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DIARIO DE VIAJE: FILIPINAS

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1) Diario de viaje: Filipinas /Gustavo González y Natalia Quiñones
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COMCOSUR INFORMA AÑO 17 – No. 1860 – jueves 17.11.2017
“Todas las estructuras del poder popular que estábamos construyendo se hicieron presentes, tomaron voz, en una radio que no quería tanto hablarle al pueblo. Quería que el pueblo hablara.” RADIO VENCEREMOS
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1) DIARIO DE VIAJE: FILIPINAS

Por Gustavo González y Natalia Quiñones (Filipinas)

Día 1. Domingo 29 de octubre
Llegada a Filipinas

Casi tres continentes, un océano y treinta y siete horas de viaje después, logramos cruzarnos el mundo entero desde El Salvador para llegar hasta Filipinas, un archipiélago de islas estratégicamente colocadas entre los mares que lindan con China, Japón e Indonesia. Salimos en medio de decenas de hombres y mujeres con rasgos muy propios de los pueblos asiáticos del Este, aunque de una tez mucho más morena, hacia el salón de llegadas del aeropuerto para encontrarnos con Anthony y Fernando, dos de los cinco compañeros que en el año 2012 fueron junto al We Effect a conocer la experiencia de las cooperativas de vivienda de FUCVAM, en Uruguay. ¡Entrañable encuentro para todos, a decir verdad! Pese a hacer pasado hace cinco años, el abrazo pareció ser igual de intenso que el de Gustavo cuando se despidió de ellos en aquella oportunidad.

Del camino al hotel esa noche de domingo, pudimos ya extraer unas primeras impresiones de Manila, el área metropolitana más importante del país: una ciudad enormísima, con todas las contradicciones intestinas que el desarrollo urbano del “Tercer Mundo” guarda en sus adentros. Un escenario ya conocido por nosotros; no nos dejaremos atemorizar. Y si bien cada reto nos seguirá planteando sus particularidades, a Filipinas no íbamos a venir sin antes empacar nuestra coraza de sueños y esperanzas en la mochila.

Día 2. Martes 31 de octubre
Visita a cooperativas de vivienda y a los sitios donde construyen sus proyectos habitacionales

Hace cinco años, en Uruguay, fueron compañeros del Centro Cooperativo Sueco quienes le solicitaron a Gustavo específicamente atender a la delegación de compañeros filipinos que estaría visitando Uruguay en ese momento, para conocer la experiencia de las cooperativas de vivienda. “Recuerdo que con Alicia Maneiro, la ahora presidenta de FUCVAM que en esa ocasión también nos apoyó en la traducción, estuvimos una semana entera con ellos, visitando cooperativas, recibiendo charlas sobre el modelo cooperativo, hasta que regresaron a su tierra”, rememora Gustavo mientras endulza su café, pesado como la humedad en el aire.

De vez en cuando, arrojamos una mirada de la ventana hacia afuera: al concreto humeante y ruidos por millones de la imponente metrópolis de Manila. El palpitar de este pueblo parece no tener respiro: siempre yendo y viniendo de un lado para el otro. Al fondo resuena una atropellada bandada de moto-taxis pitando por esquivarlo todo a su paso, aunque la calma lluvia de la temporada mantenga las calles en remojo y la estampida sin freno no sea lo más recomendable. Poderoso contraste con Montevideo, ciudad vientre del modelo, el que se nos dibuja enfrente.
Aun así, parece que el modelo no se deja atemorizar por nada: hoy visitaríamos al menos cinco sitios distintos donde, según Anthony y Fernando, nos reuniríamos con cooperativas de vivienda ya constituidas y muchas de ellas con sus proyectos habitacionales ya en construcción. ¡La semilla uruguaya en plena germinación! Ya sin haberles conocido todavía, comenzamos a sentirnos muy emocionados por saber más acerca de la historia de las cooperativas tagalas: podíamos ya afirmar que, con una semana de pasantía, las ideas fundamentales del modelo prendieron un poderoso compromiso dentro de las mentes y corazones de los compañeros filipinos.

Iniciamos nuestro trayecto entreverándonos con los humeantes callejones de la Ciudad Quezón, la segunda más poblada de Metro Manila. Toda su composición nos sigue pareciendo monstruosa, como las fauces encementadas de un dragón milenario. Mientras aparenta dormitar, suspira largo y tendido: es la vibración del pueblo que le habita, en permanente agitación. A un costado de las carreteras pletóricas de carros y pasos a desnivel, tomamos un cruce para adentrarnos en pasadizos urbanos que se tornan un tanto más grises y angostos en la medida que nos apretujamos más entre su gente y los edificios que les albergan. La omnipresente humedad de la ciudad se condensa más y más, mientras las veredas se convierten en intransitables caminos de lodo, basura y agua residual. Entramos finalmente al submundo de los asentamientos informales de Metro Manila.

No hay forma de evitarles; te pegan de frente, por todos lados, sin avisar. Incontables cuartuchos montados como cajillas de fósforos, entre cartones y plásticos que anuncian internet de alta velocidad y sodas refrescantes, sostienen apenas un techo para una o dos familias apiñadas que les acobija de la intemperie. Mujeres lavando sus ropas entre aguas que van a parar a las gargantas de un alcantarillado al aire libre, entretanto otras se ocupan de cocer nabos y coles en ollas puestas al ras de la calle, justo al lado de donde orinan algunos pequeñines y los perros. De ese piso agrietado emergen también, de repente, mangueras de las que un chorro de agua fluye sin detenerse, para abastecer a varias familias de la comunidad. Descalzos salen corriendo varios jóvenes al encuentro de los contendientes más importantes de esta mañana, dos gallos rojinegros de riña preparados para su batalla mortal, cuyos dueños quedan paralizados, petrificados de desconfianza, cuando nos miran pasar. Lo observan todo desde arriba varios niños y niñas que a gritos se comunican con sus vecinos de uno o dos pisos más abajo, todos montados en una suerte de cajones de ladrillo, lámina y madera mal ensamblada, uno sobre el otro, en pugna con las leyes de la gravedad y cientos de cables eléctricos que tapizan la vista al cielo. Desde el trasfondo, pareciera que el río ruge para consigo mismo, penetrando con su fétido aliento los pulmones de todos los que viven y pasan por ahí.

Estos son los barrios tugurizados, la “ciudad construida” (de plástico y leña podrida) por las comunidades de migrantes y expulsados del desarrollo à la Singapur que pretende emular la capital filipina. Aquí es donde los compañeros Anthony y Fernando, como Instituto para el Desarrollo Cooperativo y de Empresas Sociales de Filipinas (IPSCED), han estado promoviendo y acompañando la formación de cooperativas de vivienda. Con los que hace más de 30 años viven en condiciones de “alto riesgo” y solo dios sabe cómo los tifones de las últimas décadas no han arrasado completamente con su existencia, con su resistencia.

En esta primera parada, conocemos a Gil Galdo y Nelson, dos destacados líderes de las comunidades aledañas al Río Darío. Hoy nos contaron lo que han tenido que soportar toda su vida como trabajadores informales que habitan (y son parte de) una ciudad emergente en la más abyecta pobreza, producto de la negligencia estatal para dar una respuesta contundente a su problema de la vivienda. Nos lo relatan como listado de compras hechas un día anterior: crecidas del río que nos inundan las casas seis meses al año; acampadas para dormir encima de los techos (con la lluvia azotándoles la cara y el cuerpo toda la noche) cada vez que un tifón azota la ciudad y eleva el caudal del río cuatro o cinco pisos hacia arriba; incendios causados por el estallido de los fuegos artificiales en una sola vivienda o cortocircuitos provenientes de un cableado infinitamente enmarañado. Las ansias de Gustavo de sacar un cigarro y prenderlo se se constriñen entre las manos. Muchos han muerto, huído, se han declarado desahuciados, sin lograr que aun así el Estado haga algo al respecto, más que sugerirles “no construir a menos de diez metros de distancia del cauce del río”.

Es así como en 2012, por iniciativa del IPSCED, más de un mil cien familias, todas ellas viviendo a la vera de un río utilizado como botadero citadino por más de treinta años, identifican en las cooperativas de vivienda una alternativa de lucha por sus derechos. Cinco años después, pese a las dificultades atravesadas, las 1,164 familias de la Cooperativa de Vivienda del Río Darío han conquistado ya el terreno donde construirán sus viviendas ¡una vez consigan el financiamiento para ello! ¡Increíble! Nos detenemos un momento para ser testigos de su testimonio: en las palabras de los delegados de la cooperativa se notaba una firmeza imbatible sobre la lucha que han emprendido. Nos dicen, plenamente inspirados, cómo otras cooperativas ya están construyendo, al tiempo que recalcan con convicción que “¡nosotros también lo haremos!”

Seguimos caminando junto a ellos, extrayendo fuerzas de donde sea, hasta que nos despedimos con fuertes abrazos de los compañeros que lideran a las comunidades de esta zona. De estos barrios, por los que nadie en Latinoamérica apuesta un peso a que la gente puede organizarse y salir del círculo infernal en el que viven, porque con “mejorar el barrio” no basta ni ajusta, están surgiendo las cooperativas de vivienda en Filipinas.

Nuestra siguiente parada la hicimos en un barrio de similares características a los que colindan con el río Darío, entre una de las calles de mayor importancia de Ciudad Quezón y el afluente descomunal de otro de los ríos de la ciudad. Nos recibió primero la infaltable cancha de básquetbol de la comunidad, abriéndose paso con sus tableros roídos y aros ferrosos de una herrumbre ancestral. Nos explican que este es el deporte más popular de Filipinas. Repetidas veces veremos a los más pequeños y grandes jugar a tiros y partidos este emocionante deporte, en canchas comunitarias como esta.

En lo que solía ser una capilla comunitaria antes de caer en abandono, nos reunimos con las lideresas de esta cooperativa de vivienda, llamada Reasentamiento Social Comprensivo para la Comunidad. Hoy están viviendo transitoriamente en un terreno propiedad de la Municipalidad, que ya se encontraba ocupado por muchos otros pobladores. Están a la espera de ser reubicados a un nuevo terreno, también de la Municipalidad, ya que el sitio donde vivían originalmente fue vendido por la Autoridad Nacional de Vivienda (NHA, en inglés) a una de las corporaciones de desarrollo inmobiliario más poderosas de la zona y de todo el país, propiedad de capital filipino-español: Corporación Ayala. Donde solían vivir hacer menos de un años, ahora se erigen imponentes rascacielos que se convertirán en centros comerciales, hoteles cinco estrellas, oficinas y condominios de lujo. Porque impulsar el turismo y el comercio son la prioridad actual del gobierno filipino.

Teody Gacer nos amplía un poco sobre los momentos pico de lucha que han experimentado como comunidades organizadas frente a los sucesivos intentos de desalojo por parte de autoridades del gobierno y desarrolladoras: al día siguiente de que la tierra donde vivían fue vendida a Ayala, la corporación comenzó a enviar demoledoras y a tirar abajo las champitas donde vivía la gente. Juntos, resistieron, nos lo asevera Teody, heroica lideresa de las movilizaciones que lograron detener estas demoliciones y actual presidenta de la cooperativa. “Nos tuvimos que acostar en la carretera esa que pasa frente a esta comunidad; delante de los tractores y camiones demoledores, causando un tráfico insoportable por más de dos horas”. Sonríe, con mucha confianza sobre lo vivido y de los resultados obtenidos: “así logramos que pararan el desalojo y que se hiciera una mesa de negociación entre el gobierno y la corporación. Así conquistamos el ser reubicados para construir nuestro propio proyecto de vivienda en un lugar seguro”, concluye, con desbordante alegría en su voz. Todas las lideresas que le acompañan nos piden volver la mirada, señalando a una pared donde está colgado un banner con el diseño de las futuras viviendas del proyecto, cuánto costará y qué organizaciones les están apoyando.

En total, son más de un mil treinta familias de diez diferentes comunidades locales las que se han agrupado en esta cooperativa de vivienda y se encuentran en pie de lucha por la obtención del financiamiento necesario para su proyecto. Un enorme sentimiento de ilusión permea cada una de sus miradas al hablar del proyecto. Y aunque a nosotros sea a quienes siempre corresponda dar ánimos a los grupos, esta vez fuimos nosotros a quienes la plática terminó recargándonos las pilas. ¡Qué revitalizante que resulta la lucha convocada por la esperanza y la unidad!
Luego partimos hacia el norte de Metro Manila, en dirección a la ciudad de San José del Monte. Al fondo resuenan los delicados acordes y melodías de Asin, grupo filipino de música popular, comprometido desde la década de los setenta con ser la voz de los reclamos del pueblo contra la dictadura de Marcos. Se acompasan las tonadas con la danza apacible de la lluvia en los paraguas de los transeúntes. Nuestra llegada fue bien recibida por líderes y lideresas comunitarios de ALPAS, una asociación de pobladores que, a diferencia de las primeras dos cooperativas que conocimos, ya comenzaron su etapa de construcción gracias a la conquista de la financiación estatal para su proyecto. Su comisión directiva la integraban en su mayoría mujeres; un solo hombre les acompañaba, jovial, en la tarea de supervisión, a quien apodaban “Ho Chi Min” por su gran parecido con el dirigente revolucionario vietnamita.

Iniciaron contándonos toda vicisitud enfrentada para poder construir más de 540 viviendas para familias perennemente victimizadas por inundaciones y desbordamientos. De un color aqua vibrante, nos comentan que los apartamentos estarán siendo inaugurados antes de concluir el año, en diciembre. El compañero Ho, que en realidad se llama Néstor, nos pregunta mucho, haciendo un énfasis especial en la importancia de la organización y la lucha para alcanzar los objetivos planteados dentro del relato de nuestras experiencias. Accedimos pensando en inyectar más y más fuerza cada vez al movimiento cooperativo de vivienda filipino en auge, en su consolidación.
Sostuvimos nuestra reunión en el interior de una de las viviendas modelo del proyecto, ya terminada, en proceso de ser amueblada, donde vivirá la familia de Girlyn Obenza, compañera lideresa que preside actualmente a la Asociación: la mejora nos parece más que sustancial en la medida que recordamos el nivel de hacinamiento, alerta permanente y violencia contra la integridad humana que predomina en las barriadas informales de la ciudad. La gente comienza a repensarse su vida en los colores más vivaces que le es posible, en los tonos más brillantes del azul, el rojo o el amarillo, lo que sea menos el gris. La piel de la ciudad ya es gris. El río que apesta ya es gris. El cielo que llueve torrencial ya es gris. La renovación de la esperanza, la limpia risa del juego de los niños, la vuelta a la vida del vecindario es, en cambio, prismática.

En el transcurso de la tarde volvimos a encontrarnos con otras dos cooperativas que también consiguieron asegurar la aprobación de su proyecto por parte del Estado y así obtuvieron financiamiento. La primera, Unidad para la Protección del Trabajo Informal a través de la Acción Comunitaria (UPCA), integrada por 720 familias que apenas inician su etapa de obra y, la segunda, Alianza Popular de Valenzuela (AMVACA), cuyas familias están a punto de inaugurar su proyecto de más de un mil cuatrocientas viviendas; ¡la más grande de todas las barriadas cooperativas que hemos conocido hasta hoy, en una sola tanda de edificios! El avance que ha tenido el cooperativismo acá es innegable y no solo en términos numéricos, sino en calidad organizativa y en el destacable grado de claridad política que demuestran sus liderazgos.

Al encontrarnos con ambas cooperativas, fueron mujeres las que nos recibieron y compartieron su historia de lucha y liderazgo: Brenda Aguilar, coordinadora del proyecto de UPCA, y Enriqueta Catayong, la primera pobladora cooperativista de la ciudad de Valenzuela, donde está ubicado el complejo de AMVACA. Brenda, con mucha elocuencia, nos cuenta entre risas que, si bien estar en permanente vilo sobre la obra le ha obligado a reducir tiempo con su familia y sacrificar su tranquilidad, se mantiene en pie porque se autodenomina socialista; a toda ella y al resto de su cooperativa. “¡Por eso las camisetas de nuestra cooperativa son rojas!”, nos lo afirma tomando por las mangas la camisa que una joven de la cooperativa viste al igual que ella y las demás presentes, todas mujeres. Así también en Valenzuela, donde nos desplazamos después y nos presentaron a Enriqueta, nos recibieron las familias cooperativas con los ánimos y alegrías por los cielos. Esta cooperativa en especial tuvo que partirse en dos, ya que la Municipalidad se negaba a facilitar tierra si los socios de la cooperativa no vivían todos exclusivamente en el municipio de Valenzuela. Las familias socias que provenían de Caloocan, otro municipio del cual solo les separa el cauce del río Tulyahan, no desistieron y formaron otra cooperativa: AMCACA. Familias de ambas cooperativas hermanas terminaron acompañándonos al proyecto habitacional de Valenzuela, el cual celebran como un logro conjunto. ¡Y cómo no hacerlo! Aunque de un área reducida, estas viviendas representan mucho más que las paredes y techo soñados por estas familias algunas, sobre todo después de que las casas donde vivieron por generaciones, a orillas del río Tulyahan, fueron arrasadas de un día para otro por el embate del Tifón Ondoy. Las sonrisas son kilométricas: después de la lluvia, siempre viene el arcoíris de la calma.

En nuestro trayecto entre una comunidad y la siguiente, fuimos indagando con Anthony y Fernando qué había hecho IPSCED para lograr que la adaptación del modelo al contexto filipino fuera tan exitosa, sobre todo si consideramos que la pasantía de los compañeros no contó con el tiempo suficiente para profundizar en tantísimos aspectos. Tal y como lo intuíamos: hinchados de mucho orgullo, nos garantizaron haber aprendido la lección al fin de cuentas. “De Uruguay aprendimos que la clave está en conseguir la financiación estatal, marcos legales, políticas de suelo y hacer una fuerte incidencia política por la autogestión, la ayuda mutua, la asistencia técnica y la propiedad colectiva”. ¡Y así lo hicieron!

En consecuencia, en no más de cinco años, ya hay 32 cooperativas de vivienda constituidas y una Federación Nacional de Cooperativas de Vivienda y Servicios Comunitarios que les aglutina y funciona como su herramienta de lucha ante el Estado. Todas las cooperativas, aunque se encuentren en distintas etapas (formación, construcción y a punto de habitar), ¡van viento en popa! En definitiva: todo fuego perenne se expande mediante exista un terreno inflamable y vientos dispuestos a darle vida a su recorrido. Por esto es que el paso del cooperativismo de vivienda por el futuro de los sectores populares de Manila ha tenido un impacto fulminante. Y esto lo celebraremos siempre.

Día 3. Miércoles 1 de noviembre
Paseo por la ciudad

Una llovizna incesante tiñe de claros grises el telón de fondo de la Manila que visitaremos hoy con los compañeros Anthony y Fernando de IPSCED: juntos nos fuimos a visitar los lugares y sitios más emblemáticos de la memoria construida y la vida urbana que acoge a más de 12 millones de citadinos cada día.

Justo en medio de la incansable urbe, a varios metros del Palacio Presidencial Malacañang, se erige el Arco Mendiola de la Paz, al final del cual se encuentra uno de los monumentos más importantes de la historia de los movimientos populares en este país: la estatua de un hombre de avanzada edad eleva un Cristo crucificado mientras sugiere, con la mirada fijada en el cielo, una plegaria. A imagen y semejanza del histórico luchador anti-dictadura Chino Roces, el hombre de bronce parece implorar por las almas de todos aquellos masacrados por Ferdinand Marcos, el dictador que se encargó de diezmar las riquezas y a su propio pueblo filipino durante los ochenta bajo uno de los regímenes marciales más atroces que ha conocido este país. Por los estudiantes y campesinos que yacen bajo la impunidad de una dictadura asesina; por todos ellos es que todavía late, como sangre viva, la memoria de la gente a lo largo de la Calle Mendiola.

Gustavo parece entrar en un súbito estado de contemplación que le mantiene absorto. La llovizna cae como si intentara aliviar un dolor mucho menos lejano de lo que los océanos y montañas separan a Filipinas de Latinoamérica. En Uruguay, hace muchos años, fueron asesinados varios obreros comunistas que sostenían una reunión dentro del local de la seccional 20 del Partido Comunista. Entre ellos se encontraba un gran compañero: Luis Alberto Mendiola, como el educador cuyo nombre lleva el sitio que conocemos hoy en Metro Manila. Cuando Gustavo escuchó ese nombre, no puede evitar recordar tan infame y tétrico incidente; por cierto, también olvidado bajo la impunidad. Por esta razón y muchas más, cuando observamos que frente a los barrotes alambrados del Palacio, a un costado del homenaje a Chino, un campamento de familias sin techo construye sobre el pavimento una reivindicación clara de su derecho a exigir una política de vivienda que responda a las necesidades de las masas, inmediatamente manifestamos a los compañeros nuestra plena solidaridad con sus justas demandas. Porque hoy, tanto como antes y siempre, precisamos de que la gente siga organizándose y pronunciándose a favor de sus derechos colectivos.

¡Cuánta historia común, hermanados por una sola tierra herida! Cuán importante es compartir lo vivido para sentirnos menos ajenos al resto del mundo humano. Nuestra siguiente parada hizo bien en recordarnos cuán profunda es la raíz de nuestro parentesco: justo antes de llegar al mar, imponente, se nos atraviesa la muralla serpentina que acoraza a la ciudad vieja. Le llaman Intramuros, la primera urbe trazada por los colonizadores españoles que arribaron al archipiélago de Filipinas en el siglo XVI, y desde donde operó la administración de las Indias Orientales Españolas. La arquitectura de las plazas, arzobispados, conventos, ayuntamientos y exuberantes catedrales harto acostumbradas por la Corona Española durante su expansión imperial es la parte tangible, que todavía queda en pie, luego de casi cuatrocientos años de opresión. Nos sentimos de repente como en casa, volviendo a ver el clásico paisaje colonial de las distintas ciudades de nuestro hogar, con todo el esplendor del sufrimiento indígena derramado tanto aquí como en toda América Latina. Y sí, nos caló tan hondo el imperio español que simplemente no deja de impresionarnos.

Entonces, ¿cuándo se independizó Filipinas de España al fin? Los compañeros se sonríen sin mucho entusiasmo, y nos aclaran: “En 1898 que dejamos de ser colonia española, Filipinas es vendida por veinte mil dólares a su nuevo amo, Estados Unidos”. Así es, aunque no lo crean: veinte mil dólares, como comprar en ese tiempo una finca (y a toda su población) de trescientos kilómetros cuadrados. De un día para otro, cada filipino y filipina tuvo que sustituir el uso del castellano por la del inglés. Comenzaron a entremezclarse con la senda edificada por los españoles los hoteles, clubes de polo y campos de golf. Cincuenta años después, la Segunda Guerra Mundial envuelve de múltiple tensiones a todo el Sureste asiático. La alta sociedad estadounidense y filipina fortalecen sus alianzas; la injerencia militar gringa en el territorio se consolida. “Era para protegernos de los japoneses, argumentaron ellos”, los gringos. Así es como desaparecen tras las bombas e incendios varias de las construcciones coloniales, a excepción de una muy especial: la Iglesia de San Agustín. Tapizada de rocas desde los huesos hasta la piel, esta catedral es la única catedral que sobrevivió intacta a los ataques japoneses. Los más creyentes ya le han apodado “la iglesia milagrosa” para la eternidad.

Seguimos transitando las tranquilas calles adoquinadas de la ciudad vieja para terminar con un paseo por la plaza donde fue acribillado José Rizal, el héroe nacional que se rebeló contra el régimen de la Corona española por la gesta independentista de Filipinas. Un parque de interminables verdes y avenidas peatonales ha sido dedicado a su nombre, en otra de las zonas más céntricas de la ciudad. Y aunque poco sabemos todavía de esta parte del mundo, por los tonos y matices con los que su propio pueblo nos dibujan su historia y personajes más importantes, nos vamos internando y descubriendo poco a poco las narrativas que “los vencedores” han conseguido imponer también sobre la historia de nuestros pueblos. El filipino, muy en particular, tiene una forma de ser sumamente ceremonial, pues demuestra siempre un respeto exagerado frente a todo lo que represente autoridad. Lo cultural, que puede muchas veces llegar a camuflarse con “lo natural”, proviene en realidad de lo que los pueblos oprimidos sufren, soportan y luego reproducen tras múltiples generaciones de dominación. Viniendo de países que también han vivido aterrados y vilipendiados por sucesivos períodos de ocupación forzada y colonización extranjera, no nos cabe duda de esto.

Salimos por fin de la ciudad amurallada de Intramuros para internarnos en otra de las mejor preservadas facetas de Metro Manila: en la de la opulencia, que intenta emular el modelo de desarrollo económico de Singapur. Al penetrar el barrio de Masdariña, por ejemplo, nos damos cuenta que esta es la primera vez que observamos que, al lado de las calles, los arriates arbolados permanezcan vivaces por cuadras, adornando todo lo que habita la gran burguesía filipina. ¿Sus casas? Ocultas a los ojos de los transeúntes comunes y corrientes. Y luego de cruzarnos por cuadras y cuadras de mega mansiones, se abren paso, como los afilados colmillos de un dragón con escamas de hierro y concreto, los impresionantes rascacielos del Bonifacio Global District, un área de cientos de metros cuadrados consumidos por la voracidad de las inversiones multinacionales privadas. Estadios descomunales de básquetbol, oficinas de grandes constructoras y bancos transnacionales, sedes de embajadas, pretenciosos centros comerciales en cada esquina; la vibra de este sector súper selecto de Metro Manila nos transporta en un abrir y cerrar de ojos a las calles y vistas de Miami o Manhattan, en Estados Unidos. Por ello, por más que uno intente comprender una y mil veces la racionalidad de contrastes tan bruscos como este, volveremos siempre a preguntarle al silencio sordo de las autoridades que nos prometieron el crecimiento económico: y ahora, ¿cómo soportamos la desigualdad? ¿Cómo superamos la inequidad? ¡Esto es lo que precisamente debe cambiar!

Decidimos no perder mucho tiempo en la ciudad construida por y para los más ricos con el fin de dirigirnos a nuestra penúltima parada: el Monumento al Poder Popular. La figura de una esbelta mujer en bronce oscuro destaca, como personificación de la libertad y la justicia, por encima de una serie de representaciones humanas de los sectores sociales que se aglutinaron en una sola fuerza de protesta y contraposición a la dictadura liderada por Marcos durante los setentas y ochentas. Bajo la imposición de una Ley Marcial, Marcos asesinó, torturó y desapareció a miles de miles durante esa época. Los movimientos populares, en ese entonces, luego de que Marcos también matara a Benigno Aquino, su siguiente rival en elecciones, se declaran en incólume protesta y exigencia de la renuncia de Marcos. ¡Feroz lucha la que han desarrollado estos pueblos! Anthony, muy emocionado, nos cuenta cómo se vivieron las manifestaciones sociales en ese preciso momento del ‘86, justo antes de que Marcos fuera derrotado; la tensión era inminente, ¡pero la perseverancia siempre apremia! ¡Fueron más de 2 millones de personas pidiendo la caída de la dictadura, hasta que se logró! Ahora bien, Estados Unidos siempre proveyó el asilo político para la familia de Marcos y hoy por hoy, todos los que le sobreviven, hurgaron su camino de nuevo en la palestra política filipina. Pareciera que la práctica de la memoria colectiva como sociedad filipina, en estos casos, ha sido nula. Porque la familia cercana de Marcos no solo estaba involucrada en sus crímenes de lesa humanidad, sino que también dejó en la más abyecta ruina al Estado filipino cuando fueron expulsados del país.

Seguía la lluvia cayendo por finos tramos sobre el pavimento, evaporándose en el tenue suspiro del dragón, que yace adormitado. Sin embargo, en medio de una pequeña plaza que visitamos como última parada de este día, pletórica de un verde esplendoroso, cada gota que cae se aquieta y se queda posada por horas sobre las hojas de los árboles, antes de fundirse con la tierra. Nos sentimos en medio de un llanto suspendido; en el ojo de la tempestad. Sobre el oscuro granito de los muros que conmemoran la vida en esta Plaza Memorial de los Mártires, yacen vívidos los nombres de cada uno de los que han luchado por los derechos humanos y han sido asesinados o desaparecidos por ello desde la época de la dictadura filipina de Marcos hasta la fecha. Cómo duele estar allí, leer sus nombres, imaginar sus rostros y el sufrimiento de tantos, junto a ellos, también entregaron su lucha hasta el final, se han rebelado por su pueblo y junto a él. Una lágrima apenas se nos escapa, en toda su memoria: porque de inmediato recordamos, y el trabajo de Anthony y más compañeros filipinos es testigo de ello, que todas estas ausencias siempre han sido la semilla germinada de la perseverancia de nuestros pueblos.

La tarde se agota por hoy y a nosotros nos quedan revoloteando en la cabeza bandada enteras de preguntas y emociones encontradas, que suenan y resuenan como pericos empedernidos que buscan respuestas antes de que caiga el atardecer. En estos días iremos aclarando muchos de los recovecos históricos que cada vez, a nuestro parecer, van completando el rompecabezas de la historia común que tenemos con Filipinas. De la misma manera que nos intentaron vencer, salimos las masas oprimidas, con múltiples atisbos de consciencia y organización, a dar la cara por las luchas de nuestros pueblos. Aquí en las cálidas costas de la Asia Oriental y en Latinoamérica.

Día 4. Jueves 2 de noviembre
Viaje a Tacloban

Día de Muertos en nuestros respectivos países y también en la profundamente católica Filipinas. Millones de filipinos se trasladan desde tempranas horas, con los paraguas extendidos, hacia el cementerio. Enfloran, cantan canciones y se ponen de fiesta todos los camposantos; dedican el homenaje de su vida a sus fallecidos más queridos. Por eso el tráfico hoy hacia el aeropuerto se encuentra sumamente tranquilo; nos toma menos de veinte minutos llegar y tomar nuestro vuelo hacia la ciudad de Tacloban, en otra de las grandes islas del archipiélago: la región de las Visayas. Dentro de cinco días volveríamos a vernos con Anthony y los demás compañeros de IPSCED; en esta nueva zona, nos enteraríamos con mayor detenimiento del trabajo de otra de las contrapartes de We Effect, cuya presencia territorial será mucho más de provincia que de ciudad.
Desde el inicio de este viaje, conocimos a Jessica, la coordinadora país de We Effect Filipinas. Nuestro tiempo entre aeropuertos y aviones se tornó mucho más liviano gracias a la plática amena que compartimos con ella; sobre lo que está haciendo con lo el We Effect en diferentes áreas filipinas, y los diferentes enfoques de abordaje que han apoyado para solventar la problemática de la vivienda en diferentes contextos. En efecto: esa misma noche, conocimos a los compañeros de la Fundación Julio y Florentina Ledesma, una organización con un trabajo de carácter mucho más humanitario, según lo que veríamos los días siguientes y lo que nos contarían con sus propias palabras Billy, Franmarie y el Ingeniero Armonie, todos compañeros de la Fundación, en una primera cena compartida. Con una breve inducción, mucho cansancio sobre los párpados y la calidez de un clima costero mucho menos saturado que el de la ciudad, nos fuimos a descansar, a recobrar energías para los aprendizajes del mañana.

Día 5. Viernes 3 de noviembre
Reunión con la Alcaldía de Basey y visita a la Ecovilla Basey

Desde temprano sumergidos en el calor perenne del Este asiático, salimos esta mañana en ruta hacia el poblado de Basey, en la provincia vecina de Samaar. No necesitaríamos recorrer más de cien metros en dirección a la costa, por donde comenzaríamos a bordear la isla a nuestro paso, para darnos cuenta que la situación de vivienda y hábitat de los más empobrecidos, también acá en las provincias, no difiere mayor cosa de la que abunda en Metro Manila por cientos de miles. Siempre al margen de la ciudad formal y los ríos-desagüe que le atraviesan, los más pobres enfrentan al hambre, la lluvia y a la ingratitud de la existencia con las pieles duras, un agotamiento insomne, construyéndose una ciudad propia, aunque sea dantesca. Y tras cada minuto que nos alejamos más de Tacloban, a las orillas de las calles, este mismo paisaje de la precariedad, solo se sigue extendiendo, como ramificándose entre la selva costera de las matas silvestres de banano y cocoteros.

Llegamos por fin al centro de Basey, no sin antes notar que mucho de lo construido en este pueblo es una mezcla de plásticos y madera roída compuestos en “casas”, edificios golpeados por la fuerza huracanada de ciclones pasados y ahora convertidos en ruinas, nuevas edificaciones de cemento que pretenden convivir, sin miedo, con la vulnerabilidad intrínseca que subyace este territorio. Estamos en uno de los pueblos filipinos más afectados por el Súpertifón Yolanda o Haiyan, ocurrido apenas en el 2013, y que destruyó todo en su trayecto por varios de los pueblos vecinos a Basey, todos en la región de las Visayas.

Curiosísimas nos resultan las variadas reacciones del pueblo filipino al indagar sobre el impacto de Yolanda en su vida colectiva: si bien nunca pensamos en que viviríamos un fenómeno ciclónico de semejantes dimensiones, “estamos ya acostumbrados a los mismos”; si bien sabemos que todos los años hay una temporada específica en que los tifones tienen a tocar nuestras tierras con mayor probabilidad, “aquí vivimos todos y todas del mar; por eso siempre regresamos a él”. El arrastre de Yolanda dejó un saldo de millones de damnificados y miles de desaparecidos cuyos cuerpos seguramente se habrá tragado el mar sin dejar rastro alguno de ellos; destruyó cosechas enteras, irrecuperables durante meses; devastó la infraestructura existente al punto de que su impacto no se conoció en los medios locales sino hasta que la prensa internacional comenzó a viralizar reportajes sobre la tragedia ocurrida, dos o tres días después de dispersados los vientos del súper tifón. Pero los pescadores y sus familias regresaron en poco tiempo con nuevas champitas a poblar las playas arrasadas; y aunque hacen ya cuatro años de la calamidad, los atisbos de recuperación pos desastre, que además son pocos, marchan todavía con lentitud.

Arribamos a las instalaciones de la Alcaldía de Basey y dialogamos un poco más sobre la labor que ha desarrollado la Fundación Ledesma en la zona, precisamente con familias damnificadas por el Supertifón, y el rol que ha asumido la Municipalidad al facilitar suelo municipal para proyectos de esta índole: nos va quedando cada vez más claro que estábamos en presencia de un grupo de técnicos de la construcción muy entusiasmados con la aplicación de un bloque sumamente fácil de manipular y emplear en la construcción de vivienda por parte de la gente. Sobre este bloque, decidimos escuchar primero para luego comprobar en la práctica lo que se nos comentaba, ya que no brindaban mayor información sobre su trabajo con las comunidades, aunque hicieran referencias tangenciales al trabajo con las mismas. Asimismo, antes de seguir con el programa, muy amable en su conversación, el Alcalde de Basey nos explicó los problemas que ha tenido que superar para poder cumplir con los compromisos asumidos dentro del proyecto: tierra y urbanización.

Partimos hacia las afueras de Basey, sus adentros más rurales. Llegamos a la denominada Ecovilla Cooperativa de Vivienda, donde ya nos esperaban varios en la casa modelo. Estaban desde ya planificando la actividad de mañana: el acto de entrega de 25 viviendas adicionales a sus beneficiarios. Al pasar a la dinámica de la Asamblea, no obstante, comenzó a resurgir lo que no queríamos pero imaginábamos: muy poco empoderamiento de la gente. Preguntamos entre los presentes quiénes habían participado en la gesta y desarrollo del proyecto desde sus inicios; solo levantaron su mano unos cuantos, contados con los dedos de una mano, ya que la mayoría, entre los que recibirían una nueva vivienda mañana, era “de nuevo ingreso”. Aun así, insistieron en compartir sus testimonios tres compañeras que fueron afectadas de diferente manera por el súper tifón y, por ende, para quienes las viviendas asignadas con el proyecto representaban una mejoría sustancial a la situación vivida durante los últimos tres años. “Tras el tifón, el agua nos llegaba hasta el cuello. Mi padre y mi hermano se ahogaron. Pero mi esposo y mis tres hijos sobrevivimos; a pura comida de la que encontrábamos flotando entre las ruinas. Ahora, no podríamos estar más agradecidos por el proyecto, ya que por fin tendremos una vivienda propia y resistente a esos desastres.”

En general, los llamados emprendimientos humanitarios que hemos conocido y que suelen llevarse a cabo para amortiguar necesidades básicas críticas tras situaciones de emergencia humanitaria, como desastres producidos por fenómenos climáticos o conflictos, fallan en lograr que la gente haga suyo el proyecto. Al final, el damnificado termina tomando y conformándose con lo que sea que le des, sea esto de buena o mala calidad, adecuado a sus necesidades fundamentales o no; porque la urgencia es tal que no se va a detener a ver si efectivamente lo que recibe es algo que le convenga realmente; porque cualquier cosa, literalmente, es mejor que todo lo que carece. Es decir, que aquello de que “a caballo regalado, no se le mira lado” es un proverbio popular que se ajusta perfectamente a la realidad del damnificado. En fin, la diferencia con lo que han construido física y socialmente los grupos cooperativos de Manila es abismal: las viviendas entregadas con este proyecto apenas contaban con el espacio necesario para que una de las típicas familias beneficiarias de estos proyectos, con más de dos hijos cada una, pudiera evitar el hacinamiento; carecían muchas de las terminaciones y acabados de una vivienda de calidad; la instalación de los servicios estaba a medias; les hacía falta involucramiento y corazón de su gente.

Pero esa es la receta que muchas tendencias de vivienda pos desastre insisten en seguir promoviendo con los más pobres: los cajones más simbólicos del “peor es nada”. ¿Los comentarios de la gente? ¡Rebosantes de felicidad y gratitud! Porque, ¿de qué te puedes quejar estando en esa situación? Sí, lo más doloroso de la pobreza es que, la mayoría de veces, también despoja a la gente de su dignidad. Y aunque nuestras caras no mostraron nunca mayor admiración por lo logrado por el proyecto, al despedirnos de las familias beneficiarias, lo hicimos no sin antes transmitirles todos nuestros buenos ánimos para gozar de su nueva vivienda en comunidad con todos los demás.

Día 6. Sábado 4 de noviembre
Entrega de viviendas a familias beneficiarias de la Ecovilla Basey

Este día tendría lugar el acto para la entrega de las últimas veinticinco viviendas de la Ecovilla Basey a sus beneficiarios; debíamos prepararnos para una tarde de intensas emociones y alegrías. La ceremonia se realizó en un local de la Alcaldía, con la presencia de empleados municipales, el equipo constructor del proyecto de la Fundación Ledesma y We Effect como invitados especiales.

Pueblos como el filipino y muchos en América Latina suelen ser muy respetuosos de los rituales, sea de donde sea que provenga la razón de su formalidad. Seguramente, por esta razón la ceremonia se desarrolló en un tono sumamente silente y moderado, quizá demasiado para el momento que intentaba celebrar: la entrega de nuevas viviendas. Por eso, cuando nos cedieron un espacio para dar un mensaje de solidaridad a los presentes, terminamos diciéndoles que sería lindo verles bailar, ya que se trataba de un evento de suma felicidad. ¡Y así se armó el baile! ¡Qué lindo que es ver a la gente desembarazarse de las ataduras de la ceremonialidad!

Luego del acto, ya todos entrados en calor, nos fuimos a dar una caminata, de nuevo, por el sitio de la Ecovilla Basey. Bajo un sol capaz de rajar hasta las piedras, recorrimos nuevamente los caminos del proyecto, entre filas de casas ya habitadas. Muchas todavía no han sido pintadas y otras ya han sido ampliadas de manera improvisada con láminas, tablas residuales o troncos de árboles cocoteros. En las que dan frente a la calle principal, ya hay instaladas tiendas minoristas y hasta puestecitos informales de venta de comida. Toda la vida de los barrios populares en pleno surgimiento, a pocos meses de haber sido entregadas las viviendas base. Sin embargo, podemos ver que aún falta construir la infraestructura necesaria de desagües, aguas lluvias y vialidad a la comunidad. “Estas son deudas de la Alcaldía que siguen pendientes”, nos aclara el Ingeniero. De nuevo, las excusas de siempre: “el presupuesto de este año no dio abasto, veremos para el próximo”. Pero las casas ya fueron entregadas igual, bajo el protagonismo de la Alcaldía.
Se avecinan, por lo que podemos entrever en el futuro de esta comunidad, cuantiosos y difíciles retos. Construir comunidad sin que la gente que habitará el proyecto sienta que pertenece a ese pequeño trozo de tierra y bloque en el mundo, no será fácil. Conseguir los recursos gubernamentales necesarios para complementar lo que al proyecto le falta en términos urbanísticos, tampoco. Elevar la calidad del trabajo organizativo con la gente para que los vicios de la pobreza no entorpezcan el desarrollo social de la comunidad para que termine convirtiéndose en un nuevo tugurio, muchísimo menos. Pero sobre esto, nuestra experiencia y planteamiento político tienen una contrapropuesta de solución, la cual seguiremos readecuando en los siguientes días.

Día 7. Domingo 5 de noviembre
Viaje a Cebú y a Bacolod

Antes de que llegara el amanecer a Tacloban, junto al equipo de la Fundación Ledesma, nosotros ya cobrábamos vuelo hacia la provincia de Cebú, un poco más al sur de Filipinas. Comenzamos a registrar signos de que Cebú es un pueblo mucho más orientado al turismo extranjero y de playa que Tacloban y Basey, por lo menos. Al solo bajarnos del avión, fuimos transportados hacia los complejos de vivienda de dos comunidades cuyas asociaciones de propietarios de vivienda están aglutinadas a la Alianza Filipina de Pobladores.

Conocimos a Ninoy, su presidente, hombre sencillo de pocas palabras que luego nos guio a lo largo de varias viviendas que habían sido construidas con fondos de un programa estatal muy afamado: la Hipoteca Comunitaria. Con este programa, los filipinos pueden acceder a un fondo de 250 mil pesos filipinos (alrededor de 4 mil dólares) para construir sus viviendas. Sin embargo, este fondo es demasiado reducido como para financiar una vivienda completa en espacios y acceso a servicios para los más pobres, por lo que la gente tiene prácticamente una única opción: construirse una vivienda básica o casi incompleta, para irla mejorando según se lo permita su nivel de ingresos en el futuro. Lo que las familias de los barrios de Cebú han construido bajo ese programa no es nada más que esto: las viviendas, siempre edificadas por entidades privadas, son entregadas sin piso de segunda planta, ventanas, puertas ni conexión a los servicios más esenciales. ¡Por eso no nos parece raro que sean muy pocas las viviendas que están habitadas en estos barrios! Frente a uno en particular, inclusive, ha comenzado a consolidarse hace poco un pequeño asentamiento informal.

“Pero lo importante es que, en todo esto, ¡se ha aplicado la tecnología constructiva diseñada por nosotros!”, volvieron a destacar los compañeros de la Fundación Ledesma, reiterando el énfasis en todas las propiedades del bloque como material constructivo que emplea materiales térreos locales, tiene un bajo impacto medioambiental, resiste a los fortísimos vientos que caracterizan a los tifones y ha sido diseñado para que sea ágil y fácil de ensamblar. Fue en este momento que descubrimos quién era en realidad la Fundación: ¡una empresa blockera! Lamentablemente, si hay algo muy común entre las organizaciones no gubernamentales o sin fines de lucro que, hoy por hoy, dicen “trabajar para los pobres”, es que muchas transforman las necesidades en oportunidades de colocar lo que producen, mercantilizando el conocimiento que tienen en sus manos.

En la Asamblea a la que nos invitaron conocimos a los delegados en la Alianza Filipina de Pobladores de esas comunidades; nos reunimos en una capilla mucho mejor construida que la generalidad del barrio, en el que conviven más de cuatrocientas familias. Todas sus delegaturas mostraron mucha humildad, pero también pudimos notar que en todo su planteo no había una sola propuesta de lucha. Cuando quisimos saber más sobre su propuesta política ante el Estado o la razón de ser de su organización, no supieron decir más que el “reunirnos para resolver problemas de convivencia cuando estos surgen”. Esto no es para menos, ya que el barrio construido y en el que habitan hace relativamente muy poco volvió a tugurizarse; podían identificarse muy pocas diferencias entre la vida que transcurría en las champas justo en frente de donde estaban las nuevas casas o colocadas al otro margen de las canaletas que dividían algunos de sus pasajes. Insistimos: parece que en los barrios tugurizados de Filipinas, tristemente, lo mejor construido siempre son las iglesias.

Al salir de ahí, después de departir un almuerzo con los líderes de la comunidad y la Alianza, los compañeros de Ledesma nos aseveraron que ese modelo de financiamiento estatal era todo un fracaso a nivel nacional y que por ello su trabajo había incorporado algunas innovaciones que habían mejorado la implementación de ese modelo todavía vigente. Aun así, nos preguntamos: ¿por qué una plataforma política sobre ese programa de financiamiento estatal para vivienda, mejorada o completamente nueva, no forma parte del trabajo de las organizaciones populares? ¿De la Alianza Filipina de Pobladores, por ejemplo? Los cuerpos técnicos deben comprometerse a facilitar nuestros conocimientos y aportes como herramientas para que las organizaciones crezcan y configuren sus propios planteos de lucha. Y de esto, evidentemente, están careciendo las organizaciones y comunidades empobrecidas filipinas de las provincias.

Regresamos de inmediato al aeropuerto de Cebú para trasladarnos a otra de las islas visayas que visitaremos con los compañeros de Ledesma. Durante un vuelo de menos de dos horas, vamos presenciando desde lo alto del vuelo de los pájaros de metal la bella morfología del territorio isleño filipino: las nubes despliegan un juego casi mágico con el potente verdor de las montañas, vigilantes de todo lo que guarda su propia piel. Ningún río se esconde de nuestra vista; todos se asoman a danzar cuerpo con cuerpo junto a las ondulaciones de la tierra, estrechitos, hasta desembocar en el Golfo de Panay. Cuando vamos atravesando los paisajes rurales que se extienden entre la ciudad de Bacolod y San Carlos, tenemos la oportunidad de ver toda esa composición de naturaleza viva, nada tímida, orgullosamente exuberante en su posar, por horas, hasta que el sol decidió rendirse al brillo del negro azulejo de la noche. Dejamos ir varios suspiros, sin parar de recordar cuán parecida es Filipinas a nuestra Centroamérica. Porque de “inmensas estepas verdes”, como caracterizó Dalton a nuestras montañas, está hecha la Filipinas rural, y sus interminables cañales y selvas son su voz.

Día 8. Lunes 6 de noviembre
Visita al proyecto Sancaville y de regreso a Manila

Este día visitamos uno de los más recientes proyectos de vivienda que la Fundación Ledesma ha desarrollado. Al principio, capturó nuestra curiosidad el hecho de que, a primera vista, ese proyecto tenía varias características similares al de la Ecovilla Basey: alianzas con el gobierno local para gestionar la tierra, implementación del bloque producido por la Fundación. Como esquema de financiamiento, apoyaron la aplicación de las familias al programa de la Hipoteca Comunitaria, complementando dichos fondos con otros apoyos privados. Es decir, que las familias de SanCaVille, como le han denominado al proyecto, pagan por sus viviendas, a diferencia de los habitantes de la Ecovilla de Basey. Pero además de eso, ¿qué tan diferente podía ser este proyecto de lo que ya habíamos visto?

Luego de una reunión-desayuno con el Alcalde de San Carlos muy temprano sobre las proyecciones locales de continuar aportando al tema de la vivienda, nos trasladamos al sitio del proyecto, aún en construcción, para atestiguar por fin un trabajo constructivo impecablemente gestionado, promovido y hecho por la Fundación. Quizá el hecho de que todas las familias beneficiarias de este proyecto fueran empleados del gobierno local desde diferentes espacios, de una u otra forma, garantizaba un mejor perfil económico de los hogares y, por ende, mayores posibilidades económicas para asumir el pago de una vivienda de mayor calidad. Con el mismo bloque, se habían construido casi doscientas viviendas con mucho más espacio y mejoramientos más homogéneos entre una casa y otra. Siempre de procedencia muy humilde, la gente no paraba de sonreír con entusiasmo al mostrarnos sus flamantes viviendas recién habitadas por sus familias.

Ahora bien, también pudimos comprobar que el mismo concepto de vivienda incremental que había sido construida en la Ecovilla Basey había sido la promovida en San Carlos. Las deficiencias de este concepto volvimos a discutirlas con el equipo de Ledesma: sucede que si los espacios constructivos más esenciales para la gente, como la cocina o los cuartos necesarios, los dejamos para cuando “las familias puedan pagar ese crecimiento adicional”, volvemos a promover la misma lógica de que el derecho a la vivienda adecuada esté sujeta a las limitaciones presupuestarias de la gente. El modelo cooperativo autogestionario, desde su propuesta ontológica y política medular, ha superado esto a través de múltiples formas, desde todas las etapas de vida de las cooperativas: el diseño participativo lo dirige y vota la gente, a manera de compatibilizar necesidades, sueños y rectas presupuestarias para todos los casos; en la construcción nos aseguramos todos de que lo edificado sea de acuerdo a lo aprobado colectivamente desde el inicio; el sorteo de las viviendas considera siempre que, si hay familias más grandes que otras en nuestras cooperativas, son esas las que serán asignadas a las viviendas más grandes, independientemente de si puedan pagarlas o no, porque los mecanismos para definir cuotas solidarias según capacidades económicas son los que se buscan y obtienen para los esquemas de financiamiento del proyecto. Todas estas cosas, les hicimos saber a los compañeros, son propuestas que quisiéramos seguir compartiendo con ustedes con mayor detenimiento y profundidad. En general, asintieron al ofrecimiento. Luego veremos si se da la oportunidad. Así se pasa otro día que nos vuelve a quedar claro que las experiencias modélicas del cooperativismo de vivienda, que han venido aplicando todos los pilares con rigor político, son las que más nos han brindado los elementos y argumentos clave para defender la idoneidad del modelo para solventar la problemática habitacional de los más pobres y, por qué no decirlo, lograr mucho, muchísimo más.

Día 9 y 10. Martes 7 y miércoles 8 de noviembre
Conversatorio con las cooperativas de vivienda de Metro Manila y las organizaciones del consorcio de organizaciones populares y técnicas de vivienda.

De vuelta en Manila por cinco días más, reiniciamos nuestro trabajo con las cooperativas de vivienda de Metro Manila con varios encuentros e intercambios junto a sus liderazgos más emblemáticos, las dirigencias de las organizaciones populares aglutinadoras de varios movimientos viviendistas de pobladores, representantes de organizaciones técnicas aliadas que se hacen acompañar de varios intelectuales orgánicos, y We Effect, tanto de la oficina país como de nuestra experiencia latinoamericana. Compartimos durante dos días completos con estos grandes líderes y lideresas, con los compañeros profesionales que constantemente nos demuestran que están dando todo por el todo por el crecimiento político del planteamiento de los compañeros y de la incidencia política en desarrollo. Todos los espacios y momentos, facilitados por IPSCED, fueron altamente productivos y satisfactorios.

A lo largo del tiempo compartido, no solamente pudimos explicar en detalle los ejes centrales del modelo, sino además insistir, con la plena comprensión y sintonía de todos y todas las compañeras, en la imprescindible necesidad de seguir haciendo incidencia política frente al Estado con las propuestas más claras posibles: recuperar financiamiento estructural y justo para los pobres, cambiar los marcos legales para que permitan el desarrollo del modelo, desarrollar mecanismos que faciliten el acceso de las mayorías a la tierra que se pueda habitar y construir.

Las preguntas de la gente fueron por demás interesantes, puesto que su atención a los aportes que dimos fue permanente, con una alta disposición a siempre conocer más y más sobre el modelo. Su trabajo en este sentido lo han venido articulando a través de un consorcio, compuesto por IPSCED, Kilos Maralita y el Instituto por la Democracia Popular. Los compañeros de Kilos Maralita, la organización popular que acoge a la Federación de Cooperativas de Vivienda y Servicios Múltiples de Filipinas dio a conocer el importante rol que juegan en toda esta construcción política en ciernes: no solamente impulsan decididamente el crecimiento del cooperativismo de vivienda para los pobladores de los asentamientos informales de Metro Manila y toda Filipinas, sino que además congregan a muchas más organizaciones de lucha que suman un músculo combativo todavía latente en el país; una suerte de fuerza subterránea que por ceguera mediática no es conocida si no te haces de los contactos correctos en este país. A su lado, dando una mano y mucha cabeza a los objetivos políticos de Kilos Maralita, está el Instituto por la Democracia Popular, instituto de pensamiento de génesis anti dictatorial mientras Marcos estuvo en el poder. Cuando Marcos cayó, esta se convirtió en un instituto formal de investigación política y trabajo conjunto con la gente. Ellos son los que han estado a cargo de la discusión técnica de las propuestas políticas para las que el movimiento va dando la pauta y marcando el camino dentro de sus estrategias de incidencia política. Es imposible medir el valor que toda contribución que todas estas organizaciones al proceso del cooperativismo de vivienda que ha liderado IPSCED, a partir del apoyo de We Effect en el país, ha tenido: los resultados dan mejor cuenta de ello y esto nos emociona, en grande.

Las estrategias de incidencia que han entretejido estas organizaciones en su apuesta por los instrumentos estatales necesarios para resolver el problema de la vivienda para los más pobres de Manila les han legado, además, espacios de alto nivel en los que luchan por mantener un diálogo fluido y oportunidades clave para el cabildeo. Esta tarde, por ejemplo, nos pidieron brindarles una mano en una reunión que tuvimos esa tarde con la Oficina de la Vicepresidencia de Filipinas, encabezada por Leni Robredo, una ex activista social devenida a la política por el más puro apoyo popular. Lamentablemente, dicha Oficina carece de fondos propios, por lo que todo lo que impulsa o hace es de un impacto mínimo, aislado del marco de política pública llevado adelante por el que lidera el Poder Ejecutivo del país: Duterte. Por este motivo, entre el consejo de asesores y personal operativo de la Vicepresidenta hay una fuerte presencia del sector privado, el único que le ha facilitado algunos recursos para hacerse de una presencia territorial entre su pueblo. Esto, obviamente, nos juega en contra: finalizamos el día sosteniendo una reunión con un empresario dueño de una constructora privada que no hizo el más paupérrimo esfuerzo por comprender el modelo cooperativo ni las intenciones de nuestras organizaciones compañeras al explicárselo. Cuando hablamos de la necesidad de que el Estado se involucrara más, en términos de financiamiento y marcos legales, nos contraminó con interrogantes sobre qué tanto más podía ser de interés para el sector privado invertir en el modelo cooperativo en el tema de la vivienda. Vivencia más pedagógica sobre la máxima expresión del Estado burgués no se podía extraer de esta conversación. Y esto es importante documentarlo porque el poder tiene la facilidad de seducirnos y nublarnos la visión en todo momento: podrán demostrar toda la amabilidad y “sensibilidad” social que quieran, pero la clase capitalista está para defender sus intereses a toda costa. Sobre los peligros que estas interacciones plantean con el objetivo de desviarnos, nos lo reiteramos sin parar mientras atravesamos la citadina noche de vuelta al hotel, hay que estar en permanente vigilia.

Día 11 y 12. Jueves 9 y viernes 10 de noviembre
Reuniones con actores estatales y decisorios clave; más reunión final de cierre con We Effect y organizaciones contrapartes

Durante los últimos dos días de nuestra visita, el omnipresente deseo del cielo filipino de llover pareció ceder un rato. Se hizo presente un sol incandescente, no muy añorado que igual nos regaló muchas energías para finalizar bien una serie impecable de jornadas con los compañeros filipinos. Este día se nos auguró una agenda topada de actividades con representantes de distintas instituciones estatales y hasta del Congreso. Todos ellos nos dieron muy calurosas bienvenidas y, al igual que las organizaciones populares, escucharon atentamente nuestros planteamientos. El primer espacio en el que compartimos toda la experiencia del modelo cooperativo en Latinoamérica lo facilitó una agitada y fructífera reunión del Comité Conjunto de Monitoreo y Evaluación de las Cooperativas de Vivienda que el Estado filipino ha conformado con representantes de varias organizaciones estatales con competencias claras en el tema de vivienda: Departamento de Medio Ambiente, Finanzas y Presupuestos, Autoridad regimentada del Cooperativismo en el país, bancos estatales de segundo piso para facilitar acceso de los sectores medios a vivienda de proyectos públicos o privados, en fin, toda esa diversa fauna institucional con la que también nos hemos encontrado en Centroamérica. La reunión de este Comité tendría hoy, no obstante, un desenlace histórico: ¡hoy firmaron la aprobación a las nuevas regulaciones estatales para reconocer y defender a las cooperativas de vivienda en Filipinas! Así, sumamos dos victorias en consecutivo: presenciar la firma de tan importante documento y el sumo interés que mostraron todos los funcionarios presentes en la mesa de discusión por la propuesta política del cooperativismo de vivienda.

Por la tarde, la tonalidad de lo que logramos platicar con representantes del personal de un diputado del Congreso filipino y de la principal institución financiadora de vivienda por parte del Estado fue un poco más opaca: se dieron más la tarea a defender las gestiones que ya estaban realizando, sus preocupaciones por no alcanzar los recursos para disminuir el déficit habitacional, las típicas excusas del Estado burgués para no asumir su responsabilidad sobre el tema de la vivienda. Ante una conversación más cerrada, no desistimos igual y seguimos martillando en lo estratégico, en lo importante, en lo crucial: suelo, financiamiento y leyes.

Al día siguiente, volvimos a reunirnos gustosamente con We Effect y los compañeros de las contrapartes, IPSED y Fundación Ledesma, para tener una retroalimentación de cierre sobre el trabajo realizado y los siguientes pasos que se pueden dar. Como ya lo mencionamos numerosas veces, no dejamos de subrayar nuestras felicitaciones por lo logrado hasta el día de hoy, sobre todo por parte de IPSCED, quienes, con apenas una semana de pasantía en Uruguay que tuvo lugar hace cinco años, retomaron todo lo que les sirvió y desarrollaron todos los esfuerzos en sus manos para implantar aquí el cooperativismo de vivienda, en su mejor forma posible de acuerdo al contexto y coyuntura filipina actual.

En definitiva, existe una potencialidad enorme en todas y cada una de las organizaciones que conocimos para adherirse al proceso de expansión y consolidación que el modelo cooperativo, ya con vida propia, ha cobrado hasta ahora. Destaca en particular por su grado de entendimiento y compromiso para con el modelo IPSCED. Su trabajo fraterno y estratégico con una organización social del calibre de Kilos, es y seguirá siendo clave en todo esto. Sobre el aporte que podría canalizar la Fundación Ledesma, por otra parte, debido a su naturaleza y la forma en la que han captado lo discutido sobre el modelo, podría ser más de carácter constructivo, meramente con el objetivo de transferir conocimientos tecnológicos que puedan servir para aliviar costos para los procesos de construcción de las cooperativas en las provincias o, si las regulaciones sobre las edificaciones en altura lo permiten, Metro Manila.

Siempre en el ánimo de dejar confeccionadas y en remojo algunas recomendaciones para la hoja de ruta del We Effect y las organizaciones contraparte en relación al modelo, las sugerencias y aportes que canalizamos con nuestra reunión final fueron las siguientes: seguir fortaleciendo la incidencia política de las cooperativas de vivienda y las organizaciones populares que les aglutinan, como Kilos Maralita; comenzar a pensar y diseñar un fuerte trabajo técnico y social en lo que nosotros llamamos la construcción de comunidad, sobre todo con las cooperativas de vivienda que están a punto de habitar complejos que albergarán entre 500 y 1,500 familias, puesto que la tarea organizativa que habrá que desarrollar acá para dar mantenimiento y sustentabilidad a las cooperativas acá será titánica; como punto final, debemos idear cómo, cuándo y de qué forma vamos a demostrarle a Filipinas la viabilidad del modelo entero, con todos sus pilares, para conquistar mucho más que la construcción de la vivienda.

Cabe anotar en este punto que el modelo cooperativo de vivienda filipino no es perfecto, pero esto es solamente porque no se ha desarrollado en todo su potencial; necesita de más instrumentos políticos para adaptarse en su totalidad, sumar más participación de la gente y romper el cerco que el Estado, manejado por el gobierno de Duterte este último año, les colocó al romper con un financiamiento que solo les permitió monitorear la obra del proyecto y avalar el diseño final de la vivienda. Esto lo han llevado adelante en excelente forma, pero no alcanza: debemos lograr aun el cumplimiento de la autogestión, la ayuda mutua y la propiedad colectiva en todo lo que estas cooperativas de vivienda construyan.

Llega por fin la hora de almorzar. Cerramos entre aplausos, abrazos y agradecimientos que no caben en nuestras palabras al final, para concluir la reunión y comenzar, en un ambiente más relajado, a compartir nuestra última comida juntos. De Filipinas, nos vamos llenos de aprendizajes, sí, pero todavía más desbordante ha sido todo el afecto con el que su pueblo nos ha acompañado durante este recorrido. Qué pena haber sabido tan poco de Filipinas antes, con cuyo pueblo hemos compartido tanto sin conocer de ello más que lo que pueda transmitir las lecturas previas. Pero nada se compara con el compartir risas, sueños y esperanzas con este pueblo: ¡cooperativas de vivienda filipinas, parte de nuestra sangre unánime, arriba que vamos a luchar hasta vencer!

Gustavo González y Natalia Quiñones (Filipinas)
COMCOSUR INFORMA Nº 1860 – 16/11/2017 _______________________________________

COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / COMCOSUR – 1994 – 19 de junio – 2017 – 23 años
Selección y producción: Beatriz Alonso, Henry Flores y Carlos Casares Apoyo técnico: Carlos Dárdano
Colaboran:
ALEMANIA: Antje Vieth y Carlos Ramos (Berlín)
BRASIL: Carlos O. Catalogne (Florianópolis)
CENTROAMÉRICA: Gustavo González
ECUADOR: Kintto Lucas (Quito)
HOLANDA: Ramón Haniotis (Amsterdam)
SUIZA: Sergio Ferrari (Berna)
URUGUAY: Jorge Marrero (Santa Rosa), Margarita Merklen (Durazno), Pablo Alfano (Montevideo), Luis Sabini (Piriápolis, Maldonado)
COMCOSUR INFORMA ES UNA PRODUCCIÓN DE COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / Desde el 19 de Junio de 1994 / Coordinación: Carlos Casares – DIRECCIÓN POSTAL: Proyectada 17 metros 5192 E (Parque Rivera) 11400 MONTEVIDEO/URUGUAY / Apoyo técnico: Carlos Dárdano / Comcosur se mantiene con el trabajo voluntario de sus integrantes y no cuenta con ningún tipo de apoyo económico externo, institucional o personal / Las opiniones vertidas en las distintas notas que integran este boletín no reflejan necesariamente la posición que podría tener Comcosur sobre los temas en cuestión / Comcosur integra la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) / blog: nuevo.comcosur.org/ contacto: comcosur@comcosur.com.uy / Y ahora puedes seguir a Comcosur también en Facebook
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