1) 2015, un año crítico y turbulento
2) Impasses de los gobiernos progresistas
3) El lulismo: cambio sin revolución
4) «El pueblo haitiano está harto porque lo han martirizado de mil maneras»
5) La “otra” insurgencia de Pakistán también combate al EI
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 14 / Nº 703 / Lunes 29 de Diciembre de 2014 / REVISTA SEMANAL DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares / Apoyo técnico: Carlos Dárdano / COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR /
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) 2015, un año crítico y turbulento
Raúl Zibechi (La Jornada)
El 2014 termina con la decisión de Barack Obama de restablecer relaciones con Cuba, luego de medio siglo de bloqueo y ataques a la soberanía de la isla. La alegría que suscita la noticia debe matizarse. El acercamiento se produce en el momento en que Estados Unidos muestra marcadas tendencias hacia la provocación de conflictos y guerras, como parte de estrategia de crear caos sistémico para seguir dominando.
El año que finaliza fue uno de los más tensos e intensos, ya que la Casa Blanca desplegó un conjunto de iniciativas que pueden llevar a la guerra entre países que poseen armas atómicas. El caso más crítico es el de Ucrania. Washington pergeñó un golpe de Estado en la frontera de Rusia, con la intención de convertir a Ucrania en plataforma para la desestabilización y, eventualmente, la agresión militar contra Rusia. La estrategia estadunidense se orienta a establecer un cerco militar, económico y político a Rusia, para impedir todo acercamiento con la Unión Europea.
Entre los hechos más graves de 2014, debemos recordar que Estados Unidos no movió un dedo para impedir los bombardeos indiscriminados de Israel sobre la Franja de Gaza. La política de la Casa Blanca en Medio Oriente es de una hipocresía alarmante. Avaló unas elecciones más que dudosas en Egipto, luego de un golpe de Estado contra el primer gobierno democrático, que llevaron a su incondicional aliado Albdelfatah Al-Sisi al poder.
La situación caótica que atraviesan Siria, Sudán, Irak y Libia es una muestra clara de que se ha diseñado una «estrategia del caos», como vienen denunciando varios analistas, como medio para rediseñar las relaciones de poder a su favor. Siguen siendo un misterio cómo las poderosas fuerzas militares occidentales no pueden abatir al Estado Islámico, haciendo crecer las sospechas de que la organización terrorista trabaja en la misma estrategia que impulsa el Pentágono.
En América Latina, llama la atención el silencio de la administración Obama sobre las masacres en México. Por mucho menos, funcionarios del gobierno de Venezuela están siendo denunciados y perseguidos por la Casa Blanca.
No deja de llamar la atención que la nueva escalada contra el gobierno de Nicolás Maduro sea simultánea con el acercamiento a Cuba. Parece obligado preguntarse: ¿qué intenciones abriga Estados Unidos con esta nueva política hacia la isla?
Es evidente que no hay una política estadunidense hacia Venezuela y otra hacia Cuba, o hacia México. El objetivo es el mismo: seguir imperando en el Caribe, en Centroamérica, México y todo el norte de Sudamérica, el área donde Estados Unidos no admite desafíos. Para evitarlo, todo vale. La guerra contra los sectores populares en México (con la excusa del narco) fue diseñada para impedir un levantamiento popular, que era posible en los primeros años del nuevo siglo.
Pero en México, Estados Unidos puede contar con una «clase política»entrenada y financiada por ellos, fiel y sumisa. Algo con lo que no pueden contar en Venezuela (donde la oposición no tiene ni la cohesión ni la capacidad como para dirigir el país), mucho menos en Cuba, donde los cuadros técnicos y políticos no son manejables por las agencias del imperio.
En Venezuela se está apostando fuerte por el caos, como se desprende del tipo de acciones llevadas adelante en los primeros meses de este año por los sectores más radicalizados de la oposición. Es probable que intenten llevar la estrategia del caos en Cuba, con todo lo que implica: desde la introducción de la cultura capitalista (en particular consumismo y drogas) hasta las formas venales de la democracia electoral al uso en occidente.
Al parecer, porque aún es pronto para saber si la Casa Blanca está promoviendo un viraje en su política exterior, existe la intención de jerarquizar el papel de América Latina. El análisis del Diario del Pueblo, apunta en esa dirección. «La estrategia de Estados Unidos de influir en la zona Asia-Pacífico fue una decisión trasnochada y ya se han dado cuenta. Ahora Estados Unidos mueve sus piezas hacia otros derroteros. La normalización de las relaciones con Cuba intenta eliminar la gran piedra para su activa participación en los asuntos de América Latina, y desliza una discreta adecuación en su fallida estrategia de regresar a Asia-Pacífico»( Diario del Pueblo, 19 de diciembre de 2014).
Es cierto que Obama en su alocución hizo referencia a que la política hacia Cuba distanció a Estados Unidos de la región y limitó las posibilidades de impulsar cambios en la isla. «A través de Cuba, simbólicamente, Estados Unidos enfatiza su interés por la comunidad americana», concluye el diario oficialista chino.
Si es cierto que la potencia apunta sus baterías hacia América, estaríamos ante un viraje de proporciones a la vez que se estaría evidenciando la escasa consistencia de su política exterior, que desde 1945 estuvo focalizada en Medio Oriente y en los dos últimos años se propuso bascular hacia Asia-Pacífico.
En todo caso, los latinoamericanos estamos ante problemas nuevos. En los últimos años el «poder blando» de Estados Unidos provocó dos golpes de Estado exitosos (Honduras y Paraguay), una guerra de alta intensidad contra un pueblo (México), puso en jaque la gobernabilidad en varios países (Venezuela y en menor medida Argentina) y ahora la emprende contra la mayor empresa del continente (la brasileña Petrobras). Es cierto, todo hay que decirlo, que la incompetencia de algunos gobiernos les facilita la tarea.
Todo indica que 2015 será un año difícil, en el cual las tendencias hacia la guerra, la desestabilización y el caos sistémico crecerán de forma probablemente exponencial. Esto va a afectar a los gobiernos conservadores y a los progresistas, entre los cuales hay cada vez menos diferencias. Para los movimientos de los de abajo y para quienes seguimos empeñados en acompañarlos, toca aprender a vivir y a resistir en escenarios de agudas tempestades. Es en ellas donde se forjan los verdaderos navegantes.
LUNES 29 DE DICIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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2) Impasses de los gobiernos progresistas
Frei Betto (Alai)
Predominan en América Latina, hoy, a mediados de la segunda década de este siglo XXI, los gobiernos democráticos populares. La mayoría fue electa por fuerzas de izquierda. De los jefes de Estado, cinco actuaron como guerrilleros bajo dictaduras: Dilma Rousseff, de Brasil; Raúl Castro, de Cuba; José Mujica, de Uruguay; Daniel Ortega, de Nicaragua; y Salvador Sánchez, de El Salvador.
Ahora, ser de izquierda no es un problema emocional o una mera adhesión a los conceptos formulados por Marx, Lenin o Trotsky. Es una opción ética, con fundamento racional. Opción que tiene como objetivo favorecer, en primer lugar, a los marginados y excluidos. Así que nadie es de izquierda por declararse como tal o por llenarse la boca de clichés ideológicos, sino por la praxis que ejercen en relación con los segmentos más pobres de la población.
En América Latina, los llamados gobiernos democrático-populares reflejan varias concepciones, y persiguen, en teoría, proyectos de sociedades alternativas al capitalismo. Transitan contradictoriamente entre políticas públicas dirigidas a segmentos de bajos ingresos y el sistema capitalista global, regido por la «mano invisible» del mercado.
Los gobiernos democrático-populares han provocado, de hecho, importantes cambios para mejorar la calidad de vida de amplios sectores sociales. Hoy en día, el 54% de la población latinoamericana vive en países regidos por gobiernos progresistas. Es un hecho inédito en la historia del continente. El otro 46%, unos 259 millones de personas, vive bajo gobiernos de derecha aliados a Estados Unidos e indiferentes a la agudización de la desigualdad social y la violencia.
Según Bernt Aasen, director regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, entre 2003 y 2011, más de 70 millones de personas salieron de la pobreza en el continente; la tasa de mortalidad de menores de 5 años se redujo en un 69% entre 1990 y 2013; la desnutrición crónica entre niños de 6 meses a 5 años disminuyó de 12,5 millones en 1990 a 6,3 millones de niños en 2011, la matrícula en la educación primaria aumentó de 87,6%, en 1991, al 95,3% en el año 2011.
Sin embargo, agrega, «nuestra región sigue siendo la más desigual del mundo, donde 82 millones de personas viven con menos de $ 2.50 por día; 21,8 millones de niños y adolescentes están fuera de la escuela o están en riesgo de abandonarla; 4 millones no fueron registrados al nacer y, por tanto, no existen oficialmente (…); y 564 niños menores de 5 años mueren cada día por causas evitables» (Cfr O Globo, 05.10.2014, p. 19).
Limitaciones
Desde un punto de vista histórico, es la primera vez que tantos gobiernos del continente se mantienen alejados de los dictados de la Casa Blanca. Y también es la primera vez que se crean articulaciones continentales y regionales (ALBA, CELAC, UNASUR, etc.) sin la presencia de Estados Unidos. Esto constituye una reducción de la influencia imperialista en América Latina, entendida como predominio de un Estado sobre otro.
Sin embargo, otra forma de imperialismo prevalece en América Latina: la dominación del capital financiero, centrado en la reproducción y concentración del gran capital, que se basa en el poder de sus países de origen para promover, desde los países de acogida, la exportación de capitales, bienes y tecnologías, y apropiarse de las riquezas naturales y el valor agregado.
Hubo un deslizamiento de la sumisión política a la sumisión económica. La fuerza de penetración y obtención de ganancias del gran capital no se redujo con los gobiernos progresistas, a pesar de las medidas regulatorias y cobro de impuestos adoptados en algunos de esos países. Si, de un lado, se avanza en la implementación de políticas públicas favorables a los más pobres, por otro, no se reduce el poder de expansión del gran capital.
Otra diferencia entre los gobiernos democrático-populares es que unos se atreven a promover cambios constitucionales, mientras que otros permanecen en los marcos institucionales y constitucionales de los gobiernos neoliberales que los precedieron, mientras se empeñan en conquistas sociales significativas, como la reducción de la pobreza y la desigualdad social.
Las fuerzas de izquierda de América Latina siguen centrando su atención en la ocupación del aparato del Estado. Luchan para que los sectores marginados y excluidos se incorporen a los marcos regulatorios de la ciudadanía (indígenas, sin tierra, sin techo, mujeres, recolectores de materiales reciclables, etc.). Los gobiernos y movimientos sociales se unen, especialmente durante los períodos electorales, para frenar las violentas reacciones de la clase dominante alejada del aparato estatal.
Sin embargo, es esta clase dominante la que mantiene el poder económico. Y por más que los inquilinos del poder político implementen medidas favorables para los más pobres, hay un escollo insalvable en el camino: todo modelo económico requiere de un modelo político coincidente con sus intereses. La autonomía de la esfera política en relación con la económica es siempre limitada.
Esta limitación impone a los gobiernos democrático-populares un arco de alianzas políticas, a menudo espurias, y con los sectores que, dentro del país, representan al gran capital nacional e internacional, lo que erosiona los principios y objetivos de las fuerzas de izquierda en el poder. Y lo que es más grave: esa izquierda no logra reducir la hegemonía ideológica de la derecha, que ejerce un amplio control sobre los medios de comunicación y el sistema simbólico de la cultura dominante.
Mientras que los gobiernos democrático-populares se sienten permanentemente acorralados por las ofensivas desestabilizadoras de la derecha, acusándola de intentar un golpe de Estado, ésta se siente segura al estar respaldada por los grandes medios de comunicación nacionales y globales, y por la incapacidad de la izquierda para crear medios alternativos suficientemente atractivos para conquistar los corazones y las mentes de la opinión pública.
El modelo neodesarrollista
El modelo económico imperante, gestionado por el gran capital y adoptado por los gobiernos progresistas, se orienta a aprovechar las ventajas de la «globalización» para exportar commodities y recursos naturales con el fin de recaudar dinero para financiar, a través de políticas públicas, el consumo de los sectores excluidos por la deuda social.
Aunque adopten una retórica progresista, los gobiernos democrático-populares no logran prescindir del capital transnacional que les asegura apoyo financiero, nuevas tecnologías y acceso a los mercados. Y para eso, el Estado debe participar como fuerte inversor de los intereses del capital privado, ya sea facilitando el crédito, mediante la exención de impuestos y la adopción de asociaciones público-privadas. Este es el modelo de desarrollo post-neoliberal predominante hoy en América Latina.
Este proceso exportador-extorsivo incluye recursos energéticos, hídricos, minerales y agrícolas, con la destrucción progresiva de la biodiversidad y del medio ambiente, y la entrega de tierras a los monocultivos anabolizados por agrotóxicos y transgénicos. El Estado invierte en la construcción de grandes obras de infraestructura para promover el flujo de bienes naturales mercantilizados, cuya facturación en divisas extranjeras rara vez regresa al país. Una gran parte de esta fortuna se aloja en los paraísos fiscales.
Esta es la contradicción que el modelo neodesarrollista, la verdad sea dicha, anula las diferencias estructurales entre los gobiernos de izquierda y derecha. Pues adoptar tal modelo es aceptar tácitamente la hegemonía capitalista, aunque sea con el pretexto de cambios «graduales», «realismo» o «humanización» del capitalismo. De hecho, es mera retórica de quien se rinde al modelo capitalista.
Si los gobiernos democrático-populares quieren reducir el poder del gran capital, no les queda otra vía que la intensa movilización de los movimientos sociales, ya que, en esta coyuntura, la vía revolucionaria está descartada, y, de hecho, sólo interesaría a dos sectores: a la extrema derecha y a los fabricantes de armas.
Sin embargo, si lo que se pretende es garantizar los intereses del gran capital, los gobiernos progresistas tendrán que adecuarse para, cada vez más, cooptar, controlar o criminalizar y reprimir a los movimientos sociales. Todo intento de equilibrio entre los dos polos es, de hecho, contraer nupcias con el capital y, al mismo tiempo, coquetear con los movimientos sociales en un intento de simplemente seducirlos y neutralizarlos.
Valores
¿Cómo tratan los gobiernos democráticos-populares los segmentos de la población beneficiados por las políticas sociales? Es innegable que los niveles de exclusión y miseria provocados por el neoliberalismo requieren de medidas urgentes, que no se limiten al mero asistencialismo. Porque tal asistencialismo se restringe al acceso a beneficios personales (bonos financieros, escuelas, atención médica, crédito preferente, subsidios a productos básicos, etc.), sin que esto se complemente con procesos pedagógicos de formación y organización políticas. De este modo, se crean reductos electorales, sin adhesión a un proyecto político alternativo al capitalismo.
Se dan beneficios sin suscitar esperanza. Se promueve el acceso al consumo sin propiciar el surgimiento de nuevos actores sociales y políticos. Y lo que es más grave: sin darse cuenta de que, en medio del actual sistema consumista, cuyas mercancías reciclables están impregnadas de fetichismo que valoran al consumidor y no al ciudadano, el capitalismo post-neoliberal introduce «valores» –como la competitividad y la mercantilización de todos los aspectos de la vida y la naturaleza– que refuerzan el individualismo y el conservadurismo.
El símbolo de esta modalidad post-neoliberal de consumismo es el teléfono celular. Este trae consigo la falsa idea de la democratización por medio del consumo y de incorporación a la clase media. De esta manera, segmentos excluidos se sienten menos amenazados cuando consideran que está a su alcance, más fácilmente, actualizar el modelo de celular que conseguir saneamiento donde habitan. El celular es símbolo para sentirse incluidos en el mercado… Y todos sabemos que las formas de existencia social condicionan el nivel de conciencia. O, en otras palabras, la cabeza piensa donde los pies pisan (o imaginan que pisan).
Nuestros gobiernos progresistas, en sus múltiples contradicciones, critican el capitalismo financiero y, al mismo tiempo, promueven la bancarización de los segmentos más pobres, a través de tarjetas de acceso a los beneficios monetarios, a pensiones y salarios y a las facilidades de crédito, a pesar de la dificultad de cargar con los intereses y el pago de las deudas.
En resumen, el modelo neodesarrollista seguido por la izquierda se empeña en hacer de América Latina un oasis de estabilidad del capitalismo en crisis. Y no se puede escapar de la ecuación que asocia calidad de vida y crecimiento económico, según la lógica del capital. En tanto no se socializa culturalmente la propuesta indígena del buen vivir, para la gran mayoría vivir bien será siempre sinónimo de vivir mejor en términos materiales.
El gran peligro en todo esto es fortalecer, en el imaginario social, la idea de que el capitalismo es perenne («La historia ha terminado», proclamó Francis Fukuyama), y que sin él no puede haber un verdadero proceso democrático y civilizatorio. Lo que significa demonizar y excluir, incluso por la fuerza, a todos aquellos que no aceptan esta «obviedad», quienes pueden ser considerados terroristas, enemigos de la democracia, subversivos o fundamentalistas.
Esta lógica se ve reforzada cuando, en las campañas electorales, los candidatos de izquierda se congratulan, enfáticamente, de la confianza del mercado, de la atracción de las inversiones extranjeras, de la garantía de que los empresarios y banqueros tendrán mayores ganancias, etc.
Durante un siglo, la lógica de la izquierda latinoamericana jamás se encontró con la idea de superar el capitalismo por etapas. Este es un dato nuevo, que requiere mucho análisis para poner en práctica políticas que impidan que los actuales procesos democrático-populares sean revertidos por el gran capital y por sus representantes políticos de derecha.
Este desafío no puede depender solo de los gobiernos. Este se extiende a los movimientos sociales y partidos progresistas que, cuanto antes, necesitan actuar como «intelectuales orgánicos», socializando el debate sobre los avances y contradicciones, dificultades y propuestas, a fin de ensanchar cada vez más el imaginario centrado en la liberación del pueblo y en la conquista de un modelo de sociedad post-capitalista verdaderamente emancipatorio. (Traducción ALAI).
-Frei Betto es escritor, autor de «Calendário do Poder» (Rocco), entre otros libros. Integrante del Consejo de ALAI.
LUNES 29 DE DICIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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3) El lulismo: cambio sin revolución
Luís Brasilino (Le Monde Diplomatique)
Entrevista a André Singer
En su libro Os sentidos do lulismo, aún no traducido al español, André Singer, politólogo y portavoz de la Presidencia durante el primer mandato de Lula, analiza sus ocho años de gobierno desde una perspectiva de clases sociales.En esta entrevista repasa y analiza la emergencia, desde hace ya varios años, de un nuevo movimiento conservador que tiene su origen, por un lado, en el quiebre de la hegemonía de la izquierda en el plano cultural, pero también en la resistencia por parte de un sector de la sociedad brasileña a los programas sociales del lulismo y al ascenso social resultante de ellos.
— Recientemente usted ha señalado que la izquierda brasileña perdió la hegemonía en el plano cultural que tuvo en las décadas de 1960 a 1980. ¿Cómo se dio ese proceso?
— Roberto Schwarz (1) señala que después del golpe de 1964 se produjo un fenómeno inesperado: en lugar de una retracción de la cultura de izquierda, hubo un período de expansión y hasta de hegemonía cultural –no política– de la izquierda. Creo que esa hegemonía cultural tal vez persistió hasta fines de los años 80. Y eso sucedió porque, pasado el período más duro de la represión –que continuó hasta la llamada “apertura”, con Ernesto Geisel, en 1974–, esa hegemonía cultural de izquierda retornó. A fines de los 70, prácticamente no se encontraban pensadores, ensayistas o ideólogos que tomaran posiciones abiertamente de derecha. Es decir, que en el plano cultural la hegemonía de la izquierda continuó e incluso se acentuó a fines de los años 70, cuando se inició lo que tal vez, por su capilaridad, haya sido el mayor movimiento huelguista ocurrido en Brasil. Ese movimiento de base generó lo que puede denominarse “ola democrática” (aproximadamente entre 1978 y 1988), con una profusión de movimientos organizados que configuraron una democratización de la sociedad desde abajo.
La ola neoliberal que en esta misma época surgía en todo el mundo se retardó en un principio en Brasil, gracias a dicha coyuntura. Pero el acelerado crecimiento del neoliberalismo, un fenómeno que Perry Anderson califica como el de mayor éxito de toda la historia, hizo que finalmente, a principios de los 90, esta ideología entrara también en Brasil.
—¿La elección de 1989 es un hito en esa inflexión?
— Sí, es un hito en ese proceso, que después fue profundizado por las políticas del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Pero no se trata sólo de eso. Lo que ocurre es que los valores de mercado, ascenso individual y competencia, y aquellos ligados a una intensa mercantilización de los espacios públicos, comenzaron a volverse corrientes, sobre todo en la llamada clase media tradicional, y después en estratos medios más amplios. Entonces surgieron manifestaciones ideológicas, con ensayistas, autores y artistas influyentes que defendían abiertamente esos puntos de vista, algo que no se había encontrado hasta mediados de los años 80. Así, la presencia casi total de la izquierda en el plano cultural se quebró y pasó a competir con una derecha en crecimiento.
— Usted identifica varias olas conservadoras que extrapolan el plano cultural, especialmente entre la clase media paulista. ¿Cuáles son?
— En términos de clase propiamente dicha, no hay dudas de que ese segmento tiene una propensión conservadora por razones materiales. Sin embargo, lo que ocurrió es que una parte de ese segmento –la clase media tradicional– participó del frente antidictadura en los años 70 y 80, generando una simpatía por posiciones más de izquierda. Eso explica también la acogida que el Partido de los Trabajadores (PT) llegó a tener en esos segmentos al comienzo de su trayectoria. Pero esa situación cambió radicalmente con el surgimiento del lulismo y sus políticas sociales, ante las cuales la clase media tradicional se cerró por completo. Parece ser una reacción al proceso de ascenso social de sectores que antes estaban estancados en una condición de mucha pobreza.
— En su libro Os sentidos do lulismo (2) usted señala que, desde la reelección de Lula en 2006, hubo un acercamiento del subproletariado hacia el lulismo y un distanciamiento de la clase media tradicional respecto del PT. En su opinión, los reclamos por parte de las clases media y alta acerca de una creciente dificultad para encontrar empleados domésticos, ¿son síntoma de este realineamiento?
— Exacto. Realmente tuvo lugar un cambio en el trabajo doméstico, con la elevación de los ingresos y la mejora de las condiciones de trabajo. Eso tiene que ver con la caída del desempleo y con los programas sociales, que crearon un piso salarial, algo muy importante teniendo en cuenta que existen cerca de 6 millones de empleados domésticos en el país.
Pero hay otro fenómeno, todavía menos conocido y más reciente: el surgimiento de un neoconservadurismo en un sector muy pequeño de los 30 millones de personas que superaron la línea de pobreza en los años Lula. Y esto tiene que ver con el miedo al cambio. Esas personas tienen cierta conciencia de que el proceso de ascenso no durará para siempre y, por lo tanto, no están a favor de políticas que promuevan el ascenso de nuevos sectores, ya que pondrían en riesgo aquello que ya ganaron. Otro elemento de ese neoconservadurismo es una cierta antipatía hacia los programas sociales por parte de quienes se vieron beneficiados por un proceso de ascenso social. Es como si esas personas se “desolidarizaran” con aquellas que todavía necesitan transferencias de ingresos. Otro grupo, más específico de la ciudad de San Pablo, son los pequeños emprendedores, de tendencia conservadora –precisamente porque sólo cuentan consigo mismos, a diferencia de un asalariado–.
—¿Qué es lo que organiza a ese movimiento conservador? Puesto que no hay un partido que lo canalice, ¿puede decirse que los medios cumplen ese papel?
— Esas olas conservadoras se expresan en el plano de la política –sobre todo de la política partidaria– porque entra en juego otro factor: el realineamiento electoral. En la medida en que el lulismo obtuvo una mayoría en el país, la oposición fue obligada a jugar con las reglas de juego impuestas por ese movimiento. Esa es la principal consecuencia del realineamiento. El lulismo marcó una agenda en el país, que es, fundamentalmente, la reducción de la pobreza, y por eso es tan importante. Con esta agenda, la oposición no puede expresar nítidamente el punto de vista de su base social, porque así perdería las elecciones. Esa es la razón por la cual el ex gobernador José Serra, candidato del PSDB en 2010, propuso duplicar el número de beneficiarios de la Bolsa Familia, en lugar de combatirlo, como le gustaría a la clase media tradicional. Así, ocurre un fenómeno curioso: crece la ideología conservadora en la sociedad, pero no encuentra expresión en la política.
En cuanto a los medios de comunicación, hay que entender que el conservadurismo en Brasil tiene una profunda raíz histórica. De hecho el período de hegemonía cultural de la izquierda fue más una excepción que la regla. Ciertamente los medios de comunicación tienen un papel importante, pero también hay que entender que los medios no son una sola cosa, que hay cierta heterogeneidad. Aun así, es cierto que una parte del sistema de los medios que componen esa primera ola conservadora está rompiendo la hegemonía cultural de la izquierda.
—¿Cómo opera el lulismo, un fenómeno tan contradictorio, en ese sentido?
— El lulismo es una nueva síntesis de elementos conservadores y no conservadores. Por eso es tan contradictorio y difícil de entender. El lulismo valoró el mantenimiento del orden, lo cual tuvo resonancia en los sectores más pobres de la población. En este punto me interesa señalar que, en la formación social brasileña, hay un vasto subproletariado que no tiene cómo participar de la lucha de clases, a no ser en situaciones muy especiales y definidas. Así, lo que hizo el lulismo fue juntar esa valoración del orden con la idea de que un cambio es necesario. ¿Qué tipo de cambio? La reducción de la pobreza por medio de la incorporación del subproletariado; lo que denomino “ciudadanía laboral”. De ese modo el lulismo propone transformaciones por medio de una acción del Estado, pero que encuentra resistencia del otro lado. Basta con prestar atención a los noticieros para ver cómo la lucha política está puesta todo el tiempo en las decisiones económicas. El lulismo propone cambios, pero sin radicalización, sin una confrontación extrema con el capital y, por lo tanto, preservando el orden. En ese sentido, es un fenómeno híbrido, que también incorpora a ese conservadurismo.
— En 2010 usted destacó la importancia de que el PT se mantuviera en la izquierda para politizar ese subproletariado (3). ¿Eso podría frenar estas olas conservadoras?
— Brasil tiene una herencia de eso que denominé la gran ola democrática de los años 80. ¿Cuál es esa herencia? Primero, la Constitución, con mecanismos de participación directa y dispositivos efectivos de organización de la sociedad. Brasil todavía tiene una energía organizadora desde abajo hacia arriba que, según algunas investigaciones se incrementó por la Bolsa Familia. Es significativo el hecho de que las mujeres, principalmente en el interior, estén adquiriendo cierta autonomía por tener una tarjeta; no dependen de nadie más y reciben una cantidad de dinero constante por mes. Hay señales de que estas mujeres se están organizando en cooperativas, emprendimientos que cambian su condición de vida. Todo lo que sea organización de la sociedad en las bases ayuda a frenar esas olas conservadoras. De todos modos no hay motivos para pensar que este movimiento pueda resultar avasallante. Con respecto al PT, creo que todavía es un momento especial, porque se abrió una puerta para el diálogo de la izquierda con los segmentos más pobres de la población. Eso es muy interesante porque, sobre todo en el Nordeste, ése era el sector que votaba normalmente al conservadurismo y ahora está con el lulismo. Es una oportunidad de politizar esos sectores, en el sentido de lograr una transformación social. Sin embargo, de 2010 para acá no he visto al PT muy comprometido con ese tipo de trabajo. A veces temo que se pierda esa oportunidad, que está abierta para toda la izquierda. Sin embargo, los sectores de la izquierda que no están en el PT han tenido dificultades para comprender los avances sociales y simultáneamente el impacto conservador que el lulismo representa. Es importante entender esa contradicción porque, al no hacerlo, se pierde la plataforma de diálogo con los sectores que están beneficiándose por esas políticas.
1. R. Schwarz, “Cultura e política, 1964-69”, O pai de família e outros estudos, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1978.
2. André Singer, Os sentidos do lulismo. Reforma e pacto conservador, Companhia das letras, San Pablo, 2012.
3. “Cabe ao PT politizar o subproletariado”, Brasil de Fato, San Pablo, Nº 374, 2010.
LUNES 29 DE DICIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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4) «El pueblo haitiano está harto porque lo han martirizado de mil maneras»
Entrevista a Nora Cortiñas y Carlos Aznárez
Mario Hernandez (Rebelión)
El pasado martes 23 a las 12:00, a pesar del asueto administrativo, la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas y el periodista de Resumen Latinoamericano Carlos Aznárez, en representación del Comité por el retiro de las tropas argentinas de Haití, hicieron entrega al Canciller Jorge Timerman de un nuevo pedido por el retiro de las tropas de ocupación argentinas de ese país.
El documento firmado por más de 100 organizaciones políticas, sociales, de Derechos Humanos y personalidades señala que: “Al cumplirse los 100 años desde la primera ocupación estadounidense, no habría mejor momento para poner fin a la perversa continuidad de la ocupación a través de tropas de nuestro país, entre otros que integran la MINUSTAH, respetando la soberanía y autodeterminación del pueblo haitiano.
Estas fueron sus declaraciones al retirarse de la Cancillería.
-N.C.: Entregamos el documento original al Canciller, fuimos muy bien recibidos. Justamente la orden vino de la Jefatura de la Cancillería para que pudiéramos pasar a pesar del asueto, nos sellaron el duplicado y esperamos que seamos escuchados, que por fin el pueblo haitiano pueda ser libre, que pueda progresar y no ser ya el país más pobre del continente.
Es hora que dejen de oprimir a este pueblo, además con las tropas que les quitan el alimento y todo lo que tienen para sobrevivir. Estos diez años que lleva la invasión tiene que terminar y queremos que cada gobierno tome conciencia, que países que queremos vivir en libertad no podemos estar oprimiendo a otros pueblos, más todos los inconvenientes que trae la presencia de las tropas de las Naciones Unidas (MINUSTAH) por enfermedades, como el cólera y el sida, entre otras.
Los argentinos no tenemos por qué oprimir a otro pueblo, ojalá que el Canciller y la Presidenta Cristina escuchen este pedido que hacemos. Quizás deberíamos pedir una entrevista con la Presidenta para acercarle esta carta, seguramente lo hagamos. Para insistir. Gracias al periodismo que se acercó y decir que pese a que hayan declarado un asueto imprevisto en el día de hoy, pudimos ser recibidos y entregar la carta.
-M.H.: ¿Hay algún dato que indique que las tropas argentinas han participado efectivamente en la represión que ha provocado 4 muertos en las recientes movilizaciones antigubernamentales en Haití?
-N.C.: Bueno, no sé si tendremos la certeza, no es fácil en un primer momento, después cuando se vaya investigando se sabrá. Pero sí te puedo asegurar que reciben órdenes superiores, porque esto lo esta manejando Estados Unidos y estas tropas no se van, porque los soldados asignados para estar en Haití tienen un sobre sueldo muy importante, entonces cuando se trata la permanencia de las tropas en el Congreso, seguramente debe haber algún trato con las Fuerzas Armadas para seguir enviando soldados.
-M.H.: Carlos, hubo una importante actividad también en Montevideo en relación al retiro de las tropas, ¿hay alguna novedad al respecto?
-C.A.: La actividad que se hizo en Montevideo es igual a la que se hizo aquí, son actividades para tratar que los gobiernos se den cuenta de que tienen que retirar las tropas de una vez por todas. El presidente Mujica había prometido a la comisión que lo entrevistó en su momento que si las tropas eran guardia pretoriana no era la función para la cual habían sido enviadas las retiraría, eso lo dijo hace un año, pero Mujica tiene esa característica, dice una cosa y después dice otra y no cumple. Acá por el contrario, son mucho más sinceros, dicen que van a seguir, peor todavía.
Vos decías cuatro muertos, eso fue solo la semana pasada, son una gran cantidad de víctimas que viene sufriendo el pueblo haitiano producto no solamente del hambre que le impuso la ocupación norteamericana y la invasión de las tropas de la ONU, sino también de esta militarización que la ha convertido en la base militar más importante que tiene Occidente dentro de América Latina, junto con Malvinas.
Nadie envía soldados a un país para ayudarlo humanitariamente, cuando un soldado entra con armas y después hay una protesta, ese soldado recibe órdenes para atacar a la población como lo han hecho esta semana y la semana pasada ayudando a la policía haitiana a resolver con tiros una manifestación pacífica.
Venezuela y Cuba son el ejemplo del apoyo solidario con Haití
El pueblo haitiano está harto porque lo han martirizado de mil maneras, estamos a punto de celebrar 211 años de independencia y de anti esclavismo en Haití, y eso es lo que está pagando el pueblo haitiano hoy, está pagando con racismo, xenofobia, con persecución, militarización y con hambre lo que le costó ese desafío al mundo de romper con la esclavitud mucho antes que las otras naciones de América Latina, esto hay que recordarlo, no es casualidad que se hable de 1810 para hablar de la independencia de América Latina y siempre se obvia que fue en 1804 cuando se libera Haití.
Esta también es una marca racista y xenófoba contra un pueblo de afro descendientes en América Latina, así que yo creo que todo lo que hagamos por Haití es poco, es como hablar de Paraguay, todo lo que América Latina haga por amigarse es poco, porque ha sido cómplice de su destrucción, y hoy que envía soldados también lo es. Por eso Nora Cortiñas decía claramente en Cancillería, Venezuela y Cuba son el ejemplo del apoyo solidario con Haití, no mandan soldados, mandan alfabetizadores, médicos y educadores, esa es la solidaridad. Que nos digan después aquí, en los estamentos de las Fuerzas Armadas Argentinas, que están ayudando al pueblo haitiano es una mentira, están aprovechando que hay un sobre sueldo para sus soldados, los mantienen entretenidos y bien gorditos, porque son los que mejor se alimentan en Haití y provocan además la bronca que tiene el pueblo haitiano.
LUNES 29 DE DICIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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5) La “otra” insurgencia de Pakistán también combate al EI
Karlos Zurutuza (IPS)
Los medios de comunicación tienden a definir a Baluchistán como una región “problemática”, incluso “turbulenta”. Pero sería más ajustado a la verdad hablar de una guerra. Divididos por las fronteras de Irán, Pakistán y Afganistán, los baluches habitan un territorio del tamaño de Francia que esconde enormes reservas de oro, gas y uranio. A ello se une su importancia estratégica, como encrucijada de numerosos proyectos energéticos y con 1.000 kilómetros de costa a las puertas del Golfo, que incluye un puerto de aguas profundas.
En agosto de 1947, tras la retirada británica de la región, los baluches de Pakistán declararon su independencia, tres días antes de que lo hiciera el actual país. Pero Islamabad anexionó su territorio en marzo de 1948, provocando una insurrección que dura hasta nuestros días. IPS entrevistó a combatientes baluches en las montañas de Sarlat, un macizo rocoso en la frontera entre Afganistán y Pakistán, y equidistante de dos bastiones talibanes: Kandahar en el sureste de Afganistán y Quetta, en el suroeste de Pakistán.
Los interlocutores aseguraron haber marchado durante 12 horas desde sus bases, en el lado pakistaní de la frontera. Son cuatro: Baloch Khan, comandante del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), y sus tres escoltas: Hayder, Mama y Mohamad, que prefieren no dar más datos sobre su identidad. “Esta es una zona de alta presencia talibán pero ellos usan sus propias rutas y nosotros las nuestras”, explicó Khan tras las presentaciones y antes de hacer un retrato general del movimiento que engrosa.
“Hoy hablamos de siete grupos dentro del movimiento de liberación pero todos compartimos un objetivo común: la independencia de Baluchistán”, matizó el comandante. A sus 41 años, lleva la mitad de su vida combatiendo en las montañas, “desde que era un estudiante”. Khan declinó pronunciarse sobre el número de efectivos del BLA, pero aseguró que el movimiento se despliega en 25 campos en Baluchistán Este, bajo control de Pakistán.
Para retratar a su movimiento armado trazó un paralelismo con otro mucho más conocido. “Simpatizamos profundamente con el PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán), ya que se trata de otro grupo secular que lucha por sus derechos nacionales”, apuntó. Les une, dijo, un origen común pero también un presente en el que la tierra de ambos pueblos está dividida entre varios países (Irán, Iraq, Siria y Turquía en el caso de los kurdos). ¿Podría una consulta sobre la independencia como la de Escocia ser una fórmula eficaz para Baluchistán? Khan se muestra escéptico ante la pregunta.
“Antes de un referendo de autodeterminación tendríamos que trazar unas líneas nacionales y geográficas claras. Por una parte, la región está llena de colonos; por otra, partes de Baluchistán Este quedaron en Punjab y Sindh”, las dos provincias pakistaníes limítrofes, matizó el guerrillero. Sea como fuere, acotó, “Pakistán es un país secuestrado por el Ejército y, por lo tanto, todo proceso electoral es una farsa”.
Desaparecidos alcanzarían los 19.000
“Hasta 2000 ni un solo chií fue asesinado en Pakistán. Hoy Baluchistán está siendo inundado con criminales liberados de las cárceles que se unen a grupos afines a los talibanes para combatirnos”, denunció el comandante. Esos grupos, aseguró, actúan “con total impunidad”, algo que se añade al preocupante número de desaparecidos. La Voz para los Baluches Desaparecidos, un grupo fundado por familiares de los afectados que aboga por la protesta pacífica, sitúa el número de ellos en 19.000 desde el año 2000. Las cifras son imposibles de verificar, al no haberse podido realizar una investigación independiente y exhaustiva.
No obstante, en agosto la Comisión Internacional de Juristas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch hicieron un llamamiento conjunto al gobierno de Pakistán para que interrumpa una “deplorable campaña de secuestros y desapariciones sin que se informe del paradero de las víctimas”. Los grupos insurgentes baluches también han sido acusados del asesinato de civiles. En agosto de 2013, el BLA asumía la responsabilidad de la muerte de 13 individuos, apresados mientras viajaban en dos autobuses en Mach, a 50 kilómetros al sureste de Quetta, la capital de Baluchistán Este. Fuentes gubernamentales indicaron que se trataba de civiles punyabíes que volvían a casa para celebrar el final del Ramadán, el mes de ayuno musulmán.
Pero Khan da otra versión. “De 40 individuos que viajaban en dos autobuses retuvimos a 25 y, finalmente, ejecutamos a 13 tras comprobar que tenían vínculos con las Fuerzas de Seguridad pakistaníes”, aseguró, mientras desaprobó que los medios de internacionales “se nutran exclusivamente” de la prensa afín a Islamabad. “La comunidad internacional debe entender que Pakistán es una amenaza para el mundo civilizado ¿Por qué ayudar a una serpiente que se limita a alimentar a grupos fundamentalistas por todo el mundo?”, espetó el guerrillero, antes de reemprender el largo camino de vuelta a su base.
De Baluchistán a Oriente Medio
Allí “es donde más periodistas han sido asesinados en Pakistán. Los informadores locales han de autocensurarse para evitar el encarcelamiento, o algo peor”, explicó a IPS Ahmed Rashid, un reconocido periodista y escritor pakistaní. “Por otra parte, los periodistas extranjeros que intentan informar desde la provincia de Baluchistán son deportados y vetados, incluso en el caso de que escriban sobre dicho conflicto sin pisar el terreno”, detalló. Afortunadamente, el veto sobre el periodista de IPS tras haber trabajado antes en la región, no impidió el poder conversar con Allah Nazar, comandante en jefe del Frente de Liberación Baluche (BLF).
A través de un teléfono satélite, IPS consiguió contactar con este antiguo médico de Quetta. Nazar comparte el análisis de Khan sobre el supuesto apoyo de Islamabad a grupos fundamentalistas. “Pakistán está financiando a extremistas para combatir al movimiento nacionalista baluche. Ahora intenta utilizar la religión como instrumento para distraer la atención del movimiento de liberación baluche”, explicó Nazar desde un lugar no especificado de la región de Makran, al sur Baluchistán, donde el BLF tiene sus bases.
En palabras del líder insurgente, el extremista grupo del Estado Islámico (EI) cuenta con cuatro campos de entrenamiento en el área. “Hay uno en Makran y otro en Wadh”, a 990 y 315 kilómetros al sur de Quetta respectivamente, explicó Nazar. “El tercero está en el área de Mishk, en Zehri (a 200 kilómetros al sur de Quetta), donde hay más de un centenar de combatientes entre árabes, pastunes, punyabíes y otros gracias a la ayuda de Sardar Sanaullah Zehri, un líder tribal local. El cuarto campo está cerca de Chiltan, en Quetta”, enumeró.
El líder guerrillero aseguró que los servicios secretos pakistaníes están “activando y protegiendo al EI”. “Su presencia es omnipresente entre nosotros. Incluso distribuyen panfletos en nuestras calles para difundir su visión del Islam y reclutar combatientes”, denunció Nazar. En octubre de 2014, seis comandantes talibanes de Pakistán entre los que estaba el portavoz de Tehri-e-Taliban –un movimiento “paraguas” para diferentes grupos insurgentes pakistaníes- anunciaban públicamente su lealtad al EI.
“El EI no es más que una versión actualizada de los talibanes, que despierta simpatías entre los que gobiernan Pakistán”, aseguró a IPS el activista baluche por los derechos humanos Mir Mohamad Ali Talpur. Pese a ser amenazado y atacado repetidamente por sus incómodas afirmaciones para Islamabad, Talpur insistió en que la creación de los talibenes “no es más que una muestra de una política gubernamental que no renuncia a la megalomaniaca idea de que el Islam gobierne el mundo”.
Tras repetidas llamadas telefónicas y correos electrónicos, oficiales pakistaníes rehusaron hacer declaraciones a IPS sobre su supuesto apoyo a grupos islamistas. Pero Chaudhry Nisar Ali Khan, ministro pakistaní del Interior, reconoció en octubre ante el parlamento recientemente que la base naval de Karachi, principal puerto comercial del país, registraba la actividad de grupos religiosos extremistas.
Editado por Estrella Gutiérrez
LUNES 29 DE DICIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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