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¿QUÉ SIGNIFICA HOY DEMOCRATIZAR LA COMUNICACIÓN?

MUMIA:

1) ¿Qué significa hoy democratizar la comunicación?

2) El “informe Aram” y la democratización de la comunicación

3) Villoro: “Somos los bárbaros de una nueva época”

4) Carlos Aznárez: “Tenemos que formar un gran frente continental de medios populares”

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COMCOSUR / POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 17 / Nº 808 / Miércoles 15 de febrero de 2017 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán

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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra y combatir ese monopolio es una tarea central.” — Emir Sader
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1) ¿Qué significa hoy democratizar la comunicación?
Aram Aharonian (Alai)

¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos solo de redistribución de frecuencias radioeléctricas para garantizar el derecho humano a la información y la comunicación? ¿De qué forma la redistribución equitativa de frecuencias –éstas patrimonio de la humanidad- entre los sectores comercial, estatal o público, y popular (comunitario, alternativo, etc.) puede garantizar la democratización de la comunicación e impedir la concentración mediática?

A veces pienso que nos instan, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. El mundo avanza, la tecnología avanza… y pareciera que nosotros –desde lo que llamamos el campo popular- seguimos aferrados a los mismos reclamos, reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe.

El mundo cambia sí, pero el tema de la comunicación, de los medios de comunicación social, sigue siendo, como en 1980 cuando el Informe Mc Bride, fundamental para el futuro de nuestras democracias. El problema de hoy es la concentración oligopólica: 1500 periódicos, 1100 revistas, 9000 estaciones de radio, 1500 televisoras, 2400 editoriales están controlados por sólo seis trasnacionales. Pero ese no es el único problema.

Hoy los temas de la agenda mediática tienen que ver con la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con compañías que producen contenido, la llegada directa de los contenidos a los dispositivos móviles, la transnacionalización de la comunicación y su cortocircuitos con los medios hegemónicos locales, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el «ruido» en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años.

Estos son, hoy en día, juntos al largamente anunciado ocaso de la prensa gráfica y la vigencia de la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático, los vértices fundamentales para reflexionar sobre el tema de la democracia de la comunicación, mirando no hacia el pasado, sino hacia el futuro que nos invade.

Hipotéticamente, si realmente en nuestra región, el 33 por ciento de las frecuencias fueran concedidas a los medios populares, ¿quién abastecería de contenidos a tal cantidad de canales y radios? Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información?

Los que controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar mercados y hegemonizar la información-formación del ciudadano.

¿Adiós televisión? Controlar los contenidos

Pasaron 140 años desde que Alexander Graham Bell utilizó por primera vez su teléfono experimental para decirle a su asistente de laboratorio: “Señor Watson, venga, quiero verlo”. Su invención transformaría la comunicación humana y el mundo. La empresa creada por Bell creció hasta transformarse en un inmenso monopolio: AT&T.

El gobierno estadounidense consideró luego que era demasiado poderosa y dispuso la desintegración de la gigante de las telecomunicaciones en 1982… pero AT&T ha regresado, anunciando la adquisición de Time Warner, una de las principales compañías de medios de comunicación y producción de contenidos a nivel mundial, para conformar así uno de los más grandes conglomerados del entretenimiento y las comunicaciones del planeta.

La fusión propuesta, que aún debe ser sometida a estudio por las autoridades, representa desde ya no solo una significativa amenaza a la privacidad y a la libertad básica de comunicarse, sino también un cambio paradigmático en lo que a lo que hoy entendemos como comunicación. Sería la mayor adquisición hasta la fecha y llegaría un año después de que AT&T comprara a DirecTV.

AT&T es hoy la décima entre las 500 compañías más grandes de Estados Unidos y si adquiriera Time Warner, que ocupa el lugar 99 de la lista Forbes, se crearía una enorme corporación, integrada verticalmente que controlaría no solo una amplia cantidad de contenidos audiovisuales, sino o la forma en que la población accedería a esos contenidos.

Según Candace Clement, de Free Press, esta fusión generaría un imperio mediático nunca antes visto. AT&T controlaría el acceso a Internet móvil y por cableado, canales de televisión por cable, franquicias de películas, un estudio de cine y televisión y otras empresas de la industria. Eso significa que AT&T controlaría el acceso a Internet de cientos de millones de personas, así como el contenido que miran, lo que le permitiría dar prioridad a su propia oferta y hacer uso de recursos engañosos que socavarían la neutralidad de la red.

Pelear guerras que ya no existen

El mundo no es el mismo de antes (tampoco el del 1980 cuando el Informe McBride), aunque tanto derecha como izquierda crean que seguimos en 1990. Es difícil, a quienes como uno vienen de la época de la tipografía y la linotipia, de los télex y teletipos -o del dogmatismo y la repetición de consignas-, asimilar los cambios tecnológicos y la realidad del mundo actual, del big data, de la inteligencia artificial, de la plutocracia…

Según los últimos cálculos, en el mundo hay unos 10 zetabytes de información (un zetabyte es un 1 con 21 ceros detrás), que si se ponen en libros se pueden hacer nueve mil pilas que lleguen hasta el sol. Desde 2014 hasta hoy, creamos tanta información como desde la prehistoria hasta el 2014. Y la única manera de interpretarlos es con máquinas.

El Deep Learning es la manera como se hace la Inteligencia Artificial desde hace cinco años: son redes neuronales que funcionan de manera muy similar al cerebro, con muchas jerarquías. Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, todos lo usan.

El Big Data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones, cuánto saben las grandes empresas de nosotros, y lo que más le preocupa: lo fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta.

Si uno tiene Gmail en su celular con wifi, puede ver en Google Maps un mapa mundial que muestra dónde estuvo cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres años (no tiene por qué creerme: vea www.google.com/maps/timeline ). Es una información que uno les permites coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando instala la aplicación.

También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo nos cobran el plan, hacen buenos negocios con nuestros datos. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica que vende los datos de los celulares Movistar. De la noche a la mañana, la gente pasó a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Hoy se puede saber dónde están las personas, pero también qué compran, qué comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos, sus ideas políticas, su vida social.

El alemán Martin Hilbert, asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de EE.UU. señala que algunos estudios ya han logrado predecir un montón de cosas a partir de nuestra conducta en Facebook. “Se puede abusar también, como Barack Obama y Donald Trump lo hicieron en sus campañas, como Hillary Clinton no lo hizo, y perdió. Esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100 y 250 likes (me gusta) tuyos en Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu origen étnico, tus opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y de felicidad, si usas drogas, si tus papás son separados o no”, señala el científico.

Y “con 150 likes, los algoritmos pueden predecir el resultado de tu test de personalidad mejor que tu pareja. Y con 250 likes, mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, luego un empresario que tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a Cambridge Analytica para la elección”.

“Usaron esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada ciudadano que puede votar. Casi 250 millones de perfiles. Obama, que también manipuló mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones de perfiles, pero acá estaban todos. En promedio, tú tienes unos 5000 puntos de datos de cada estadounidense. Y una vez que clasificaron a cada individuo según esos datos, los empezaron a atacar”, señala Hilbert.

Por ejemplo, si Trump dice “estoy por el derecho a tener armas”, algunos reciben esa frase con la imagen de un criminal que entra a una casa, porque es gente más miedosa, y otros que son más patriotas la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones, pero aquí crearon 175 mil. Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que ver con democracia. Es populismo puro, te dicen exactamente lo que quieres escuchar”. Lo más delicado es que no sólo pueden mandar el mensaje como más le va a gustar a esa persona, sino también pueden mostrarle sólo aquello con lo que va a estar de acuerdo.

Al final, el juego con la tecnología siempre ha sido ver cuáles tareas se pueden automatizar y cuáles no. Si un robot reconoce células de cáncer, uno se ahorra al médico. Más del 50% de los actuales empleos son digitalizables, afirma Hilbert. Y ya no hablamos de reemplazar a los obreros, como en la revolución industrial, sino también los trabajos de la clase más educada: médicos, contadores. El 99% de las decisiones de la red de electricidad en EEUU son tomadas por IA que localiza en tiempo real quién necesita energía.

No es en ningún caso el fin de la humanidad, es la evolución que sigue su camino. Y lo más importantes es entender en qué mundo vivimos. Por eso llama la atención que operadores mediáticos, que se autodefinen como radicales de izquierda, sigan insistiendo en la necesidad de pelear en escenarios que ya no existen, con léxicos que no corresponden a las realidades reales y tampoco a las virtuales, en aferrarse al pasado, lo cual es por demás retrógrado.

La dictadura y la posverdad

Hoy más que nunca la dictadura mediática, en manos de cada vez menos “generales” de las corporaciones, busca las formas novedosas de implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas. Es el lanzamiento global de la guerra de cuarta generación, directamente a los usuarios digitalizados de todo el mundo.

Si hace cinco décadas la lucha política, la batalla por la imposición de imaginarios, se dilucidaba en la calle, en las fábricas, en los partidos políticos y movimientos, en los parlamentos (o en la guerrilla), hoy las grandes corporaciones de transmisión preparan una ofensiva que saltean los medios tradicionales para llegar directamente, con sus propios contenidos de realidades virtuales, a los nuevos dispositivos móviles de los ciudadanos.

¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información? ¿Hablamos de redistribución de frecuencias radioeléctricas cuando hoy el control emerge de la conjunción de medio y contenido? Los que controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos, satelitales, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, en una planificada apuesta por monopolizar mercados y hegemonizar la información-formación del ciudadano.

Cambia la radio. Bajo la mirada vigilante de otras naciones, Noruega se ha convertido desde el enero de 2017, en el primer país del mundo en apagar su señal de Frecuencia Modulada (FM), considerando que tiene 22 estaciones nacionales de radio digital, y aún hay espacio en su plataforma digital para otras 20.

La tendencia mundial –y latinoamericana- demuestra que los jóvenes televidentes ya están pasando del uso lineal de televisión hacia un consumo en diferido y a la carta, que bien puede optar el dispositivo fijo (el televisor) y optar por una segunda pantalla (computadora, tablet, teléfonos inteligentes).

Para los comunicólogos optimistas, de receptores pasivos, los ciudadanos están pasando a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, productores-difusores, o productores-consumidores (prosumidores). Para los menos optimistas, si bien esa es una posibilidad teórica, la práctica demuestra que la producción y difusión quedarán en manos de grandes corporaciones, en especial estadounidenses, y los ciudadanos podrán ocupar la casilla de consumidores, en una arremetida del pensamiento, el mensaje, la imagen únicos.

Quizá aquellos que estamos desde hace años en la lucha creemos que la discusión sobre la democratización de las comunicaciones está socializada/masificada en nuestras sociedades. No lo está siquiera en aquellos donde se han hecho esfuerzos de esclarecimiento en este campo, como Argentina y Ecuador. Hay quienes sostienen que aún se trata de una discusión elitesca, entre los militantes políticos, de la comunicación y allegados.

¿De qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información en la que ahora se da en llamar la época de la posverdad, donde los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones, los imaginarios y las creencias personales?

Hoy, la posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública que emplean los grandes medios de comunicación y todos los líderes políticos. La sociedad es hoy un monumental simulacro, un plexo cuasi-infinito de significaciones sin referente ni realidad que las apoye, una especie de monumental ciencia-ficción que nos domina, dijera Baudrillard.

En 2016, The Economist hablaba del arte de la mentira, y señalaba que Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real. Una cosa es exagerar u ocultar, y otra, mentir descarada y continuadamente sobre los hechos. Y lo peor es que esas mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo.

Hoy se manipulan, se omiten, se tergiversan o se falsifican desde las cifras de la desocupación o del costo de la vida, mientras opinadores muy mediatizados predican distintas variantes del there is no alternative (no hay alternativa) thatcheriano.

Disculpe, entonces, ¿de qué estamos hablando cuando reclamamos la democratización de la comunicación y de la información?

*Adelanto del libro El asesinato de la Verdad, a editarse este semestre.

Aram Aharonian es periodista uruguayo, magister en Integración, fundador de Telesur, codirector del Observatorio de Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (Clae), y presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (Fila). Autor de Vernos con nuestros propios ojos y La internacional del terror mediático, entre otros textos.

MIÉRCOLES 15 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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2) El “informe Aram” y la democratización de la comunicación
Álvaro Verzi Rangel *

En momentos en que nuestros comunicólogos y la prensa popular (alternativa, comunitaria) parecieran abstraerse de la realidad del mundo, los progresos tecnológicos y la cada vez más fuerte concentración mediática, flagelándose con la automarginación, el uruguayo Aram Aharonian nos invita a debatir, de cara al presente y al futuro, sobre “Qué significa hoy democratizar la comunicación”.

El autor alerta que estamos escenificando nuestras peleas en campos de batalla equivocados o perimidos, mientras se desarrollan estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla. “Seguimos aferrados a los mismos reclamos, reivindicaciones de un mundo que ya (casi) no existe”, señala.

Ya antes el autor nos había hecho pensar con su insistencia en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos (y no con miradas extranjeras y extranjerizantes) y con sus investigaciones sobre la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático.

A Aram le llama la atención que operadores mediáticos, que se autodefinen como radicales de izquierda, sigan repitiendo viejas consignas y léxicos que no corresponden a las realidades reales y tampoco a las virtuales, en aferrarse al pasado, lo cual es por demás retrógrado. Y la pregunta es si esto sucede por impericia o porque así se hace más fácil la dominación mediática.

Académicos europeos señalaban hace una década que los ciudadanos pasaban de ser receptores pasivos a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, productores-difusores. Hoy la realidad nos muestra que poco a poco los ciudadanos quedaremos condenados a ocupar la casilla de consumidores, sin participación alguna en la producción de contenidos.

Durante años nos quisieron convencer que la comunicación alternativa era sinónimo de comunicación marginal. En Vernos con nuestros propios ojos, el mismo autor señalaba que había dos formas de masificar los mensajes: uno, con medios masivos, otro, con redes de medios populares, compartiendo contenidos y exponenciando el impacto de los mismos. Sabemos que la única forma de plantear la batalla cultural, de las ideas es con una estrategia comunicacional masiva.

Se trata de cambiar los paradigmas liberales, y tomar conciencia de que la objetividad, imparcialidad y neutralidad que se nos exige, simplemente no existe: todo medio tiene su línea editorial y lo inmoral, lo antiético, es disfrazarse de “objetivo” para imponer sus intereses económicos, políticos o religiosos.

Hasta Marshall Mac Luhan parece fuera de lugar con su «el mensaje es el medio”, que popularizara en el siglo XX. Hoy todo comunica: pantallas, formatos, plataformas, que están a la disposición gracias a tecnologías digitales de compresión, codificación, almacenamiento y transporte. Hoy Facebook y Aloja et (antiguo Google) concentran un poco más de 50% de la publicidad en el mercado digital, que representa el 35% de la torta global, a punto de superar al segmento de la televisión

Hoy no se puede hablar de democratización de la comunicación sin tener en cuenta el big data, los avances de la inteligencia artificial, los fake news (información falsa, basura) y en el campo más político, la plutocracia. Y, sin leer el libro que anuncia y apenas releída su presentación, cabe poner algunos temas en claro:

Uno. La redistribución equitativa de frecuencias radioeléctricas, uno de los planteos principales en las exigencias de democratización de la información y la comunicación, entre los sectores comercial, estatal o público, y popular no garantiza la democratización ni impide la concentración mediática. Si los medios populares accedieran a un tercio de las frecuencias, no tendría contenidos para tal cantidad de canales y radios.

Dos. El problema sigue siendo la concentración oligopólica, donde seis trasnacionales dominan los principales periódicos, revistas, estaciones de radio, televisoras, editoriales y la producción de contenidos tanto audiovisuales como para juegos cibernéticos. O sea, seis corporaciones manejan el imaginario colectivo mundial. Quienes controlan los sistemas de difusión, cada vez más inalámbricos, eligen, producen y disponen cuáles serán los contenidos, monopolizando mercados y hegemonizando la información ante nuestra mirada pasiva.

Tres. Hay una nueva agenda mediática donde destacan la integración vertical de proveedores de servicios de comunicación con empresas productoras de contenidos, que llegan directamente a los dispositivos móviles, la transnacionalización de la comunicación, los temas de la vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza en internet, el «ruido» en las redes y el video como formato a reinar en los próximos años. ¿Esta es la agenda que manejan los escasos comunicólogos y los medios populares?

Cuatro. Siguen vigentes en la agenda dos temas cruciales: la vigencia de la guerra de cuarta generación y el terrorismo mediático

Cinco. De producirse la anunciada fusión de ATT&T con Warner-Times, la megacorporación controlaría el acceso a Internet de cientos de millones de personas, así como el contenido que miran y escuchan, socavando la cacareada neutralidad de la red.

Seis. Todo está en las nubes. Hoy Apple y Google y todas las Siri en el teléfono, usan la inteligencia artificial. El Big Data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones. Nuestra preocupación debiera ser lo fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta.

Siete. La dictadura mediática (que ya suplantó a las dictaduras militares del siglo pasado), en manos de cada vez menos corporaciones, ya hizo el lanzamiento global de la guerra de cuarta generación, dirigida a las percepciones y emociones (no al raciocinio) de los usuarios digitalizados a lo largo y ancho del mundo (salteándose los medios tradicionales), con formas novedosas de implantar hegemónicamente imaginarios colectivos, realidades virtuales, narrativas, discursos, verdades e imágenes únicas.

Ocho. El tema básico son los contenidos. Es imprescindible desde el campo popular crear bancos de contenidos, de calidad, que pueda difundirse por las redes de medios populares, en momentos en que comienza en el mundo el apagón de las frecuencias moduladas de radio para trasladarlas a las plataformas digitales. Mientras, también los latinoamericanos están pasando del uso lineal de televisión hacia un consumo en diferido y a la carta, que bien puede optar el dispositivo fijo (el televisor) y una segunda pantalla (computadora, tablet, teléfonos inteligentes).

Nueve. La llamada posverdad es el arma de desorientación masiva de la opinión pública que emplean los grandes medios de comunicación y casi todos los líderes políticos. Se basa en frases que se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real, mentiras se van imponiendo en el imaginario colectivo. Hay que aprender a detectarlas inmediatamente, y desarmarlas.

Diez. Seguimos ciegos de nosotros mismos, seguimos viéndonos con ojos extranjeros, copiando formas y contenidos, invisibilizando a las grandes mayorías, la pluralidad y la diversidad de nuestras regiones, absteniéndonos de recuperar nuestra memoria histórica y nuestras tradiciones. “Un pueblo que no sabe de dónde viene difícilmente sepa a dónde ir y así el destino siempre será impuesto desde afuera”, señalaba Aram en Vernos…

Hoy sabemos que de nada sirve tener medios nuevos (y populares) si no tenemos nuevos contenidos, si seguimos copiando las formas hegemónicas, si seguimos colonizados culturalmente y no creemos en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos. Lanzar medios nuevos para repetir el mensaje y la agenda del enemigo, es ser cómplice del enemigo.

Este quisiera ser un llamado al debate: a seguir leyendo el Informe Mc Bride de 1980, pero con los pies en esta tierra que tanto ha cambiado en los últimos siete lustros… y seguirá cambiando. Mientras, no sigamos repitiendo las mismas letanías, como dice el creador de Telesur.

* Sociólogo venezolano, investigador del Observatorio en Comunicación y Democracia.

MIÉRCOLES 15 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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3) Villoro: “Somos los bárbaros de una nueva época”
Eduardo Febbro (Página/12)

En diálogo con Página/12 el escritor mexicano Juan Villoro habla de la relación de México con Estados Unidos antes y después de Trump, de la frontera, de Latinoamérica, del fascismo y del valor de la literatura como oasis o refugio en un mundo cada vez más hostil.

Desde Ciudad de México – El empedrado de una de las calles de uno de los barrios más románticos de México, Coyoacán, guía los pasos hasta la casa de uno de los intelectuales más brillantes de la lengua española: el mexicano Juan Villoro. Allí donde se posa su pluma surge un descubrimiento. Novela, cuento, literatura infantil, teatro, ensayos y una profusa e imperdible obra periodística componen el cuerpo de una obra llena de poesía y lúcida ironía. Ganador de una buena decena de premios en varios rubros, desde la novela hasta el periodismo, Villoro publicó su primeros cuentos en 1980 (La noche navegable),su primer libro infantil en 1985 (Las golosinas secretas) y su novela inaugural en 1991 (El disparo de argón). El éxito narrativo le llegó en 2004 con la novela El testigo (Premio Herralde). Su escritura no deja templo sin visitar, menos aún el de esa pasión planetaria y organizada que es el fútbol, deporte que Villoro ha elevado a la categoría metafísica y sobre el que ha escrito una joya de la literatura, Dios es redondo (Premio Vázquez Montalbán 2006). Ha sido, hasta ahora, el único escritor al que se la ocurrido contar no ya la imposibilidad de un autor para escribir sino el empeño de un libro para no dejase leer (El Libro Salvaje)

Juan Villoro es a las palabras lo que un saxofonista como John Coltrane es al jazz y a la música: un explorador inagotable de resonancias y sentidos. El México de Juan Villoro es ajeno a todo folklore: es la ciudad, la mirada de exploraciones infinitas que va desnudando un lugar donde “el carnaval se confunde con el apocalipsis”. Cuento infantil, crónica periodística, narrativa novelesca o relato breve, la obra de Villoro es un corpus reflexivo, cargado de humor, de gravedad y de ligereza. La elección de Donald Trump ha colocado a México en el blanco de la ira xenófoba del presidente norteamericano. En esta entrevista con PáginaI12, Villoro reflexiona sobre el lugar de la literatura en tiempos de crisis, profundiza la compleja relación entre México y los Estados Unidos, señala la casi soledad de un país que se cortó de su fuente natural, América Latina, y profetiza un mundo que se ha descompuesto y en el cual somos “como bárbaros de una nueva era”.

–Después de los atentados contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado judío, en 2015, el libro más vendido en Francia fue un clásico de Voltaire: Tratado sobre la tolerancia. Luego, en noviembre del mismo año, hubo la matanza del Bataclán y los bares de la capital francesa. A partir de ahí, el libro más vendido fue París era una Fiesta, de Ernest Hemingway. Ahora, en Estados Unidos, tras la victoria de Donald Trump, el libro más vendido es 1984, de George Orwell. La literatura parece conservar un valor refugio, una suerte de oasis para la comprensión de lo que nos ocurre.
–La literatura se parece un poco al paracaídas. En condiciones normales no todo el mundo ejerce la literatura, no todo el mundo lee ni se arroja en paracaídas por deporte. Pero en una circunstancia de apremio, la literatura y los paracaídas te salvan la vida. Esa es un poco la situación que tenemos. Un náufrago que sobrevive y encuentra un libro tiene algo en que entretener la mente. Lo mismo pasa hoy en día con la gente desesperada que trata de encontrar en la literatura un refugio o referentes para saber qué fue lo que pasó y cómo pudo pasar algo como lo de Donald Trump o los atentados de París. Pero desde luego, hay muchas claves en la obra de Orwell para comprender lo que está pasando en los Estados Unidos. El caso de una sociedad que se pretende democrática y que da cabida a un candidato racista, que niega la información, que dice mentiras, que falsea los datos es muy complejo. En suma, un gran charlatán, un gran bufón que pasó de ser una figura de segundo orden en la televisión y un magnate bastante cuestionado a convertirse en el hombre más poderoso del planeta.

–Lo que pasará con Trump ya está plasmado en la literatura en una suerte de anticipación que toma forma cada semana.
–Hace un tiempo escribí un artículo sobre una novela de Sinclair Lewis, Esto no podría pasar acá. La novela trata de un político norteamericano conservador, mesiánico, que imitando los liderazgos de Hitler y Mussolini en la Segunda Guerra Mundial presenta una agenda muy atractiva para el norteamericano descontento. Mucha gente liberal dice en la novela que ese candidato no puede triunfar en los Estados Unidos, que la democracia es muy fuerte. Luego, en la novela, las personas que votaron por el acaban decepcionadas porque, una vez que se instaura un gobierno autoritario, se pasa a una dictadura. Hasta las personas que lo respaldaron terminan arrestadas. Es entonces un esquema de lo que podría pasar en los Estados Unidos. Pero los presidentes no leen novelas y, por lo visto, la realidad tampoco las lee lo suficiente para estar advertida de lo que puede pasar.

–La desconfiguración del mundo no es una exclusividad norteamericana. En Europa está ocurriendo lo mismo con las pujantes extremas derechas. Hay como una propagación de esas utopías del mal.
–El populismo es un fermento que está latente en todos los pueblos. Hay una pulsión nacionalista que muchas veces parece la última respuesta ante una circunstancia desagradable. Lo vimos en Estados Unidos con Donald Trump, en Inglaterra con el Brexit, en Cataluña el separatismo ha aumentado con la crisis. El doctor Johnson decía: “el nacionalismo es el último refugio de los canallas”. O sea, la última oportunidad de encontrar una raíz válida para una realidad adversa. Esto seguirá teniendo brotes en todo el mundo. El fascismo italiano fue nacionalista, el nacional socialismo alemán también. No es un invento norteamericano. Creo que el gran problema de la clase política y de los medios fue la incapacidad de analizar el auténtico descontento de mucha gente en los Estados Unidos y, también, el agotamiento de un modelo político. Esto fue lo que hizo igualmente posible que una candidata tan deficiente como Hillary Clinton, miembro de un sistema totalmente obsoleto y cuestionable, se presentara como una alternativa a Donald Trump. Claramente no lo era.

–En esta situación, México está en primera línea. Su frontera con los Estados Unidos es una amenaza.
–Sí, en México está habiendo una reacción para potenciar a un candidato que sea el anti Trump. Se trata de Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la izquierda. Obrador se mantuvo vigente por muchas razones. En dos ocasiones compitió por la presidencia. En la primera fue objeto de todo tipo de triquiñuelas y quedó como un candidato que había perdido a la mala. Desde entonces no ha dejado de luchar. Parte de su proyecto político tiene que ver con el nacionalismo que el gobierno del actual presidente Peña Nieto ha minado mucho. Las reformas que ha habido en México apuntaron todas hacia la famosa globalización. El Primero de enero de 1994, el Ejercito zapatista se levantó en armas para protestar por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. Ellos decían: “esto está vendiendo a México en un momento en que los pueblos originarios no hemos recibido ningún beneficio del llamado desarrollo”. Esa fue, en el 94, una llamada de atención muy importante. Desde entonces, los distintos gobiernos no han hecho sino articular una política dependiente de los Estados Unidos. Recientemente hubo una reforma energética que permite que se hagan inversiones de hasta el 100% por 100% con capital extranjero en aguas profundas para explotar petróleo. Se trata de la venta del patrimonio nacional. Un gobierno que no ha tenido una actitud de defensa a la soberanía es ahora desafiado por López Obrador, un candidato fuerte, carismático, que ahora recibe el impulso de los Estados Unidos. Parece ser la persona que podría enfrentar con más congruencia el proyecto imperialista norteamericano. El nacionalismo de López Obrador adquiere combustible. A los mexicanos nos preocupa que Donald Trump sea el presidente de los Estados Unidos, pero nos preocupa mucho más que Peña Nieto sea el de México.

–Al gobierno le ha faltazo solidez en su respuesta a las agresiones de Trump y se expuso a las provocaciones del presidente norteamericano sin opción de respuesta contundente.
–-Es claramente Trump quien fija la agenda y México no ha podido tener una agenda paralela. La respuesta mexicana ha sido muy blanda hacia los Estados Unidos y ha sido totalmente indiferente hacia América Latina. Ese es uno de los grandes problemas que tenemos.

–México se ha cortado de forma inexplicable de América Latina cuando, en realidad, supo ser un actor decisivo en otros tiempos.
–Si vemos los últimos foros que se llevaron a cabo en América Latina la participación mexicana ha sido muy escasa, o no asistió. No tenemos una verdadera política hemisférica con América Latina. Claro, ahora que estamos en un gran problema no hay un respaldo de la comunidad latinoamericana ni una unidad respecto a Trump, ni puede haberla. El problema es que México tiene con respecto a los Estados Unidos una psicología de hermano menor. Visualizamos al presidente de los Estados Unidos como al hermano mayor, impositivo, cruel, poderoso, arbitrario, pero que nos puede hacer algunos favores porque, al fin de cuentas, se puede considerar que nosotros somos su consentido, su favorito, su protegido. Esa ha sido desde siempre la estrategia de México ante los Estados Unidos: jugar la carta del favorito por tener una frontera muy grande y por ser el país con el que tenemos más comercio. La frontera entre México y los Estados Unidos es la más cruzada del mundo, ya sea con cruces legales o ilegales. En esta situación consideramos que Estados Unidos nos va a favorecer con algún tipo de privilegio. Por eso la política ha sido muy blandengue, ha sido una política que no puso las cartas sobre el asunto. Esto es muy grave porque desde hace décadas tenemos los mismos problemas. Barack Obama fue la cara sonriente de una política muy similar a la de Donald Trump. Obama rompió records de deportaciones, más de tres millones de mexicanos regresaron acá. En Medio Oriente Obama rompió records de ataques con drones, hubo muerte de población civil. En suma, no ha sido un presidente al que hayamos podido considerar como un socio de México. La situación es esquizofrénica. Los trabajos para los mexicanos están disponibles. En cualquier restaurante de los Estados Unidos las cocinas están llenas de mexicanos. Son ellos quienes lavan todos los platos del imperio. En esta situación en la que se necesitan tantos trabajos de mexicanos no se ha podido regularizar la inmigración. Eso algo gravísimo. Los mexicanos tienen que atravesar un auténtico safari en la frontera y sobrevivir de milagro para luego llegar a los trabajos que de cualquier forma están disponibles. Esta situación lleva ya 30 años. México no ha tenido una verdadera política hacia los Estados Unidos.

–Si usted ve la configuración de hoy desde el humor, la ironía o la literatura ¿estamos en un gran problema o con una gran oportunidad entre las manos?
–Las crisis son oportunidades. A mi me parece maravillosa la marcha de un millón de mujeres en Washington después del triunfo de Trump, pero esa marcha también hubiese podido llevarse a cabo si ganaba Hillary Clinton porque los problemas que se denunciaban allí nadie los resolvió hasta ahora. Trump tiene este efecto revulsivo que hace que mucha gente se implique por primera vez. Si Hillary hubiese ganado, para muchos habría sido como “podemos dormir en paz, la democracia ha triunfado, la democracia se impuso”. Pero es una democracia muy fallida y una razón cuestionable. Entonces, este efecto revulsivo es importante dentro de los Estados Unidos. Y a los mexicanos nos debe servir también para recapacitar, para reformular nuestra política y buscar alternativas a la dependencia que tenemos: el 85% de nuestro comercio lo hacemos con los Estados Unidos. En los años 80 México llegó a ser el cuarto productor mundial de petróleo. Hoy importamos de los Estados Unidos el 60% de nuestras gasolina. Y tenemos reservas comprobadas para cinco días. Si Estados Unidos cerrara el suministro de gasolina en diez días el país quedaría paralizado. Ese es el nivel de nuestra dependencia. Esto debe llevarnos a pensar en otro tipo de alternativas. Lo que no me parece bien es que esto nos conduzca a exonerar las responsabilidades internas y que, de allí, Donald Trump se convirtiera en el aliado más paradójico de Peña Nieto al hacer de nuestro presidente la víctima del continente, el hombre que quiso y no pudo del todo defender la soberanía mexicana.

–Muchos mexicanos, por su posición geográfica, se consideran norteamericanos. ¿No es una trampa en la percepción de la identidad? ¿Acaso México no necesita darse cuenta que es la inmensa cultura de la frontera sur y que pertenece a ese orbe de la identidad?
–Ese ha sido uno de nuestros grandes rezagos. México siempre ha tenido esta visión hacia el norte. Por ejemplo, en el lenguaje coloquial, cuando alguien dice voy a la frontera, se refiere al norte. No existe la frontera sur, aunque la tengamos. La obsesión mexicana es mirar al norte. Nuestra cultura ha sido lo suficientemente fuerte para viajar a los Estados Unidos sin perder tradiciones, para transformar las costumbres, la comida, los valores de muchas comunidades al interior de Estados Unidos. Fuimos fuertes como para no perder nosotros una identidad. Pero, al mismo tiempo, no hemos tenido una política latinoamericana fuerte. Hubo momentos en que la mayoría de los países latinoamericanos –todos– rompieron relaciones diplomáticas con Cuba, nosotros en México no, mantuvimos con Cuba una relación estratégica muy importante. Creo que cuando el levantamiento zapatista dijo “estamos entregándonos a los Estados Unidos”, de hecho tocaban una fibra mucho más fuerte de la que se pudo ver en ese momento.

–De todas formas, las relaciones entre México y los Estados Unidos son complejas. La frontera es, para los norteamericanos, mucho más que una división física: es al mismo tiempo la puerta del paraíso y del infierno.
–La percepción de ciertos norteamericanos respecto a México es muy curiosa. Recuerdo que en los años 60 había botones hippies en San Francisco que decían: “God is alive and well and living in Mexico City”. Dios está sano y salvo y viviendo en la ciudad de México. Esto era paradójico porque nuestra comunidad de entonces era bastante convencional, por no decir represiva, pero los hippies encontraban aquí la posibilidad de vivir tranquilamente. Aquí vino la generación beat, Kerouac escribió aquí su famosa novela En el Camino, William Burroughs vivió en México, mató a su esposa y salió sin ningún problema. A Burroughs le pareció que la justicia mexicana era maravillosamente sobornable. México era como la reserva de los excesos norteamericanos. El norteamericano que viene a México es un fugitivo o un exiliado o alguien que está a disgusto con un estado de cosas que hay en su país y que piensa comportarse en México de distinto modo. Este país le da la oportunidad. Nosotros hemos tenido la suerte de contar con ese tipo de norteamericanos. Pero es una relación compleja porque los mexicanos estamos perfectamente conscientes del papel que Estados Unidos ha jugado para nosotros. El presidente Porfirio Díaz solía decir “pobre de México. Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Siempre hemos pensado que es el enemigo a vencer y a la vez el socio con el que debemos congraciarnos.

–Me queda la tentación de una última pregunta que formulo: muchos pensadores, periodistas o escritores están seguros de que el mundo se rompió, de que los moldes de antes no sirven más ni para comprenderlo, ni para narrarlo.
–Tengo la impresión de que somos los bárbaros de una nueva época. Algo está comenzando, hay un fin de ciclo, nuevas tecnologías, nuevas dependencias, nuevas adicciones, nuevos miedos, nuevas ilusiones. Todo esto configura un paradigma que todavía no acabamos de descifrar. Tenemos recursos e instrumentos que todavía no sabemos cómo usar. No es casual que la palabra de 2016 haya sido post verdad. Estamos apenas aprendiendo nuevos protocolos. En este mundo de espejismos tendremos que encontrar nuevos recursos, nuevas estrategias para recuperar la verdad. Sin ella no podremos vivir.

MIÉRCOLES 15 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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4) Carlos Aznárez: “Tenemos que formar un gran frente continental de medios populares”
Fernando Vicente Prieto (Resumen Latinoamericano)

Un mes después del ataque sufrido por Resumen Latinoamericano, dialogamos con el director del medio, Carlos Aznárez, sobre la situación de la comunicación popular en tiempos de avance de proyectos neoliberales.

– Venimos de varios ataques a los medios populares, entre ellos a Resumen Latinoamericano. ¿Cómo caracterizás lo que se viene en cuanto a protegerse frente a esto tipo de situaciones?
– Bueno, primero, construir mayores niveles de unidad. Con el Frente de Comunicadores Populares y también con otras organizaciones hicimos una primera Asamblea, para empezar a plantearnos esto de unirnos, encadenar las redes, dar respuestas rápidas. En el caso del ataque a Resumen Latinoamericano hubo respuesta rápida, nosotros lo denunciamos y enseguida empezó a preocuparse la gente. Así tiene que ser. Y a la vez no descartar ningún tipo de estrategia para defendernos, por ejemplo organizar charlas, actividades culturales y otras actividades que pongan sobre la mesa lo que le está pasando a los medios de prensa y también a las iniciativas culturales.
Ahí está el caso reciente de la obra de Vicente Zito Lema, “Eva Perón Resucitada”, donde al día siguiente de estrenarla en Mar del Plata entró un grupo policial al teatro con la intención de clausurarlo. También se han cerrado centros culturales, se han quitado subsidios a un montón de gente que hacía cultura popular, se está tratando de echar a la gente que hace música en los subtes… O sea, la embestida va para muchos y como dije en la conferencia de prensa del Bauen, acá nadie puede imaginarse salvarse solo, esa cosa individualista que Argentina tiene todavía. Evidentemente eso hay que combatirlo con unión, ser más, ser un colectivo, porque es la mejor manera de defenderse.

En el caso de los últimos ataques contra medios, estos mensajes que vienen de un grupo operativo, clandestino, ilegal, que entra a un lugar donde se trabaja habitualmente con información, evidentemente tienen una característica mafiosa de advertencia disciplinadora, en el sentido de “vas por mal camino, este no es”. Y también: “No es para vos, sino para advertirle a otros” que también practican este tipo de periodismo como el nuestro. Eso a mí me parece grave en democracia. Podés poner todas las comillas que quieras a esa democracia, pero es democracia: no estás en una época donde están Videla, Masera y Agosti. Aunque hay algunos simpatizantes de ellos, seguro.
Esto hay que analizarlo en el contexto de escalada que se está sufriendo a nivel regional, a nivel local, de avance neoliberal, de avance derechista y también de avance contra los medios comunitarios, alternativos o de contrainformación, porque de alguna manera lo que se quiere es que perdure un discurso único, el discurso de los medios hegemónicos y entonces los medios contrahegemónicos molestan. Molestan porque además hemos crecido mucho, somos muchos más de los que éramos antes, estamos más avispados de lo que éramos antes. Podemos dar información rápida, las redes y la nueva tecnología ayuda mucho en eso. A ellos le molesta y estas son demostraciones de advertencia, ante lo que tenemos que unirnos.

– Pareciera que ese crecimiento de la comunicación popular no tiene una expresión de unidad organizativa que pueda confrontar la representación simbólica que se adjudican los medios empresarios o incluso periodistas reconocidos, prestigiados por esos mismos medios. ¿Cuál es tu opinión sobre la posibilidad de avanzar en mayores niveles de unidad orgánica?
– Yo creo que el gran desafío está ahí. No se está pidiendo que nadie termine con su sigla, con su logo o con su actividad, sino que la refuerce uniéndose con otros, ayudando al otro en lo que no está capacitado o no tiene los medios para hacerlo. No sufrir porque crece otro medio al lado tuyo, sino que al contrario, alegrarte. En tiempos como los que está viviendo América Latina, ojalá crecieran como flores miles de medios, porque va a ser la única manera. Nosotros no tenemos ni aparato económico ni la posibilidad de esa súper exhibición y visibilización que tienen los medios hegemónicos. La televisión, por ejemplo, nosotros tenemos algunos programas, algún canal comunitario como Barricada TV, pero muy poco. Entonces el desafío es abandonar las individualidades. Sin diluirse en el conjunto, sino uniéndose al conjunto para reforzarlo. A esto hay que tomarlo muy en serio.
Lo ideal sería que formemos un gran frente continental de medios populares. Ya hay algunos. Bueno, empezar por unir esos tres, cuatro o cinco que ya están, uniendo a un montón de gente y dar un ejemplo. Eso sería una idea, ¿verdad? Dar un ejemplo desde tres o cuatro plataformas que ya tienen un montón de medios, que decidan trabajar juntos y después atraer a otros para que se vayan sumando. ¿Que logramos con esto? Logramos que cuando ataquen a una compañera en Honduras, o en cualquier lugar, seamos miles de canales para difundirlo.
Y esto no es poca cosa, porque contrarresta al discurso hegemónico que tiene una pantalla todo el tiempo, tiene una web todo el tiempo, y que no va a hablar de eso. O que va a decir que se caotizó el tránsito cuando los campesinos cortan una ruta, no va a hablar que mataron a un campesino: el problema es el caos de tránsito. Me parece que por ahí tiene que caminar la cosa. Para eso hay que cambiar de chip, concientizarse de los tiempos que tenemos, ponerse a la altura de las circunstancias y aportar entre todos.
En España se está haciendo una experiencia a través del periódico Diagonal, se han unido varios medios con la idea de trabajar juntos. Tenemos un montón de diferencias, pero tenemos una mirada común respecto a quiénes son nuestros enemigos. Bueno, si lo tenemos, avancemos sobre eso, no estemos chicaneándonos sobre cosas que nos dividen, porque la verdad es que va a haber muchos temas para la división.
Si se pone el cielo negro, empieza a soplar el viento y después se crea un tsunami, ¿qué vas a estar diciendo? “Ah, mi problema con aquel es que está en tal lista, o que no tiene lista”, o lo que sea, el tsunami te lleva a vos, al otro y al que está más atrás tuyo. Creo que el tsunami se llama imperialismo norteamericano y las multinacionales; y de alguna manera tenemos que hacerle frente a eso. No dejar solos a los mapuches, estar peleando contra eso, no dejar solos a los que venden en la calle, trabajadores de la economía popular. Los medios pueden servir mucho para eso y de hecho lo estamos practicando, como podemos, pero lo estamos haciendo.

– ¿Cómo pensar esa articulación entre la comunicación y el resto de los planos de la política, en este contexto nacional y continental?
– Yo creo que cada organización del campo popular tiene que tener una plataforma de comunicación. Es fundamental para sus integrantes, también es fundamental para el resto, para saber cómo piensa esa organización a través del punto de vista comunicacional. Partiendo de ese hecho que se está dando naturalmente, porque todos tienen una radio, o una web, o un periódico o esas tres cosas, me parece que todo lo que hacemos en comunicación es política, todo tiene un discurso político.
Nosotros nos situamos abajo y a la izquierda, otros en el nacionalismo revolucionario, otros se sitúan en la ultra izquierda, lo que sea, pero de alguna manera sus medios de comunicación y todo lo que comunicamos tienen un claro contenido ideológico. No somos objetivos, tenemos la parcialidad del lado del pueblo, no del lado de los poderosos. Me parece que los comunicadores también podemos ayudar a acercar posiciones de las organizaciones, que también están divididas, que también tienen sus pro y sus contra, sus mañas, cada una y cada uno.
Desde el mensaje de que podemos construir plataformas comunicacionales donde participen compañeros de distintas organizaciones, podemos dar una mano también a acercar, a unificar el campo de la lucha popular. Es perentorio, te diría, por el momento que estamos viviendo.

MIÉRCOLES 15 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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