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EL PROBLEMA DEL PASADO ES QUE NO PASA

MUMIA846

1) A cien años de la Revolución Rusa: El problema del pasado es que no pasa

2) La Declaración Balfour o el fin de Palestina.

3) Ken Loach: "Israel se fundó sobre una limpieza étnica"

4) La guerra en la sombra de EE.UU.

5) La engañosa derrota del Estado Islámico

COMCOSUR / POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 17 / Nº 845/ Miércoles 8 de noviembre de 2017 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán

“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra y combatir ese monopolio es una tarea central.” — Emir Sader

1) A cien años de la Revolución Rusa: El problema del pasado es que no pasa
Boaventura de Sousa Santos *
(Página12)

Este año se conmemora el centenario de la Revolución Rusa –me refiero exclusivamente a la Revolución de Octubre, la que sacudió el mundo y condicionó la vida de cerca de un tercio de la población mundial en las décadas siguientes– y también se conmemoran los 150 años de la publicación del primer volumen de El capital de Karl Marx. Juntar ambas efemérides puede parecer extraño, porque Marx nunca escribió con detalle sobre la revolución y la sociedad comunista y, de haberlo hecho, resulta inimaginable que lo que escribiese tuviera cierto parecido con lo que fue la Unión Soviética (URSS), sobre todo después de que Stalin asumiera la dirección del partido y del Estado. La verdad es que muchos de los debates que la obra de Marx suscitó durante el siglo XX, fuera de la URSS, fueron una forma indirecta de discutir los méritos y deméritos de la Revolución Rusa.

Ahora que las revoluciones hechas en nombre del marxismo terminaron o evolucionaron hacia… el capitalismo, tal vez Marx (y el marxismo) tenga por fin la oportunidad de ser discutido como merece, como teoría social. La verdad es que el libro de Marx, que tardó cinco años en vender sus primeros mil ejemplares antes de convertirse en uno de los libros más influyentes del siglo XX, ha vuelto a convertirse en un best-seller en los últimos tiempos y, dos décadas después de la caída del Muro de Berlín, al fin estaba siendo leído en países que habían formado parte de la URSS. ¿Qué atracción puede suscitar un libro tan denso? ¿Qué reclamo puede tener en un momento en que tanto la opinión pública como la abrumadora mayoría de los intelectuales están convencidos de que el capitalismo no tiene fin y que, en caso de tenerlo, ciertamente no será sucedido por el socialismo?

Muy probablemente, los debates que a lo largo de este año se lleven a cabo sobre la Revolución Rusa repetirán todo lo que ya se ha dicho y debatido y terminarán con la misma sensación de que es imposible un consenso sobre si la Revolución Rusa fue un éxito o un fracaso. A primera vista, resulta extraño, pues tanto si se considera que la Revolución terminó con la llegada de Stalin al poder (la posición de Trotsky, uno de los líderes de la revolución) como con el golpe de Estado de Boris Yeltsin en 1993, parece cierto que fracasó. Sin embargo, esto no es evidente, y la razón no está en la evaluación del pasado, sino en la evaluación de nuestro presente. El triunfo de la Revolución Rusa consiste en haber planteado todos los problemas a los que las sociedades capitalistas se enfrentan hoy. Su fracaso radica en no haber resuelto ninguno. Excepto uno. En otros textos pienso abordar algunos de los problemas que la Revolución Rusa no resolvió y siguen reclamando nuestra atención. Aquí me voy a concentrar en el único problema que resolvió.

¿Puede el capitalismo promover el bienestar de las grandes mayorías sin que esté en el terreno de la lucha social una alternativa creíble e inequívoca al capitalismo? Este fue el problema de que la Revolución Rusa resolvió, y la respuesta es no. La Revolución Rusa mostró a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy especialmente a las europeas, que el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando decían lo contrario. Pero la Revolución Rusa ocurrió en uno de los países más atrasados de Europa y Lenin era plenamente consciente de que el éxito de la revolución socialista mundial y de la propia Revolución Rusa dependía de su extensión a los países más desarrollados, con sólida base industrial y amplias clases trabajadoras. En aquel momento, ese país era Alemania.

El fracaso de la Revolución alemana de 1918-1919 hizo que el movimiento obrero se dividiera y buena parte de él pasase a defender que era posible alcanzar los mismos objetivos por vías diferentes a las seguidas por los trabajadores rusos. Pero la idea de la posibilidad de una sociedad alternativa a la sociedad capitalista se mantuvo intacta. Se consolidó, así, lo que pasó a llamarse reformismo, el camino gradual y democrático hacia una sociedad socialista que combinase las conquistas sociales de la Revolución Rusa con las conquistas políticas y democráticas de los países occidentales. En la posguerra, el reformismo dio origen a la socialdemocracia europea, un sistema político que combinaba altos niveles de productividad con altos niveles de protección social. Fue entonces que las clases trabajadoras pudieron, por primera vez en la historia, planear su vida y el futuro de sus hijos. Educación, salud y seguridad social públicas, entre muchos otros derechos sociales y laborales. Quedó claro que la socialdemocracia nunca caminaría hacia una sociedad socialista, pero parecía garantizar el fin irreversible del capitalismo salvaje y su sustitución por un capitalismo de rostro humano.

Entretanto, del otro lado de la “cortina de hierro”, la República Soviética (URSS), pese al terror de Stalin, o precisamente por su causa, revelaba una pujanza industrial portentosa que transformó en pocas décadas una de las regiones más atrasadas de Europa en una potencia industrial que rivalizaba con el capitalismo occidental y, muy especialmente, con Estados Unidos, el país que emergió de la Segunda Guerra Mundial como el más poderoso del mundo. Esta rivalidad se tradujo en la Guerra Fría, que dominó la política internacional en las siguientes décadas. Fue ella la que determinó el perdón, en 1953, de buena parte de la inmensa deuda de Alemania occidental contraída en las dos guerras que infligió a Europa y que perdió.

Era necesario conceder al capitalismo alemán occidental condiciones para rivalizar con el desarrollo de Alemania oriental, por entonces la república soviética más desarrollada. Las divisiones entre los partidos que se reclamaban defensores de los intereses de los trabajadores (los partidos socialistas o socialdemócratas y los partidos comunistas) fueron parte importante de la Guerra Fría, con los socialistas atacando a los comunistas por ser conniventes con los crímenes de Stalin y defender la dictadura soviética, y con los comunistas atacando a los socialistas por haber traicionado la causa socialista y ser partidos de derecha muchas veces al servicio del imperialismo norteamericano. Poco podían imaginar en ese momento lo mucho que los unía.

Mientras tanto, el Muro de Berlín cayó en 1989 y poco después colapsó la URSS. Era el fin del socialismo, el fin de una alternativa clara al capitalismo, celebrado de manera incondicional y desprevenida por todos los demócratas del mundo. Al mismo tiempo, para sorpresa de muchos, se consolidaba globalmente la versión más antisocial del capitalismo del siglo XX, el neoliberalismo, progresivamente articulado (sobre todo a partir de la presidencia de Bill Clinton) con la dimensión más depredadora de la acumulación capitalista: el capital financiero. Se intensificaba, así, la guerra contra los derechos económicos y sociales, los incrementos de productividad se desligaban de las mejoras salariales, el desempleo retornaba como el fantasma de siempre, la concentración de la riqueza aumentaba exponencialmente. Era la guerra contra la socialdemocracia, que en Europa pasó a ser liderada por la Comisión Europea, bajo el liderazgo de Durão Barroso, y por el Banco Central Europeo.

Los últimos años mostraron que, con la caída del Muro de Berlín, no colapsó solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían. Constituían una profunda amenaza al capitalismo y éste, por instinto de supervivencia, hizo las concesiones necesarias (tributación, regulación social) para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con ella, la amenaza, el capitalismo dejó de temer enemigos y volvió a su voracidad depredadora, concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para, en momentos sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa riqueza, especialmente humana.

Desde la caída del Muro de Berlín estamos en un tiempo que tiene algunas semejanzas con el período de la Santa Alianza que, a partir de 1815 y tras la derrota de Napoleón, pretendió barrer de la imaginación de los europeos todas las conquistas de la Revolución Francesa. No por coincidencia, y salvadas las debidas proporciones (las conquistas de las clases trabajadoras que todavía no fue posible eliminar por vía democrática), la acumulación capitalista asume hoy una agresividad que recuerda al periodo pre Revolución rusa. Y todo lleva a creer que, mientras no surja una alternativa creíble al capitalismo, la situación de los trabajadores, de los pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias siempre al borde de la caída abrupta en la pobreza no mejorará de manera significativa. Obviamente que la alternativa no será (no sería bueno que fuese) del tipo de la creada por la Revolución rusa. Pero tendrá que ser una alternativa clara. Mostrar esto fue el gran mérito de la Revolución rusa.

* Profesor de las universidades de Coimbra y de Winsconsin-Madison. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.

MIÉRCOLES 8 DE NOVIEMBRE DE 2017 – COMCOSUR
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2) La Declaración Balfour o el fin de Palestina.
Guadi Calvo (Línea Internacional)

Solo una nota de 67 palabras, escritas hace exactamente un siglo, el dos de noviembre de 1917, que el mundo recordara como la “Declaración de Balfour”, ha alcanzó no solo para modificar la geografía de Medio Oriente, sino la historia del mundo.

La breve esquela del entonces secretario de Asuntos Exteriores Arthur Balfour, enviada a Lionel Walter, Lord Rothschild, presidente de la Asociación Sionista Británica, en la que manifestaba su: “simpatía con las aspiraciones sionistas judías”. Lo que para Sir John Chancellor, alto comisionado británico en Palestina entre 1928-1931, había sido “un error colosal”.

La misiva se trasformaría en el primer escalón hacia a los infiernos del pueblo palestino condenándolo a que el sueño judío de una nación sea cumplido a sus expensas. Quien no solo iría a perder su territorio, sino que obligaría a más de los casi 800 mil habitantes que entonces tenía Palestina a abandonar la tierra que ocupaban desde los principios del tiempo, perdiendo su historia y su derecho al futuro.

La invasión se concretaría finalmente treinta años después con la fundación del Estado de Israel y aquel avasallamiento, el pueblo palestino lo recordaría con una sola palabra y miles de muertos. La palabra es Nakba (catástrofe), los miles de muertos son los que desde entonces y exactamente hasta hoy o dentro de unas horas serán sacrificados por una Palestina libre. La concepción supremacista del sionismo, ha condicionado para siempre la vida de hoy 12 millones de palestinos. La mitad de ellos vive en el exilio y los que aún permanecen en sus ancestrales territorios, deben hacerlo padeciendo las cruentas políticas que la estructura política que controla el enclave sionista en tierra palestina, pergeña para su extermino.

Aquellas 67 palabras han alcanzado a nuestros días y continúan su trágico derrotero de muerte ya no solo en Palestina, sino que ha alcanzado a ensangrentar geografías tan lejanas como Buenos Aires, Yakarta, Nueva York, Manchester o Abuya, es sin duda el huevo de la serpiente sembrado por la gran potencial imperial de entonces el Reino Unido, que ha generado infinidad de muertos a lo largo del mundo y con particular mente en el mundo árabe.

Aquellos derechos que Londres entendía que el sionismo tenía para la construcción de un estado israelí en Palestina, enmascaraban intereses apremiantes del Imperio, para la su subsistencia en la región y resolver cuestiones apremiantes. Con aquella declaración que propiciaba la creación de un estado judío, tal como sucedería en 1947, Reino Unido conseguía conquistar el apoyo de judíos estadounidenses, por entonces filo germano, para que continúen apoyando al gobierno del presidente Thomas Woodrow Wilson, quien recién en abril de ese año había dado lo que dio en llamar el “Paso Inevitable” de entrar en la contienda mundial que transitaba su cuarto año.

Además con la Declaración Balfour el reino Unido, conseguía un mejor posicionamiento para disputar los intereses franceses en la región que el acuerdo Sykes-Pictot de 1916(Ver: Sykes-Picot o el huevo de la serpiente), no había resuelto del todo, seguir controlando a Egipto y fundamentalmente el Canal de Suez y la ruta a la India y dar una salida a muchos judíos que vivían en el Reino Unido, y que sus presencia estaba despertando las ínfulas reaccionarias de grandes sectores de la sociedad, evitando lo que sucedería en Alemania años después. En la década del sesenta la historiadora británica Elizabeth Monroe, reconocería la Declaración como: “uno de los mayores errores de nuestra historia imperial”, contradiciendo al siempre pragmático e inmoral Wiston Churchill que en 1930 afirmo: “no debía ser considerada como una promesa hecha por razones sentimentales, sino como una decisión práctica tomada en interés de una causa común”.

Fue el propio Balfour quien en 1905 como primer ministro, había respaldado la Ley de extranjería, por la que se que limitaba de manera taxativa la llegada de inmigración judía proveniente del este europeo.

Como finalmente lo expresaría el primer gobernador militar británico de Jerusalén entre 1917 y 1920, Ronald Storrs, “Creando un Ulster judío leal, en un mar de arabismo potencialmente hostil”. Por esta misa razón es que Londres incentivaría la fundación en el Cairo de Los Hermanos Musulmanes en 1928, una organización aparentemente fundamentalista que hasta el día de hoy sigue reportando al Foreign Office.

Aquella misiva también contemplaba la cuestión palestina diciendo: “los derechos civiles y religiosos, de las comunidades no judías existentes” no debería ser afectadas en sus derechos.

Tras aquellas líneas, escritas en el agua, los que concernía a los árabes fueron desatendidas. Poco a poco los derechos palestinos comenzaron a ser conculcados al ritmo que miles de inmigrantes judíos desde países remotos como Polonia, Rusia, Reino Unido, Francia, Italia, Portugal, Holanda, Grecia, Túnez, Marruecos, Estados Unidos y Argentina, comenzaban a apropiarse de terrenos que pertenecían a los palestinos. El axioma sionista que describía a Palestina como “Una tierra sin pueblo un eco para un pueblo sin tierra”, había sido creído como

Aspiraciones irreconciliables.

Debido a la constante invasión de judíos, que escapaban de un espíritu antisemita que se comenzaba a adueñar fundamentalmente de Europa, en 1937, tras veinte años de soportar la invasión quien eran los verdaderos dueños de la tierra estalló la primera revuelta árabe que ya habían comenzado a ser tratado como extraños en sus propios territorios y cargar con todas las obligaciones tributaria al gobierno británico.

Para abril de 1936 se habían constituido, en las principales ciudades y pueblos de Palestina comités de resistencia, que se transformarían en la plataforma de la revuelta fundando el Alto Comité Árabe, presidido por Haj Amin al-Husseini.

Con la consigna de “Sin representación, no hay impuestos”, y como en protesta contra las políticas pro-sionista de los británicos el Alto Comité Árabe llamó a la desobediencia civil y a la huelga general.

Como respuesta Londres llamó implemento medidas represivas contra los palestinos, destruyendo partes de la Ciudad Vieja de al-Quds (Jerusalén) tercer lugar sagrado del Islam. Reino Unido intensificó la represión y sus operaciones militares y al tiempo que fue designado Lord William Peel como jefe de una comisión investigadora para descubrir los motivos de la rebelión Varios jefes de países árabes pidieron el Alto Comité Árabe, levantar la huelga general y recibir a la Comisión Peel, a pesar de esto las dos partes no llegaron a un acuerdo y los británicos reiniciaron la represión, pero esta vez acompañados por elementos judíos que se enrolaron de una fuerza militar creada por os británicos. Muchos de los terroristas que ya militaban en el ejército secreto de la Agencia Judía, la Haganá, fueron organizados, entrenados y armaron en la Jewish Settlement Police, (JSP), que para 1939 contaba con 14 mil efectivos. A mediados de junio de 1938 había sido creada una unidad anglo judía, Special Night Squadrons, (SNS), concentrad a atacar aldeas palestinas indefensas fundamentalmente en horario nocturno. Lo que pagarían en 1946, los 92 asesinados por el grupo terrorismo judío Irgun Zevai Leumi, el atentado contra el hotel King David de Jerusalén sede de la Comandancia Militar del Mandato Británico de Palestina.

Finalmente la Comisión Peel estableció que las causas de la violencia, era “aspiraciones irreconciliables” de los dos pueblos. Tras lo que propuso dividir el país en estados judíos y árabes, aunque la cercanía de la Segunda Guerra pospuso la medida. Para 1939 Londres estaba restringiendo la inmigración y la venta de tierras a judíos y prometiendo a la independencia a Palestina. Una vez terminada la guerra todo quedó en la nada exactamente hasta hoy, en que cada día Palestina está más cerca de “la solución final”.

MIÉRCOLES 8 DE NOVIEMBRE DE 2017 – COMCOSUR
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3) Ken Loach: "Israel se fundó sobre una limpieza étnica"
Frank Barat (Trad. Ana Almar Liante)
(El Salto)

Tras las recientes acusaciones en su contra por parte de Jonathan Freedland en The Guardian y Howard Jacobson en el New York Times, y ante la negativa de estos mismos periódicos a brindarle ningún tipo de oportunidad de proporcionar una respuesta adecuada, el director de cine Ken Loach ha hablado con Frank Barat, del Transnational Institute, sobre Palestina y los continuos ataques a los que se enfrenta cualquiera que se posicione a favor de la justicia social.

—En los últimos días te has visto atacado por posicionarte en el tema palestino. De hecho, se te viene atacando desde tu obra Perdición de finales de los años 80. ¿Crees que se ha hecho más difícil hoy en día posicionarse a favor de la solidaridad con el pueblo palestino?
—Creo que las cosas avanzan. La obra de la que hablas, Perdición, fue escrita por Jim Allen, un maravilloso socialista y un gran escritor de Manchester, un obrero. Escribió esta obra sobre los acontecimientos que habían tenido lugar en Hungría justo antes del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el sionista Rudolph Kastner llegó a un trato según el cual a algunos judíos se les permitiría escapar en trenes para asentarse en Palestina, y a los otros — cientos de miles en número — se les ordenaría que montasen en trenes hacia campos de exterminio, sin conocer su lugar de destino. La obra era un debate sobre eso.
Se nos atacó por el mero hecho de abordar este tema. Se nos acusó de ser antisemitas, racistas y de apoyar calumnias de sangre que se retrotraían siglos. El teatro Royal Court, que tenía fama de ser el teatro de los escritores, censuró la obra. Por supuesto, quienes nos defendían eran judíos, como siempre. La gente que realmente vio de qué trataba la obra eran judíos. Hicieron una excelente defensa de la obra. Desde entonces he estado en la línea de fuego.
Y parece que ahora a todos los que se posicionan a favor de los palestinos se les injuria, aunque creo que todo lo que hace la gente es defender los derechos humanos, decir que son aplicables a todo el mundo y que los palestinos tienen derecho a vivir en paz y con seguridad en sus casas tanto como el resto.
La situación se ha vuelto mucho más difícil, y creo que el problema es que nuestros gobiernos, colectivamente —EE UU, Reino Unido y en Europa también —, han sido cómplices en la opresión de los palestinos al hacer pactos con Israel. Los pactos económicos, por supuesto, son el mayor problema.
Los asuntos culturales y deportivos también. ¡Israel incluso participa en campeonatos de fútbol europeos! Es descabellado. Egipto no participa, ni lo hacen tampoco Líbano, Argelia ni Marruecos. Israel está en el Medio Oriente. ¿Qué hace en la copa europea de fútbol, por no mencionar el concurso europeo de la canción? Muchos países pagarían mucho dinero para no participar en estas competiciones, pero la clave está en el nombre: europeo. ¿Por qué está ahí Israel? Lo sabemos: es parte de una ofensiva cultural para decir que Israel es realmente una democracia occidental.
Por supuesto sabemos que Israel está infringiendo el derecho internacional, los Convenios de Ginebra, robando la tierra que pertenece a otro pueblo y haciendo intolerable la vida de los palestinos. Pero como la campaña contra la ilegalidad israelí, así como el movimiento de boicot, han cobrado fuerza, ahora hay una ofensiva por parte de Israel y sus apoyos en Occidente para ilegalizar los debates de un boicot, para vilipendiar a quienes apoyan a los palestinos. Así que sí, se ha vuelto más difícil.

—Ahora mismo tenemos a activistas del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) a los que se criminaliza por apoyar el boicot, a gente como Moshe Machover a quien se expulsa del Partido Laborista por escribir en contra del sionismo, a Roger Waters y a ti se os acusa de ser antisemitas, y a Tony Blair hablando sobre alianzas entre la izquierda y los islamistas. ¿Ves algún patrón aquí? ¿Puedes unir los puntos?
—Bueno, creo que todo es parte de una campaña organizada para hacer inaceptable criticar a Israel. Para correr un velo sobre las veces que Israel infringe el derecho internacional y para ver la crítica de Israel y el sionismo como antisemita. La expulsión de Moshe Machover, un hombre de gran integridad, un académico, del Partido Laborista, y la idea de que es antisemita es descabellada.
No obstante, hay un patrón. A menudo te vas a encontrar con un periódico liberal que tira la primera piedra, con un lenguaje moderado, y a menudo abren la puerta para que los extremistas utilicen el término antisemita. En este caso, yo fui acusado por Jonathan Freedland en The Guardian de dar “legitimidad espuria” a la negación del Holocausto. Por supuesto que no hice nada por el estilo.
Alguien citó otra entrevista que había hecho otra persona; yo no sabía lo que se había dicho, no sabía que se me había preguntado si lo defendía o lo condenaba, solo estaba haciendo una generalización. Y estas palabras se tergiversaron para sugerir que yo toleraba la negación del Holocausto. Por supuesto que no lo hago. El Holocausto es un acontecimiento histórico real de la Segunda Guerra Mundial. Pero la idea de que la historia no se puede debatir está mal. El Holocausto se debate en profundidad continuamente, y con razón. A través de museos, películas, artículos, libros. Como se hace con la guerra, el ascenso del fascismo y quienes lo apoyaron, que se debate un poco menos porque implica hablar de grandes empresas…
Así que la primera piedra se tira con un lenguaje bastante moderado, y entonces viene un artículo que he descubierto hoy mismo, escrito por un tal Howard Jacobson, un autor británico, que escribió en el New York Times que hay un “tufillo a sed de sangre”, incluso desde el congreso del Partido Laborista en Brighton. Las frases como “sed de sangre” tienen la intención de ser incendiarias, provocadoras y de despertar la rabia contra quien sea nominado en estos ataques. Lo más grave llega al final, cuando este hombre dice que “en lo que hace falta insistir es en que el sionismo —la idea, no los acontecimientos políticos a los que ha dado lugar— es central en la mente y la imaginación judías. Aquellos que están en contra del sionismo pero no de los judíos están sembrando la confusión”. En otras palabras: si criticas al sionismo, estás criticando a los judíos y eres antisemita. Por lo que yo sé, el sionismo es una ideología del siglo XIX. Pero antes de eso, antes del sionismo, había judíos. ¿No cuentan?
Todo esto es peligroso porque el sionismo lleva a Israel, y criticar a Israel —no solo sus políticas actuales sino su misma fundación— se vuelve antisemita. Pero, por supuesto, hay muchos judíos en Israel y fuera de Israel que de hecho se oponen al sionismo, se oponen a lo que Israel está haciendo y apoyan a los palestinos. Jacobson escribe que, en el ambiente crítico con Israel, “un israelí antisionista es un héroe”. Lo dice irónicamente, por supuesto. Así pues, está intentando desautorizar a la gente valiente que, en Israel y fuera, desde una perspectiva judía, tienen el valor de pronunciarse, personas a las que también se les va a condenar. Así es como avanza este proceso: primero un ataque moderado, y luego un ataque violento.

—¿Cómo deberíamos responder a lo que está pasando? Si se ataca la solidaridad, ¿cómo reconstruimos y reafirmamos esa solidaridad?
—Simplemente tienes que decir la verdad. Solo decir la verdad. Un amigo tuyo, y alguien por quien yo siento un enorme respeto, es el historiador israelí Ilan Pappé. Describe en mucho detalle, con gran rigor académico, la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus tierras y lo llama la limpieza étnica de Palestina. Esto es un acontecimiento histórico. Cuando miras las pruebas, no se pueden rebatir.
El año que viene se van a cumplir 70 años desde la fundación de Israel. Tenemos que defender la verdad: Israel se fundó sobre una limpieza étnica. Tenemos que afirmar la realidad de la fundación de Israel y las consecuencias de estas políticas, que se han venido ejerciendo desde entonces. Es necesario que exijamos el cumplimiento del derecho internacional, de los Convenios de Ginebra. Decir la verdad.
Al final la gente terminará dándose cuenta de que apoyar a los palestinos es apoyar la justicia y los derechos humanos. Tenemos que organizarnos, exigir que la gente los apoye, aquellos que en general se consideran a favor de la convivencia pacífica. Es necesario que les digamos que, ahora que tienen los hechos, ¿cómo pueden no apoyar a los palestinos?

* Coordinador del programa War and Pacification (Guerra y Pacificación) en el Transnational Institute. Ha editado algunos libros, el último es Freedom is a Constant Struggle (La libertad es una batalla constante) con Angela Davis. Forma parte de la revista Revue Ballast donde también se ha publicado este artículo (en francés).

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4) La guerra en la sombra de EE.UU.
Idoya Noain (El Periódico)

Esta semana ha vuelto a cambiar la versión oficial sobre cómo murieron el 4 de octubre en una emboscada de militantes islamistas en Níger cuatro soldados estadounidenses y cinco nigerinos. Hasta que acabe la investigación interna del Pentágono no habrá versión definitiva, pero de momento algo ha quedado claro: aunque los fallecidos formaban parte, como se explicó inicialmente, de una patrulla de reconocimiento, se les había pedido que estuvieran preparados para ayudar a otro equipo de comandos estadounidenses, franceses y nigerinos que realizaban una operación clandestina para matar o capturar a un terrorista vinculado tanto a Al Qaeda como al Estado Islámico.

La muerte de los soldados y las revelaciones sobre la otra operación secreta han vuelto los focos sobre las acciones militares de Estados Unidos en África, donde Washington lleva años incrementando su presencia y también combatiendo el terrorismo con una guerra en la sombra. Esa guerra, que se abrió en la presidencia de George Bush tras el 11-S y Barack Obama intensificó, ha entrado en una nueva fase con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Presencia creciente

EEUU tiene cerca de 6.000 militares desplegados en África, 800 de ellos en Níger, donde está construyendo la que será su segunda base más importante en el continente (tras Camp Lemonnier en Yibuti), con capacidad para albergar los drones más sofisticados (de reconocimiento y también ataque). Y según datos de AFRICOM, el mando establecido en 2007 que dirige desde Alemania las operaciones, esas tropas han pasado de los 172 ejercicios, programas y acciones por año de hace una década a realizar unos 3.500, prácticamente 10 al día.

Aunque buena parte de los militares están desplegados con el propósito de entrenar y asistir a fuerzas locales; para realizar o apoyar misiones de espionaje, vigiliancia y reconocimiento o para operar instalaciones desde las que se lanzan drones en misiones en países como Yemen, conviven con un número creciente de miembros de cuerpos de operaciones especiales como SEALS de la Marina y Boinas Verdes del Ejército de Tierra. Según datos publicados por Nick Turse, autor y periodista especializado en África, al menos el 17% de los comandos de élite de EEUU repartidos por el mundo están desplegados en el continente (hace una década el porcentaje era 1%). Y el mando de esas operaciones especiales, el brigadier general Donald Bolduc, reconoció según Turse en una conferencia en 2015 que operan “en la zona gris entre la paz y la guerra tradicionales” y en un "ambiente operativo volátil, incierto, complejo y ambiguo”.

Es evidente que se están diluyendo las fronteras de las misiones que se libran en Yibuti, Libia, Camerún, Uganda o Chad (Somalia se designó en marzo zona de actividades hostiles”, dando a los militares estadounidenses más latitud para atacar). Y aunque en Níger AFRICOM ha insistido que “los militares de EEUU no tienen misión activa de combate directo”, lo ocurrido el 4 de octubre apunta a otra realidad, la misma que hace que desde 2001 hayan fallecido al menos 36 soldados estadounidenses en África.

Nueva estrategia, nuevo escrutinio

James Mattis, el general que Trump ha puesto al frente del Pentágono, ha explicado en sesiones informativas a dos senadores republicanos la nueva estrategia de la Administración, que incluye el aumento de uso de fuerza letal para perseguir terroristas. Tal y como la resumió Lindsay Graham, uno de esos senadores, la estrategia se resume en que “vamos a ver más acciones en África, no menos. Vamos a ver más agresión de EEUU a nuestros enemigos, no menos. Vamos a tener decisiones tomadas no en la Casa Blanca sino en el terreno”.

Lo sucedido en Níger, donde Trump ha reconocido que “no había autorizado específicamente” la misión, es muestra del nuevo modus operandi de una Administración en la que el presidente aún tiene vacío el puesto de director para África en el Consejo de Seguridad Nacional y donde el máximo responsable del continente en el Departamento de Estado es un interino.

Pero Níger también ha reabierto el escrutinio en el Congreso y entre los ciudadanos. Aunque Trump está amparado por la Resolución de poderes de guerra que se aprobó tras el 11-S, un número creciente de congresistas reclaman más información y un debate para renovar la Autorización de Uso de Fuerza Militar.

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5) La engañosa derrota del Estado Islámico
Alberto Piris (República de las ideas)

Ya Sun Tzu, quinientos años antes de nuestra era, como se lee en su tratado “El Arte de la Guerra”, se refería a ésta diciendo que “es un asunto serio; da miedo pensar que los hombres pueden emprenderla sin dedicarle la reflexión que requiere”. Es evidente que Bush no había leído esto cuando desencadenó aquella nefasta guerra contra el terrorismo cuyos efectos está sufriendo hoy la humanidad y, sobre todo, los pueblos musulmanes sobre los que el rayo del Pentágono descargó con mayor virulencia y menor reflexión.
Al enumerar el filósofo chino lo que él llama los cinco factores fundamentales para ganar una guerra, dice: “El primero de estos factores es la influencia moral”. La moderna traducción de los vocablos de la antigua China se presta a discusión, pero es esta influencia moral la que, también según Sun Tzu, hace que “el pueblo [la base de todo ejército] olvide el riesgo de la muerte” y se lance a la batalla “con la alegría de superar las dificultades”.

En todas las academias militares del mundo se enseña la importancia del factor moral en la guerra, y la historia bélica muestra que, en muchas ocasiones, una superioridad moral puede compensar con creces la inferioridad en armas u otros factores.

Desde principios de 2015, un equipo de investigadores ha estado trabajando sobre el terreno en los frentes de combate contra el Estado Islámico (EI), precisamente para investigar ese factor moral, es decir, para evaluar la capacidad de los combatientes para sacrificarse por sus compañeros y por la causa que defienden, luchando e incluso muriendo.

Sus resultados se han publicado en septiembre pasado en la revista Nature – Human behaviour, bajo un título que puede traducirse como “La voluntad de combatir del participante abnegado y la dimensión espiritual de los conflictos humanos” (The devoted actor’s will to fight and the spiritual dimension of human conflict).

Descubrieron en ese tipo de personas, a las que denominan participantes abnegados (devoted actors), tres factores esenciales: (1) la dedicación a unos valores indiscutibles, sagrados o espirituales, y al grupo al que pertenecen; (2) la disposición a abandonar a la familia o los parientes para defender esos valores; y (3) la sensación de que la fortaleza espiritual del grupo frente a los enemigos es más importante que la fortaleza material.

Los investigadores entrevistaron a muchos participantes en esta guerra. Lo que observaron difería a veces mucho de lo que los medios de comunicación vienen informando. El jefe de una milicia árabe suní, que ahora lucha contra el EI junto al ejército iraquí y las milicias kurdas, confesó que inicialmente dio la bienvenida al EI. Pero, como otros jefes tribales, cambió de bando cuando el EI inició una lucha de clases, incitando a los más pobres a apoderarse de los bienes de la élite privilegiada.

Una conclusión inquietante de la investigación es que el EI, aunque ha perdido el control de gran parte del territorio suní en Irak, ha mentalizado a toda una generación de jóvenes árabes suníes que creen firmemente que la sharia es el único modo de gobernar la sociedad, un valor por el que están dispuestos a luchar y morir. “La sharia no es el gobierno de los hombres sino el de Dios”, declaró un joven en un campo de refugiados.

Según los investigadores “las personas que entrevistamos y evaluamos asociaban casi siempre la democracia con la debilidad humana y la perfidia; es lo mismo que vivir bajo una mayoría chií elegida a instigación de EE.UU., que solo les había traído la tiranía”. En opinión de otro joven “la democracia lleva directamente a las guerras y a la desconfianza entre el pueblo. No la quiero… EE.UU. desea imponer la democracia para dividir a los suníes; el EI nos trajo esperanza con la sharia…”.

La conclusión definitiva de esta investigación no deja mucho lugar al optimismo. El Estado Islámico puede haber perdido gran parte de la base territorial del Califato, pero no ha perdido la lealtad de los árabes suníes de esta zona, cuyo valor fundamental es el sometimiento total a la ley islámica.

Las circunstancias básicas del conflicto político y religioso que hizo que los pueblos aceptaran al EI apenas se han modificado. A menos que no cambien esas circunstancias en el sentido de una mayor tolerancia -lo que implicaría modificar el peso de la ley islámica en la sociedad suní de Irak- “el espectro del Estado Islámico seguirá rondando esta región”, afirman los investigadores.

MIÉRCOLES 8 DE NOVIEMBRE DE 2017 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL ES UNA PRODUCCIÓN DE COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / Desde el 19 de Junio de 1994 / Coordinación: Carlos Casares – DIRECCIÓN POSTAL: Proyectada 17 metros 5192 E (Parque Rivera) 11400 MONTEVIDEO/URUGUAY / Apoyo técnico: Carlos Dárdano / Comcosur se mantiene con el trabajo voluntario de sus integrantes y no cuenta con ningún tipo de apoyo económico externo, institucional o personal / Las opiniones vertidas en las distintas notas que integran este boletín no reflejan necesariamente la posición que podría tener Comcosur sobre los temas en cuestión / Comcosur integra la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) / blog: nuevo.comcosur.org / contacto: comcosur@comcosur.com.uy / Y ahora puedes seguir a Comcosur también en Facebook
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