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EUROPA Y LA «PRIMAVERA» ÁRABE CINCO AÑOS DESPUÉS

1) Los destinos cruzados de Burkina Faso y Costa de Marfil –
2) El Estado Islámico a la caza del petróleo libio –
3) Existe un refugio en Libia –
4) Libia, cinco años en la cuneta –
5) Europa y la Primavera Árabe cinco años después

COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 16 / Nº 755 / Miércoles 13 de Enero de 2016 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Los destinos cruzados de Burkina Faso y Costa de Marfil
Rémi Carayol (Jeune Afrique)
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Septiembre de 2015, unos días después del anuncio del golpe de Estado del general Gilbert Diendéré en Uagadugú. El país está conmocionado. Quienes se oponen al golpe, sobre todo una parte del ejército, temen que un apoyo en mercenarios y armas refuerce a los hombres de Diendéré desde Costa de Marfil, donde el que fuera la mano derecha de Blaise Compaoré (1) cuenta con muchos apoyos. En la capital son sospechosas las matriculas de Costa de Marfil, aunque cruzar la frontera entre Kauara y Niangoloko sea cosa de niños. En el lado de Burkina hay algunos incordios, unos gendarmes verifican durante más tiempo del acostumbrado los carnés de identidad en un ambiente apacible. En el lado de Costa de Marfil no hay control alguno, ni siquiera un hombre para sellar los pasaportes…
Esto suele ocurrir con estos dos países cuya frontera común, de 584 km, solo tiene sentido en caso de aviso de una fuerte tormenta política y solo es real en el mapa. Hace casi un siglo que los destinos de Burkina Faso (antes Alto Volta) y de Costa de Marfil se mezclan como los de los gemelos que no se parecen, que confabulan el uno contra el otro y se detestan a veces pero que en lo más profundo de sus entrañas sienten las mismas cosas y se saben condenados a vivir juntos. «Estamos íntimamente unidos, nada podrá separarnos», constata un hombre de negocios que hizo fortuna en Burkina antes de invertir en Costa de Marfil.

Una historia colonial

Esta historia tan peculiar se debe a la colonización francesa. El pueblo mossi, en torno al cual se construyó Alto Volta, una colonia fundada 1919, mira naturalmente hacia la tierra de sus ancestros, a la que los colonos británicos llaman Gold Coast (la futura Ghana). Ahí la presión colonial y los impuestos son menores y las condiciones de trabajo más atractivas. En 1925 de cada cuatro habitantes de Alto Volta que emigran tres lo hacen en esa dirección.

Ahora bien, para Francia El Dorado es Costa de Marfil. Necesita brazos. Muy rápido se impone a los administradores coloniales la idea de utilizar a los habitantes de Alto Volta, que son muchos, como fuerza de trabajo en las plantaciones y en el ferrocarril de Costa de Marfil. Bajo la presión de los grupos económicos de Costa de Marfil (que ven un ello una manera de reclutar a mansalva) pero también porque en París los anticlericales desconfían de este territorio fuertemente influenciado por monseñor Joanny Thévenoud (un obispo amigo de los mossi), en septiembre de 1932 se disuelve Alto Volta y se reparte entre Sudán Occidental (futuro Mali), Níger y Costa de Marfil.

Este último se queda con la parte más grande, ve cómo su población se duplica de golpe y su frontera retrocede más allá de Uagadugú. Toda una parte de Alto Volta se denomina a partir de entonces Alto Costa de Marfil. El objetivo de ello es claro, como resume entonces el ministro [francés] de las Colonias: «Pone a disposición de Costa de Marfil una mano de obra abundante y disciplinada que es lo único que le falta para insuflar un vigor prometedor». Como el reclutamiento era obligado, los habitantes de Alto Volta ni tienen más opción que tomar el camino del sudoeste en vez del camino del sudeste. Afluyen en masa a Costa de Marfil donde despectivamente son tratados de kanga («esclavos»), sobre todo cuando su rostro mellado por las escarificaciones tradicionales refleja su pertenencia al pueblo mossi.

El papel de Félix Houphouët-Boigny

Las tornas van a cambiar después de la Segunda Guerra Mundial, en el curso de la cual los habitantes de Alto Volta demostraron su lealtad a la «Francia libre» a la que se unió el Mogho Naba (rey de los mossi) desde junio de 1940. En abril de 1946 se suprime el trabajo forzado, a pesar de lo cual no disminuye el flujo de emigrantes entre Alta Costa de Marfil y Baja Costa de Marfil. Más tarde, en septiembre de 1947, se reconstruye Alto Volta. Para París no se trata únicamente de recompensar su lealtad. El cálculo es mucho más cínico: hay que contener la influencia del partido Rassemblement démocratique africain (RDA), el partido de Féliz Houphouët-Boigny (2) que entonces es de obediencia comunista. Su base se sitúa en Costa de Marfil pero amenaza con extenderse a toda África Occidental Francesa (AOF) vía Alto Volta. Un gobernador que en Uagadugú «metiera en vereda las tendencias RDA sería muy útil al sistema», escribía el ex embajador Frédéric Guirma en un ensayo sobre Maurice Yaméogo publicado en 1991.

Los políticos de ambas tierras han aprendido a conocerse. Además, Houphouët debe su avance a un habitante de Alto Volta: Ouezzin Coulibaly. Costa de Marfil solo cuenta con un escaño en la asamblea nacional constituyente que nace tras la guerra en Francia: renunciando en favor de su primogénito, opuesto a un dignatario mossi, y aportándole los votos de la región de Bobo-Dioulasso, Ouezzin ayudó a Houphouët, el cual sin duda no lo habría conseguido sin ese apoyo.

Las relaciones entre Houphouët y Yaméogo (3), que se impuso como la principal figura política de Alto Volta antes de las independencias, son a imagen y semejanza de las relaciones entre ambos territorios, accidentadas. Jacques Foccat, el «Señor África» de Charles de Gaulle, las resume así: «Había percances, pero Houphouët era el jefe […]». Yaméogo se alía al RDA, después flirtea con Léopold Sédar Senghor antes de adherirse al proyecto de Unión Sahel-Benin (el futuro Consejo de la Entente) defendido por Houphouët. Como marfileño, Yaméogo no es favorable a una independencia inmediata. Como marfileño, tendrá que seguir la voluntad popular. Ambos países festejan la independencia al mismo tiempo, el 5 de agosto de 1960 en el caso de Alto Volta y el 7 de agosto en el de Costa de Marfil.

En los años siguientes Yaméogo y Houphouët multiplican los encuentros. Las relaciones se deterioran mucho en 1961, cuando el presidente de Alto Volta visita al enemigo de Houphouët, el ghanés Kwame Nkrumah, y cuando se suprimen las barreras aduaneras entre ambos. En aquella época Yaméogo se complace en ridiculizar a los ministros marfileños de paso en Uagadugú, a los que ante la muchedumbre califica en idioma mossi (el mooré) de «gang’ninsé desnudos bajo sus ropas de gala». Eso complace a los hombres y mujeres que a menudo son considerados menos que nada del otro lado de la frontera. Pero Yaméogo vuelve enseguida al redil y se convierte en uno de los más fieles aliados de Houphouët.

Este último conservará toda su amistad por Yaméogo después de su caída en 1966. Le enviará dinero y no le desanimará cuando trame la caída de su sucesor, el general Sangoulé Lamizana. Finalmente Houphouët acogerá a Yaméogo cuando se vea obligado a exiliarse. Antes de su muerte Jacques Foccart reconoció la injerencia de Houphouët en los asuntos burkineses y su rechazo de Lamizana: «Houphouët le manifestó esta hostilidad más tiempo que respecto a Eyadéma, pero se entendió extremadamente bien con Yaméogo. Consideraba que los mossi debían dirigir Alto Volta».

Cuando los burkineses suponían un problema

A medida que se van sucediendo los jefes de Estado en Uagadugú (todos ellos militares, lo que tiene el don de desmotivar al marfileño) se van normalizando las relaciones entre ambos vecinos. Los burkineses desconfían de Houphouët, al que acusan de querer «avasallarlos», aunque tienen que estar a bien con él. Después la situación se tensa con la llegada al poder de una pandilla de oficiales jóvenes y revolucionarios en 1983. Es el fin de una época. Alto Volta se convierte en Burkina Faso y con ello acaba la dependencia política respecto al «hermano mayor» marfileño. Solo la muerte de Thomas Sankara en 1987, que se sospecha urdida por Houphouët, podía reconciliar al presidente marfileño con el antiguo Alto Volta. Con Blaise Compaoré, que se había casado con una mujer cercana al presidente marfileño, el eje Abidjan-Uadadugú vuelve a ser imprescindible.

Pero los tiempos han cambiado. A principios de la década de 1990, el «Viejo» [Houphouët] está próximo a su fin, su sucesión se anuncia feroz y el «milagro marfileño» pertenece al pasado. Las relaciones entre ambos países son más estrechas que nunca en ese momento. En las décadas de 1950, 1960 y 1970 cada vez más habitantes de Alto Volta quieren beneficiarse de ese famoso «milagro» para el que hacen falta brazos. En 1951 se crea un sindicato de reclutadores construido en torno a los poderosos dueños de plantaciones. Los recién llegados se instalan ahí donde hay plantaciones, primero en calidad de peones y luego como plantadores. Este flujo de personas no supone problema alguno durante años, incluso es fomentado por una política liberal de acceso a la tierra que Houphouët había resumido de la siguiente manera en 1963: «La tierra pertenece a quien saca provecho de ella». En 1998 Costa de Marfil cuenta con 15 millones de habitantes, de los cuales entre 2 y 3 millones (según las fuentes) son originarios de Burkina. En algunas regiones un 80 % de los campesinos «burkineses».

En esa época un veneno ya ha intoxicado el país, el concepto de «marfileñidad». La crisis económica, que afecta a Costa de Marfil a finales de la década de 1970, lleva a una recomposición de las jerarquías a favor de los inmigrados burkineses en el medio rural (tienen al tierra puesto que la trabajan) y a unos rencores y frustraciones que pronto van a explotar los actores de la guerra de sucesión que estallará después de la muerte de Houphouët en diciembre de 1993. A partir de entonces se considera un problema a los extranjeros, esto es, a los burkineses.

Los tres sucesores de Houphouët, Henri Konan Bédié (que nunca se entendió con Compaoré), a continuación el general Robert Gueï y por último Laurent Gbagbo (al que mucho tiempo apoyó Compaoré cuando estaba en la oposición y una vez elegido el marfileño suscitó la desconfianza del burkinés) explotarán este filón para contrarrestar las ambiciones de Alassane Ouattara, el ultimo primer ministro de Houphouët, al que se presenta como burkinés. En 1998 una nueva ley prohíbe a los no marfileños ser propietarios de tierras. A continuación se instaura un permiso de residencia, acaba el derecho a voto de los extranjeros y se prohíbe acceder a la magistratura suprema si el padre, el abuelo y el bisabuelo no son marfileños «de origen»…

En septiembre de 1999 en Tabou, situado en el oeste de Costa de Marfil, una discusión de tierras entre una persona autóctona y el dueño de una plantación de origen burkinés degenera y acaba en unas expediciones punitivas alentadas por las elites locales. El balance permanecerá en el recuerdo: un centenar de muertos entre los «burkineses» y 12.000 expulsados. Se ha consumado el divorcio. El proyecto de doble nacionalidad automática para los ciudadanos de ambos países que se había concebido en tiempos de Houphouët y de Yaméogo, aunque se abandonó rápidamente, ya no es sino un recuerdo lejano. Y la elección de Gbagbo en 2000 no cambia nada. La entente nunca fue tan poco cordial.

En enero de 2001 Abidjan sospecha que Uagadugú ha proyectado un golpe de Estado. En agosto de 2002 Uagadugú acusa a su vez a Abidjan de haber ordenado el asesinato de Balla Keïta, un diputado marfileño refugiado en Burkina. En 2003 se censa a 200.000 refugiados en Burkina. Algunos de ellos, a los que se llama los «diaspos», se instalarán ahí definitivamente y modificarán sensiblemente la sociología del país (sobre todo en la capital).

En aquel momento en Uagadugú se multiplican los llamamientos al patriotismo. Ante la amenaza de ver afluir a cientos de miles de ciudadanos Blaise Compaoré, muy discutido en ese momento, no se queda con los brazos cruzados. Sin hacerse ninguna ilusión sobre las intenciones de Gbagbo (el cual acortó su visita oficial en diciembre de 2001 de dos días a seis horas), a principios de la década de 2000 apoyará una rebelión fomentada por militares marfileños exiliados en la capital burkinesa tras haber sido víctimas de una purga en el seno del ejército por ser «nordistas». Ente ellos están Ibrahim Coulibaly, Tuo Fozié y Cherif Ousmane, a los que pronto se unirá Guillaume Soro.

La crisis marfileña

Lo que sigue se ha contado muchas veces . La crisis marfileña se convierte también en una crisis burkinesa. Afecta a todos los sectores: político, social, económico (el puerto de Abidjan es en ese momento el «pulmón económico» de Burkina). Compaoré pone a todos sus hombres de confianza al servicio de la rebelión: su jefe de Estado Mayor particular Gilbert Diendéré, su ministro de Seguridad Djibrill Bassolé, su hombre de las misiones secretas Salif Diallo, etc. Cuando los rebeldes llegan a Uagadugú (su base de retaguardia tras el inicio de los combates en septiembre de 2002) son alojados por los barones del régimen; por otra parte, hasta hace poco siempre eran bienvenidos ahí.

El burkinés los arma y proporciona mercenarios, consejos operativos y apoyo diplomático. En enero de 2003 Compaoré compara en una entrevista concedida al diario francés Le Parisien a Gbagbo con el serbio Slobodan Miloševic. «A largo plazo la única solución es que se vaya», afirma. Su nombramiento como mediador unos años más tarde no solucionará nada: ambos hombres serán irreconciliables, tanto más cuanto que Compaoré juega la carta Ouattara desde el principio.

La elección de Ouattara en 2010 y después su toma de posesión en 2011 tras combates mortíferos marcó una nueva etapa en la historia de las relaciones entre ambos países, aunque las tensiones vinculadas a la tierra permanezcan en los campos marfileños, sobre todo en el oeste, y aunque en Abidjan no haya desaparecido el discurso sobre la «marfileñidad. Durante su primera visita a Uagadugú en 2011 el presidente marfileño afirmó que era «urgente seguir reforzando el eje Uagadugú-Abidjan» y entonó la cantinela de Houphouët al declarar que «en Burkina cada marfileño está en su casa» y que «cada burkinés está en su casa en Costa de Marfil ». Sin duda no imaginaba entonces que uno de ellos sería el propio Campoaré, expulsado del poder en 2014.

«Hay demasiados vínculos entre las clases políticas de ambos países como para que volvamos a caer en las trampas del pasado », afirma el hombre de negocios citado al principio de este artículo, el cual recuerda que la mayoría de los «burkineses» de Costa de Marfil permanecieron ahí, incluso en los peores momentos de la crisis. Sin embargo, el intento de golpe de Estado de septiembre, a raíz del cual las autoridades burkinesas mencionaron la implicación del presidente de la Asamblea Nacional marfileña Guillaume Soro y que sacó a la luz las relaciones entre algunos golpistas y ex rebeldes marfileños, ha demostrado que nada de lo que ocurre en Uagadugú es ajeno a Abidjan y viceversa.

Notas de la traductora:
(1) Blaise Compaoré fue dictador de Burkina Faso hasta el 31 de octubre de 2014 y desde el golpe de Estado del 15 de octubre de 1987 en el que fue asesinado su predecesor Thomas Sankara (sobre este último, véase “Burkina Faso el «país de un hombre íntegro», Thomas Isidore Noël Sankara, y la continuidad del invierno político”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207239).
(2) Félix Houphouët-Boigny es el “padre” de la independencia de Costa de Marfil y una figura fundamental de la política africana del siglo XX. Véase su biografía en https://es.wikipedia.org/wiki/F%C3%A9lix_Houphou%C3%ABt-Boigny
(3) Maurice Yaméogo fue el primer presidente Alto Volta. Intentó sin éxito crear una unión entre Costa de Marfil y Alto Volta.

MIÉRCOLES 13 DE ENERO DE 2016 – COMCOSUR
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2) El Estado Islámico a la caza del petróleo libio
Leandro Albani (En Marcha)

El Estado Islámico avanza sobre Libia mientras el actual gobierno de unidad hace equilibrio en su propia fragilidad.

El avance del Estado Islámico (EI o Daesh, en árabe) desde el este del país, la lucha fratricida entre cientos de milicias armadas que responden a tribus, grupos islamistas radicales y sectores políticos, y la imposibilidad de encaminar un gobierno de unidad que alcance un acuerdo de paz marcan el derrotero de Libia, el país que, hasta no hace mucho tiempo, fue un ejemplo de desarrollo para África.

Todavía hoy, los estertores del derrocamiento de Muammar Al Gaddafi -y su posterior asesinato el 20 de octubre de 2011 en manos de mercenarios respaldados por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)- suenan con fuerza y repercuten en las muertes de civiles y en un profundo caos del cual las potencias, principalmente Estados Unidos, muestran su preocupación pero poco hacen para detener una sangría humana que parece no tener fin.

Por sus características mercenarias, el Daesh busca de forma desesperada el petróleo de los países que asola. En Irak y Siria los ejemplos están a la vista. En el caso de Libia, la aparición de los seguidores del enigmático y cuestionado Abu Bakr Al Baghdadi ocurrió a finales de 2014 en la ciudad de Derna, ubicada al este y sobre el mar Mediterráneo. A partir de ese momento, el Estado Islámico avanzó sobre zonas de las localidades de Bengasi y Sirte. Entre esta última ciudad y Ajdabiya (y hacia el sur de ese frente) se encuentran los principales pozos petroleros y oleoductos de Libia.

Desde el lunes, el Daesh tiene un nuevo blanco: Al-Sider, a pocos kilómetros de la localidad Ras Lanuf, donde se encuentra los dos principales puertos petroleros de la nación norafricana, que se encuentran cerrados desde diciembre de 2014.

En Al-Sider, el EI bombardeó un tanque de almacenamiento con 400 mil barriles de crudo y que ardió en llamas. Según informó Ali Hassi, portavoz del cuerpo de seguridad del puerto, en los combates del lunes murieron siete guardias y 25 resultados heridos, mientras que los enfrentamientos del martes dejaron un saldo de dos guardias muertos y 16 heridos.

Libia, la novena reserva de petróleo a nivel mundial, redujo su producción de forma drástica desde la invasión de la OTAN y el surgimiento de grupos armados irregulares. Desde ese año, la producción cayó a menos de un cuarto de su máximo de 1,6 millones de barriles por día.

Las garras militares

Además de los enfrentamientos armados entre las milicias y el improvisado Ejército libio, en el país llueven los bombardeos de quienes pujan el poder regional en ese territorio limítrofe con Argelia, Chad y Egipto. Éste último país, gobernado con mano de hierro por el general Abdelfatah Al Sisi, desde hace un año lanza sus ataques contra posiciones de los grupos islamistas radicales. La disputa entre los dos gobiernos que sobreviven Libia –uno en la capital Trípoli y controlado por los islamistas (donde resaltan miembros de Al Qaeda y los Hermanos Musulmanes); el otro en Tobruk, respaldado por Estados Unidos y sus aliados- se traslada al contexto regional, teniendo repercusiones internas que se tratan de disipar con el poderío militar.

A finales de diciembre, el representante de Libia en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ibrahim Al Dabashi, indicó que “Estados Unidos, Italia, Francia y el Reino Unido buscan llevar a cabo operaciones aéreas contra Daesh en el país”. El diplomático agregó que las tropas libias van a acompañar en el terreno los ataques aéreos contra el EI. Según la cadena HispanTV, desde las Fuerzas Armadas italianas están dispuestos a desplegar 4000 uniformados en Libia, algo que no consideran una ocupación o una intervención.

En los primeros días de enero, el enviado especial de la ONU en Libia, Martin Kobler, no descartó que el organismo internacional envíe tropas internacionales a la nación para combatir al Estado Islámico.

Un futuro nebuloso

¿Acaso los países que rociaron de combustible a los grupos armados que derrocaron a Gadafi serán los encargados de apagar el fuego del caos en Libia? Si lo hacen, su histórica postura de doble rasero quedará expuesta otra vez. Si dejan que el conflicto interno se propague se confirmará que en el caos encuentran réditos más que provechosos. En ambos casos, Estados Unidos y sus aliados dejan en claro que salvar el status quo en Libia nada tiene que ver con tender una mano a un pueblo agotado y diezmado por la guerra.

En diciembre del año pasado, los gobiernos libios que se disputan el territorio firmaron un acuerdo para conformar una administración de unidad, con la mediación de la ONU. Pero esta alianza no está exenta de disputas. El representante de Tobruk en el nuevo Ejecutivo, Ali al Katrani, amenazó con que su sector podría abandonar el gobierno si disponen cambios en la cúpula militar, dirigida por el general Jalifa Hafter, militar vinculado con la CIA y con los opositores que derrocaron a Gadafi.

Según lo acordado, a principios de febrero en Libia se deberá formar un consejo presidencial que nombre un gabinete y consolide un único parlamento en Trípoli. Ayer, la Cámara de Representantes, órgano legislativo reconocido por Estados Unidos y Naciones Unidas, fracasó por segunda semana consecutiva en su intención de votar un acuerdo de paz, fundamental para que el gobierno de unidad sobreviva.

Mientras las intrigas palaciegas aumentan, el repiqueteo de ametralladoras no se calla y los bombardeos resuenan en las entrañas de los hombres y las mujeres de Libia, una estabilidad mínima para la otrora potencia africana es pura nebulosa.

MIÉRCOLES 13 DE ENERO DE 2016 – COMCOSUR
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3) Existe un refugio en Libia
Karlos Zurutuza (Gara)

Una localidad bereber se convierte en uno de los escasos lugares del país en el que migrantes y refugiados no temen por su vida

Ni Suleimán, ni tampoco Ahmed o Rasul tienen SIDA. Lo confirman los certificados médicos que cuelgan a la entrada de su pequeño restaurante en el centro de Zuara. Los hermanos Nabelsi llegaron desde la isla de Yerba (Túnez) hace dos años, y llevan despachando sándwiches de hígado y pollo desde entonces. Su antiguo restaurante en su localidad natal ya había sido tocado de muerte con el terremoto político que sacudió la región en 2011. La masacre de turistas del pasado junio en la localidad de Susa no fue sino la confirmación de que solo volverían a casa para visitar a su madre. Apenas son dos horas de coche hasta Yerba. Además, Zuara tampoco les resulta tan extraña.

“Muchos tunecinos buscaron trabajo en Trípoli tras el colapso del turismo en el país pero nosotros nos quedamos aquí porque somos amazigh, y aquí todos lo son”, explica Suleimán, mientras envuelve una nueva remesa de sándwiches en papel de estraza.

Tiene razón. Situada a un centenar de kilómetros al oeste de Trípoli, esta ciudad de 50.000 habitantes es el único enclave bereber en la costa libia. Motivos más coyunturales que ideológicos la vinculan con el Gobierno de Trípoli, que se disputa el control del país con el de Tobruk, éste en la frontera de Egipto. A los dos poderes en liza tras la guerra de 2011 se añade el del Estado Islámico, un tercer actor que se hace fuerte en Sirte, la localidad natal del depuesto Gadafi.

A día de hoy, la carretera que lleva a las montañas de Nafusa, el principal bastión amazigh en Libia, está cortada por una milicia árabe leal a Tobruk, lo mismo que la de Trípoli. El caos parece hacerse irremisiblemente con el país pero los Nabelsi no se plantean volverse a marchar. “No habrá lugar más seguro que éste en toda Libia”, sentencia Rasul, el pequeño. Y si las cosas se ponen feas, añade, uno siempre puede cruzar a Túnez.

Podría hablarse de cierta normalidad en esta ciudad en la que uno de cada dos negocios es una cafetería. Todas están abiertas, lo mismo que las oficinas de la administración local, o las escuelas en las que la lengua amazigh es una asignatura desde hace ya cuatro años.

No obstante, Zuara habría sido devorada por el escombro y la basura de no ser por la labor del equipo de limpieza. Junto con el buzo naranja, el distintivo turbante tuareg parece haberse convertido en parte del uniforme de los barrenderos aquí. Durante los últimos meses, los tuareg han desplazado del sector a los subsaharianos. Son hijos del desierto como Isa Shabud quien, a sus 70 años, ha cambiado la arena de su Ubari natal, en el inhóspito sur del país, por la de la playa de Zuara. Tras siglos, quizás milenios de pacífica convivencia, tuaregs y tubus (otra pueblo del sur) se enfrentan entre sí obligados a alinearse con Trípoli y Tobruk respectivamente. Shabud optó por huir.

“Llegué aquí tras perder todo lo que tenía”, lamenta el tuareg. “Alguien me dijo que Zuara era una ciudad muy pacífica y no me lo pensé dos veces”. Desde las dependencias de la Media Luna Roja, Ibrahim Atushi, responsable del Comité de Emergencia de dicha ONG en Zuara habla de 3000 trabajadores extranjeros registrados en la localidad.

“Son tunecinos, nigerianos, malienses, gambianos… llegan no sólo de África sino también desde países tan remotos como Pakistán o Bangladesh”, explica a GARA el funcionario. Dice conocer las cifras porque todos los emigrantes necesitan un certificado médico para poder trabajar de forma legal. “El número de ilegales es una incógnita”, acota.

“Ilegales”

Los paneles y murales en recuerdo a los caídos en la guerra se levantan alrededor de la plaza de los Mártires, una rotonda siempre congestionada, y que preside un monolito con un caballito de mar tallado en piedra. Ese es el icono de Zuara.

A 200 metros en dirección oeste, la carretera es súbitamente flanqueada por decenas de individuos que trepan a camiones que paran durante escasos segundos. Son tunecinos, nigerianos, malienses, gambianos… incluso hay media docena de bengalíes. Pero ninguno de ellos tiene un certificado médico ni, por ende, un permiso de trabajo.

Desde el amanecer hasta bien entrada la noche esperan trabajos esporádicos en la construcción, en labores de limpieza; “en lo que sea”. Jalil deja marchar a otro camión para contar su historia. Perdió a sus padres y a un hermano en la guerra contra Boko Haram y consiguió escapar del país tras sobrevivir a un secuestro de los islamistas radicales. Pero la pesadilla no había hecho más que empezar.

«Nada más llegar a Trípoli la milicia me encerró y me dejaron un teléfono móvil para llamar a mi familia. “Diles que te mataremos si no envían 500 dólares”, le decían los guardias mientras le golpeaban. Jalil quedó libre para volver a ser encerrado. Y otra vez lo mismo. Resulta que tuvo suerte: “A los que no pagan los matan o, simplemente, los venden como esclavos a gente que tiene negocios en la construcción”, añade.

La mayoría de los subsaharianos a su alrededor aseguran haber pasado por lo mismo pero todos dicen sentirse más seguros en Zuara. “Aquí nuestra vida sigue siendo miserable pero nadie te encierra ni te golpea como ocurre en el resto de Libia”, explica Amín, uno de los gambianos. En un buen día de trabajo, Amín puede ganar hasta 15 dinares (unos cuatro euros). A partir de 600 podrá costearse un pasaje a Europa en una patera.

Naciones Unidas sitúa la cifra de los que han cruzado el Mediterráneo durante 2015 en 600.000, duplicándose así el número del año pasado. Amín está dispuesto a intentarlo, pero no será desde aquí: las barcas llevan semanas sin salir desde que la milicia local descabezara a la mafia responsable del tráfico. “¿Sabes desde dónde salen ahora? pregunta, limpiándose la cara aún cubierta de polvo de obra. “¿Nos puedes decir a dónde podemos ir?”

MIÉRCOLES 13 DE ENERO DE 2016 – COMCOSUR
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4) Libia, cinco años en la cuneta
Karlos Zurutuza (Naiz)

Cuando está a punto de cumplirse un lustro desde el comienzo de la guerra en Libia, la complicada situación en sus carreteras ofrece una certera radiografía del momento en el que se encuentra el país.

“¿A Trípoli? Se puede, pero no desde aquí”. En Zuara, una localidad costera a 60 km de la frontera con Túnez, todo el mundo coincide en que los poco más de 100 km hasta la capital libia son impracticables. A menos de 15 kilómetros hacia el este, en Sabrata, uno se arriesga a “incrustarse” contra un puesto de control gestionado por el ISIS. Aún en el caso de que se haga coincidir el trayecto con la hora del rezo, Anwar Salik, miliciano local, avisa de que la amenaza no acaba ahí.

“Tras Sabrata hay que atravesar el territorio de los Warshafana donde, casi con toda seguridad, te robarán el coche para venderlo en el mercado de Aziziya (sur de Trípoli)”, lo mejor, añade Salik, es viajar por mar en una de las lanchas rápidas que salen de Zuara.

Casi cinco años tras el comienzo de la guerra que destronó a Gadafi, viajar por Libia es como hacerlo por Afganistán: si se puede se vuela a las principales ciudades; si no, se tienta a la suerte por carreteras que controlan mil grupos armados.

La actual atomización del poder en el país se explica, en parte, por la existencia de dos Gobiernos y sendos parlamentos: el de Trípoli, sostenido principalmente por Turquía y Qatar, y el de Tobruk que reconoce la ONU y respaldan Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, y bajo cuyo paraguas se alinean tribus antes leales a Gadafi como los Gadafa, los Warfallah o los Warshafana.

Otra alternativa terrestre para llegar a Trípoli desde Zuara sería hacerlo desde las montañas de Nafusa. Apenas son 80 kilómetros desde la costa pero hay que atravesar Wotya, que controla Tobruk. Descartado. Hoy por hoy, la única vía segura para acceder a la cordillera desde la costa es desandar el camino hacia Túnez y volver a entrar en Libia a través del paso de frontera de Dehiba-Wazzin.

Seguridad en carretera

Apenas hay tráfico en ambos puestos fronterizos, ni para entrar ni para salir. La brutal devaluación del dinar libio en los últimos meses ha reducido drásticamente el número de libios que cruzan a Túnez para ir al médico, hacer compras, o beberse sus ahorros en la isla de Yerba, o Túnez capital. No hay dinero. El único tráfico transfronterizo fluido es el de los camiones cisterna. Circulan en línea, prácticamente pegados, por la única carretera de Nafusa tras llenar sus jorobas de gasolina libia, todavía más barata que la tunecina.

Los surtidores se quedan secos tras el paso de los contrabandistas por lo que Tariq Hassan, un abogado local de Nalut, nunca viaja sin una reserva extra de gasolina en el maletero. Otro elemento imprescindible en la carretera libia es la pistola, pero ésta cambia de sitio según la coyuntura.

“Generalmente la llevo en la guantera para tenerla a mano por si alguien me da el alto con la intención de robarme. Si es un checkpoint organizado la escondo porque sé que me la quitarán si la encuentran. Una pistola es mucho más cara que un Kalashnikov y no estoy dispuesto a tirar mi dinero”, explica Hassan, que asegura detestar las armas.

Toda precaución es poca cuando uno se aventura a abandonar las lindes de su localidad en Libia, pero muchas veces no queda más remedio. Una razón de peso es cobrar la nómina. Los sueldos dejaron de llegar a las montañas hace cinco meses, cuando el helicóptero que traía el metálico a la sucursal local del Banco de Libia fue derribado. Desde entonces, los lugareños bajan a Trípoli al menos una vez al mes. Eso sí, además de incluir gasolina extra en el maletero y una pistola, conviene preguntar a la milicia local sobre sus últimas actuaciones. Las razones son obvias:

“Aún tomando carreteras secundarias para evitar a los Warshafana, hay que atravesar Zintán (una localidad árabe alineada con Tobruk) para llegar hasta Trípoli. Si la milicia de Nalut tiene retenido a algún zintaní, ten por seguro que te arrestarán a ti en cuanto llegues a Zintán”, detalla Hassan.

No es algo demasiado grave. Incluso cuando hay rehenes, su liberación se lleva a cabo de forma bastante civilizada. Se intercambian en Kabao, una localidad a medio camino entre Zintán y Nalut que cuenta con el mejor restaurante de todo el macizo. Hassan dice que, a menudo, se quedan todos a comer antes de volver a casa.

Repostaje

Lo cierto es que Nalut y Zintan ilustran una situación que es extensible al resto del país. La mera supervivencia obliga a localidades rivales vecinas a llegar a acuerdos, tácitos o explícitos, que se siguen antojando imposibles entre sus respectivos Gobiernos de Trípoli y Tobruk. Si los zintaníes quieren seguir cruzando a Túnez saben que han de dejar pasar a los amazigh camino de Trípoli. Otro ejemplo es el del llamado “puente aéreo” de los árabes en Nafusa. Dado que éstos se alinean con Tobruk, en el extremo este, y las carretas hasta allí son impracticables (entre otras cosas por la presencia del ISIS en Sirte), los zintaníes operan vuelos desde un tramo de carretera que ya se usó como pista de aterrizaje improvisada durante la guerra. Para ello, por supuesto, necesitan que los amazighs de Rehibat retiren el checkpoint a la entrada del “aeropuerto”. Generalmente nunca hay objeción.

En cualquier caso, la situación es extremadamente volátil por lo que la información de primera mano es fundamental antes de echarse a la carretera.

El último en entrar al popular restaurante de Kabao es Kaire ben Taleb, representante por Nalut tras las elecciones del Consejo Supremo Amazigh del pasado agosto. Recién llegado de Trípoli, el bereber aconseja evitar el barrio de Shuk al Juma por los combates entre las milicias de Misrata y las de Abdelhakim Belhaj, ese comandante islamista que combatió en Afganistán y

pasó por cárceles secretas de la CIA antes de convertirse en el primer Ministro de Defensa de la Libia post-Gadafi. La milicia de Belhaj controla el antiguo aeropuerto militar de Mitiga, el único operativo de la capital desde que el principal fuera reducido a escombros tras los combates entre las milicias de Misrata y las de Zintán, en agosto de 2014.

Halil no presta atención a las últimas novedades de Trípoli porque volverá a casa en cuanto se acabe su plato de pollo con cuscús. Su plan era viajar hoy a Túnez y pasar dos días borracho en Yerba, pero la frontera ha sido cerrada sin previo aviso. Ocurre a menudo. Frente a éstas y otras contingencias, Halil dice que destila su propio boja, el aguardiente local a base de higos y frutos secos. Su plan para el fin de semana será el de casi siempre:

“Voy a beber hasta que me parezca que en Libia las cosas finalmente funcionan”, sentencia el libio con un eructo, justo antes de levantarse de la mesa.

El fiasco de la ONU

La extremada complejidad logística de los desplazamientos por Libia se explica por el vacío de poder en un país fragmentado en ciudades-Estado, e inundado de armas desde la guerra de 2011. Libia se ha convertido en un Estado fallido en el que los intereses y las necesidades de sus habitantes cobran un papel secundario frente a los de la miríada de agentes extranjeros involucrados, principalmente los de Estados rivales del Golfo Pérsico.

Por otra parte, la credibilidad de la Comunidad Internacional como un mediador válido se ha visto seriamente perjudicada ya desde el comienzo. Los 61,000 millones de euros aprobados por la Fundación Marshall durante la cumbre del G8 de 2011 nunca llegaron. Además, la precipitada celebración de elecciones, en julio de 2012, provocó el fracaso de un Gobierno de Unidad Nacional solvente.

A pesar de todo, la Comunidad Internacional apostó por el Gobierno de Tobruk frente al de Trípoli tras reconocer unos comicios parlamentarios en 2013 que boicotearon el 90% de los libios. Dicha trayectoria va en sintonía con la total ausencia de reacciones, ni qué decir de una investigación, tras los correos electrónicos filtrados que demostraban que el mismísimo enviado de la ONU para libia, el ex diplomático malagueño Bernardino León defendía los intereses de Emiratos Árabes Unidos, los que serían sus futuros contratantes (desde el pasado noviembre, León cobra 50.000 euros mensuales como director de la “Academia Diplomática” de EAU).

El ya conocido como “Leongate” fue definitivamente silenciado tras los atentados de París del pasado noviembre. Cuatro semanas más tarde, la ONU seguía con el plan impulsado por el malagueño y organizaba una charada en Marruecos en la que supuestos representantes de ambos Ejecutivos libios firmaban un acuerdo en aras construir un Gobierno de salvación y elaborar una hoja de ruta hacia unas nuevas elecciones. La indignación de los libios fue tal que representantes, esta vez legítimos, de ambas instituciones se reunieron por primera vez en Malta para rechazar de forma conjunta el acuerdo de la ONU. En uno de los correos, filtrados, León detallaba al Ministro de Exteriores de EAU una estrategia para deslegitimar al parlamento de Trípoli, negando así a una de las dos partes entre las que, supuestamente, necesitaba mediar. En otro correo electrónico, el malagueño mostraba su preocupación sobre cómo ocultar el hecho de que sus futuros patrones estuvieran enviando armas a Libia, en clara violación del embargo de armas de Naciones Unidas.

Una excusa tan previsible como recurrente era la amenaza planteada por el Estado Islámico en el país. Diversos analistas apuntan a que se estaría sobredimensionando su presencia de forma interesada. Sólo durante el pasado mes de diciembre, cabeceras británicas aseguraban que el EI se había hecho con el control total de la ciudad de Sabrata así como de Bin Jawad, la principal refinería del país. Sin embargo, fuentes sobre el terreno coincidían en que los yihadistas habían sido expulsados a las pocas horas de su aparición.

Sea como fuere, la del “auge imparable” de los yihadistas en Libia es una narrativa que suscriben tanto Londres como París, y que podría ser el preludio de una nueva intervención.

Pero antes de ello, tanto Gran Bretaña como Francia han de ser invitadas a hacerlo, algo que no puede ocurrir a no ser que un Gobierno de Unidad Nacional así lo exija. Queda por saber si ese era el objetivo principal del “acuerdo” firmado en Marruecos bajo el auspicio de la ONU; establecer sobre el papel un Gobierno único, aunque fuera puramente nominal, para volver a intervenir militarmente en el país.

Lo que es ya un hecho contrastado es que, lejos de contribuir a la estabilidad del país, la ONU ha demorado irremisiblemente una solución a su creciente fractura.

MIÉRCOLES 13 DE ENERO DE 2016 – COMCOSUR
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5) Europa y la Primavera Árabe cinco años después
Hossan Shaker (Middle East Eye)
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El 17 de diciembre de 2010, un joven vendedor ambulante se prendió fuego tras ser humillado y acosado por la policía, que le había prohibido que se ganara de esa forma su escaso sustento. Mohamed Buazizi falleció pocos días después sin saber que su ejemplo había logrado encender la ira de sus compatriotas tunecinos hasta conseguir derrocar a su tiránico presidente, Zine Al Abidine Ben Ali, en menos de un mes. Ben Ali tuvo miedo y huyó mientras oía cómo su pueblo coreaba en francés “Dégage!” (¡Lárgate!).

Ben Ali había permanecido 23 años como presidente de Túnez con la ayuda de una fuerza policial extremadamente brutal. Sin embargo, durante toda su presidencia no había dejado de recibir alabanzas políticas de Europa, disfrutando de una buena reputación en los medios de comunicación europeos mientras se esmeraba en las relaciones públicas utilizando el engaño generalizado, permitiendo que Europa creyera que era un socio fiable, sin prestar atención alguna a la voluntad de su pueblo.

A pesar de la abundancia de informes independientes de derechos humanos acerca de la opresión, tortura y mordaza de la libertad de expresión durante la era de Ben Ali, su imagen seguía siendo en gran medida inmaculada en la cobertura de los medios europeos y continuaba recibiendo cálidas bienvenidas en las capitales europeas. Las valientes investigaciones publicadas en el extranjero durante los años finales de su gobierno no lograban disipar la creencia e imagen preponderantes de que era el presidente ideal para el mundo árabe.

Incluso cuando el pueblo tunecino estuvo protestando contra su régimen tiránico durante varias semanas, los políticos y periodistas en Europa continuaron encontrando dificultades para criticar claramente al régimen gobernante y al despótico presidente que tantas crónicas laudatorias había auspiciado. En la cobertura y comentarios de los medios europeos, los titulares no tildaron de “dictador” a Ben Ali hasta las horas finales de su gobierno, cuando todo el mundo estuvo seguro que su reinado había terminado.

El 14 de enero de 2011, los tunecinos celebraron su abrumador éxito al conseguir derrocar a un dirigente tiránico que se había empecinado en seguir en el poder con la ayuda de una red familiar aferrada las esferas económicas del país de una forma mafiosa. De repente, el mundo se puso a aplaudir a los tunecinos y las fotos de las masas de Túnez se apropiaron de las portadas de la prensa europea durante semanas. Los políticos y comentaristas en Europa empezaron por fin a hablar de la fealdad del gobierno del tirano. Fue solo entonces cuando las autoridades europeas admitieron abiertamente que sus políticas exteriores habían sido un error favoreciendo al régimen a fin de proteger los intereses de Occidente en el mundo árabe en vez de honrar sus obligaciones con los estándares de la democracia, derechos humanos y voluntad popular.

Egipto después de julio de 2013

Pero, ¿qué sucedió después? El aplauso europeo a la Primavera Árabe a favor de la democracia duró alrededor de dos años, pero después el lenguaje de concertación con los tiranos hizo de nuevo su aparición por toda la región, especialmente en Egipto. En la actualidad, está claro que no se concede valor práctico a los muchos informes e investigaciones independientes de derechos humanos sobre las atroces violaciones perpetradas por los regímenes en ataque a la democracia. A pesar del hecho de que las embajadas europeas están presenciando muy de cerca las nuevas atrocidades y cómo se aplasta y masacra al pueblo en las plazas, la afición a dar la bienvenida a los tiranos extendiendo la alfombra roja ante ellos se ha recuperado nuevamente.

Hoy en día, todo el mundo debe olvidarse de todos los bellos eslóganes, iniciativas y estrategias que los políticos europeos propusieron durante la Primavera Árabe. ¿Quién recuerda ahora la “Nueva Política Europea de Vecindad” anunciada por Catherine Ashton en mayo de 2011, la Asociación para la Democracia y Prosperidad Compartida con el Mediterráneo Sur propuesta por la Comisión de la UE en marzo de 2011, el apoyo a las democracias emergentes en las iniciativas del mundo árabe, o incluso la nueva versión de la Asociación Euromediterránea que se reprodujo durante la Primavera Árabe?

La verdad es que la democracia quedó pisoteada y aplastada y que se presentaron todo tipo de excusas para llevar a cabo este brutal proceso, que no se habría producido si no se hubiera garantizado la inmunidad europea y hubiera habido crítica verdadera y castigo. No hay duda de que los políticos europeos y la mayor parte de la cobertura y comentarios de sus medios de comunicación evitaron condenar lo que había sucedido a partir de julio de 2013, tras el golpe militar en Egipto. La tiranía y la opresión se reprodujeron de forma brutal y el nivel de crueldad creció llegando hasta el extremo de perpetrar atroces masacres masivas en las plazas contra manifestantes pacíficos y quienes llevaban a cabo sentadas. La nueva tiranía utilizó campañas de relaciones públicas para engañar a Europa y al mundo.

Los poderosos Estados europeos no pueden eludir sus responsabilidades a la hora de influir en algunos de los desarrollos de su patio trasero. Tienen obligaciones y responsabilidades y no hay espacio para la confusión cuando se trata de elegir entre democracia y tiranía militar, libertad y opresión, dignidad humana y tortura.

Algunos han dicho que las políticas exteriores europeas persiguen extender la democracia pero lo que hacen más bien es trabajar en función de la lógica de sus intereses y seguridad nacional, como si el compromiso europeo de apoyar la democracia, libertad y derechos humanos no tuviera valor alguno en tiempos de dificultades. Bien, debo recordarles que los regímenes tiránicos y corruptos son los que produjeron las bombas de tiempo económicas y sociales al no proporcionar oportunidades laborales a millones de sus jóvenes cada año. Esos regímenes aplastaron las esperanzas de sus pueblos y crearon la atmósfera donde se incuba y reproduce la cultura de la violencia y el extremismo, empujando a generaciones de árabes a tomar terribles decisiones, como arriesgarse a morir ahogados en el mar Mediterráneo o caer presos de la propaganda de Daesh.

Hossam Shaker es investigador y escritor, consultor en medios de comunicación, relaciones públicas y comunicación de masas para una serie de organizaciones europeas. Reside en Viena. Centra sus análisis en los asuntos internacionales, así como en las cuestiones sociales y de los medios de comunicación.

MIÉRCOLES 13 DE ENERO DE 2016 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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