el jefe del Shin Bet, Avi Dichter, diciendo que traería «viento de cola» para el terrorismo y fortalecería la relación de Hamás con la Autoridad Palestina. Estaban en lo cierto, por supuesto, pero Sharon no dudó, los despidió y nombró en su lugar a Dan Halutz y Yuval Diskin.

A los ejércitos no les gustan las retiradas unilaterales si no es según un acuerdo que asegure la estabilidad de la misma. Desde la retirada, el ejército cayó en una situación indeseable, por decir lo menos: la legitimidad del uso de la fuerza está creciendo, tiene el respaldo internacional, pero no tiene capacidad para tomar decisiones y su prestigio, minado. Internacionalmente criticado por el número de inocentes muertos, y para los israelíes a causa de su incapacidad de ganar. Desde que Sharon desapareció, nadie examina las motivaciones y la lógica política del modelo, y sólo requiere a los militares para investigar los aspectos militares después de las «rondas».

En Israel están exigiendo que se investiguen las fallas de desempeño (véase Comisión Winograd), y en el mundo se investigan los crímenes de guerra (véase Comisión Goldstone). Ya desde el comienzo de la operación Margen Protector, el ejército estuvo bajo una doble crítica, tanto dentro como fuera. Pero el problema es político: el colapso del modelo de control que acarreó las crecientes complicaciones políticas y militares.

El modelo se ha agotado y se ha creado una dinámica de cambio. Tras el cierre del túnel por Al Sisi, Hamás tenía que conectarse a la Autoridad Palestina, socavó el modelo divide y vencerás y Netanyahu salió a la confrontación para preservar el modelo que había colapsado.

El colapso del modelo produjo una dinámica de cambio. Sin los túneles, los habitantes de Gaza necesitan otra conexión con el mundo. El desafío político israelí es cómo construir un nuevo modelo al mismo tiempo que mantiene conversaciones con el liderazgo palestino en su conjunto. Al parecer, en el estado maltrecho de la plana mayor el ejército israelí no se atreverá a decir lo que dijo el jefe de Estado Mayor Dan Shomron cuando en 1967 colapsó de modelo de control (la primera Intifada). No se atreverá a explicar a la opinión pública que no existe una solución militar, sólo una solución política.

El problema es que en la situación de la política israelí, no está claro quién tendrá el poder, la autoridad y el coraje para un proceso político. Mientras no se encuentre un modelo nuevo para gestionar las relaciones con los palestinos, continuarán desplegándose las complicaciones y la sociedad pierde la fe en la capacidad de la elite militar y política para hacer frente a la realidad.

LUNES 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera queen general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. -Carlos Marx
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