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LOS NINGUNEADOS PERDIERON A SU MEJOR CRONISTA

COMCOSUR INFORMA
AÑO 15 – No. 1627 – martes 14 de abril de 2015
COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR
1994 – 19 de junio – 2014 – 20 años
Selección y producción: Beatriz Alonso, Henry Flores y Carlos Casares
Apoyo técnico: Carlos Dárdano
Colaboran:
ALEMANIA: Antje Vieth y Carlos Ramos (Berlín)
ARGENTINA: Eduardo Abeleira, Luis Sabini, Claudia Korol y Mauricio D’ambrouso (Buenos Aires)
BRASIL: Carlos O. Catalogne (Florianópolis) y Jorge Rossi Rebufello (Maceió)
ECUADOR: Kintto Lucas (Quito)
HOLANDA: Ramón Haniotis (Amsterdam)
MÉXICO: Itzel Ibargoyen (México DF)
SUIZA: Sergio Ferrari (Berna)
URUGUAY: Jorge Marrero (Santa Rosa), Margarita Merklen (Durazno), Pablo Alfano (Montevideo)
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La patria que construimos es una donde quepan todos los pueblos y sus lenguas, que todos los pasos la caminen, que todos la rían, que la amanezcan todos. SUB COMANDANTE MARCOS
Todas las estructuras del poder popular que estábamos construyendo se hicieron presentes, tomaron voz, en una radio que no quería tanto hablarle al pueblo. Quería que el pueblo hablara. RADIO VENCEREMOS
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NOTICIAS Y TEMAS DE COMCOSUR
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1) EDUARDO GALEANO: LOS INMORIBLES
Dicen que Eduardo Galeano ha muerto hoy y parece imposible aceptarlo, porque si hay un escritor viviente en América Latina es precisamente él, que hizo de la palabra el mayor juego de la imaginación para la vida.

2) GALEANO: EL CAZADOR DE PALABRAS
Parece que ya casi todo está dicho sobre Eduardo Galeano.
En todos estos años ha charlado con cientos de personas, ha dado entrevistas a medios conocidos y no tanto, ha viajado para estar presente, en cuerpo y palabra, en lugares donde los oprimidos dicen «basta» y el poder se siente incomodado. También supo caminar otras regiones en las que los poderosos son los que parecen ganar la partida. En cada injusticia repetida, en cada historia silenciada, en cada dignidad pisoteada está Galeano dispuesto a ponerles voz a aquellos que no la tienen (o, mejor aún, que la tienen aunque no sean escuchados).

3) EDUARDO GALEANO. CON AMIGOS ASÍ
Fue en agosto de 1973 que por primera vez escuché la voz tierna e inolvidable de Eduardo Galeano. Sonó el teléfono en nuestra casa en Santiago, un ruido que no era usual porque recién Angélica y yo habíamos logrado agenciarnos una línea y casi nadie tenía nuestro número. Y menos usual aún porque la llamada venía del extranjero, de Buenos Aires.

4) EDUARDO GALEANO. LA VIDA EN ESCRITURA COMPROMETIDA
Escritores lamentan la muerte de Eduardo Galeano y ponderan el compromiso político de su obra. Por su condición de vía de acceso a la literatura para las jóvenes generaciones, sus aportes a la historia política de América Latina, su compromiso intelectual y la diversidad de su registro temático, distintos escritores y ensayistas argentinos lamentaron la muerte del escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien falleció hoy a los 74 años en Montevideo.

5) SE NOS FUE UNO DE LOS IMPRESCINDIBLES
El narrador, periodista y ensayista uruguayo Eduardo Galeano falleció hoy a los 74 años de edad por complicaciones derivadas de un cáncer de pulmón. Autor de obras esenciales para el continente como Las venas abiertas de América Latina y El libro de los abrazos, Galeano incursionó en la ficción pero también en el reportaje histórico y la crónica.

6) EDUARDO GALEANO, FUNDADOR DE MEMORIAS
Eduardo Galeano, el escritor, aventador de rutinas, prejuicios y miopías en planos generales del pensamiento, ha muerto…la muerte de un escritor, duele y mucho, para quienes esperamos un «Tiempo de Conocimiento» se instale en este mundo, sin fecha de vencimiento.

7) LOS NINGUNEADOS PERDIERON A SU MEJOR CRONISTA
Quien escucha los latidos de abajo acoge sus dolores, comparte sus risas y llantos; quien se esfuerza por entenderlos sin interpretarlos, por aceptarlos sin juzgarlos, puede ganarse un lugar en los corazones de abajo.
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1) EDUARDO GALEANO: LOS INMORIBLES
por Stella Calloni

Dicen que Eduardo Galeano ha muerto hoy y parece imposible aceptarlo, porque si hay un escritor viviente en América Latina es precisamente él, que hizo de la palabra el mayor juego de la imaginación para la vida.

Cuando un día en Montevideo me regaló su libro Las palabras andantes, editado –como todos en su primera edición en la editorial El Chanchito, que creó en su país – sentí y se lo dije que era un trabajo embarazado de magias. En un párrafo de ese libro leemos la más acabada definición que uno podría hacer de él mismo: Por favor, se lo ruego, no me ofenda usted preguntando si esta historia ocurrió. Yo se la estoy ofreciendo para que usted haga que ocurra. No le pido que describa la lluvia aquella noche de la visitación del arcángel: le exijo que se moje. Decídase señor escritor, y por una vez al menos sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista que aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe.

Galeano había aceptado largamente ese desafío y por esa razón era posible entrar con él en todos los laberintos de este continente nuestro y mojarnos con las lluvias y temblar en los huracanes, y bailar cuando la realidad circundante quería instalarnos la cultura de la muerte. Y podíamos hablar de los temas más candentes que nos rodean, y en cómo millones de seres ignorados resisten simplemente por magias sueltas de la vida.

Los temas que eligió son variados y los leemos como quien bebe un agua fresca que sale de una cascada en medio de la selva. Los leemos con sed, porque como el agua nos calma y curiosamente nos abriga. Era conmovedora la ternura que aparecía en su mirada cuando hablaba de los países de América Latina, de Bolivia, de Guatemala, de Nicaragua, donde en otros momentos compartimos un viaje inolvidable a la Costa Atlántica en que sucedieron una infinidad de situaciones que superaban toda ficción o cuando pudo mirar viendo la realidad de lo que significaba el presidente Hugo Chávez para su país y la decepción que lo golpeó al ver viejos amigos socialistas que en su momento fueron figuras políticas de la izquierda venezolana, llegando a una cita en un hotel de Caracas, en lujosos carros de los grandes empresarios a los que defendían. Algo incomprensible para un escritor como Galeano que además –y fui testigo de esto – se los dijo abiertamente.

En una de las varias entrevistas que pude hacerle en el periodo del aparente esplendor neoliberal y de la globalización en nuestro continente, advertía que nunca el mundo había sido tan desigual. “Es una paradoja terrible que retrata el fin del siglo (XX) de no muy amable manera, donde se nos obliga a pensar todos iguales, a vestir todos iguales, a comer las mismas cosas. Incluso se ha ocupado el lugar de las comidas locales. Yo creo que hay que estar a favor de la autodeterminación en las comidas, como en todo, porque las comidas locales son una de las energías culturales más poderosas que los países contienen (…) nunca los pobres fueron tan pobres y nunca los náufragos quedaron tan abandonados. Nunca habíamos visto esta homogeneización atroz que tiene por protagonista principal a la televisión. La gran uniformadora de costumbres es la televisión que nos lleva a no pensar con nuestra propia cabeza, a no sentir y nos hace incapaces de caminar con nuestras propias piernas. No estoy confundiendo el cuchillo con el asesino, la televisión es un instrumento, pero, tal como funciona y al servicio de quien funciona, cumple ese papel”.

Tan transparente era en su escritura como cuando hablaba ante públicos diversos condenando la hipocresía que era establecer la uniformidad en nombre de la diversidad. Y en ese mismo contexto señalaba que en nombre de la lucha contra el dogmatismo se instalaba la paradoja de imponer el peor de los dogmatismos, que es el dogmatismo de mercado. “Ahora hay como una onda universal de lucha contra los fundamentalismos con la que se justifican los gastos en armamentos, cuando se han quedado sin enemigos… Ya no hay enemigo a la vista y se fabrican nuevos: el más poderoso es el fundamentalismo islámico, pero no dicen que, aún más poderoso, es el fundamentalismo de los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, que imponen una receta económica obligatoria a los países del sur, dentro de los límites estrechísimos de lo que es la idolatría del mercado. Una concepción de la economía y de la vida que coloca a las mercancías por encima de las personas, confunde calidad de vida con cantidad de cosas y niega todos los valores a lo que no tiene precio, en un mundo donde –al decir del poeta Machado – cualquier necio confunde valor y precio”.

Sobre los aspectos perversos de un sistema que como él mismo analizaba asalta y roba las palabras pensaba que todo esto lleva a valorar el sentido que tiene la aventura de escribir, “devolver a las palabras el sentido que han perdido, manipuladas como están por un sistema que las usa para negarlas. Hay una lección que el mundo ignora y que nos han dado a todos, los indios guaraníes a la hora en que crearon su lenguaje. En su idioma guaraní, palabra y alma se dicen igual. Hay una voz “ñ’e”, donde dicen que palabra y alma son lo mismo. Y en este sistema des-almado que ha logrado la casi unanimidad universal en nombre de la lucha contra el materialismo –que es el más materialista de los sistemas que la humanidad haya conocido – la palabra ha estado y sigue estando manipulada con propósitos comerciales o de engaño político. Su uso y abuso traiciona al alma. O sea, que esta identidad entre la palabra y el alma se rompe todos los días, sufre traiciones”.

Galeano siempre tenía respuestas y aunque su libro Las venas abiertas de América Latina era el más conocido en el mundo, admitía que cada escritor escribe en realidad un solo libro y lo va cambiando, renovando, reviviendo al mismo tiempo que la vida vive y el escritor continúa escribiendo. Le pregunté precisamente qué era para él Las palabras andantes, un libro de una textura tan poética.

Yo creo que ese libro es un disparate que proviene de la imaginación colectiva. Muchos de los relatos los recogí en los caminos que anduve por América, y otros son producto de la imaginación. Pero tanto en un caso como en el otro, yo creo que lo que el libro expresa es una porfiada fe del autor en un hecho humano fundamental, que es el derecho de soñar y que no está en la Carta de las Naciones Unidas de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hay tantos derechos, pero entre ellos no figura el derecho de soñar, que es un derecho fundamental, sin el cual la pobre esperanza se moriría de hambre. Si el sueño no nos permitiera anticipar un mundo diferente, si la fantasía no hiciera posible esta capacidad un poco milagrosa que el bicho humano tiene de clavar los ojos más allá de la infamia, ¿qué podríamos creer?, ¿qué podríamos esperar?, ¿qué podríamos amar? Porque, en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza de que este mundo, triste mundo convertido a veces en campo de concentración, contiene otro mundo posible. Ese mundo posible que hoy estamos viendo asomar en América Latina.

Tomo sus palabras andantes: Siento que somos gotas de alguno de los tantos ríos que sobreviven a la constante destrucción de la mano del hombre, que insiste en destruir el paraíso donde puede vivir. Somos como un viento que no muere cuando la vida se acaba. Y por eso no creo en otra inmortalidad más que esa, porque estoy seguro que uno sobrevive en la memoria y en los actos de los demás.

La Jornada / COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015
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2) GALEANO: EL CAZADOR DE PALABRAS
NUESTRO GALEANO

Parece que ya casi todo está dicho sobre Eduardo Galeano.
En todos estos años ha charlado con cientos de personas, ha dado entrevistas a medios conocidos y no tanto, ha viajado para estar presente, en cuerpo y palabra, en lugares donde los oprimidos dicen «basta» y el poder se siente incomodado. También supo caminar otras regiones en las que los poderosos son los que parecen ganar la partida. En cada injusticia repetida, en cada historia silenciada, en cada dignidad pisoteada está Galeano dispuesto a ponerles voz a aquellos que no la tienen (o, mejor aún, que la tienen aunque no sean escuchados).

Pero igual, a pesar de todo lo dicho sobre él, nos adentramos en el desafío de realizar un nuevo número de esta Sudestada de colección con Galeano como eje.

En las páginas que siguen (*) está plasmado el escritor que supo definirse como un «cazador de palabras», el contador de historias que fue haciendo su camino a través del lenguaje para empezar a tachar, recortar, y reducir hasta encontrar la palabra precisa, esa que no deja duda de lo que quiere transmitir; el hombre que reniega del rótulo de intelectual porque no concibe el puro pensamiento alejado del mundo de los sentires; el niño que se soñaba jugador de fútbol como buen uruguayo y el adolescente que dio sus primeros besos bajo un tablado, el mismo joven que se inició en la quijotesca misión de defender a los desamparados.

Están también sus libros, o las miradas que construimos sus lectores sobre ellos. Como el que escribió a fines de 1970, el primero, el libro «voz de voces», Las venas abiertas de América Latina, referencia para toda una generación de lectores, que pretendía empezar a develar la historia verdadera, la que la oficial nos negó durante tantos años. El libro de los abrazos, que escribió ya con ese estilo que fue transitando y que consta en ir reduciendo lo accesorio para dejarnos pequeños poemas en prosa, un puñado de palabras que condensan todo lo expresable. Pero como en todo recorrido, llega un momento de parar la pelota y meternos con su libro sobre el balompié, El fútbol a sol y sombra, en el que los goles y jugadores memorables conviven junto a los dirigentes corruptos y al mundial ganado en plena dictadura.

Es un tiempo, también, para leer al Galeano cronista, tan poco abordado y que brilla detrás de su relato sobre los días en que el joven Pelé arribó a Montevideo o sobre lo que vieron sus ojos deslumbrados cuando se toparon con las fotografías del brasilero Sebastião Salgado.

Y así como en el ida y vuelta de sus lecturas en las que a Galeano le gusta dialogar con el lector, en lo que considera un «vaivén creativo y no un acto de consumo»; el diálogo, la conversación también plantean ese ida y vuelta entre las palabras. Entonces, la extensa entrevista que nos brindó hace muy poco, en noviembre de 2012, abre la puerta para que otras charlas aparezcan también: la que mantuvo con Onetti en 1980 y que publicó en la revista Viejo Topo, la que realizó con Eduardo Aliverti en 2010 y la primera que le ofrendó a Sudestada, esta modesta publicación independiente que por entonces llevaba unos pocos años saliendo desde Lomas de Zamora.

Porque, si bien es cierto que sobre él está casi todo dicho, este es nuestro Galeano.

(*) www.revistasudestada.com.ar/edicion/175/nuestro-galeano-especial-sobre-eduardo-galeano

COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015
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3) EDUARDO GALEANO. CON AMIGOS ASÍ
Por Ariel Dorfman

Fue en agosto de 1973 que por primera vez escuché la voz tierna e inolvidable de Eduardo Galeano.

Sonó el teléfono en nuestra casa en Santiago, un ruido que no era usual porque recién Angélica y yo habíamos logrado agenciarnos una línea y casi nadie tenía nuestro número. Y menos usual aún porque la llamada venía del extranjero, de Buenos Aires.

–Hola, Ariel, te habla Eduardo Galeano, te llamo para darte una buena noticia.

¿Galeano? ¿El de Las Venas Abiertas? ¿Eduardo Galeano? ¿Con quien jamás había hablado? ¿Una buena noticia? ¿Y cómo había conseguido el número que no estaba ni en la guía?

Todavía no sé cómo se las arregló para rastrearme, pero me daría cuenta en las décadas que siguieron que Eduardo tenía un genio único para entrar simpáticamente en la vida de los demás, ingresar al hogar que es la vida de cada cual y acomodarse en la mesa y tomarse un trago o un café y escuchar con atenta pasión las historias y los cuentos y las intimidades que a nadie más le interesaban. Aquellos con quienes conversaba inmediatamente sabían que podían confiar en él, advertían una generosidad que le fluía como una fuente.

Como lo pude comprobar en esa primera ocasión. Me llamaba simplemente para contarme que una novela mía había recibido un premio literario y suponía que eso me daría una gran felicidad. Pero evidente que la felicidad era suya, que a él le causaba inmenso placer agradar a sus semejantes, aunque fuera este escritor chileno con el que jamás había hablado antes.

–Si vienes por acá, pasá a verme –me agregó, en ese suave tono uruguayo–. Siempre tenés por acá un amigo

Unos meses más tarde, sobrevino el golpe contra Allende y nos fuimos al exilio y vaya si necesitábamos un amigo, especialmente en Buenos Aires, la primera ciudad de nuestro largo destierro. En esos breves meses antes de partir (veíamos que se acercaba una hecatombe, veíamos y se lo dije a Eduardo, que dentro de poco la muerte acecharía a los argentinos como lo había hecho ya con los chilenos) nos hicimos muy amigos. Me abrió las puertas de una revista, Crisis, que acababa de fundar, me armó una lista de contactos internacionales que podían servir para apoyar la resistencia cultural contra Pinochet, nos mandaba pequeños mensajes de aliento con su característica firma de un chanchito y una flor. Además de gran fabulador, era un confabulador. Arreglamos con él que mandara un periodista brasileño a Chile para entrevistar clandestinamente a un líder de la resistencia –el primero de muchos favores solidarios.

En una ocasión pudimos retribuirle tanta magnanimidad.

Pasando una noche por su departamento en la calle Montevideo (¿o era la calle Uruguay?), cerca, en todo caso, de Corrientes, Angélica y yo lo encontramos muy enfermo, solo y abandonado, casi incapaz de levantarse de la cama.

–No es nada –dijo–, es la malaria, ya se me va a pasar. Les hago un café.

Nada de café, sentenció Angélica. Y nada de malaria. Era una gripe común aunque no corriente (la fiebre era altísima) y había que combatirla con antibióticos. Me envió perentoriamente a buscar los remedios a una farmacia cercana y cuando volví encontré a Eduardo tomándose a sorbitos una sopa que ella le había improvisado.

No perdimos contacto mientras Galeano permaneció en Buenos Aires, tratando de ahorrarse un segundo exilio, pero con el golpe de 1976 finalmente se percató de los peligros que corría cualquier intelectual de izquierda y partió a España. A partir de entonces, manteniendo una nutrida correspondencia, lo vimos varias veces, incluyendo un par de visitas a Amsterdam, adonde había llegado para buscar datos en una de las bibliotecas de la Universidad. En nuestro pequeño departamentito de la calle Kastellenstraat nos confidenció que estaba embarcado en un libro delirante –la palabra exacta que utilizó–. Y nos leyó unos extractos: era la historia de América latina, nos dijo, desde los orígenes, desde las orillas, desde los relegados.

–Se va a llamar Memoria del Fuego –añadió– y va a ser una Trilogía.

Lo que me deslumbró de aquellas páginas y me alucinaría más en el futuro era el lirismo cotidiano con que se acercaba a sus personajes, como si fueran conocidos suyos de toda la vida y no hubieran muerto hace siglos. Era un reportaje al pretérito escondido pero con técnicas populares, de telenovela, casi –muy alejado de la prosa solemne de Las Venas Abiertas, pero con el mismo compromiso con aquellos hombres y mujeres que los manuales no incluían, aquellos que habían construido nuestra realidad, nuestras leyendas, nuestros corazones actuales.

Fue el comienzo de una serie de textos magníficos y a la vez modestos, graciosos e indignados, con que fascinaría al mundo.

Si algo le reprochaba a Eduardo era que su amor por la realidad le impidiera continuar en el rumbo de la ficción, donde ya había creado algunos cuentos perfectos y una novela, La Canción de Nosotros, que era de antología. Pero él me respondía que prefería dedicar su energía a tantas historias que flotaban por ahí, ignoradas por los historiadores y periodistas y poderosos.

Nunca perdió el sentido del humor.

Ni la generosidad.

En uno de los últimos intercambios que tuvimos, por correo electrónico, le escribía sobre su enfermedad y lamentaba no poder “Angélica y yo llevarte los remedios directamente a la cama, como aquella vez en Buenos Aires, en el verano de 1974”. La mejor respuesta a mis parabienes, le dije, era que se mejorara, aunque fuera un poco.

Respondió: “Con amigos así, cualquiera puede”.

Era una fórmula buena para vivir, pero no para derrotar a la muerte.

Lo único que me toca hacer, entonces, es recordar aquella llamada que recibí en Santiago de Chile cuando la voz de Galeano cruzó la pampa y la cordillera para darme una noticia que parecía causarle más alegría a él que a mí.

Era con esa voz y ese desprendimiento con que escribió los libros que nos quedan y que no van a desaparecer como se ha desvanecido su cuerpo. Es la voz con que llama, así, en forma personal, a cada uno de sus lectores, a cada uno de nosotros, una y otra y otra vez, contándonos que tiene una buena noticia que comunicar, la noticia de la vida.

Ariel Dorfman publicará próximamente la novela Allegro.

Pagina12 / COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015
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4) EDUARDO GALEANO. UNA HISTORIA DE ESCRITURA COMPROMETIDA

Escritores lamentan la muerte de Eduardo Galeano y ponderan el compromiso político de su obra

Por su condición de vía de acceso a la literatura para las jóvenes generaciones, sus aportes a la historia política de América Latina, su compromiso intelectual y la diversidad de su registro temático, distintos escritores y ensayistas argentinos lamentaron la muerte del escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien falleció hoy a los 74 años en Montevideo.
Galeano “era un hombre coherente en su obra y en su vida privada sin escisiones, sin claudicaciones, siempre solidario con las mejores causas”, dijo el historiador y editor Alberto Díaz.

En diálogo con Télam, Díaz contó que en 1971 viajó a Uruguay a consolidar la distribución de Siglo XXI -adonde acaba de ingresar a trabajar- y uno de los distribuidores le regaló «Las venas abiertas de América latina».

Según Díaz, le tomó sólo 20 minutos de avión, en los que alcanzó a leer la introducción, para llegar a Buenos Aires y avisar en la editorial Siglo XXI que había que contratarlo: «Me impactó mucho, me sorprendió. Lo recomendé enseguida”, evocó.

“Galeano es víctima de un primer gran libro exitoso, y le cubre toda la otra obra, que es muy extensa”, señaló el editor sobre la obra más emblemática del autor, dedicada a analizar la historia de la región desde la colonización.

«Lamento mucho su muerte. A mí me marcó mucho ‘Las venas abiertas de América Latina’. Sé que él renegó hace un tiempo de ese texto, pero para mí sigue siendo emblemático porque sigo pensando el mundo exactamente igual que hace cuarenta años, con la misma idea acerca de la injusticia y la opresión», aseguró por su parte a Télam la escritora Liliana Heker.

«Un gran mérito de Galeano es la diversidad de temas que ha trabajado a lo largo de su trayectoria. Por un lado se ha convertido en representante de la literatura política pero al mismo tiempo ha abordado otras cuestiones que pueden ser consideradas menores, pero que a mí me resultan muy interesantes y me acercan a él incluso más que sus textos más comprometidos», indicó la autora de «El fin de la historia».

En tanto, Ana María Shua recordó que «es, sobre todo, el autor de ‘Las venas abiertas de América Latina’, el libro extraordinario que nos deslumbró a todos en los 70. Él supo contar la historia trágica de América Latina de una manera tal que llegara a todo el mundo y sobre todo a los jóvenes; lo convirtió en una novela sin por eso quitarle toda su fuerza y realidad».

«Galeano hace en esa obra una denuncia de lo que nos había pasado y creo que la posibilidad de un mundo mejor era no dejarse expoliar como había sucedió en ese momento», reflexionó.

La autora de «Los amores de Laurita» recuerda que al escritor uruguayo se lo presentaron en varias oportunidades, «una de ellas fue cuando yo era muy joven y fui a Cuba con mi familia porque mi papá iba por trabajo y se me ocurrió que podría entrevistarlo para la revista ‘Crisis’, donde colaboraba; en ese oportunidad hablamos sobre cine cubano, que en ese momento estaba en un proceso de cambio».

«Años más tarde, no recuerdo en qué país, pero sé que fue en Latinoamérica, me lo encontré en una charla y luego todos los escritores nos fuimos a cenar juntos y nos volvieron a presentar sin saber que nos conocíamos», recordó.

«Rescato al Galeano de textos como ‘El libro de los abrazos’ o ‘La memoria del fuego’. Me parece valioso también el aporte de ‘Las venas abiertas de América Latina’ porque de alguna manera supo captar el espíritu de la época, aunque tal vez hoy muchas de esas formulaciones aparezcan como muy maniqueas o esquemáticas», indicó a Télam la socióloga María Pía López.

Por su parte, María Teresa Andruetto, autora de «Los manchados», en una entrevista con Télam aseguró que fue «un escritor popular, pleno de lectores, amado por los lectores jóvenes. Sus obras sirvieron a miles como puerta de entrada a los libros y a cierta conciencia acerca de lo latinoamericano en los setenta, en los ochenta».

«Galeano es un escritor para el que después hubo una zona gris de lectura, esquivado por la academia y regresado en estos últimos años en el que su pensamiento y sus sentimientos volvieron a ser más acordes con la época, en reediciones, algunas de lujo como ‘Los sueños de Helena’ en la edición de Zorro Rojo».

La escritora Gabriela Cabezón Cámara sostuvo mientras tanto que «Galeano forjó una aproximación a la historia del continente, a la propia historia, que fue central para las últimas generaciones. Él y su obra fueron inteligentes, sensibles y aguerridos. Lo vamos a extrañar».

En tanto, a través de Facebook, la escritora Claudia Piñeiro publicó «parece que vino la segunda Parca en el mismo día y se llevó a Eduardo Galeano», en alusión a la muerte simultánea del escritor y del Premio Nobel de Literatura Gunter Grass.

Telam / COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015
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5) SE NOS FUE UNO DE LOS IMPRESCINDIBLES

El narrador, periodista y ensayista uruguayo Eduardo Galeano falleció hoy a los 74 años de edad por complicaciones derivadas de un cáncer de pulmón.

Autor de obras esenciales para el continente como Las venas abiertas de América Latina y El libro de los abrazos, Galeano incursionó en la ficción pero también en el reportaje histórico y la crónica.
El testimonio titulado La canción de nosotros, le valió el Premio Casa de las Américas en 1975.

El mundo perdió un maestro
El presidente boliviano, Evo Morales, aseguró hoy que con la muerte del escritor uruguayo Eduardo Galeano el mundo perdió un maestro.
En declaraciones desde la oriental ciudad de Santa Cruz de la Sierra, donde se reunió con el equipo que defenderá ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya la demanda boliviana, el mandatario lamentó la muerte de Galeano, a los 74 años de edad, con quien se reunió en Montevideo hace unas semanas.

Según el jefe de Estado, no solo Uruguay sino el mundo pierden a uno de los personajes más importantes, cuyo pensamiento de descolonización y liberación de los pueblos trascendió fronteras.
«Sus mensajes, sus textos orientados a evitar el saqueo de América Latina, en especial sus mensajes para las nuevas generaciones a defender la soberanía de los pueblos y por eso me duele, nos duele muchísimo la pérdida del compañero Eduardo Galeano», comentó el líder indígena.

Morales expresó condolencias por la muerte de Galeano, como consecuencia de un cáncer de pulmón, en su nombre y en el de todos los bolivianos.

«Quiero expresar a nombre del pueblo boliviano sentimientos de condolencia y nuestra solidaridad con su familia, con Uruguay, y a todos que comparten el pensamiento de Eduardo Galeano (…) ese profundo sentimiento con los pueblos de América Latina y El Caribe».
Morales visitó Montevideo el 1 de marzo pasado para reunirse con el entonces mandatario uruguayo José Mujica y llegó hasta la casa del escritor, con quien desayunó.

El presidente boliviano le entregó entonces El Libro del Mar y el escritor sugirió cambiarle el nombre por el de Libro del Mar Robado.
El mandatario boliviano recordó hoy aquel encuentro y enfatizó que entonces se dio cuenta de que el autor de Las venas abiertas de América Latina estaba mal de salud.

Empujó a pensar como latinoamericanos
Galeano fue «uno de los que con más fuerza, estilo, coraje y fina ironía nos empujó a pensarnos como latinoamericanos», afirmó hoy Carlos Álvarez, secretario general de la Aladi.(PLRadio)
Agregó que «lejos de tutelas y paternalismos», contribuyó a los latinoamericanos a «ser nosotros mismos como comunidad de valores, de intereses de pasado y de futuro».

En una nota titulada «Se nos fue uno de los imprescindibles», el máximo directivo de la Asociación Latinoamericana de Integración, con sede en Montevideo, sostuvo que Galeano fue mucho más que un gran escritor y ensayista.

Ha sido, subrayó, un símbolo y un protagonista insoslayable de un acontecer histórico denso y dramático, que llevó a nuestro continente desde la subordinación, las dictaduras, la violencia y la opresión, a este presente democrático más esperanzador.
El también expresidente argentino aclaró que «esto no significa que las venas de América Latina hayan cerrado y la sangre fluya limpia por un cuerpo saneado y vigoroso».

Álvarez afirmó que la prédica de Galeano, como su obra, su coherencia y su actitud militante «se hicieron carne en muchos gobernantes y pueblos».

Estos, agrego, quieren ser artífices de sus propios destinos y ya no más instrumentos de la ambición de minorías privilegiadas o de intereses hegemónicos.

Eduardo Galeano se nos fue, seguramente sintiendo las brisas de un amanecer todavía brumoso, pero en el cual asoma una mayor determinación por la unidad, la autonomía y la justicia social, subrayó Álvarez.

Tras insistir en que «todos los latinoamericanos le debemos mucho a Eduardo», sostuvo que «perdurará como uno de los símbolos más fuertes y vigorosos a favor de seguir bregando por la integración, la dignidad y la emancipación».

Prensa Latina / COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015
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6) EDUARDO GALEANO, FUNDADOR DE MEMORIAS

Eduardo Galeano, el escritor, aventador de rutinas, prejuicios y miopías en planos generales del pensamiento, ha muerto…la muerte de un escritor, duele y mucho, para quienes esperamos un «Tiempo de Conocimiento» se instale en este mundo, sin fecha de vencimiento.
En su obra y manifiestos, viven miles de palabras, escritas con pasión y cifradas en ritmo de prosa, con una brisa de poesía en pasaje casual. Palabras replicadas por cientos de miles de hombres y mujeres, hartos de historias fraguadas por los que rigen y dictan en esta tierra, gobiernos esclavos de corporaciones transnacionales, a todo lo largo y ancho de este planeta… Así Galeano, en todas las entrevistas, en todos los artículos que publicó en cientos de periódicos, en todos sus sueños, compartió su deseo de hacer de este un mundo, un espacio digno de ser experimentado y vivido.

En su obra, Galeano deja la marca de una impronta. Lanza la palabra contra el olvido que deja la historia oficial, que todo lo degrada. Desde su primer libro: “Los días siguientes y Mujeres”, hasta «El descubrimiento de América que todavía no fue», «Nosotros decimos no», «Palabras: antología personal y Espejos”, no cesa de resistir al poder de los peores, las explotaciones y genocidios a repetición.

Hago mención a su obra más mentada y replicada en el mundo: «Las venas abiertas de América Latina», publicado años en 1971, prohibido por las infectas dictaduras cívico-militares de Uruguay, Chile y Argentina…el libro que el presidente Hugo Chávez obsequia a Barak Obama durante la V Cumbre de las Américas, en abril de 2009.

No me olvido de la inolvidable trilogía «Memoria del fuego» (Los nacimientos, Las caras y las máscaras y El siglo del viento), escrita y publicada, durante su exilio en Barcelona, donde tuve el placer, de conocerle.

Fue un gran espectador de la vida, un «escuchador» como él se definía, un exiliado político. Salió de Uruguay después de haber sido encarcelado por la dictadura, para intentar vivir en Argentina, de donde nuevamente tuvo que partir apresuradamente, con destino a España porque su nombre figuraba en una lista de condenados por la dictadura de Videla.

Al regresar a Uruguay en 1985, funda el semanario Brecha, publicación que en 2010 creó el Premio Memoria del Fuego, otorgado al cantante y poeta catalán Joan Manuel Serrat, como primer galardonado.

Eduardo Galeano obtuvo el premio Stig Dagerman, y a lo largo de su vida, huelga decir, recibió varios doctorados Honoris Causa por parte de universidades de Cuba, El Salvador, México y Argentina.

Siempre habló de y para los jóvenes, de y para los indígenas, en contra de los narcoestados, de las traiciones y pactos expúreos, propiciados por el neoliberalismo, en favor de la ecología y la justicia como horror ejemplar. Habló contra el olvido, entre la pausa y la espera de un tiempo a vivir.

Uno de sus últimos textos, dedicado a los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos, decía:

“Los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos.

Siempre del lado de los pueblos hambreados, explotados, indignados, su compromiso con los indigentes, lo lleva a Chiapas, de ese modo se asimila al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, experiencia escrita en un discurso: Una marcha universal el 10 de marzo de 2001.

Eduardo Galeano, es memoria y recuerdo, de nuestras identidades, las cuales pareciera siguen siendo las del anonimato de nuestra identidad cultural, tan degradada.

Nos deja una lección, a todos los que amamos esta tierra, de emigrantes trashumantes, en búsqueda de de un lugar donde dejar nuestros legados y la herencia de preguntas y perplejidades, aún irresueltas.

Eduardo Galeano, nos deja un legado, cifrado en la memoria, para aprender las lecciones de un pasado, que nunca termina de estar presente, y que el poder político neoliberal, impone un olvido por decreto, de todas las aberraciones, que supo esta tierra suramericana soportar…y seguir haciéndolo.

Galeano, eres un fundador de memorias, contra el olvido y la las diversas ignorancias.

Rebelión / COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015

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7) LOS NINGUNEADOS PERDIERON A SU MEJOR CRONISTA
Por Raúl Zibechi

Quien escucha los latidos de abajo acoge sus dolores, comparte sus risas y llantos; quien se esfuerza por entenderlos sin interpretarlos, por aceptarlos sin juzgarlos, puede ganarse un lugar en los corazones de abajo. Eduardo Galeano recorrió las más diversas geografías latinoamericanas en trenes, a lomo de mula y a pie, des- plazándose en los mismos medios que los abajos. No buscaba mimetizarse, sino algo mayor: sentir en su piel los sentires de otros y otras para hacerlos vivir en sus textos, para ayudarlos a salir del anonimato.

Eduardo fue un hombre sencillo, comprometido con la gente común, con los nadies, con los oprimidos. El suyo fue un compromiso con la gente de carne y hueso, con hombres y mujeres vivientes y sufrientes; mucho más profundo que la adhesión a ideologías que siempre pueden ser maleadas según los intereses del momento. Los dolores de abajo, nos enseñó, no pueden ser negociados ni representados, ni siquiera explicados por el mejor escritor. Lo mismo vale parar sus esperanzas.

Entre sus muchas enseñanzas, es necesario rescatar su puntilloso apego a la verdad. Pero esas verdades las encontraba lejos del mundanal ruido de los medios, en los ojos hambrientos de la niña india, en los pies tajeados de los campesinos, en la sonrisa cándida de las vendedoras, allí donde los ninguneados dicen sus verdades de todos los días, sin testigos.

Nunca tuvo la menor duda en apuntar hacia los responsables de la pobreza y el hambre. Como aquellas crónicas sobre la crisis de la industria uruguaya, cuando con apenas 20 años era el jefe de redacción del semanario Marcha, uno de los primeros y mayores exponentes de la prensa crítica y comprometida. En ellas denunciaba a los poderosos con nombres, apellidos y propiedades. Sin vueltas. Porque, como le gustaba decir, los medios emputecen las palabras.

Pero fueron sus reportajes sobre las luchas y resistencias de los abajos los que dejaron huella temprana, indeleble. Como aquella que tituló: De la rebeldía en adelante, en marzo de 1964, relatando la segunda marcha cañera (trabajadores de la caña de azúcar). Su mirada se detenía en los más de 90 niños que la integraban, en doña Marculina Piñeiro, tan vieja que había olvidado su edad, por la que parecía sentir especial admiración. Querían ganarnos por hambre. Pero por hambre, qué íbamos a perder. Estamos acostumbrados, nosotros, le dijo la mujer, madre y nieta de cañeros.

Su pluma daba forma a la vida cotidiana de los desheredados, pero no se conformaba con retratar su dolor. Se afanaba en pintar –de vivos colores– la dignidad de sus pasos, la rabia capaz de sobreponerse a la represión y las torturas. En primer lugar aparecían, siempre y en cada una de sus notas, la gente que encarnaba sufri-mientos y resistencias. Tal vez porque estaba obsesionado por la indiferencia de los más, a la que consideraba un estilo de vida cuyo cascarón debíamos destruir, que para eso escribía sus artículos.

Entre los muchos homenajes que recibió en vida, tuvo el privilegio de que el maestro de la escuelita zapatista José Luis Solís López adoptara Galeano como seudónimo. Es muy probable que el maestro no se refe-renciara en el escritor. En todo caso, Eduardo y el zapatismo se conocieron y reconocieron enseguida. Como si toda la vida se hubieran estado esperando. No los convocó un programa ni una tabla de demandas, sino la ética de estar-siendo, abajo y a la izquierda.

Eduardo Galeano estuvo en La Realidad en agosto de 1996. Participó en una de las mesas del Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo. Habló poco, fue claro y dijo mucho. En aquellos días, y en muchos más, sembró Galeanos, contagió Galeanos, que ahora caminan Galeanos enarbolando su digna y Galeana rabia. Los ninguneados de siempre lo llevan en sus corazones.

La jornada / COMCOSUR INFORMA No. 1627 – 14/04/2015
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