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LA VOLUNTAD Y EL DESEO: EL DILEMA FEMINISTA

1) La voluntad y el deseo: el dilema feminista

2) Mucho más que una Marcha de las Mujeres

3) México: desmontando el orden racista-patriarcal

4) La fuerza feminista crece en Argentina

COMCOSUR MUJER / Fundado por Yessie Macchi / AÑO 13 / No. 523/ Lunes 17 de julio de 2017 / Producción: Beatriz Alonso
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“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres” ― Rosa Luxemburgo
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1) La voluntad y el deseo: el dilema feminista
Santiago Alba Rico (Cuarto Poder)

Voy a meterme de nuevo de cabeza en un avispero. Antes me gustaría, en todo caso, declarar que acepto como merecida cualquier reprimenda, por sumaria o poco argumentada que se presente. En condiciones de patriarcado, tan difícil es no “parecer un hombre” como pedir a lectoras feministas cargadas de razón -por la historia y la violencia machista- que no “tomen por un hombre” al que sólo pretende ser un aliado incómodo que se siente incómodo cada vez que mira a su alrededor o dentro de sí mismo. Si parezco “hombre”, pues, acepto de antemano el castigo, aunque sólo después de aventurarme a decir lo que pienso.

Ahora bien, pongamos que me llamo Marta. Podría llamarme Marta. La conozco bien porque está dentro de mi cabeza. Ha estudiado más que yo, es más sensible y sé que es también más inteligente porque, cada vez que discutimos, me reduce al silencio con sus datos y sus argumentos. Como también en este caso estoy de acuerdo con Marta, voy a dejar que sea ella la que hable.

Y dice así Marta: creo que los feminismos deberían tener más cuidado a la hora de distinguir entre voluntad y deseo. En su versión más activista –la que interviene en los medios y las redes, siempre alerta ante cualquier dislate o lapsus machista de personajes públicos y políticos– las feministas solemos cometer dos errores aparejados, fruto sin duda de la presión acumulada y de la precipitación militante. El primero es el de considerar el deseo transparente y autoconsciente, matriz de toda decisión verdaderamente feminista y, por tanto, de toda intervención verdaderamente política; y ello en contraste con la voluntad que, siempre bajo sospecha, se juzga atravesada por clichés educativos, prejuicios heredados y construcciones patriarcales que, como en el viejo discurso de la izquierda, hay que desmontar y des-alienar para dejar la verdad, monda y lironda, a la vista de todos. El “querer” de una mujer, siempre oscuro, pertenece inevitablemente al hombre mientras que su deseo, siempre claro, es suyo.

El segundo error es el de imaginar, también como la vieja izquierda, un mundo futuro completamente emancipado en el que no habrá ninguna distancia entre la voluntad y el deseo y en el que, en consecuencia, el “querer” de una mujer será tan claro como su deseo, de tal manera que cuando digamos “quiero” estemos diciendo al mismo tiempo “deseo” y, al revés, cuando digamos “no quiero” estemos diciendo al mismo tiempo “no deseo”. De hecho buena parte de las denuncias feministas de acoso (o de la así llamada “cultura de la violación”) pretenden haber resuelto ya esta distancia, como si las mujeres, cada vez que decimos “no”, como cada vez que decimos “sí”, no tuviéramos que librar un combate con nosotras mismas en el que muy a menudo no tenemos claro ni nuestro deseo ni nuestra voluntad, reñidas además entre sí.

Esta diferencia entre la voluntad y el deseo, compleja y delicada, tiene a mi juicio una dimensión feminista que hay que reivindicar para evitar que, una vez más, los hombres, sujetos voluntariosos, nos juzguen a las mujeres por nuestros deseos. A principios del siglo V, tras el saqueo de Roma por las tropas de Alarico, San Agustín defendía a las monjas violadas por los bárbaros frente a los curas que querían excomulgarlas por ese contacto sexual: con tal de que opusieran resistencia, dice San Agustín, incluso si gozaron (¡incluso si gozaron!) son víctimas inocentes y deben ser acogidas en el seno de la Iglesia. La idea de San Agustín es la de que tan criminal es infligir dolor como infligir placer y que ningún juez, ni divino ni humano, puede juzgar lo que siente un cuerpo si la voluntad se ha mantenido explícitamente en pie. San Agustín, con una sensibilidad e inteligencia que empequeñece a muchos de nuestros magistrados (que siguen auscultando signos desiderativos y consentimientos corporales en el cuerpo de la víctima que ha dicho “no”), comprendió muy bien dos cosas que las feministas no deberíamos olvidar.

Dos enseñanzas

La primera es que el deseo es mucho más oscuro que la voluntad. Después de Freud nadie puede negar que, si la voluntad puede ser engañada o manipulada, el deseo es desde el principio engaño y manipulación. Nada más paradójico que el hecho de que de todas las “locuras”, como decía Platón, sea ésa la “más excelsa” y la que “más nos acerca a la divinidad”, pero conviene no olvidar que se trata, sí, de una “locura”. Podemos trabajar nuestra voluntad y ese trabajo es lo que llamamos educación, aprendizaje, conciencia; pero el deseo, recipiente de trabajos ajenos pre-conscientes, es siempre oscuridad. Reivindicar la libre sexualidad es reivindicar ese “amo loco y tiránico” del que se quejaba –y al que rendía homenaje– el viejo Sófocles en sus últimos días de vida. No hay nada transparente ni ortodoxo en el deseo; desde el punto de vista sexual tan oscura es la postura del misionero como la coprofilia y tan insensato un coito conyugal como una orgía homosexual.

La segunda enseñanza es que entre la voluntad y el deseo hay y siempre habrá una distancia y un potencial desacuerdo que, imposible de disolver de manera definitiva, tendrá que ser resuelto en cada caso con mucho cuidado, pero siempre a partir del presupuesto de que, allí donde no haya acuerdo, es la voluntad la que cuenta. Si yo digo “no”, me violan y consiguen infligirme placer, como en el caso de las monjas de San Agustín, mi placer es un problema mío y no un testimonio en contra de mi voluntad, o al menos no debería serlo a los ojos de la sociedad o delante de un tribunal. La cuestión es que en cada uno de los dos polos (la voluntad y el deseo) y en la distancia que los separa -y también en los raros momentos de sutura divina- está incrustada la historia, la de nuestra cultura y la de nuestra familia, lo que implica que todo “sí” y todo “no” son el resultado de un trabajo y una discusión en la que caben muchos más matices y luchas que en la simple disyuntiva afirmación/negación en la que se resuelven las coyunturas sexuales.

Las posibilidades, en todo caso, son tres.

Puede ocurrir raramente que no haya ningún desacuerdo y mi “quiero” y mi “deseo” coincidan sin fisuras; es decir, que mi voluntad sucumba voluntariamente a mi deseo. Cuando esto ocurre (para lo que hace falta, del otro lado, una coincidencia equivalente) nos da igual la historia y podemos hablar por eso de “locura” si es que preferimos no hablar de amor. Este doble acuerdo (dentro de mi cuerpo y con otro cuerpo) aclara sin borrarla toda la oscuridad del deseo. Mi deseo es oscuro porque nunca es mío; es claro porque esta vez lo quiero yo y porque lo quiere también esa otra voluntad que nunca podrá ser mía: la del otro cuerpo.

Puede ocurrir también, al revés, que mi deseo se imponga a mi voluntad y además a la voluntad de otro. Eso es lo contrario del amor y lo contrario del amor puede ser de hecho un delito: el acoso, la violación o la pederastia iluminan precisamente casos de deseos –tan oscuros como los de un matrimonio burgués bienavenido en su cópula sabatina– que, sin embargo, hay que reprimir. Supongamos con fatalismo freudiano que todos los hombres sienten deseos de violar y todas las mujeres sentimos deseos de ser violadas. La voluntad civilizadora debe intervenir para que ese deseo, tan oscuro como todos los demás, no abandone jamás el terreno de la fantasía (donde tiene todo el derecho de campar a sus anchas hasta que los hombres dejen de pensar en su falo como en un cuchillo).

Ahora bien. Es cierto que la voluntad no ha sido siempre civilizadora. Si abordamos la tercera posibilidad –la de que la voluntad se imponga al deseo– las dificultades se multiplican. El caso de las monjas violadas a las que defiende San Agustín debería ser evidente a estas alturas: aquí la voluntad, cualquiera que sea su contenido (Dios o la soberanía subjetiva), manda sobre el deseo. Pero la “voluntad monjil” (que es precisamente la religioso-patriarcal) ha reprimido de tal manera el deseo a lo largo de la historia de la humanidad que muy justamente el feminismo ha insistido en la deconstrucción de la voluntad en favor de la liberación del deseo: el cristianismo, en efecto, ha perseguido el placer sexual mismo y, frente a él, tenemos que defender los derechos y la belleza de los deseos. La voluntad que se había impuesto -y se sigue imponiendo en buena parte- es tan represiva, tan coercitiva, tan “masculina”, que la liberación feminista, por lógica reacción, se acaba interpretando básicamente como una liberación sexual contra la voluntad en general. Sobre los peligros de que esta liberación del deseo contra la voluntad patriarcal sea en realidad otra victoria de la voluntad masculina “libertina” ha alertado muy atinadamente Celia Amorós. Este peligro sólo puede conjurarse construyendo una voluntad ilustrada feminista que, aceptando la oscuridad del deseo, civilice las relaciones entre los cuerpos.

Culpabilizar a las mujeres

Pero aquí tropezamos enseguida con otro peligro de signo contrapuesto, y es el de dejarse arrastrar por la ilusión de que habría una “verdadera voluntad”, emancipada de la construcción patriarcal, capaz de imponer claridad feminista a los deseos; la ilusión de que el deseo se puede reformatear, moldear desde la razón, someter a directrices políticamente correctas, de manera que habría un criterio racional para distinguir deseos buenos y deseos malos, deseos feministas y deseos machistas, con la consecuencia inevitable de reproducir en el cuerpo de las mujeres la represión y la culpa propias de la “voluntad monjil”. Tiene mucha razón Clara Serra cuando –sobre todo en el contexto sexualmente conservador de nuestras mujeres de mediana edad y de clase media– denuncia el puritanismo de esta pretendida ortodoxia que acaba culpabilizando a las mujeres, acusadas de no desear como se debe, y que se alejan del feminismo por las mismas razones por las que se alejan de la iglesia: porque les hace sentir que algo no funciona bien en sus cuerpos.

Creo, por tanto, que es muy importante distinguir entre voluntad y deseo, no confundir una y otro, como hacen a menudo nuestros magistrados y nuestros políticos machistas, pero también algunos feminismos no agustinianos, y abordar esa distancia y ese desacuerdo con mucho cuidado y mucho juicio, por citar la lectura que hace de Kantnuestro gran amigo Luis Alegre Zahonero en sus dos últimos libros: “El lugar de los poetas” y “Elogio de la homosexualidad”. La contundente y necesaria divisa “no es no” interpela a la voluntad, no al deseo: si yo te digo “no” con la palabra no importa nada si mi cuerpo se está muriendo de ganas con todos sus poros y papilas. Somos adultas y dueñas de nuestro cuerpo. Hay muchas razones por las que puedo desearte y no querer acostarme contigo: que me pones pero no me caes bien, que te conozco y sé que lo interpretarías mal, que estás enamorado y yo no, etc. Pero también puede ocurrir, al revés, que no te desee y quiera acostarme contigo. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, en ciertas formas de prostitución o en el cine porno, fenómenos cuya ambigüedad hace muy difícil y muy necesaria la incansable deliberación del juicio.

Ahora bien, esa disonancia se produce también cotidianamente en las relaciones de pareja estables. No he entendido, la verdad, la reacción sumarísima y furibunda a un artículo muy liviano de una revista muy frívola que nos sugería a las mujeres formas cómodas de practicar el sexo con el compañero cuando no tenemos ganas. ¡Se le ha reprochado fomentar la “cultura de la violación”! Yo al artículo le reprocharía más bien esa banalización del sexo tan característica de nuestra sociedad mercantil, pero no me gustaría que, a cambio, lo solemnicemos de tal manera –el sexo– que acabemos considerando cada polvo en pareja como un acontecimiento divino. Dentro de una pareja bienavenida se hacen constantemente concesiones por respeto y por cariño: te acompaño a dar un paseo aunque no tenga ganas, veo esa película que no me apetece demasiado, comemos hoy pescado aunque preferiría unas legumbres. Hombres y mujeres, en ciertas circunstancias, tienen el derecho y –aún más– la obligación cortés de decir sí sin ganas, de afirmar un “quiero” sin deseo, de someter su voluntad a otros deseos. ¿Por qué tendría que sentirme “violada” si quiero, contra mi deseo, satisfacer el deseo de mi chico? De hecho yo le pido que haga lo mismo conmigo y se esfuerce por excitarse y complacerme –ocultándome su desgana– cada vez que me meto en la cama excitada y él preferiría dormirse. El artículo citado, además de frívolo, es infame y machista no porque defienda la violación, sino porque no propone fórmulas equivalentes, de sexo sin ganas, para los hombres. Pero lo cierto es que a través del sexo, como de cualquier otro gesto, pueden expresarse muchas cosas, según el contexto y la relación establecida entre los cuerpos. El acuerdo entre dos deseos y dos voluntades, imprescindible entre dos desconocidos que se tocan, o en un flechazo amoroso, no puede convertirse en la ley de una convivencia estable sin dañarla. Frente al patriarcado, que siempre ha imaginado a las mujeres puramente desiderativas –y nunca volitivas– tenemos que reivindicar la voluntad, con todas sus peligrosas trampas sociales, pero también con todos sus bellos albedríos amorosos. Una mujer que dice voluntariamente “quiero” contra su deseo no es una mujer violada ni una esclava sexual; puede ser una trabajadora sexual (y ahí empiezan nuevas dificultades sin resolver) pero puede ser también, sencillamente, una compañera cortés y generosa.

Banalización y sacralización del sexo

El verdadero desafío es el de saber moverse con juicio entre la banalización y la sacralización del sexo, dos tentaciones que el patriarcado –y ahora el mercado– siempre ha explotado contra nosotras. Hace unos días veía una película graciosa y sin pretensiones, Kiki, el amor se hace, de Paco León, cuya ironía traviesa da toda la medida, en todo caso, de una época que ha sustituido los abismos de las perversiones por un catálogo comercial de “parafilias” normalizadas. Es una película mucho menos excitante que –no sé– las primeras películas de Almodóvar, cuyo tono irreverente comparte; en ella la sexualidad está tan normalizada que en algún sentido se presenta completamente desexualizada y, desde luego, sin sombra de tragedia, mansamente integrada en el ancho y plural mercado parafílico. Estoy seguro de que en los últimos cuarenta años se han hecho enormes avances en la normalización saludable de la sexualidad; en Almodóvar, de hecho, hay más de Kierkegaard que de Paco León, y nadie defendería la sexualidad de Kierkegaard, aunque sí quizás sus obras (las de Almodóvar y Kierkegaard). Pero tampoco estoy seguro de que la travesura de Paco León describa otra cosa que una utopía de mercado en virtud de la cual, sin pugna y sin trabajo, sin distancia entre voluntad y deseo, la sexualidad misma desaparecería como problema. Llamamos parafilias a lo que antes llamábamos perversiones cuando sería más excitante tal vez, y más exacto, llamar perversiones también a los besos con lengua y al sexo genital.

La otra tentación es la sacralización del sexo, estrategia patriarcal contra la que el feminismo se rebeló venturosamente y que de pronto parece regresar por la vía del propio feminismo o de algunas de sus expresiones militantes, que dedican poco tiempo y esfuerzo a explorar las diferencias entre voluntad y deseo y que, por eso mismo, acaban por dar más importancia al deseo que a la voluntad o por considerar más puro y decisivo el deseo que la voluntad o por no reconocer sus desacuerdos. Con el paradójico resultado de dejarnos sin recursos para distinguir entre violación, esclavitud sexual, prostitución y simple compañerismo. Creo que el feminismo se juega buena parte de su destino emancipatorio universal en laboriosas disquisiciones de este tipo.

Acabo. Me temo que nunca podremos estar seguras de qué es lo que verdaderamente queremos y qué es lo que verdaderamente deseamos; ni de cuál es la frontera entre una cosa y la otra. Poder elegir no implica que sepamos elegir y todos nuestros dilemas morales se derivan y seguirán derivando de esta confusión. En cualquier otro mundo posible nos arrepentiremos alguna vez de haber dicho no cuando queríamos decir sí y también al revés; y la distancia entre la voluntad y el deseo, y su desacuerdo, nos seguirán atormentando. Incluso sin capitalismo y sin patriarcado, la muerte y el sexo siempre introducirán algo de tragedia en nuestras vidas; seguiremos entendiendo a Shakespeare y a Dostoievski y doliéndonos –hasta la desesperación– de que la coincidencia entre mi voluntad y mi deseo no encuentre un equivalente, en el tiempo y en el espacio, en otro cuerpo.

Hasta aquí ha hablado Marta. Ahora hablo yo. Estoy completamente de acuerdo con lo que ha dicho y sólo tendría que añadir, si acaso, una precisión: a mi juicio uno de los obstáculos internos que el patriarcado opone a la igualdad feminista (es decir, a la aplicación universal de los Derechos Humanos) tiene que ver con la dificultad de los hombres, que ellos proyectan sobre las mujeres, a la hora de distinguir entre voluntad y deseo, y entre fantasía y realidad. Son los hombres los que han levantado un más que dudoso entramado ético sobre su deseo, sublimado en ley moral y contradicho en voluntad de acción, y los que, carentes de imaginación concreta en el cuerpo a cuerpo, se sienten una y otra vez acometidos, como el espíritu hegeliano, a hacer realidad sus fantasías, la mayor parte de las cuales serían mucho más inocuas si permanecieran encerradas en sus cabezas como limitados estímulos masturbatorios. Los hombres nos controlamos mal y, apenas nos descuidamos, nos dejamos llevar por nuestras fantasías e invadimos Polonia. Cuando hablo de “hombres” y “mujeres” no hablo, obviamente, ni de destinos genitales ni de destinos ontológicos, sino de marcos de percepción e intervención; y de la posibilidad de transformarlos entre todas con coraje y con cuidado.

COMCOSUR MUJER Nº 523 – 17.07.17
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2) Mucho más que una Marcha de las Mujeres
Carmen Pérez: “Esta es una de las agendas más radicales en la historia de Estados Unidos”: Carmen Pérez
(Pressenza IPA)

Carmen Pérez, directora ejecutiva de Gathering for Justice y co directora de la Marcha de las Mujeres, participó en la mesa de apertura del Global Media Forum, realizado en Bonn. Pressenza aprovechó para hacerle esta entrevista, que compartimos con nuestros lectores.

P: Carmen, el mundo se sorprendió el día que tanta gente y sobre todo tantas mujeres se movilizaron en Estados Unidos. Quizás no se entendió del todo qué fue lo que hizo que esa movilización fuera tan sorprendente, multitudinaria y poderosa. ¿Cuáles fueron los procesos que estuvieron detrás de esa marcha?
CP: Mucho de lo que ustedes vieron se debió a que habíamos intentado hablar con personas y crear un punto de entrada para que la gente empiece a involucrarse. Después de la elección de Trump, nosotros nos sentíamos como si alguien se hubiera muerto en nuestro país. Era un duelo. Sentí una responsabilidad por mi comunidad, como descendiente de mexicanos. Mi mamá es nacida en México, mi papá es nacido en los Estados Unidos. Pero lo que el presidente dijo de mi familia, de nuestros hermanos que son de allá, hizo que me decida a involucrarme en la organización de esta marcha. Nos unimos con Tamika Mallory, afroamericana y Linda Sarsour, palestina-musulmana y decidimos organizarla, hacer la agenda, traer a las personas., sumar a nuestros equipos y a muchas organizaciones.
Yo trabajo en la organización Harry Belafonte, desde la cual buscamos fomentar el compromiso cívico y organizar acciones políticas. Por ello pensamos que teníamos que ser parte de la marcha de las mujeres, centrándonos en musulmanes, LGBTQIA, indocumentados, afroamericanos, derechos de las mujeres, todos estos diferentes grupos, y teniendo como base nuestros principios de la no violencia.
Teníamos claro que no iba a ser una marcha en contra de Trump, porque uno de los seis principios de la noviolencia es atacar las fuerzas del mal, no a las personas que hacen el mal. Así que, no se trata de Trump, sino de luchar contra las instituciones que empujan el racismo, el sexismo y cualquier tipo de discriminación.

P: Tú has mencionado varias veces la importancia de poner la agenda. ¿cuál es la agenda que pusieron en esa marcha y por la que ahora están trabajando?
CP: Nosotras creamos una plataforma en la que todos se sintieran incluidos. Fue un proceso transparente y muy participativo. Esa plataforma incluye 14 puntos relacionados con género, medio ambiente, justicia criminal, derechos indígenas, comunidades LGBTQIA. Es una plataforma política interseccional. Nuestra agenda no es únicamente de mujeres, porque como mujeres, somos interseccionales también: yo soy hija de una madre mexicana nacida en California, que creció con violencia en su comunidad, estudié psicología… No somos monolíticas. La plataforma que generamos es, sin duda, una de las más radicales plataformas políticas en la historia de los Estados Unidos.
El 21 de enero estuvimos 1.2 millones de personas, aunque el permiso que nos dieron (y solamente a nosotras nos exigieron contar con un permiso para organizar la movilización), era solamente para 200 mil. Queríamos que se movilizara mucha gente de color, que marchan también los inmigrantes e indocumentados. Eran 70 organizadoras a nivel nacional, 400 coordinadoras. Esta marcha se hizo con la participación de gente de todo el mundo, con mujeres que eran voluntarias, nadie recibió un cheque para organizar esta marcha. Había cinco millones de personas participando en todo el mundo y ningún incidente violento. Ese es el poder que nosotros vemos cuando la gente, cuando las mujeres se unen para hacer algo grande.

P: Has mencionado varias veces los seis principios de la noviolencia. ¿Cuáles son esos seis principios?
CP: No los tengo todos de memoria. Hay uno que dice, “Accept suffering without retaliation for the sake of the cause to achieve our goal” (Acepta el sufrimiento sin represalias por el bien de la causa, para alcanzar nuestro objetivo). Otro principio dice, “The Universe is on the side of justice” (El universo está del lado de la justicia). Otro es: “The Beloved Community is the framework for the future” (La Comunidad querida es el marco para el futuro). La comunidad querida es aquella en la que podamos vivir en armonía, sin violencia, con nuestros niños jugando, vivir en paz.

P: ¿Cómo podemos enlazar al movimiento de las mujeres de los Estados Unidos con los movimientos sudamericanos, como por ejemplo el Movimiento Milagro Sala, por la que venimos luchando de una manera no violenta en toda Sudamérica para su liberación, o ahora en Chile con la candidata a la presidencia, Beatriz Sánchez? ¿Cómo podemos crear vínculos entre los movimientos de Estados Unidos y los Sudamericanos?
CP: Creo que en realidad es una gran pregunta. Creo que lo que hemos venido tratando de hacer en Estados Unidos es convertirnos en ese vínculo para otros países, y creo en las continuas conversaciones y diálogos y construcción de relaciones que tenemos que hacer, creo firmemente que necesitamos construir solidaridad más allá del muro de Estados Unidos, de las fronteras que se crearon antes de nosotros.

P: ¿Si alguien de ustedes pudiera venir a Sudamérica, podríamos, por ejemplo, organizar una visita a Milagro Sala en su celda, o a la campaña de Beatriz Sánchez?
C: Sí, tenemos varias organizadoras de la Marcha que están en diferentes países, así que podemos conectarlos a ustedes con uno de nuestros coordinadores. Pero también pienso que es importante para nosotras, las mujeres de los Estados Unidos, que podamos tener un intercambio cultural para construir algo más allá de las fronteras que nos han impuesto, porque nosotros no creamos las fronteras. Somos gente que fluye y más allá de dónde provengas (algunas pueden ser de Marruecos, o de otros países), creo que las conversaciones, este tipo de interacción entre una y otra, demuestra que hay un gran movimiento. Nosotras, como mujeres de color en Estados Unidos, también somos oprimidas, y la única manera en que ganaremos es creando una solidaridad estratégica entre una y otra más allá de las fronteras que nos han impuesto. Pero todo empieza con las conversaciones.

P: Carmen, ¿cómo sigue ese movimiento? ¿Cuáles son los desafíos?
CP: Por ahora, regreso a mi organización, dado que tengo muchas responsabilidades. Pero la manera de continuar es que la gente se acerque a sus vecinos, en lugar que permanecer aislados. Necesitamos hablar uno con otro, necesitamos poder hablar cruzando las fronteras con gente que cree en nuestras mismas políticas. Necesitamos construir relaciones. También necesitamos formar a las nuevas generaciones.
Hay un gran salto generacional. Me he impresionado ver a alguien como Harry Belafonte, pero también tengo un padre de 94 años de edad. Por eso es importante tener esas relaciones. Pero la manera de continuar es que a través de la Marcha hemos construido nuestro Consejo, que es nuestro brazo político de la Marcha de las Mujeres, y estamos tratando de contratar personal, porque no podemos sostener un movimiento en base a voluntarios, tenemos que pagar a personas para que hagan este trabajo, tenemos que encontrar a los mejores, y tenemos que ser estratégicos.
Tenemos que defender el espacio, cómo atraemos a más mujeres. Tenemos estas delegaciones culturales cruzadas, pero se sostendrá cuando la gente crea y se haga cargo del cambio de las políticas de sus países, y no empieza cuando tú les dices a la gente qué es lo que tiene que hacer, porque hay muchas oportunidades para la gente. La gente piensa con frecuencia que no vale la pena o no saben cómo tomar las oportunidades. Es cuando piensan que se trata de su responsabilidad personal, y yo pienso que mi responsabilidad personal fue asegurar que nuestras comunidades estuvieran presenten en la marcha, y es por ello que la marcha tuvo tanto éxito.

COMCOSUR MUJER Nº 523 – 17.07.17
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3) México: desmontando el orden racista-patriarcal
Apuntes para explicar la candidatura indígena
Arsinoé Orihuela Ochoa (La Jornada/Veracruz)

Es alarmante el recrudecimiento del racismo y el sexismo en México y el resto del mundo. Basta atender los tabloides de la prensa para dar cuenta que los crímenes de odio racial están en aumento, acaso tanto como los feminicidios. El "multiculturalismo" y la "equidad de género" capitalistas fracasaron. Y fracasaron porque se montaron sobre una falsificación de significados. Falsificaron las nociones de fraternidad e igualdad. Y mintieron acerca de sus aspiraciones e intenciones. Paradójicamente, el "cosmopolitismo cultural" cohabitó –cohabita– con el etnocentrismo (europeo-occidental). El "multiculturalismo" y la "equidad de género" capitalistas quisieron abolir el racismo y el sexismo, pero no por la fuerza de la razón o la justicia social, sino por el recurso de una prédica panfletaria, incolora e ideológica. Pensaron –o quisieron hacer pensar– que el racismo y el sexismo eclipsarían por decreto, y sin penas que purgar para sus beneficiarios históricos. Donald Trump contribuyó a hacer estallar la mentira, y recordó al mundo que esos antivalores siguen reinantes, con intermitencias, pero enraizados como fuerzas vivas.

No obstante, si Donald Trump conquistó el poder rebasando el "multiculturalismo" y la "equidad de género" por arriba y a la derecha (reeditando ánimos racistas-sexistas cavernarios), los indígenas zapatistas en México apuestan por rebasar, por abajo y a la izquierda, esos valores cuyos significados han sido adulterados, y desmontar el poder podrido que reproduce el racismo-sexismo.

A propósito de esa falsificación, y en referencia a la postulación de una candidata indígena para la elección de 2018 en México, la escritora y dramaturga mexicana, Malú Huacuja del Toro, reparó: "Una cosa es ser la esposa de un expresidente al servicio de la economía de guerra, como Margarita Zavala y Hillary Clinton –candidateadas para darle continuidad a la presidencia del marido–, y otra muy distinta es ser elegida por votación directa y democrática por todos los pueblos originarios de México… Por eso, cabe aclarar y reiterar que, probablemente, lo más amenazador de la vocera elegida por el Congreso Nacional Indígena sea el simple hecho de que en sí misma no constituye un instrumento contra las mujeres –como acostumbra disponer el patriarcado en su guerra contra la mitad del mundo cuando no le quedan muchas opciones–, sino una verdadera representante de sus pueblos dispuesta a defenderlos" (www.congresonacionalindigena.org/2017/04/25/el-cni-y-su-candidata-presidencial-en-el-marco-de-la-guerra-de-trump-contra-las-mujeres-en-general-y-contra-las-mexicanas-en-particular/).

El nombramiento de María de Jesús Patricio Martínez como vocera del Concejo Indígena de Gobierno y candidata a la presidencia de la república en 2018, no es un hecho menor para un país cuyo gobierno mantiene una guerra de exterminio contra los pueblos originarios, y cuya violencia feminicida reporta una de las tasas más altas del mundo. La vocería de una mujer indígena en un país neoliberal, profundamente racista y patriarcal, tiene, por sí solo, un valor inherente: representa una transgresión de amplio espectro contra ese orden racista-patriarcal. "Que retiemble en su centro la tierra", han expresado los indígenas zapatistas, recogiendo un verso del himno nacional.

María de Jesús Patricio Martínez no aspira a competir electoralmente, o a tomar el aparato de estado para cambiar "de arriba abajo" el mundo. No. María de Jesús es sólo una recipiendaria de un poder popular indígena, que acude (sin invitación) a la fiesta de los políticos profesionales, gestores del poder de arriba y el dinero sin fronteras. El propósito de la candidatura indígena es poner en circulación la palabra de las resistencias en México, y conminar al autogobierno; llamar a la organización de los pueblos originarios y la sociedad para detener la destrucción de los territorios, y desmontar la fachada democrática que oculta la intensificación del racismo y el sexismo. En suma, exhortar a construir desde abajo y a la izquierda, y "estropear" –han dicho ellos– la verbena electoral de los poderosos.

En 2001, el Subcomandante Marcos narró: "Un grupo de jugadores se encuentra enfrascado en un importante juego de ajedrez de alta escuela. Un indígena se acerca, observa y pregunta que qué es lo que están jugando. Nadie le responde. El indígena se acerca al tablero y contempla la posición de las piezas, el rostro serio y ceñudo de los jugadores, la actitud expectante de quienes los rodean. Repite su pregunta. Alguno de los jugadores se toma la molestia de responder: "Es algo que no podrías entender, es un juego para gente importante y sabia". El indígena guarda silencio y continúa observando el tablero y los movimientos de los contrincantes. Después de un tiempo, aventura otra pregunta "¿Y para qué juegan si ya saben quién va a ganar?". El mismo jugador que le respondió antes le dice: "Nunca entenderás, esto es para especialistas, está fuera de tu alcance intelectual". El indígena no dice nada. Sigue mirando y se va. Al poco tiempo regresa trayendo algo consigo. Sin decir más se acerca a la mesa de juego y pone en medio del tablero una bota vieja y llena de lodo. Los jugadores se desconciertan y lo miran con malestar. El indígena sonríe maliciosamente mientras pregunta: "¿Jaque?". (Palabra Zapatista 12-III-2001).

La candidatura de una mujer indígena es el "jaque" que pone en aprietos al rey.

COMCOSUR MUJER Nº 523 – 17.07.17
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4) La fuerza feminista crece en Argentina
Rosaura Audi (Revista Pueblos)

Ante los femicidios, las mujeres encuentran unidad y fuerza en las calles

Cada 18 horas una mujer es asesinada en Argentina a causa de la violencia machista, una estadística que ha ido empeorando pese al alerta, las manifestaciones y las denuncias que se vienen realizando en el país. Los motivos no han sido esclarecidos por nadie, pero, como si se tratara de un efecto dominó, cuanto más se conoce y se repudia un hecho otros tantos aparecen. Algunos de los homicidios muestran un nivel de perversión inimaginable. Los medios de comunicación se nutren del morbo y estigmatizan a la mujer.

La tragedia

Gabriela Parra, María Eugenia Lanzetti, Agustina Salinas, Laura Vázquez Proveste, Daiana García, Elizabeth Angélica Wilson, Abril Wilson, Tamara Micaela López, María Eugenia Villafañe, Lola Chomnalez, Gabriela Fassio, Noelia Akrap, Priscila Hartman, Melina Romero, Rosa del Valle Luna, Paola Acosta, Suhene Carvalhaes Muñoz, Nicole Sessarego Borquez, Serena Rodríguez, Cynthia Filippone y Micaela García.

Ellas son algunas de las más de 130 mujeres [1] asesinadas en el país desde que comenzó 2017. Es una cantidad y es una frecuencia que espantan a esa misma sociedad argentina en la cual prevalece la cultura machista en todos los ámbitos. De hecho, ante cada caso los medios de comunicación suelen indagar en la conducta de la mujer en vez de señalar al victimario.

Y aunque se va avanzando por el camino de la concientización, de la denuncia, del reclamo de justicia, no hay análisis que aborden de manera global, en toda su complejidad, los factores que inciden socialmente en el incremento de la frecuencia de los femicidios.

De acuerdo a la oficina de la mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación [2], el Registro Nacional de Femicidios de 2016 da cuenta de 254 femicidios, mientras que en 2015 fueron asesinadas por razones de género 235 mujeres y en 2014 la cifra fue de 225.

“Si en verdad nos hallamos en un brote femicida, lo cierto es que la pena perpetua (con todo lo justa se sea) no lo contiene, y si bien las marchas y manifestaciones son necesarias, positivas y útiles, su naturaleza de lucha cultural demorará su efecto en el tiempo y, en tanto, clama la razón más elemental que es indispensable hacer algo diferente para evitar nuevas muertes. Ante todas estas dudas, una sociedad en la que predominen actitudes racionales debería preguntarse muy en serio qué es lo que está sucediendo, para encarar con máxima eficacia la prevención de los femicidios”, dice en un artículo de opinión en el diario Página 12 [3], en mayo pasado, el ex juez de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni.

Lo que este profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires plantea es la realización de un trabajo de investigación de campo cuyos datos sean analizados por un equipo interdisciplinario que pueda acercar conclusiones sobre todos esos factores que se suman a la cultura machista y desembocan en esta realidad horrorosa. “Y a la realidad de lo que sucede en una sociedad se llega sólo por vías racionales, siguiendo técnicas con material y elementos humanos de los que disponemos en abundancia”, añade.

Esto permitiría elaborar políticas preventivas basadas en datos concretos y no en especulaciones de toda índole. No obstante, es claro que ninguna línea de acción es viable si no existe la decisión política de llevarla a cabo.

3 de junio, la historia de una lucha que crece

La primera convocatoria del Ni Una Menos se hizo en el Museo del Libro y de la Lengua en marzo de 2015. Se trató de una Maratón de Lectura organizada por su directora, María Pía López, y un conjunto de escritoras que se conocían y tenían contacto a través de Facebook. “Como siguieron ocurriendo asesinatos realmente espantosos, a un grupo de periodistas que habían participado de la maratón, pero también a otras que se movían principalmente en Twitter, se le ocurrió iniciar una campaña llamando a una movilización Ni Una Menos para el 3 de junio de 2015. Nos llaman a nosotras, las que habíamos organizado la Maratón de Lectura, y nos preguntan: ¿Por qué no lo movemos todas juntas? Hasta ahí lo único que teníamos era una convocatoria de Facebook. Así que el primer 3 de junio confluyen dos grupos: el Maratón de Lectura y las periodistas que se movían en Twitter, que eran más bien periodistas de grandes medios”, explicó López.

“Ese primer grupo era muy heterogéneo. Llegamos juntas con muchas discusiones. Al mes hicimos un balance y empezamos a tener posiciones distintas respecto de cómo intervenir en la coyuntura, cómo ir siguiendo los casos. Nosotras teníamos una posición más de que no se puede discutir femicidios sin discutir todas las razones de la violencia, los modos en los que la violencia se entrama con la vida social, económica y política del país. Esas diferencias fueron creciendo hasta que empezamos a funcionar directamente como dos grupos separados. El grupo Ni Una Menos, que es el que yo integro, que convocó a la marcha del 3 de junio del 2016 y después al paro nacional del 19 de octubre y al internacional del 8 de marzo y luego a este 3 de junio; y el grupo Twitter, que llamó a un acto en Tribunales, diferente al nuestro”, contó la escritora.

Una marcha que hizo temblar la tierra

Miles de mujeres se movilizaron el último 3 de junio al centro político de la Ciudad de Buenos Aires, en una marcha que transcurrió desde el Parlamento hasta la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada (de gobierno). Al mismo tiempo, otras manifestaciones se sumaban en los distintos puntos del país para unirse en un grito contra el patriarcado y los femicidios.

Pañuelos violetas, pañuelos verdes de la campaña a favor del aborto legal, carteles de diversos tamaños, proyección de videos con las fotos de algunas de las mujeres víctimas de femicidio, cantos contra el patriarcado, performances emocionantes de distintos grupos. Fue una marcha colorida, alegre por la unión y la fuerza de mujeres que luchan con un mensaje claro y una realidad que repudian. “Ni una menos, vivas nos queremos. El Estado es responsable”, decía la consigna del encuentro marcando una clara posición ante el gobierno de Mauricio Macri y las políticas en términos de femicidios.

“Describimos la violencia patriarcal, sus mecanismos, sus vínculos con la desigualdad económica, la represión política, las lógicas del racismo, del colonialismo y la explotación no como enlace entre términos abstractos, sino encarnados en la vivencia de nuestros propios cuerpos, en las ataduras, en las huellas del dolor, en las sumisiones que nos exigen, en las tristezas del empobrecimiento. Ni Una Menos está escrito en nuestros cuerpos, nuestras demandas pueden leerse en las cicatrices que implican, ahora, en este tiempo, ser mujer, vivir como mujer. Por eso cada vez que salimos a las calles las desbordamos. Nadie habla por nosotras en las marchas, construimos discurso con nuestros cuerpos en la calle”, expresa un texto del Ni Una Menos del 12 de junio.

“Ni antes ni ahora que nuestra fuerza se consolida, aceptamos reconocernos sólo en el lugar de víctimas. Por eso, sobre todo después del último 3 de junio, la reacción machista se expresa en una fuerte operación mediática de demonización y persecución. Denuncian que nos politizamos o que somos agitadoras radicalizadas. Y sí, nos politizamos desde el principio. Pero Ni Una Menos no es una agrupación partidaria. Hace política porque construye un discurso público, una agenda de demandas y acciones callejeras, y apuesta a una fuerza feminista capaz de torcer el rumbo asesino del patriarcado”, agrega.

El documento, publicado en Facebook, afirma que “durante estos dos años, el grito Ni Una Menos profundizó su sentido de denuncia a la violencia patriarcal y a la complicidad y responsabilidad del Estado por acción y por omisión frente a la amenaza constante a nuestra integridad, a nuestras vidas. Hoy liberaron a Higui, que el Poder Judicial machista detuvo por defenderse de una violación masiva y correctiva. La sacamos entre todas, en esta trama que seguimos construyendo”.

Analía de Jesús, conocida como Higui, obtuvo la libertad extraordinaria a la espera del juicio en el que se la acusa de homicidio. Higui se defendió mientras era víctima de un ataque de diez hombres que querían “corregirla” de su lesbianismo y le dio una puñalada a uno de los agresores, quien luego murió. El hecho sucedió el 16 de octubre de 2016. La metieron presa el 8 de noviembre de 2016 y fue puesta en libertad el 12 de junio de 2017.

El rol de los medios de comunicación

Más allá de la campaña mediática que denuncia el grupo Ni Una Menos, hay un accionar cotidiano que se expande en los periodistas y en los medios de comunicación: la estigmatización de las mujeres asesinadas. Hay artículos enteros que indagan en la forma de vestirse, en el comportamiento, en el consumo o no de drogas o alcohol de las víctimas. No se habla de defensa de las mujeres sino de resistencia de la víctima a una violación. Y los victimarios aparecen sindicados, habitualmente, como enfermos y no como asesinos.

En esa misma línea se observaron en los últimos días reportes periodísticos que dan lugar al victimario o a la familia del atacante. Uno de los casos fue el del femicida Fernando Farré, quien fue entrevistado por dos medios después de haber sido condenado a prisión perpetua por asesinar a su esposa, Claudia Schaefer, de 74 puñaladas. En tanto, en el caso de Higui, un medio de comunicación entrevistó a los familiares del agresor muerto el día en el que ella salió en libertad.

Estos comportamientos, que se alejan de la responsabilidad social que debería perseguir el periodismo, van construyendo en el imaginario a una mujer que de alguna manera abrió la posibilidad a ese “destino fatal” o, para citar un argentinismo, “se la buscó”.

Notas:
[1] Hasta el 2 de junio se habían registrado 133 femicidios.
[2] Informes disponibles en los siguientes enlaces: www.csjn.gov.ar/om/docs/femicidios_2016.pdf, www.csjn.gov.ar/om/docs/femicidios_2015.pdf, y www.csjn.gov.ar/om/docs/femicidios_2014.pdf.
[3] Zaffaroni, E. Raúl (18/05/2017): “Femicidio”, Página 12. Ver en www.pagina12.com.ar/38399-femicidio.

Rosaura Audi es periodista. Forma parte de la asociación Comunicadores de la Argentina – COMUNA y del consejo de redacción de Pueblos-Revista de Información y Debate.

COMCOSUR MUJER Nº 523 – 17.07.17
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