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MAQUIAVELO ERA OTRA COSA

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NOTICIAS Y PENSAMIENTOS

COMCOSUR AL DÍA – AÑO 14 – Nº 1959

Viernes 27 de Diciembre de 2013

Producción: Andrés Capelán

Coordinación: Carlos Casares

COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR

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HOY:

MAQUIAVELO A 500 AÑOS DE LA EDICIÓN DE “EL PRÍNCIPE”

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«Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza.

Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, que hay oportunidades

para cambiar las cosas, entonces hay una posibilidad de que puedas

contribuir para hacer un mundo mejor. Esa es tu alternativa».

Noam Chomsky

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MAQUIAVELO ERA OTRA COSA

Agustín Courtoisie (El País Cultural)

«El príncipe» cumple 500

A cinco siglos de la primera versión todavía se discute acerca de
las intenciones del autor

No parece buen negocio soñar con un cargo político y recibir dos
botellas de vino. Pero ése fue el obsequio que Lorenzo II de Médici
envió al florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) a cambio de la
versión manuscrita de El príncipe. Tratándose de un nieto de
Lorenzo El Magnífico, la recompensa parece algo modesta.

A cinco siglos de la primera versión de El príncipe (1513) todavía
se discute acerca de las verdaderas intenciones de su autor al
dedicarlo a un Médici, conociendo el paño. Hombre de letras,
político, diplomático, Nicolás Maquiavelo quizás quería
recomponer su imagen frente a los tiempos turbulentos que le tocó
vivir y que podrían haberla dañado.

En los primeros años del siglo XVI, los sectores populares de
Florencia habían procurado reformar las leyes para consolidar su
poder, inspirándose en Venecia. Maquiavelo simpatizaba con ellos,
pero la aristocracia se agrupó alrededor de los Médici y el gobierno
popular florentino fue derrotado en 1512. Precisamente un año antes
del manuscrito pleno de sabios consejos que Lorenzo II respondió con
dos botellas de vino.

Después de aquellos procesos políticos adversos, donde incluso
sufrió prisión y tortura, Maquiavelo en su retiro obligado no
solamente escribió El príncipe. Liberado por falta de pruebas y tras
pagar una multa, el tiempo del destierro lo convirtió también en el
autor de otra obra maestra, imprescindible para comprenderlo de modo
cabal: Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1512-1517).
Además, aunque es probable que los Médici desconfiaran de él, le
encargaron la redacción de una Historia de Florencia (1520-1525). Si
al entregar a Lorenzo II un manual práctico para preservar el poder,
el objetivo era realmente volver a la cancillería, Maquiavelo no lo
logró. Pero dejó una talentosa obra, pionera de la ciencia
política, que parece escrita con criterios actuales.

MUCHOS DABAN CONSEJOS

La obra popularizada como El príncipe fue escrita en italiano fluido,
sin ornamentos retóricos. En realidad, también fue bautizada por
Maquiavelo como De principatibus («De los principados») y consta de
veintiséis capítulos, titulados en latín. Su autor no sospechó
jamás la difusión de la que gozaría y nunca llegó a verla impresa.
Porque se publicó recién en 1532, poco después de su muerte. Esa
obra y otras formidables, además de los Discursos…, como El arte de
la guerra, condensaban la experiencia y las reflexiones de toda una
vida.

Hijo de un jurista y una familia bien vinculada, desde muy joven
respiró los aires del humanismo y las incipientes burocracias
administrativas. En 1498, con menos de treinta años, ocupa un cargo
en la cancillería de la república florentina e integra misiones
diplomáticas de relevancia. En ellas conoce papas, reyes y
emperadores. Toma contacto con personajes como César Borgia, que
quizás inspiró algunas de sus reflexiones.

Tres años después se casa con Marietta Corsini y conciben una
dilatada prole. Señala una estudiosa del autor, Ana Martínez
Arancón, que nuevas misiones le permiten conocer al papa Julio II. De
ese encuentro poco grato para Maquiavelo, se nutren en buena parte las
encendidas páginas de sus Discursos… en contra de la Iglesia
Romana, como la principal culpable de que Italia no estuviese
unificada y firme ante cualquier amenaza extranjera.

En el prólogo de una de las más recientes traducciones de El
príncipe, Emilio Blanco recuerda que las obras de corta extensión
dedicadas a un personaje poderoso constituyen todo un género. Grandes
nombres de la época practicaban variantes del mismo género, o se
aproximaban a la cuestión política con diversos estilos. Por
ejemplo, y más allá de la coincidencia curiosa, importa recordar que
la Instrucción del príncipe cristiano de Erasmo de Rotterdam se
presenta al príncipe Carlos, en el mismo año 1516 de publicación de
la Utopía de Tomás Moro. Sin embargo, la posteridad ha reservado
para Erasmo y Tomás Moro un sitial de respeto y privilegio. En
cambio, la herencia de Maquiavelo parece tan plural como equívoca:
faltar a la palabra dada, recurrir sin temor a las armas, engañar
sutilmente, conquistar y consolidar el poder sin importar los medios,
serían algunos de sus consejos. Y separar la moral de la política, o
apartar las reflexiones valorativas de las ciencias sociales, serían
prácticas que también, al menos en parte, estarían inspiradas en El
príncipe.

Por eso este aniversario hace muy pertinente, en primer término,
discutir algunos presupuestos básicos del autor, que el tiempo ha
exagerado o distorsionado. En segundo término, es esencial indagar en
qué sentido pueden ser letales las sobredosis de maquiavelismo
incluso para los «príncipes», si hasta ellos no pueden abandonar por
completo los principios, por motivos que el propio Maquiavelo explica.
En esta instancia quizás sea oportuno acercar algunos ejemplos
contemporáneos que por momentos parecen seguir literalmente los
consejos del florentino y en ocasiones distanciarse del grado o del
justo punto en que el autor de El príncipe los formulaba.

LA SABIDURÍA DEL MUNDO

En su introducción a los Discursos sobre la primera década de Tito
Livio, Ana Martínez Arancón menciona un sueño que Maquiavelo tuvo
poco antes de morir. Una multitud alborotada de mendigos y otro seres
harapientos se tropezaron con él y Maquiavelo les preguntó quiénes
eran. «Los bienaventurados del paraíso», le respondió una voz
misteriosa. «Está escrito que los pobres heredarán el reino de los
cielos». Luego Maquiavelo siguió caminando y se encontró con un
grupo de elegantes caballeros, de maneras amables, que discutían muy
animadamente sobre cuestiones políticas. Entre ellos estaban Platón,
Tácito y otros sabios de la antigüedad. La voz misteriosa se
escuchó de nuevo, esta vez para informarle que aquellos eran los
condenados del infierno. Porque también está escrito que «la
sabiduría del mundo es enemiga de Dios».

Al contar el sueño a sus amigos, Maquiavelo confesó que prefería
estar en el segundo grupo. La anécdota, no exenta de cierto humor,
recuerda el mito bíblico del árbol del bien y del mal. El alma se
pierde si se opta por el conocimiento. Todo apunta al mismo circuito
de ideas: Maquiavelo aplicó un cauto distanciamiento para comprender
lo político. Percibió con crudo realismo la estructura y la
fisiología del poder, el de su tiempo y el de todas las épocas. Pero
eso no significa que no haya tenido conciencia de la necesidad de
tomar en cuenta ciertos matices y ciertos límites en el ejercicio de
gobernar. Quedarse en la anécdota es cómico pero ya se ha insistido
demasiado en su imagen de Anticristo cool y en la extraña complicidad
actual que generan algunos de sus consejos. Maquiavelo además era
otra cosa, distinta de su propio mito. Todo se juega en los matices,
so pena de incurrir en una suerte de maquiavelismo degradado,
caricaturesco.

Los conceptos de «fortuna» y «virtud» son un buen ejemplo de su gusto
por el equilibrio. En el capítulo XXV de El príncipe dice: «Creo que
puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestras
acciones, pero también que nos deja controlar la otra mitad, o casi».
La fortuna es igual que un río caudaloso ante el cual nada puede
hacerse una vez que se ha desbordado. Por su parte, la «virtud», cuyo
sentido siempre es político, induce a tomar en el momento adecuado
las decisiones. En tiempos tranquilos los hombres pueden prepararse
construyendo diques y canales, para anticipar los desbordes provocados
por lluvias intensas: «Con la fortuna sucede lo mismo, que demuestra
su poder donde no se ha dispuesto la virtud para resistirla». Hacer
las cosas a su tiempo, he ahí un buen consejo político.
Maquiavélico pero en un buen sentido del término.

Otro concepto relevante es la convicción profunda de Maquiavelo de
que se puede aprender mucho de la historia, sobre todo cuando es
historia antigua. No era ningún «relativista cultural» como hoy
podría pensarse, cometiendo un flagrante anacronismo propio de
lecturas apresuradas. En los Discursos… establece con toda claridad
que la sustancia de lo humano es permanente: «Se ve fácilmente, si se
consideran las cosas presentes y las antiguas, que todas las ciudades
y todos los pueblos tienen los mismo deseos y los mismos humores, y
así ha sido siempre. De modo que, a quien examina diligentemente las
cosas pasadas, le es fácil prever las futuras de cualquier
república, y aplicar los remedios empleados por los antiguos, o, si
no encuentra ninguno usado por ellos, pensar unos nuevos teniendo en
cuenta la similitud de circunstancias». Desaprovechar esa experiencia
de siglos sería de locos, no de políticos prudentes, como pedía
Maquiavelo.

ÉTICA Y POLÍTICA

No es que toda su fama sea puro cuento. Maquiavelo hizo méritos
también para recibir parte de lo que se le endilga. Por ejemplo, en
el capítulo III de El príncipe, cuando señala que «hay que tratar a
los hombres o bien mimosamente, o bien aniquilarlos, porque se vengan
de las ofensas pequeñas, ya que de las grandes no pueden». O en el
capítulo VI, cuando muy suelto de cuerpo sostiene: «Es necesario, si
el príncipe se quiere mantener en el poder, aprender a poder no ser
bueno, y hacerlo o no según la necesidad». En el capítulo XVI asoma
su racionalidad instrumental: «El príncipe no debe preocuparse de la
reputación de cruel para tener unidos a sus súbditos y mantenerlos
fieles; porque con poquísimos ejemplos será más piadoso que
aquellos que a causa de la excesiva compasión dejan que los
disturbios continúen».

En cuanto al capítulo XVIII, impresiona como un asesor contemporáneo
de marketing político: «Los hombres por lo general juzgan más a
través de los ojos. Cualquiera ve lo que pareces, pero pocos se dan
cuenta de lo que eres realmente». El colmo está en el consejo del
capítulo XVIII: «Cuántas paces y cuántas promesas se han convertido
en aire y en vanas por la deslealtad de los príncipes. Y cómo el que
ha sabido imitar mejor a la zorra ha tenido mejor éxito». Sin
embargo, el maquiavelismo no recomienda nunca al malvado obvio de las
películas, al violento impulsivo, sino a alguien elegante. Por eso
aquella frase se completa de este modo: «Pero también hace falta
saber enmascarar esta condición , y ser un gran
simulador y disimulador. El que engaña siempre encontrará a otro que
se deje engañar». En realidad el uso político de la mentira ya
había sido reivindicado en forma expresa por Platón en La
República. Esta parece ser una constante histórica de quienes
procuran consolidar su poder para gobernar.

Aún así, si se trata de no perder las justas proporciones de su
perspectiva, corresponde desglosar algunos equívocos. Por ejemplo,
evaluar si la regla ética del menor mal, o ciertas dosis de frialdad
para pensar en el desorden y administrarlo, no poseen algún grado de
legitimidad. Si recordamos la célebre conferencia de Max Weber sobre
la vocación política (Politik als Beruf, 1919), podría afirmarse
que, en algún sentido, la «ética de la responsabilidad», imaginativa
respecto de las consecuencias de las acciones, es tan «ética» como la
«ética de la convicción», que pretende aplicar a rajatabla los
principios, sin importar lo que suceda después. Y que la ética no
consiste solamente en la distinción teórica entre el bien y el mal
en estado puro sino en la reflexión situada dentro de una
experiencia, que orienta a decidir entre el mal mayor y el mal menor,
en circunstancias bien concretas.

Por otra parte, a menudo se sostiene que debe separarse toda
consideración moral de un asunto que se procura comprender de modo
riguroso. En el caso de la ciencia política, o la historia, eso
también es cierto, pero una vez entendido cómo funciona algo, ese
saber sobre el mundo puede ser usado o no de modo ético. Lo llamativo
es que fue el propio Maquiavelo quien argumentó en favor de esta
postura. Basta consultar sus Discursos…, en el capítulo titulado
«De cuántas clases son las repúblicas y de qué clase fue la
república romana», para advertir la manera sutil en que atribuye un
origen político al «conocimiento de las cosas honestas y buenas y de
su diferencia de las perniciosas y malas».

Maquiavelo anhelaba una Italia unida. El mejor sistema de gobierno por
momentos se le antojaba como una combinación de república con un
príncipe a la cabeza. Algunos especialistas, como Quentin Skinner,
han enfatizado esa dimensión auténticamente republicana, de respeto
por el pueblo y sus representantes, por parte del florentino. El
capítulo XXVI es una encendida «Exhortación a acometer la defensa de
Italia y a liberarla de los bárbaros». Ese último capítulo es tan
diferente del resto que parece culminar otro libro. No calza del todo
con el autor de los capítulos anteriores, tan diestro en el bisturí
analítico de la política de todos los tiempos. El lenguaje es
valorativo y moral, desde el comienzo hasta el fin.

Por ejemplo, cuando glosa de este modo a su historiador de cabecera,
Tito Livio: «Es justa la guerra para quienes la necesitan, y las armas
son piadosas cuando no queda otra esperanza». Los sustantivos del
tramo final de El príncipe, al imaginar el recibimiento del futuro
redentor de Italia, poseen en su mayoría una profunda índole moral:
«amor», «venganza», «lealtad», «piedad», «lágrimas».El autor apela a
ciertos versos de Petrarca, en lenguaje saturado de referencias
morales: «La virtud contra el furor/ empuñará las armas y hará el
combate breve,/ porque el antiguo valor/ en corazón itálico nunca
muere». Maquiavelo era otra cosa que esa leyenda tonta que reduce al
cinismo su pensamiento político.

EL TEMPLO DE PIEDRA

Si el presente puede ser iluminado por el pasado, como bien sabía
Maquiavelo, el pasado a veces puede ser mejor comprendido si se lo
compara cuidadosamente con el presente. De ahí que quizás ayude
señalar unos pocos ejemplos de la política contemporánea que
suscitan perplejidad y parecen asociarse de modo algo enigmático con
las recomendaciones de Maquiavelo, hechas en el siglo XVI.

La pertinencia del enfoque puede demostrarse andando. Los ejemplos
podrían surgir de todas partes, a condición de que se respeten los
matices. Por ejemplo, Ulrich Beck ha analizado las actitudes
políticas de su país en un artículo titulado «Angela Merkel, nuevo
Maquiavelo», donde afirma que «cuando se plantea el tema de saber de
dónde saca Angela Merkel tanto poder, es imposible no remitirse a una
de las características que definen su manera de proceder: una
habilidad maquiavélica» (Le Monde, 12-11-2012).

En cambio, si se retrocede hasta el 11/M en España, se recordarán
los atentados perpetrados en Madrid. No se trata de maquiavelismo, o
lo es, pero de un modo degradado: en tres días, la mentira de José
María Aznar al atribuir a ETA acciones que se debían al terrorismo
islámico, le llevaron a perder unas elecciones que parecían ganadas.
Una versión que contradice toda la prensa extranjera, en un mundo
globalizado, ofende la inteligencia. Maquiavelo hubiera sugerido algo
menos obvio.

Otro caso de falso maquiavelismo: Argentina, 2006. Bajo el gobierno de
Néstor Kirchner, durante la intervención del Instituto de
Estadística y Censo (INDEC) Guillermo Moreno intenta que los
responsables de calcular el Índice de Precios al Consumo le entreguen
las direcciones de los comercios que integran el muestreo. El
propósito era presionar a los comercios para que bajasen los precios.
En INDEC. Historia íntima de una estafa el periodista Gustavo Noriega
resume la ingenuidad de fondo: «Es como tomarse la fiebre poniéndose
el termómetro en la axila pero enfriando previamente esa zona: la
temperatura axilar no va a representar cabalmente la temperatura
corporal».

Reflexionar mínimamente sobre estos casos induce a considerar en qué
sentido son letales las sobredosis de maquiavelismo incluso para los
«príncipes», si hasta ellos no pueden abandonar por completo los
principios. Para mantenerse dentro de la identidad maquiavélica es
preciso respetar ciertos límites, dosificar los medios «irregulares»,
no abusar de las medidas extremas. Más sucesos políticos actuales
podrían arrojar una sugestiva luz acerca del valor de las
perspectivas involucradas.

En el capítulo XVII, Maquiavelo afirma que «el príncipe no debe
preocuparse de la reputación de cruel para tener unidos a sus
súbditos y mantenerlos fieles». Si comparamos al autor con sus nunca
imaginados discípulos recordemos la documentada obra de Telma Luzzani
Territorios vigilados, donde se recuerda que cuando George Bush
(padre) decidió derrocar a Noriega, ordenó en 1989 un «despliegue
bélico sobredimensionado» y «la invasión dejó unos 5.000 civiles
panameños muertos». Sin embargo, debe agregarse un matiz que brinda
Maquiavelo, que deberían tomar en cuenta quienes se creen muy listos.
Según el autor, el príncipe debe proceder «atemperado con la
prudencia y la humanidad». Aunque es preferible ser temido a ser
amado, también es menester «ser temido pero no odiado» y no parece
ser el caso, si los muertos por el secuestro de Noriega superan los de
las Torres Gemelas.

Invadir Irak como hizo Estados Unidos (2003) ignorando a la ONU y
aducir armas de destrucción masiva que jamás existieron, son
ejemplos de maldad ingenua en el fondo, pero jamás de lucidez
maquiavélica. Tampoco parece nada «atemperada por la prudencia» la
absurda crueldad de suprimir dos ciudades enteras como Hiroshima y
Nagasaki (1945), legando a los descendientes de quienes sobrevivieron
horrendas mutaciones debidas a la radiación.

Múltiples episodios de dos grandes naciones como China y Rusia
resultan también muy afines a la atmósfera cínica de El príncipe,
desde la violenta Revolución Cultural iniciada en 1966 o la masacre
de estudiantes en la Plaza de Tiananmen (1989), hasta las purgas
estalinistas de finales de la década de 1930 o el asesinato de la
valerosa periodista Anna Politkóvskaya en Moscú (2006). Pero se
trata de brutalidades tan obvias, que resultan muy ajenas al espíritu
discreto que animaba al autor florentino. Maquiavelo era otra cosa.
Las potencias que ignoran sus consejos, incurren en lo que han
contribuido a revelar Julian Assange y Edward Snowden acerca de
espionaje local y global, u otros métodos usados por los Estados
Unidos, dentro y fuera de sus fronteras. Para evitar las sobredosis de
maquiavelismo, según el propio Maquiavelo, «la mejor fortaleza que
existe es la de no ser odiado por el pueblo».

Nada expresa mejor ese espíritu que la serie House of Cards(2013). El
relato se centra en un congresista ambicioso, encarnado por Kevin
Spacey, que procura manipular los oscuros hilos del poder en
Washington. En uno de los episodios, luego del encuentro con un
cabildero, Spacey deja esta frase memorable: «Qué desperdicio de
talento. Eligió el dinero por sobre el poder. En esta ciudad es un
error que cometen casi todos. El dinero es una mansión en Sarasota
que empieza a desmoronarse luego de 10 años. El poder es un antiguo
edificio de piedra de esos que duran siglos. No puedo respetar a
alguien que no vea la diferencia».

EL PRÍNCIPE, de Nicolás Maquiavelo. Traducción y prólogo de Emilio
Blanco. Incluye los Capitoli. Editorial Ariel, 2013. Buenos Aires, 200
págs.

COMCOSUR AL DÍA / VIERNES 27 DE DICIEMBRE DE 2013

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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que

niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo

hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese

monopolio es central.” Emir Sader

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Las opiniones vertidas en las distintas notas que integran este
boletín,

no reflejan necesariamente la posición que podría tener Comcosur
sobre

los temas en cuestión.

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