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«HACÍA AÑOS QUE YO NO HABLABA»

COMCOSUR INFORMA AÑO 15 – No. 1663 – martes 18 de Agosto de 2015 /
Selección y producción: Beatriz Alonso, Henry Flores y Carlos Casares /
NOTICIAS Y TEMAS DE COMCOSUR
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Por razones de fuerza mayor (problemas con el hardware), Comcosur Informa
suspenderá provisoriamente sus envíos hasta nuevo aviso. Esperamos
solucionar el inconveniente a la brevedad. Nuestros otros servicios no se
verán afectados por esta contingencia. Agradecemos desde ya vuestra
comprensión.
Para compensar en algo la involuntaria ausencia, en esta edición de
emergencia publicamos la entrevista de Fabián Werner a Yessie publicada en
el Número 3 de «Cuadernos de la Historia reciente» (Ediciones Banda
Oriental, Setiembre de 2007), la que también fromará parte de un libro de
próxima aparición en «Ediciones del Caballo Perdido», sobre las rehenes
del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros durante la dictadura.
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Entrevista a Yessie Macchi
«HACÍA AÑOS QUE YO NO HABLABA»
Fabián Werner

Con dos fugas de la cárcel de mujeres de Cabildo en su prontuario, Yessie
Macchi había vuelto a formar parte del aparato armado del MLN en la
columna conocida como “El Collar” [1], junto a su compañero Leonel
Martínez Platero, uno de los integrantes de la vieja guardia de “la
orga”.

Era el 13 de junio de 1972, y ambos hacían vigilancia en una hermosa
mañana de invierno, “bien azul el cielo”, en el balneario canario de
Parque del Plata, cuando los sorprendió un descomunal operativo que
reunió a decenas de efectivos de la Caminera, la Policía, el Ejército,
en unidades de tierra y aire. Ella recuerda que mientras corría y tiraba
contra aquel hato de cazadores, la invadió una increíble serenidad, a
pesar del sentimiento que acompaña la certeza de la muerte.

Habíamos hecho un pacto con mi compañero de no dejar que nos agarraran
vivos. A él lo asesinaron, lo mataron por la espalda, pero no al lado
mío. Tuvimos que separarnos en un momento para dispersar el fuego enemigo,
y él cayó en una emboscada. Yo seguía buscándolo en el balneario, sin
saber bien dónde estaba.

En medio de esa búsqueda “un semicírculo” de militares y policías
rodeó a Yessie Macchi y se produjo un intercambio de disparos largo e
intenso. Ella no quería caer viva, entre otras cosas rechazaba la idea de
“sufrir esa humillación”, y a la vez que insultaba a sus oponentes
para que dispararan, cuando se quedó sin balas y veía que “los
milicos” también habían dejado de tirar, se fue despidiendo mentalmente
de todos sus seres queridos, pensando que había llegado su hora. Pero no
llegó, porque “el semicírculo” se cerró detrás de sí, y como ya la
habían reconocido, se había dado la orden de atraparla con vida.

Cuando vienen por atrás me pegan un culatazo, todos vienen arriba mío y
me empiezan a golpear y yo instintivamente me agarré la barriga y dije
“aquí no”. Cinco minutos antes estaba diciendo “asesinos, no se
animan a matar a una mujer”. Pero en ese momento recordé mi embarazo. Y
ahí fue donde pegaron los culatazos. Ya en el camino al Hospital Militar
tuve una pérdida.

Así fue como Yessie Macchi perdió su primer embarazo, se enteró de la
muerte de su compañero y vio escapar su libertad recuperada por segunda
vez. Además, la golpiza que le dieron sus captores significó tales daños
que fue necesario enyesarla desde la punta de los pies hasta debajo de los
senos. Así pasó casi ocho meses, hasta que “un poco en contra” de lo
que querían quienes la asistían en el Hospital Militar la sacaron para
interrogarla. La devolvieron con el yeso roto, por lo que debió quedarse
internada un tiempo más, luego que lo emparcharan.

En realidad, lejos de servir para la rehabilitación, el hospital fue una
instancia de permanente indagación; hicieron un calabozo especial para
ella en la parte de arriba. También había otro para Raúl Sendic, para
atenderlo de las heridas que sufrió durante su caída. Después de un
tiempo llegó por su calabozo el coronel Ramón Trabal, jefe del Servicio
de Inteligencia del Ejército, quien se hizo cargo de su interrogatorio.
Entre ambos se generó una “relación política buena, de enemigo a
enemigo. En los dos o tres primeros meses el militar la visitaba todas las
noches en el hospital.

Fue muy interesante todo lo que conversamos, me enteraba por él de todo lo
que pasaba en los distintos cuarteles, de las negociaciones del MLN con los
milicos, incluso quiso llevarme cuando las negociaciones para el Batallón
Florida y yo me negué porque no estaba de acuerdo con ellas.

Las conversaciones terminaron cuando se enteró el general Esteban Christi,
comandante de la Región Militar N° 1, que una noche fue al Hospital y
delante de Yessie Macchi recriminó duramente a Trabal por su actitud con
la detenida. Es que los informes posteriores al interrogatorio que él
había realizado repetían lo que ella le había dicho: su nombre y nada
más. Luego de ese incidente vendría un nuevo período de interrogatorios,
esta vez en la sede de la Región Militar N° 1.

Lo primero que hicieron fue romper delante de mí el acta que había hecho
Trabal. “A este hijo de puta lo vamos a romper igual que al acta”, me
dijeron, y ahí empezó el verdadero interrogatorio. Ahí estuve creo que
un mes, porque me dejaron un tiempo para recuperarme de la tortura, y de
ahí me devolvieron al Regimiento de Infantería N° 2 para recauchutarme
un poco; después me llevaron a Punta de Rieles. Así que yo llegué allá
después del resto de las compañeras, febrero o marzo de 1973.
DEL PENAL A LA MAZMORRA

Cuando Yessie Macchi llegó al Penal de Punta de Rieles “era una
piltrafa”, debido al largo período de tortura que había sufrido durante
los interrogatorios. Además, arrastraba el dolor de la muerte de su
compañero y del embarazo que había perdido, sin haber podido elaborar sus
duelos debido a los mecanismos de defensa que había tenido que levantar
ante el permanente hostigamiento de sus custodios.

Al entrar al penal todavía rengueaba, porque la fractura de su pierna
había sido muy grande, y estaba muy delgada. De ánimo estaba
completamente cerrada, en un estado de defensa absoluto, y se disponía a
encarar la difícil realidad de un penal con 173 mujeres, la inmensa
mayoría del MLN, enfrentadas a los militares pero también a sus propios
demonios interiores, porque entre ellas convivían las que habían logrado
sostenerse con las que habían delatado, había algunos casos de
desmoralización bastante grandes y no había organización entre ellas.

Cuando llegué me encontré con una cartita que había dejado un compañero
dirigente del MLN que había pasado por Penal de Punta de Rieles como preso
antes que llegaran las mujeres presas. Esta carta nos la entregó el
comandante del penal, el coronel Albornoz [2], y decía que él era una
excelente persona, que nos dejaban una huertita para que cultiváramos para
nosotras. Poco menos, decía que nos portáramos bien.

Entonces todo eso me asustó un poco, me puso en guardia, y junto con dos
compañeras más, las tres con más experiencia dentro del MLN, nos pusimos
a organizar el funcionamiento de la orga dentro de la cárcel.

Eran tiempos muy difíciles para los tupamaros. Los comunicados 4 y 7
habían generado discrepancias entre los miembros de la organización que
estaban presos, lo que hacía que se difundieran “ecos raros” entre
ellos. Entre las reclusas también se discutió sobre la tendencia
“peruanista” que pugnaba en la interna militar, en base a la
información obtenida durante las charlas con el coronel Trabal y a libros
que tenían sobre el proceso peruano. Eso motivó a las prisioneras más
experimentadas a impulsar mecanismos de discusión, para tener una línea
común dentro de la cárcel.

Fue bastante difícil porque eran compañeras recién salidas de la
tortura, algunas ni siquiera habían militado, apenas habían prestado un
auto o habían caído en la desbandada. De hecho todas habíamos pasado
momentos muy duros también en la tortura. Y hasta que nos sacaron del
penal a las que seríamos las rehenes de la dictadura, el 20 de junio de
1973, siete días antes del golpe, lo que se organizó por parte nuestra
fue bastante. Creo que por eso se apuraron a sacarnos, antes que a los
hombres. Se logró formar en grupos a las compañeras para la discusión y
el funcionamiento, estabilizar lo caótica que era esa situación, dar un
sentimiento de pertenencia nuevamente a la organización.

La última pulseada entre las presas y los carceleros antes del retiro de
las primeras ocho rehenes fue el 18 de mayo de 1973, cuando se conmemoraba
el primer año del operativo en el que resultaron muertos cuatro soldados
que montaban guardia frente a la casa del comandante en Jefe del Ejército,
general Gravina. En los días anteriores, previendo que hubiera algún
“verdugueo”, las presas habían resuelto romper filas ante cualquier
provocación, y así lo hicieron cuando la incitación efectivamente se
produjo, en el patio donde se izaba la bandera uruguaya todos los días

Ya no estaba Albornoz, había otro comandante que comenzó con un discurso
terrorista contra nosotras, muy fuerte, e inmediatamente rompimos filas.
Enseguida nos subieron y estuvimos sancionadas por desacato. Eso fue el 18
de mayo, y el 20 de junio ocho de nosotras ya estábamos fuera del penal,
como rehenes.

El primer cuartel “visitado” por Yessie Macchi fue el de San Ramón;
junto a ella estaba “en el mismo trille” Gracia Dry, a quien ubicaron a
un par de calabozos de distancia. Desde su llegada “se notaba algo raro
en el ambiente”, pero era imposible saber de qué se trataba. Una semana
después de su llegada notaron un extraordinario movimiento, chasquidos de
armas, griteríos. En medio del alboroto un capitán apellidado Taramasco,
que había participado de las sesiones de tortura y que mantenía la
curiosa costumbre de acercarse a charlar con la presa atormentada, pasó
por delante de su calabozo. “¿Qué pasa?”, le preguntó ella al
militar desde su mirilla. El gritó: “Vamos a salvar a la patria”. Era
el 27 de junio de 1973. Ella no entendió nada.

A los cuatro o cinco días les dicen que se preparen para un traslado, y
las llevan al Regimiento N° 4 de Caballería. Ahí están cuando cae toda
la plana mayor del Frente Amplio salvo su presidente Líber Seregni. En
calabozos individuales fueron instalados los dirigentes de la izquierda el
9 de julio, detenidos en la manifestación contra la dictadura convocada
por el mismo Frente Amplio. Estaban uno al lado del otro. Yessie Macchi
estaba en el último calabozo. Ahí pudo hablar por la mirilla, en voz baja
con Hugo Batalla, que había sido alojado en la celda contigua; él le
contó lo que había pasado aquel día de alboroto incomprensible. Ahí
empezó a pensar que las peores hipótesis podían concretarse, y que la
muerte era una posibilidad muy firme. De hecho, los militares amenazaban
con matarla todo el tiempo y practicaban frecuentemente simulacros de
fusilamiento.

Por aquellos días cambiaron a Gracia Dry por Estela Sánchez, sin que
Yessie Macchi supiera nunca el motivo ya que no tenía prácticamente
chance de hablar con ellas; era extraño encontrar algún “milico
pierna” que las dejara decirse cosas de calabozo a calabozo o cantar
juntas. Era un momento de caída de militantes políticos, sociales y
sindicales, y por lo tanto también de tortura, sistemática y salvaje. En
el cuartel de San Ramón estaban, entre otros, los ferroviarios, cuyo
sindicato había sido desmantelado; allí eran torturados sus militantes.
Los cuartos de tortura estaban prácticamente pegados a los calabozos,
desde donde se escuchaba todo, por lo que dormir era casi imposible.

En los momentos en que había un descanso lo que había que hacer era
levantarse y desde la mirilla ayudar a esos compañeros, algunos de los
cuales se veía que estaban aflojando. Silbar canciones revolucionarias,
tangos, o si el milico era medio piola preguntarle de dónde eran, decirles
que no estaban solos, que aguantaran. El día se me iba en eso. Cuando
pusieron a Estela (Sánchez) seguían esas sesiones de tortura, pero
además ella sufría de claustrofobia, entonces tenía ataques de histeria,
de angustia, y también había que apoyarla a ella, gritarle, golpearle
fuerte la pared, hablarle aunque no lo permitieran.

Mientras esa batalla transcurría, la dictadura uruguaya decide investigar
si guerrilleros uruguayos habían sido entrenados en Cuba [3]. Entonces es
trasladada al “Infierno Chico”, una casona en la rambla de Punta Gorda,
a donde es interrogada durante dos semanas junto a quienes habían visitado
la isla caribeña y los someten a “una buena máquina”.

Así Yessie Macchi fue postergando sus duelos, no había lugar para pensar
en la muerte de su compañero o en la pérdida de su embarazo. A fines de
1974 fue trasladada al Batallón de Ingenieros N° 1, y estando allí se
produce el asesinato del coronel Ramón Trabal en París, el 19 de
diciembre. Esto tuvo una consecuencia directa en la vida de la presa
tupamara, debido a los contactos que había mantenido con él durante su
internación en el Hospital Militar, por lo que se inicia una nueva etapa
de interrogatorios para saber quiénes integraban el equipo de trabajo
“clandestino” del oficial asesinado, que supuestamente ella debía
conocer.

Después nos trasladan para San Ramón nuevamente, era un lugar feo, los
calabozos diminutos, tremendamente inclementes, inhóspitos. Cada vez que
te llevaban al baño te ponían la capucha y te llevaban con llave de
karate, ibas saltando todo el camino y era bastante lejos, por lo cual te
llevaban poco. A veces una vez por día, por lo que yo tenía una bolsita
de nylon.

A principios de 1975, cuando la separan de Estela Sánchez, Yessie Macchi
por primera vez se queda sola, sin otras rehenes o compañeros sometidos a
tortura que necesiten de su ayuda. Allí, la invade un sentimiento de
soledad que sólo había sufrido en su adolescencia [4] por lo que debe
ocuparse de sus duelos, de sus cargas, de su doloroso presente. No tenía a
quién silbar, no tenía a quién ayudar, más que a sí misma.

Ahí empecé a llorar, en silencio. Pasaron dos o tres semanas y el llanto
no me paraba, era una cosa mansa. No gemía, no gritaba, no hacía nada,
simplemente me caía un chorro de lágrimas permanente. Mi gran
preocupación era mantener una imagen de fortaleza frente a los militares,
pero ellos tenían una vigilancia muy estrecha y calculo que esta
diferencia en mi actitud era obvia. Me preguntaron si quería un pase al
psiquiatra, y les dije que no lo necesitaba. En ese momento, eso hubiera
sido mortal.

En esos días no podía pensar, lloraba, no podía contener el llanto, y
eso me martirizaba. Y en los pocos momentos que no lo hacía fantaseaba con
que mi hijo tendría ya tres años y yo estaba con él, le hablaba, le
contaba historias, cuentos, pero lo que más bronca me daba era no poder
contener el llanto. Creo que en el período anterior lo que me contuvo fue
que siempre tenía que ayudar a alguien, primero en Punta de Rieles y
después en los calabozos. Una vez que se acaba todo eso mi autoexigencia o
la exigencia externa habían desaparecido, y entré en una crisis muy
grande.

Inmediatamente es trasladada otra vez al Batallón Florida, donde había un
sistema mucho más laxo. Una vez más los militares aplicaban su idea de
apretar y aflojar la represión, lo que establecía una situación de
incertidumbre psicológica para las rehenes que constituía una tortura en
sí misma. El simple anuncio de un traslado ya se convertía en una amenaza
de endurecimiento de las condiciones de reclusión. Cuando las cautivas se
acostumbraban a algún lugar poco hostil, se producía el traslado a un
lugar con una represión más dura, y cuando esto amenazaba con destrozar
la resistencia, volvía a distenderse con otro traslado.

Cuando Yessie Macchi vuelve al Batallón Florida, en medio de aquella
crisis de llanto silencioso e interminable, se produce un encuentro
inesperado, que marcaría los siguientes años de reclusión: “Me
encontré con una mujer dentro del calabozo. Era Elisa”. La hija mayor
del senador Zelmar Michelini había soportado varios días de salvaje
tortura en el Infierno chico, en la casona de Punta Gorda, y luego fue
trasladada al cuartel en el barrio de Buceo. Allí se reunió con Yessie
Macchi, quien venía de sus primeras tres semanas de total soledad en un
inhóspito calabozo de San Ramón, de más de veinte días de llanto
permanente.

En el Batallón Florida las cosas mejoraron, porque pasó a una amplia
celda con dos camas, con espacio suficiente para transitar entre ellas, una
ventana entrecerrada a través de la cual se adivinaba el sol, la puerta de
las celdas estaban abiertas (por lo que se podía ir al baño todas las
veces que se necesitara) y había dos horas diarias de recreo. Incluso las
visitas podían entrar paquetes con frutas y verduras.

Cuando me encontré con Elisa ella venía muy mal de la tortura, y lo que
hice fue agarrarme a ella y tratar de ayudarla. Se me fue instantáneamente
el llanto, ella me contó su historia, yo le conté la mía, hicimos una
amistad muy grande. Hacía años que yo no hablaba, desde que estaba en la
situación de rehén.

Aquel encuentro de dos meses y medio fue para Yessie Macchi como “un
respiro después de una corrida larga”. Ella y Elisa Michelini se
necesitaban mutuamente, y por lo general charlaban todo el tiempo, aunque
había momentos en que cada una se sumía en sus pensamientos. Gracias a un
efectivo mecanismo de tráfico epistolar clandestino, mediante el cual
Elisa podía recibir las cartas de Zelmar y de su compañero preso en el
Penal de Libertad, las dos tenían buena información acerca de lo que
ocurría fuera de los cuarteles. Hasta que un día les dijeron que
prepararan sus cosas porque las iban a trasladar. Otra vez la angustia, la
incertidumbre. Y ahí volvió el apriete, y fue un período muy duro,
inolvidable para ambas.

Nos trasladan a Artillería 1, La Paloma, en el Cerro. Llegamos y nos
encontramos con un lugar donde no cabía uno y estábamos las dos. Y había
un cartel sobre la mirilla que decía: “asesinas”. Entonces pensé:
“acá viene brava”. A ese lugar le llamaban “las mazmorras”, y
estuvimos ahí bastante tiempo. Ella dormía para un lado, yo para otro, no
cabíamos paradas, no teníamos recreo, teníamos que ir al baño con un
milico parado junto al inodoro con un fusil apuntándonos; había golpizas,
plantones.

Las brutales condiciones del cautiverio fueron narradas a las visitas,
gracias al ingenio de las presas para comunicarse, y esos relatos llegaron
a oídos de Zelmar, el padre de Elisa, quien lo denunció en el Tribunal
Russell, en Human Right Watch, y en todos los lugares donde fue posible.
Pero las cosas empeoraron, porque cuando los detalles de la denuncia se
hicieron públicos hubo más plantones, más golpizas, más represión.

Faltaban pocos días para el final del mes de abril de 1976, y aquellas
denuncias habían acicateado la saña de los militares, que pasaban cada
media hora por los calabozos, metían el arma por la mirilla y la
martillaban; ellas no sabían si estaban cargadas o no, así que cualquiera
de aquellas maniobras podía ser el fin del sometimiento y de la vida.
UN AGUJERO Y UN AMOR

Un día Yessie Macchi pidió, como permiso especial, que le permitieran
poner un tablón en la pared a modo de estante para colocar las pocas cosas
que le permitían conservar dentro del calabozo. Increíblemente las
autoridades del cuartel dijeron que sí, y le encomendaron la labor a otro
preso, que compartía una “pared medianera” con ella. El tenía permiso
para hacer manualidades, y con las herramientas que tenía había horadado
las viejas paredes, que se caían de viejas y húmedas, hasta hacer un
agujero. Una y otro se tapaban con sus colchas de un lado y otro de la
medianera, y hablaban de noche. El insoportable volumen de las cumbias que
escuchaban los torturadores mientras vejaban a los presos servía de
involuntario cómplice para las tertulias nocturnas. Así, Yessie y Mario
charlaban, mientras los demás no escuchaban nada.

No sé qué pasaba dentro de mí en esos momentos, pero creo que no haber
elaborado mis duelos, la bronca que yo tenía adentro por tantos cuarteles,
tanta tortura, venía un milico de otro cuartel y te dejaban en un cuarto
con él y otra vez el toqueteo y la “máquina”. Yo tenía una necesidad
de rebeldía muy grande, porque además ya había pasado por el juez
militar que me había baboseado, me había dicho que antes de 45 años no
salía. Y yo de eso estaba segura, porque no había ninguna perspectiva de
nada.

El romance clandestino avanzó con el correr del tiempo, con cumbias de
fondo, soportando los gritos de los compañeros sometidos a suplicio en las
salas vecinas, hasta que una noche Yessie propuso: “¿Y si tenemos un
hijo?”

No pude ver la cara que puso porque estaba del otro lado de la pared, pero
le dije: “Mirá Mario, yo no salgo más de acá. O me matan o me quedo
acá por muchos años. Vos tenés una pena corta, te faltan dos años,
podemos tener un hijo que cuiden mis padres mientras tanto, y después tú
lo criás”. “Bueno, está bien”, dijo Mario Soto, aunque con alguna
sorpresa en su voz.

En aquel cuartel, el más represivo de todos los que la presa había
estado, la pareja pudo reunirse “dos o tres veces”, gracias a la
solidaridad de uno de los custodios. Previamente, ella había pedido la
aprobación de sus padres, que aceptaron criar a su hijo a pesar de la
incertidumbre que les provocó la noticia de que existía la posibilidad de
que fueran abuelos.

También contaron con la solidaridad de los compañeros presos en ese
cuartel, que fueron anoticiados previamente de que ella quedaría
embarazada y que eso podía tener consecuencias posteriores, como el
endurecimiento de la represión y el aislamiento. Casi todos estuvieron de
acuerdo.

Una noche Yessie y Elisa no podían dormirse, y escuchaban una radio
sintonizada en Carve, emisora que tenía un programa nocturno que pasaba
música y la interrumpía con breves espacios informativos. Como era
habitual, al final de una melodía comenzó a darse una novedad que las
presas no pudieron escuchar completamente. “Los dos legisladores
desaparecidos en la Argentina…” alcanzaron a escuchar, y después más
nada. En el primero que pensaron fue en el padre de Elisa, el otro podía
ser Wilson Ferreira Aldunate.

Esa noche no dormimos nada. Al otro día vemos que rodean todas las
mazmorras con ametralladoras, y cortan las visitas. Después de unos días,
le conceden una visita a un compañero que un mes atrás la había pedido
por su cumpleaños. Cuando vuelve por el corredor se zafa del milico, corre
hacia nuestra mirilla y dice: “Elisa, asesinaron a tu padre”. Y
mientras el milico lo sacudía: “Prefiero que lo sepas por mí y no por
ellos”.

Durante la siguiente semana Elisa reclamó insistentemente que la dejaran
ver a la familia, y pedía sin éxito para hablar con el comandante de la
unidad. Mientras tanto la situación era de duelo, en las celdas no se
cantaba, no se jugaba al ajedrez de calabozo a calabozo. Finalmente le
dieron la visita, era Hugo Batalla. Allí se enteró que el otro asesinado
había sido Héctor Gutiérrez Ruiz.

Mientras Elisa conocía algunos detalles del crimen de su padre, Yessie se
vio sacudida por un vómito; nunca había vomitado en su vida. Cuando
volvió al calabozo Yessie limpiaba el piso. Al darse cuenta de lo que
había ocurrido se abrazaron, por el padre que se había ido y por el bebé
que anunciaba su llegada.

Fue como si yo fuera la hija de Zelmar y Elisa la madre de Paloma. Eran dos
cosas completamente opuestas, la vida y la muerte. Lo que yo viví con
Elisa no lo viví con nadie más. Todo ese tiempo anterior y posterior a la
muerte de su padre y a mi embarazo, fue algo muy intenso.

Después de confirmar su gravidez, el problema pasó a ser que no corriera
el rumor de que el niño era hijo de un militar, producto de una
violación, y para eso no había más remedio que dar a conocer su
relación con uno de los compañeros presos. Entonces Yessie le pidió a la
madre que hiciera un juego de alianzas y que las enviara en el paquete de
Mario, el padre de su hijo, y que en los anillos estuviera grabada una
fecha muy bien pensada, para que pareciera que ese había sido el día en
que habían estado juntos por primera vez. En realidad, el día que
figuraría en los anillos había estado de guardia el torturador más
salvaje de todos.

Si se daban cuenta de que teníamos anillo, y miraban la fecha, iba a
aparecer él como responsable de lo que hubiera pasado esa noche.
Luego él le mandó a ella una carta de amor a través de un soldado, con
la certeza de que la misiva llegaría a manos del comandante de la unidad.

Enseguida ambos fueron llamados a interrogatorio, y él estuvo de plantón
toda la noche. Cuando ella fue interrogada por el comandante confirmó su
romance y le pidió permiso para casarse por poder. El objetivo de
publicitar su relación se había conseguido, pero también habían
determinado su separación definitiva. Aquella fue la última vez que
Yessie Macchi vio a Mario Soto, el padre de su bebé.

A los dos días ella y Elisa fueron trasladadas al 4° de Caballería,
donde tenían una hora de recreo diaria, en la que una podía ir al
calabozo de la otra. Allí se encontraron con el hijo del asesinado coronel
Ramón Trabal, quien permanecía como jefe del S2 (Inteligencia) en esa
unidad. Todas las noches él iba, borracho, a hablar con Elisa, quien
procesaba su duelo por la muerte de Zelmar. Y le decía: “A mi padre lo
mataron los mismos que mataron al tuyo”. Era conciente de que el crimen
cometido en París había sido responsabilidad de sus propios camaradas,
pero permanecía de todas formas en el S2 del 4° de Caballería.

Poco tiempo después, un nuevo traslado, esta vez al 9° de Caballería.
Para ese entonces, ya había empezado a aparecer la panza, por lo que
tenía que usar un poncho de lana para ocultar su estado. Allí Yessie
Macchi se encontró con un mayor que la conocía del Hospital Militar,
“un viejo enemigo”, quien sospechó de aquel afán por abrigarse en
tiempos nada invernales, por lo que ordenó un examen ginecológico. Cuando
la reclusa llegó al consultorio, una mujer le indicó que se acostara para
practicarle los análisis, pero la presa se negó: “Usted no me va a
hacer ningún examen, y si lo que quiere saber es si estoy embarazada, se
lo digo yo: sí, estoy embarazada de seis meses”. En realidad el embarazo
era de poco más de 16 semanas, pero la exageración había sido calculada
previendo posibles consecuencias. “¡Qué disparate, qué sinvergüenza!,
¿usted me va a decir que los militares violan a las presas en los
calabozos?”, replicó la mujer. “Esto no es producto de violación,
pero desde ya le digo que a mí me han violado. Esto es producto de una
relación voluntaria con otro preso”. Alarmada, la mujer cerró la
puerta, dejó a Yessie Macchi dentro de la sala y fue a buscar a las
autoridades de la unidad. En poco tiempo se había armado un revuelo que
tendría consecuencias para el destino inmediato de todas las mujeres
rehenes.

Minutos más tarde, el jefe de reclusión del cuartel, un capitán de
apellido Lucero, llamó a Yessie Macchi, y le pidió la alianza, aquella
que su madre había mandado fabricar con una fecha muy bien estudiada. El
militar la anotó y le preguntó a la presa el nombre del padre del niño.
Luego, confesó que no sabía cómo resolver la situación. Al poco rato
fue llamada otra vez, pero ahora estaban presentes los comandantes y sub
comandantes del cuartel de La Paloma (la unidad adonde había sido
concebido el bebé) y el 9° de Caballería. Ninguno sabía qué hacer
porque todavía no había ninguna orden de la Junta de Comandantes.
Estaban todos a los manotazos, pero yo me daba cuenta que eran todos para
arriba, en la panza nada.

Las amenazas de muerte se intercalaban con las de un aborto provocado,
hasta que Yessie Macchi les anunció que su situación estaba en
conocimiento de varios organismos humanitarios internacionales, y que
cualquier daño que ella sufriera por su embarazo inmediatamente tendría
consecuencias para el Uruguay y su régimen militar. La advertencia
profundizó la incertidumbre de los oficiales, que optaron por retirarse de
la sala y dejar sola a la mujer. Al día siguiente, el comandante de la
unidad se presentó para pedirles a Elisa y ella que recogieran sus cosas
para abandonar el cuartel. Las razones de esta medida se las aclaró luego
otro oficial de la misma unidad: “Las mujeres no sirven para estar en los
cuarteles”.

Si bien a mí me resultó relativamente barato quedar embarazada, no fue
así para quien era mi compañero en ese momento. El estuvo tres meses
siendo torturado simplemente para que dijera el nombre del guardia que
había facilitado que nosotros estuviéramos juntos. Ya después de eso
quedó totalmente traumatizado por dentro, lo que desembocó en un cáncer
y su muerte el 27 de junio de 1980.

Más de tres años después de iniciada la rotación, los militares habían
caído en la cuenta, gracias al embarazo de Yessie Macchi, de que “las
mujeres no sirven para estar en los cuarteles”, por lo que resolvieron
que las rehenes volvieran al penal de Punta de Rieles. Al principio las
instalaron en un sector a todas juntas, con algunas presas que venían de
otras zonas de la cárcel. Fue una especie de aislamiento antes de la
integración con el resto de las reclusas.

Este regreso a la vida compartida del penal podría verse como una mejora
respecto al severo aislamiento que sufrieron en los calabozos de los
cuarteles de la dictadura. Sin embargo, estuvo bastante lejos de ser así
en el caso de Yessie Macchi. El entusiasmo que ella sentía por su
maternidad se vio empañado por el malestar que ocasionaba en un grupo
pequeño pero influyente de presas.

Yo estaba muy orgullosa con mi embarazo, me parecía que era lo más grande
que había podido lograr en toda mi vida. Al tiempo me enteré que en otro
sector de la cárcel había compañeras que estaban en contra. Era una
posición muy homogénea de ese grupo que impuso una mordaza a otras que
también estaban en ese sector. Allí la crítica fue muy fuerte, aunque
nunca me enteré cuál era.

Cuando el Comando de la cárcel constató esta división entre las presas,
trasladó a Yessie Macchi a ese sector de reclusión, lo que le significó
enfrentar un momento muy duro de la cárcel, quizás el más duro de todos.

Estuve rodeada de compañeras con las cuales no podía hablar, las
críticas no se hacían de frente y ellas mismas habían implantado una
especie de silencio hacia mí. Es muy difícil sufrir una cana doble, la
que te imponen tus enemigos y la de compañeras que están tan presas como
una. Quizás sus opiniones podían ser aceptadas como algo válido, aunque
no compartido, pero no de la forma como lo hicieron, muy cruel. Incluso
cuando mi hija venía a la visita de niños, ellas no la saludaban, fue una
situación de mucha tensión.

En ese sector estuvo un año. Un año muy solitario. Allí también estuvo
Lía Maciel, otra de las que había estado como rehén hasta finales de
1976. Con ella compartió sus estudios de psicología, pero la
comunicación era difícil porque estaban en celdas distantes. Había otro
aspecto que dificultaba la vida de Yessie en el Penal de Punta de Rieles, y
era que la seguían interrogando por “el tema Trabal”, así que tenía
los morrales prontos para los traslados a nuevos interrogatorios, nuevas
torturas, y no lo podía compartir con nadie. Esta fue la segunda instancia
(la primera fue los calabozos de la Región Militar Número 1) en la que
tuvo que enfrentar sola la ausencia de libertad.

Nunca me dejé divagar, tenía la mente ocupada permanentemente, si había
libros estaba leyendo, si no pensaba en los que había leído antes,
escribía poemas mentalmente, usé mucho el canto, silbaba, recordé todos
los tangos que sabía en mi vida, inventé otros. Recuerdo días enteros
numerando la cantidad de compañeros que había conocido durante toda mi
vida, lo cual me daba cuentas astronómicas y me llevaba días y días. Es
increíble la capacidad creativa del ser humano.

Mientras esas estrategias para sobrevivir a la agresión del presidio se
desarrollaban, recurriendo a todo el patrimonio personal y colectivo
cosechado durante años de militancia, se iban eludiendo viejos lutos. Es
que la cárcel no es un lugar propicio para elaborar duelos, por el
contrario van aumentando, ante la constante pérdida de libertad.

La salida de la cárcel es el momento más difícil, yo le llamo el trauma
de la libertad, porque se te plantea tirar abajo todos esos mecanismos de
defensa que te pusiste para bancar la hostilidad del medio, y empezar a
vivir como un ser humano normal, como si no te hubiera pasado nada o
procesando el duelo por lo que te pasó.

El dolor por el compañero asesinado en el operativo de Parque del Plata en
junio de 1972, y por el hijo que le hicieron abortar ese mismo día, fue
asimilado por Yessie Macchi hace pocos años, y terminó en una profunda
crisis alcohólica, de la que le costó mucho salir. Pidió mucha ayuda y
no la obtuvo, salvo de su hermana mayor y alguna amiga íntima. “Hay que
tener en cuenta que todos sufrían sus duelos y sus amputaciones”,
asegura.

Yo me atendí permanentemente con psicólogos, primero por la relación con
mi hija Paloma que tenía nueve años cuando yo salí en libertad, mi
relación con mi nueva pareja, y toda mi reinserción implicó terapias. Y
ninguno de los terapeutas que me atendieron estaba preparado, es un tema
muy difícil. En algunos países los hay pero son contados, porque no es
una simple neurosis común, es algo mucho más profundo, con raíces muy
dolorosas, y exige del terapeuta cierta experiencia en la materia o una
sensibilidad muy exquisita, que yo no encontré.

La labor para los psicólogos no era fácil. Se debatían con una persona
que había mantenido firmes mecanismos de defensa durante más de catorce
años en la cárcel y que durante ese lapso había estudiado lo mismo que
ellos.
Yo los sobraba, cuando me preguntaban algo yo ya sabía por donde venían,
tenían todas las de perder.
Pero Yessie también perdió. Dos compañeros, un hijo, un padre y tres
lustros de libertad. La carga era muy pesada, y el consuelo que encontró
fue el alcohol, hasta que decidió abandonar su hogar y refugiarse en una
casa de salud durante cinco meses.
Estaba con cuatro viejitas amorosas y con ellas logré hacer mi duelo. Yo
creo que cada uno tiene su ritmo. ¿Por qué ahora surgen tantos
testimonios y tantos libros? Lleva su tiempo, es un tiempo histórico, que
depende de todo un proceso.

Buena parte de ese período se vivió en el contexto de la lucha contra la
ley de impunidad, que finalmente se perdió. Esa batalla, sin embargo,
Yessie la vivió amortiguada porque al salir de la cárcel resolvió vivir
en La Teja, así que buena parte de esos años los vivió abrazada por la
solidaridad de los vecinos.

Aún así, no pude evitar esa crisis muy prolongada en el tiempo,
fácilmente quince años de mi vida, en que yo no podía hablar de
determinados temas. A lo largo de todos esos años yo logré conocerme
totalmente, no sólo en el aislamiento de la cárcel sino en el posterior
por mi enfermedad. Hoy me siento bien conmigo misma. Creo que lo que viví
hasta el 85 fue bien vivido. Lo que viví después también lo fue, pero
fue en una pelea constante contra la autodestrucción. Al menos eso fue lo
que me pasó a mí.
-.-
1. El Collar era una columna que rodeaba todo el departamento de Montevideo
y su finalidad era para una etapa superior de lucha, para evitar la entrada
de tropas del ejército a Montevideo suponiendo que hubiera una situación
insurreccional o revolucionaria, y al mismo tiempo impidiendo la salida de
tropas para el interior si había un levantamiento allí, el cual era
posible encuadrado en lo que era el plan Tatú. “En esa columna tenían
que ser cuadros militares muy bien probados, porque era la barrera de
choque. Yo me instalé ahí, en la parte de los balnearios del este, desde
el arroyo Carrasco hasta el arroyo Solís Grande en el límite con
Maldonado”.

2. “Albornoz era un caso típico de un hombre de inteligencia, porque él
estaba ahí para clasificarnos, muy simpático, muy amable, de puertas
abiertas en las celdas, y que fue en definitiva, mirado desde la
perspectiva de ahora, el que planificó el penal represivo más duro que
tuvimos, en base a los datos que ingenuamente nosotras mismas le fuimos
dando, porque no estábamos acostumbradas a los militares como celadores,
sí como torturadores”.

3. Yessie Macchi viajó a Cuba en 1967, estando aún en la legalidad,
trabajando en Alcan Aluminios del Uruguay. Por ese tiempo, durante el día
trabajaba como secretaría ejecutiva y durante el resto era una militante
tupamara en cuyo apartamento de Malvín se congregaba buena parte de la
dirección del MLN. Pero llegó un momento que fue muy difícil mantener la
“doble vida”, por lo que la organización resolvió enviarla a Cuba, y
lo que se pensó como una “representación” por seis meses terminó
siendo una estadía de un año. Aprovechando el impulso dado por la
Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), que había aprobado la
lucha armada en todo el continente, se vinculó con representantes de los
movimientos de liberación nacional de la región, y recibió un intenso
entrenamiento militar.

4. Cuando Yessie Macchi tenía 11 años sus padres deciden separarse,
aunque continúan viviendo juntos en la misma casa, ellos en distintos
cuartos, y ella en un tercero. Esa fue una etapa muy difícil para la
niña, que además sufría la falta de su hermana mayor que debió viajar a
Estados Unidos por motivos de estudio. “Ese fue mi primer aprendizaje de
la soledad. Si lo miro desde hoy yo diría que fue, con todo lo que me
tocó vivir en mi vida, los peores años de soledad”. Para superar esa
situación se acercó primero a la Iglesia Católica y después a la
Metodista, pero a los 13 años también se decepcionó de la vida religiosa
y emprendió la exploración por otros caminos: “Siempre estaba a la
búsqueda de algo que me sostuviera”.

COMCOSUR INFORMA Nº 1663 – 18/08/2015

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COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / COMCOSUR – Apoyo técnico:
Carlos Dárdano / Colaboran: Antje Vieth y Carlos Ramos (Berlín); Eduardo
Abeleira, Claudia Korol y Mauricio D’ambrouso (Buenos Aires); Carlos O.
Catalogne (Florianópolis); Jorge Rossi Rebufello (Maceió); Kintto Lucas
(Quito); Ramón Haniotis (Amsterdam); Itzel Ibargoyen (México DF); Sergio
Ferrari (Berna); Jorge Marrero (Santa Rosa), Margarita Merklen (Durazno),
Pablo Alfano (Montevideo), Luis Sabini (Piriápolis) / Correspondencia y/o
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