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RECUPERAR EL DEBATE ESTRATÉGICO

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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL

REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS

AÑO 14 – Nº 662 / Lunes 10 de Marzo de 2014

Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares

COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR

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HOY:

1) Derechas con look de izquierda

2) Recuperar el debate estratégico

3) Ucrania: los neonazis al poder

4) Instrumentos “made in USA” de la sedición en Venezuela

5) Sudáfrica, ¿dónde queda la promesa de la libertad?

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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que

niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo

hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese

monopolio es central.” Emir Sader

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1) Derechas con look de izquierda

Disputa por la opinión pública

Raúl Zibechi (Brecha)

Las manifestaciones de masas promovidas por las derechas en los más
diversos países, Ucrania incluida, muestran su capacidad para
apropiarse de símbolos que antes desdeñaba, introduciendo confusión
en filas izquierdistas.

El 17 de febrero de 2003 Patrick Tyler reflexionaba sobre lo que
estaba sucediendo en las calles del mundo en una columna de The New
York Times: “Las enormes manifestaciones contra la guerra en todo el
mundo este fin de semana son un recordatorio de que todavía puede
haber dos superpotencias en el planeta: Estados Unidos y la opinión
pública mundial”.

“Mira a tu alrededor y verás un mundo en ebullición”, escribe el
estadounidense Tom Engelhardt, editor de la página tomdispatch. Diez
años después del célebre artículo del Times, que dio la vuelta al
globo en ancas del movimiento contra la guerra, no hay casi rincón
del mundo donde no exista ebullición popular, en particular desde la
crisis de 2008.

Se podrían enumerar: la “primavera” que derribó dictadores y
recorrió buena parte del mundo árabe; Occupy Wall Street, el mayor
movimiento crítico desde los sesenta en Estados Unidos; los
indignados griegos y españoles que cabalgan sobre los desastres
sociales provocados por la megaespeculación. En estos mismos
momentos, Ucrania, Siria, Sudán del Sur, Tailandia, Bosnia, Turquía
y Venezuela están siendo afectados por protestas, movilizaciones y
acciones de calle del más diverso signo.

Incluso países que hacía décadas que no conocían protestas
sociales, como Brasil, donde se aguardan manifestaciones durante el
Mundial luego de que 350 ciudades vieran cómo el desasosiego ganaba
las calles. En Chile se ha instalado un potente movimiento estudiantil
que no muestra signos de agotamiento, y en Perú el conflicto en torno
a la minería lleva más de un lustro sin amainar.

Cuando la opinión pública tiene la fuerza de una superpotencia, los
gobiernos se han propuesto entenderla para cabalgarla, manejarla,
reconducirla hacia lugares que sean más manejables que la
conflagración callejera, conscientes de que la represión por sí
sola no consigue gran cosa. Por eso, los saberes que antes eran
monopolio de las izquierdas, desde los partidos hasta los sindicatos y
movimientos sociales, hoy encuentran competidores capaces de mover
masas pero con fines opuestos a aquéllos.

ESTILO MILITANTE

Desde el 20 hasta el 26 de marzo de 2010 se realizó en Colonia un
Campamento Latinoamericano de Jóvenes Activistas Sociales, en cuya
convocatoria se prometía “un espacio de intercambio horizontal”
para trabajar por “una Latinoamérica más justa y solidaria”. Del
centenar largo de activistas que acudieron ninguno sospechaba de
dónde habían salido los recursos para pagar viajes y estadías, ni
quiénes eran en realidad los convocantes. Un joven militante se
dedicó a investigar quiénes eran los Jóvenes Activistas Sociales
que organizaban un encuentro participativo para “comenzar a
construir una memoria viva de las experiencias de activismo social en
la región; aprender de las dificultades, identificar buenas
prácticas locales aprovechables a nivel regional, y maximizar el
alcance de la creatividad y el compromiso de sus protagonistas”.

El resultado de su investigación en las páginas web le permitió
averiguar que el campamento contó con el auspicio del Open Society
Institute de George Soros y de instituciones relacionadas. La sorpresa
fue mayúscula porque en el campamento se realizaban reuniones en
ronda, fogones y trabajos colectivos con papelógrafos, con fondo de
whipalas y otras banderas indígenas. Decorado y estilos que hacían
recordar a los foros sociales y a tantas actividades militantes de
izquierda. Algunos de los talleres empleaban métodos idénticos a los
de la educación popular de Paulo Freire que, habitualmente, suelen
utilizar los movimientos antisistémicos.

Lo cierto es que unos cuantos militantes fueron usados
“democráticamente”, porque todos aseguraron que pudieron expresar
libremente sus opiniones, aun con objetivos opuestos a la
convocatoria. Este aprendizaje de la fundación de Soros fue aplicado
en varias ex repúblicas soviéticas, durante la “revuelta” en
Kirguistán en 2010 y en la revolución naranja en Ucrania en 2004.

Ciertamente, muchas fundaciones y las más diversas instituciones
envían fondos e instructores a grupos afines para que se movilicen y
trabajen para derribar gobiernos opuestos a Washington. En el caso de
Venezuela, han sido denunciadas en varias oportunidades agencias como
el Fondo Nacional para la Democracia, creada por el Congreso de
Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan. O la española
Fundación de Análisis y Estudios Sociales orientada por el ex
presidente José María Aznar.

Ahora estamos ante una realidad más compleja: cómo el arte de la
movilización callejera, sobre todo la orientada a derribar gobiernos,
ha sido aprendido por fuerzas conservadoras.

EL ARTE DE LA CONFUSIÓN

El periodista Rafael Poch describe el despliegue de fuerzas en la
plaza Maidan de Kiev: “En sus momentos más masivos ha congregado a
unas 70 mil personas en esta ciudad de 4 millones de habitantes. Entre
ellas hay una minoría de varios miles, quizá 4 o 5 mil, equipados
con cascos, barras, escudos y bates para enfrentarse a la policía. Y
dentro de ese colectivo hay un núcleo duro de quizás 1.000 o 1.500
personas puramente paramilitar, dispuestos a morir y matar, lo que
representa otra categoría. Este núcleo duro ha hecho uso de armas de
fuego” (La Vanguardia, 25-II-14).

Esta disposición de fuerzas para el combate de calles no es nueva. A
lo largo de la historia ha sido utilizada por fuerzas disímiles,
antagónicas, para conseguir objetivos también opuestos. El
dispositivo que hemos observado en Ucrania se repite parcialmente en
Venezuela, donde grupos armados se cobijan en manifestaciones más o
menos importantes generando situaciones de ingobernabilidad y caos en
pro de conseguir su objetivo, derribar al gobierno.

La derecha ha sacado lecciones de la vasta experiencia insurreccional
de la clase obrera, principalmente europea, y de los levantamientos
populares que se sucedieron en América Latina desde el Caracazo de
1989. Un estudio comparativo de ambos momentos debería dar cuenta de
las enormes diferencias entre las insurrecciones obreras de las
primeras décadas del siglo xx, dirigidas por partidos y sólidamente
organizadas, y los levantamientos de los sectores populares de los
últimos años del siglo.

En todo caso, las derechas han sido capaces de crear un dispositivo
“popular” como el que describe Rafael Poch para desestabilizar
gobiernos populares, dando la impresión de que se está ante
movilizaciones legítimas que terminan derribando gobiernos
ilegítimos, aunque éstos hayan sido elegidos y mantengan el apoyo de
sectores importantes de la población. En este punto, la confusión es
un arte tan decisivo como el arte de la insurrección que otrora
dominaron los revolucionarios.

MONTARSE EN LA OLA

Un arte muy similar es el que mostraron los grupos conservadores en
Brasil durante las manifestaciones de junio pasado. Mientras las
primeras marchas casi no fueron cubiertas por los medios, salvo para
destacar el “vandalismo” de los manifestantes, a partir del día
13, cuando cientos de miles ganaron las calles, se produjo una
inflexión.

Las manifestaciones ganan los titulares pero se produce lo que la
socióloga brasileña Silvia Viana define como una “reconstrucción
de la narrativa” hacia otros fines. El tema del precio del pasaje
–el motivo original de las marchas– pasa a un segundo lugar, se
destacan las banderas de Brasil y el lema “Abajo la corrupción”,
que al principio no figuraban (Le Monde Diplomatique, 21-VI-13). Los
medios masivos también ignoraron a los movimientos convocantes y
colocaron en su lugar a las redes sociales, llegando a criminalizar a
los sectores más militantes por su supuesta violencia, mientras la
violencia policial quedaba en segundo plano.

De ese modo la derecha, que en Brasil no tiene capacidad de
movilización, intentó apropiarse de manifestaciones cuyos objetivos
(la denuncia de la especulación inmobiliaria y de las megaobras para
el Mundial) estaba lejos de compartir. “Es claro que no hay lucha
política sin disputa por símbolos”, asegura Viana. En esa disputa
simbólica la derecha, que ahora engalana sus golpes como “defensa
de la democracia”, aprendió más rápido que sus oponentes.

LUNES 10 DE MARZO DE 2014 – COMCOSUR

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2) Recuperar el debate estratégico

Raúl Zibechi (La Jornada)

Parece evidente que estamos ante un recodo de la historia. Lo que
suceda en los próximos años, sumado a lo que ya está sucediendo,
tendrá efectos de largo plazo. Lo que hagamos, o lo que dejemos de
hacer, va a tener alguna influencia en el destino inmediato de
nuestras sociedades. Sabemos que es necesario actuar, pero no está
claro que seamos capaces de hacerlo en la dirección adecuada.

Los recientes sucesos en Ucrania y Venezuela intensificaron la
sensación de que estamos ante momentos decisivos. Esta coyuntura
devela que la violencia jugará un papel decisivo en la definición de
nuestro futuro. Guerra entre estados, lucha entre clases, conflictos
violentos entre los más diversos grupos, desde pandillas hasta
organizaciones de narcotraficantes. Como sucedió en otros periodos de
la historia, la violencia empieza a decidir coyunturas y crisis.

La violencia no es la solución, y cuanto más tiempo podamos
aplazarla, tanto mejor. «Sin violencia no podemos lograr nada. Pero la
violencia, por muy terapéutica y eficaz que sea, no resuelve nada»,
escribió Immanuel Wallerstein en el prefacio del libro de Frantz
Fanon Piel negra, máscaras blancas (Akal, 2009). Estar preparados
para la violencia, pero subordinarla al objetivo del cambio social, es
parte de los debates estratégicos necesarios.

Menciono la cuestión de la violencia porque de eso se trata en
Venezuela y en Ucrania, en Bosnia, Sudán del Sur, Siria y cada vez
más lugares. Nos guste o no, los conflictos no se están resolviendo
en las urnas, sino en las calles y en las barricadas, mediante artes
insurreccionales que las derechas están aprendiendo a utilizar para
sus fines, apoyadas por las grandes potencias occidentales, Estados
Unidos y Francia en lugar muy destacado. La llamada democracia
languidece y tiende a desaparecer.

No me canso de leer y reproducir la visión que trasmitió el
periodista Rafael Poch de la plaza Maidán de Kiev: «En sus momentos
más masivos ha congregado a unas 70 mil personas en esta ciudad de 4
millones de habitantes. Entre ellos hay una minoría de varios miles,
quizá cuatro o cinco mil, equipados con cascos, barras, escudos y
bates para enfrentarse a la policía. Y dentro de ese colectivo hay un
núcleo duro de quizás mil o mil 500 personas puramente paramilitar,
dispuestos a morir y matar, lo que representa otra categoría. Este
núcleo duro ha hecho uso de armas de fuego» (La Vanguardia, 25/2/14).

Multitudes protestando y pequeños núcleos decididos y organizados
enfrentándose a los aparatos estatales a los que suelen desbordar. Lo
consiguen por tres motivos: porque hay decenas de miles en las calles
que representan el sentir de una parte de la sociedad, que legitima la
protesta; porque hay una «vanguardia» a menudo entrenada y financiada
desde fuera, y porque el régimen no está en condiciones de
reprimirlos, ya sea por debilidad, falta de convicción o porque no
tiene un plan para el día siguiente.

Que las derechas hayan fotocopiado las formas de hacer de los
revolucionarios y las utilicen para sus fines, y que cuenten con
abundante apoyo del imperialismo, no hace a la cuestión central:
¿cómo enfrentar situaciones en las que el Estado es desbordado,
neutralizado o usado contra los de abajo?

Mi primera hipótesis es que las fuerzas antisistémicas no estamos
preparadas para actuar sin el paraguas estatal. Casi todos los
gobiernos progresistas del continente fueron posibles gracias a la
acción directa en las calles, pagando un alto precio por poner el
cuerpo a las balas, pero esa dinámica queda demasiado lejos y ya no
es patrimonio de los movimientos. Poner el cuerpo dejó de ser el
sentido común de la protesta, sobre todo desde que reapareció el
escudo estatal con los gobiernos progresistas.

La segunda es que la confianza en el Estado paraliza y desarma
moralmente a las fuerzas antisistémicas. A mi modo de ver, la peor
consecuencia de esta confianza es que hemos desarmado nuestras viejas
estrategias. Este punto tiene dos pliegues: por un lado, no está
claro por qué mundo luchamos, toda vez que el socialismo estatista
dejó de ser proyección de futuro. Por otro, porque no está a debate
si nos afiliamos a las tesis insurreccionales o a la guerra popular
prolongada, o sea a las tipologías europea y tercermundista de la
revolución.

No quiero detenerme en la cuestión electoral porque no la considero
una estrategia para cambiar el mundo, ni siquiera un modo de acumular
fuerzas. Entiendo que hay gobiernos mejores y peores, pero no podemos
tomar en serio el camino electoral como una estrategia revolucionaria.
En suma, no estamos debatiendo el cómo. En tanto, las derechas sí
tienen estrategias, en las que lo electoral juega un papel decorativo.

Entre la insurrección y la guerra popular, el zapatismo inaugura un
nuevo camino, que combina la construcción de poderes no estatales
defendidos armas en mano por las comunidades y bases de apoyo, con la
construcción de un mundo nuevo y diferente en los territorios que
esos poderes controlan.

Puede argumentarse que se trata de una variable de la guerra popular
esbozada por Mao y Ho Chi Minh. No lo veo de esa manera, más allá de
alguna similitud formal. Creo que la innovación radical del zapatismo
no puede comprenderse sin asimilar la rica experiencia del movimiento
indígena y del feminismo, en un punto crucial: no luchan por la
hegemonía, no quieren imponer sus modos de hacer. Hacen; y que los
demás decidan si acompañan o no.

En este argumento hay una trampa. No se puede «luchar por la
hegemonía» porque sería trasmutarla en dominación, algo que las
revoluciones triunfantes olvidaron muy pronto. La hegemonía se
consigue «naturalmente», por usar un término afín a Marx: por
contagio, empatía o resonancia, con modos de hacer que convencen y
entusiasman. Me parece que recuperar el debate estratégico es más
importante para cambiar el mundo que la enésima denuncia contra el
imperialismo. Que sigue siendo necesario firmar manifiestos, pero no
alcanza.

LUNES 10 DE MARZO DE 2014 – COMCOSUR

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3) Ucrania: los neonazis al poder

La extrema derecha se afianza en el nuevo Gobierno prooccidental de
Ucrania

Rafael Poch (La Vanguardia)

El movimiento radical Svoboda tiene un viceprimer ministro y tres
ministros | El partido, además de ser ultraderechista, tiene impulsos
antisemitas, pero la UE lo apoya

Es lo que se llama un armario; más ancho que alto, rostro de adoquín
y sobre los cien kilos de peso. Poca broma con Aleksandr Muzichkovo,
uno de los líderes del Pravy Sektor (Sector de derechas). Su mera
presencia intimida. Con su uniforme de camuflaje, a Muzichkovo se le
ha visto poner orden en la fiscalía de Rovno. Agarró por la corbata
a la primera autoridad judicial de la región, un hombre joven y más
bien frágil que no osa replicar la oleada de insultos que le dedica
el ultraderechista, lo zarandea, lo hace sentar, se excita mientras
continua insultando, le da una colleja. A su alrededor nadie osa abrir
la boca.

La escena se repite ante la cámara parlamentaria de la región.
Preside Muzichkovo. Sobre la mesa un fusil kalashnikov. El ultra
pregunta en tono amenazante, “¿Alguien quiere quitarme el fusil?,
¿alguien quiere quitarme el cuchillo?, atrévanse”. Nadie se mueve.

“Pravy Sektor” se fundó hace muy poco, justo un mes antes de que
comenzaran las protestas en Kíev. Agrupó en una especie de frente
popular “antisistema” a varios de los grupos neonazis,
ultraderechistas y nacionalistas radicales que se reclaman de la
tradición de Stepán Bandera (1909-1959) y su organización armada
insurgente (UPA) que luchó contra el NKVD de Stalin, colaboró con
los nazis engrosando la división “Galitzia” de las SS cuando
estos invadieron la URSS en 1941 y acabó luchando un poco contra
todos; los comunistas, los alemanes y la Armia Krajowa polaca, antes
de ser recuperado por la CIA que lo sostuvo con armas y dinero hasta
1959, cuando Bandera fue asesinado en Munich por agentes de Stalin con
una bala de cianuro.

Bandera tiene hoy monumentos en Ucrania Occidental, donde su memoria
goza de cierta base popular, pero se le considera una figura negativa
en la mayor parte del resto del país, donde a los fachas se les
designa con el nombre genérico de “banderovski”.

Junto con el partido Svoboda, Pravy Sektor y los banderovski en
general, fueron la fuerza de choque paramilitar decisiva para mantener
a lo largo de tres meses el pulso con la policía en Kíev. Sin ellos
no habría sido posible acabar derrocando el tambaleante gobierno de
Viktor Yanukovich. Mientras oficialmente Washington y Berlín apoyaban
a líderes con corbata como el actual primer ministro Yatseniuk o el
ex boxeador Klichkó, otras fuerzas occidentales potenciaron como mano
de obra al sector ultra. Dinero y canales de servicios secretos
actuaron en Kíev de la misma forma en que lo hicieron en otras
“revoluciones” contra adversarios. El resultado ha sido la
aparición en la capital de Ucrania de un gobierno, que, sin poder ser
reducido a una galería de radicales de derecha, contiene una muestra
notable de ellos.

Al líder de Pravy Sektor, Dmitri Yarosh, nacido hace 42 años en una
ciudad que lleva el nombre del primer policía bolchevique
(Dneproderzhinsk), el 26 de febrero el nuevo régimen le ofreció el
cargo de vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), el
órgano que supervisa servicios secretos, ministerio del interior y
ejército. Yarosh lo rechazó.

El responsable del CSN es Andri Parubi, oriundo de Galitzia. Parubi
fue el “Comandante de la Autodefensa del Maidán”, es decir la
persona que, más o menos, coordinaba el dispositivo paramilitar de la
revuelta. Parubi fue el fundador del Partido Socialista-Nacionalista
de Ucrania (SNPU), formación de estricta sonoridad neonazi con
contactos internacionales neonazis en toda Europa y cierta base entre
la juventud de Lvov, capital de Galitzia. En 2004 el partido se
transformó en el movimiento “Svoboda” (Libertad). Un año
después Parubi fundó un nuevo partido y en 2012 ingresó en
“Batkivshina”, el partido de la ex primera ministra encarcelada
por corrupción, Yulia Timoshenko.

En medios progubernamentales de Kíev se suele decir que “Svoboda”
“cambió mucho en los últimos años”. Es verdad que en 2006 los
radicales del SNPU se escindieron (hoy muchos de ellos están en
“Pravy Sektor”), pero reducir ese partido a “nacionalistas
radicales”, como ha venido haciendo la prensa anglosajona más
influyente en esta crisis, es ingenuo.

Cuatro años después de que los radicales del SNPU se fueran, el
líder de “Svoboda”, Oleg Tiagnibok, calificó de héroe a Iván
(John) Demianiuk, uno de los matarifes ucranianos del campo de
exterminio nazi de Sobibor, extraditado y juzgado en Alemania poco
antes de morir. Tiagnibok calificó al gobierno de Ucrania como una
“mafia ruso-judía” y hace cuatro años un documento programático
de su partido llamaba a “abolir el parlamentarismo, prohibir todos
los partidos políticos, nacionalizar la industria y los medios de
comunicación, limpiar por completo la administración, el ejército y
la educación, especialmente en el Este y liquidar físicamente a
todos los intelectuales ruso-parlantes y ucrainófobos”. Los
ministros europeos, como el alemán Frank Walter Steinmeier, se han
fotografiado estrechando la mano de Tiagnibok, que en los últimos
años fue recibido en varias ocasiones por el embajador alemán en
Kiev. En 2013 el Congreso Mundial Judío pidió la ilegalización de
“Svoboda”.

En el actual gobierno de Kíev “Svoboda” tiene hoy tres ministros
(ecología, agricultura y educación), además del viceprimer
ministro, el número dos del gobierno, Aleksandr Sich, el fiscal
general, Oleg Majnitski, y por lo menos seis gobernadores de
provincias.

La simple realidad es que el conglomerado radical que fue decisivo
para poner en Kíev un gobierno pro-occidental, mediando episodios
como la masacre de manifestantes y policías a cargo de oscuros
francotiradores la víspera del derrumbe de la anterior
administración, tiene hoy un poder real en este país. Por primera
vez desde 1945 un sector claramente ultraderechista y con impulsos
antisemitas controla importantes parcelas de poder en un gobierno
europeo bendecido por la Unión Europea.

Entrevista con el líder de los neonazis de Odesa, Ivan Vishiti

«La ayuda que nos brinda Europa es impagable»

El líder de los neonazis de Odesa es un chaval de 17 años llamado
Ivan Vishiti. Trabaja en el puerto como estibador y tiene esa pinta de
skin-head tan común entre la juventud de hoy. Es un tipo fibroso y
ligero. Llega a la cita con quince minutos de retraso porque sus
compañeros han rastreado antes el lugar para comprobar que el
periodista viene solo y que no se trata de una celada para zurrarle.

Sus adversarios del «Moledintsvo» (juventud unida), «separatistas»,
dice, «son muy agresivos». Junto a sus compañeros de Odesa, Vishiti
participó en el Maidán de Kiev, donde «Pravy Sektor» (Sector de
derechas), su organización, y los camaradas de «Svoboda», de
ideología parecida y ahora con seis ministros en el gobierno,
formaban la fuerza paramilitar de choque de la protesta. Vishiti Se
esfuerza por parecer moderado y prefiere no responder a preguntas
demasiado «políticas»: los jefes en Kíev, «se pueden enfadar si meto
la pata», explica. Prefiere no comentar el anuncio que la dirección
de su partido ha hecho hoy en Kíev acerca de «llevar la lucha a
Moscú». Extraoficialmente dice que con quienes tienen afinidad
internacional es con los griegos de la «Aurora Dorada».

P-¿Desde cuándo existe en Odesa el «Pravy Sektor» y cuantos
activistas tiene?

R-Se fundó en febrero. Somos suficientes para contrarrestar cualquier
acción o provocación de las organizaciones rusas separatistas.

P-¿Cuál es su programa y proyecto para Ucrania?

R-Completa limpieza de la sociedad y del gobierno.
Nacionalización…, los valores generales comunes: remontar los
valores morales, sociales, y naturalmente armar a nuestro pueblo
porque está en marcha un genocidio a través del alcohol, las
drogas…

P-¿Qué quiere decir «limpieza de la sociedad»?

R-Quiero decir limpieza del gobierno…., cambio completo del sistema
de poder.

P-¿Cuál es su posición ante la Unión Europea y la OTAN?

R-Ucrania se ha revelado como un Estado bastante independiente. Si
podemos desarrollarnos autónomamente, eso sería lo mejor. La ayuda
que nos brinda Europa es impagable, pero si podemos ir por nosotros
mismos, mejor.

P- ¿Y la OTAN?

R-El apoyo de la OTAN es un factor muy serio para disuadir al agresor,
es decir Rusia.

P- Crimea, ¿qué hacer?

R-Todo lo que tiene que ver con la política debe resolverse
políticamente, pero en cuanto comience el enfrentamiento militar
daremos una respuesta seria y adecuada a los soldados rusos.

P-En Ucrania, y especialmente en Odesa hay mucha población rusa,
judía, etc., ¿qué hacer con ellos?

R-No consideramos enemigos a los armenios o judíos que luchan por
Ucrania. Son peores los que traicionan a Ucrania por diez céntimos.

LUNES 10 DE MARZO DE 2014 – COMCOSUR

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4) Instrumentos “made in USA” de la sedición en Venezuela

Atilio Boron (Alai)

Si hay una pregunta que resulta ociosa –