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PASIONES E INTERESES

POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL
REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS
AÑO 14 – Nº 681 / Lunes 28 de Julio de 2014
Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
Apoyo técnico: Carlos Dárdano
COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR
1994 – 19 de junio – 2014
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HOY:

1) Lo urbano y el Estado en el marco de la transformación global del
capitalismo

2) El Sur solo recibe las migajas del comercio mundial

3) Thomas Piketty y las desigualdades socio-económicas

4) El capitalismo, ese invento soviético

5) Pasiones e intereses
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que
niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo
hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese
monopolio es central.”
Emir Sader
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1) Lo urbano y el Estado en el marco de la transformación global del
capitalismo
Carlos Antônio Brandão y Víctor Ramiro Fernández (Alai)

América Latina se encuentra en un proceso acelerado de transformación
geo-económica y geo-política a escala global. En búsqueda de situar
parte de esas mutaciones estructurales, que presentan una dinámica
contradictoria, vale inicialmente indicar que hace al menos ya cuatro
décadas que el sistema capitalista viene experimentando profundos cambios,
que se manifiestan en las formas de producción y realización,
desapropiación y reapropiación del excedente, en las disputas por la
hegemonía inter-estatales e inter-territoriales, y en el dominio de los
grandes intereses del poder financiero y de las inmensas estructuras
empresariales. En este contexto, las propiedades agrarias e inmobiliarias
están cada vez más financiarizadas y desempeñan un rol central en el
funcionamiento del sistema capitalista.

Bajo dicho escenario, marcado por la incertidumbre radical y la
inestabilidad sistémica, y en el marco de una nueva redefinición de las
formas diferenciales y desiguales de utilización del espacio y el tiempo,
se han abierto múltiples ventanas para la reflexión sobre el curso que
viene tomando la reconfiguración organizativa, operativa y espacial del
capitalismo, sus formaciones estatales y su espacio urbano.

Han sido cuatro décadas de una profunda reestructuración en las formas de
acumulación y de regulación del capitalismo, caracterizado entre otros
aspectos, por la autonomización del capital-dinero en forma de capital de
interés, los movimientos expansivos del capital-dinero en rotación y
búsqueda de retención de la riqueza en su forma más abstracta, y la
preeminencia desde ello del rentismo y la dominación financiera bajo
ciclos especulativos frecuentes.

Es crucial investigar el modo en que esta lógica contradictoria de la
geografía desigual y cambiante del capitalismo se articula con las nuevas
configuraciones reproductivas del capital global, con las Redes Económicas
y Políticas Globales, apoyadas y direccionadas por los Organismos
Internacionales. Así, en este contexto existen variados elementos de
mediación entre las escalas espaciales global, supranacional, nacional y
subnacional que conducen a distintas trayectorias coyunturales-históricas
y diferentes configuraciones espaciales y sociopolíticas.

El papel del Estado

Frente a estas transformaciones estructurales, sistémicas, el Estado, en
tanto condensación de relaciones de fuerzas en disputas, ha sido
atravesado por un profundo proceso de re-escalamiento que coloca en activo
protagonismo a las instancias supra y sub nacionales, al tiempo que, bajo
el protagonismo de las reformas pro-mercado del neoliberalismo, se torna un
facilitador de los negocios privados sectorializados, en una disputada
interrelación de espacios y una compleja confrontación de intereses y
estrategias. Mecanismos e instrumentos de un Regímen de excepción y
represión, marcados por una inusitada mezcla de violencia económica y
extra-económica, promotores de desapropiaciones y desposesiones diversas,
son manejados por un Estado que se proclama democrático, eficiente y
orientado por la austeridad fiscal.

Si en los ’90 el Estado realizó el desmantelamiento anti-welfarista
(roll back), propiciado durante los planes de ajuste estructural y el
Consenso de Washington; luego de la crisis de 2008 un patrón coercitivo
competitivo se ha reestructurado (roll out) y el proceso neoliberalizador
gana fuerza. Es decir, es una etapa en la que las estructuras y formas
institucionales y de implicación estatal se reformulan para un
involucramiento nuevo y activo teniendo como vector la expansión de las
formas neoliberales, lo que conlleva no una contraposición, sino una
complementación con la etapa de roll back antes mencionada. Bajo la nueva
transformación espacial de la estatidad, la nueva economía política que
guía las formas de implicación estatal se reposicionó desde la atención
a la regulación de los flujos fiscales y de inversión y el aseguramiento
de un mínimo de Estado de Bienestar, hacia el rol, casi exclusivo, de
promotor de “ambientes apropiados y amigables” para asegurar las
condiciones de competitividad a los grandes agentes y negocios
empresariales.

Amenazas para América Latina

En este contexto, en el siglo XXI, América Latina se encuentra frente a
una doble amenaza: aquella determinada por las relaciones Norte-Sur y
aquella impuesta desde las relaciones Sur-Sur, independientemente de sus
restricciones internas propias del subdesarrollo periférico y dependiente
(desigualdad y heterogeneidad social y productiva). Son inmensas las
dificultades para reaccionar tanto ante las estrategias especulativas,
subordinantes y empobrecedoras de la primera amenaza, como ante las formas
desindustrializantes y reprimarizadoras que impone la nueva “centralidad
periferizante” del Este Asiático, de la segunda amenaza.

Resulta un proceso de acumulación poco dinámico y sostenible, un
desarrollo privado de una inmunología sólida ante la amenaza de las
formas de financiarización o de las inversiones para estructurar un
sistema primarizador, plasmando, una vez más en la historia, los límites
estructurales “externos” e “internos” al desarrollo en la periferia
dependiente.

Creemos que debemos estar atentos a cuatro grandes cuestiones. Primero,
vivimos un momento y contexto de crisis muy grave. Los momentos de crisis
no suelen ser momentos de legitimación de cuestiones más generales,
puesto que se torna más importante el “coyunturalismo” macroeconómico
de la búsqueda de crecimiento a todo costo. Segundo, en este momento
predomina lo que Gramsci denominó “hegemonía de la pequeña
política” (dominio de cuestiones parciales, de lo cotidiano, de alianzas
electorales, etc.); lo que dificulta el tratamiento de las cuestiones
espaciales que están necesariamente en el ámbito de la “gran
política”.

Las gestiones parciales de lo cotidiano por el Estado dificultan o impiden
el tratamiento de cuestiones estratégicas. Tercero, estamos sometidos a
la racionalidad neoliberal, como una plaga (muchas veces casi fascista)
embutida en las mentes, instituciones, prácticas, documentos etc., donde
la competitividad y la productividad se sitúan como elementos centrales.
Cuarto, es necesario cuestionar quiénes son los sujetos de la
transformación socio-espacial deseada, buscando dimensionar la capacidad
de las luchas sociales para reivindicar, contestar y emprender luchas
contra-hegemónicas que amplíen el ejercicio de la ciudadanía,
recalificando recurrentemente su fuerza de oposición y de organización
insurgente y emancipadora. O sea, dimensionar la potencia de las
coaliciones contra-hegemónicas e insurgentes, sus disputas de
representaciones, significados y sentidos movilizados y su fuerza
contestataria al poder de las jerarquías y hegemonías puestas en todas
las escalas espaciales.

Sólo así se podría pensar la producción social del espacio, de los
conflictos que se estructuran y de los antagonismos que son tejidos
alrededor de un cuadro dado y un ambiente construido, como, por ejemplo,
los espacios urbanos latinoamericanos, que comentamos a continuación. Si
el espacio es unidad privilegiada de reproducción social, encarnación de
diversos procesos y manifestación de conflictividades, entonces es
necesario realizar el balance entre proyectos alternativos y trayectorias
en confrontación. Se trata de investigar estructuras, dinámicas,
relaciones y procesos.

Es necesario entender cuáles son sus intereses concretos movilizados y sus
instrumentos y lógicas de acción activados; cuestionar cómo son
constituidos los territorios de la destitución, como lo son las ciudades
latinoamericanas.
Nuestro espacio urbano subdesarrollado es un sitio mucho más destituido de
tradiciones, derechos, medios de consumo colectivo, infraestructuras de
servicios y bienes públicos de menor calidad que en Europa, por ejemplo.
Hoy sería necesario desmercantilizar los bienes y servicios colectivos,
que deben ser públicos y de calidad, pero que fueron expropiados por el
neoliberalismo. Tenemos que cambiar totalmente el patrón de oferta de
bienes y servicios e infraestructuras públicas y medios de
consumo/derechos colectivos, impactando y dando voz a la vida real y
cotidiana de las personas del lugar (place).

En América Latina, el Estado tiene serias dificultades para llegar al
place (a la vida concreta y cotidiana de los destituidos de derechos),
tiene dificultades para alcanzar las escalas de los eventos reales. El
Estado debería apoyar la construcción de la ciudadanía, a través de una
pedagogía democrática, ampliando la voz de la mayoría de la población
en el marco de un proyecto coherente que evite su utilización fragmentaria
por los actores sociales dominantes.

Capital mercantil y apropiación territorial

Pero, allí, en el territorio urbano-regional, se enfrenta una ecuación
político-económica (expansiva, apropiadora y privatizadora del espacio)
entre grandes propietarios, el capital de construcción, el capital
financiero, medios de comunicación, partidos políticos, etc., que pasan a
disfrutar de condiciones ventajosas y a obtener ganancias extraordinarias.
Esas y otras facciones desempeñan un papel de relieve en el pacto de poder
oligárquico, financiero y rentista, siendo el patrimonialismo y la
apropiación territorial las principales características del espacio
urbano latinoamericano, como lócus de poder y de la sociabilidad.

Esta coalición conservadora tiene sus intereses garantizados por las
oficinas de registro, los ayuntamientos, el poder judicial, entre otros
dispositivos, bloqueando las posibilidades de romper con el retraso
estructural y avanzar en el derecho a la ciudad y en la gestión
democrática y popular de los espacios regionales y urbanos.

En algunos momentos coyunturales, a través de grandes proyectos de
renovación de centros de la ciudad, grandes obras en colaboración
público-privadas etc., esta amplia gama de alianzas conservadoras gana
“aires más modernos”, promoviendo alguna reestructuración en las
articulaciones urbano-regionales, en el mercado de tierras y de viviendas,
en las relaciones promiscuas entre el suministro público de
infraestructura económica y valoración de la tierra.

Generalmente, se preserva el clientelismo en los espacios de reproducción
de los capitales mercantiles en sus diferentes fases (inmobiliario,
comercial, transportes y otros servicios). También, al avanzar sobre el
hinterland, se producen diversos espacios urbanos que constituyen densas
economías urbanas y modernas estructuras productivas regionales, que
terminan por soldar intereses comerciales más arcaicos alrededor de la
expansión urbana. En general, las ciudades y sus alrededores se van
enredando en la malla de esos intereses patrimoniales y especulativos y se
consolidan como una especie invernadero para el “cultivo” de estas
fracciones del capital mercantil.

Si estos intereses de las coaliciones de crecimiento y del emprendorismo
urbano procuran ver el espacio urbano sólo como negocio que promueve
paradójicamente la urban austerity y la ciudad-competitiva, también se
pueden promover acciones ciudadanas emancipadoras y de enfrentamiento al
pacto de dominación. Si la ciudad es vendida como si estuviera
cosificada, ofreciendo su atractiva plataforma a los grandes capitales,
como si encarnara los proyectos de toda la sociedad, transformando las
ciudades en sitios sólo de reproducción del capital donde apenas
figurarían las fracciones dominantes de esta reproducción, las masas
sometidas a toda suerte de marginalizacion social, a la precarización del
trabajo y a procesos de mercantilización de la vida pueden y deben
contraponer otra reproducción: la reproducción y los derechos de toda la
sociedad.

Como afirmó oportunamente José Luis Coraggio (1987: 132), la historia
“no es un resultado lineal del Proyecto Social Hegemónico de turno.
Dicho proyecto se asocia a fuerzas que no operan en un vacío, sino que son
contrariadas por otras fuerzas sociales que a su vez pueden tener un
proyecto social (dependiendo de su grado de organización) que está
continuamente planteando una alternativa, tanto más eficaz para incidir en
el desarrollo social cuanto más respaldada esté por fuerzas sociales de
peso, o cuanto más organizados estén sus militantes”

Buscando movilizar a los sujetos más desprovistos y marginados de
determinado territorio para la transformación, es necesario activar
recursos materiales y simbólicos y convertir esos sujetos en actores
sociales y políticos con poder de autodeterminación y libertad de
decisión. O sea, es necesario considerar el territorio urbano como
potencia vigorosa de luchas transformadoras.

– Carlos Antônio Brandão es profesor de la Universidad Federal de Rio de
Janeiro; investigador CNPq, Brasil.
– Víctor Ramiro Fernández es profesor de la Universidad Nacional del
Litoral; investigador Conicet, Argentina.

LUNES 28 DE JULIO DE 2014 – COMCOSUR
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2) El Sur solo recibe las migajas del comercio mundial
Chakravarthi Raghavan (IPS)

El mundo de hoy es muy diferente al del final de la Segunda Guerra Mundial.
Ya no existen las colonias, aunque persisten algunos territorios
“dependientes”. En los años 50 y 60, mientras se desarrollaba el
proceso de descolonización, en la mayoría de los países recién
independizados surgieron líderes que simplemente lucharon contra el
dominio extranjero, sin pensar mucho en sus objetivos y políticas
socioeconómicas posteriores a la independencia.

Algunos pensaron, ingenuamente, que con la independencia y el poder
político, el bienestar económico sería automático. A fines de los años
50, las antiguas colonias y aquellos primeros líderes que anhelaban
mejores condiciones para sus pueblos se percataron de que hacía falta algo
más que la independencia política, y comenzaron a buscar en el entorno
económico internacional, en sus organizaciones e instituciones. En los
años inmediatos a la posguerra, los esfuerzos para crear nuevas
instituciones económicas internacionales, surgidos de los acuerdos de
política comercial realizados durante la guerra entre Estados Unidos y
Gran Bretaña, se concentraron en las medidas internacionales para la
reconstrucción y el desarrollo de la Europa devastada por la guerra.

En consecuencia, en los sectores del dinero y las finanzas se crearon las
instituciones de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el
Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) y el Banco Mundial,
según el principio de “un dólar, un voto”. Esto ocurrió incluso
antes de acordarse la Carta de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) y su principio de la igualdad soberana de los Estados, que establece
un voto por país en los órganos del foro mundial.

Gran Bretaña y Estados Unidos presentaron propuestas en 1946 ante el
Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC) para crear una Organización
Internacional de Comercio (OIC). ECOSOC convocó a la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Comercio y Empleo para considerar las propuestas. El
Comité Preparatorio de la Conferencia redactó una Carta para el organismo
de comercio, que fue discutida y aprobada en 1948 en una conferencia de la
ONU en La Habana.

A la espera de la ratificación de la Carta de La Habana, el capítulo de
política comercial se convirtió en el Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio (GATT). El GATT entró en vigencia mediante un
protocolo de aplicación provisional, como un acuerdo ejecutivo
multilateral que regiría las relaciones comerciales. Así, los gobiernos
acordaron aplicar sus compromisos de reducción de las barreras comerciales
y reanudar las relaciones comerciales previas a la guerra mediante acciones
ejecutivas sujetas a su legislación nacional.

En La Habana, durante las negociaciones sobre la Carta, Brasil e India
expresaron su descontento, pero aceptaron a regañadientes el resultado y
el GATT provisional. No obstante, el senado de Estados Unidos, como
consecuencia del lobby empresarial, no estaba dispuesto a permitir que
Washington se sometiera a la Carta de La Habana. Así, el GATT se mantuvo
provisional durante 47 años, hasta el tratado de Marrakesh que instituyó
la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995.

Las instituciones de Bretton Woods no buscaban promover de forma directa el
“desarrollo” de las antiguas colonias. Lo poco que sucedió en ese
sentido fue, como mucho, un efecto secundario de las políticas de crédito
de estas instituciones y de las escasas migajas que caían de la mesa,
aquí y allá, en pos de los intereses de la Guerra Fría.

A partir de principios de los años 50, en la medida en que proporcionaba
algunos préstamos de reconstrucción y desarrollo al Sur global, el BIRF
actuó en interés de Estados Unidos, su principal accionista, y favoreció
al sector privado. Por ejemplo, los primeros esfuerzos de India por
conseguir préstamos del BIRF para que el sector público instalara
industrias básicas como el acero, que requerían gran capital, fueron
rechazados con el único motivo del dogma ideológico que enfrentaba a la
empresa privada con la pública.

Mucho más tarde, el Banco Mundial creó la Asociación Internacional de
Fomento (AIF) para conceder préstamos blandos, de bajo interés y extensos
plazos de amortización, a los países de bajos ingresos. Pero la AIF no
funcionó como se pretendía y no otorgó préstamos para la creación de
industrias o el fomento del desarrollo en los países más pobres. En la
práctica, actuó en defensa de los intereses de los países desarrollados
en el Tercer Mundo.

Los préstamos de la AIF se otorgaban con condiciones que promovían los
programas de ajuste estructural, como la liberalización unilateral del
comercio. Esto causó la desindustrialización de los países africanos
más pobres. Peor aún, tenían condiciones adicionales que respondían a
las modas e inquietudes de la sociedad civil del Norte, en especial con
sede en Washington. Los “países donantes” de la AIF la dominaban y
utilizaban su peso para influir en los préstamos que concedía. Al
principio, la agencia obtenía fondos de Estados Unidos y otros países
desarrollados.

Posteriormente, se financió con fondos procedentes del reembolso de los
préstamos y de las ganancias que el Banco Mundial obtuvo con el crédito
que concedía a tasas de mercado a los países en desarrollo. Aunque los
países en desarrollo que recibían préstamos del BIRF a tasas de mercado
resultaron ser los financiadores de la AIF, no tenían voz en su
dirección, y los países desarrollados, con muy poco dinero adicional,
mantuvieron el control sobre las políticas de la AIF y del BIRF para
promover sus propias políticas y los intereses de sus empresas en el Sur
en desarrollo.

En el ámbito comercial, en las sucesivas rondas de negociaciones del GATT,
el grupo de los principales países desarrollados integrado por Estados
Unidos, Canadá, Europa y, más tarde, Japón, negoció entre sí el
intercambio de concesiones arancelarias, pero prestó poca atención a los
países en desarrollo y sus solicitudes de reducciones arancelarias para
sus exportaciones. Las únicas migajas que recibieron fueron consecuencia
de la multilateralización de las concesiones bilaterales intercambiadas en
las rondas, con la aplicación del principio de “nación más
favorecida”. Cada una de las rondas a partir de la Dillon, pasando por la
Kennedy y la de Tokio, agregó disposiciones discriminatorias para el
Tercer Mundo y sus exportaciones.

En la Ronda Uruguay (1986-1994), que culminó en el tratado de Marrakesh,
los países en desarrollo asumieron por adelantado compromisos onerosos en
el comercio de mercancías y en áreas nuevas, como el comercio de
“servicios” y la protección de la propiedad intelectual. A cambio,
recibieron la promesa de compromiso de los países desarrollados de asumir
una importante reforma del comercio de su subsidiada agricultura y de otras
áreas de interés para las exportaciones del Sur. Estas siguen en el
terreno de las promesas.

A la vez, tras la Conferencia Ministerial de Bali de diciembre de 2013,
Estados Unidos, Europa y la dirección de la OMC pretenden abandonar por
“obsoletos” los compromisos anteriores y avanzar en el acuerdo de
“facilitación comercial”, que no implica concesiones de su parte, pero
sí una reducción arancelaria de 10 por ciento para los países en
desarrollo. En gran parte de África, esto completará el “proceso de
desindustrialización” y asegurará que el Tercer Mundo siga poblado de
“leñadores y aguadores”.

LUNES 28 DE JULIO DE 2014 – COMCOSUR
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3) Thomas Piketty y las desigualdades socio-económicas
Hugo Salinas (Rebelión)

El profesor Thomas Piketty, en su libro “El Capital en el siglo
XXI”[1], ha abierto, y de una manera excepcional, el camino para una
mejor comprensión de las grandes desigualdades socio-económicas. Pero, a
fin de completar el cuadro de análisis, me permito sugerir dos cosas.
Primero, es indispensable que nuestro proyector ilumine la actividad
socio-económica del hombre y su grupo social, desde sus orígenes.
Segundo, en base a la información estadística que dispone sobre los
últimos 300 años de nuestra historia, es necesario mostrar el porcentaje
del ingreso nacional y del capital en manos del 50% de la población “de
abajo”. ¿Por qué?

Comencemos por el comienzo. El profesor Piketty pertenece a una generación
de economistas que ha sido formado en la economía neoclásica y con un
elevado, y casi exclusivo, componente matemático. Y como él mismo lo dice
en su libro, pertenece a una generación que no está contaminada por la
influencia marxista. Incluso, a sus 18 años le toca vivir, con un cierto
grado de afección, la caída del muro de Berlín.

Algo más, su doctorado en economía le permite ejercer su primera
experiencia profesional. Ella se realiza, en tanto que docente, en una
universidad americana. De esta forma, vive en primera mano las ventajas del
“sueño americano”, el país de las mil oportunidades para quienes se
proponen, como lo puntualiza él mismo en su libro. Una experiencia que, al
mismo tiempo, le permite constatar que sus colegas economistas están tan
imbuidos en las fórmulas matemáticas que se han alejado completamente de
la realidad circundante.

Como él lo señala, los tres años pasados en Estados Unidos como profesor
universitario le sirven, sobre todo, para rumiar lo que será su futuro
trabajo profesional dentro de un ambiente multidisciplinario: el estudio de
las grandes desigualdades socio-económicas que tiene que ver no solamente
con las matemáticas sino también, y esencialmente, con la historia, la
política, las guerras, la participación del gobierno, y de los
movimientos sociales.

Es en Estados Unidos que diseña su modelo de interpretación de las
desigualdades socio-económicas. Y para una mejor comprensión de la
problemática se propone recolectar la información estadística de los
últimos 300 años de los 20 países que mejor han desarrollado la
economía de mercado. Después de un trabajo de 15 años, los resultados
son alentadores.

Basándose en la voluminosa información estadística, que se ha convertido
en el WTID (World Top Income Datebase) disponible gratuitamente en la nube,
y en un nuevo marco conceptual diseñado por él mismo, nos proporciona
nuevas luces sobre lo que está sucediendo al inicio de este siglo XXI,
como en el caso de los Estados Unidos: la creciente concentración de los
ingresos como ya sucedió a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Un 10%
de la población posee el 50% del total de ingresos. O el caso de Francia,
que actualmente está volviendo de una manera acelerada a lo que alcanzó
entre los años 1870-1910: capitales privados concentrados en poquísimas
manos que superaban en más de 7 veces al ingreso nacional anual. El 1% de
la población posee el 50% del capital total del país.

El resultado histórico es una curva en U, tanto para el corrido de la
relación capital/ingresos como para la concentración de los ingresos en
una ínfima franja de la población, cuya explicación requiere tomar en
consideración hechos políticos, militares y sociales. Con ello hace un
deslinde claro con su formación inicial que le proponía una explicación
únicamente en términos de una economía de mercado asocial, ahistórica y
apolítica.

De igual modo, la información estadística de los últimos 300 años, así
como su nuevo marco conceptual, le permite demostrar que el optimismo
desplegado por el premio nobel en economía, Simon Kusnetz, no se ajusta a
los hechos. Es decir, no es cierto que la sola interacción de las fuerzas
del crecimiento, de la oferta y de la demanda, de la competencia y del
progreso tecnológico nos conduzca a reducir la brecha de la desigualdad
socio-económica en forma permanente, para por fin desembocar en una gran
armonía entre las clases sociales.

Sin embargo, hay algo que escapa al análisis del profesor Thomas Piketty.
La misma información estadística nos lo está sugiriendo. Pero para poder
observarlo con toda claridad es necesario presentar el corrido de la
actividad socio-económica desde los orígenes de la Humanidad. Es
necesario, igualmente, presentar la evolución de los procesos de trabajo
desde los orígenes de la Humanidad. ¿Para qué serviría este trabajo
adicional?

Sucede que la información estadística recolectada por el profesor Piketty
y otros, nos muestra con toda claridad que, incluso en la gran caída de
los ingresos del 10% más rico de la población de Estados Unidos en los
años 1945-1975, nunca llega a estar por debajo del 33% del total de los
ingresos anuales. O que después de la destrucción masiva de capitales
durante las dos grandes guerras mundiales, tanto en Alemania como en
Francia e Inglaterra, el capital privado nunca estuvo por debajo de 2 a 3
veces el monto de ingreso nacional anual.

En cambio, la proporción de ingresos y/o de capital con relación al total
nacional del 50% de la población “de abajo” es irrisoria. Si al igual
que el decil superior presentamos el decil inferior o, más aún, el centil
inferior, apreciaremos que su porcentaje en ingresos y/o capital, con
relación a los montos totales a nivel país, es cercano al cero por
ciento. Y esto, en una forma constante durante los 300 años observados.
Tomemos el caso, por ejemplo, de las poblaciones maya e inka luego de la
invasión española. Hasta hoy, y desde hace cinco siglos, los ingresos y/o
capital de las poblaciones campesina e indígena, con relación a los
montos totales a nivel país, se ha mantenido a casi el cero por ciento, y
no se recuperan más. ¿Cuál es la causa de este fenómeno?

La explicación no se puede encontrar dentro de la información
estadística de los últimos tres siglos. Es necesario navegar hacia el
fondo de la Historia. Lastimosamente, para dicho tramo no se dispone de
información estadística. Pero, en cambio, si contamos, aunque por cierto
todavía en forma limitada, estudios antropológicos, arqueológicos y
étnicos de grupos sociales que poblaron la Tierra en aquellos tiempos. Y
estos estudios nos sugieren que nuestros antepasados practicaron por miles
y miles de años un modelo de desarrollo socio-económico diferente al que
muestra la información estadística de los últimos 300 años en Europa y
América del Norte.

En la actividad socio-económica de los primeros homo sapiens que poblaron
la Tierra, el “capital” tomaba la forma de centros de alimentación
(agua, peces, frutas, plantas, animales, etc) a su libre disposición.
Luego, se crearon las herramientas de trabajo con las cuales incrementaron
su productividad, sin que tengan aún el sello de “propiedad privada”.
Y cuando los homo sapiens crean la tierra cultivable como la base de la
agricultura y ganadería, ella fue primeramente de uso colectivo, tal como
se practicó en las civilizaciones maya e inka, entre otros.

Es sobre la característica de propiedad colectiva del elemento esencial de
la actividad económica que el resultado de la recolección o producción
volvía a todos los integrantes de la colectividad en términos más o
menos igualitarios. Es decir, no existían las grandes y descomunales
desigualdades, tanto en “capital” como en “ingresos”, como existe
en nuestros días. Y esto, al mismo tiempo, nos permite entender que una
cosa es diferencia y otra, muy distinta, desigualdad. Las diferencias
siempre han existido, como es el caso del sexo, de los dedos de la mano, de
los conocimientos y habilidades del ser humano. Pero, la desigualdad nace
en un cierto momento de nuestra historia humana, y bajo ciertas condiciones
especiales.

En algún momento de historia de la Humanidad se cambió el modelo de
desarrollo socio-económico. Y en el caso preciso de las culturas maya e
inka sucedió con la invasión española, cuyas gentes se apropiaron la
totalidad de las tierras cultivables. De esta forma, el “capital” pasó
a ser propiedad de un reducidísimo número de personas. Y con ello se
cambió radicalmente también el tipo de repartición del resultado de la
actividad económica. Hechos que, incluso la información estadística
ahora disponible, no puede mostrarlo. Pero en un análisis de desigualdades
socio-económicas con intención de proyección, deben ser tomados en
consideración.

De igual modo, a partir de la información estadística de los últimos 300
años, aunque comprende un período mucho más largo que el presentado por
el profesor Kusnetz, difícilmente podemos visualizar la instalación de la
relación de dominación en la actividad socio-económica. Esta relación
de dominación que consagró el pasaje de una propiedad colectiva hacia una
propiedad individual. Es decir, el pasaje de una repartición más o menos
igualitaria del resultado de la actividad económica hacia otra, de
repartición individualista, en donde es un reducidísimo número de
personas que se apropia, en general, de más del 60% tanto de los ingresos
como del capital, como lo muestra claramente el profesor Piketty.

Con el método de análisis presentado por el profesor Piketty no se puede
observar tampoco el hecho de que casi la totalidad del valor agregado por
los pueblos del mundo se concentre en poquísimas manos de personas que se
encuentran en los “países más desarrollados”. Y es que la economía
de mercado en repartición individualista, tal como existe con toda su
crudeza desde hace tres siglos aproximadamente, crea un mecanismo de
succión ascendente del valor agregado. Un mecanismo no visible al ojo
humano, indoloro e incoloro.

Este mecanismo, al servicio precisamente de esta minoría de la población
que tiene el control del capital y de la repartición de ingresos, utiliza
los mil y uno elementos de una economía de intercambios en base a precios
expresados en unidades monetarias para cumplir su cometido. Es el caso, por
ejemplo, de la deslocalización de empresas, en donde trabajadores del Sur
ante la misma máquina e igual productividad perciben un salario muy
inferior al de sus colegas instalados en un país del Norte. O el caso de
las fronteras nacionales que sirven, entre otras cosas, para establecer
salarios diferenciados ante una misma actividad económica.

De igual modo, el corrido histórico presentado con información
estadística limita visualizar las diferentes formas de “capital” que
los grupos sociales han utilizado en la evolución de la actividad
económica. Comienzan con el centro de alimentación como el elemento
fundamental de su primera forma de trabajar, para enseguida servirse de las
herramientas de trabajo. Luego, el elemento fundamental del proceso de
trabajo evoluciona hacia la tierra cultivable, para posteriormente ser
remplazado por la máquina dentro de una economía de intercambios. Ahora,
es otra la expresión fenomenal de “capital” que está animando una
nueva forma de trabajar: los conocimientos y competencias del trabajador.

Es decir, la evolución de los procesos de trabajo está indicando, y sobre
todo a los países del Sur, que para recuperar el atraso milenario en las
formas de producir y/o elaborar bienes y servicios, se debe apostar de
inmediato por la economía inmaterial. Y esto no se puede alcanzar con un
impuesto progresivo al capital y/o a los ingresos.

A decir verdad, algunos de estos puntos, y otros, son sugeridos entre
líneas por el profesor Thomas Piketty. Pero no los aborda en forma frontal
como lo hace con relación a la concentración y acumulación del capital o
de los ingresos, motivo por el cual su propuesta de un impuesto progresivo
al capital y a los ingresos resulta bastante insuficiente como solución a
las grandes desigualdades socio-económicas.

De igual modo, un impuesto a la herencia de bienes de capital, por más
elevado que este sea, como el que se aplicó en Estados Unidos entre las
dos guerras mundiales, sin venir acompañado de un cambio de modelo en el
tipo de repartición del resultado de la actividad económica, estaría
simplemente creando un embalse cuyas aguas pronto retomarían su curso,
como viene sucediendo en Estados Unidos y Europa, según la información
estadística que el profesor Piketty presenta en su libro.

Nota:

[1] PIKETTY Thomas, [2014] Capital in the Twenty-First Century, The Belknap
Press of Harvard University Press, London

LUNES 28 DE JULIO DE 2014 – COMCOSUR
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4) El capitalismo, ese invento soviético
Andrés Alsina (Brecha)

El arquitecto del capitalismo de posguerra que sentó las bases para la
supremacía de Estados Unidos hasta hoy era espía soviético. Y esa es la
mitad de la historia. Otra parte, que no todo el resto, es que fue
señalado como tal al menos ocho veces por el fbi, por el Congreso, por
códigos soviéticos descifrados, por al menos dos agentes soviéticos que
se pasaron de bando y hasta por un libro que fue best seller en 1952.

La verdad es que el funcionario del Tesoro estadounidense Harry White fue
espía soviético por 11 años y también el constructor del primer sistema
monetario global de la historia que regiría al mundo tras la Segunda
Guerra Mundial, pero que se empezó a elaborar en 1934, y White estaba a
cargo. Las razones de White para justificar la incongruencia de su doble
accionar siguen siendo estudiadas por académicos y analistas de
inteligencia; es como esas conjeturas que los matemáticos dejan como una
maldición a resolver a sus sucesores.

Las razones para que tantos avisos no llevaran a la acción son un bello
cóctel de burocracia, servicios de contrainteligencia que le ocultan
información al presidente de Estados Unidos, jerarcas y presidentes
temerosos del escándalo y mucho más, pero fundamentalmente el peligro
cierto de que la revelación de que el arquitecto del nuevo orden mundial
actuaba para los soviéticos –o sea, el enemigo número uno del
capitalismo– derrumbara mercados bursátiles e introdujera al capitalismo
en la vorágine de una crisis en la que ya nada era creíble porque así
parecía demostrarlo el accionar del señor White. Él expresaba que la
principal contradicción era entre el capitalismo y el socialismo y, luego
se demostraría, creía que el desarrollo del capitalismo sería su propia
ruina.

Ninguna fecha resultó buena para revelar lo que el director del fbi, Edgar
Hoover, le informó al presidente Harry Truman en febrero 1946 tras vigilar
a White tres meses: que integraba una red de espías soviéticos. En julio
de 1944, en plena Segunda Guerra, representantes de 44 naciones se habían
reunido en New Hampshire para crear algo totalmente nuevo en el mundo: un
sistema monetario global que sería manejado por un organismo
internacional. Se lo llamó el acuerdo de Bretton Woods, por la localidad
en que estaba el complejo hotelero que albergó a las delegaciones. A
partir de allí se crearían el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial. La advertencia de Hoover sirvió para que White no fuera designado
el primer director ejecutivo del fmi, pero lo mantuvo en su consejo
directivo. El propio Hoover advirtió a Truman de lo desestabilizadoras del
nuevo sistema que podían ser estas revelaciones.

El patrón oro de fines del siglo xix, primera formación orgánica que
pretendió ser global, había terminado de colapsar con la Primera Guerra.
En 1933, el recién graduado profesor de economía White se disponía a
viajar a la urss para estudiar su sistema económico cuando el Departamento
del Tesoro de Estados Unidos lo convocó para trabajar en una reforma
monetaria. En 1934 estaba inmerso en su trabajo y en un ambiente habitual
para la época, que la espía rusa desertora Elizabeth Bentley (una de sus
acusadoras) describió como “idealistas sin rumbo que creían hacer lo
correcto al afirmarse aliados de Rusia”. En 1935 White fue reclutado por
los rusos y trabajó para ellos durante 11 años.

Para 1944 White había adquirido una gran influencia sobre la política
económica y exterior de Estados Unidos. Su claridad de objetivos
(públicos y secretos) lo llevaba a enfrentamientos con su contraparte
británica, nada menos que George Manyard Keynes, quien decía de él que
ignoraba las reglas del trato civilizado. Arrogante y arremetedor, también
era inseguro y nervioso. El estrés lo enfermaba ante cada encuentro con
Keynes y explotaba en su transcurso: “Trataremos de producir algo que su
alteza pueda comprender”, le dijo en una oportunidad.
Pero en ese dribbling le ganaba al mucho más talentoso Keynes y
consolidaba cada ventaja posible del movimiento tectónico desatado por la
Segunda Guerra para instalar un orden económico centrado en el dólar,
opuesto a los intereses británicos de vieja data y a su sistema colonial
en colapso. En ese sentido, apuntaba a un reordenamiento radical de la
política exterior de Estados Unidos, con una alianza permanente con la
urss.

Y White aprovechaba las oportunidades de apoyar los intereses de Rusia. A
comienzos de 1944 el Departamento del Tesoro inició la planificación de
una moneda para la Alemania que sería conquistada, y White, delegado a
manejar el asunto por su jefe Morgenthau, ganó la batalla interna para que
la urss, como socia a la par de la guerra, también tuviera placas de
impresión de billetes. Va de suyo que imprimieron sin control, y entre
setiembre de 1944 y julio de 1945 los aliados occidentales imprimieron
10.800 millones de dólares y los rusos 78.000 millones, causando una
inflación que tuvo que ser absorbida por Estados Unidos a un costo de
entre 300 y 500 millones, que a cifras actualizadas son entre 4.000 y 6.500
millones de dólares, que beneficiaron a las arcas rusas. También, para
ablandar la súbita resistencia de la diplomacia soviética en una
conferencia, propuso un préstamo blando para la reconstrucción de la urss
por 10.000 millones de dólares, el triple de lo que se le había acordado
a Gran Bretaña.

El máximo aporte a la urss que intentó White fue el llamado Plan
Morgenthau, que consistía en transformar la Alemania a conquistar en una
sociedad campesina “que se alimentara de papas”, sacándole las
industrias, cerrando todas las minas de carbón y oro de Ruhe (hoy la
región más poblada e industrializada de Alemania), llevándose las
industrias alemanas a otros países y poniendo a los nazis a efectuar
tareas de “reparación de guerra”; también estuvo sobre la mesa el
fusilar “a por lo menos 50 mil oficiales alemanes”, siguiendo el
brindis de Stalin en la conferencia de Yalta. El documento aprobando el
plan fue firmado por Roosevelt y Churchill, que desistieron de él al ver
la reacción provocada: entre otras, el mucho mayor ánimo con que luchaban
las tropas alemanas en su retirada del frente oeste, lo que de hecho dio
tiempo a los rusos para llegar antes a Berlín y quedarse con una parte de
Alemania.

El Congreso de Estados Unidos llegó a la conclusión definitiva en 1997 de
que White (fallecido de un ataque al corazón en 1947, tres días después
de superar un interrogatorio del alicaído macartismo en el Congreso, que
superó con holgura) era efectivamente un espía ruso. Pero la verdad
continuaba sin emerger. En 2013 el académico Benn Stell investigó y
encontró en los archivos un documento que un ex espía ruso, Whittaker
Chambers, había conservado como reaseguro para facilitar su deserción en
1939. Era un ensayo inédito de White, escrito a mano en cuatro hojas de
papel amarillo, perdido entre muchos papeles, en el hacía una exposición
de su función como espía y las convicciones ideológicas que lo llevaron
a actuar así. De allí surgió el libro publicado por Stell hace nueve
meses, The Battle of Bretton Woods. John Maynard Keynes, Harry Dexter White
and the Makinkg of a New World Order (Princeton University Press, 2013), y
de allí esta nota.

LUNES 28 DE JULIO DE 2014 – COMCOSUR
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5) Pasiones e intereses
Santiago Alba Rico (La Calle del Medio)

En 1977 el economista estadounidense Albert Hirschmann escribió una obra
ya clásica, Las pasiones y los intereses, en la que cuenta la historia del
capitalismo a partir de la oposición entre estos dos conceptos. Según el
autor, durante siglos se intentó reducir el conflicto y la guerra operando
en el terreno de las pasiones: bien reprimiéndolas como causa de todo mal,
bien activando simultáneamente dos pasiones de signo contrario para que se
anulasen mutuamente (el filósofo Pascal lo expresó de la manera más
sintética al decir que “los hombres nos sostenemos en la virtud como
entre dos vicios contrarios”). Lo cierto es que, según Hirschmann, el
fracaso de estas dos estrategias determinó la aparición histórica de una
tercera propuesta basada en la promoción de una pasión que en realidad
vendría a desactivar todas las demás: el interés. A partir del siglo
XVII, en efecto, el interés, “la más banal, mezquina e inofensiva de
las pasiones”, se va a reivindicar como la mejor manera de poner fin a
las guerras.

Cuando Locke, Montesquieu o Kant confían en la doucer del comercio, están
pensando en un tendero a gran escala cuyas plebeyas ambiciones económicas
vinieran a frenar la “pasión de la gloria”, que hasta entonces había
vinculado la guerra y la destrucción con las clases altas. El ascenso de
la burguesía y la generalización del comercio -el alba, en definitiva,
del capitalismo- fueron saludados con esperanza por varias generaciones de
filósofos y gobernantes ilustrados que asociaron “el fin de la
historia”, es decir de la guerra, a la capacidad de los intercambios
mercantiles para “dulcificar” o “apaciguar” las costumbres. Al
aristócrata armado y su afán de inmortalidad se oponía el vendedor
pacífico y su sed terrenal de riquezas.

El siglo XIX puso fin a toda ilusión ingenua. No sólo porque el
capitalismo se convirtió enseguida en un gran devorador de hombres en las
fábricas de Inglaterra sino porque muchas de las guerras que desde
entonces han devastado el mundo se han hecho en nombre del “libre
comercio”. El colonialismo, en este sentido, vino enseguida a desmentir
la eficacia pacificadora de los mercados, que necesitaban siempre un
ejército para imponer sus contratos. Pero lo cierto es que la propia
extensión colonial europea transportó consigo estas utopías mercantiles
que aspiraban a consolidar la hegemonía occidental sin violencia. Al
guerrero que abría a cañonazos las selvas y los desiertos, se oponían
dos figuras que, a su vez, se disputaban entre sí los territorios
coloniales: el comerciante y el misionero.

En un interesante libro aún inédito sobre la empresa colonial española
en Africa entre 1827 y 1913, la investigadora y profesora Dolores García
Cantús llama la atención sobre el hecho de que los proyectos de
explotación colonial de los territorios del golfo de Guinea se reactivaron
varias veces a lo largo del siglo XIX, pero siempre coincidiendo con el
regreso de los liberales al gobierno de Madrid. A los sacerdotes y sus
pasiones religiosas se oponía el bonachón interés, en cuyo carácter
“progresista” realmente creyeron algunos de los comisarios regios
enviados a Fernando Poo: es el caso, por ejemplo, de Guillemard de Aragón,
médico anticlerical y antropólogo primerizo, que fracasó
estrepitosamente en su cometido, acosado por curas y militares, por querer
aplicar ingenuamente sus convicciones.

Quizás el capitalismo no tiene la culpa de todos los males, pero hoy
sabemos que es incompatible con “el dulce comercio”, el cual se
convirtió, bajo su impulso imperialista, en la maldición de los pueblos
sometidos. Lo cierto es que el interés no sólo no neutralizó las
pasiones sino que ha acabado convertido en la peor de todas ellas: por los
efectos que introduce en sí misma y porque, en las llamadas sociedades de
consumo, ha alimentado, atizado, multiplicado las pasiones que se suponía
iba a contener.

Por un lado el interés se ha naturalizado de tal forma que ha hecho
retroceder sobre todo a las pasiones más nobles: el altruismo, la
solidaridad, la generosidad, la confianza. El derecho de los individuos, al
igual que el de los Estados modernos “maquiavélicos”, a defender los
propios intereses se ha convertido en el principio ideológico rector de
las relaciones entre humanos: la sociedad menos hipócrita de la historia
no rinde ningún homenaje a la virtud, ni siquiera de palabra, como lo
demuestra el grado y extensión de la corrupción en un país como España.

El viejo adagio clásico según el cual “en el amor y la guerra todo
está permitido”, al que intentó oponerse la lógica del interés, ha
ampliado su dominio al terreno de los “negocios”, que el capitalismo ha
dignificado como la forma más perversa del amor y la forma más legítima
de la guerra. La paradoja del capitalismo es que no sólo ha abolido los
“códigos de honor” del viejo y violento régimen feudal sino que ha
acabado con los propios “códigos éticos” que regían los mercados
pre-capitalistas. El “mercado libre” esclaviza a los hombres, pero
además no libera el mercado: lo destruye.

Al mismo tiempo esta “emancipación” neoliberal de todos los códigos
éticos en un mundo de sobreproducción y sobreconsumo ha echado gasolina
en todas las pasiones. Al privilegiar socialmente el momento del consumo
indiscriminado (de objetos, cuerpos e imágenes) sobre el de la producción
y el ahorro, el mercado capitalista -junto con su tecnología ancilar- ha
asociado el prestigio al protagonismo en un recinto de visibilidades
fugaces y competitivas: “me consumen, luego existo”. Su átomo y su
colofón es el “selfi”, la pasión de la autopublicidad en una
dinámica de guerra permanente, y de permanente escalada
“armamentística”, contra todos los que quieren ser consumidos en mi
lugar y antes que yo. El que no es consumido no deja ninguna huella, ni en
la cultura ni en la política. Esta lógica del selfi -de la pasión
autopublicitaria- monopoliza todos los campos y todas las conductas.

Algunas veces es sólo esperpéntica, aunque bastante benigna. Pensemos,
por ejemplo, en la pasión nacionalista de Marlen Doll, actriz porno
chilena que ha tenido su minuto de gloria tras prometer, y mantener,
relaciones sexuales durante 12, 16, 18 horas seguidas a medida que la
selección de su país iba derrotando rivales en la Copa del Mundo. Pero si
vamos un poco más allá debemos admitir que también es un “selfi”, un
gigantesco y monstruoso “selfi”, el atentado de las Torres Gemelas en
2011 o ahora, en Iraq y Siria, las matanzas exhibicionistas de los
yihadistas de ISIS, cuyas imágenes son trabajadas en estudio y manipuladas
con fotoshop para producir un efecto aún más terrorífico. El
“selfi”, estadio superior del consumo capitalista, recupera, reactiva,
radicaliza las pasiones más antiguas, incluso las nacionalistas y
religiosas, en virtud de una lógica des-moralizadora puramente mercantil.
Todo está permitido si se trata de vender: un producto, un cuerpo o una
causa.

Las pasiones alegres y tranquilas, las razones más serenas, se han vuelto
invisibles y por lo tanto completamente inoperantes. El capitalismo no
tiene la culpa de todo, desde luego, pero no se puede negar que, del mismo
modo que es incapaz de distinguir entre un tanque y un saco de trigo, ha
borrado también la diferencia entre pasiones e intereses, esa diferencia
que los ilustrados quisieron ingenuamente administrar en beneficio de la
humanidad y que hoy, disuelta en el mercado, reivindica lo peor de todas
las épocas y de todas las culturas.

LUNES 28 DE JULIO DE 2014 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas
dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en
la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la
clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que
en general las ideas de los que no disponen de medios de producción
intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. Carlos Marx
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL ES UNA PRODUCCIÓN DE
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