1) Ubican archivos ocultos de la dictadura custodiados por el fallecido ex jefe de Inteligencia militar –
2) Hacia un nuevo ciclo de luchas –
3) Salmón chileno: la alerta naranja está servida –
4) La industria del armamento nuclear se adueña del dinero del contribuyente –
5) Por qué el capitalismo no ha triunfado como sistema
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COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 15 / Nº 739 / Lunes 5 de Octubre de 2015 / REVISTA SEMANAL DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Ubican archivos ocultos de la dictadura robados por ex jefe de Inteligencia militar
(Sudestada)
Justicia allanó la casa del ex director de Inteligencia del Estado, Elmar Castiglioni, y se incautó de decenas de cajas con documentación secreta, según confirmó Sudestada
En un procedimiento que duró al menos 8 horas, la jueza Beatriz Larrieu y el fiscal Carlos Negro –secundados por un grupo de policías de confianza–lograron verificar que el material documental encontrado refiere a diversos hechos sucedidos durante el período de Terrorismo de Estado. El material contiene documentación catalogada de secreta y reservada por las Fuerzas Armadas durante los años en que usurparon el poder de gobierno.
Aunque la verificación no pudo ser exhaustiva, en esas horas se logró acopiar todo lo que se creyó relevante para la investigación y se lo guardó en cajas. El volumen del material es tal que la camioneta al servicio del Poder Judicial fue llenada hasta el tope. Luego partió custodiada por vehículos policiales rumbo a un depósito reservado sobre el que se mantiene vigilancia estricta. El allanamiento se produjo en la mañana del viernes 2, en una casa de Luis Alberto de Herrera y Thompson, donde hasta hace algunas semanas vivía el coronel retirado Elmar Castiglioni, que falleció a los 62 años.
Este militar fue subdirector del Centro de Altos Estudios Nacionales y jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia del Estado, quien en su momento tildó de “insignificantes” las cifras de muertos a manos del Estado durante la dictadura uruguaya. Era sobrino de uno de los más grandes homicidas de las décadas de 1960 y 1970, el jefe de Inteligencia policial, Víctor Castiglioni, también fallecido.
Elmar Castiglioni robó parte de los archivos de Inteligencia del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA) y del Servicio de Información de Defensa (SID) y lo guardó en su casa, de acuerdo a una investigación de contrainteligencia realizada en 2007 por orden de la ex ministra de Defensa, Azucena Berruti. El proceso político interno en el Ministerio de Defensa que derivó de aquella acción de contrainteligencia, una vez que la ministra dejara el cargo el 3 de marzo de 2008, fue narrado por el periodista Samuel Blixen en un artículo del semanario Brecha.
El expediente quedó sobre el escritorio del ministro sucesor, José Bayardi, que en un año y medio de gestión –se fue el 31 de agosto de 2009– no activó los mecanismos que Berruti preveía poner en práctica para recuperar los archivos y procurar que se hiciera justicia, según los datos reunidos por Blixen.
«En la concepción de Berrutti la inteligencia militar era un objetivo prioritario en una especie de descentralización, que permitiera a militares y civiles realizar la tarea de inteligencia por fuera de la cadena de mando. El objetivo se alcanzó plenamente en el último tramo de 2007 cuando se puso en ejecución una delicada tarea de contrainteligencia para ubicar el archivo completo del Sid y del Ocoa, cuya versión parcial –y depurada– había incautado la ministra en 2006. Dos coroneles fueron responsables de la investigación que implicaba, naturalmente, investigar a colegas. Finalmente, cuando la búsqueda arrojó resultados, fue directamente informado el comandante del arma, el general Jorge Rosales», escribió Blixen en Brecha.
Y añadió: «El trabajo de contrainteligencia había detectado que un coronel de inteligencia en actividad había sustraído un archivo militar (decenas y decenas de miles de fojas, carpetas, fotografías y microfilmaciones) y que lo había ocultado en su domicilio particular. La contrainteligencia estaba, en enero de 2008, en condiciones de allanar la casa del coronel –ya en situación de retiro– cuando se produjo una situación política que obligó a la ministra Berrutti a elevar su renuncia al presidente Vázquez. Explicada la renuncia por razones de salud, la misma demoró en concretarse por pedido de Vázquez. El subsecretario Bayardi quedó a cargo del ministerio y fue confirmado en el puesto el 3 de marzo de 2008. A la ministra Berrutti y a sus asesores les preocupaba el expediente de contrainteligencia, en tanto los oficiales a cargo aguardaban una orden para actuar, que el ministro interino demoraba. Como resultó imposible coordinar, la doctora Berrutti solicitó una entrevista con Vázquez. Concurrió con sus asesores, y ante el presidente y el secretario Fernández detalló la delicada y peligrosa situación. Vázquez se lamentó de la inacción de Bayardi, pero, que se sepa, el episodio no avanzó, ni con Bayardi ni con su sucesor Fernández Huidobro».
Por Defensa también pasaron los ministros Gonzalo Fernández (2009-2010), Luis Rosadilla (2010-2011) y Eleuterio Fernández Huidobro, que se mantiene hasta el presente.
El allanamiento de la justicia se produce en el marco de una investigación que se encontraba archivada pero que se reabre por la nueva información que llegó al juzgado, y que propició la orden de allanamiento. Se trata del caso de homicidio del militante comunista, Fernando Miranda, secuestrado y desaparecido en 1975, cuyos restos fueron encontrados en 2006, enterrados en el Batallón 13.
Las fuentes se mantienen reservadas en el proceso, pero la prueba fundamental para que la justicia irrumpiera en la casa de Castiglioni fue aquel informe de contrainteligencia ordenado por Berruti. Las fuentes de la investigación consultadas por Sudestada, dijeron que se presume que entre los cientos de documentos confiscados se encuentra el llamado archivo “Víctor Castiglioni”, del que supuestamente no se conocía el paradero en la vieja Dirección Nacional de Información e Inteligencia.
Elmar en el Foro de represores
Elmar Castiglioni fue uno de los panelistas del Foro Libertad y Concordia que se realizó en Buenos Aires en setiembre de 2014 y al que logró meterse Sudestada.
En ese evento, hubo discursos e insultos contra jueces uruguayos, el FA y la ONU. Y Castiglioni hizo un llamado urgente a disputar “el relato” sobre lo ocurrido durante las décadas de 1960 y 1970, a sostener un movimiento solidario en torno a “los camaradas presos”, y pidió “mantener la coordinación” entre los países de la región. “Estamos haciendo una defensa específica de los camaradas que sufren esta guerra altamente ideologizada que se libra en la política y que hace 40 años se libraba de otra manera”, se lamentó al abrir su exposición.
A su lado estaba el dueño del diario La Nueva Provincia, Vicente Massot, acusado de ser cómplice en el secuestro y asesinato de dos de sus empleados. Castiglioni sostuvo luego que “desde la sociología nos dicen que quien logre poner las palabras en hechos son los que ejercen el control social. Nosotros dejamos que se constituyera el odio, dejamos que se creyera que las Fuerzas Armadas no eran un motivo a defender, que se creyera que nuestros camaradas actuaron desde la ilegalidad. Permitimos que eso se constituyera así y ahora hay que frenarlo y revertirlo”, se entusiasmó.
Cuestionó los “300 libros” uruguayos que recogen la “victimización de quienes se alzaron en armas contra el régimen constitucional” y pidió, como lo hicieron casi todos los expositores, dejar de “escarbar en las heridas” para avanzar hacia un proceso de “pacificación”. “Sostener el conflicto latente durante 40 años se transforma en una venganza política”, dijo al referirse a los juicios que se llevan adelante o que se intentan impulsar en los países de América del Sur.
Para finalizar, bromeó un poco (o quién sabe) con su condición: “Como dice el dicho ‘el tiempo es tirano’ y siempre he respetado al tirano”, lanzó para despertar sonrisas cómplices de parte del auditorio. Luego su voz se quebró cuando apeló a tender “una mano” a sus “camaradas en problemas”, es decir a aquellos presos por cometer homicidios y desapariciones forzadas.
LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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2) Hacia un nuevo ciclo de luchas
Raúl Zibechi (La Jornada)
La estrepitosa caída en los precios de las materias primas cierra un ciclo económico, pero también político. La ilusión de que se tratara de un declive momentáneo va cediendo ante la convicción de que los bajos precios pueden arrastrarse durante un buen tiempo, hasta 20 años según especialistas citados por Bloomberg (http://goo.gl/fAFktC).
Las razones de tal declive son discutibles. Hay quienes atribuyen la caída del precio del petróleo a una maniobra de Estados Unidos para afectar a Rusia, Venezuela e Irán, mientras otros sostienen que es impulsada por la monarquía saudita para inviabilizar la extracción por fracking en aquel país, que amenaza desplazarla como primer productor global. La menor demanda de China es la explicación más plausible sobre la caída de otras mercancías, sin descartar la impronta de la especulación financiera con todas las commodities.
Lo cierto es que el índice del precio de las commodities elaborado por Bloomberg, que incluye oro, petróleo y soya, ha caído a la mitad desde su máximo histórico del primer semestre de 2011. La multinacional Glencore-Xstrata, que controla la mayor parte de la producción de minerales y de granos en el mundo, registra pérdidas en la bolsa de Londres superiores a 30 por ciento en las últimas semanas, totalizando una caída de 74 por ciento en lo que va de este año (http://goo.gl/HTi1Wu). Otras multinacionales del sector enfrentan situaciones similares.
En América Latina este cambio de ciclo anticipa graves problemas y algunas oportunidades. Todos los países enfrentan dificultades fiscales y comerciales que los llevan a reducir los presupuestos del Estado y el gasto público. En algunos países, como Ecuador, se contempla una reducción de 5 por ciento del gasto, y el presupuesto del próximo año se calculará con una base de 40 dólares en el precio del petróleo.
Como señala el economista ecuatoriano Carlos Larrea en reciente entrevista, todo esto está bien, pero el problema es que es insuficiente. Esto sería una muy buena estrategia si es que tenemos una recuperación de los precios del petróleo pronto, pero si eso no se da, como es bastante probable, entonces esta estrategia no funciona (http://goo.gl/LFzxYV).
El nuevo ciclo económico ya está afectando las políticas sociales que fueron posibles gracias a los superávit por los altos precios de las exportaciones. En varios países, como el propio Ecuador, ya hubo reducción de funcionarios estatales. En Brasil se aplica un ajuste fiscal que, en opinión del economista Eduardo Fagnani en la revista IHUOnline de septiembre, está provocando una grave regresión social (http://goo.gl/D9D4oq).
En opinión de muchos economistas la mejor política social es el empleo. En Brasil el salario mínimo creció 70 por ciento por encima de la inflación en la última década y el desempleo llegó a mínimos de 4.8 por ciento en diciembre de 2014. Pero hoy ya se sitúa en 7.5 por ciento (8.6 millones de desocupados) y se estima que finalizará el año en 9 o 10 por ciento. En los demás países comienzan a erosionarse los índices sociales, aún de forma lenta, con aumentos en los niveles de desocupación y pobreza.
Estos son, muy someramente, algunos de los problemas derivados del cambio en el ciclo económico que se agudizarán si, como todo indica, la Reserva Federal de Estados Unidos eleva las tasas de interés en los próximos meses. Estamos ante una crisis que puede tomar dos direcciones: ajustes fiscales o cuestionamiento del modelo extractivo.
En el primer caso, los gobiernos sufrirán una fuerte erosión de sus bases de apoyo, ya que buena parte de los sectores populares que los llevaron al gobierno comenzarán a desertar. Unos pueden intentar retomar la movilización para presionar por sus demandas, pero otros pueden apostar por partidos conservadores y de derecha. Algo así parece estar sucediendo en Brasil, donde el ajuste que impone el gobierno de Dilma Rousseff ha provocado un agudo descenso de su popularidad, que cayó hasta 7 por ciento del electorado.
Una situación semejante no puede saldarse, en el mediano plazo, sino con un triunfo electoral de las derechas, que también pueden conseguir el desplazamiento de la presidenta por la vía parlamentaria.
Estamos ante una oportunidad para salir del modelo actual, o sea un crecimiento basado en la exportación de commodities. Para ello es imprescindible romper con la política de inclusión a través del consumo, para encarar reformas estructurales que hasta ahora no se han realizado o han sido demasiado tímidas: reformas tributaria, agraria, urbana, de la salud y del sistema político, esta última pendiente aún en Brasil. Pero la salida del modelo extractivo presenta, en esta coyuntura, dos grandes desafíos.
El primero es que el escenario mundial camina en una dirección opuesta. Por un lado, las clases dominantes parecen estar empujando a las sociedades de retorno hacia el siglo XIX, a través de la desmodernización y la desdemocratización, como apunta Aníbal Quijano, de la mano del capital financiero que está promoviendo una fuerte reconcentración del poder global. Por otro, las potencias emergentes como China apuestan al mismo modelo extractivo que el imperio.
El segundo desafío se desprende del primero: no hay salida del modelo sin crisis política. Salir del modelo supone derrotar al capital financiero que lo sostiene y a las élites locales que lo implementan. Será un conjunto de duras batallas, como lo demuestra el caso de Perú, donde se produjo estos días una nueva masacre contra comunidades que resisten la minería, en la región andina de Apurímac.
Los sujetos de la derrota del extractivismo serán los pueblos y comunidades organizados en movimientos. Los gobiernos y los partidos están más preocupados por mantener sus privilegios que por encarar la batalla contra el modelo. Los hechos dicen que el nuevo ciclo de luchas que derribará el modelo está siendo protagonizado por los campesinos y las comunidades indígenas, seguidos por los pobres de las periferias urbanas, los jóvenes y las mujeres de los sectores populares.
LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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3) Salmón chileno: la alerta naranja está servida
Tomer Urwicz (El País)
En un país que tiene cuatro vacas por habitante, también hay lugar para polemizar sobre el salmón. La importación de este tipo de pescado viene en aumento, creció 13 toneladas en un año, y entre elogios a su carne, nacen las críticas. El uso de antibióticos, colorante y pesticidas disparan la alerta.
El salmón es cinco veces más tóxico que una hamburguesa de cualquier cadena de comidas rápidas». Las palabras en la prensa argentina del chef Christophe Krywonis, jurado del reality de cocina Masterchef, destaparon una olla en la que el gusto culinario se mezcla con una tenaz competencia y una pizca de ideología. Parece una paradoja, pero sobre el plato de pescado más pedido en los restaurantes de Uruguay recaen duras acusaciones: el uso de antibióticos, pesticidas y un colorante que le da a la carne su característico color naranja. A tal punto llega la polémica que el experto cocinero francés no escatimó en comparar al salmón con un veneno. ¿Es tan así?
Desde que el sushi se impuso como moda y ejemplo de una comida liviana y sana, el salmón escaló en su cantidad de adeptos. En un año, el consumo en Uruguay aumentó 13 toneladas (de 355 en 2013, a 368 en 2014) y sigue en crecida. ¿El motivo? Esta carne suave, con buena porción de grasas como el omega 3 —las que previenen enfermedades cardiovasculares— y un sabor que capta a buena parte de los uruguayos a los que «no les gusta» el pescado, pasó a tener un marketing envidiable para los publicistas. Y eso que el kilo en el «puertito» del Buceo cuesta $ 590. De las 723 toneladas de salmón que Uruguay importó en los dos últimos años, solo una tonelada es de origen estadounidense. El resto es toda producción chilena.
Y aquí empieza la disputa. Lo que a priori era un producto que ingresaba en la dieta de pocos países, ahora es furor y despierta una competencia feroz. Este tipo de pez es originario del Atlántico Norte, en la zona de Noruega; tiene otra variante del Pacífico (la menos grasosa y la que más consumen los japoneses), y una prima hermana que es la trucha. Ninguna de estas tres especies son nativas de Chile. Pero las aguas frías del sur son propicias para su crianza. Hoy en el país transandino hay siete compañías transnacionales que acaparan el 90% de la producción de ese país.
Como sucede con la soja en Uruguay, estas producciones extensivas generan impactos en el medio ambiente. Al salmón lo crían primero en piscinas de agua dulce —desde que son huevos hasta juveniles— y cerca del año de vida lo trasladan a grandes jaulas en el mar donde comienza la etapa de engorde. «No se usan hormonas, pero sí se estimula el apetito», cuenta el científico chileno Fernando Mardones, que trabaja en la Universidad Andrés Bello y es especialista en epidemiología animal. Lo cuestionable de este sistema, dice el especialista, es que las empresas pueden tener «un millón y medio de peces en redes adentro del mar», lo cual «modifica el ecosistema, la fauna de la zona y genera desperdicios». Sin embargo, según Mardones, «la calidad de la carne no se ve afectada».
Las pruebas microbiológicas confirman que el producto es apto para el consumo humano. No hay restos de antibiótico porque se dejan pasar dos meses antes de ponerlos en el mercado. El color se logra con un pigmento natural que sustituye a los crustáceos con los que se alimenta el salmón en el norte. Y los restos de metales pesados son inferiores a los de otros peces que viven de manera silvestre. La Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) exige para la importación de pescado un certificado sanitario del país de origen. Y a su vez «aleatoriamente verifica las importaciones realizando análisis microbiológicos y químicos», dice su director, Daniel Gilardoni. «No me consta que los servicios hayan encontrado resultados anormales», alega.
Captura
No solo por la boca muere el pez. En el caso del salmón chileno, hay tres problemas que afectan a su producción. El más renombrado, y uno de los que disparó la polémica, es la anemia infecciosa (más conocida por la sigla ISA). Es un virus que circulaba en el hemisferio norte y llegó a Chile en 2007. La epidemia, que se mantuvo durante tres años, puso en jaque a la industria. Pero «gracias a la vacunación, la situación ya está controlada», asegura Mardones. «No afecta la salud humana; sí hace que un pez enfermo deje de comer y, por tanto, la cantidad de carne que produce es menor». Puede llegar a provocar su muerte.
Hay dos hipótesis que explican por qué los salmones chilenos contrajeron la enfermedad del ISA. La primera sostiene que el virus llegó por la importación de los huevos de salmón desde el norte. La segunda es que siempre estuvo en Chile, en silencio, hasta que apareció la cepa patógena producto de que los virus mutan rápidamente. Los científicos consultados, a priori, se inclinan por la primera opción.
Un problema que sí es originario de Chile, y que está desde los inicios de la producción en la década de 1980, es una bacteria responsable de que se utilicen antibióticos. Dado que hay millones de peces en las jaulas, es imposible inyectar a todos. Los productores mezclan con el alimento un medicamento que el pez ingiere durante siete a 10 días. «Desde entonces hay que esperar un tiempo ventana para que el salmón elimine los residuos del antibiótico. Eso lo controlan el gobierno y la Universidad de Chile», afirma el científico.
Como sucede en varias de las industrias que mueven mucho dinero, las mafias intentan sacar su tajada. La producción del salmón no es la excepción. «En el sur de Chile, donde están los criaderos, hay barcos clandestinos que llevan un buzo, se sumerge, rompe las redes (o jaulas), roba peces y luego los comercializa», cuenta Mardones, quien está relacionado a la industria desde que era estudiante de grado. «A Uruguay es imposible que llegue este pescado robado porque no pasaría los controles de importación y exportación». De los miles de containers con salmones que Chile exportó en los últimos cinco años, solo tres tuvieron que dar marcha atrás por posible «contaminación», cuenta Mardones.
El tercer problema es un parásito conocido como ojo de mar. Es un piojo que queda depositado en las escamas y le genera al pez lesiones que lo hacen vulnerable a contraer infecciones. El combate, sobre todo en verano que es la época de reproducción de esta peste, es con baños antiparasitarios. Tampoco afecta la salud humana. La última crítica es el uso de colorante. «Es un pigmento natural que proviene de las cochinillas», asegura el científico. «El aditivo va incorporado a la dieta porque la producción extensiva no permite una coloración natural más temprana».
En el resto, el salmón goza de buenas referencias. Por cada kilo de alimento que consume el pez, genera un kilo de carne. Una vaca, en cambio, necesita comer 10 kilos para generar uno, lo que es menos eficiente y más contaminante. Incluso a la hora de la cocción, es «una carne fácil de preparar», dice el chef uruguayo Jorge Oyenard. El célebre cocinero cuenta que si bien es «cool comer salmón», también es cierto que «es un buen producto». El secreto: dejar el centro no tan cocido.
Había una vez un pez silvestre que vivía en el Norte.
Su clásico color naranja llamó la atención de los pescadores. Y lo que fue parte de la dieta habitual en los países nórdicos, comenzó a importarse al sur con fines deportivos. Era principios del siglo XX. Ocho décadas después, en Chile notaron las virtudes que podía generar la crianza masiva de salmones. Fue así que diseñaron enormes jaulas dentro del mar donde engordan a millones de salmones. El resultado: carne gourmet. En Uruguay el kilo cuesta entre $ 400 y $ 650.
Contaminación y una pizca de fanatismo.
Hay dos paisajes que ilustran la libertad absoluta: un extenso campo con animales sueltos y el mar. Sin embargo, advierte el chef Jorge Oyenard, ese mar gigantesco y limpio no es la realidad. Es ahí donde se tiran los residuos, donde los barcos derraman combustible y donde hay buena parte de los yacimientos petroleros. «Si uno se pone extremista, llega un momento en que no come nada», dice el encargado del restaurante del Carrasco Lawn Tennis. Por eso es un fiel defensor del consumo de salmón: «Es una carne fácil de digerir, con buenas propiedades nutricionales y la más pedida en los restaurantes gourmet». A la inversa, el reconocido cocinero se niega a ingerir los alimentos preparados con resaltador de sabor, como las sopas instantáneas o los cubos de caldo. «Es puro químico e hipersalado». Uruguay, según los pescadores, vive de espaldas al mar. Pero allí, «puede estar buena parte de los mejores productos».
LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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4) Privatizar el Apocalipsis – La industria del armamento nuclear se adueña del dinero del contribuyente
Richard Krushnic y Jonathan Alan King (TomDispatch)
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García
El complejo corporativo nuclear
Introducción de Tom Engelhardt
Han dirigido las empresas más rentables de la historia y, para decirlo sin rodeos, están destruyendo el planeta. En el pasado, dada la obsesión estadounidense con los terroristas, yo los llamaba “terraristas”. Me refiero, por supuesto, a los CEO de las empresas de la Gran Energía (Big Oil), quienes en estos años han hecho lo indecible para encontrar nuevas formas de explotar todas las reservas imaginables de combustibles fósiles de la Tierra y colocarlas en la atmósfera en la forma de dióxido de carbono. Hay una cosa que es cierta: tal como una vez lo hicieron los más altos ejecutivos de la industria tabacalera, la del plomo y la de los productos a base de asbestos, ellos saben qué significa esa fuente de enormes ingresos para el resto de nosotros –eche el lector una mirada a la estación de los incendios de este año en el oeste de la América del Norte– y nuestros hijos y nietos. Si usted piensa que ahora mismo el mundo está viviendo los mayores desplazamientos de refugiados, sólo espere hasta que las sequías sean aún más extremas y que aumente la inundación de las zonas costeras.
Lo escribí en 2013: “Convenientemente, con estas tres industrias, los resultados negativos llegan después de años o incluso décadas de la exposición; de ese modo resulta difícil establecer la conexión entre causa y efecto. Cada una de las industrias sabía que esa conexión existía. Cada una de ellas utilizaba esa desconexión temporal para protegerse. Una diferencia: si usted fuera un ejecutivo de la industria del tabaco, o del plomo, o del amianto, tendría la posibilidad de evitar que sus hijos y nietos estuvieran expuestos a su producto. En el largo plazo, esa posibilidad no existe cuando hablamos de los combustibles fósiles y el dióxido de carbono, ya que todos vivimos en el mismo planeta (a pesar de que también es cierto que quienes gozan de una buena situación económica en las zonas templadas de la Tierra tienen menos probabilidades de ser los primeros en sufrir las consecuencias)”.
Increíblemente, como Richard Krushnic y Jonathan Alan King lo dejan en claro hoy, los beneficios económicos buscados por una segunda tanda de altos ejecutivos están igualmente estrechamente vinculados con la posibilidad de destruir el planeta (al menos en su carácter de entorno habitable para el ser humano y muchas otras especies) y la eventual muerte de decenas de millones de personas. Esos ejecutivos son los que dirigen las empresas que desarrollan, mantienen y modernizan nuestro arsenal nuclear; al igual que con las empresas del sector de la energía, ellos utilizan sus grupos de presión y su dinero para conseguir más de lo mismo en Washington. Algún día, mirando hacia atrás, los historiadores (si todavía existen) sin duda pensarán que las actividades de ambos grupos son ejemplos de la suprema criminalidad.
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Cómo es que la industria del armamento nuclear se queda con los dólares de los impuestos
Richard Krushnic y Jonathan Alan King
Imagine usted un momento un auténtico absurdo: en alguna parte de Estados Unidos las muy rentables operaciones de un conjunto de grandes empresas se basarían en la posibilidad de que más pronto que tarde sus vecinos sean destruidos, y usted y todos sus vecinos fueran aniquilados. Y no solo usted y sus vecinos, sino también otras personas y sus vecinos en todo el planeta. ¿Qué pensaría usted de semejantes empresas, de semejante proyecto, de los enormes beneficios económicos que obtendrían de esa manera?
De hecho, esas empresas realmente existen. Son las de la industria del armamento nuclear y se ocupan del vasto arsenal de armamento –capaz de destruir el mundo– en manos del Pentágono. Con esa actividad consiguen extraordinarios beneficios económicos, viven una vida confortable en nuestro propio barrio y desempeñan un activo papel en la política de Washington. La mayor parte de los estadounidenses saben muy poco o nada de ellos ni de sus ingresos a pesar de que el trabajo que realizan es al servicio de un futuro apocalíptico casi imposible de imaginar.
A algo tan extraño agregue usted otra cosa improbable. Las armas nucleares han estado en los titulares durante años; aun así, durante este período toda la atención ha estado centrada en un país que no posee ni una bomba nuclear y, al menos por lo que puede decirnos la inteligencia de Estados Unidos, en realidad no ha dado señales de estar construyendo una. Por supuesto, estamos hablando de Irán. Por otra parte, prácticamente nunca aparecen en las noticias los absolutamente reales arsenales nucleares que podrían hacer estragos en la Tierra, sobre todo nuestro enorme arsenal y el de nuestro antiguo enemigo, Rusia.
En el reciente debate sobre si el acuerdo nuclear con Irán del presidente Obama evitará que ese país desarrolle alguna vez armas atómicas, usted puede buscar y rebuscar para encontrar alguna auténtica discusión sobre el arsenal nuclear de Estados Unidos, a pesar de que el Bulletin of the Atomic Scientists estima que consta de 4.700 ojivas nucleares activas. Esto incluye una variedad de artefactos como bombas aéreas, misiles basados en tierra y misiles embarcados en submarinos. Si, por ejemplo, un solo submarino del tipo Ohio –la Armada de EEUU dispone de 14 de ellos, equipados con misiles nucleares– lanzara sus 24 misiles Trident, cada uno de ellos portador de 12 cabezas nucleares de un megatón a las que se puede asignar blancos independientes, las principales ciudades del país alcanzado –en cualquier lugar del mundo– podrían ser arrasadas y morirían millones de personas.
Ciertamente, las explosiones y los incendios que se producirían enviarían a la atmósfera tanto humo y tantas partículas en suspensión que el resultado sería un “invierno nuclear”, lo que ocasionaría una hambruna de alcance mundial y la muerte posible de cientos de millones de personas, entre ellas estadounidenses (independientemente del sitio dónde se hayan disparado los misiles). Aun así, como lo cuenta el clásico libro del doctor Seuss, habría que agregar: “eso no es todo; oh no, eso no es todo”. En este momento, la administración Obama tiene planes para gastar hasta un billón de dólares [ha leído bien: un 10 seguido de 11 ceros, o 1011, en la jerga de los matemáticos] en los próximos 30 años para modernizar y mejorar las fuerzas nucleares de Estados Unidos.
Dado que el actual arsenal de EEUU representa –en el ‘lenguaje’ de los militares– una “sobrecapacidad de exterminación”, es decir, podría destruir muchos planetas del tamaño de la Tierra– ningunos de los dólares adicionales del contribuyente aumentará perceptiblemente la capacidad de “disuadir” ni la seguridad. Para aumentar la seguridad nacional en las próximas décadas –si es que acaso eso importa algo–, la precisión para dar en el blanco de unos misiles que matan a toda criatura viviente en un radio de unos cuantos kilómetros se ha reducido de 500 a 300 metros. Si semejante “modernización” no tiene ninguna importancia militar, ¿para qué aumentar el gasto en las armas nucleares?
Hay un aspecto importante de las apuestas por un Estados Unidos nuclear que por lo general no se menciona en este país: la corporación que constituye la industria de las armas nucleares. Aun así, la presión que esta corporación es capaz de ejercer en favor del gasto cada vez mayor está completamente subestimada en lo que se supone debería ser el “debate” de la cuestión.
La privatización del desarrollo de las armas nucleares
Empieza con este hecho tan sencillo: la producción, el mantenimiento y la modernización de las armas nucleares son fuente de siderales beneficios económicos para lo que, en esencia, es un cártel. Por supuesto, como tal no se enfrenta con competencia alguna de la industria de otros países, ya que el arsenal nuclear de Estados Unidos del que estamos hablando y los contratos ofrecidos por el gobierno están exentos de cualquier auditoría con la excusa de la seguridad nacional. Más aún, el modelo de negocio utilizado es el de “coste más margen”, que significa que aunque el coste final exceda al precio original ofertado, el contratista tiene garantizado un porcentaje por encima del coste de fabricación. Los altos beneficios están efectivamente garantizados y no importan la ineficiencia ni los márgenes por encima de lo presupuestado en que el proyecto pueda incurrir. En otras palabras, no hay la menor posibilidad de que el contratista pierda dinero, con todo lo ineficiente que pueda ser (lo más lejano que pueda imaginarse del modelo de producción de libre mercado defendido por las corporaciones).
Esos beneficios tan bien protegidos y las empresas que se los embolsan se han convertido en el factor principal de la promoción del desarrollo del armamento nuclear, deteriorando así cualquier esfuerzo realizado en pro del desarme nuclear. Ciertamente, parte de este proceso debería ser conocido ya que es un extensión de la clásica fórmula del Pentágono descrita tan sorprendentemente por el economista industrial Seimour Melman, de la Universidad de Columbia, en sus libros y artículos; una perversa fórmula que producía martillos de 436 dólares y cafeteras de 6.322 dólares.
Dados el proceso y los beneficios obtenidos, los contratistas del sector armamento tienen un gran interés en que la opinión pública estadounidense viva una intensa sensación de peligro e inseguridad (aunque sean ellos mismos la principal fuente de ese peligro e inseguridad). Recientemente, la Campaña Internacional de Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) publicó un sorprendente informe, Don’t Bank on the Bomb [No financie la Bomba], en el que se dio la lista de los principales contratistas corporativos y sus inversores, es decir, quienes recogerán esos inmensos beneficios procedentes de la próxima modernización del arsenal nuclear.
Sin embargo, gracias a la opacidad de la seguridad nacional con que se cubren los programas de armas nucleares de Estados Unidos, el público no dispone de una auténtica auditoría de los contratos de esas empresas. No obstante, los beneficios obtenidos gracias a las armas nucleares de al menos las más importante corporaciones ahora pueden ser rastreadas. En el sector de vectores de artefactos nucleares –aviones de bombardeo, misiles y submarinos– hay una cantidad de nombres conocidos: Boeing, Northrop, Grumman, General Dynamics, GenCorp Aerojet, Huntington Ingalls y Lockheed Martin. En otros sectores, como el de diseño y producción de las armas nucleares, los nombres que están en lo más alto de la lista son algo menos conocidos: Babcock & Wilcox, Bechtel, Honeywell International y URS Corporation. Cuando pasamos al reglón de los ensayos y el mantenimiento de armas nucleares, entre los contratistas están Aecom, Flour, Jacobs Engineering y SAIC; y entre las firmas de los sistemas de selección de blancos y de guía están Alliant Techsystems y Rockwell Collins.
Algunos pequeños ejemplos de contratos: en 2014, a Babcock & Wilcox se le asignaron 76,8 millones de dólares para trabajar en la mejora de los submarinos de la clase Ohio. En enero de 2013, a General Dynamics Boat Division se le adjudicó un contrato de 4,6 millones de dólares para diseñar y desarrollar un submarino disuasorio estratégico de nueva generación. Es posible encontrar más información de contratos corporativos relacionados con armas nucleares en el informe ICAN, que también da los nombres de bancos y otras instituciones de inversión y financiación vinculadas con las corporaciones del armamento nuclear.
Muchos estadounidenses ignoran que buena parte de la responsabilidad del desarrollo, producción y mantenimiento de las armas nucleares no está confiada al Pentágono sino al Departamente de Energía (DOE, por sus siglas en inglés), que gasta más en armas nucleares que en el desarrollo de fuentes sostenibles de energía. Para el proyecto nuclear del DOE son claves los laboratorios federales donde se diseñan, construyen y prueban los artefactos nucleares. Entre ellos están el Sandia National Laboratory de Albuquerque, New Mexico; el Los Alamos National Laboratory (LANL) de Los Alamos, New Mexico; y los Livermore National Laboratories de Livermore, California. Estos, a su vez, reflejan una constante en los asuntos de la seguridad nacional: los llamados sitios GOCO (propiedad del gobierno pero operados por contratistas privados). En los laboratorios, este sistema representa una delegación en las corporaciones de las políticas de disuasión nuclear y otras estrategias vinculadas a estas armas. Mediante contratos con URS, Babcock & Wilcox, la Universidad de California y Bechtel, los laboratorios de armas nucleares están en gran medida privatizados. Solo el contrato del LANL llega a los 14.000 millones de dólares. Del mismo modo, la instalación nuclear de Savannah River, de Aiken, South California, donde se fabrican cabezas nucleares, está dirigida conjuntamente por Flour, Honeywell International y Huntington Ingalls. Su contrato con el DOE, que funcionará durante todo 2016 llega a los 8.000 millones de dólares. En otras palabras, en estos años en los que hemos visto el crecimiento de la corporación bélica y una significativa privatización de las fuerzas armadas y la comunidad de la inteligencia de Estados Unidos, en el mundo del armamento nuclear se ha ido dando un proceso similar.
Además de los contratistas nucleares de primera línea hay cientos de subcontratistas, algunos de los cuales dependen de la subcontratación para la mayor parte de sus negocios. Cualquiera de ellos puede tener entre 100 y varios centenares de empleados trabajando en componentes especiales o en sistemas; con su peso en las comunidades locales, estos subcontratistas ayudan a empujar los programas de modernización nuclear mediante sus representantes en el Congreso.
Una de las razones de que la rentabilidad del armamento nuclear sea tan extremadamente alta es que la Administración Nacional de la Seguridad Nuclear (NNSA, por sus siglas en inglés) del Departamento de Energía, responsable del desarrollo y la operación de las instalaciones de armas nucleares del DOE, no supervisa a los subcontratistas, lo que a su vez dificulta el control de los contratistas de primera línea. Por ejemplo, cuando el Proyecto de Supervisión Gubernamental presentó una solicitud de información sobre Babcock & Wilcox, el subcontratista encargado de la seguridad en el complejo nuclear Y-12 de Oak Ridge, Tennessee, la NNSA respondió que no tenía información acerca de ese contratista. En ese entonces, B&W estaba a cargo de la construcción de una instalación de procesamiento de uranio en Y-12. A su vez, B&W subcontrataba las labores de diseño a otras cuatro firmas y no se ocupó de fusionarlas ni de supervisarlas. Esto dio lugar a un diseño impracticable, que solo fue desechado después de que los subcontratistas recibieran 600 millones de dólares algo inservible. El caso de Oak Ridge, en el pasado mayo, a su vez, puso en marcha un informe de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental para el Congreso que señalaba que esos problemas eran algo endémico en las instalaciones de armas nucleares del DOE.
Los lobbyistas nucleares
Los dólares provenientes de los impuestos federales gastados en el mantenimiento y desarrollo de armamento nuclear son un componente importante del presupuesto de Estados Unidos. A pesar de que es difícil precisarlo, las sumas gastadas rondan los cientos de miles de millones de dólares. En 2005, la Oficina de Responsabilidad Gubernamental informó de que cuando se trata del costo del sector nuclear ni siquiera el Pentágono tiene cifras exactas; tampoco existe algún tipo de presupuesto separado que responda al renglón de las armas nucleares. El análisis de los presupuestos del Pentágono y del Departamento de la Energía, de la Administración Nacional de la Seguridad Nacional (NNSA), como el de la información extraída de la documentación del Congreso acerca de esta cuestión sugieren que, entre 2015 y 2018, Estados Unidos gastará por lo menos 179.000 millones de dólares para mantener la tríada nuclear actual –misiles, bombarderos y submarinos– y las armas nucleares asociadas a ella, en tanto comienza el proceso de desarrollo de sus reemplazos de próxima generación. La Oficina del Presupuesto del Congreso proyecta que el costo de las fuerzas nucleares en el período 2015-2024 será de 348.000 millones de dólares –es decir 35.000 millones por año–, de los cuales el Pentágono gastará 227.000 millones de dólares y el departamento de Energía 121.000 millones.
De hecho, en realidad el precio del mantenimiento y desarrollo del arsenal nuclear es mucho mayor que cualquiera de esas estimaciones. Si bien esos guarismos incluyen la mayor parte del costo directo de las armas nucleares y los sistemas estratégicos de lanzamiento como los misiles y submarinos, así como la mayoría de los costos del personal militar responsable de mantener, operar y ejecutar las misiones, no incluyen muchos otros gastos, entre ellos los derivados de la retirada del servicio de las armas caducadas y del de deshacerse del material declarado inservible. Tampoco incluyen las pensiones ni el costo de los cuidados médicos asociados con el retiro de sus operadores.
En 2012, un informe de una comisión de alto nivel dirigida por el ex visepresidente del Estado Mayor Conjunto, general James Cartwright concluyó que “no se ha presentado ninguna razón sensata en favor del uso de las armas nucleares para solucionar ninguno de los principales problemas que enfrentamos en el siglo XXI [entre ellos] amenazas de países fuera de la ley, estados fallidos, proliferación [sic], conflictos regionales, terrorismo, ciberguerra, crimen organizado, trafico de drogas, desplazamientos de refugiados por conflictos armados, epidemias o cambio climático. De hecho, en última instancia podría decirse que antes bien se han convertido en parte del problema que en alguna solución”.
Lógicamente, para el conjunto de las corporaciones implicadas en los programas nucleares de Estados Unidos, esto carece de importancia. De hecho, mantienen en activo elaboradas operaciones de lobbying para apoyar la continuación de contratos de fabricación de armas nucleares, En un estudio de 2012 realizado para el Centro de Política Internacional, Bombs vs. Budgets: Inside the Nuclear Weapons Lobby, William Hartung y Christine Anderson informaron de que, en relación con las elecciones de ese año, los 14 principales contratistas donaron cerca de tres millones de dólares directamente a los legisladores del Congreso. No debe sorprender que la mitad de esta suma fuera a parar a los miembros de las cuatro comisiones o subcomisiones claves que controlan el gasto destinado a las armas nucleares.
En 2015, la industria de la defensa movilizó un pequeño ejército de por lo menos 718 lobbyistas y repartió más de 67 millones de dólares para presionar en el Congreso para conseguir incrementos en el gasto relacionado con las armas. Entre los principales contribuyentes estaban las corporaciones con importantes contratos para armas nucleares, entre ellos Lockheed Martin, Boeing y General Dynamics. Estas presiones pro-nucleares se vieron ayudadas por contribuciones y presión por parte de las empresas relacionadas con los misiles y los aviones que, en principio, no son del ramo nuclear. Sin embargo, algunos de los sistemas que producen estas empresas son de uso dual (convencional y nuclear), es decir, un vigoroso programa de armamento nuclear amplía su mercado potencial.
La presión continua de los legisladores republicanos para recortar los programas sociales en Estados Unidos es un mecanismo decisivo para asegurar la disponibilidad de fondos federales provenientes de los impuestos para que sean destinados a los lucrativos contratos militares. Para los 35.000 millones de dólares anuales o más que el contribuyente estadounidense pondrá en ese armamento satisfaciendo así los mezquinos intereses de un reducido número de empresas, el beneficio es el miedo a un futuro apocalíptico. Después de todo, a diferencia de los grupos de presión del resto de corporaciones, el de las armas nucleares (y del mismo modo los dólares del contribuyente de EEUU) pone en riesgo de rápida extinción la vida en la Tierra, ya sea por la destrucción directa producida por un holocausto atómico o por la drástica reducción de la luz solar que llega a la superficie terrestre como consecuencia de una especie de invierno nuclear que seguiría a un enfrentamiento nuclear. De momento, el complejo de las corporaciones nucleares está escondido entre nosotros, sus asignaciones presupuestarias y fondos blindados contra el escrutinio público y sus proyectos apenas percibidos. Esta es la fórmula para el desastre.
Jonathan Alan King es profesor de biología molecular en MIT y presidente de la Comisión por la Abolición Nuclear de la organización Peace Action de Massachusetts.
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Richard Krushnic fue gerente de préstamos inmobiliarios y analista de contratos de vivienda y negocios del Departamento de Desarrollo Barrial de Boston. Hoy día está trabajando en desarrollo comunitario en América latina.
LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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5) Por qué el capitalismo no ha triunfado como sistema
John Gray * (BBC)
El capitalismo ha sobrevivido la crisis financiera iniciada y no hay razón para pensar que se enfrenta a una perspectiva inminente de colapso global. Tampoco hay razón para suponer que el capitalismo reanudará su avance.
El capitalismo parece la «ley del más fuerte», pero puede parar o retroceder por la política o el acontecer humano, según sostiene el filósofo político John Gray en este artículo para la BBC. En juntas directivas, bancos y gobiernos, está arraigada la creencia de que el avance del capitalismo es irreversible. El sistema, desarrollado en Occidente, se ha esparcido a casi todo el mundo.
La planificación económica central de la antigua Unión Soviética y de la China de Mao ya no existe como sistema separado. Puede que persista en Corea del Norte, pero realmente sólo queda una clase de economía. Enfrentados al triunfo casi universal de las fuerzas del mercado, muchos han llegado a la conclusión de que el capitalismo ganó en un proceso evolutivo similar al de las especies.
Intensamente innovativo y enormemente productivo, el capitalismo parece haber empujado a la extinción a todos los demás tipos de economía. Actualmente las ideas evolutivas son omnipresentes, y parece natural extenderlas más allá del dominio en el que se aplicaron por primera vez. Pero no está claro que cualquier proceso evolutivo funciona en la sociedad.
En el pasado, pensadores influyentes creían que una cantidad de sistemas económicos muy diferentes ganarían en lo que imaginaban como una versión social de la evolución darwiniana. En todos los casos hasta ahora, la historia ha falsificado estas expectativas. No hay razón para pensar que ahora sea diferente. El avance aparentemente imparable de las fuerzas del mercado podría ser fácilmente detenido o revertido por decisiones políticas o por el flujo azaroso de los acontecimientos humanos.
El darwinismo de Spencer
La noción de que las sociedades y economías evolucionan no es nueva. Herbert Spencer, sociólogo y filósofo de la Inglaterra victoriana que profetizaba un irrestricto libre mercado; pocos lo recuerdan, pero sus ideas descabelladas siguen resurgiendo. Fue Spencer, no Charles Darwin, quien inventó la maltratada expresión «supervivencia del más fuerte». Spencer, defensor de la teoría de la evolución, creía que diferentes tipos de sociedad competían como en el mundo natural. En su época serían la sociedad «militante» y la «industrial».
En las sociedades militantes, la vida se basaba en la coerción y la dirigía de alguna manera el gobierno, mientras que en las industriales la economía estaba basada en contratos e intercambio voluntario. Los imperios y monarquías de Europa continental ilustran la militante, mientras que la Inglaterra del laissez-faire (dejar hacer, dejar pasar) a mediados del Siglo XIX, ejemplifica la industrial. Las sociedades industriales eran esencialmente pacíficas, creía Spencer, mientras que las militantes eran belicosas.
Durante su larga vida -nació en 1820 y falleció en 1903- Spencer estaba seguro de qué sociedad prevalecería: el resultado final de la evolución social sólo podría ser que la extensión del capitalismo por todas partes. Pero a fines del Siglo XIX, con el ascenso del canciller Bismarck en Alemania y el inicio de las guerras de los bóeres en Sudáfrica, Spencer comenzó a sospechar que las sociedades militantes tendrían la ventaja. Desconcertado por el curso de los acontecimientos, pasó sus últimos años profundamente deprimido, pese a su nominación al Premio Nobel de Literatura en 1902.
El fracaso del socialismo
La idea de que las sociedades evolucionan no desapareció. En cambio, una discípula de Spencer, Beatrice Webb -socióloga y cofundadora de la London School of Economics- concibió una dirección opuesta a la de su mentor. Habiendo observado la magnitud de la pobreza en Londres, Beatrice abandonó su creencia en el laissez-faire y se convirtió al socialismo, aunque siguió creyendo en la evolución de la sociedad, hacia la planificación central.
Con su esposo Sidney, fue una ferviente admiradora de la Rusia de Stalin y juntos escribieron el libro «La Unión Soviética: una nueva civilización». En la primera edición de 1935, el título era una pregunta. Pero estaban tan seguros, que le quitaron los signos de interrogación en sus posteriores ediciones. A diferencia de Spencer, los Webb fueron afortunados de morir -Beatrice en 1943, Sidney en 1947- con sus ilusiones intactas. La nueva civilización que esperaban nunca apareció, la URSS colapsó y no se hubieran imaginado lo que es Rusia hoy. Pero la idea de la evolución social aún persiste, en algunos círculos más fuerte que nunca.
En la década de 1980, Friedrich Hayek, economista y premio Nobel austríaco, presentó una teoría evolutiva similar a la de Spencer, cuando sugirió que el capitalismo prevalecería porque su inmensa productividad podría mantener a una población humana mayor que cualquier otro sistema económico. Reflejando estas ideas, muchos en Occidente interpretaron el colapso soviético como una derrota de la planificación central en una competencia darwiniana con los libres mercados, y muchos piensan hoy que China no podría revertir su viraje al capitalismo de las últimas décadas.
Pero la URSS no desapareció en 1991 porque la planificación central era ineficiente y corrupta, pues así fue desde su fundación en 1922, como consecuencia de la revolución bolchevique de 1917. El colapso ocurrió porque la URSS fue derrotada en Afganistán y no podía controlar las fuerzas religiosas y nacionalistas que brotaron en Polonia y los países bálticos.
Igualmente, el éxito del capitalismo en China no se debió a un proceso de evolución social. El experimento chino fue lanzado hace 30 años como resultado de decisiones de Deng Xiaoping, y podría ser frenado por decisiones de otros líderes. De hecho, no hay nada darwiniano sobre la idea de evolución social. La clave de la teoría de Darwin es que la evolución no tiene una dirección general.
Como puso en su autobiografía, no hay más diseño en la selección natural que en «el curso en que sopla el viento». La evolución de las especies ocurre como parte de un proceso de deriva y lo mismo se aplica a las sociedades si también evolucionan. La evolución no va a ningún lugar en particular, y todo lo que se dice que las sociedades evolucionan hacia un final común -capitalismo, comunismo o lo que sea- involucra un malentendido básico de la evolución darwiniana.
Futuro incierto
La evolución social es sólo un mito moderno; no hay una teoría científica sobre su funcionamiento. Se habla mucho de memes, unidades de información o significado que supuestamente compiten en la sociedad. Pero no hay un mecanismo para la selección de conceptos humanos similar al que Darwin creía que operaba entre las especies y que los científicos mostraron en su trabajo con los genes.
Ideas malas, como el racismo, parecen estar aquí siempre, mientras que la tontería de la evolución social ha tenido un gran poder para mutar y sobrevivir. En los próximos años, la creencia de que las sociedades están evolucionando hacia el capitalismo de mercado podría ser puesta a prueba. Hemos visto en Rusia cómo un líder decidido y aparentemente popular puede revertir el avance de las fuerzas globales del mercado.
La Rusia de Putin no ha vuelto a la planificación central, pero está cambiando y tratando de reducir su dependencia de mercados mundiales. Algo similar podría ocurrir en China. Durante el experimento económico chino, el estado nunca ha entregado el control de mando. No cuesta imaginar al presidente Xi Jinping reaccionando a la amenaza de rebelión por la actual desaceleración económica mediante el fortalecimiento del control gubernamental. El capitalismo ha sobrevivido la crisis financiera iniciada en 2007 y no hay razón para pensar que se enfrenta a una perspectiva inminente de colapso global.
Tampoco hay razón para suponer que el capitalismo reanudará su avance. En mi opinión, el resultado más probable es que el futuro será como el pasado, con una variedad de sistemas económicos. Pase lo que pase, no será determinado por algún proceso imaginario de evolución social. Será por decisiones humanas, interactuando con el incontrolable flujo de acontecimientos que lleven al mundo a un futuro desconocido. John Gray es autor de «Falso amanecer: los engaños del capitalismo global».
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* El filósofo John Gray es autor de «Falso amanecer: los engaños del capitalismo global».
LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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