1) Estados Unidos, crecientemente inestable –
2) EE.UU.: Matar por matar –
3) Las lecciones de Francia –
4) Flujos financieros ilícitos, las nuevas venas abiertas de América Latina –
5) ¿Cómo podemos separar la verdad de las mentiras en los informes de crímenes de guerra?
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COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 16 / Nº 778 / Miércoles 15 de Junio de 2016 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Estados Unidos, crecientemente inestable
Immanuel Wallerstein (La Jornada)
Estamos acostumbrados a pensar la inestabilidad de los Estados cual si ésta se localizara primordialmente en el sur global. Es en relación con estas regiones que los expertos y los políticos en el norte global hablan de Estados fallidos donde ocurren guerras civiles.
La vida es muy incierta para los habitantes de estas regiones. Hay un desplazamiento masivo de sus poblaciones y esfuerzos por huir de estas regiones hacia las zonas más seguras del mundo. Estas partes más seguras se supone que tienen más empleos y altos estándares de vida.
En particular, a Estados Unidos se le considera el objetivo migratorio de un gran porcentaje de la población mundial. Alguna vez esto fue cierto en gran medida. En el periodo que a grandes rasgos transcurrió entre 1945 y 1970, Estados Unidos fue la potencia hegemónica en el sistema-mundo y la vida para sus habitantes era, de hecho, mejor en lo económico y social.
Y aunque no era que las fronteras estuvieran exactamente abiertas para los migrantes, aquellos que pudieron llegar, de una u otra manera, lograron estar contentos con lo que consideraban una buena fortuna. Y otros, procedentes de los países de origen de los migrantes exitosos, siguieron intentando seguir sus huellas. En este periodo hubo muy poca emigración procedente de Estados Unidos –salvo, temporalmente, por asumir algún empleo muy bien pagado, como mercenarios económicos, políticos o militares.
La época dorada del sistema-mundo comenzó a deshacerse cerca de 1970 y se ha seguido desmadejando desde entonces de modo creciente. ¿Cuáles son los signos de todo esto? Hay muchos. Algunos de ellos al interior del mismo Estados Unidos, y algunos otros en las cambiantes actitudes del resto del mundo hacia este país.
En Estados Unidos estamos atravesando una campaña presidencial que casi todos califican de inusual y transformadora. Hay grandes números de votantes que se han estado movilizando contra el establishment, muchos de ellos entrando por primera vez en el proceso de votación. En el proceso republicano, Donald J. Trump ha construido su búsqueda de la nominación montándose precisamente en la ola de un descontento así. Alentando de hecho tal descontento. Y parece haberlo logrado, pese a todos los esfuerzos de quienes se podría pensar que son los republicanos tradicionales.
En el Partido Demócrata el relato es similar, pero no idéntico. Un senador, previamente oscuro, Bernie Sanders, ha sido capaz de montarse en el descontento verbalizado con una retórica más de izquierda y, para junio de 2016, ha estado conduciendo una muy impresionante campaña contra la candidatura de Hillary Clinton, postulación que alguna vez se pensó que no era desafiable. Aunque parece que no obtendrá la nominación, ha forzado a Clinton (y al Partido Demócrata) mucho más hacia la izquierda de lo que parecía apenas hace unos cuantos meses. Y Sanders logró esto sin nunca haberse presentado en una elección como demócrata.
Pero, uno puede pensar, esto se va a calmar una vez que la elección presidencial se decida y prevalezcan de nuevo los juicios políticos centristas normales. Hay mucha gente que predice esto. Pero, ¿cuál entonces será la reacción de aquellos que expresaron vocalmente su respaldo por sus candidatos precisamente por no proponer políticas centristas normales? ¿Qué pasará si se desilusionan de sus campeones actuales?
Necesitamos mirar en otro de los cambios que ocurren en Estados Unidos. El New York Times publicó un artículo de primera plana el 23 de mayo acerca de la violencia con armas, a la que calificaba de interminable pero nunca escuchada. El texto no abordaba los tiroteos masivos con armas que llamamos masacres, que están muy documentados y que consideramos aterradores.
En cambio, el artículo persigue los tiroteos que la policía tiende a llamar incidentes y que nunca llegan a los periódicos. Describe uno de tales incidentes en detalle y le llama “la instantánea de una fuente diferente de violencia masiva –una que surge con regularidad anestésica y que resulta casi invisible, excepto para los casi siempre negros, sean víctimas, sobrevivientes o atacantes”. Y los números suben.
Conforme crecen estas muertes por violencia, interminables y nunca escuchadas, ya no es tan descabellada la posibilidad de que vayan más allá de los confines de los guetos negros a las zonas no negras en las que habitan muchos de los desilusionados. Después de todo, los desilusionados tienen razón en una cosa: la vida en Estados Unidos ya no es lo que era. Trump ha utilizado como consigna el de nuevo hacer grande a América. El de nuevo se refiere a la época dorada. Y Sanders también se refiere a una época dorada previa, donde los trabajos no se exportaban al sur global. Aun Clinton parece ahora mirar hacia atrás en busca de algo perdido.
Y no se trata de olvidar una forma más fiera de la violencia –la propagada por un grupo de milicias contrarias al Estado, todavía un grupo pequeño que se hace llamar Citizens for Constitutional Freedom (CCF) o Ciudadanos por la Libertad Constitucional. Éstos son quienes han estado desafiando al gobierno, porque les veta tierra para su ganado y, de hecho, para que la usen. La gente de CCF dice que el gobierno no tiene derechos en esto y está actuando inconstitucionalmente.
El problema es que tanto los gobiernos federal como local no están seguros de qué hacer. Negocian por miedo a que afirmar su autoridad no sea muy popular. Pero cuando las negociaciones fallan, el gobierno finalmente utiliza su fuerza. Esta versión más extrema de la acción se va a esparcir pronto. No es cuestión de moverse a la derecha, sino hacia una protesta más violenta, una guerra civil.
Todo este tiempo Estados Unidos realmente ha ido perdiendo su autoridad en el resto del mundo. De hecho, ya no es hegemónico. Quienes protestan y sus candidatos han estado notando esto pero lo consideran reversible, pero no lo es. Estados Unidos es ahora un socio global considerado débil e inseguro.
Esta no es meramente la visión de los Estados que en el pasado se han opuesto con fuerza a las políticas estadunidenses, como Rusia, China e Irán. Esto es también cierto para los aliados presumiblemente cercanos, como Israel, Arabia Saudita, Gran Bretaña y Canadá. A escala mundial, el sentimiento de confiabilidad de Estados Unidos en el ámbito geopolítico se movió de casi 100 por ciento durante la época dorada a algo mucho, mucho menor. Y empeora a diario.
Y como se ha vuelto menos seguro vivir en Estados Unidos, hay también un incremento estable en la emigración. No es que otras partes del mundo sean seguras, sólo más seguras. No es que los estándares de vida en otras partes sean tan altos, pero ahora han aumentado en muchas partes del norte global.
Por supuesto no todos pueden emigrar. Hay una cuestión de costo y de accesibilidad a otros países. Sin duda, el primer grupo que puede incrementar su emigración es el de los sectores más privilegiados. Pero esto, conforme comienza a notarse, hace crecer los enojos de las clases medias más desilusionadas. Y al crecer, sus reacciones pueden asumir un giro violento. Y este giro violento se retroalimentará en sí mismo incrementando los enojos.
¿Nada puede acaso aliviar las actitudes acerca de la transformación de Estados Unidos? Si dejáramos de intentar hacer grande a América de nuevo y comenzáramos por hacer del mundo un mejor lugar para vivir, podríamos ser parte de un movimiento en favor de un otro mundo. Cambiar el mundo entero de hecho transformaría a Estados Unidos, pero sólo si dejamos de pensar en una época dorada que no fue tan dorada para casi nadie más en el planeta.
Traducción: Ramón Vera Herrera
MIÉRCOLES 15 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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2) EE.UU.: Matar por matar
Atilio A. Boron (Página 12)
En el imaginario colectivo de gran parte del mundo la sociedad norteamericana es la sociedad ideal. Según esa construcción más que ideológica mitológica, una verdadera proeza de la industria cultural de ese país, los Estados Unidos son una sociedad abierta, de intensa movilidad social, pletórica de derechos, igualitaria, amante de la paz, los derechos humanos, la justicia y la democracia. Una sociedad, además, que se ha arrogado una misión supuestamente encomendada por la Providencia para difundir por todo el mundo el mensaje mesiánico y salvífico que redimiría a la humanidad de sus pecados y sus miserias.
Pero esa imagen nada tiene que ver con la realidad. Estados Unidos es una sociedad profundamente desigual, en donde el diferencial de ingresos y riquezas entre los más ricos y los más pobres asumió, en el último cuarto de siglo, ribetes escandalosos y jamás vistos en su historia. Una sociedad que a siglo y medio de la abolición de la esclavitud sigue estigmatizando y persiguiendo a los afroamericanos con una virulencia que, desde que uno de ellos, Barack Obama, asumió la presidencia de la república no hizo sino crecer. Hacía décadas que policías blancos no mataban a tantos negros en las calles de Estados Unidos. Una sociedad que presume de ser democrática cuando los más brillantes intelectuales de ese país no dudan en caracterizarla como una obscena plutocracia.
Pero sobre todo, Estados Unidos es una sociedad enferma, con una proporción de adictos a toda clase de drogas que no tiene parangón a escala mundial y que constituye el gran estímulo para el negocio del narcotráfico; y con una propensión al asesinato indiscriminado de niños en una escuela, de personas en un cine, de afroamericanos que concurren a su iglesia, de gente que acude a un shopping, de estudiantes que concurren a sus clases en la universidad o de gays que van a un bar con sus amigos y que, de repente, entra uno de estos psicópatas armados hasta los dientes y comienza a disparar sin ton ni son, al voleo, matando por matar. Y no son hechos aislados sino rasgos profundos y reiterativos de una patología social. Un reportaje de la BBC indica que en el año 2015 hubo en Estados Unidos 372 balaceras masivas, que mataron un total de 475 personas e hirieron a 1.870.
La de Orlando, el asesinato masivo más importante de la historia norteamericana, agrega 50 más a esa lista ominosa y 53 heridos, algunos de ellos de extrema gravedad. Un problema crónico que se retroalimenta con los crímenes interminables que la Casa Blanca perpetra sin pausa en Medio Oriente y Asia Meridional, lo que despierta en algunos un incontrolable deseo de venganza. Según el New York Times el atacante en bar de Orlando habría llamado al 911 de la Policía poco antes de efectuar su ataque y manifestó su lealtad el Estado Islámico. Testigos aseguran que antes de comenzar a disparar gritó “Alá es grande”, aunque hay que tener cuidado con estas informaciones.
Más allá de estas dudas, el matar por matar, o matar para vivir un momento de celebridad, como el cretino que acabó con la vida de John Lennon en Nueva York, o matar a cualquiera para vengar los crímenes de Estados Unidos en su cruzada contra el Islam (como parecería ser la motivación en este caso) se ha convertido en una constante histórica y un síntoma del nivel de locura que prevalece en una sociedad que pretende erigirse como el non plus ultra de nuestro tiempo cuando en realidad es una formación social afectada por una grave patología que, poco a poco, va destruyendo los fundamentos mismos de cualquier convivencia civilizada.
MIÉRCOLES 15 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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3) Las lecciones de Francia
Gregorio Morán (La Vanguardia)
Estamos viviendo uno de los fenómenos sociales y políticos más importantes de los últimos años: la situación en Francia, atenuada desde hace dos días por las inundaciones. Confieso que echo en falta más artículos de nuestro irónico corresponsal Rafael Poch. Serían de agradecer para contrarrestar los lugares comunes de la prensa convencional.
En Francia se confrontan dos concepciones, de cuyo resultado nosotros seremos de los primeros en sentirlo. Primero, porque ya estamos en ello, y luego porque la derrota aceleraría nuestra decadencia. En claro; un gobierno con el marchamo socialdemócrata asume a trompicones la política que exige “la patronal” –no sé si el término ha sido arrumbado de nuestro lenguaje cosmopolita–, pero que se mueve en las mismas coordenadas que se crearon a comienzos del siglo XIX y la acumulación de riqueza y capital. Muy sencillo. Hay que sacar al Estado de todos aquellos centros económicos y sociales donde, tras correr mucha sangre, se consiguió hacerle garante de una legislación que no fuera aristocrática y reaccionaria, tan sólo burguesa. Ahora les parece poco.
Segunda tarea. Hay que liquidar los sindicatos como organizaciones y reducirlos, en el mejor de los casos, a unos representantes limitados a las empresas. Lo más inquietante de la reforma francesa está en eliminar lo general, es decir, las clases sociales reivindicativas para reducirlas a los empleados de empresas privadas. No hace falta ser un genio de la sociología para destacar que es el final del sindicalismo francés, entendido como una fuerza de defensa y presión del conjunto de la clase trabajadora.
No han tenido bastante con la erosión permanente de las clases medias –en España se calcula la bajada social en tres millones de familias y sigue el jijiji jajaja– para ahora liquidar los restos de la historia obrera. Hacerlos empleados de empresas, negar su carácter de colectividad. Y como siempre ha ocurrido en la historia, desde Alemania hasta España, pasando por Francia, esa es una tarea que debe encomendarse a la socialdemocracia. La derecha no se atrevería a hacerlo, salvo en países donde la tradición sindical se destruyó, como aquí, en los años postreros del PSOE.
Pero en Francia hay elementos que dificultan la impunidad del poder y las presiones patronales –bastaría recurrir a su historia–. Lo primero es una sociedad civil que ejerce, sin castrar. Ya se han recogido 5.500 firmas de notables –publicadas en el diario Libération (¡dónde podrían aparecer aquí!)– exigiendo que los grandes salarios no pueden pasar de 1,75 millones de euros anuales, que no está mal, pero que son una nadería con lo que están ganando los ejecutivos de esas empresas que consideran que el mayor problema es tener trabajadores fijos y atenerse a las condiciones que impone la legislación estatal. (El caso de Carlos Ghosn, líder de Renault –participada por el Estado–, es que alcanza los 16 millones anuales y que le importa una higa lo que puedan decir los consejos de administración, porque no son vinculantes).
Ocho premios Nobel galos y una medalla Fields (¿cuántos tenemos nosotros?) han exigido que se mantengan los programas de investigación, y ese Gobierno implacable de un Hollande desnortado y un Valls implacable en su ambición de llegar a la presidencia, han tenido que pensárselo. Primera medida, subir los sueldos de los profesores. En Francia tienen un peso que nosotros ni podemos soñar, y que tampoco hicieron aquí nada por ganárselo, el desdén social por la enseñanza de alto o bajo grado viene de lejos y en muchos casos justifica esa obsesión por garrapiñar los departamentos docentes. La quiebra de la enseñanza en España es una pandemia en la que se mezcla la zafiedad de una sociedad descerebrada con el desánimo de los profesionales. La enseñanza media está en precario y la universidad en quiebra.
En Francia viven algo insólito para nuestros parámetros. El sindicalismo no ha muerto. Y gracias a eso ha aparecido un líder, Philippe Martínez, técnico de la Renault de Billancourt, la leyenda de antaño en la lucha obrera, un tipo audaz y con capacidad política, parece ser que oratoria ninguna, pero que ha arrastrado tras él a un movimiento que no le hace ascos a nada porque conoce la pelea. Es el primer secretario de la CGT, el mayor sindicato aunque muy disminuido –alcanzó cinco millones de afiliados y ahora no llega al millón–, que no milita en el Partido Comunista; lo dejó en el 2002. (Tiene su aquel que la lucha enfrente a dos hombres de procedencia española, con una aspirante muy bien colocada en esta pelea de machos: Hidalgo, alcaldesa de París. Tanto Valls, el primer ministro, como Martínez, de familia exiliada y nacido en el norte de África, como la alcaldesa Hidalgo pertenecen a aquella generación de padres españoles que tuvieron que salir de la canallesca y agobiante España del franquismo. Bastaría la ruinosa experiencia del pintor Xavier Valls, padre del político, en aquella Barcelona franquista, timorata y meapilas de los años cincuenta).
Cuando, el pasado 21 de mayo, Philippe Martínez, líder de la CGT, agarró un neumático y asumiendo su papel de dirigente hizo lo que los demás no creían que iba a hacer, echarlo para que ardiera y bloquear la refinería de Haulchin, se ganó los galones del valor y de la coherencia. Las cosas son así, esas peleas no se ganan en los despachos; porque los valores no son supuestos, como en el ejército. En el sindicalismo se demuestran.
Otra lección francesa es la cautela ante las huelgas generales, que ya se sabe dan mucho rebomborio mediático y escasa influencia en el adversario. Siete sindicatos en pie de guerra, desde los transportes públicos de París hasta las centrales nucleares –19 en Francia–, bloqueo de refinerías… Pero con otro rasgo significativo, el apoyo de la población a los huelguistas se mantiene en un 50 por ciento, según estimaciones que no tienden a la benevolencia. (Aquí, cuando hay una huelga, es raro que los medios informen a la ciudadanía, y como venimos de donde venimos, es decir, de una insolidaridad y una falta de entendederas de nuestra situación precaria en un mercado que nos vuelve a siglos pasados, el personal se subleva. Lo normal es que cargue contra los huelguistas y nunca contra la empresa que los provoca. Esa frase terrible que suele escucharse en las huelgas que afectan al común, “¡Yo soy un trabajador y me están jodiendo con estas gilipolleces!”. Procedemos de donde es sabido y nadie entiende una protesta que no sea la propia. Los demás le joden, porque llega tarde a trabajar).
Ese es otro signo. La ausencia de conciencia de que nosotros somos griegos habiendo trabajado como alemanes, y que no debemos nada a nadie. Y que si hubiera alguna duda que se lo pregunten a aquellos que esquilmaron el Estado. ¿Fuimos nosotros, ahora que hemos pasado casi todos de trabajadores a autónomos, es decir, a pequeños empresarios, ricos y sin patrimonio? ¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? Que se lo pregunten al PP, al PSOE, pero si hay un delito que cometimos es el de la cretinización. La gente crédula seguía pensando que algún brujo bancario, profeta y extorsionador, nos había explicado cómo podías sentirte rico siendo más pobre que antes.
Por eso es trascendental lo que ocurre en Francia. Si ganan, podemos compartir una victoria insólita en una época marcada por la vuelta a la servidumbre. Si pierden, habrá que aprender para poder salir de esto. Eso sí, todos nos insistirán en que Mariano Rajoy no miente, sencillamente engaña. Al menos en Francia pelean cuerpo a cuerpo sobre algo que es trascendental: si se elimina el papel del Estado, por más corrupto que sea el nuestro, habremos perdido un recurso. Igual que perdimos los sindicatos porque supieron alquilarlos a tiempo parcial.
MIÉRCOLES 15 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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4) Flujos financieros ilícitos, las nuevas venas abiertas de América Latina
Jessica Portocarrero y Omar Olivares (La Marea)
La elusión y evasión tributaria son las actividades que más saquean a los países a través del uso de los paraísos fiscales.
La avalancha mediática que ocasionó la revelación de los llamados Papeles de Panamá (#panamapapers) puso la luz de casi todos los medios de comunicación sobre el tema de los paraísos fiscales, evasión y elusión tributaria, y de los miles de millones de dólares que cada año salen de muchos países sin que los Estados puedan cobrar los impuestos correspondientes. Estas millonarias fugas de capitales son denominadas Flujos Financieros Ilícitos (FFI), representan una gran pérdida de recursos para los Estados y originan que la brecha de desigualdad se incremente y que sean las poblaciones más vulnerables las que resulten más afectadas, pues los gobiernos que ven reducidos sus ingresos fiscales no encuentran solución más fácil que recortar las partidas presupuestarias a programas básicos como salud pública, educación universal y sistemas previsionales.
Sólo en la década de 2004 a 2013, un total de 7,8 billones de dólares salieron de las economías en desarrollo como consecuencia de estos flujos financieros ilícitos. Y aunque es común creer que son las actividades criminales (tráfico de drogas, venta ilegal de armas, entre otras más) las que representan la mayoría de estos movimientos, son las actividades de elusión y evasión tributaria de las grandes corporaciones las que tienen el mayor porcentaje (83%) de saqueo a los países, por medio de mecanismos como precios de transferencia, falsa facturación, lo que se da casi exclusivamente a través del uso de los paraísos fiscales.
Centrando el tema sólo en América Latina, durante el mismo periodo señalado perdió 1,4 billones de dólares por esta causa, de los cuales el 88% salió con el uso de la falsa facturación empleada en el comercio, mecanismo usado por las transnacionales para no pagar los impuestos que les corresponden. En su forma más simple, esto significa elevar los costos de producción (artificialmente) para reducir el margen de ganancia (evasión del pago de impuesto a la renta).
Investigar esto desde la prensa es una tarea muy difícil, pues la mayoría de medios se quedan en la noticia del día y en el escándalo de aquel personaje público que no quiso pagar sus impuestos y se fue a un paraíso fiscal (el futbolista Messi, el cineasta Almodóvar, por citar sólo dos casos); por eso es que la tarea que cumplió el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) al revelar los #panamapapers ha sido muy útil. Y ya lo habían hecho también con los casos conocidos como Swissleaks, que mostró que 52.600 millones de dólares de fondos de residentes de América Latina se encontraban ocultos en la sucursal Suiza del banco HSBC, suma equivalente a un 26% , del total de la inversión pública en salud en toda la región.
Para facilitar el intercambio de información y de experiencias sobre este tema que tanto afecta, en especial a los países en desarrollo, la Red Latinoamericana sobre Deuda, Desarrollo y Derechos (LATINDADD) –socia de InspirAction en América Latina para luchar por la Justicia fiscal- organizó el Primer Encuentro Latinoamericano para Periodistas sobre Flujos Financieros Ilícitos el pasado mayo en Lima, Perú, donde reunió a 30 periodistas de 24 medios de la región, junto a expertos de la Red de Justicia Fiscal de América Latina y el Caribe y de sociedad civil, altos funcionarios de la administración tributaria y de la comisión oficial anticorrupción del Perú y a un representante del Centro Interamericano de Administraciones Tributarias.
El encuentro sirvió para crear un espacio de diálogo, brindar herramientas de análisis de situación y técnico; además se compartieron experiencias y retos en la investigación periodística sobre los mecanismos que facilitan a las grandes empresas, políticos y empresarios a evadir y eludir el pago de impuestos. Esto permitió resaltar la necesidad de crear nexos entre la sociedad civil y la prensa para entender cuáles son las rutas y mecanismos que utilizan estos flujos y poder transmitir este mensaje a la ciudadanía de pie.
Quizá el punto común a la hora de hablar de las trabas que tienen los periodistas para realizar su trabajo es la falta de acceso a la información sobre quién es propietario de las empresas o quiénes son los beneficiarios de estas. Un mal común a todos los países que necesita un trabajo de cooperación coordinado, como el que realizan Latindadd e InspirAction y una denuncia clara por parte de la sociedad civil para exigir transparencia y una fiscalidad justa, progresiva y suficiente.
Tras la exposición de los casos que varios de los periodistas siguieron en sus países, se mostró también qué es lo que se puede hacer para frenar esta sangría, parte que fue abordada por los especialistas de LATINDADD y de la RJF LAC, como la creación de un Órgano Intergubernamental en el seno de Naciones Unidas; la creación de un registro de Beneficiarios Reales; la facilitación de un intercambio de información automático sobre contribuyentes, así como Reportes país por país de las transnacionales, para saber cuánto y dónde han tributado por sus ganancias, y cuáles han sido estas.
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Jessica Portocarrero y Omar Olivares son miembros de la Secretaría General de Red Latinoamericana sobre Deuda, Desarrollo y Derechos (LATINDADD), socia de InspirAction en la región para luchar por la Justicia Fiscal.
MIÉRCOLES 15 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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5) ¿Cómo podemos separar la verdad de las mentiras en los informes de crímenes de guerra?
Robert Fisk (Counterpunch)
Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Todos sabemos el problema. Cualquier periodista o historiador que tiene que contar atrocidades se enfrenta al mismo dilema. ¿Qué se hace cuando se informa de que un ejército, milicia o cuerpo de élite ha cometido un escandaloso crimen contra la humanidad -y realmente ha cometido muchas atrocidades en el pasado- cuando no se tiene ninguna prueba de que este evento en particular realmente ocurrió? Así leemos esta semana que «19 niñas yazidíes fueron quemadas vivas por negarse a tener relaciones sexuales con sus captores del Dáesh».
El insano contenido sado-sexual hizo que una historia vil se transformase en excitante. Así los periodistas, antes de que se escribiera sobre el caso, tuvieron la especial obligación de asegurarse de que era verdad. Pero, ¿lo era? En su revista Dabiq, el Dáesh ha presumido de la esclavización de las mujeres yazidíes. Han quemado prisioneros vivos y han filmando su agonía. Los asesinos del Dáesh han cortado cabezas de los cooperantes y periodistas extranjeros y han grabado estas mismas crueldades para que el mundo las vea. Han disparado sobre miles de presos en fosas comunes. Justamente esta semana las fuerzas iraquíes han descubierto un osario cerca de Faluya que contiene alrededor de 400 cuerpos, la mayoría de ellos de soldados iraquíes que recibieron disparos a quemarropa en la cabeza, incluyendo civiles acusados de «espionaje».
Sin embargo había un gran problema con la terrible historia de las chicas yazidíes que supuestamente fueron inmoladas en Mosul. La información no se originó, como de costumbre, en el propio Dáesh, sino que provenían de una agencia de noticias kurda que tenía todas las razones para difundir propaganda sobre el “terrorismo” del Dáesh.
Los corresponsales locales en el Kurdistán iraquí tenían serias dudas acerca de la historia. En la prensa de Beirut no hay tabúes para mostrar fotografías de bebés muertos, la quema de mujeres o niños eviscerados. Pero – siempre hay un siniestro vuelco en la verdad– muchos periódicos árabes en el Líbano ignoraron una historia a la que normalmente habrían dado relevancia para relamerse en un abrir y cerrar de boca.
Ahora todos sabemos la historia de las monjas belgas crucificadas por las tropas alemanas que, supuestamente, clavaron en las puertas de la iglesia en su avance hacia Francia en 1914. El mundo quedó horrorizado por la barbarie prusiana a pesar de que los informes resultaron ser ficticios. El problema era que realmente las fuerzas alemanas cometieron atrocidades contra civiles belgas, poniendo tanto a mujeres como a hombres frente a sus pelotones de ejecución después de que los soldados alemanes recibieran disparos de francotiradores en el área alrededor de Lieja. Hay imágenes reales en los archivos de los patéticos cadáveres de esos pobres belgas, las mujeres con faldas blancas yaciendo entre los muertos. Pero era tal el disgusto del público cuando descubrió que la historia de las monjas crucificadas era falsa que las historias de las atrocidades alemanas llegaron a ser ampliamente descreídas.
En el caso del genocidio armenio, en el que las fuerzas turcas mataron a un millón y medio de cristianos armenios en 1915 -un crimen de guerra registrado con fotografías y un montón de testimonios de testigos presenciales-, nadie dudaba de que se produjeron estas atrocidades en masa. Los gobiernos aliados expresaron su horror, señalando que los oficiales alemanes que habían entrenado al ejército otomano habían sido testigos de lo que se convertiría en el primer holocausto industrial del siglo XX.
Sólo décadas más tarde, cuando la nueva Turquía de Ataturk se convirtió en una potencia regional, los gobiernos occidentales comenzaron a poner en duda estos hechos históricos de maldad del Imperio Turco Otomano. De hecho los gobiernos de Gran Bretaña y de Estados Unidos hoy en día han llegado a extremos casi excéntricos para negar que el mayor crimen de guerra de la Primera Guerra Mundial -en el que montones de bebés armenios fueron quemados vivos- en realidad se llevara a cabo. Sus oficiales se burlan con sólo escuchar esos cuentos sobre las monjas crucificadas. ¿Acaso no era otra ficción de la Primera Guerra Mundial?
Y así llegamos a Auschwitz. Europeos y americanos eran muy conscientes de la persecución nazi de los judíos mucho antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. El campo de concentración de Dachau ya existía. Pero cuando los primeros reportes de asesinatos en masa de judíos en la Unión Soviética llegaron a la neutral Suiza y a Londres en tiempos de guerra, fueron largamente ignorados. Incluso los primero reportes detallados sobre la gasificación de masas y la quema de judíos en Auschwitz y otros campos de exterminio en el este de Europa en 1942, estuvieron tapados bajo los escombros de las historias de terror acaecidas en Bélgica en 1914 y previamente desacreditadas. ¿No habíamos oído hablar antes de estas «atrocidades» alemanas?
El Daily Telegraph publicó los primeros informes de Auschwitz sólo en una corta historia en la mitad inferior de la primera página. Así la primera evidencia del Holocausto nazi, el numéricamente mayor crimen contra la humanidad en la historia moderna, se trató con la duda en lugar de la credibilidad. Se pagó a los aliados de la guerra para mantener las cosas estáticas: querían bombardear las ciudades alemanas, no los campos de exterminio nazis.
Pero, ¿qué se puede esperar de los gobiernos aliados que mantuvieron durante años después de la guerra -en el interés de complacer al tío José Stalin y sus sucesores- que la masacre del bosque de Katyn del cuerpo de oficiales polacos en 1940 había sido perpetrada por los nazis en lugar de por la policía secreta de la Unión Soviética? La lista sigue y sigue. Lo mismo ocurre con las falsas atrocidades. En 1982, por ejemplo, los periodistas israelíes dijeron que habían encontrado pruebas de que los guerrilleros palestinos en el Líbano meridional habían establecido una clínica en la que habían matado civiles y los colocaron de manera que su sangre podía ser drenada con el fin de suministrar transfusiones de sangre para los guerrilleros palestinos heridos.
La historia se derrumbó en cuestión de días. Sin embargo todavía aparece de vez en cuando entre los mitos de la guerra del Líbano entre los años 1975-1990, enturbiando las terribles y verdaderas atrocidades como la matanza de 1982 en Sabra y Chatila donde los aliados libaneses de Israel mataron a más de 1.700 civiles palestinos. Cada falsa atrocidad sangra dentro del cuerpo de la evidencia de otros crímenes, reales, contaminando la verdad para las décadas venideras.
Las monjas «crucificadas» ponen en duda los civiles belgas muertos de 1914 y, posteriormente, la primera evidencia del Holocausto. Los denominados «negacionistas del Holocausto» están ahora a la búsqueda de la más mínima discrepancia en la evidencia de los crímenes nazis para poner en duda toda la naturaleza criminal del régimen nazi. De manera que nosotros, los periodistas, tenemos que investigar con bisturís semánticos cada una de las bestialidades que se nos presenten, por lo general en el Medio Oriente. Porque si resulta que esas 19 niñas yazidíes nunca fueron quemadas hasta la muerte -y tenemos que esperar sinceramente que no haya ocurrido- a continuación los futuros «negacionistas» de los crímenes de Dáesh perpetuarán la «inocencia» de este culto vicioso por otra generación.
MIÉRCOLES 15 DE JUNIO DE 2016 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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