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LA QUE VIENE ES UNA DERECHA REVANCHISTA

1) Boaventura de Sousa Santos: “La que viene es una derecha revanchista” –
2) Los contrastes brasileños –
3) Un golpe parlamentario y el retorno reaccionario de la religión, familia, Dios y contra la corrupción –
4) ¿Periodistas de investigación? –
5) El mundo mira hacia otro lado mientras Burundi se tiñe de sangre

COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 16 / Nº 770 / Miércoles 13 de Abril de 2016 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Boaventura de Sousa Santos: “La que viene es una derecha revanchista”
Camilo Ratti (Alfilo)

Distinguido por la Universidad Nacional de Córdoba con el Doctorado Honoris Causa, Boaventura de Sousa Santos estuvo en Córdoba para hacer lo que más le gusta: meterse en el barro de la historia para intercambiar saberes y conocimientos con académicos, organizaciones populares y movimientos sociales, a partir de talleres que involucraron a la FFyH, la Escuela de Trabajo Social, la Escuela de Ciencias de la Información y la Universidad de los Movimientos Sociales. Y, de paso, aportó su mirada política para analizar lo que vive América Latina.

Boaventura es Profesor Catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra, Portugal, Profesor Distinguido del Institute For Legal Studios de la Universidad de Wisconsin-Madison, y Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale, ambas de Estados Unidos. Pero en el tablero internacional, este portugués nacido hace 75 años juega para el Sur, en el equipo de los intelectuales populares que nunca se subieron a la torre de marfil, ni decidieron integrar –por convicción ideológica y política- el staff del establishment académico mundial, porque eligieron otro escenario, mucho más complejo y desafiante que el submundo de la intelectualidad: meter los pies en el barro y aportar su conocimiento y capacidad a los movimientos y organizaciones de los pueblos oprimidos y excluidos por el capitalismo y el colonialismo que solo producen miseria y desigualdad.

En uno de sus poquísimos ratos libres que le dejó su paso por esta ciudad, “Boa” recibió a Alfilo y analizó con quirúrgica precisión la realidad política latinoamericana, las crisis y desafíos de los gobiernos progresistas y populares del Cono Sur, con Argentina y Brasil a la cabeza, el resurgimiento de una “derecha revanchista que actúa con el total apoyo del imperialismo estadounidense”, y advirtió que “la universidad pública está ante la encrucijada de abrirse a los sectores populares o convertirse en una empresa proveedora de servicios para el mercado internacional”.

– Usted habla de luchas ofensivas y luchas defensivas, ¿están los proyectos o gobiernos progresistas y populares de América Latina transitando o entrando en un proceso defensivo frente a la derecha?
– Tuvimos una primera década brillante en el continente, con muchos países con gobiernos populares, con una lucha muy grande que podríamos decir arrancó con el Foro Social Mundial de Porto Alegre, en el 2001. Era el único continente donde hablábamos del socialismo del siglo XXI, y arrancamos la segunda década ya con crisis. Estamos en plena crisis, en la que la única buena noticia es la de un país que no estaba en nuestra lista, que es Colombia, y su proceso de paz. Porque es importante para el continente que la paz sea conquistada en este pueblo, que tanto ha sufrido con la guerra. Y no es que el ciclo progresista se agotó, lo que sí veo que se agotó es la forma de hacer política. Y aunque son casos distintos, porque no es lo mismo Venezuela que Argentina, o Brasil, en general estos procesos lo primero que hicieron fueron revoluciones democráticas, porque ninguno llegó al poder por la vía revolucionaria clásica, de manera violenta. Llegaron al poder con elecciones, con legitimidad democrática. Una vez en el poder -incluso algunos países con procesos constituyentes, como Bolivia y Ecuador-, buscaron una reformulación bastante profunda de la política, y también económica, ideológica, y luego institucional. En síntesis, hubo un ímpetu transformador muy grande en buena parte de América del Sur. Lo que creo está pasando ahora es que los gobiernos llegaron al poder con ese impulso transformador, pero aplicando un modelo de desarrollo que es el que venía desde la colonia, que es un desarrollo basado en las commodities, en la agricultura industrial, en la soja y la materia prima, en la minería, el petróleo, que tuvieron un valor internacional sin precedentes debido al impulso desarrollista de China. Eso fue un impulso enorme, una oportunidad que los gobiernos progresistas aprovecharon, pero haciendo política con el modelo antiguo. En algunos casos, como en Bolivia, Ecuador y Venezuela, con partidos nuevos, y en otros no tan nuevos, como el peronismo-kirchnerismo en Argentina, y el PT en Brasil. Todos intentaron un mismo tipo de desarrollo para alcanzar una fuerte redistribución social. Hicieron una redistribución social sin precedentes, que permitió sacar de la pobreza a millones y millones de personas en todo el continente. Y lo hicieron porque tenían un excedente para eso. Los gobiernos que los precedieron también habían tenido ese excedente, pero lo destinaron a las elites, a las oligarquías, a las clases dominantes. Entonces, los gobiernos progresistas llegaron con legitimidad, ganaron elecciones, ampliaron derechos, y transformaron a gente que vivía en la miseria en ciudadanos y consumidores.

– ¿Y qué pasó, dónde estuvo el problema?
– No aprovecharon esa situación de abundancia para hacer un cambio más fuerte, más profundo, para materializar un cambio fiscal, que hubiera permitido que los ricos tributen. Pensaron que este consenso de los commodities iba a continuar y no continúa, porque ese consenso no tiene más de diez o quince años. Al final de este proceso ya no tienes dinero para redistribuir a las clases populares. Y entonces la decisión es endeudarte o hacer que los ricos o los sectores más poderosos tributen, cosa que éstos no aceptaron, porque siguió funcionando un modelo político antiguo que les permitió y permite no tributar. A diferencia de lo que ocurrió después de la Segunda Guerra, cuando los ricos tuvieron que tributar, de la misma manera que tuvieron que hacerlo después de la Gran Depresión en los EE.UU, cuando llegaron a tributar el 80 por ciento de su renta. Acá no se decidió eso, y en general todos pagan más o menos el mismo nivel de impuestos, los trabajadores, los profesionales, los pequeños empresarios. Pero los ricos, los empresarios, el poder financiero, no pagan impuestos, o lo hacen en un porcentaje muy bajo. El escándalo que muestran los “Papeles de Panamá” te muestra a dónde está la plata. No está en tu país, la ganancia fue hecha acá, pero no paga impuestos. Y esto pasa en general, no es solo de Argentina. Entonces, estos gobiernos progresistas no intentaron una reforma política, no intentaron una reforma fiscal, y no lograron –aunque lo intentaron en algunos casos-, una reforma de los medios de comunicación. Fueron, desde mi punto de vista, los tres grandes errores o problemas que no se pudieron modificar, y que quedaron desdibujados por la gran bonanza que hizo posible una fuerte redistribución económica y social.

– ¿Cómo jugaron los movimientos sociales en este proceso?
– El otro aspecto negativo es que los gobiernos progresistas y populares se quedaron también con excesivos presidencialismos, y dejaron afuera a los movimientos sociales. En Brasil fueron acariciados por Lula pero hostilizados por Dilma, quien tardó dos años en recibir a la CUT (Central Única de Trabajadores) y a los movimientos sociales, mientras sí tenía reuniones con los empresarios. Ahora que el gobierno está en crisis, Dilma sí los recibe y recurre a ellos, pero antes no, porque el gobierno creía que había una relación de confianza de estos movimientos con el PT y que no era necesario. Pero no, no la había. Esto pasó y cuando el gobierno intentó hacer alguna reforma ya era tarde, la crisis ya había estallado. Una de las reformas políticas era intentar que el dinero no tuviera poder en nuestras elecciones, que se eliminara la presencia de los donativos, de los empresarios en los partidos políticos. Ahí está lo que pasó con la corrupción, el caso de Petrobras, es decir, errores grandes.

– ¿Y el caso de Argentina, donde por primera vez en la historia un proyecto claramente de derecha llega al poder nacional a través del voto popular?
– Hay dos cosas que no me gustan de lo que está pasando en Argentina, país al que sigo muy de cerca. Primero creo que hay que ser claro con los errores cometidos, no hay que ocultarlos. Fueron errores que costaron el gobierno. Pero, al mismo tiempo, dar la batalla sobre la idea que quieren imponer los medios de que la derecha que ganó es mejor, o que hay que ser complaciente con ella, y creer que va a dar continuidad a lo que el kirchnerismo hizo bien. Mentira. Yo he tenido diferencias con Álvaro García Linera (vicepresidente de Bolivia) y con el presidente Rafael Correa, porque el modelo de desarrollo que aplican en sus países desplaza poblaciones, criminaliza la protesta social y mata líderes indígenas, y eso no puede ser en un gobierno de izquierda. Ellos han sido ciegos con eso, y creo que hay que criticar los errores cometidos, pero también criticar con mucha fuerza lo que viene, porque es una derecha revanchista. Yo discrepo con García Linera cuando dice que los gobiernos progresistas han permitido que todo el espectro político se desplace hacia la izquierda, llevando a que el centro y la derecha también giren en esa dirección, “obligando” a que la derecha sea más moderada. Mentira, error. Al contrario, la derecha cuando viene, viene con revanchismo, quiere eliminar de una vez y para siempre todo lo que se conquistó en estos años. Es lo que quieren hacer en Venezuela, lo que están tratando de hacer en Brasil y lo que pasó aquí en Argentina con el triunfo de Macri. Aquí, en tres meses, con un movimiento de choque, Macri busca reducir prácticamente a la nada todo lo que se había hecho durante el kirchnerismo. Es claramente una derecha revanchista a la que hay que criticar y combatir de manera contundente. Ustedes están viendo lo que pasa, y nosotros lo hemos visto ya en Europa, en mi país, Portugal, donde tuvimos cuatro años de una derecha revanchista. Ahora tenemos un gobierno de izquierda, porque las izquierdas se unieron por primera vez en 40 años. Por eso digo que esta derecha no es una solución para América Latina, al contrario, es poner el Estado al servicio de las multinacionales.

– ¿Y lo segundo?
– Lo más importante, que en Argentina se habla poco, lamentablemente: el factor externo, que no es otro que el imperialismo norteamericano. Nada de lo que está pasando en Brasil, Argentina, Venezuela, y puede pasar en Bolivia o Ecuador, se entiende sin advertir una presencia fuertemente desestabilizadora del imperialismo norteamericano, que hoy no funciona como antes, cuando apoyaban dictaduras. Ahora hay movimientos distintos. Nosotros tenemos pruebas de que los movimientos que salen a la calle para pedir la renuncia de Dilma están financiados por los hermanos Cox, que son financistas muy conocidos en los Estados Unidos, que financian todas las políticas más conservadoras de los partidos de ese país. Y esos grupos tienen intereses en el petróleo, y Brasil tiene empresa, Petrobras. Hay una acción desestabilizadora desde los Estados Unidos para eliminar todos estos gobiernos progresistas. Y sabemos que antes de fin de año debían caer Argentina y Brasil, que son los países más grandes e influyentes de América del Sur. De alguna manera Argentina ya cayó, y Obama vino a celebrar esa caída. Y Brasil está en un proceso que va a ser muy complicado en los próximos años. Insisto: por supuesto que hubo errores en los gobiernos progresistas, pero esos errores se magnificaron por los poderes desestabilizadores que hoy están atrás de estos gobiernos.

– ¿Qué rol tienen que jugar los movimientos sociales en este momento de retroceso de los gobiernos progresistas? Se lo pregunto porque el kirchnerismo incorporó a través de sus políticas públicas a muchos de ellos, y usted habla de que tienen que existir fuerzas democráticas y revolucionarias dentro de los proyectos progresistas. ¿Están esas fuerzas, hay que crearlas? ¿Se puede regionalizar eso o cada país es distinto?
– Primero tendríamos que analizar qué son las fuerzas democráticas revolucionarias en este momento, porque la revolución no debe ser la lucha armada. Tenemos fuerzas autonomistas como los zapatistas en México, que no han podido trascender fuera de sus límites territoriales. Ellos sostienen que no pueden cambiar el Estado porque el Estado es capitalista, y plantean alternativas por fuera del Estado. Desarrollan y viven en zonas liberadas del capitalismo y del Estado. Por ejemplo la Selva Lacandona, pero no es una experiencia que se expanda. Yo pienso que en este momento las fuerzas revolucionarias son las que estamos intentando ver en Colombia. Son las fuerzas que han llegado a la conclusión que la lucha armada no vale, pero que la paz no puede ser un arreglo jurídico entre organizaciones políticas. La paz tiene que venir con una reforma agraria, con un nuevo modelo de desarrollo, porque las tierras que hoy controla la guerrilla mañana no pueden ser las tierras de las mineras, con sus caterpillers y excavadoras que entran a los pueblos invadiendo las tierras. No es para eso que los campesinos quieren la paz en Colombia. Y después construir otro modelo político. Nosotros tuvimos un poco en Europa con los indignados, que expresan otra forma de hacer política, diferente a la de los partidos políticos tradicionales, que expresan una democracia representativa que no tiene democracia participativa dentro de sus estructuras. Me parece que el camino es esta convergencia entre democracia participativa y democracia representativa, que puede dar una dimensión entre medios y fines. Muchos de los gobiernos progresistas no tuvieron convergencia entre lo participativo y lo representativo. Se enamoraron de los fines y se olvidaron de los medios. Eso es revolucionario en nuestro tiempo, y que sea anticapitalista. Porque el capitalismo quiere ganancia, si los medios es la vía democrática, será, si es con dictadura, será, si es por vía legal, será, si es por la vía del narcotráfico, será, si es por paz, será, si es por guerra, será, como lo estamos viendo hoy. Siempre los fines, nunca los medios. Entonces revolucionario en nuestro tiempo es mostrar que tenemos otra forma de hacer política. Por eso, y hablando específicamente de Argentina, creo que hay que hacer un Foro Social Mundial acá, con todos los movimientos sociales adentro. De la misma manera que en el 2001 el Foro de Porto Alegre fue el punto de encuentro de toda una agenda anticapitalista, hoy los movimientos sociales tienen que unirse, compartir sus agendas, conocerse, y entre todos pensar en hacer política de otra forma de la que conocemos hoy.

– ¿Cómo ve la situación de la educación pública en gobiernos que son atacados por estos poderes desestabilizadores, después de años de políticas de inclusión?
– La educación es uno de los campos más claros de los diferentes proyectos, porque la educación o es considerada un bien público promovida por los estados para permitir el acceso a las clases populares y las clases medias latinoamericanas – que son consecuencia de la educación pública gratuita-, o es una mercancía, un servicio más, como la considera el neoliberalismo, que además no la considera un bien nacional, sino global, y que por lo tanto debe ser liberalizada para competir en un mercado educacional mundial. El mercado universitario ofrece franquicias, y las universidades compran cursos, sin preocuparse por la formación docente, porque todo viene en paquete. Esto pone en discusión la capacidad de la educación en formar un proyecto de país, que es lo que está en juego. La disyuntiva es: o una educación como bien público, o la educación como servicio y mercancía. Merry Lynch dijo en los años 90 que las dos áreas de crecimiento para el capital eran Salud y Educación. Yo estoy en Madison, y la biotecnología o nanotecnología tienen edificios nuevos por todos lados, y las ciencias sociales u otras áreas están subfinanciadas. Y las ciencias sociales nunca pueden ser un bien de mercado.

– Córdoba fue cuna de la Reforma del 18, estamos próximos a celebrar el centenario de un hecho que proponía la democratización interna de la universidad y una dimensión social y también latinoamericana ¿A cien años, qué piensa de eso?
– Creo que el Manifiesto Liminar y la Reforma del 18 es una de las más brillantes sociologías de la emergencia política. Fue una emergencia social, política, de primer grado y las diez demandas de los estudiantes siguen todavía vigentes. Eso pasó porque fue un movimiento que estaba latente, en los corazones de los estudiantes y de todo el continente, no se podía seguir con la universidad religiosa, retrógrada. El cogobierno sigue siendo una demanda de los estudiantes y la autonomía es para servir, no para quedarse en la torre de marfil. Tenía una responsabilidad social. El tema es que ese Manifiesto también fue y es apropiado por la derecha, que dice que la universidad no puede estar aislada, la diferencia es que para ellos debe servir al mercado. Para ellos la sociedad es el mercado, no son los trabajadores, las familias, las comunidades, no son las culturas, no son los movimientos sociales. Pero en el 18 los estudiantes decían que la universidad tiene que ser un bien común, que no puede ser acopiada de manera mercantil, como una mercancía, por eso pienso que el centenario de la Reforma puede ser un grito por la validez de las demandas, actualizadas, un siglo después, en un momento en que la universidad corre riesgo de no tener futuro como la conocemos. Porque si ella se transforma en una empresa, para crear servicios mercantiles, no vamos a tener una universidad sino empresas de consultoría. Por eso si queremos una universidad, tiene que ser contra hegemónica y esa contra hegemonía tiene que ser de bien público, de las camadas populares. La universidad durante mucho tiempo no se preocupó por los sectores medios ni populares, porque las elites estaban de su lado. Pero en los años 80 las elites dejaron de confiar en ella y forman a sus hijos en las universidades del norte, por eso el Estado, en muchos países (no es el caso de Argentina, y menos en esta última década) ya no financia a las universidades. El problema es que las clases populares tampoco confían en la universidad porque estuvo siempre aislada, lejos, arrogante. De ahí que crea que tenemos que hacer una reforma epistemológica, y, desde el punto de vista sociológico, la universidad está en un suspenso socialmente, transitando un período difícil.

MIÉRCOLES 20 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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2) Los contrastes brasileños
Emir Sader (La Jornada)

A los contrastes que caracterizan a Brasil hay que agregar otro: el paisaje del domingo 17 de marzo mostró las más amplias manifestaciones de masas que el país ha conocido contra la decisión más antidemocrática tomada por un Congreso que no refleja nada de la sociedad, cercado por 200 mil personas en contra el golpe.

La votación fue fijada para un domingo por Eduardo Cunha, el nefando presidente de la Cámara de Diputados, porque creía que los favorables al golpe colmarían los espacios públicos, en particular alrededor del Congreso. Pero todo resultó al contrario: fueron los antigolpistas quienes congregaron a cientos de miles de personas en cientos de ciudades. Por primera vez Copacabana no fue el escenario de los derechistas, pero las comunidades de las favelas bajaron para hacer su música funk, copando la playa.

El que mirara la sociedad brasileña diría que el golpe estaría derrotado. Pero el Congreso es otro mundo. Aun triunfando el gobierno del Partido del Trabajo por cuarta vez consecutiva, la composición del Legislativo cambió considerablemente de forma negativa. Siendo el último parlamento elegido con financiamientos empresariales, la derecha concentró ahí su fuerza y logró imponer el peor Congreso que Brasil ha tenido en democracia. Controlado por los lobbies del armamento, de las religiones fundamentalistas, del agronegocio, de los planes privados de salud, de los medios de comunicación, de la enseñanza privada.

Por otra parte, los movimientos sociales y populares no tienen tradición de eligir sus bancadas de parlamentarias. Mientras los intereses privados en salud y educación tienen sus fracciones, no hay bancadas de representantes de la enseñanza y de la salud públicas. Sin hacer referencia a todos los sectores sindicales, además de los de juventud negra, de mujeres, de periodistas, estudiantes, entre tantos otros.

Es un Congreso blanco, de adultos, de hombres, de clases media alta y de estratos ricos de la sociedad en gran medida. Hay tres representantes de los trabajadores rurales y un enorme lobby de dueños del agronegocio, lo inverso de cómo es la situación en el campo brasileño.

Ello explica el contraste entre las calles y la plenaria de la Cámara de Diputados. Siendo el último Congreso con financiamiento empresarial, el movimiento popular –fortalecido como nunca con estas protestas– acaso saque la conclusión de que sólo habrá un Legislativo progresista si los movimientos populares eligen a sus propios representantes para poder contribuir a superar ese grave nudo político en Brasil.

El otro inmenso contraste es de carácter moral: el político más corrupto de Brasil, reo por escándalos de desvíos de dinero, incluyendo cuentas no declaradas en Suiza, promovió, por venganza (porque el PT logró que sea procesado por la comisión de ética del Congreso), un proceso de impedimento en contra de la presidenta Dilma Rousseff, sobre quien no hay ninguna acusación de improbidades y sobre quien hacen acusaciones de irregularidades administrativas en el presupuesto. No puede haber contraste humano y moral más grande que entre Eduardo Cunha y Dilma Rousseff.

¿Que pasará ahora en Brasil? La crisis, en lugar de ser superada, se ahonda. Aunque por un periodo de indefinición institucional hasta la primera votación del Senado con mayoría simple, la participación del Supremo Tribunal Federal y la votación final del Senado, que debe pronunciarse por dos tercios sobre el impeachment, como decisión final.

Si ya estaba paralizado, el país ahora va a quedar en suspenso hasta la decisión final del Senado, donde la derecha no tiene los dos tercios que necesita. Nadie cree que un gobierno de Michel Temer, en caso de que llegue a existir, pueda tener lo mínimo de estabilidad para sobrevivir a la crisis brasileña; aún más, promete un duro ajuste fiscal. Se va a chocar con un movimiento de masas más fuerte que nunca y con el liderazgo político de Inacio Lula da Silva. La perspectiva más probable es que al final se llegue a una crisis institucional que no tendrá hora para concluir; quizá haya nuevas elecciones directas, aun antes de 2018, donde el nombre de Lula, con estas espectaculares movilizaciones populares, despunta como el gran favorito. Otro contraste en este país de tantos contrastes.

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3) Un golpe parlamentario y el retorno reaccionario de la religión, familia, Dios y contra la corrupción
Leonardo Boff (Alai)

Al observar el comportamiento de los parlamentarios en los tres días que discutieron la admisibilidad del impedimento de la presidente, Dilma Rousseff, nos parecía estar viendo niñitos divirtiéndose en un jardín de infantes. Gritos de todos lados. Coros recitando sus mantras en contra o a favor del impedimento. Algunos vinieron engalanados con los símbolos de sus causas. Gente vestida de la bandera nacional, como si fuera un día de carnaval. Letreros con sus consignas repetitivas. En fin, un espectáculo poco digno de personas decentes de quienes se esperaría un mínimo de seriedad. Se llegó incluso a hacer un juego de apuestas como si fuera una lotería o un partido el fútbol.

Pero lo más sorprendente fue la figura del presidente de la Cámara que presidió la sesión, el diputado Eduardo Cunha. Ha sido imputado de muchos crímenes y está acusado por el Tribunal Supremo: un gánster juzgando a una mujer decente contra quien nadie se atrevía a atribuirle algún delito.

Tenemos que cuestionar la responsabilidad del Tribunal Supremo Federal por haber permitido este acto que nos avergonzó nacional e internacionalmente, al punto que el New York Times del 15 de abril, escribió: «Ella no robó nada, pero está siendo juzgada por una banda de ladrones.» ¿Qué interés secreto alimenta al Tribunal Supremo a cometer una omisión tan escandalosa? Nos negamos a pensar que esté participando en una conspiración.

Durante el razonamiento del voto ocurrió algo absolutamente escandaloso. Se trataba de juzgar si la presidenta había cometido un crimen de irresponsabilidad fiscal con otras gestiones administrativas de las finanzas, como base jurídica para un proceso político de impedimento que implicaría remover a la presidenta del cargo que había conseguido mediante el voto popular mayoritario. Gran parte de los diputados ni siquiera se refirieron a esta base jurídica, el famoso “pedaleo” de impuestos, etc. En lugar de apoyarse jurídicamente en el eventual delito, dieron alas a la politización de la insatisfacción generalizada que se extiende a través de la sociedad por la crisis económica, el desempleo y la corrupción en Petrobras. Esta insatisfacción puede representar un error político de la presidenta, pero no constituye ningún delito.

Como en un ritornello, la gran mayoría se centró en la corrupción y los efectos negativos de la crisis. Tildaron hipócritamente al gobierno de corrupto, cuando bien sabemos que un gran número de diputados está bajo sospecha de delitos de corrupción. Buena parte de ellos fue electa con el dinero de la corrupción política, sostenida por las empresas. Generalizando, con honrosas excepciones, los diputados no representan los intereses colectivos, sino los de las empresas que financian sus campañas.

Cabe señalar un hecho preocupante: surgió de nuevo como espantapájaros la vieja campaña que estimuló el golpe militar de 1964: las marchas de la religión, de la familia, de Dios y contra la corrupción. Decenas de parlamentarios de la bancada evangélica lanzaron discursos en tono religioso, invocando el nombre de Dios. Y todos, sin excepción, votaron por el impedimento. Pocas veces se ha ofendido tanto el segundo mandamiento de la ley de Dios que prohíbe usar el santo nombre de Dios en vano. Gran parte de los parlamentarios, de forma pueril, dedicaron su voto a la familia, a la mujer, la abuela, los hijos y nietos, citando sus nombres, en una banal espectacularización de la política. En cambio, quienes se pronunciaron contra el impedimento lo argumentaron y mostraron un comportamiento decente.

Se trató de un juicio de tintes políticos sin bases legales convincentes, lo cual viola el precepto constitucional. Lo que ocurrió fue un golpe parlamentario inaceptable. Los votos en contra del impedimento no fueron suficientes. Todos salimos disminuidos como nación y con vergüenza de los representantes del pueblo que, en realidad, no lo representan ni tienen la intención de cambiar las reglas del juego político.

Ahora solo nos queda esperar la racionalidad del Senado, que examinará la validez o no de los argumentos legales, la base para un juicio político sobre un posible delito de responsabilidad, negado por destacados juristas del país. Tal vez aún no hemos madurado como pueblo para poder llevar cabo una democracia digna de ese nombre: la traducción al campo de la política de la soberanía popular.

MIÉRCOLES 20 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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4) ¿Periodistas de Investigación?
Rodolfo Bueno (Rebelión)

Cuando el anecdótico multimillonario Warren Buffet cuestionó el cobro de impuestos en EE.UU., porque su secretaria aportaba al erario de ese país más que todas sus grandes empresas, desnudó un sistema que permite a las multinacionales pagar legalmente al gobierno federal cero impuestos por las ganancias obtenidas. El Presidente Obama intentó corregir esta anomalía mediante la “ley Buffet”, pero fracasó porque no recibió el visto bueno del Senado.

El método más comúnmente empleado para pagar menos impuestos es la sociedad offshore, que puede hacer negocios en el mundo entero y garantiza el anonimato total de sus socios; una offshore fácilmente se puede convertir en corporación y viceversa. Nada de impuestos ni de IVA ni de contribuciones sociales. Para fundarla, se contrata los servicios de un experto, se selecciona el nombre de la empresa, se realiza el primer pago, menos de dos mil dólares, y la sociedad, sin requisitos de capital, se funda en dos días. Se exige pocos documentos, no hay ni responsabilidades personales ni dirección de oficina ni inversión mínima ni pleitos sobre las acciones de la empresa, que pueden ser transferidas de inmediato sin aviso público. Costo anual, setecientos dólares. Propietarios, a gusto y paladar del que guste: individuos de cualquier nacionalidad, independientemente de su relación con la empresa, corporaciones, sociedades, fideicomisos. ¡Bravo!, BBB. Mejor imposible. Ni siquiera el diablo tienta tan bonito. Esta es, en esencia, una estructura que permite maximizar ganancias.

En Delaware, el Estado más pequeño después de Rhode Island -650.000 habitantes-, apodado tierra libre de impuestos y uno de los mayores centros bancarios de EE.UU., hay, según su portal oficial, más de un millón de empresas, el 60% de las cuales cotiza en la bolsa de Nueva York. Delaware, además de garantizar un ilimitado secreto bancario, posee un sistema judicial que resuelve los conflictos legales a favor de las empresas de este Estado; lo que lo convierte en la meta ideal para la creación de sociedades, pues no hay límites al tipo de negocios legales o ilegales que se puedan realizar. No se exige ni ser residente ni ser ciudadano de EE.UU. ni viajar ni hacer negocios en Delaware, basta con desearlo para crear una compañía, tal como en la lámpara de Aladino.

¿Es el único lugar de EE.UU.? ¡Qué va! “Son pocos, pero son”, y no son investigados por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, como pasó con la firma panameña Mossack Fonseca, a la que le robaron información para manipular a la opinión pública mundial. Se parece en algo al asunto del derribo del avión de Malasia sobre Ucrania, se acusó a Rusia sin pruebas y después ocultaron las que señalaban a la Junta Nazi de Kiev. Putin no gobierna un país de santos y tendrá que andar con pies de plomo cada vez que se den estos escándalos, porque el enemigo no duerme y lo tiene en su mira.

Lo que no cuadra en este llamado Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, se aclara cuando se conoce que está financiado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, la USAID y el Fondo Soros para, entre otros objetivos, atraer el dinero sucio del mundo a los paraísos fiscales de EE.UU. y desestabilizar Rusia.

MIÉRCOLES 20 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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5) El mundo mira hacia otro lado mientras Burundi se tiñe de sangre
Emma Graham-Harrison (The Guardian)
Traducción de Emma Reverter (El Diario)

Más de un cuarto de millón de personas huyen de sus hogares aterrorizadas mientras las milicias de la oposición preparan su retorno. Sin ayuda de la comunidad internacional, las dimensiones del desastre humanitario son cada vez mayores.

Thierry quiere hablar pero los recuerdos de los golpes y las estocadas, así como de la voz de su padre suplicando a unos hombres enmascarados que no lo mataran a hachazos, le impiden respirar. Está en Tanzania, sentado en un banco de madera húmeda y encoge su cuerpo, delgado y frío. El infierno del que habla, y que era su hogar hasta hace dos horas, se encuentra a un par de kilómetros, al otro lado del río.

«En Burundi, la sangre fluye en cualquier sitio», indica el joven agricultor. Se sube los pantalones y las mangas de la camisa para mostrarnos unos cortes y unas contusiones que son prácticamente tan profundas como su angustia. Nos pide que cambiemos su nombre para proteger a los miembros de su familia que todavía viven en Burundi. A sus 27 años, es un refugiado y una de las muchas víctimas de una crisis que ha obligado a un cuarto de millón de personas a exiliarse y que ahora amenaza la estabilidad de una región con un oscuro pasado de genocidio. Todos los que han huido cuentan historias de tortura, asalto, secuestros y asesinatos.

«Quiero olvidar todo lo que tenga que ver con Burundi, incluso nuestros nombres», nos explica otro joven, que se ha derrumbado al llegar a un centro de registro de refugiados. Había conseguido llevar hasta allí a su hermana de 16 años, que fue violada y se quedó embarazada, y había cruzado con ella el río. Han dejado atrás la tumba de otra hermana, que murió el año pasado tras ser alcanzada por una bala del gobierno.

En un contexto de escalada de la violencia y de crecientes rumores en torno al hecho de que las milicias de la oposición están entrenando en países vecinos, los sobrevivientes señalan que el Gobierno, temeroso de perder el control, está promoviendo el mismo discurso de odio étnico que alimentó las guerras que sacudieron al país en el pasado y que propiciaron el genocidio en Ruanda.

Y, sin embargo, el mundo no parece darse cuenta. La comunidad internacional no parece ser consciente de la necesidad de actuar con carácter urgente para evitar la desintegración del país y las organizaciones de ayuda humanitaria indican que todavía hay menos interés por financiar los centros de acogida y la alimentación de los refugiados.

«Nuestro país está al borde de la guerra y tenemos un sentimiento de abandono», explica Genevieve Kanyange, un alto mando del partido en el gobierno que desertó y que hasta que consiguió huir del país tuvo que vivir durante varias semanas en la clandestinidad: «Si no recibimos ayuda pronto, puede que sea demasiado tarde».

La violencia estalló el año pasado, después de que el extravagante presidente del país, Pierre Nkurunziza, un exprofesor de educación física, un comandante de la milicia y un devoto cristiano «renacido», anunciara que iba a prescindir de la Constitución para poder optar a un tercer mandato. Esto desencadenó un golpe de estado fallido, protestas masivas y una represión que ha derivado en una situación de violencia constante.

Según los datos registrados por las organizaciones de ayuda humanitaria que trabajan en la región, desde que empezó el año, cada día llegan a Tanzania unas 100 personas. Se suman a los 250.000 refugiados que ya se encontraban en Tanzania, Ruanda, Uganda y la República Democrática del Congo a finales del año pasado, hacinados en campamentos sin comida para todos. Un portavoz de Naciones Unidas indicó que, a pesar de los llamamientos internacionales, solo han conseguido recaudar el 10% de la cantidad que necesitan urgentemente.

La mayoría de los refugiados viajan de noche, y atraviesan matorrales y bosques, con el objetivo de esquivar a las milicias que intentan interceptar a posibles desertores, a los que acusan de traición. Aunque algunos de los interceptados reciben una advertencia y pueden hacer el camino de vuelta, la mayoría son atacados y asesinados.

«Se llevaron nuestro dinero, nos golpearon y nos preguntaron: ¿No apoyáis al presidente?», nos cuenta Kigemi Kabibi, una mujer de 30 años que es madre de cinco hijos y que intentó escapar por primera vez después de que dispararan a su marido. Como la gran mayoría de refugiados con los que hablamos, nos pidió ser identificada con un pseudónimo por miedo a posibles represalias por el hecho de haber hablado con un medio de comunicación extranjero.

Por lo visto, el gobierne cree que si puede detener el flujo de refugiados conseguirá que la comunidad internacional, que ya no estaba prestando mucha atención a esta crisis, ignore la problemática situación en las fronteras del país. Los controles son tan estrictos que decenas de miles de personas han preferido esconderse en bosques o en casas de amigos dentro del país y no están cruzando la frontera.

Tanzania solo ofrece una protección muy básica a aquellos que sí consiguen salir del país. La escasez de fondos, así como el flujo constante de refugiados, se traducen en campamentos de refugiados saturados y en una sola ración de comida diaria, y en una elevada cifra de agresiones sexuales contra mujeres y menores.

Fabian Simbila es un trabajador de la salud que se encontró con Thierry y su familia en un pequeño puesto fronterizo donde se registran los refugiados. Puede pedir ayuda si hay una urgencia médica y ofrece mantas para que los recién llegados puedan protegerse del frío, pero no tiene comida para ofrecer a aquellas familias que han caminado, en ocasión durante días, con el estómago vacío. «Llegan por la tarde y no comen nada hasta que se los llevan a un campamento de refugiados al día siguiente. Es una situación muy dura, sientes lástima. Sin embargo ¿Qué puedo hacer?», indica. Cada día llegan decenas de personas y su salario no le permitiría comprar comida para alimentarlas.

Para algunos, pasar hambre en Tanzania es mejor que comer en su país pero estar aterrorizados. «Tal vez hoy consiga dormir», indica Jacques, un agricultor de 21 años que huyó de su pueblo, situado en la provincia fronteriza de Ruyigi, junto con sus padres. Explica que no han comido nada en las últimas 24 horas pero que no les importa.

«No quiero volver a pasar por las experiencias que viví siendo un niño», señala, en referencia a una larga guerra civil que terminó en 2005. «Detienen a los jóvenes, los apuñalan y los golpean, y violan a las mujeres. Estamos hartos de ver cómo matan a las personas como si fueran animales. Además, mi padre se está haciendo mayor y nos pidió que huyésemos ahora porque más adelante, si la violencia escala, él ya no se podrá escapar».

El testimonio de refugiados de las zonas rurales de Burundi, como Jacques, es relevante porque estas zonas son tan pobres y están tan mal conectadas con el resto del país que los defensores de los derechos humanos desconocen la gravedad de las violaciones que se cometen allí. El abogado y activista Lambert Nigarura explica que en la capital, Bujumbura, así como en las principales ciudades del país, los ciudadanos más solidarios utilizan los teléfonos móviles y arriesgan sus vidas para proporcionar información sobre asesinatos y desapariciones.

Los teléfonos móviles y la conexión a Internet escasean en los pueblos de uno de los países más pobres del mundo, y la mayoría de los habitantes no conocen a un defensor de derechos humanos. Eso significa que aquellos que quieren denunciar actos de violencia tienen que recurrir a métodos más clásicos pero también más peligrosos. «En las zonas rurales es más difícil denunciar una atrocidad, ya que todo sucede detrás de las cámaras», indica Nigarura, que explica que tuvo conocimiento de una serie de abusos que se habían cometido gracias a una carta que recibió. «Solo tenemos observadores en algunas zonas del país y tienen constancia de lo que pasa allí. Sin embargo, si se producen actos violentos en otros sitios, no lo sabemos».

Las personas que viven en las zonas rurales no están informadas de la magnitud de la crisis. La mayoría de ellos no tiene un televisor y en mayo del año pasado el gobierno decidió cerrar todas las emisoras de radio independientes. Para que su mensaje calara, la emisora más popular, Radio Publique Africaine, fue alcanzada por un misil. Las emisoras estatales que todavía funcionan, difunden propaganda en lugar de información.

«En nuestro pueblo, varias personas fueron asesinadas pero la radio no dio esta información», lamenta Fabrice, un hombre de 54 años que decidió huir del país junto con su mujer y sus 12 hijos después de que su cuñado fuera secuestrado en plena noche. Saben que no lo volverán a ver. Llamaron a la cárcel local y les dijeron que no estaba allí.

A pesar de que el pueblo se había ido vaciando poco a poco, la familia había preferido quedarse, ya que, como muchos otros campesinos, creen que si cruzan la frontera ya no regresarán jamás. «Tan pronto como sepan que nos hemos ido se quedarán con nuestras tierras», señala Fabrice: «Nunca podremos volver».

Las organizaciones que ayudan a los refugiados confirman estos temores e indican que los tendrán que apoyar durante años, incluso si la violencia cesa en unos meses. «No tienen la intención de regresar a su país, tampoco el deseo. Se trata de una situación grave y con consecuencias a largo plazo», indica el responsable del Comité Internacional de Rescate, David Miliband: «Creo que tenemos que prepararnos para el peor escenario posible, es decir, una crisis que se prolongue durante años y con un flujo constante de refugiados».

Miliband hace estas declaraciones tras visitar el campamento de Nyarugusu, el tercer centro de acogida de refugiados del mundo en tamaño, un extenso barrio de chabolas donde viven 150.000 personas que se han quedado sin nada.

La mayoría de los exiliados con más suerte, dinero o con familia que los pueda acoger, han terminado en la capital de Ruanda, Kigali, donde los periodistas, los defensores de los derechos humanos y los políticos tratan de juntar toda la información disponible y se preguntan qué deben hacer para llamar la atención de la comunidad internacional y poner fin a la violencia.

La mayoría no son partidarios de una escalada militar y creen que las fuerzas de paz extranjeras son la mejor baza para evitar una guerra. Sin embargo, los refugiados que viven en los campamentos y los exiliados que están diseminados por la región sienten rabia y dolor, y estarían dispuestos a regresar a su país para luchar.

«Me gustaría volver y luchar, pero no sé dónde alistarme», señala un exiliado que fue torturado en una cárcel del gobierno y que nos pidió que le identificásemos como Billy Ndiyo para proteger a los familiares que todavía viven en Burundi.

Antes de la escalada de violencia, Ndiyo trabajaba como conductor. Esta crisis conllevó una inestabilidad económica que, a su vez, a él lo dejó sin trabajo. El verano pasado, unos milicianos lo acorralaron en plena calle un día que había ido a comprar el pan. Nunca había participado en política así que cree que simplemente se fijaron en él por el hecho de ser un hombre joven y encontrarse en una zona que se considera un feudo de la oposición.

Lo llevaron hasta una casa situada en la parte trasera de unas instalaciones militares; los defensores de los derechos humanos tienen constancia de que se ha utilizado como centro de detención. Tras ser esposado, Ndiyo fue golpeado y un hombre lo apuñaló en la cara con una bayoneta. «Cogió la bayoneta y la clavó justo encima de mi ojo, mientras me gritaba ‘no te atrevas a mirarme’. Me tapé la cara con la mano para detener la hemorragia y entonces me volvió a apuñalar en la mano, en la cabeza y en la otra mano. Había sangre por todos lados y me desmayé».

Cuando recuperó la consciencia, se encontraba en una celda diminuta junto con otros ocho prisioneros; algunos eran conocidos del barrio. Le dijeron que probablemente no saldría de allí con vida. Pronto entendió por qué. «Una noche, se llevaron a dos prisioneros, les dijeron, ‘venid, hemos encontrado un sitio adecuado para vosotros‘, y nunca más los volvimos a ver». Cuando regresaron al día siguiente para llevarse a otro prisionero, este empezó a llorar y puso resistencia, y empezaron a apuñalarlo delante de nosotros».

Por suerte, un familiar bien relacionado y con dinero consiguió comprar su libertad y lo mandó directamente al paso de frontera más cercano. Ndiyo cree que todos sus compañeros de celda están muertos.

El caos y la imposibilidad de obtener un visado de entrada hacen difícil confirmar las historias que cuentan mucho de los refugiados. Sin embargos, todos relatos de refugiados procedentes de distintas partes del país destacan la violencia y sus descripciones sobre las técnicas de tortura utilizadas y los autores de estas atrocidades coinciden.

Muchos de los que terminaron en una cárcel del gobierno indican que fueron detenidos en la calle por las fuerzas de seguridad o por milicianos. Estas redadas son tan comunes que en algunas zonas del país los más jóvenes no salen de casa durante varias semanas seguidas.

También hay redadas en las casas, con el pretexto de buscar armas ilegales. «Lo cierto es que entran en tu casa porque creen que militas en otro partido político y te dicen que están buscando armas. Incluso si no encuentran lo que buscan, se llevan a la gente y no los vuelves a ver», indica Fabrice.

Los que mataron al padre de Thierry lo acusaron de pertenecer a un grupo rebelde, a pesar de que el anciano había soportado la violencia durante años sin luchar una sola vez. «Mi padre suplicaba y les decía, ‘no tengo un arma e incluso si me dieras la tuya, no sabría cómo disparar», recuerda Thierry.

Otra forma de tortura empleada por las fuerzas de seguridad es el uso de bayonetas para apuñalar y amputar; hay otras torturas terribles que no conocemos. Algunos refugiados explicaron que los milicianos utilizan una cadena corta para atar un cubo de agua al pene de los hombres y los obligan a levantarse y a agacharse hasta que sus genitales no logran soportar el peso.

Los autores de estas atrocidades son hombres enmascarados, anónimos. Sin embargo, el ala más joven del partido en el poder, los Imbonerakure, aparece en muchos de estos relatos. En Kirundi, la lengua local, este nombre significa «aquellos que tienen amplitud de miras» y surgieron tras el desmantelamiento de la milicia. Sus detractores afirman que nunca se han librado de la mentalidad guerrera mientras que el gobierno puntualiza que se trata de un grupo político.

También parecen estar detrás del intento de convertir los enfrentamientos en un conflicto étnico. Ruanda, el país vecino, también vio como la violencia en el país se convertía en un conflicto étnico y más tarde daba lugar al genocidio de 1994; un crimen de guerra que en la actualidad todavía produce temor y vergüenza. Al igual que Ruanda, Burundi también ha padecido guerras amargas y genocidas entre los hutus y los tutsis.

Un acuerdo de paz cuidadosamente articulado y que puso fin a la guerra más reciente, que tuvo lugar en 2005, había conseguido diluir muchas de estas tensiones y había creado un equilibro interétnico en el ejército, el gobierno y en las empresas de titularidad pública. Grupos como los Imbonerakure no pertenecen a esta estructura de poder y hacen todo lo que está en sus manos para debilitarla. No hay consenso dentro del ejército. El mes pasado, un alto mando militar, considerado un hombre de confianza de Nkurunziza, fue asesinado mientras leía un tablón de anuncios situado dentro del cuartel.

«Los militares leales al gobierno y los disidentes se están matando entre ellos. Esto representa una grave amenaza», indica Richard Moncrieff, analista de África Central del International Crisis group. «Si hacemos un repaso por la historia del país vemos que las posibilidades de que se cometan atrocidades masivas son muy elevadas».

El mensaje de odio promovido por el gobierno podría dividir a los distintos grupos étnicos y si se producen enfrentamientos dentro del ejército podría estallar una guerra civil abierta. «Creemos que el gobierno está intentando propiciar un conflicto étnico», indica Moncrieff: «Estamos hablando de un gobierno que inunda a su población con propaganda y nada parece indicar que esto vaya a terminar bien».

MIÉRCOLES 20 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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