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E – LECCIONES IN TERNAS

POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL

REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS

AÑO 14 – Nº 673/ Lunes 2 de Junio de 2014

Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares

COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR

http://nuevo.comcosur.org/

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HOY:

1) Otra inseguridad

2) Brasil, fútbol y protestas

3) A los izquierdistas desilusionados con la RPD

4) Baja participación y desencanto juvenil en elecciones de Egipto

5) Libia: Milicias vs milicias

6) Realidades e ilusiones del segundo gobierno del FMLN

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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que

niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo

hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese

monopolio es central.” Emir Sader

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1) Otra inseguridad

Marcelo Jelen (La Diaria)

Las seguridades se acabaron hace rato. ¿Quién dice ahora, fuera del
exitismo entre mentiroso y mágico de las campañas electorales, que
el Frente Amplio gana seguro? ¿O que gana en primera vuelta? Esta
campaña llega al recodo con pocas certezas hacia octubre y quizá
noviembre. El Frente Amplio (FA) sigue sumando, grosso modo, la mitad
del electorado; Pedro Bordaberry sale tercero; Luis Lacalle Pou y
Tabaré Vázquez son los candidatos con posibilidades de alcanzar la
presidencia. El resto es pura incógnita, a tal punto que el próximo
gobierno podría llegar, incluso, a incorporar al Partido
Independiente.

Todo esto no es poco cambio, en un país donde hasta hace cinco años,
hablar de política era hablar del FA. Los partidos fundacionales
parecían rendidos sin remedio tras la crisis económica y social de
2002. El FA creyó, ingenuo, que estaban muertos y que él seguiría
creciendo incluso desde el gobierno, sin advertir que el paso de los
años despertaría nuevas urgencias y diluiría las excusas
construidas sobre «herencias malditas». Tampoco previó que todo
oficialismo pare y cría su propio «legado maldito», y que a la
oposición le toca detectarlo y revelárselo a la ciudadanía.

Los «Bienvenido, futuro», los «Por la positiva», los «Vamos Uruguay» y
los «votos rebeldes» se plantan frente al «Vamos bien» sin
contradecirlo demasiado, apelando (con bastante éxito) al gusto
nacional por la ondulación leve, la media tinta, el impulso pero con
freno. Ni siquiera lo más marxista del FA niega que el mercado sigue
mandando. Lo que dice la oposición es que ya se repartió mucho, así
que conviene ir moderando la canilla para resetear el ciclo
acumulación-derrame. El oficialismo responde que ha sido muy moderado
y que no hay de qué asustarse.

Así las cosas, la campaña viene chauchona, tanto en convocatoria
como en repercusión. Transcurre en el estrecho margen que delimitan
el seguir igual y el no volver a lo de antes. Ayer fue a las urnas 39
por ciento de los votantes habilitados. Esta indiferencia no es
atribuible sólo al FA: toda la dirigencia política uruguaya actual,
como grotesco colectivo, se ha mostrado incapaz de enamorar a la
ciudadanía. Medidas en rating televisivo, las elecciones no logran
más interés, por ejemplo, que la galaxia Tinelli y el Mundial. El
debate por el futuro del país sólo se sobresalta con noticias del
día: Guantánamo, Siria, el Sirpa, Pluna, la Casa Blanca, Moody’s,
abusos de funciones, un anciano con 1.000 armas de fuego, un juez
supremo que juega con cuchillos, la caída de Sebastián Bauzá, las
vacaciones de Roberto Kreimerman, Philip Morris, Telechat, el fraude
en la Armada, esclavitud en alta mar, esclavitud sexual en las rutas,
los incesantes asesinatos de Julio Castro y Vladimir Roslik.

Los aspirantes a la presidencia han tomado el camino menos riesgoso:
dejaron a la tropa a cargo de atender esta avalancha y se aferraron
cada uno a un par de ideas programáticas potentes para machacar al
electorado y liberarse de las cambiantes coyunturas. Acabar con los
asentamientos, aumentar el presupuesto de la educación, reducir el
militar, eliminar el IRPF y el IASS, botones de pánico, Policía
militarizada, mano dura, la ominosa baja y no mucho más. Como si
estuvieran relojeando las cartas del contrario o disimulando falencias
propias. Quien quiera más sustancia cuenta con las páginas web de
las campañas, en las que se puede leer los planes y hasta ver spots,
entrevistas y actos en directo. De debates, ni hablar: el favorito no
cede. El FA cuenta, además, con la publicidad de diversas
reparticiones del Estado que, con el pretexto de informar sobre
servicios, promueven casi sin disimulo logros del gobierno. Y la
oposición, con la crónica roja recalentando la criminalidad.

La apatía encubre la importancia de lo que se viene. Que todos los
candidatos uruguayos anden con el carisma vapuleado no los hace
iguales. Tal vez Uruguay ya avanzó tanto que la ciudadanía da por
descontada la democracia y la sacrosanta estabilidad, como si la
política hubiera dejado de ser un problema o un tema interesante para
conversar, como si el «cambio en paz» se hubiera vuelto un estado
permanente del espíritu oriental. Pero no da lo mismo que sea
presidente Lacalle o Vázquez. Cada uno da un Uruguay bien diferente,
por más corridos a la derecha que estén ambos. No da igual que Pablo
Mieres llegue al Senado, o que Unidad Popular logre representación
parlamentaria. No da igual que Bordaberry crezca o que se estanque. No
da igual un FA dominado por un agrupamiento, disputado por dos o
fragmentado en tres o más. Ojalá que a partir de hoy, lunes, se
empiecen a notar las diferencias para entender qué cuernos estamos
votando.

LUNES 2 DE JUNIO DE 2014 – COMCOSUR

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2) Brasil, fútbol y protestas

Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique)

Es poco probable que los brasileños obedezcan a la procaz consigna
que lanzó Michel Platini –otrora gran futbolista y hoy politiquero
presidente de la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA)–
el pasado 26 de abril: “Hagan un esfuerzo, déjense de estallidos
sociales y cálmense durante un mes” (1).

La Copa Mundial de Fútbol comienza en São Paulo el 12 de junio para
concluir el 13 de julio en Río de Janeiro. Y hay efectivamente
preocupación. No sólo en las instancias internacionales del deporte
sino también en el propio Gobierno de Dilma Rousseff, por las
protestas que podrían intensificarse durante el evento deportivo. El
rechazo al Mundial por parte de la población ha seguido expresándose
desde junio del año pasado, cuando empezó todo con ocasión de la
Copa Confederaciones. La mayoría de los brasileños afirman que no
volverían a postular a Brasil como sede de un Mundial. Piensan que
causará más daños que beneficios (2).

¿Por qué tanto repudio contra la fiesta suprema del balompié en el
país considerado como la meca del fútbol? Desde hace un año,
sociólogos y politólogos tratan de responder a esta pregunta
partiendo de una constatación: en los últimos once años –o sea,
desde que gobierna el Partido de los Trabajadores (PT)– el nivel de
vida de los brasileños ha progresado significativamente. Los aumentos
sucesivos del salario mínimo han conseguido mejorar de forma
sustancial los ingresos de los más pobres. Gracias a programas como
“Bolsa Familia” o “Brasil sin miseria”, las clases modestas
han visto mejorar sus condiciones de vida. Veinte millones de personas
han salido de la pobreza. Las clases medias también han progresado y
ahora tienen la posibilidad de acceder a planes de salud, tarjetas de
crédito, vivienda propia, vehículo privado, vacaciones… Pero aún
falta mucho para que Brasil sea un país menos injusto y con
condiciones materiales dignas para todos, porque las desigualdades
siguen siendo abismales.

Al no disponer de mayoría política –ni en la Cámara de diputados
ni en el Senado–, el margen de maniobra del PT siempre ha sido muy
limitado. Para lograr los avances en la distribución de los ingresos,
los gobernantes del PT –y en primer lugar el propio Lula– no
tuvieron más remedio que aliarse con otros partidos conservadores
(3). Esto ha creado cierto vacío de representación y una parálisis
política en el sentido de que el PT, a cambio, ha tenido que frenar
toda contestación social.

De ahí que los ciudadanos descontentos se pongan a cuestionar el
funcionamiento de la democracia brasileña. Sobre todo cuando las
políticas sociales comienzan a mostrar sus límites. Pues, al mismo
tiempo, se produce una “crisis de madurez” de la sociedad. Al
salir de la pobreza, muchos brasileños pasaron de la exigencia
cuantitativa (más empleos, más escuelas, más hospitales) a una
exigencia cualitativa (mejor empleo, mejor escuela, mejor servicio
hospitalario).

En las revueltas de 2013, se pudo ver que los protestatarios eran a
menudo jóvenes pertenecientes a las clases modestas beneficiarias de
los programas sociales implementados por los Gobiernos de Lula y de
Dilma. Esos jóvenes –estudiantes nocturnos, aprendices, activistas
culturales, técnicos en formación– son millones, están mal
pagados, pero tienen ahora acceso a Internet y poseen un nivel
bastante alto de conexión que les permite conocer las nuevas formas
mundiales de protesta. En este nuevo Brasil, desean “subirse al
tren”(4) porque sus expectativas han aumentado más que su
condición social. Pero entonces descubren que la sociedad está poco
dispuesta a cambiar y a aceptarlos. De ahí su frustración y su
descontento.

El catalizador de ese enojo es el Mundial. Obviamente, las protestas
no son contra el fútbol, sino contra algunas prácticas
administrativas y contra los chanchullos surgidos de la realización
del evento. El Mundial ha supuesto una colosal inversión estimada en
unos 8200 millones de euros. Y los ciudadanos piensan que, con ese
presupuesto, se hubieran podido construir más y mejores escuelas,
más y mejores viviendas, más y mejores hospitales para el pueblo.

Como el fútbol es el universo simbólico y metafórico con el cual
más se identifican muchos brasileños, es normal que lo hayan
utilizado para llamar la atención del Gobierno y del mundo sobre lo
que, según ellos, no funciona en el país. En ese sentido, el Mundial
ha sido revelador. Para denunciar, por ejemplo, esa forma de hacer
negocios turbios con el dinero público. Sólo en la construcción de
los estadios, el coste final ha sido un 300% superior al presupuesto
inicial. Las obras fueron financiadas con dinero público a través
del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), el cual
confió la edificación de los estadios y las gigantescas obras de
infraestructura a empresas privadas. Estas, con frío cálculo,
programaron el retraso en los plazos de entrega, con vistas a realizar
una extorsión sistemática. Pues sabían que, ante las presiones de
la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), cuanto
más se retrasara la construcción, mayores serían los pagos
adicionales que recibirían. De tal modo que los costes finales se
triplicaron. Las protestas denuncian esos sobrecostes efectuados en
detrimento de los precarios servicios públicos ofrecidos en
educación, salud, transporte, etc.

Asimismo, las manifestaciones denuncian la expulsión, en algunas de
las doce ciudades sedes del Mundial, de miles de familias,
desahuciadas de sus barrios para liberar los terrenos donde se han
edificado o ampliado aeropuertos, autopistas y estadios. Se estima que
unas 250.000 personas fueron víctimas de expulsiones. Otros protestan
contra el proceso de mercantilización del fútbol, que la FIFA
favorece. Según los valores dominantes actuales –difundidos por la
ideología neoliberal–, todo es mercancía y el mercado es más
importante que el ser humano. Unos pocos jugadores talentosos son
presentados por los grandes medios de comunicación como “modelos”
de la juventud, e “ídolos” de la población. Ganan millones de
euros. Y su “éxito” crea la falsa ilusión de un posible ascenso
social mediante el deporte.

Muchas protestas son dirigidas directamente contra la FIFA, no sólo
por las condiciones que impone para proteger los privilegios de las
marcas patrocinadoras del Mundial (Coca Cola, McDonald’s, Budweiser,
etc.) y que son aceptadas por el Gobierno, sino también por las
reglas que impiden, por ejemplo, la venta ambulante en las cercanías
de los estadios.

Varios movimientos protestatarios tienen por lema “Copa sem povo,
tô na rua de novo” (“Copa sin el pueblo, estoy en la calle de
nuevo”), y expresan cinco reivindicaciones (por los cinco Mundiales
ganados por Brasil): vivienda, salud pública, transporte público,
educación, justicia (fin de la violencia de Estado en las favelas y
desmilitarización de la policía militar) y, por último, una sexta:
que se permita la presencia de vendedores informales en las
inmediaciones de los estadios.

Los movimientos sociales que lideran las manifestaciones se dividen en
dos grupos diferentes. Una fracción radical, con el lema “Sin
derechos no hay Mundial”, pacta objetivamente con los sectores más
violentos, incluso con los “Black Bloc” y su depredación extrema.
El otro grupo, organizado en Comités Populares de la Copa, denuncia
el “Mundial de la FIFA” pero no participan en movilizaciones
violentas.

De todos modos, las protestas actuales no parecen poseer la amplitud
de las de junio del año pasado. Los grupos radicales han contribuido
a fragmentar la protesta, y no hay una dirección orgánica del
movimiento. Resultado: según una reciente encuesta, dos tercios de
los brasileños están en contra de las manifestaciones durante el
Mundial. Y, sobre todo, desaprueban las formas violentas de las
protestas (5).

¿Cual será el coste político de todo esto para el Gobierno de Dilma
Rousseff? Las manifestaciones del año pasado supusieron un duro golpe
a la presidenta que, en las tres primeras semanas, perdió más del
25% del apoyo popular. Después, la mandataria declaró que escuchaba
la “voz de las calles” y propuso una reforma política en el
Congreso. Esa enérgica respuesta le permitió recuperar parte de la
popularidad perdida. Esta vez, el desafío será en las urnas, porque
las elecciones presidenciales son el 5 de octubre próximo.

Dilma aparece como favorita. Pero tendrá que enfrentarse a una
oposición agrupada en dos polos: el del centrista Partido de la
Social Democracia Brasileña (PSDB), cuyo candidato será Aécio
Neves; y, mucho más temible, el polo del socialdemócrata Partido
Socialista Brasileño (PSB), constituido por la alianza de Eduardo
Campos (ex ministro de Ciencia y Tecnología de Lula) y la activista
ecologista Marina Silva (ex ministra de Medio Ambiente de Lula). Para
este escrutinio, decisivo no sólo para Brasil sino para toda América
Latina, lo que ocurra este mes durante el Mundial podría ser
determinante.

Notas

(1 )

(2) Folha de São Paulo, São Paulo, 8 de abril de 2014.

(3) Desde la época de Lula, la base de la coalición que gobierna
Brasil está formada fundamentalmente por el PT y el Partido del
Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, centro-derecha), además de
por otras pequeñas fuerzas como el Partido Progresista (PP) y el
Partido Republicano de Orden Social (PROS).

(4) Léase Antônio David y Lincoln Secco, “Saberá o PT identificar
e aproveitar a janela histórica?”, Viomundo, 26 de junio de 2013.
http://www.viomundo.com.br/politica/david-e-secco-sabera-o-pt-identificar-e-aproveitar-a-janela-historica.html

(5)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=183873&titular=entre-goles-negociados-y-especulaciones-electorales-

LUNES 2 DE JUNIO DE 2014 – COMCOSUR

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3) A los izquierdistas desilusionados con la RPD

Vsevolod Petrovski (Liva)

Traducido del ruso por Carlos Valmaseda

Hace unas semanas el mundo discutía por los referéndums de
autodeterminación que tuvieron lugar en el Este de la Ucrania
dividida por el conflicto civil. La política de absoluto no
reconocimiento tomada sobre este referéndum por parte del gobierno de
Kiev y los países occidentales no pudo ocultar hechos evidentes
(incluidos los periodistas extranjeros): los habitantes del Donbass en
realidad participaron masivamente en el referéndum, apoyando la
proclamación «de los terroristas» -según la opinión del Fiscal
general de Ucrania- de las repúblicas populares del Donetsk y
Lugansk.

Se pueden poner en duda las cifras concretas de los jefes de las
juntas electorales «republicanas», se puede discutir la mala
organización y las infracciones relacionadas. No obstante, no se
puede ocultar que millones de personas, a pesar de las enormes colas,
de la amenaza de las provocaciones armadas, decidieron participar. La
legitimidad de las Repúblicas Populares la confirman ya no «un par de
miles de separatistas», sino el pueblo del Donbass.

Los izquierdistas ucranianos y rusos que apoyan el movimiento
popular-emancipador y antifascista en el Este y el Sur de Ucrania
cantaron victoria y… ya pocos días después del referéndum
sufrieron un duro golpe. El parlamento provisional de la RPD, no
elegido por nadie, presentó un sorprendente documento, llamado
constitución de la república. Hay en él algunas disposiciones
frustrantes para los izquierdistas convencidos, como la propiedad
privada de la tierra. Y hay algunos puntos que, en principio, parecen
absurdos en el siglo XXI: «el papel predominante» de la iglesia
ortodoxa del patriarca de Moscú, «el derecho humano empieza en la
concepción», la prohibición de las «uniones pervertidas», etc.

En el proceso precipitado, por no decir enfebrecido, de construcción
de la RPD han sucedido otras cosas notables. Una fracción pequeña de
oposición del consejo republicano, opuesta al autonominado líder
Denis Pushilin (anteriormente activo participante en la pirámide
financiera MMM), sin mayor ceremonia fue privada de su mandato. El
consejo , renombrado tras el referéndum de Popular a Supremo,
fue urgentemente ampliado con algunas decenas de personas que no
destacaron por su apoyo activo a los acontecimientos de abril. Y tras
la «constitución», este órgano de poder vota la nueva formación de
gobierno: el Consejo de Ministros. Como primer ministro de forma
inesperada para todos se nombra a un politólogo moscovita, Aleksandr
Boroday. Y muchas posiciones importantes las ocupan gentes
relacionadas con «la familia de Yanukovich». Por ejemplo, el ministro
de combustibles y energía era jefe del aparato de la ciudad de
Donetsk del Partido de las Regiones, Aleksey Granovski. Los
izquierdistas están confundidos. Los izquierdistas están
decepcionados. La organización marxista Borotba escribe una proclama
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