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LA POLÍTICA EXPLICADA A LOS IDIOTAS

1) La política explicada a los idiotas –
2) 40 años de traición española al Sahara Occidental –
3) Las bombas turcas caen en las huertas kurdas –
4) Yemen: Un pantano en el desierto –
5) Chad: el ocaso del cruel guerrero del desierto

COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 15 / Nº 742 / Lunes 26 de Octubre de 2015 / REVISTA SEMANAL DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) La política explicada a los idiotas
Daniel Innerarity (Alai)

Comparto las medidas para limitar la arbitrariedad del poder, pero no estoy de acuerdo con quienes consideran que este es el problema central de nuestras democracias en unos momentos en los que nuestra mayor amenaza consiste en que la política se convierta en algo prescindible.

En la Grecia clásica el idiotés era quien no participaba en los asuntos públicos y prefería dedicarse únicamente a sus intereses privados. Pericles deploraba que hubiera en Atenas indiferentes, idiotas, que no se preocupaban por aquello que a todos nos debe concernir.

Si hiciéramos hoy una taxonomía de la idiotez en política deberíamos comenzar por aquellos que quieren destruirla. Se desmantela lo público, los mercados tienen más poder que los electorados, las decisiones que nos afectan son adoptadas sin criterios democráticos, no hay instituciones que articulen la responsabilidad política… Poderosos agentes económicos o los embaucadores de los medios de comunicación están muy interesados en que la política no funcione.

Existe un segundo tipo de idiotas políticos en el que se encuentran quienes tienen una actitud indiferente hacia la política. Por supuesto que los pasivos tienen todo el derecho a serlo. Pero si quieren que les dejen en paz no han elegido el mejor camino para lograrlo.

Es muy frecuente que se produzca una alianza implícita entre quienes se desinteresan por la política y quienes aspiran al poder pero rechazan las incómodas formalidades de la política. Al final, lo que tenemos es lo de siempre pero camuflado: personas que ejercen el poder, pero que actúan como si no lo tuvieran, asegurando que no son políticos. Hay quien debe su fuerza política al rechazo de la política. En 1958 muchos franceses apoyaban a De Gaulle porque estaban convencidos de que libraría a Francia de los políticos; el poder de Berlusconi se debió en buena medida a que supo atraer a quienes detestaban a los políticos.

Luego hay quienes se interesan por la política pero lo hacen con una lógica que no es la de ciudadanos responsables sino más bien la de observadores externos o clientes enfurecidos que termina destruyendo las condiciones en las cuales puede desarrollarse una vida verdaderamente política. Al menos desde que la crisis económica hiciera visibles los graves defectos de nuestros sistemas políticos y más insoportables las injusticias que causaba, vivimos en tiempos de indignación.

Comparto las medidas para limitar la arbitrariedad del poder, pero no estoy de acuerdo con quienes consideran que este es el problema central de nuestras democracias en unos momentos en los que nuestra mayor amenaza consiste en que la política se convierta en algo prescindible. Con esta amenaza me refiero a poderes bien concretos que tratan de neutralizarla, pero también a la disolución de la lógica política frente a otras lógicas invasivas, como la económica o la mediática, que tratan de colonizar el espacio público.

Debemos resistirnos a que las decisiones políticas se adopten con criterios económicos o de celebridad mediática porque en ello nos jugamos la imparcialidad que debe presidir el combate democrático. Y me refiero también al idiota involuntario que despolitiza sin saberlo, probablemente contra sus propias intenciones.

Puede que los tiempos de indignación sean también momentos de especial desorientación y por eso prestamos más atención a la corrupción que a la mala política. No sé cuánto podemos hacer frente a la crisis que tanto nos irrita; tratemos al menos de que no nos distraigan.

La indignación lo pone todo perdido de lugares comunes. Algo serio está pasando en la política y el término «indignación» con que últimamente viene asociada lo refleja con dramatismo. Nunca en la historia ha habido tantas posibilidades de acceder, vigilar y desafiar a la autoridad, pero nunca se ha sentido la gente tan frustrada en relación con su capacidad de hacer que la política sea algo diferente. Tal vez por ello los tiempos de la indignación sean también, y principalmente, tiempos de confusión.

Deberíamos reconocer que la incertidumbre se ha apoderado de los gobernantes pero también de los gobernados, que podemos indignarnos e incluso sustituirles por otros, pero no siempre tenemos la razón ni disfrutamos de ninguna inmunidad frente a los desconciertos que a todos provoca el mundo actual.

Si es malo el elitismo aristocrático también lo es el elitismo popular. Por eso la crisis política en la que nos encontramos no se arregla poniendo a la gente en el lugar de los gobernantes, suprimiendo la dimensión representativa de la democracia. Se trata de que unos y otros, sociedad y sistema político, gestionemos juntos la misma incertidumbre.

Desearía contribuir a que esa indignación no se quede en un desahogo improductivo, sino que se convierta en una fuerza que fortalezca la política y mejore nuestras democracias.

– Daniel Innerarityes Catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco

LUNES 26 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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2) 40 años de traición española al Sahara Occidental
Iker Armentia (eldiario.es)

«El pecado que España cometió contra el Sahara sigue siendo fuente de sufrimiento para quienes un día fueron ciudadanos suyos de pleno derecho». Tomás Bárbulo.

El legionario español Larry Casenave entró en el cine Las Dunas un viernes de octubre de 1975. En los urinarios le esperaban tres activistas del Frente Polisario. Lo vistieron con un turbante y una derraá y lo sacaron sigilosamente del cine. Larry había desertado del ejército español. Durante 20 días estuvo escondido en una casa en la que pasaba entre nueve y diez horas al día sin moverse dentro de un pozo. Cuando la invasión del Sahara Occidental era inminente, Larry fue trasladado a Mauritania. En Mahbes, junto a otro grupo de extranjeros, coincidió con El Uali, uno de los líderes del Polisario. El Uali le explicó que haría todo lo posible para que pudiera volver a España cuanto antes. Él respondió que se quedaría con los saharauis para ayudar en lo que fuera.
–Esta no es tu guerra –le dijo el guerrillero.
– Ya sé que no es mi guerra como español, pero sí lo es como persona –contestó Larry.
El legionario luchó con los saharauis.

La semblanza de Larry Casenave la narra Tomás Bárbulo en ‘La historia prohibida del Sahara Español’ y es una de las pocas excepciones en uno de los episodios más tristes de la reciente historia de España: la traición al pueblo saharaui, de la que se van a cumplir 40 años el próximo mes de noviembre.

La historia es conocida. El Sahara Occidental era la provincia número 53 de España. Como el resto de países de su entorno, tenía derecho a un proceso de descolonización y un estado independiente. Sin embargo, el régimen franquista de la época cedió a las presiones de Marruecos y entregó el Sahara a Hassan II. A la ocupación del Sahara le siguió la guerra, hasta que en 1991 se firmó una tregua con la promesa de un referéndum de autodeterminación auspiciado por la ONU.

Han pasado más de dos décadas y la consulta no se ha celebrado. Parte del pueblo saharaui vive marginado y reprimido bajo la ocupación marroquí y otra parte está refugiada en los campamentos argelinos de Tinduf. Los Acuerdos de Madrid firmados el 14 de noviembre de 1975 por España, Marruecos y Mauritania nunca fueron validados internacionalmente y la responsabilidad de España sobre su excolonia sigue vigente.

La relación de las autoridades españolas con los saharauis repite un mismo patrón: buenas palabras pero, al final, pleitesía a Marruecos.

El 2 de noviembre de 1975, el rey Juan Carlos, entonces jefe de Estado en funciones –Franco estaba a punto de estirar la pata–, viajó a El Aaiún y en el casino de oficiales se dirigió a los mandos militares de la colonia: «España cumplirá sus compromisos. Deseamos proteger los legítimos derechos de la población saharaui». Según han desvelado los cables de Wikileaks, tres días después, el rey Juan Carlos avisó a EEUU de los planes de Franco en el Sahara, una ayuda nada desdeñable para una potencia que –Henry Kissinger mediante– había dado luz verde a la invasión marroquí del Sahara.

El rey Juan Carlos y Hassan II cultivaron durante años una profunda amistad. «Hassan II era mi hermano mayor», dijo Juan Carlos días después del fallecimiento de su colega marroquí (por cierto, ¿cuántos amigos tiene Juan Carlos con las manos manchadas de la sangre de su pueblo?). Los legítimos derechos de la población saharaui todavía están esperando la promesa del rey Juan Carlos.

El 14 de noviembre de 1976, Felipe González, secretario general del PSOE, viajó a los campamentos de refugiados para apoyar al Frente Polisario: «Sentimos vergüenza de que el Gobierno no haya solo hecho una mala colonización sino una peor descolonización, entregándoos en manos de gobiernos reaccionarios como los de Marruecos y Mauritania. Nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final». Otra promesa que no iba a tardar mucho en romperse.

Con el paso del tiempo Felipe González fue alejándose del Sahara y se convirtió en un defensor del régimen marroquí. «El país con mayor espacio de libertades que conozco del mundo árabe es Marruecos, incluidas las autoridades del Sahara Occidental». A González se le olvidan los desaparecidos en cárceles secretas, las detenciones arbitrarias, los juicios sin garantías y las torturas, los muertos y los apaleados. A González se le olvida la represión documentada por diferentes organizaciones internacionales y periodistas. Pero bueno, ya sabemos que para Felipe González la dictadura de Pinochet era algo parecido a una tarde de cañas con demasiada lluvia.

El PP también se ha sumado a las filas del cinismo. Durante los años de oposición a Zapatero, criticó –con razón– que el Gobierno socialista no condenara el desmantelamiento violento del campamento de protesta que los saharauis habían levantado a las afueras de El Aaiún, en los territorios ocupados. Pero años después, ese mismo PP que acusaba a Zapatero de renunciar a defender los derechos humanos para no disgustar a Marruecos, hace lo mismo: el Gobierno de Rajoy ha denegado asilo político en España a Hassana Aalia, un activista de 27 años, condenado a cadena perpetua por su participación, precisamente, en aquel asentamiento de El Aaiún. El pasado mes de febrero el PP impuso su mayoría absoluta para rechazar en el Congreso la concesión del asilo. Afortunadamente, un mes después, la Audiencia Nacional suspendió la expulsión de Hassana Aalia. La concesión de su asilo sigue en los tribunales. El PP puede apuntarse también a la lista de traidores.

El Sahara Occidental es uno de los ejemplos más claros del abismo que separa a los gobernantes españoles y la ciudadanía a la que representan. Mientras ellos se dedican a incumplir promesas, miles de ciudadanos en toda España han mostrado durante estos 40 años su solidaridad con el pueblo saharaui: han entregado ayuda para los campamentos de refugiados o han acogido niños en sus casas para evitarles el horror de un verano a más de 50 grados de temperatura en el pedregal en el que viven en Tinduf.

Es irónico pero el propio Felipe González lo decía en 1976 y podría repetirse hoy: «Quiero que sepáis que la mayor parte del pueblo español, lo más noble, lo más bueno del pueblo español es solidario con vuestra lucha». Sí, Felipe, pero lo menos noble del pueblo español ha traicionado la lucha de los saharauis. Y lo sigue haciendo.

LUNES 26 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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3) Las bombas turcas caen en las huertas kurdas
Karlos Zurutuza (IPS)

Atrapados en la escalada de la violencia entre el gobierno de Ankara y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), los lugareños de este bastión de la guerrilla sufren impotentes los ataques constantes de la aviación turca. En la única tienda de la aldea de Zergely no faltan unas conocidas galletas turcas de chocolate y naranja o las palas para abrirse camino entre la nieve del invierno. Por supuesto, también están a la venta los populares relojes con el rostro en su esfera de Abdullah Ocalan, el líder histórico del PKK, preso en una cárcel turca desde 1999.

Rinaz Rojelat, su propietario, sigue vendiendo prácticamente todo lo que al lugareño de estas imponentes montañas de Qandil no le da la tierra. Pero son tiempos difíciles, y Rojelat asegura a IPS que perdió muchos clientes últimamente. Se refiere a quienes han huido y, sobre todo, a los ocho vecinos asesinados el 1 de agosto por la aviación turca. La pancarta desplegada junto a su tienda los recuerda. También los escombros de sus casas, a escasos 100 metros.

“La explosión me despertó de madrugada. En aquel primer ataque murió una mujer; el resto tras un segundo impacto, cuando muchos de nosotros intentábamos ayudar a los heridos”, recuerda el comerciante, que sigue contemplando con incredulidad el siniestro escenario frente a su negocio. A diferencia de Rojelat, muchos han preferido abandonar estas indómitas montañas para bajar al valle, algunos incluso hasta Erbil, la capital administrativa de la Región Autónoma Kurda en Iraq. Mohamed Sabah optó por atender sus cultivos y animales en Zergely durante el día y dormir en casa de unos familiares en Bagirke, a 10 minutos en automóvil.

“Tras el ataque pensé en irme y no volver jamás pero, ¿de qué iba a vivir en Erbil? Soy campesino, mis tierras y mis animales están aquí”, explica este kurdo de 28 años desde una huerta llena de pepinillos anexa a los cascotes. Tres de sus familiares resultaron heridos en agosto, y ya había perdido a un hermano en un ataque similar en 1997, porque los bombardeos de Qandil están lejos de ser resultado de la reciente coyuntura bélica en Kurdistán.

En cualquier caso, lo cierto es que los ataques se han intensificado desde el pasado 20 de julio, cuando un atentado suicida sesgó las vidas de más de 30 jóvenes activistas prokurdos, la mayoría de ellos turcos. El malogrado proceso de paz entre Ankara y los kurdos desembocaba así en una espiral de violencia cuyo episodio más dramático se vivió el día 10 de este mes, con otro atentado suicida que se saldó con un centenar de muertos en Ankara.

Precisamente, ese último acercamiento entre Turquía y los kurdos arrancó oficialmente aquí, en las montañas de Qandil. Fue durante las celebraciones del Newroz (el año nuevo persa y kurdo) en marzo de 2013 cuando se hizo público el comunicado de Ocalan, que anunciaba el último alto el fuego unilateral de la guerrilla kurda. A falta de hoteles en la zona, este periodista fue acomodado en una de las casas destruidas en Zergely en agosto. Los muertos eran campesinos, como todos aquí. No obstante, Turquía justifica el bombardeo asegurando que se trataba de “una base para terroristas del PKK”.

Impotencia

A unos 10 kilómetros al sur, la aldea de Bokriskan alberga el único hospital de Qandil. Se trata de un modesto edificio levantado por la guerrilla tras ser destruido el anterior en la localidad de Leuza, en 2008. Al igual que aquel, el de Bokriskan lo gestiona una enfermera de origen alemán que decidió ejercer su labor en esta parte del mundo hace más de 20 años y que adoptó para sí el nombre de Media. Puede que solo se trate de un centro médico pero los pobladores de la zona son conscientes de que su sola presencia puede provocar que el cielo caiga sobre sus cabezas con puños de plomo. Aquí tampoco sería la primera vez.

Maryam Hussein dormía en su casa a escasos metros del hospital cuando las bombas cayeron en Zergely. Aquella madrugada fue la última vez que vio a su marido. Tras la explosión, Abdul Kadir Abu Baker no vaciló en conducir hacia la aldea vecina para socorrer a los heridos. Murió en el segundo ataque. Su viuda dice a IPS que no ha vuelto a pisar ni Bokriskan ni Zergely desde entonces. “Me he ido a vivir con mis padres, pero sigo teniendo miedo porque aquí no hay lugar seguro”, afirma la viuda desde su aldea natal de Nawchelekan. A su lado, su hermano Dalyan asiente. ¿Habría sido otro su destino sin la presencia del PKK en la zona?, pregunta IPS.

“Turquía no hace distinciones entre civiles y guerrilleros. Además, sus bases están muy lejos de nuestros pueblos”, acota Dalyan, de quien terceros informan que recogió los restos de su cuñado en un saco. Desde el recrudecimiento de las hostilidades el pasado mes de julio, Turquía asegura haber acabado con la vida de más de 2.000 combatientes del PKK. La guerrilla, por su parte, aduce que sus pérdidas no alcanzan el centenar.

“Llevamos muchos años soportando estos ataques y sabemos de sobra cómo protegernos”, explicó a IPS un alto rango dentro del PKK, Sauas Amed. Semejante baile de cifras hace imposible aportar unas estimaciones de bajas que se ciñan a la realidad, pero lo que resulta fácilmente comprobable es el malestar político que las calificadas como “operaciones transfronterizas” por el Ejecutivo de Ankara provocan a este lado de la frontera.

En conversación telefónica con IPS desde Bagdad, Arez Abdula, parlamentario por la Unión Patriótica de Kurdistán en la Cámara de Representantes (diputados) de Iraq, acusó a Turquía de cometer “flagrantes violaciones del derecho internacional”. También lamentó que los bombardeos se hayan convertido “en rutina desde tiempo inmemorial” ante la impotencia tanto de las autoridades de Erbil como de Bagdad.

“Los iraquíes no solo tenemos que soportar dichas agresiones sino también que localidades como (la norteña ciudad de) Mosul hayan caído en manos del Estado Islámico gracias al apoyo que este recibe de Turquía”, explicó el diputado. La delicada situación tanto política como económica que atraviesa el país, añadió, hace inviable una respuesta contundente a Ankara. Por el momento, el único tendero de Zergely asegura no tener miedo a los bombardeos y dice que no se irá, “ni siquiera aunque desaparezcan los clientes”.

Sin duda, su negocio ha conocido mejores tiempos, como aquel multitudinario Newroz de 2013 en el que miles de kurdos se congregaron aquí ante el esperado comunicado de Ocalan. “Ninguno de nosotros teníamos demasiadas esperanzas en aquel proceso de paz. Pero tampoco esperábamos esto dos años después”, confiesa el comerciante, justo antes de bajar la persiana.

LUNES 26 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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4) Yemen: Un pantano en el desierto
Guadi Calvo (Rebelión)

El reino saudita antes de involucrase en la guerra civil yemení, en marzo último, se aseguró de cubrir muy bien sus espaldas, lo primero y fundamental fue una excusa más o menos digerible para la opinión pública europea y norteamericana: reinstalar en el poder al presidente Mansour Hadi, que había renunciado a su cargo en enero último, desplazado por Ansar Allah la organización armada que responde a Houtíes.
Aunque los Houtíes, de fe chiita, con obvios vínculos con Teherán, son acompañados por grandes sectores populares sunitas descontentos por las política económicas y sociales de Hadi y la cada vez más asfixiante presencia de al-Qaeda para la Península Arábiga (AQPA) de alguna manera aliados a Hadi, agitar el fantasma del tenebroso Irán todavía sigue siendo redituable ante las buenas conciencias occidentales.

La segunda variable que Riad tuvo muy en cuenta fue una importante alianza de países “amigos” que, por conveniencia política o económica, tuvieron que seguir el divagante plan saudí. Emiratos Árabes, Kuwait, Bahréin, Qatar, Sudán, Marruecos, Jordania, Egipto y Pakistán se alinearon detrás del rey Salman bin Abdulaziz que ya contaba con el guiño de Washington y Londres.

No muy convencidos de los ímpetus guerreros de sus socios, el ministro saudí de defensa Mohammad bin Salman al-Saud, hijo del rey Salman, se reunió con el presidente afgano, Mohammad Ashraf Ghani, a quién prometió importantes inversiones en su país a cambio de que Kabul “inundase” Yemen de combatientes. Tras el reverdecer del talibán el presidente Ghani debió desechar el negocio.

Tampoco consiguieron demasiado del presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, que ansioso de dólares frescos prometió más ayuda de la que concretó finalmente.

El peso de la guerra contra los Houtíes lo ha llevado fundamentalmente algunos sectores del ejército yemení todavía leales a Hadi y las aviación saudita, Emiratos Árabes, Bahréin y Kuwait, que utilizan bombas de racimo, fabricadas y diseñadas en Estados Unidos, prohibidas por las convenciones internacionales por sus efectos en poblaciones civiles.

Este tipo de armamento es lo que ha causado la mayoría de los 6 mil muertos civiles, de ellos unos 500 niños, y 27 mil heridos. La agencia de refugiados de la ONU (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) dijo que más de 114.000 personas habían huido y predijo que la cifra podría llegar a 200.000 a finales de 2016. Aunque otras organizaciones ya hablan de 1.5 millón de desplazados.

La crisis humanitaria en Yemen ya no es una probabilidad, se está viviendo y de una manera atroz. Los ataques aéreos no solo han destruido viviendas, escuelas, hospitales y mezquitas, sino también infraestructuras como puentes, carreteras y plantas potabilizadoras, fábricas, drenajes hídricos y cloacales.

En tanto que el sistema de abastecimiento de agua, alimentos y medicamentos ha desaparecido por lo que 4 de cada 5 de los 23 millones de yemeníes necesitan algún tipo de asistencia humanitaria. Las altas temperaturas, el quiebre del sistema sanitario y las durísimas condiciones de vida han empezado a propagar multitud de enfermedades.

El bloqueo marítimo al que está siendo sometido el pequeño país impide que pueda ser abastecido por ese medio. Con la excusa de impedir el contrabando de armas para los Houtíes los buques de la coalición, dispuestos en el Mar Rojo, obligan a las naves civiles a mantenerse alejados de las zonas de operaciones, lo que hacen imposible cualquier tipo de asistencia.

Nada parece detener la brutal embestida de la alianza encabezada por el rey Salman, a pesar de los casi 7 meses de continuos ataques los Houtíes se mantienen activos y siguen dando duros combates. Tras un ataque aéreo contra Saná, la capital yemení, en manos de los Houtíes el jueves 15, respondieron con un ataque con un misil Scud, contra una importante base aérea saudita en Khamis Mushayt, cerca de la frontera con Yemen. Medios iraníes informaron que los Houtíes también derribaron un caza F16 saudita y habrían capturado a su piloto.

Un masacre para terminar la guerra

El rey Salman de Arabia Saudita, sin duda, en estos meses habrá experimentado la sensación de encierro, que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética sintieron en Vietnam y Afganistán, respectivamente.

Riad junto al resto de sus socios en esta entente contra Yemen, ya han provocado muchas más víctimas que un mundo civilizado tendría que tolerar. Y saben muy bien que para terminar esta guerra tendrán que multiplicar el número de víctimas. Meses de constantes bombardeos no han podido doblegar a los Houtíes, por lo que tendrá que incrementar no solo los ataques aéreos sino implementar acciones terrestres a gran escala. Y ninguno de los aliados tiene la real convicción para librar una guerra de esas características.

El martirio del pueblo yemení quizás se encuentre opacado por lo que vive Siria, Palestina o Irak, pero para nada es menor a esos genocidios, y sus enemigos saben muy bien que a base de bombardeos el conflicto se puede prolongar por años, por eso, la alianza saudita, para no sufrir una derrota por desgaste, es perentoria para la alianza de llevar tropa al terreno, donde las bajas de ambos bandos se multiplicarían exponencialmente.

Riad carece de combatientes con experiencia como para enfrentar a los durísimos milicianos yemeníes. Al igual que los egipcios, las fuerzas armadas sauditas solo han sido probadas en conflictos internos, como la que les ha procurado la persecución a los Hermanos Musulmanes y los diversos grupos salafistas que intentan instalarse en la península del Sinaí, las fuerzas sauditas han recibido fuertes revolcones de sus vecinos yemeníes en 2009, y solo pudieron en 2011 reprimir en el marco de la Primavera Árabe, el levantamiento civil en Bahréin, porque la relación de fuerzas era notoriamente asimétrica.

Sin poder contar con las promesas del presidente afgano, que “inundaría” Yemen con sus muyahidines, han empezado a recurrir a sus aliados más próximos.

De todos ellos quizás sea Sudán, quién más hombres de infantería pueda aportar al conflicto, ya que el costo político que tendría que pagar Omar al-Bashir en el poder desde 1989 y que acaba de triunfar en una nueva elección con el 94. 5 % de los votos, sería una bicoca si se lo compara con los 400 mil muertos y más de 2.5 millones de refugiados que le ha provocado a su pueblo en las diferentes guerras que ha encarado en sus 26 años de gobierno.

El domingo 18 de octubre arribaron al puerto de Adén los primeros 300 hombres de un contingente de los 10 mil que al-Bashir se ha comprometido a enviar para luchar contra los rebeldes Houtíes.

Por otra parte, Al-Qaeda para la Península Arábiga que ya había capturado en abril la ciudad de Mukalla, capital de la provincia de Hadramaut, y ahora ha hecho lo mismo con Zinjibar, capital de la provincia de Abyan, donde han establecido la sharia, prohibiendo a las mujeres estudiar y han sido condenados a muerte ciudadanos que no han querido obedecer, incluso han sido azotados hasta la muerte en la plaza central de la ciudad por ser acusados de brujería. La banda salafista continúa su expansión en el territorio y quizás para los próximos meses, tras las fugas masivas de los combatientes en Siria por la intervención rusa, comiencen a sumarse a la guerra en Yemen muchos más combatientes.

El mando central de la coalición saudita ha cometido infinidad de errores, este último sábado ataques aéreos de la coalición contra posiciones Houtíes provocó la muerte de 30 soldados yemeníes aliados al renunciante presidente Hadi y dejó otros 40 gravemente heridos. A finales del pasado septiembre en un ataque aéreo de la coalición, cerca del puerto de Mocha, en la provincia de Taz, fueron asesinadas 135 personas que asistían a un casamiento.

Amnistía Internacional ha denunciado que en el conflicto ya hay “evidencias irrefutables de crímenes de guerra” y ha solicitado al Reino Unido, que deje de vender armas a Arabia Saudita. Hace apenas semanas Londres envió un embarque de bombas de 500 libras Paveway IV, para los aviones de combate Tornado y Typhoon, también de fabricación británica, utilizado en el Yemen. El gobierno de Cameron ha respondido que Arabia Saudita ha dado garantías de uso correcto de esos armamentos.

El conflicto en Yemen, apenas ha empezado, Arabia Saudita y sus socios no podrán salir de allí de manera sencilla, sin haberlo previsto se han empantanado en el desierto.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

LUNES 26 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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5) Chad: el ocaso del cruel guerrero del desierto
Xabier Aldekoa (La Vanguardia)

Apretó el masbaha entre sus dedos antes de estallar de rabia. El pasado 20 de julio a las nueve y media de la mañana, el ex dictador de Chad, Hisen Habré apareció la sala cuatro del Palacio de Justicia de Dakar (Senegal) rodeado de policías y vestido con un bubu tradicional, un turbante blanco y un masbaha o rosario musulmán de madera en la mano. En cuanto empezó un murmullo desde el banco de sus familiares a su espalda, se levantó, blandió la ristra religiosa en el aire y gritó: «¡Abajo el nuevo colonialismo!», «¡Es una farsa del imperialismo!».

Tras aplazarse el juicio por incomparecencia de los abogados de Habré, esta semana se ha reiniciado un proceso que es historia para África no sólo porque, por primera vez, un dictador africano de un país será juzgado en otro país del continente, también porque, a sus 72 años, la sanguinaria historia del apodado por la CIA como «guerrero por excelencia del desierto» y quien fuera aliado clave de Estados Unidos y Francia, está a punto de extinguirse. Con su sentencia –se enfrenta a la cadena perpetua en un juicio que puede durar meses– se cerrarán las heridas de uno de los capítulos más oscuros de la guerra fría y el recuerdo de casi una década de horror. Su caso también escribirá una nueva página de cómo ex jefes de Estado, desde el chileno Pinochet al guatemalteco Otto Pérez o desde el portugués Sócrates o al egipcio Mubarak, deben responder de sus actos ante la justicia.

Habré deberá hacerlo también ante la mirada de sus víctimas. En el banquillo de los testigos en Dakar, estará entre otros Clement Abaifouta, quien fue uno de los miles de prisioneros durante el régimen de Habré entre 1982 y 1990, fue torturado y obligado a enterrar a miles de compañeros con sus propias manos. «Perdí la cuenta de cuántos enterré. Sólo espero el momento de mirar a Habré a los ojos y preguntarle por qué nos hizo tanto daño. Ha llegado el momento de la justicia», dice.

Aquel terror de Chad empezó a gestarse en una universidad de París. Hijo de unos pastores del noroeste de Chad, Habré llegó en 1960 al Institut des Hautes Études Internationales con una beca bajo el brazo para estudiar ciencias políticas. Aquel joven, lector de Marx, Fanon o Che Guevara y que como administrativo en su país había deslumbrado con su inteligencia a sus superiores franceses, no desaprovechó la oportunidad. Reservado pero vehemente cuando subía al atril, seguro y decidido, Habré se construyó rápidamente un aura de intelectual. Pero su ambición iba más allá porque en su país el poder estaba hueco: Francia acababa de otorgar en 1960 la independencia a Chad después de décadas de alentar las diferencias étnicas y religiosas y dejar un país dividido.

En 1971, Habré regresó a su hogar con el poder entre ceja y ceja. Meses después, lideraba una milicia en las cuevas de piedra volcánica de las montañas de Tibesti, en el norte del país. Con el país encendido y varias gue­rrillas enfrentadas entre sí, Habré quiso demostrarle al mundo que su rebelión no iba de farol: en 1974 secuestró a una ar­queóloga francesa y asesinó al capitán del ejército galo que fue a negociar su rescate. Y cuando en Chad se intentaba hacer en­cajar un puzle imposible para formar un gobierno de transición, Habré asestó el primer golpe. En 1980 atacó la capital, Yamena, y durante nueve meses, puso contra las cuerdas al presidente Goukouni Oueddei. Se estima que más de 5.000 personas murieron en aquellos combates.#1;

Con la situación en empate técnico y miles de cadáveres en las calles, una decisión de Oueddei cambió la historia del país africano: levantó el teléfono y pidió ayuda al líder libio Muamar el Gadafi. El presidente del país vecino, simpatizante del bloque soviético, estuvo encantado de intervenir. Más de cuatro mil militares de Gadafi, bien equipados y entrenados al calor del petróleo libio, ocuparon dos tercios de Chad y obligaron a Habré y los suyos a huir en desbandada. El ex estudiante parisino, que parecía haber sido derrotado, supo esperar. Cuando los vencedores apun­taron su intención de ­fusionar ambos estados como primer paso de la gran Libia que soñaba Gadafi, varias cejas de preocupación se levantaron a miles de kilómetros de aquellas tierras desérticas de África.

En Estados Unidos y Francia entró el pánico ante la posibi­lidad de que Gadafi, antiocci­dental y acusado de financiar el terrorismo internacional, estuviera al frente de un megaestado en mitad del continente. No lo iban a permitir. Así, cuando Ronald Reagan, que acababa de convertirse en presidente de EE.UU., decidió que Chad, sería uno de los primeros tableros de la guerra contra el terror, Habré estaba en el lugar exacto y en el momento adecuado. Les pareció el hombre ideal. Su pasado ilustrado en Francia y su buen conocimiento táctico-militar facilitó que tanto desde París como desde Washington se le diera apoyo militar y de inteligencia para echar de tierras chadianas a las tropas libias y tomar el poder en Chad. Una vez lo consiguió, no quisieron mirar.

A la entrada en Yamena de Habré siguió un reguero de ejecuciones sumarias, torturas y detenciones masivas. Para el abogado estadounidense y consejero de Human Rights Watch, Reed Brody, involucrado en el juicio contra Habré desde el principio, «Francia, y sobre todo EE.UU., tuvieron una responsabilidad muy grande para que Habré alcanzara el poder. Lo usaron como contrapeso a Gadafi, y luego no les importó lo que hizo», explica.

Las tropelías de Habré no eran un secreto. Apenas unos meses después de su triunfo por las armas, Amnistía Internacional denunció en un informe una infinidad de abusos. Mientras por un lado llegaba armamento estadounidense y galo al aeropuerto de la capital, por el otro las cárceles y fosas comunes de Chad se llenaban de civiles en una de las peores represiones de la historia del país centroafricano. Habré avivó las históricas rivalidades y actuó desde el rencor: cualquier chadiano del sur con estudios fue sistemáticamente arrestado o ejecutado y aldeas enteras de etnias no simpatizantes fueron arrasadas. Miles de hadjaraï y zaghawa desaparecieron en olas de detenciones masivas. Según la Comisión de la Verdad de Chad, la temible policía secreta creada por Habré fue responsable de al menos 40.000 asesinatos y más de 200.000 casos de torturas.

El estancamiento de la guerra fría con el arranque de la década de los noventa y las primeras disputas internas en su gobierno, dejaron a Habré sin red. Él lo sabía. Cuando su antiguo jefe del ejército, Idriss Déby, dio un golpe de Estado con el visto bueno de París, Habré ya tenía preparado un avión para huir a Senegal con su familia y 10,5 millones de euros del tesoro público nacional en sus bolsillos. En Dakar vivió tranquilamente desde el año 1990 en dos mansiones de lujo hasta que un domingo de junio de 2013, unos gendarmes senegaleses se presentaron en su puerta. Tras la incansable movilización de decenas de supervivientes, y más de dos décadas después de su caída, aquellos policías traían una orden de detención: se le acusa de torturas, crímenes de guerra, de genocidio y contra la humanidad.

LUNES 26 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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