AL DÍA:
1) Nunca más Goyo
2) Su idea de Patria
3) Jorge Notaro: quien tiene más, paga menos
4) Sturla y la victimización del catolicismo
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COMCOSUR AL DÍA / AÑO 17 / Nº 2111 / NOTICIAS Y PENSAMIENTOS / Viernes 30 de Diciembre de 2016 / Producción: Andrés Capelán
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es tarea central.” — Emir Sader
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1) Nunca más Goyo
Roger Rodríguez (La República)
Desde que asumió el generalato en 1971 y durante los 13 años en los que Gregorio Conrado Alvarez Armelino ejerció puestos de mando, en Uruguay se sucedieron, al menos, 142 desapariciones, 30 ejecuciones o asesinatos, 26 muertes en la calle, 31 muertes por tortura, 6 fallecimientos y 10 “suicidios” en prisión, más un caso de omisión de asistencia médica.
Dos centenares y medio de crímenes, que ensangrentaron el país durante los años que duró la dictadura militar, de la que el Goyo Alvarez fue principal protagonista: desde la dirección de la lucha “antisubversiva”, cuando el golpe de Estado, con su presencia en la junta de generales, durante su comandancia en el Ejército y al ser impuesto como presidente de la República.
El hijo del edecán
Gregorio Conrado Alvarez Armelino nació en Montevideo el 26 de noviembre de 1925. Su padre fue el general Gregorio Alvarez Lezama, hijo de otro general, quien se desempeñó como edecán del dictador Gabriel Terra, y supo influir en sus cuatro hijos varones, quienes siguieron la carrera militar y llegaron a lucir galones con el grado de coronel.
De sus hermanos, Tabaré ocupó el sillón de la vicepresidencia del Banco de Seguros del Estado (BSE) durante la dictadura, Luciano fue el padre de un militante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, que terminó encarcelado por largos años, y Artigas, quien se desempeñaba como director de Defensa Civil, fue ejecutado por el propio MLN-T en 1972.
La condición de “hijo de general” lo terminaría hermanando con varios de los principales protagonistas del golpe de Estado de 1973. También Esteban Rivera Cristi, Eduardo y Rodolfo Zubía y Ramón Trabal, eran hijos de un “tres estrellas”. Sus respectivos padres eran afines al Partido Colorado y cercanos a los lineamientos políticos del Dr. Gabriel Terra.
Esa “fraternidad” militar y política incidiría en la relación de todos ellos, para hacerlos amigos en la carrera militar, unirlos en la “lucha antisubversiva”, sorprenderlos en diálogos con la guerrilla urbana en el Batallón Florida, asociarlos en la redacción de los documentos 4 y 7 el 9 de febrero de 1973 y distanciarlos en el ejercicio del poder luego del golpe de Estado.
El joven Gregorio
El joven Gregorio egresó de la Escuela Militar con el grado de alférez en el arma de Caballería antes de cumplir los 20 años. Sus ascensos fueron rápidos, con tiempos mínimos de permanencia en los sucesivos grados de oficial subalterno: a los 29 era capitán, a los 33 mayor y con sólo 39 años alcanzó el grado de coronel.
Aunque sólo medía 1,70 de estatura, Alvarez se destacaba como jinete, en particular por la calidad de sus caballos, cuidadosamente seleccionados y adiestrados en las disciplinas hípicas. Se le consideraba estudioso y planificador y alternó sus destinos en unidades del arma, con cursos de pasaje y perfeccionamiento en Uruguay y Argentina.
El Regimiento de Caballería Nº 7, asentado en Santa Clara de Olimar, donde coinciden la 8ª y 9ª sección judicial de Cerro Largo, fue la unidad donde el Goyo Alvarez desarrolló buena parte de su carrera y forjó su simpatía por el Partido Nacional. De esa unidad también surgirían otros represores: el coronel Victorino “Víbora” Vázquez o su sobrino Gilberto “Pilín” Vázquez.
En Santa Clara de Olimar, Gregorio conoció a su primera esposa, integrante de una de las más reconocidas familias de la zona, dedicada a los negocios rurales y la explotación ganadera. Allí aprendería el negocio de la empresa agropecuaria que años más tarde le daría singulares réditos. Aún, luego de divorciarse de su mujer, mantendría sociedad con sus ex cuñados.
El jefe del Esmaco
El Goyo Alvarez ganó el primer puesto en el concurso realizado en diciembre de 1970 y el Senado de la República le otorgó la venia para que desde el 1º de febrero de 1971 luciera el grado de general. Sólo tenía 45 años y se constituía en uno de los más jóvenes oficiales en alcanzar semejante jerarquía.
Nueve meses después, en octubre, un centenar de tupamaros se fugaron del Penal de Punta Carretas y el presidente Jorge Pacheco Areco ordenó a las Fuerzas Armadas conducir la lucha contra el movimiento guerrillero. Alvarez fue designado como primer jefe del flamante Estado Mayor Conjunto (Esmaco), coordinador de las operaciones internas.
El Esmaco dependía directamente de la Junta de Comandantes en Jefe y planificaba la acción en directa relación con el recreado Servicio de Información y Defensa (SID), dirigido por su compañero del arma de Caballería, el coronel Ramón Trabal. Ambos adquirieron un poder singular: conocer los secretos del Estado y de los grupos económicos que le rodeaban.
Aunque el Esmaco no era ejecutor de operaciones, que quedaron a cargo del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) instaurado en cada una de las cuatro Divisiones de Ejército, Alvarez tuvo siempre todo el conocimiento de lo que se hacía o no bajo su coordinación en la “lucha antisubversiva”.
Ambición y venganza
La información fue sumando poder en aquel ambicioso militar, el “Petizo”, de mirada penetrante, que diariamente llegaba a su despacho en la avenida 8 de Octubre (en la actual sede del Ministerio de Defensa), conduciendo un escarabajo blanco y acompañado por un enorme perro Gran Danés en el asiento trasero. Alvarez empezaba a saber…
Luego del 14 de abril de 1972 y con la declaración del Estado de Guerra interno los crímenes de la represión se aceleraron: a la ejecución de ocho militantes del Partido Comunista en la Seccional 20, se sumó una larga lista de víctimas en las calles en manos de las Fuerzas Conjuntas y de muertes por tortura en unidades militares. Alvarez amparó esos crímenes.
Pero, desde que presenció la muerte de su hermano, ejecutado por un comando guerrillero el 25 de junio de 1972, a la ambición y el poder Alvarez sumó la venganza. Un sentimiento que no lo alejaría de su misión militar, pero lo convertiría en un “intrigante”, como llegó a calificarlo alguna vez una fuente militar.
En julio de 1972, Alvarez creyó definir el conflicto militar, al firmar un acuerdo con el tupamaro Mauricio Rosencof durante la llamada “tregua armada”, que permitió un diálogo en el Batallón Florida; sin embargo, su propuesta sería rechazada por el presidente Bordaberry y su negociación denunciada por el Partido Colorado. El poder político quería más sangre…
El conspirador militar
En el Esmaco, además de los datos para la planificación de la lucha antisubversiva, llegaba todo tipo de información económica, política y social. La integración de las sociedades anónimas, la composición de los grupos de poder y su corrupción. Alvarez y un grupo de coroneles comenzaron a comprender los ejes de funcionamiento del sistema.
El 7 de febrero de 1973, cuando Bordaberry intentó controlar el creciente poder militar y nombró al general Antonio Francese como ministro de Defensa, el Goyo Alvarez integraba la insubordinación de cinco generales (con Hugo Chiappe Posse, Esteban Cristi, Julio César Vadora y Eduardo Zubía) que rechazaron la designación y dieron un golpe de Estado “técnico”.
A ellos se sumó un grupo de coroneles (varios de ellos sin destino) que muy pronto ascendería al generalato y se constituiría en protagonista de la dictadura: Luis V. Queirolo, Amaury Prantl, Rodolfo Zubía, Abdón Raymúndez, Alberto Ballestrino, Julio Arrondo, Germán González, Ruben Camps, Juan Méndez, Iván Paulós y Manuel Talin.
El 8 de febrero, Francese intentó fortalecerse y se dirigió al Batallón de Infantería Mecanizada Nº 13, pero cuando el grupo de vehículos que lo transportaba llegó a la puerta de la unidad de la Avenida Instrucciones, lo estaban esperando los generales Alvarez, Cristi y el coronel Trabal, quienes sabían e impidieron el plan del frustrado ministro.
La “limpieza” política
El acuerdo de Boiso Lanza institucionalizó la presencia de las Fuerzas Armadas en el Poder Ejecutivo con la creación del Consejo Nacional de Seguridad (Cosena) y Alvarez, que sería su secretario, se constituyó en un claro ejemplo del poder político alcanzado por los militares, negociando con unos y otros, pero con el claro objetivo de instaurar su propio poder.
El 28 de febrero, junto al general Cristi, Alvarez llegó a encontrarse con Wilson Ferreira Aldunate, quien habría sugerido la destitución de Bordaberry y el llamado a elecciones nacionales en setiembre. Alvarez sería quien filtraría la posición blanca al informarle al vicepresidente Jorge Sapelli de la propuesta.
Años después, al explicar a la prensa la decisión de la dictadura de proscribir a todos los políticos que se hubieran postulado a cualquier cargo en las elecciones nacionales o municipales anteriores, Alvarez confesaba su rencor: “Hacer la más grande limpieza para (que) de aquí a quince años vengan políticos nuevos, buenos políticos”, dijo.
Las botas del Goyo Alvarez retumbaron, junto a las del teniente coronel Julio Barrabino, el general Esteban Cristi, el coronel Alberto Ballestrino y el coronel Hugo Arregui, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo en la madrugada del 27 de junio de 1973, cuando fue disuelto el Parlamento. Su próximo paso sería llegar a comandante en jefe…
Estrella de la muerte
El poder de Alvarez crecía tanto como su ambición. Desde la secretaría del Cosena sabía todas las decisiones del gobierno y desde el Esmaco conocía todo sobre la represión. El Esmaco comenzó a utilizar como emblema una estrella de cinco puntas, como la del MLN-T. “Botín de Guerra”, le habría explicado Alvarez a Bordaberry cuando le cuestionó el detalle.
En los dos años de generalato del Goyo y durante su coordinación de la lucha “antisubversiva” desde el Esmaco, en Uruguay se produjeron tres desapariciones y medio centenar de muertes: 16 ejecutados, 22 en operativos de las FFCC, 11 por torturas, 1 “suicidado” y otro, Roberto Luzardo, por omisión de asistencia luego de acusarle de matar a su hermano Artigas.
La dupla Alvarez-Trabal, con su perfil “peruanista” se declaraba victoriosa en la lucha contra la guerrilla, pero el poder no tardaría en enfrentarlos. En 1997, el periodista brasileño Neiva Moreira publicó en “Cuadernos del Tercer Mundo” reflexiones que Trabal le hizo en aquellos años cuando pudo entrevistarlo en Lima y lo interrogó sobre aquel “velazquismo” uruguayo.
Trabal le dijo que el Goyo pareció ser el general que necesitaba un grupo de coroneles con ese perfil, pero acotó: “Fuimos constatando que el general Alvarez a medida que crecían sus responsabilidades era seducido por un tipo de vida burguesa, diferente de la habitual de los militares y que terminó cediendo a esos falsos encantos, apartándose de los principios que nos debían unir”.
El dueño de la frontera
El 1º de febrero de 1974, el general Gregorio Alvarez asumía en la poderosa División de Ejército IV con sede en Lavalleja. Trabal sería desplazado en los destinos y enviado como agregado militar a Francia. Allí fue asesinado ese 19 de diciembre y un día después eran ejecutados los “fusilados de Soca”. Juan María Bordaberry diría tiempo después al periodista Scott Myers: “Francamente, en mi opinión, fue una acción del general Alvarez”. Su dicho fue desmentido.
Con su traslado, Alvarez pareció alejarse del ombligo de la actividad política uruguaya, sin embargo, desde Minas, al mando de tropas y medios, siguió manejando los hilos de su futuro político. Nada de lo que ocurrió dejó de saberlo, particularmente desde 1975, cuando pasa a presidir la Comisión de Asuntos Políticos (Comaspo) de las fuerzas armadas.
Dueño de la frontera con Brasil (y de todo lo que en ella se mueve), volvió a recorrer su pagos de Santa Clara de Olimar donde “la cabaña del general” (un chalet quinchado cerca del cuartel) estaba a su servicio. El 7º de Caballería sería un centro de operaciones del que fue testigo el hoy senador Eleuterio Fernández Huidobro, quien sufrió allí buena parte de su condición de “rehén” de la dictadura.
Alvarez no perdió oportunidad de ir a la capital, donde en 1976 protagonizó un sonado incidente con el vicecanciller Guido Michelin Salomón a quien le pegó un fustazo. Su pase a retiro llegó a ser reclamado por el presidente Bordaberry, pero luego de una negociación interna el propio comandante en jefe, Julio César Vadora, le comunicó al presidente que Alvarez seguía en su cargo. Fue una demostración de poder en la interna militar.
Goyo el desmemoriado
El período en el que Gregorio Alvarez permanece al frente de la División de Ejército IV fue el de la más sangrienta represión local e internacional, cuando la coordinación represiva del Plan Cóndor concretó desapariciones, secuestros, torturas, apropiación de niños y traslados masivos de detenidos, muchos de los cuales continúan hoy en calidad de desaparecidos.
En los estrados judiciales, el Goyo dice que nada de eso era de su conocimiento. Que no supo de los fusilados de Soca en 1974, ni de la desaparición de comunistas en 1975, ni del asesinato de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz o del primer o el segundo vuelo desde el centro de torturas Automotores Orletti en 1976. Alvarez parecía vivir en otro país.
Sin embargo, el primer traslado ilegal fue el del tupamaro Antonio Viana Acosta, en 1974, quien terminó en su División de Ejército IV y el propio Goyo fue uno de los que lo torturó para saber de Washington Barrios, cuya mujer sería asesinada junto a dos amigas en abril de 1974, y el cual terminaría siendo secuestrado y desaparecido en La Plata en setiembre de ese año.
Tampoco quiere recordar que Avenia Lavagna de Tizze murió bajo torturas el 29 de abril del 75 en Maldonado, como sucedió el 2 de enero de 1976 con Horacio Gelós Bonilla cuyo cuerpo continúa desaparecido. Y también ha olvidado las torturas impuestas a un grupo de jóvenes estudiantes en Treinta y Tres, ni la desaparición de los argentinos Lila y Claudio Epelbaum Slotopolsky, secuestrados bajo su jurisdicción en Punta del Este.
El comandante en jefe
Durante el mandato de Alvarez en la División Ejército IV, 80 personas fueron desaparecidas a Uruguay, donde hubo 60 traslados ilegales, 18 muertes bajo tortura, 3 ejecuciones, 3 “suicidados” y un fallecimiento en prisión, sin contar los múltiples casos que se produjeron en ese período en Argentina. Crímenes de los que Alvarez, uno de cinco principales mandos del Ejército, supo… no podía dejar de saber.
Esa es la razón fundamental de las medidas que adoptaría a partir del 1º de febrero de 1978 cuando, luego de una larga y tensa discusión del generalato, se le designó, por el orden de derechas, como nuevo comandante en jefe del Ejército con sólo 53 años de edad. Alvarez había acumulado información y poder (político y económico) como para cumplir una de sus metas.
La Orden de Servicio del Comando General del Ejército Nº 7738 del 3 de marzo de 1978 subordinaba a su mando la actuación del Servicio de Información y Defensa (SID) que junto al OCOA encabezó la represión dentro y fuera de fronteras. La negativa del director del SID, Amaury Prantl, a tal subordinación llevó a la famosa Orden Nº 7777, del 3 de julio de 1978, por la que se responsabilizaba de “haber dado la primera orden” como jefe del Esmaco, si hubo “alguna actividad reñida con los derechos humanos”.
Esa jugada por el poder interno y una negociación para una eventual apertura (en su condición de presidente de la Comaspo había elaborado el famoso “cronograma” que establecía el plebiscito de una reforma constitucional, el llamado a elecciones internas y convocatoria a elecciones), posibilitaría la conspiración de la revista clandestina “El Talero”, donde se le acusó de traición a la patria y corrupción económica.
Dame todo el poder
Amaury Prantl y su lugarteniente José Nino Gavazzo pagaron con 60 días de arresto a rigor y el pase a retiro su enfrentamiento con el nuevo comandante en jefe. Nunca nadie terminó de responder los cuestionamientos a los vínculos del Goyo Alvarez con el Grupo “Las Mercedes”, sus contactos con la embajada estadounidense, o los préstamos del Banco de la República que le beneficiaron, según denunciaba “El Talero”.
Aquella crisis, en la que según declaró el general Alberto Ballestrino en una entrevista con Diego Achard publicada en Posdata–, llegó a existir un plan para asesinar al Goyo, terminó por fortalecerlo. A él se alinearon el general Antonio Cirilo, Abdón Raymúndez, Yamandú Sequeira, Pedro Aranco, Yamandú Trinidad, Hugo Medina, Ignacio Bonifacio y Julio César Bonelli, para un par de años más tarde convertirlo en presidente de la República.
Durante su comandancia de sólo un año, Alvarez terminó por saber todo lo que tenía que saber. Todo sobre los traslados y el destino de los militantes del PCR, el GAU y otros exiliados políticos que habían sido secuestrados en diciembre de 1977 en Argentina. Todo sobre las logias masónicas, hasta lograr someter a los poderosos Tenientes de Artigas. Todo sobre las inversiones económicas del grupo árabe Saudico, de la secta Moon y de su amigo Licio Gelli, gran maestro de la logia Propaganda Due (P 2) italiana.
Sus doce meses al frente del Ejército concluyeron con al menos 55 personas trasladadas ilegalmente al país, 53 desaparecidos, 1 muerto por tortura y el asesinato de Cecilia Fontana de Heber, esposa de Mario Heber y madre del hoy senador Alberto Heber, muerta con los vinos envenenados que desde la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII) de la policía habían sido enviados al triunvirato que entonces dirigía el Partido Nacional.
El camino al trono
Gregorio Alvarez pasó a retiro el 1º de febrero de 1979, al cumplir el máximo de tiempo en el grado permitido por la Ley Orgánica Militar. En ese período de su mandato militar también deberá investigarse cuánto de cierto hubo en su maniobra para constituir un triunvirato de presidentes junto a un dirigente blanco y otro colorado, y por qué el plan (en el que se enmarcó la muerte de Cecilia Fontana) fue abortado.
Es posible que desde entonces el Goyo ya estuviera convencido de que no necesitaba compartir con nadie el sillón presidencial. Un objetivo que maduró durante los dos años en los que se mantuvo retirado, como un simple observador del fracaso político al que se enfrentaba el régimen dictatorial al cumplir el “cronograma” que desde la Comaspo el propio Alvarez había elaborado.
La derrota política de la dictadura en el plebiscito de 1980, con el amplio triunfo del NO a la reforma constitucional, hizo tambalear el “cronograma”. El aprendizaje político de Alvarez tuvo entonces un escenario de acción. Logró, sin tener mando militar, pero a través de sus fieles generales, impedir una propuesta de Juan Vicente Queirolo para entregar el poder y, finalmente, conquistó su anhelado sueño de constituirse en presidente.
El 1º de setiembre de 1981 el proceso “cívico-militar” perdía su última máscara civil y el teniente general (r) Gregorio Alvarez firmaba como Presidente de la República. Poco pudo hacer la logia Tenientes de Artigas para impedirlo. Nada implicó la renuncia del general Iván Paulós que se fue para su casa. Nadie llegó a desentrañar sus relaciones con la “P 2″ y sus socios económicos en la planta pesquera Astra o en el Banco Bafisud, inyectado con el “papal” dinero del quebrado Banco Ambrosiano.
Un dictador pequeño
Sólo una semana después de su designación, el ministro del Interior, general Yamandú Trinidad (que con el inspector Víctor Castiglioni, sería custodio de los archivos de Licio Gelli que la DNII encontró en una casa de Carrasco), se reunió con un grupo de políticos para dialogar una salida a la dictadura y desproscribir algunos políticos. Alvarez boicoteó las negociaciones.
Aunque había llegado al poder, el Goyo quería aún más. Se transformaría en el principal obstáculo para la reapertura. Hay quienes creen que se trató de una venganza a la negativa que el entonces comandante en jefe Boscán Hontou dio a su intención de ampliar su mandato, según fue propuesto en el seno del Cosena.
Alvarez fue un conspirador en todo el proceso de la reinstitucionalización del país. Protagonizó sucesivos intentos de ruptura del “cronograma”, cuando las votaciones no favorecieron al régimen en las elecciones internas de 1982, cuando la reorganización sindical y estudiantil logró gigantescas movilizaciones y aun cuando era evidente que los grupos más cercanos a la dictadura no ganarían las elecciones.
El Goyo entregó el gobierno el 12 de febrero de 1985 al presidente de la Suprema Corte de Justicia, Bruno Addiego, porque el mandatario electo, Julio María Sanguinetti, no aceptó recibir la banda presidencial de manos del pequeño dictador. En su gobierno hubo otras tres desapariciones, seis muertes en prisión y otros tantos “suicidados”, además de la muerte por torturas del médico Vladimir Roslik en San Javier.
Beneficios del régimen
A la verdad que queda por encontrar sobre el terrible saldo de muertos y desaparecidos que la dictadura dejó, también habrá que buscar lo que en realidad ocurrió con otros negociados que provocaron un enriquecimiento cierto de algunos de sus protagonistas que, como Alvarez, terminaron con un patrimonio acrecentado y pasividades escandalosas.
De la casa cercana a 8 de Octubre y Garibaldi en la que vivía antes de llegar a general, el Goyo pasó a ocupar, primero, un departamento en Monte Caseros y Nueva Palmira (donde disfrutó su recuperada soltería) para vivir hoy con su esposa Rosario Flores (bisinieta de Don Venancio Flores) en una casa en la calle Pedro Campbell, en el corazón del Parque Batlle. Aquel “fusca” es hoy una camioneta Toyota, obviamente verde.
En su actividad agropecuaria pasó de utilizar los campos de su ex esposa y ex cuñados en Santa Clara, a ser propietario de un coqueto establecimiento por la panorámica Ruta 60, entre Minas y Pan de Azúcar, donde es vecino de su camarada general Manuel J. Núñez, propietario de la estancia “Las Moras” en Cerro Largo. Pero, la principal inversión del Goyo sigue siendo el ganado.
Fue la carne bovina la que lo enriqueció durante la aún oscura Operación Conserva de la que se benefició en dictadura, y también el ganado le valió su voluminosa pasividad como “patrón de pastoreo”. Alvarez se jubiló como propietario de ganado ante la Caja Rural del BPS, pero a la hora de computar sus ingresos para el cálculo de su pensión incluyó las remuneraciones recibidas como general y como presidente de la República.
COMCOSUR AL DÍA / VIERNES 30 DE DICIEMBRE DE 2016
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2) Su idea de Patria
Soledad Platero (La Diaria)
Yo al Goyo lo vi en persona, una vez. Apareció en una feria de vaya a saber qué, en una ciudad de Canelones que ahora no recuerdo si era Pando o Las Piedras, acompañado de todo un revuelo de escoltas de milico y de paisano, desparramando sonrisas y ofreciendo la mano a quien quisiera estrechársela, en una de esas rondas de pueblo que se mandan a veces los gobernantes, no importa si llegaron al gobierno por decisión popular o como él, por arrebato. Lo vi venir y me escondí entre unos percheros, simulando que miraba la ropa, y me aterrorizó ver que había gente dispuesta a saludarlo, gente feliz de tocarle la mano a un tipo que salía en la tele, gente que nunca en su vida se había preguntado, probablemente, por qué el presidente era ese viejo de uniforme militar que nadie había votado.
O por qué, desde hacía tantos años, no se votaba nada. Tuve miedo de quedar expuesta, de que todos se dieran cuenta de mi maniobra de fuga, así que miré para atrás a ver en qué andaba la cosa, y ahí se complicó todo. Uno de los escoltas me vio y se apresuró a hacerme señas, y cuando quiero ver él ya estaba avanzando, la mano tendida y la sonrisa clavada en la cara. No tuve cómo escapar. Todavía recuerdo la repulsión al tocarle la mano, pero recuerdo sobre todo la cara de nada, los ojos vacíos, la expresión estúpida de esa sonrisa que daba por hecho que nadie, y mucho menos una adolescente raquítica, podría sentir algo menos que orgullo al saludar al presidente.
Mi padre estaba preso. Yo llevaba, a esa altura, varios años de levantarme de madrugada una o dos veces al mes para tomar la Cita y llegar al penal varias horas antes de la visita, a tiempo para que pudieran tenernos un buen rato esperando, de pie, al sol si era verano o al frío si era invierno (si llovía mucho nos dejaban apretujarnos debajo de un techito, a veces), para que pudieran revisarnos con parsimonia, para que no se nos escapara detalle de los carteles pegados en la sala de espera de la visita, en los que se describían las “actividades diarias de la población reclusa”. Y hasta daba envidia, te juro, ver la vida sana y bien organizada de aquella gente que estaba presa pero tenía tiempo para los deportes, la lectura, el trabajo, el descanso y la reflexión.
La visita propiamente dicha era de unos diez minutos (eran 45 en total y teníamos que pasar de a uno, y se perdían minutos preciosos entre que salía el primero y entraba el segundo, encontraba el lugar en el locutorio, se acomodaba en el banco, descolgaba el tubo y, recién entonces, podía empezar a hablar con el hombre que estaba del otro lado del vidrio), pero se le dedicaba la mañana entera, desde antes de que saliera el sol. Y la noche anterior era de armar paquete, lo que incluía rallar jabón (detestable tarea que se nos encargaba a los menores) y fraccionar yerba, azúcar y un jabón en polvo de color celeste en prolijas bolsitas que no podían exceder el kilo de peso.
Tener a alguien preso siempre es caro (eso no ha cambiado nada, me temo), y para cumplir con la visita había que faltar a clase o al trabajo. Era una mañana que ocurría en otro tiempo; en otra dimensión. Como las horas en los hospitales, el tiempo en el penal, así como el de viaje de ida y vuelta, quedaban fuera del tiempo cotidiano. Los hijos de los presos vivíamos en otra galaxia, pero esa es otra historia, y es larga, así que no será para ahora.
Lo que quiero decir es que al Goyo lo vi esa vez en persona, pero lo tuve planeando sobre mi vida durante muchos años. Nunca le tuve miedo, aunque vivía en una especie de terror constante, en el suplicio de saber que un preso es siempre un rehén, alguien que está en manos ajenas, y que ellos tenían a miles de rehenes. Pero no era la cara del Goyo lo que me asustaba, ni los montones de milicos armados que poblaron mi infancia y adolescencia. Lo que siempre me dio miedo fue su idea de Patria. Su obtusa superchería nacionalista, su sesquicentenario con escarapelas y Año de la Orientalidad, su culto a las armas y a la guerra. Su fantasía heroica, que no era sino cobardía despiadada y angurrienta.
El Goyo Álvarez se está muriendo. Es cuestión de tiempo. Algunos van a festejar, y yo lo entiendo. Hizo mucho daño, y casi todo ese daño sigue impune aunque él haya ido preso. Lo que quiero decir es que a mí no me alegra ni me apena su muerte. Su muerte es nada. No hay alegría en la muerte, aunque a veces (y no es este el caso) traiga alivio. Así que si ven a alguien festejando sepan que no hay alegría en ese desquite amargo. Hay apenas un vago sentimiento agradecido por poder respirar juntos, por poder ser algo juntos, por latir al mismo compás durante un rato, en honor a todo lo que fue sofocado. Francamente, habría sido mejor, más sano, más honesto, más sensato, haber podido hacer justicia. Haber sabido la verdad; haber desarmado esa máquina siniestra que todavía está activa. El festejo, si hay festejo en algún momento, tiene algo de bajeza. Pero es lo que nos queda.
COMCOSUR AL DÍA / VIERNES 30 DE DICIEMBRE DE 2016
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3) Jorge Notaro: quien tiene más, paga menos
Carlos Luppi (Caras y Caretas)
El presidente Tabaré Vázquez continúa su cruzada por inversiones mientras nuestros grandes empresarios, cuya riqueza vemos en un impresionante estudio de Jorge Notaro, se ocupan en protestar.
¿Porqué el presidente Tabaré Vázquez recorre el mundo, desde Argentina y España hasta China, en busca de inversionistas que financien los ferrocarriles que no sólo harán viable la instalación de la segunda planta de UPM, sino que diseñarán una nueva infraestructura nacional, distinta de la que construyó el sanguinettismo? ¿Por qué esos recursos, que implican el mayor impulso keynesiano (más de 10% del PIB) en los últimos 50 años, deben buscarse en el exterior y no en el ahorro nacional, que es cuantioso, tal como lo demuestra el economista Jorge Notaro en su trabajo Los ingresos del capital. Uruguay 2008-2013?
El esclarecedor texto afirma en su parte medular: “El promedio anual de ingresos del capital comprobados, después del pago de impuestos, durante los últimos cuatro años del período investigado fue de 10.306,9 millones de dólares, algo más del 20% del PIB, de los cuales 8.257,7 [son] del capital nacional. Una estimación preliminar para 2014 de los ingresos del capital después del pago de impuestos los ubica en el 19,5% del PIB, lo que representa 11.161 millones de dólares de los cuales 8.970 [son] del capital nacional (que son más de 13 veces superiores a los captados por la Encuesta Continua de Hogares en el mismo período) y 2.191 millones [son] del capital extranjero. La presión fiscal sobre los ingresos del capital fue 10,5%. Del total de ingresos del capital nacional sólo el 7,8% es captado por la Encuesta de Hogares, lo que cuestiona los Índices de Gini calculados con información de esa fuente. […] Después del pago del IRAE [Impuesto a la Renta de las Actividades Económicas] y del IRPF [Impuesto a la Renta de las Personas Físicas], los ingresos del capital son algo más del 21% del PIB y antes del pago de impuestos representan algo más del 23% del PIB. Si se establecen hipótesis de evasión y se consideran los ingresos de patrones, directivos y gerentes se llega a 16.879 millones de dólares anuales, que representan algo más del 30% del PIB”.
Además de cuestionar severamente la estructura tributaria del Uruguay, porque surge claramente que no pagan más los que tienen más, este estudio demuestra que dinero para invertir en el Uruguay, como se ve, sobra. ¿Por qué los empresarios uruguayos no invierten? Por el mismo motivo que cuando José Mujica ofreció a los empresarios “el estribo de Brasil” no partió ni una sola misión empresarial; el mismo por el cual los grandes empresarios agropecuarios, que se quejaron de que el Estado no les financió el viaje, como tampoco se le financió a la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información, que sí fue, pagándose los pasajes, acompañaron a Vázquez a China.
Es que nuestros aguerridos megaempresarios, que fundan supercámaras para hacer política y ponen en sus camionetas carteles que dicen “bajen el costo del Estado” mientras piden grandes préstamos al Banco República, no invierten en lo que deben invertir, que es buscar negocios y abrir nuevos horizontes productivos al país.
Es de celebrar la elocuente ironía de que el rostro empresarial de Uruguay en el exterior sea el ingeniero Alejandro Bulgheroni, nacido en Argentina, que tiene inmensas inversiones en Uruguay y que innova en forma permanente. Es el hombre más rico de América del Sur, su fortuna es estimada por Forbes en 4.800 millones de dólares, pero sigue arriesgando en serio. Es un verdadero empresario, no como los que se apiñan detrás de un gobierno al que insultan cada poco tiempo, pidiendo en forma permanente más exoneraciones y que no les suban los impuestos.
Es oportuno señalar que el semanario ultraliberal Búsqueda celebra en su edición del 24 de noviembre que “Baja la evasión de la renta empresarial”, que ronda el 45%”, y el artículo comienza señalando que “con la economía en recesión, a comienzos de la década pasada las empresas uruguayas llegaron a evadir hasta 70% de la renta por la que debían tributar. “El nivel de incumplimiento de pago del impuesto sobre las ganancias –hoy el IRAE– fue disminuyendo en años recientes, cuando la actividad repuntó, y la última estimación hecha por la Dirección General Impositiva (DGI) lo situó en 44,7%. […] El tributo, de pago anual, grava con una alícuota de 25% las rentas de fuente uruguaya fiscalmente ajustadas obtenidas por las empresas. La tasa de evasión es el cociente entre la recaudación potencial –estimada a partir de métodos indirectos– y lo cobrado, combinando información sobre el impuesto generado (devengado) y lo efectivamente cobrado por la DGI”. El artículo señala también que “la tasa de incumplimiento de pago del IVA es mucho menor que la del tributo sobre la ganancia empresarial”. La estimación fue 10,6% para 2014.
Según un estudio publicado el año pasado por el Centro de Investigaciones Económicas (Cinve), la DGI y el Centro de Estudios Fiscales, “se estima que la evasión del Impuesto a la Renta de las Actividades Económicas (IRAE) y el Impuesto al Patrimonio (IP) por parte de las empresas alcanza al 48,71% de la recaudación potencial en 2012”, porcentaje cuatro veces superior a la evasión del IVA.
Como toda economía nacional se financia con impuestos y estos los pagan las empresas y las familias. Es obvio que estos empresarios que evaden casi la mitad de lo que deben pagar por IRAE se están haciendo financiar por quienes no pueden evadir impuestos, que son los trabajadores y jubilados, los eslabones más vulnerables de la cadena productiva, los únicos imprescindibles y, hoy por hoy, el único factor de producción.
Supuestos megaempresarios que se golpean en el pecho en las supercámaras deberían empezar a hacer mea culpa por no buscar negocios en el mundo a su costo, por no innovar, por sufrir la humillación (saludada por esta columna) de que sea un ciudadano argentino quien nos ayude en el exterior, y, sobre todo, por no pagar los impuestos que deben pagar, violando la ética y la ley.
Veamos al respecto algunas consideraciones que agrega el semanario Búsqueda bajo el título “Moral fiscal”: “Si aquellos que actualmente eluden sus obligaciones tributarias evadieran 10% menos, los ingresos adicionales recaudados permitirían todo lo siguiente: entregar 42.000 computadoras portátiles a los escolares; construir cuatro liceos, nueve escuelas de Primaria y dos escuelas técnicas; adquirir 80 patrullas y contratar a 500 policías; añadir 87.000 horas de atención médica en los hospitales públicos; contratar a 660 profesores; y construir 1.000 viviendas (de 50 metros cuadrados por unidad). Habría recursos para reducir la carga fiscal. El comportamiento fiscal de cada uno de nosotros tiene efectos directos en la vida de todos nosotros”.
Los trabajos mencionados refuerzan varios planteos de siempre de Caras y Caretas: que el IRAE vuelva a situarse en 30% como estaba antes de que Astori lo bajase a 25% en 2005 (sin que mediara ninguna situación de crisis que justificara ese beneficio a las empresas); que se restablezcan las detracciones, impuestos que se cobraron en gobiernos blancos y colorados, y, sobre todo, que se ajuste el sistema tributario todo (ya nos ocuparemos del IRPF y del valor de las Bases de Prestaciones y Contribuciones, que significan un “ajuste fiscal encubierto”, como lo denunció El País el 21 de noviembre), buscando de una buena vez que paguen más los que tienen más.
COMCOSUR AL DÍA / VIERNES 30 DE DICIEMBRE DE 2016
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4) Sturla y la victimización del catolicismo
Marcelo Pereira (La Diaria)
Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo y cardenal de la iglesia católica, afronta una tarea difícil en Uruguay. Aquí su religión tiene bastante menos arraigo e influencia que en el promedio de América Latina, y a la vez, como en el resto de la región, viene perdiendo atractivo y significación social al tiempo que proliferan otras creencias, en especial entre los sectores populares. Pero se puede decir que Sturla encara esos problemas de forma mucho más inteligente que su predecesor en el arzobispado, el belicoso e intransigente italiano Nicolás Cotugno, del mismo modo en que el argentino Jorge Bergoglio, actual papa Francisco, muestra en ese sentido más inteligencia que el alemán Joseph Ratzinger, el anterior papa Benedicto XVI.
Sin embargo, que el cardenal actúe con mayor inteligencia para defender la imagen y los intereses de la iglesia católica en Uruguay no significa que esté promoviendo actitudes más inteligentes de los católicos en nuestro país. Por el contrario, apela a mensajes simplistas que, en el mejor de los casos, pueden aportar consuelo a su grey, pero que al mismo tiempo pueden infantilizarla, en la medida en que la hagan sentirse más víctima que responsable.
En la misa de Navidad de este año, Sturla adoptó una posición inusualmente sincera al asumir que los católicos son “una minoría”, y alegó que no por esa condición deben asumir “el achique”, para proponer en cambio que sean “gente de empuje” y llena de alegría, deseosa de contagiar su fe a otros (una actitud que impulsó con la campaña para colocar balconeras reivindicatorias de que la Navidad es una conmemoración del nacimiento de Jesús).
Quizá la contraparte de ese reconocimiento de la condición minoritaria de los católicos sea, luego, el desarrollo de demandas de que no se los discrimine, y quizá incluso de que sean destinatarios de alguna política de promoción, y eso podría ser un aprovechamiento singularmente astuto de los vientos ideológicos que soplan en la actualidad (lo de la astucia no es peyorativo: según el Evangelio de Mateo, Jesús recomendó a sus discípulos que fueran astutos como serpientes). Pero el problema no está en la retórica del lobby, que al fin y al cabo cada uno tiene derecho a desarrollar como lo crea más conveniente, sino en algunos condimentos que el cardenal agregó para reforzar el sentimiento de victimización y la exhortación al empuje.
Los católicos no deben quedarse, dijo, “con ese balde laicista que desde hace 100 años le han puesto a Uruguay”. Y ese balde consiste, según Sturla, en la idea de que “lo religioso -si es católico sobre todo- tiene que quedar en el ámbito de la conciencia individual”.
El adjetivo “laicista” no es casual. Desde hace algunos años, las autoridades católicas insisten en la tesis de que hay una diferencia sustancial entre la “laicidad” (razonable y respetuosa) y el “laicismo” (extremista y discriminatorio). La Real Academia Española, una institución nada neutral en relación con el catolicismo, no registra esta diferencia de significados, que es puro esfuerzo ideológico del Vaticano para construirse un enemigo feo y malo, como si a alguien se le ocurriera dictaminar que la cristiandad es buena pero el cristianismo es abominable.
Lo que hubo hace 100 años, o más precisamente hace 99, como recordaron con razón algunos dirigentes colorados, fue la separación de la iglesia católica y el Estado. El cardenal tiene, por supuesto, derecho a creer que aquella decisión soberana resultó perjudicial, o incluso que, como también dijo, es en nuestro país una causa de la “enorme carencia de espiritualidad que hunde a muchos en la apatía, ya sea en la mirada indiferente a la propia situación o hacia el otro que la padece”. En materia de creencias, justamente, esta sociedad laica reconoce su libertad. Ahora bien, en lo que se refiere a la discusión política sobre los hechos -que es el terreno en el que Sturla incursionó-, ni la libertad de cultos ni la tolerancia (y tampoco la victimización de las minorías) son salvoconductos para disparatear impunemente.
Los católicos no tienen un enemigo en el Estado uruguayo (y tampoco en el actual gobierno). La situación de su iglesia, en lo impositivo sin ir más lejos, es más bien la de una amiga con beneficios. Cuando una institución trata de atribuirles sus problemas a otros, sin el menor esbozo de autocrítica acerca de su propia historia y sus actitudes, de su comprensión del mundo actual o de su concepción de la moral, es muy difícil que logre superar las dificultades en que se encuentra. Desde esa actitud pasivo-agresiva, se predica en vano. En balde.
COMCOSUR AL DÍA / VIERNES 30 DE DICIEMBRE DE 2016
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