1) Escenas de la lucha de clases en Francia –
2) La crisis del posneoliberalismo –
3) La nueva derecha en Brasil –
4) ¿Qué pasa en Yemen? –
5) Los israelíes no existen –
6) The Panama Papers: la conexión uruguaya
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COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 16 / Nº 768 / Lunes 4 de Abril de 2016 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Escenas de la lucha de clases en Francia
Rafael Poch (La Vanguardia)
Empujones a la entrada e insultos en la sala. Señoras bien vestidas y enjoyadas, comportándose como verdaderas verduleras y hombres encorbatados llamando “zorra” a la gaditana alcaldesa de la ciudad, Anne Hidalgo, afortunadamente ausente. Lo nunca visto en el elegante distrito XVI de París. Era la “reunión informativa”, organizada por el Ayuntamiento de París para los vecinos del distrito en el aula magna de la Universidad París Dauphine, que linda con el Bois de Boulogne. ¿Motivo de la bronca?: el ayuntamiento ha tenido la audacia de colocar en un barrio rico un centro provisional de acogida para 200 sin techo, pobres, vagabundos y demás.
La decisión rompe un tabú: los pobres sin techo deben estar con sus parientes con techo, es decir en los distritos modestos del norte y el este de la ciudad. Nada de mezclas. El distrito XVI, 150.000 habitantes, una de las densidades de población más bajas de París, solo tiene 18 de las 10.000 plazas de acogida para los sin techo que hay en toda la ciudad, que rebosa gente durmiendo por las calles. El popular distrito XX tiene más de mil plazas. La idea de Hidalgo es repartir un poco la solidaridad, pero el alcalde de barrio, Claude Goasguen, del partido de Sarkozy, dice que lo que quieren es “castigar a los burgueses”. “Este centro de acogida hará bajar el precio de mi piso”, se queja un ciudadano. “Esta gente no tiene medios y robará”, augura una señora.
Jóvenes, abuelos y sindicatos
Eso sucedía el lunes, y ante lo crispado del ambiente el Presidente de la Universidad, Laurent Batsch, decidió dar por concluida la “reunión informativa” a los quince minutos de su inicio.
El jueves los estudiantes y bachilleres volvían a salir a la calle. Ya lo hicieron el día 9, sumándose en gran número a los sindicatos para protestar contra el proyecto de ley laboral del gobierno, que recorta un poco más el derecho laboral. Varios centenares de miles de estudiantes, trabajadores, parados y jubilados en toda Francia.Tras tantos años de recortes moderados, el bien afilado cuchillo neoliberal francés que corta muy fino, tocó nervio y el país despertó: “Hasta aquí podíamos llegar”, se leyó en un manifiesto de socialistas y compañeros de viaje de Hollande y Valls.
El gobierno no se esperaba que el pueblo desenterrara su hacha de guerra, y asistió incrédulo a una reacción que en pocos días unificó a todos los sindicatos en una convocatoria de huelga general para el 31 de marzo pidiendo la retirada del proyecto de ley involucionista. Inmediatamente se borraron dos o tres aspectos enojosos del texto. Con eso se ha conseguido que algunos sindicatos, la mansa CFDT y otros, vuelvan al redil, sin embargo los otros mantienen la convocatoria de huelga, lo que a 14 meses de las presidenciales pinta muy mal para el Elíseo.
Soñando con un cambio
Como en toda Europa, la involución social francesa data de 30 años. Algunos fechan su inicio en 1983, cuando Mitterrand cambió su programa común de izquierdas por la desregularización neoliberal. El caso es que hace mucho tiempo que la vida social se degrada en Francia. Como en todas partes, la teología dominante afirma que el problema de la economía francesa tiene que ver con el exceso de Estado y de gasto social. El bombardeo mediático de esta idea, así como la escuela que ha creado a lo largo de toda una generación, son considerables, pero ya en 2005, con el referéndum contra la Constitución Europea, los franceses dijeron no, por más que su voluntad fuera olímpicamente ignorada. En todo caso, muchos sueñan ahora con un despertar.
Con la idea de un vaso colmado, cuya última gota —el proyecto de ley laboral— comienza a desbordar para dar lugar a una de esas erupciones sociales francesas. Frédéric Lordon, el principal panfletista de moda de la izquierda de la izquierda local, repite estos días en sus intervenciones que si Francia peta se llevará por delante las instituciones existentes. Yannis Varufakis apunta, y tiene razón, que sin una Francia rebelde y despierta, no habrá cambio en Europa. La huelga general del día 31 deberá dar la medida de todo eso. La juventud ha estado más bien ausente de las discretas movilizaciones sociales francesas, pero el día 9 algo se movió. Llama en especial la atención la ausencia del sujeto, precario y marginado de las banlieues. Sin que ese sujeto aparezca en la calle, el cambio se quedará en sueño.
LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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2) La crisis del posneoliberalismo
Federico Vázquez (Le Monde Diplomatique)
Hasta hace poco, los gobiernos progresistas de América Latina parecían imbatibles. La imagen regional actual, con la crisis de Brasil en el centro, es muy distinta. Los motivos de este retroceso hay que buscarlos en factores económicos, en una falta de imaginación para responder a los problemas y en la dificultad para sustituir los liderazgos populares.
Todo parece estar cambiando en nuestra región. Hasta ayer nomás, los gobiernos posneoliberales aparecían casi imbatibles en las urnas, con buenos resultados económicos y sociales y un triunfo más silencioso pero no menos histórico: haber sorteado el estigma del siglo XX de ciclos cortos que se abrían y cerraban con crisis institucionales, sociales y económicas superpuestas.
¿Cuándo empezó a cambiar el panorama que hoy nos devuelve una imagen regional tan distinta, con un gobierno de derecha en Argentina, una crisis institucional y política en Brasil, una economía evaporada en Venezuela y hasta una derrota del mismísimo campeón de elecciones, Evo Morales?
Una primera idea. Entre 2013 y 2014, cuando los PBI de estos países mostraron una fuerte desaceleración, los gobiernos progresistas empezaron a sobrevivir, como almas en pena, a sus propias economías. El corazón productivo y comercial de la región se paró. Brasil pasó de crecer 2,7% en 2013 a un nimio 0,1% en el 2014. Venezuela, que había tenido un crecimiento acumulado de 11% entre 2011 y 2013, se desplomó un 4% en el 2014. Con menos dramatismo, lo mismo pasó en Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, etc.
En definitiva, el 2014 aparece como el momentum a partir del cual las economías sufren la combinación de la caída del precio de las materias primas a nivel internacional, la desaceleración china y la continuidad de los efectos de la crisis mundial de 2008/2009.
Pero la frase “Es la economía, estúpido” habría que retirarla de una vez por todas como invocación de autoridad. En nuestra región valdría tanto ésa como otras posibles: “Es la política, estúpido”, “Es el Estado, estúpido”, “Es la desigualdad, estúpido”, y así.
El parate económico sorprende a los gobiernos a contrapelo. Repasemos: a principios de 2013 muere Hugo Chávez, abriendo un interrogante enorme sobre la suerte de un proyecto que lo había tenido como figura excluyente. Ese mismo año, una ola de protestas anti gobierno recorre Brasil. También en 2013 el gobierno de Cristina Kirchner, que había arrasado en las urnas en 2011, pierde las elecciones legislativas al fracturarse un sector del peronismo. Y en Bolivia, aunque Evo Morales fue reelecto con facilidad en 2014 (con el 61,36% de los votos), por primera vez el MAS pierde apoyo en sus bastiones tradicionales del Occidente indígena.
Este repaso pinta un cambio de vientos que no se limita a lo económico (aunque desde ya lo contiene) y que parece mostrar si no el fin del ciclo progresista en la región, al menos un fuerte retroceso que obliga a pensar sus razones y causas.
Con dos premisas incómodas. La remanida división entre “moderados” y “radicalizados” no sirve como factor explicativo si el retroceso ocurre en todos lados. Y en segundo lugar, si el cambio del clima político fue entre previo y simultáneo al derrumbe de los precios internacionales, salvo que creamos en un mecanicismo económico instantáneo, es necesario mirar al interior de los proyectos políticos, las gestiones estatales y las oposiciones para encontrar el hilo de Ariadna en la actual crisis del posneoliberalismo.
No es sólo la economía
En ese año maldito de 2013, el resto del mundo también tuvo un giro inesperado. Por primera vez en cinco años el índice de precios de materias primas que publica todos los años Standard & Poor’s (GSIC) mostró un retroceso de 2,2% en el precio de 24 commodities. El “superciclo” de precios altos de las materias primas que había arrancado allá por el 2002/2003 y que sólo había tenido una pausa en la crisis internacional de 2008 para después volver a tener una subida feroz en el 2010, 2011 y 2012, había terminado. Las miradas se dirigieron a China que seguía y sigue creciendo (6,9% en el 2015), pero sin la velocidad con la que lo había hecho hasta el 2011. Unos meses después, en la segunda mitad del 2014, el petróleo acompañaría la baja general, reduciéndose a un tercio de su valor.
Desde ya semejante cimbronazo no podía pasar inadvertido en América del Sur, donde todas las economías (incluso la más industrializada, Brasil) generan divisas exportando, antes que nada, productos primarios.
En el caso de la economía venezolana, la dependencia petrolera llega al paroxismo de concentrar el 95% de las divisas que entran al país. Pero en el caso de Argentina, Brasil o Bolivia, con una dependencia menos drástica, el golpe se asestó en el centro de las agendas económicas que tenían esos gobiernos para los próximos años.
En 2012 el gobierno kirchnerista expropió YPF y apostó a que los yacimientos de Vaca Muerta permitirían aliviar el déficit que generaba la importación de energía y, a mediano plazo, abrir un camino industrializador más sólido. A una escala mayor lo mismo pasó en Brasil. Una Dilma victoriosa promulgó en septiembre de 2013 una ley para los yacimientos de pre-sal, que según la promesa presidencial iban a permitir destinar a educación y salud más de 45 mil millones de dólares en diez años. Es decir, estas nuevas fuentes de petróleo en países donde ya existía un tejido industrial aparecían como la oportunidad ideal, justo cuando la “capacidad instalada” del modelo de crecimiento interno parecía tocar su techo.
Pero el cambio brusco del viento mundial frenó lo que en ese entonces prometía ser el motor que daría nueva vida al ciclo económico (y político) regional.
Ya sin la ayuda del mundo, los gobiernos posneoliberales debieron comenzar a capear la tormenta. Las recetas, como las enfermedades de cada uno, fueron distintas. En el caso venezolano, la caída de las divisas quitó el aceite de una fricción social y política siempre tensa. Cuando Nicolás Maduro anunció el enésimo programa “productivo” para terminar con el rentismo petrolero se encontró con que el empresariado, lejos de apostar por la producción y el desarrollo, acaparó productos, elevó los precios y fugó divisas. En 2015 la inflación medida por el Banco Central de Venezuela fue de 180,9% y la actividad en Puerto Cabello –por donde entran los contenedores con los alimentos y bienes que Venezuela no produce (es decir, casi todo lo que se consume en el país)– cayó un 40%.
Por estos días, Nicolás Maduro anuncia la buena nueva del “Arco Minero del Orinoco”, una enorme superficie de cien mil kilómetros cuadrados donde estarían enterrados más de 4.000 millones de toneladas de oro, según las declaraciones presidenciales. Números reales o fantaseados, el gobierno bolivariano vuelve a apostar a un esquema rentista como tabla de salvación para generar ingresos estatales.
El caso de Brasil es un tanto paradójico. El 26 de octubre de 2014, Dilma Rousseff ganó la segunda vuelta con el 51,6% de los votos, frente al 48,3% de Aécio Neves. Al escaso margen se sumaba un hostigamiento mediático feroz, el eco de las protestas del año anterior y el alud de acusaciones de corrupción por el petrolão. Frente a este escenario complejo, la primera medida del segundo gobierno de Dilma fue cambiar al ministro de Economía: Joaquim Levy, un ortodoxo sin vínculos con el Partido de los Trabajadores (PT), desplazó a Guido Mantega, el artífice de la etapa desarrollista de Lula y del primer mandato de Dilma. Sin explicitarla del todo, la idea era contentar al poder económico a cambio de gobernabilidad.
En pocos meses el ministro Levy se ganó el apodo “manos de tijera” por los recortes presupuestarios y de subsidios a distintas ramas productivas. El resultado, lejos de lograr el equilibrio de las cuentas fiscales prometido, fue un desplome de la economía durante todo el 2015. Standard & Poor’s comunicó en septiembre pasado que el país ya no tenía “el grado de inversión”. La seducción al poder económico había fracasado. Así terminaba el primer año del segundo mandato de Dilma, cuando sobrevino la actual crisis institucional.
Los casos de Venezuela o Brasil muestran un comportamiento preocupante del posneoliberalismo aún en el poder: ante un escenario de crisis, los gobiernos atinaron o a repetir una fórmula gastada –el rentismo– o a virar a la derecha. ¿Se acabó la imaginación?
En el caso argentino, la derrota electoral de noviembre pasado encontró al gobierno de Cristina Kirchner intentado no repetir el esquema brasileño, multiplicando los parches en una economía con dificultades, aunque logrando generar un tibio crecimiento y mantener niveles de ocupación y consumo altos. De todas maneras, algunas declaraciones de los asesores económicos de Daniel Scioli abren el interrogante de si ese viraje no hubiera ocurrido también en un eventual gobierno del Frente para la Victoria (FPV).
En cualquiera de los casos, y aun más relevante si algunos de los gobiernos progresistas logran superar la coyuntura actual, la pregunta es qué agenda de transformaciones posibles pueden proponer de acá en más.
Sobrevivir sin el líder
Tema viejo de la ciencia política y de la historia latinoamericana, la pregunta por el rol de los liderazgos sigue vigente. ¿La experiencia de estos años agrega algo al debate? Lula dejó de ser presidente en 2010 y aún hoy es tan gravitante que Dilma y el PT apuestan todo a su figura para salvar al gobierno de la actual crisis política. La dependencia que tienen los proyectos políticos de sus líderes fundadores es indiscutible.
Pero habría que ir con cuidado: también es cierto que salvo en el caso argentino (donde hasta último momento el mismo FPV tuvo una relación ambivalente con el que terminaría siendo su derrotado candidato a presidente, Daniel Scioli) las fuerzas progresistas se las ingeniaron para construir transiciones en los gobiernos manteniendo el signo político. Chávez-Maduro, Lula-Dilma, Tabaré-Mujica muestran que esa dinámica es posible.
¿Quién está más adelantado en este aprendizaje parcial en el que los líderes, aunque fundamentales, pueden encontrar sustitutos o reemplazos sin que el proyecto político vuele por los aires? ¿Las sociedades o los propios líderes?
Bolivia puede ser un caso ilustrativo. Evo Morales venía de ganar las elecciones presidenciales de 2014 con el 61% de los votos. Incluso en medio del desplome económico de sus vecinos y un 53% de exportaciones de hidrocarburos con precios en picada, Bolivia sigue creciendo a más del 5%. El 20 de enero pasado, el vicepresidente Álvaro García Linera se reunió con los empresarios de Santa Cruz de la Sierra y en tono celebratorio dijo: “Hemos encontrado una fórmula boliviana virtuosa de articulación de lo público y lo privado”. El balance entre radicalidad, eficiencia y consolidación política no podía ser mejor. Y sin embargo, en febrero pasado, Evo mordió el polvo en el referéndum que le hubiera permitido otra reelección.
La pregunta lógica no debería ser por qué los bolivianos no votaron la reforma constitucional, sino por qué Evo Morales se ofreció a sí mismo como única garantía de continuidad. La sociedad boliviana ya había dado muestras de separar los tantos cuando en el 2014 castigó a varios dirigentes locales del MAS, incluso en territorios tan evistas como El Alto.
Pareciera como si a veces los líderes pensaran que sus electores funcionan con una lógica puramente “economicista”, cuando lo que ocurre es que el propio éxito de los gobiernos tiene como consecuencia una complejización social antes que un achatamiento rudimentario de los comportamientos colectivos. En el caso boliviano, además de nacionalizar y distribuir el ingreso, el MAS insumió buena parte de su energía política en lograr una nueva Constitución, que por primera vez puso a todos los bolivianos en condición de ciudadanos plenos. Y después les pidió que voten como si ese gran triunfo simbólico no hubiera ocurrido nunca; como si todas las conquistas sociales de una década no tuvieran como garantía ese contrato social, sino sólo a Evo Morales. ¿Es así? Y si es así, ¿de qué está sirviendo el empoderamiento social y la construcción política?
Oposiciones nuevas y viejas
Después de muchos años de ostracismo, las oposiciones lograron triunfos electorales o, al menos, disputar con éxito la agenda a los gobiernos progresistas. Ahora bien ¿qué son estas oposiciones?
Una primera caracterización gruesa, pero que no deja de ser orientativa, muestra que en todos los casos se trata de oposiciones a la derecha de los gobiernos posneoliberales. Basta con ver la extracción social de sus líderes, las alianzas sociales en las que se apoyan o las tesis económicas que tienen en sus mesitas de luz.
Mauricio Macri proviene del mundo empresario e inauguró su gobierno sembrando el gabinete de CEO. El principal opositor en Bolivia, Samuel Doria Medina, es un histórico empresario cementero y dueño de la franquicia Burger King. Aécio Neves en Brasil es, desde hace 30 años, parte del establishment político del país. En Venezuela, después de la emergencia de algunos liderazgos más jóvenes, cuando la oposición logró por primera vez en más de 15 años una porción de poder institucional relevante en la Asamblea Nacional, el liderazgo recayó en el veterano Henry Ramos Allup, del aun más veterano y conservador partido Acción Democrática.
En el camino parecen haber quedado los ensayos opositores “moderados” o que incluso tenían un origen en los mismos oficialismos. Marina Silva, Sergio Massa o el propio Henrique Capriles parecían interrogar a los oficialismos en sus propios términos, incorporando algunas demandas sin cuestionar en bloque las políticas públicas. Sin embargo, hoy parecen ensayos que fueron útiles para minar electoralmente a los oficialismos, pero no para heredarlos en el poder.
Los votantes opositores en los distintos países terminaron encumbrando a los líderes que mayor distancia tenían con los oficialismos, negativos casi perfectos. Lo cual pone en duda que el futuro político de la región esté en manos de políticos descremados, sin ideología, que algunos análisis suponían como una superación posible de los liderazgos “ideológicos” de la última década. El caso argentino, pero también el perfil de los opositores en los demás países, advierte sobre una reconstrucción ideológica neoconservadora, que cuestiona el centro de las políticas públicas que se llevaron a cabo en los últimos años en la región sin mayores amortiguaciones.
En este marco, no resulta extraño que los estamentos judiciales (que por propia naturaleza son la cara más perfecta del conservadurismo social e ideológico en estas latitudes) ocupen cada día una porción más grande de poder, amenazando incluso con volverse protagonistas determinantes de la escena política de cada país.
LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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3) La nueva derecha en Brasil
Raúl Zibechi (La Jornada)
La hegemonía en las calles brasileñas pertenece hoy a la derecha, por primera vez en 50 años. Poco antes del golpe de Estado de marzo de 1964, la derecha protagonizaba grandes manifestaciones contra el presidente progresista João Goulart, como la Marcha de la Familia con Dios por la Libertad en São Paulo, que congregó a cerca de 300 mil personas (http://goo.gl/J3wE1).
Bajo la dictadura la izquierda ganó las calles. A contrapelo, impuso modos de protesta, símbolos y discursos que sentaron su hegemonía hasta el 20 de junio de 2013. Ese día comenzó la llamada Revuelta de los Coxinhas (término peyorativo para referirse a varones blancos de clase media alta, engreídos, pitucos en lenguaje rioplatense).
Lo que sucedió aquella noche en las principales ciudades del país aún no ha sido dilucidado, pero lo cierto es que aprovechando manifestaciones masivas del Movimento Passe Livre (MPL) contra el aumento de las tarifas del transporte urbano, decenas de miles de coxinhas con la bandera de Brasil y los colores verdeamarelo desembarcaron en las marchas, agredieron y expulsaron a quienes portaban símbolos de izquierda y tomaron el control de las manifestaciones.
No es la simple reproducción de la vieja derecha católica y militarista que apoyó el golpe de 1964. Es una nueva derecha: sin partido, de clase media alta (con ingresos de más de cinco salarios mínimos), apoyada por empresarios industriales mientras el agrobusiness está en el gobierno; que acepta el aborto, el matrimonio igualitario, la despenalización de la mariguana y la gratuidad de los servicios públicos (http://goo.gl/AMSH3n). Pero se opone a las cuotas para estudiantes negros en las universidades y cree que Bolsa Familia la perjudica.
Es un error pensar que actúan digitados por los medios, como si fueran autómatas. Lo que no quiere decir que los medios estén al margen de la actual coyuntura brasileña. Es una derecha militante, que tiene estrategia y organizaciones propias, laica, politizada, formada en universidades privadas y públicas.
La primera acción de calle fue convocada por el Movimiento Cívico por el Derecho de los Brasileños, más conocido como Cansei (me cansé), el 17 de agosto de 2007, a la que asistieron 5 mil personas cuando aún latía el mensalão, el primer escándalo de corrupción que sacudió al gobierno del PT desde 2005. Las crónicas de prensa ironizaban sobre las marcas exclusivas de ropa que lucían los manifestantes, quienes fueron rechazados por los más importantes dirigentes del socialdemócrata PSDB, entre ellos el ex presidente Fernando Henrique Cardoso (http://goo.gl/pBvtHR).
Pese a la fugacidad del movimiento, nació un patrón de acción que luego se repite: gritos de fuera Lula, participación de actrices y actores populares de telenovelas, apoyo de la Federación de Industrias de São Paulo (FIESP) y de la Orden de Abogados de Brasil (OAB), y expulsión de personas que portaban banderas del PSDB porque se definen como anti-partidos.
Pero lo decisivo fue lo sucedido entre 2007 y 2013, aunque es poco atendido por los medios y los analistas. La nueva derecha creció en los centros de estudiantes de universidades públicas que eran bastiones de la izquierda. El caso más significativo sucedió en la Universidad Nacional de Brasilia (UNB).
En 2009 se creó el grupo Alianza por la Libertad, autodefinido como liberal, que ganó la dirección del centro de estudiantes en 2011 con 22 por ciento de los votos, ante la fragmentación de las izquierdas. Fue relegida por cuarta vez en 2015, con 60 por ciento de los votos, desplazando a las agrupaciones del movimiento estudiantil. La UNB había protagonizado luchas muy importantes como la ocupación de la rectoría en 2008, exigiendo la renuncia del rector denunciado por corrupción.
Alianza por la Libertad, vinculada al grupo Estudiantes por la Libertad (financiado por fundaciones neoliberales y anticomunistas de Estados Unidos) y al Instituto Liberal, se concentró en temas cotidianos de los estudiantes, como la limpieza de los baños y la seguridad en el campus. Mientras el movimiento estudiantil planteaba sus demandas en términos generales, la derecha buscaba soluciones concretas muy elementales. Sus principales apoyos estaban en las facultades de ingeniería, derecho y economía.
En esos años la derecha ganó otras universidades estatales como Minas Gerais y Rio Grande do Sul, y creció en otras, siempre rechazando la política partidaria, acusando a los militantes de izquierda de buscar cargos de confianza. Sus cuadros se formaban en institutos y organizaban agrupaciones de nuevo tipo.
En paralelo, se expandieron las marchas contra la corrupción. En 2011 hubo marchas en 25 ciudades, siendo la de Brasilia la más numerosa con 20 mil personas con el apoyo de la OAB. Los manifestantes llevaban banderas brasileñas y cantaron el himno nacional, lo que indica que un movimiento legítimo fue cooptado por la derecha más militante (http://goo.gl/CtLMyI).
La hipótesis es que antes de la explosión de junio de 2013 la nueva derecha ya era una fuerza social y tenía experiencia en la conducción de masas, justo cuando la militancia de izquierda abandonaba la calle y se volcaba hacia el Estado. La nueva derecha creó una cultura de protesta en la calle, lo que le permitió reconducir las marchas hacia sus objetivos. Sobre la base de esas experiencias, en 2014 nacen los grupos que hoy convocan millones: Movimento Brasil Livre, Vem Pra Rua y Revoltados On Line.
¿Por qué las izquierdas no han sido capaces de entender este avance de una nueva derecha y todo lo atribuyen a los medios? Una respuesta, provisoria, es que no se comprende la realidad desde las instituciones sino desde la calle. La página passapalavra.info fue la primera en advertir lo que se venía, la misma noche del 20 de junio, al igual que ex miembros del MPL, como el antropólogo Paíque Duques Santarém y el filósofo Pablo Ortellado. Esta nueva derecha no puede combatirse con argumentos ideológicos, sino en la disputa viva de la vida cotidiana.
LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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4) ¿Qué pasa en Yemen?
Luz Gómez (eldiario.es)
El sangriento petróleo lo explica todo
En la modalidad en auge de guerras por delegación en Oriente Medio, la de Yemen, que ya ha cumplido un año, resulta especialmente sucia. Es la guerra sobre la que a todo el mundo le conviene callar. El número de muertos, heridos y desplazados no alcanza cifras tan escandalosas como las de Siria o Irak para que se hagan eco los grandes medios de comunicación globales, y a remolque actúen los organismos internacionales. Los recursos energéticos o geoestratégicos de Yemen tampoco despiertan codicias tan abiertas como las norteamericanas o las rusas en Afganistán, o las de todos en Libia. Y su emplazamiento condena al país a ser el patio trasero del amigo saudí, para alivio de una Europa incapaz de gestionar las múltiples crisis que se le agolpan. Yemen, la Arabia felix latina, es hoy uno de los lugares más lúgubres del planeta, cuatro años después de que un consenso sin precedentes de grupos políticos y sociedad civil forzara a Ali Abdalá Saleh, el dictador más longevo del mundo árabe tras Gaddafi, a abandonar el poder.
Pero Saleh se marchó delegando poderes en Abd Rabbuh Mansur Hadi, su vicepresidente, un militar sureño hábil en interpretar el aire de los tiempos. El traspaso fue negociado con el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), en un calculado intento de sus vecinos de poner coto a una revolución que podía “infiltrarse” por sus fronteras. Que ello implicara azuzar los enfrentamientos tribales, regionales y sectarios que históricamente han asolado el país y que la revolución yemení había conseguido aparcar, poco importaba. Más bien al contrario: la sectarización es el arma más efectiva que, de momento, han encontrado los Estados del Golfo en su particular batalla por el control de Oriente Medio y contra Irán.
El fracaso de la transición yemení emprendida en 2012 es el fracaso de un proyecto nacional que hubiera dotado al país de una independencia incompatible con los planes de sus poderosos vecinos. La ofensiva de los huzíes, un grupo tribal de observancia zaidí, históricamente relegado del poder, contra el Gobierno del presidente Hadi, el protegido del CCG, aceleró la descomposición del Estado en formación y propició la simplificación sectaria del enfrentamiento. Era algo que en un principio estaba lejos de la realidad, pero, al ser el zaidismo una hipotética rama del islam chií, la conexión iraní era un argumento fácil de esgrimir para aquellos interesados en reproducir la manida narrativa del enfrentamiento sunníes/chiíes. Una vez que esta lógica echó a rodar, la intervención saudí era cuestión de tiempo.
El amigo saudí se lanza a la guerra abierta
Con la subida al trono del rey Salmán en enero de 2015 y la concentración de poder en su hijo y ministro de Defensa, el príncipe Mohammed, la nueva política saudí de intervención militar abierta en los conflictos de la zona se inauguró en Yemen. Hace ahora un año se formalizó una coalición internacional liderada por Arabia Saudí, que comenzó una campaña de ataques aéreos, bloqueo naval y apoyo a las tropas leales al presidente Hadi que continúa a día de hoy y que ha ido recuperando territorio conquistado por los rebeldes huzíes, aunque en modo alguno la coalición pueda cantar victoria. Más bien al contrario: la prolongación de la guerra evidencia el fracaso de la estrategia saudí, que creía poder manejar los intereses de las partes en conflicto. En este contexto, ya nadie recuerda, como ha lamentado Jamal Benomar, el enviado especial de Naciones Unidas para Yemen, que el primer ataque saudí se produjo en vísperas de la firma de un acuerdo multilateral para que varios grupos políticos y tribales compartieran el poder durante un periodo transitorio.
El bombardeo sistemático de infraestructuras civiles y poblaciones por parte de las fuerzas armadas saudíes es tan cotidiano que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha llegado a decir que determinadas operaciones “podrían constituir un crimen de guerra”. Cuando ya se ha cumplido un año del inicio de la campaña, 14 millones de yemeníes viven por debajo del umbral de la pobreza; 3 millones de menores sufren malnutrición; y 20 millones de personas, el 80% de la población, no tienen acceso a agua potable. Los trabajadores de Naciones Unidas y las agencias humanitarias vienen denunciándolo.
No es el islam, es el maldito petróleo
La actual obsesión saudí con Yemen poco tiene que ver con el islam, sea sunní o chií. La obsesión saudí tiene que ver, evidentemente, con el petróleo. Yemen apenas lo tiene, pero su ubicación geográfica le confiere un valor estratégico primordial en la reordenación del tráfico mundial de crudo tras el levantamiento de las sanciones a Irán. Hace años que Arabia Saudí proyecta un nuevo oleoducto que, desde sus grandes yacimientos en el este del país y atravesando la región yemení de Hadramaut, desemboque directamente en Adén, esquivando así el actual paso de los cargueros por el estrecho de Ormuz, tutelado por Irán. El expresidente Saleh fue remiso a otorgar a los saudíes licencia abierta para ello, y lo utilizó como baza política siempre dúctil en sus negociaciones con los países del Golfo. El futuro del proyecto parece ahora expedito. El presidente Hadi le debe a Riad su supervivencia. En cuanto a las tribus del este yemení, cuya colaboración es imprescindible, los saudíes se han garantizado su beneplácito: controlada por al-Qaeda, la región se ha visto libre de los bombardeos de la aviación saudí.
Pero a corto plazo hay otro “logro” de la guerra en Yemen que va a determinar el futuro inmediato del comercio del petróleo. No es un secreto, pues la diplomacia saudí no es tan sutil. Los líderes europeos lo conocen bien, y por ello intentan acallar a los diplomáticos más críticos, como los alemanes, holandeses o suecos; o colaboran de forma subrepticia, como Cameron, que ha hecho que Reino Unido facilite la logística de las operaciones aéreas saudíes. Como explicó en su día Yves Lacoste, la geografía es un arma para la guerra. Y la del mar Rojo, del estrecho de Bab al-Mandeb al Canal de Suez, es un ejemplo de manual. Si culmina su campaña en Yemen, Arabia Saudí controlará el tráfico de la principal ruta de acceso del petróleo a Europa: en el sur, habrá sido precisa una intervención militar; en el norte, habrá bastado la intervención financiera, que sostiene al régimen del general Sisi. De momento no se sabe cuánto le costará a Europa este golpe de fuerza saudí. Los yemeníes ya están pagando el precio.
Sin embargo al mundo le conviene callar sobre Yemen: a Europa por cortedad de miras (“bastante tenemos con lo que tenemos”); a EEUU para compensar a Arabia Saudí por sus acuerdos con Irán; a Rusia para tener carta blanca en Siria; y a la Liga Árabe para que nadie se aperciba de su intrascendencia. El silencio se está tragando a Yemen.
LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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5) Los israelíes no existen
Jonathan Ofir (Mondoweiss)
Traducido por J. M.
Justo antes de salir de Israel la semana pasada tuve una pequeña conversación con mi sobrino de 7 años. Me preguntó si Dinamarca era un país cristiano. Le dije que, si bien la mayoría se consideran cristianos (muchos de los cuales no van regularmente a la iglesia), hay personas de otras religiones y credos. Me preguntó si los cristianos eran enemigos de los judíos, le dije que no lo eran. Dijo que eso era bueno, porque entonces sería enemigo de mis hijos, sus primos (que, de hecho, no son judíos).
Luego me dijo que él no es judío porque nació en EE.UU. Le dije que el judaísmo es una religión – y aquí tuve que decirle una verdad que causó un rugiente silencio entre los presentes de la familia-. Le dije que un judío puede nacer en cualquier parte del mundo, porque el judaísmo es una religión y no una nacionalidad… y aquí es donde yo estaba, obviamente, hablando contundentemente en contra del engaño del Estado de Israel al considerar a los judíos como una «nación» mientras que niegan el reconocimiento de una nacionalidad israelí – oficialmente es así – y, además, engañan al mundo con los pasaportes israelíes marcados con la «nacionalidad israelí».
Se podría pensar que estoy bromeando o exagerando. No, no es una broma, de hecho, es un problema muy serio con graves ramificaciones.
Permítanme presentar algunos hechos sólidos:
En las tarjetas de identificación israelíes no hay nacionalidad israelí (LEOM en hebreo). Sólo ciudadanía israelí (Ezrahut en hebreo). Dentro del registro interno israelí, existen alrededor de 130 diferentes «nacionalidades» que el Estado de Israel reconoce. Mientras que en el nuevo identificador biométrico Israel omite la especificación de «ciudadanía» o «nacionalidad», sí está mencionada la «nacionalidad» en las anteriores tarjetas de identificación o posteriormente por escrito «Ciudadanía-israelí» y añadido un rezagado adicional donde se mencionan «nacionalidad» y «religión».
Mientras que un «árabe», por ejemplo, aparecerá en la lista de la «religión» como cristiano o un musulmán, etc., los judíos tendrán tanto su nacionalidad como la religión desde el momento en que aparece como «judíos» de forma predeterminada. De esta manera, el aspecto judío es considerado por el Estado como una unidad nacional-religiosa absolutista, de forma predeterminada. Sea cual sea lo que el Estado decide especificar u omitir como detalles en el frente o la parte posterior de las tarjetas, para cualquier tipo de conveniencia nacional, tiene su propio registro interno que especifica estos ítems mencionados.
Hay quienes han tratado de lograr el reconocimiento de su nacionalidad como «israelíes», pero los que lo han intentado para recibir la respuesta estándar del Ministerio del Interior sólo obtuvieron un «se decidió no reconocer una nacionalidad israelí». Ahora bien, esto es muy irregular, y se vería muy mal en el extranjero. Pregunto, ¿no es así? De manera que para ocultar esta irregularidad, Israel pretende ser normal y así lo hace. Tengo un pasaporte israelí. Lo miro para estar seguro.
En la sección de inglés donde dice «nacionalidad», dice en inglés «israelí». Ah, pero espere un minuto; ¿acaso el ministerio del Interior no dice explícitamente que no reconoce tal cosa? Entonces, ¿qué está escrito en hebreo en mi pasaporte, en el apartado correspondiente? En hebreo dice «Ciudadanía -israelí» Así, está traducida la palabra «nacionalidad» al hebreo como “ciudadanía”. De ese modo no se deduce que exista una nacionalidad israelí en la terminología hebrea «Ciudadanía». Pero sí lo hacen en la versión en inglés.
En nuestra época, otros tiempos, una «nación» se entendía generalmente como relacionada a un país, una entidad estatal. El Diccionario Oxford lo define como «una gran cantidad de personas unidas por la descendencia común, la historia, la cultura o el idioma, que habita en un Estado o territorio en particular » [el énfasis es mío]. «Naciones Unidas» generalmente significa una colectividad de Estados y entidades estatales, generalmente relacionados con determinados territorios. Israel está representado allí como Israel, no como «los judíos».
Por tanto, Israel se da cuenta de que tal discrepancia entre el Estado y la nación es, a nivel internacional, carente de sentido desde todo punto de vista práctico, por lo que aplica «israelí» de nacionalidad en los pasaportes, pero no en sus tarjetas de identificación. Por lo que tiene dos conjuntos de definiciones: uno para dentro de Israel y otro para el extranjero. Vamos a llamar a las cosas por su nombre: el Estado de Israel miente sobre sus definiciones y las tergiversa para el exterior.
La razón por la que Israel se abstiene de hecho de reconocer una nacionalidad israelí (a pesar de la mala representación en el extranjero) se debe a que Israel es un Estado judío, así es como se define a sí mismo y así es como quiere ser reconocido. El hacer a todos los israelíes iguales ante el Estado por su nacionalidad israelí tendría necesariamente como consecuencia que se vería comprometida la capacidad del Estado para controlar el «carácter judío» del Estado, -lo que se traduce también en la discriminación pura y simple de los no-judíos- y el control de la «demografía».
El «Estado judío», por su propia definición, tiene que mantener a su población separada desde la propia definición, por lo que siempre se reservará para sí mismo la posibilidad de discriminar a un «sector» de la población de forma cuasi-religiosa-cuasi-racial sin que esto parezca que favorece a un «israelí» más que a otro «israelí», simplemente porque para el Estado de Israel, LOS ISRAELIES NO EXISTEN.
Así, mientras que existe un «Estado de Israel», mientras que sí tiene ciudadanos israelíes, no tiene nacionalidad israelí. En este vacío, el valor predeterminado es que el estado es el Estado judío y, por lo tanto, los que están en la proximidad más cercana a esta definición nacional son los judíos. Por lo tanto, sin que de hecho haya ciudadanos israelíes, los que más se acercan a ser verdaramente israelíes… son los judíos. Así, mientras que «todos los israelíes son iguales» (aunque realmente no existente como nacionales), algunos son de hecho más «israelíes» que otros…
Ve y explica esto a un niño de 7 años. Pero ¿qué pasa con nosotros los adultos? ¿Hemos entendido el significado completo de este paradigma? Si el Estado mismo no se ha separado entre la religión y la nacionalidad, ¿cómo puede tener la esperanza de lograr la «libertad religiosa»? ¿Cómo puede » garantizar alguna vez la igualdad completa… a todos sus habitantes sin diferencia de credo… garantizar la libertad de religión», como se afirma en su Declaración de la Independencia?
LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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6) The Panama Papers: la conexión uruguaya
Investigación vincula al estudio de Sergio Abreu en compra de sociedad offshore de Messi.
(La Diaria)
Decenas de medios de distintas partes del mundo difundieron ayer los primeros datos sobre The Panamá Papers, una investigación periodística que indagó en 11,5 millones de documentos filtrados en forma anónima al diario alemán Suddeutsche Zeitung. Los documentos son de la empresa Mossack Fonseca, con sede en Panamá y con oficinas en 27 países (uno de ellos es Uruguay), que brinda servicios contables, fiduciarios y legales en áreas como propiedad intelectual, leyes de telecomunicaciones, registros de yates y prevención de fraude y lavado de dinero. La investigación involucra a 140 políticos de 50 países en la creación y compra de estas empresas (ver página 7).
Las sociedades offshore son empresas registradas en países en los que no operan, donde, por lo general, no tienen actividad. No son empresas ilegales, pero se suelen crear para ocultar patrimonio ante las autoridades o para ocultar dinero proveniente de actividades ilícitas. En muchos casos, las empresas como Mussack Fonseca también ofrecen testaferros para que figuren como directores y accionistas de estas sociedades. La investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) señala que Uruguay es uno de los diez países con más intermediarios, es decir, bancos o estudios de abogados que se contactan con Mossack Fonseca para la creación de sociedades offshore para sus clientes. Hong Kong y Estados Unidos son los países donde más intermediarios operan (2.212); Uruguay es el décimo, con 298 intermediarios, y también figura entre los países con intermediarios más activos, en séptimo lugar.
En el rol de intermediario es que la investigación identifica al estudio Abreu, Abreu y Ferres, del ex ministro y senador Sergio Abreu (Partido Nacional), que habría iniciado los trámites con Mossack Fonseca para la compra de una sociedad offshore en Panamá del futbolista argentino Lionel Messi. Según las notas que publicaron el medio español El Confidencial y el argentino La Nación, el 13 de junio de 2013, un día después de que se conociera que Messi había evadido impuestos por 4,1 millones de euros, el futbolista y su padre, Jorge Messi, solicitaron a Abreu, Abreu y Ferres la adquisición de la sociedad panameña Mega Star Enterprises. La Nación sostiene que “inmediatamente después de ser aceptados por Mossack Fonseca, el estudio uruguayo pidió a Mossack Fonseca que pusiera nuevos directores en la sociedad, una nueva barrera para llegar a conocer a sus verdaderos beneficiarios”. El estudio del ex canciller también intervino, según La Nación, en la creación de la firma uruguaya Jenbril SA, titular exclusiva de los derechos de imagen de Messi.
Messi y su padre no quisieron hacer comentarios sobre la investigación, y Sergio Abreu Muxí, hijo del ex senador, dijo a los investigadores que “desconoce absolutamente” los hechos. En diálogo con la diaria, el ex ministro reiteró que “no tiene nada que ver” en el asunto. “Conocer, lo conozco al señor Messi padre”, afirmó Abreu, pero agregó que por secreto profesional no podía decir si es o no cliente de su estudio. Abreu tampoco quiso detallar si su estudio participó en la compra de Mega Star Enterprises, pero consultado sobre si estableció el vínculo entre los Messi y la sede de Mossack Fonseca en Uruguay, respondió: “Claro, contactamos con la empresa en Uruguay. Como se contacta con cualquier estudio”. Abreu insistió en que en su estudio “no tenemos nada que ver, y aunque hubiéramos tenido que ver en todo eso [en los trámites por la compra de la sociedad], lo que haga la sociedad en Panamá, en un tema en que se le imputan unos delitos en España, no tengo la menor idea ni me corresponde”. El ex ministro consideró que en general las empresas offshore “son sociedades que funcionan legalmente”, y comparó la función del intermediario con “vender un cuchillo: el que lo vende no sabe qué se va a hacer con este”.
Nada malo
Otro de los uruguayos involucrados en los documentos de Mossack Fonseca es Juan Pedro Damiani, el presidente de Peñarol. Según publicaron la investigación y la BBC, el estudio de abogados de Damiani, quien integra el Comité de Ética Independiente de la FIFA, trabajó, por intermedio de Mossack Fonseca, para al menos siete compañías offshore vinculadas a Eugenio Figueredo, el ex vicepresidente de la FIFA y dirigente de la Conmebol acusado de fraude y lavado de dinero. Los documentos también señalan que el estudio de Damiani fue intermediario de la empresa Cross Trading, relacionada con Hugo y Mariano Jinkis, dos de los empresarios acusados de fraude y lavado de dinero en el escándalo.
Damiani informó el 18 de marzo de los vínculos que tuvo con Figueredo, un día después de que el ICIJ se contactara con él por estos documentos. Desde entonces, según la BBC, la FIFA inició una investigación sobre el tema.
Ayer Damiani dijo en distintos medios que no hizo “nada malo” y recordó que él denunció en 2013 los ilícitos en la Conmebol. En declaraciones a El Observador dijo, en relación a su vínculo con Figueredo: “Cuando aparentemente surgieron los primeros ilícitos, lo echamos como cliente”. En 2015 Damiani declaró ante la Justicia de Crimen Organizado por este tema y, según publicó El País, reconoció que su estudio constituyó sociedades para Figueredo, pero apuntó que nunca manejó su dinero.
“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 – COMCOSUR
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