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BRASIL: LULA, EL HUMANO, EL INCONCILIABLE – comcosur al día 2163

COMCOSUR AL DÍA:
1) ARGENTINA: JUICIO POR CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD / Sergio Ferrari
2) BRASIL: LULA, EL HUMANO / Eliane Brum
3) BRASIL: LULA, EL INCONCILIABLE / Eliane Brum
4) COLOMBIA: LA DETENCIÓN DE JESÚS SANTRICH, UN LÍDER DE LAS FARC / Katalina Vásquez Guzmán
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COMCOSUR AL DÍA / AÑO 19 / Nº 2163 / Miércoles 18.04.2018
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1) ARGENTINA, JUICIO POR CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD

La presencia de los «ausentes»
A 40 años de los horrores en la Cárcel de Coronda, Santa Fe

Sergio Ferrari * / Santa Fe, 17 de abril del 2018

Testimonios personalizados, vivencias, sentimientos, recuerdos reactualizados alimentan como semillas imprescindibles el Juicio de Coronda desde el 14 de diciembre del 2017.

La maratón de declaraciones acusadoras revivió, especialmente, rostros y nombres. Fueron apareciendo una y otra vez, -gracias a la fuerza del amor colectivo-, todos aquellos que habitaron una vez detrás de los muros de la infamia y que ya no están.

Bajo con la escalera del homenaje a uno de ellos, mi hermano Claudio.

Y aparece su inteligencia adolescente desbordante de lecturas adultas desde Camus a Unamuno, paseando por Kant y Borges. Y la gran sensibilidad eterna del ser bondadoso y rebelde. Y su precoz politización que lo lleva a una militancia ejemplar y multiplicadora, sin medir riesgos ni sacrificios.

Y se actualizan los sufrimientos desgarradores carcelarios y la valentía del que dice: “antes de traicionar a un solo compañero, quiero morirme”. E intenta -sin lograrlo- en una caliente noche de enero del 78 escaparse de Coronda por el camino más complejo del atajo suicida.

Más tarde, el exilio desgarrador, la degradación personal acentuada, la caída al infierno de ese “cáncer del alma” – tal como él la definía-, de la depresión profunda que marcó tanto su adultez acelerada como su muerte precoz con apenas 51 años.

Y al final, su adiós anticipado un 11 de agosto del 2001, llevándose consigo las grietas irreparables del sufrimiento humano que nunca dejó de asociarlo a lo vivido en Coronda.

La presencia de Claudio – como la de todos nuestros “ausentes”- dignifica aún más el juicio de Coronda. Hoy, en el banquillo, se sientan aquellos que lograron arrebatarte, detrás de los muros, tu alegría de vida. ¡Quédate tranquilo Claudito!: Sin esperar el veredicto, nosotros, tus hermanos y la historia, ya los condenamos…Dentro de muy poco será la Justicia

* Nota: La denuncia del sufrimiento de Claudio Ferrari en Coronda y las consecuencias irreparables de la cárcel fueron el punto central de la declaración de Sergio Ferrari en la audiencia del 13 de abril en el Juicio contra los comandantes de gendarmería que dirigieron la Cárcel de Coronda entre 1976 y 1979, en la última dictadura. El próximo 11 de mayo los jueces anunciarán el fallo de esta causa.

Sergio Ferrari (Santa Fe, Argentina)
COMCOSUR AL DÍA / MIÉRCOLES 18 DE ABTIL DE 2018
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2) LULA, EL HUMANO

Entender las contradicciones del expresidente y del PT en el poder es más importante y urgente para Brasil que construir un mito

Lula es llevado en volandas por sus simpatizantes tras el discurso que hizo en São Bernardo do Campo el día en que se entregó a la Policía Federal.

Eliane Brum * / El País, 12 abril 2018

“Ya no soy un ser humano. Soy una idea”. La frase del discurso de Luiz Inácio Lula da Silva antes de su encarcelamiento, en el estrado montado en el Sindicado de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo, ya se ha hecho célebre, como estaba programado. Pero el símbolo de ese momento para la historia no ha sido el discurso, sino la imagen tirada desde arriba, en la que el que había acabado de proclamarse no candidato, sino leyenda, parece transustanciarse en la muchedumbre: “Este país tiene millones y millones de Lulas”.

El problema de los que quieren ser mitos en vida es la propia vida. La vida estorba al mito.
La vida le recuerda al mito, día tras día, que es humano. Demasiado humano. Y eso es peligroso para un mito. Consciente de ese riesgo, el expresidente Getúlio Vargas (1882-1954) se suicidó teniendo el cuidado de dejar una carta-testamento impecable para la historia, en una última jugada de genialidad política. El “Padre de los Pobres” del Brasil del siglo XX sabía que la vida estorbaba a la leyenda

Lula cree que puede ser mito en vida, el cuerpo encarcelado en la celda de la sede de la Policía Federal de la República de Curitiba como una muerte simbólica, mientras el mito atraviesa el cuerpo de la muchedumbre. En este sentido, fueron los mejores esfuerzos que hizo Lula desde que la prisión se convirtió en una posibilidad cada vez más segura y más cercana. Las frases fueron muchas en las últimas semanas, la más mesiánica esta: “Se están enfrentando a un ser humano diferente, porque yo no soy yo, soy la encarnación de un trocito de célula de cada uno de vosotros”.

El hecho de que la que ya se ha convertido en la imagen histórica del momento se haya tirado desde arriba no es un dato cualquiera. Desde arriba, hay mito. Desde abajo, en los interiores de la muchedumbre, hay realidades y sentimientos más humanos. Pero la foto ya marca un punto, mostrando que, de política, Lula entiende mucho más que el juez Sérgio Moro, que apostaba por la foto de Lula encarcelado, vencido por la Operación Lava Jato. Y tendrá que vérselas con la foto de un mito en los brazos del pueblo. No es un peso cualquiera para un hombre tan vanidoso como Moro, que también aspira a un lugar bonito en la historia. Y nadie quiere el lugar de un Carlos Lacerda, el gran opositor de Getúlio Vargas, que quedó como imagen negativa para la posteridad.
La historia, sin embargo, es un interrogante, porque el pasado se construye en el futuro. Y nada parece más incierto que el futuro en Brasil. La memoria de Lula todavía está en disputa.
El futuro también es imprevisto en la manera como la memoria se construirá en el mundo que vendrá. Todavía no somos capaces de entender cómo internet repercute en lo que llamamos memoria y la cambia. El futuro del Lula histórico no lo determinarán —o por lo menos no solo— los libros de historia escritos por académicos o las biografías hechas por periodistas, como sucedió con Vargas y otros íconos de la trayectoria de Brasil. Y eso ya es un dato nuevo de este momento. Solo sabremos más adelante si un mártir de la izquierda en prisión tiene la fuerza que tuvo en el futuro del pasado, cuando internet no entraba en la construcción de las narrativas.
Lula está encarcelado, no muerto. Lula todavía está en el juego del presente.

1) El día más triste

El 7 de abril de 2018 es quizás el día más triste de la historia reciente. Para Lula, el humano, y para todos los brasileños. Cualquier persona que no tenga las neuronas infectadas por el odio —y una de las características del odio es ser burro— es capaz de percibir la gravedad que representa que a un político que encarnaba el proyecto de por lo menos dos generaciones de brasileños, un proyecto que de ninguna forma le pertenecía solo a él, se le acuse de corrupción pasiva y blanqueo de dinero. Y se le encarcele por eso sin pruebas convincentes en el momento en que encabeza los sondeos para las elecciones de 2018.

Cualquier brasileño serio es capaz de percibir el abismo que eso representa para Brasil. La dureza de ese momento no para Lula, sino para lo que llamamos “nosotros”, que de hecho no existe, o solo existe en algunos momentos de síntesis.

Las cacerolas resonando con furia en las ventanas de los barrios “nobles” de São Paulo es el sonido de nuestra vergüenza como país. La de que las personas que tuvieron el privilegio de estudiar, en un Brasil tan desigual, sean incapaces de comprender la gravedad del momento histórico. Ese odio enmascarado de alegría es el rostro retorcido de una distorsión. Ese odio enmascarado de alegría es obsceno.

Pero estas son las personas de arriba, las personas que pueden mirar e interferir en el mundo sin salir de su ventana. El hecho de que golpeen cacerolas en los edificios, en lugar de salir a la calle para luchar por el Estado de Derecho, en un país tomado por la Cotidianidad de Excepción, es la expresión del fracaso del proyecto de conciliación que Lula representó en la práctica, aunque no haya sido este el proyecto en que creían muchos que lo eligieron.

Perdimos mucho el 7 de abril de 2018. Perdimos mucho más que en el 1 a 7 contra Alemania. La manera como se ha desarrollado el proceso judicial de Lula, mucho más rápido que el de la mayoría, ha sembrado dudas sobre la justicia. El juicio del habeas corpus de Lula por parte del Supremo Tribunal Federal, que votó un caso particular en lugar de decidir sobre la prisión tras la condena en segunda instancia, ha sembrado dudas sobre la justicia. La clara división del Supremo durante el juicio ha sembrado dudas sobre la justicia. La rapidez con que Sérgio Moro decretó la prisión ha sembrado dudas sobre la justicia.

Las instituciones han fracasado. No para los intereses privados de algunos, sino para lo que deberían representar para el conjunto de los brasileños, lo que debería ser más allá del “sentimiento social”. El Supremo, ahogado en vanidades y transformado en estrado electoral, se ha empequeñecido (un poco más). La maldición del protagonismo sin formación política, una de las desgracias de los días actuales que afecta también a jueces y fiscales, ha encogido todavía más la sensación de justicia. Y todo lo que Brasil no necesitaba en este momento tan delicado eran más dudas sobre la justicia.

2) Un “reply” al general

La intervención del general Eduardo Villas Bôas, comandante del Ejército Brasileño, la noche anterior al juicio del habeas corpus en el Supremo, fue una afrenta a la democracia. Pero como el gobierno que está ahí ya es una afrenta a la democracia en su propia existencia, el general no recibió ninguna sanción. Como el gobierno que está ahí es el resultado de un impeachment sin fundamento legal, de la destitución de una presidenta mala pero legítimamente elegida, el general continúa en activo, activísimo. Como el gobierno está encabezado por un presidente, Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), enfangado en denuncias de corrupción, rodeado por un ministerio que es en parte una banda de delincuentes, otros militares ya han proclamado amenazas a la democracia antes y no les ha sucedido nada. Entre todas las transformaciones que han traído las redes sociales, nadie se imaginaba que la sombra de los “generales de Twitter” se cerniría ahora sobre Brasil.

Al manifestarse por Twitter la noche antes del juicio de un expresidente por parte de la Suprema Corte, el general afirmó: “Aseguro a la Nación que el Ejército Brasileño cree compartir el anhelo de todos los ciudadanos de bien de que se repudie la impunidad y se respete la Constitución, la paz social y la Democracia, al igual que se mantiene atento a sus misiones institucionales”.
Sí, general, los brasileños como yo reivindican hace décadas que los militares y los agentes civiles que asesinaron, secuestraron y torturaron a miles de personas en Brasil, incluso a niños, al servicio del Estado y durante una dictadura que duró 21 años sean investigados, denunciados, juzgados y responsabilizados. Yo y muchos repudiamos la impunidad de los asesinos, secuestradores y torturadores del régimen de excepción que se instaló cuando los militares pusieron sus tanques en las calles, apoyados por parte de la sociedad civil.

He escrito en este espacio que parte de la corrosión de la actual democracia se debe al hecho de que Brasil no ha hecho memoria sobre la dictadura. Y solo se hace memoria responsabilizando. Con asesinos, secuestradores y torturadores uniformados o de paisano circulando libremente por las calles, el país entiende que la vida humana vale muy poco. Y este dato histórico de Brasil, un país fundado sobre los cuerpos de indígenas y negros, se ha acentuado con la impunidad de los criminales del régimen, con las consecuencias que tenemos ahí.

Así que ya va siendo hora de acabar con la impunidad de los agentes del Estado que asesinaron, torturaron y secuestraron. Pero, en lugar de hacer eso, usted, general, que acaba de repudiar la impunidad en Twitter, pidió una especie de amnistía previa a los militares que hoy participan en la intervención federal en Río de Janeiro, para que no se les responsabilice cuando maten a civiles: “Los militares necesitan tener garantías para no enfrentar dentro de 30 años una nueva Comisión de la Verdad por lo que vamos a enfrentar en Río durante la intervención”.

Así que, general, nuestro concepto de “ciudadano de bien” es diferente. El ciudadano de bien no mata, no tortura y no secuestra. Y el ciudadano de bien no defiende la impunidad de asesinos, torturadores y secuestradores, estén uniformados o no, estén al servicio del Estado o no. Y los ciudadanos de bien no le ponen una bayoneta en el cuello al Supremo Tribunal Federal.
Usted es un funcionario, pagado por el pueblo brasileño, y la Constitución afirma que su intervención fue indebida.

3) Cuánto perdemos todos

Si la vida que continúa puede estorbar el propósito de Lula de convertirse en leyenda, el mito en que Lula se quiere convertir estorba la vida de los brasileños.

Lula controló la iconografía de su encarcelamiento. Al hacerlo, el Lula mito borró las contradicciones del Lula humano. Sus adversarios pueden haber conseguido impedirle que se presente a las elecciones de 2018, disputa que lidera en los sondeos de intención de voto. Pero no consiguieron hacer que sonara a justicia para una parte significativa de la población, acentuando la crisis del país y bloqueando todavía más la posibilidad de debatir, con la seriedad necesaria, el múltiple y contradictorio legado de Lula.

Claro que hay una parte de la población que golpea cacerolas y se pone la camiseta de la selección, pero muchos no. E incluso los que son críticos con los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff sintieron asco por la forma como las instituciones condujeron el proceso.

Sin entender las contradicciones de Lula en el poder (y de Dilma Rousseff, su escogida, a continuación), se hace difícil construir un nuevo proyecto de izquierda capaz de aglutinar una parte de Brasil. E incluso la derecha, por lo menos la seria, debería desear que existiera un nuevo proyecto de izquierda, porque para la democracia ese diálogo es esencial.

El Brasil gobernado por Lula tuvo un aumento real del salario mínimo, una reducción significativa de la miseria, una ampliación del acceso a la universidad, mejoras importantes en la sanidad pública, cuotas raciales (una acción afirmativa todavía tímida, pero esencial), garantía de crédito para los más pobres. Eso no es poco. De verdad no lo es. Y resonará en Brasil durante muchas décadas. Las principales voces de la resistencia de las actuales periferias urbanas nacieron de esa experiencia y de ese acceso a mundos hasta entonces infranqueables.

La realidad de un obrero que ocupó el poder por medio del voto en un país como Brasil tuvo un impacto en la vida de los brasileños que no podemos dimensionar con exactitud, porque en gran medida es subjetivo, pero es una enormidad. Y eso Lula lo consiguió, y nadie se lo puede negar.
Pero el Brasil gobernado por Lula, principalmente tras la segunda legislatura, y continuado por Dilma Rousseff, su escogida, se alió a lo que había de peor en las oligarquías brasileñas, desde el expresidente José Sarney a los ruralistas, debilitó los movimientos sociales, capituló ante
cuestiones como la descriminalización del aborto y la legalización de las drogas, avanzó poco (en el caso de Rousseff, casi nada, y a veces retrocedió) en la reforma agraria y la demarcación de los territorios indígenas y las unidades de conservación, acentuó el aumento de la población carcelaria en condiciones torturadoras, al mantener la política fracasada de “guerra a las drogas”, criminalizó a manifestantes y manifestaciones y, finalmente, construyó las grandes hidroeléctricas en la Amazonia —Santo Antonio e Jirau, en el río Madera, y Belo Monte, en el Xingú—, desencadenando procesos de graves violaciones de derechos humanos y agravando la deforestación de la selva y la contaminación de los grandes ríos amazónicos.

E, importante: en su proyecto de conciliación, Lula no tocó la renta de los más ricos.
La visión de Lula con relación a la Amazonia demostró ser muy parecida a la de la dictadura civil y militar (1964-1985). Es una visión colonizadora y explotadora. Y provocó una gran destrucción, todavía en curso, de los pueblos de la selva, los humanos y los no humanos.

Lula es un hombre plantado en el siglo XX y parece que solo consigue ver el mundo en términos de capital-trabajo. Demostró ser incapaz de comprender otras formas de vivir que no fueran mediadas por el empleo, ni otro concepto de felicidad que no fuera el de hacer una barbacoa los fines de semana, tener cerveza en la nevera y un coche en el garaje.

Como hombre del ABC Paulista, área industrializada de São Paulo, mucho más que niño de la región semiárida del nordeste, hasta sus últimos discursos defendió los coches en las calles en lugar del transporte público colectivo y de calidad. Su gobierno y, especialmente, el de Dilma Rousseff callaron las voces de la selva y sus modos de vivir, silenciando lo que había de más original en los Brasiles. A Lula lo avisaron, pero nunca fue capaz de escuchar, o nunca le convino escuchar.

Hay varios Lulas. Y hay incluso el líder absoluto del partido que se corrompió en el poder como otros partidos que lo antecedieron. Lo que no es, de ningún modo, un dato cualquiera, porque al PT lo apoyaron por lo menos dos generaciones de brasileños porque se comprometió a llevar la ética a la política. Lula ganó las elecciones diciendo que sabía que no podía equivocarse. Y se equivocó. Y mucho.

Con el Derecho sin Justicia que determinó su prisión, el esfuerzo del mito borra las contradicciones. Y las contradicciones no deben y no pueden borrarse. No por una cuestión de venganza, como tanto quieren algunos oportunistas, sino porque es urgente recrear un proyecto para el país. Y no se crea un proyecto sin acoger todas las complejidades de una experiencia tan importante como la que fue la del PT en el poder.

En el caso de Lula, Brasil está sometido a los afectos. Quien odia a Lula, como encarnación de todos los males, solo ve una parte. Y quien ama a Lula, también como acto desesperado para no verse ante las ruinas de un proyecto tan querido, se muestra incapaz de ver la otra parte. Sorprende leer los análisis de la izquierda que creen que se puede escribir sobre el momento negando la corrupción evidente del PT en el poder. E ignorando lo que Belo Monte provocó en la vida justamente de los más desamparados. De la misma forma que sorprende ver a Lula demonizado por gente que se benefició enormemente con su gobierno, un gobierno que no dejó solo a los pobres menos pobres, sino a los ricos más ricos.

Con la sensación de que la prisión fue una injusticia, la división entre los Lulas continúa. Y se hace cada vez más difícil juntar todas las piezas del rompecabezas de esa experiencia de poder, incluso y especialmente sus contradicciones. Sin contar que, para parte de la izquierda, tanto la que se sintió muy traicionada como la que empezaba tardíamente a sentirse avergonzada, la creación de un mártir puede ser lo mejor. De esta forma, las preguntas difíciles, que son las más importantes, se aplazan hasta quizá nunca más. Tanto las que cada uno debe hacerse a sí mismo, como ejercicio interno, como las que deben hacerse y debatirse en público, en la expresión colectiva.
Este constante aplazamiento de las preguntas difíciles es otra tragedia en un país que vive a espasmos desde 2013. Sin las preguntas difíciles, Brasil seguirá girando en falso. Puede ser bueno para el mito Lula, así como para otros candidatos a mito y sus egos gigantescos, pero es malo para Brasil y para los brasileños.

4) Qué le desearía yo a Lula y a Brasil

Yo creería en la justicia en Brasil si, primero, los agentes del Estado que asesinaron, secuestraron y torturaron durante la dictadura civil y militar fueran juzgados y castigados. Creería en la justicia en Brasil si todos aquellos que son responsables por el genocidio cotidiano de los jóvenes negros en las periferias urbanas, policías y no policías, fueran juzgados y castigados. Creería en la justicia en Brasil si los asesinos de Marielle Franco y Anderson Gomes fueran denunciados, juzgados y castigados. Creería en la justicia en Brasil si todos los que mandaron matar y los sicarios que ejecutaron a ambientalistas, defensores de derechos humanos, pequeños agricultores, indígenas, ribeirinhos (ribereños) y quilombolas (descendientes de esclavos fugitivos) en la Amazonia fueran investigados, denunciados, juzgados y castigados.

Creería en la justicia en Brasil si todos los presos sin condena del sistema penitenciario fueran puestos en libertad y el Estado les pagara una indemnización por el período que permanecieron encarcelados sin juicio. Creería en la justicia en Brasil si todas las mujeres encarceladas por abortar fueran puestas en libertad. Creería en la justicia en Brasil si nadie fuera detenido por llevar pequeñas cantidades de droga en las favelas y periferias y las acciones se concentraran en quien realmente se enriquece con el mercado ilegal de drogas y armas.

Creería en la justicia en Brasil si todos los corruptos, de todos los partidos, empezando por los que están hoy en el Ejecutivo y en el Congreso, fueran juzgados y encarcelados. Creería en la justicia en Brasil si todos los corruptos de las empresas privadas fueran juzgados y encarcelados, al igual que los empresarios que colaboraron con el asesinato, la tortura y el secuestro de personas en la dictadura civil y militar.

Creería en la justicia en Brasil si a la magistrada Rosa Weber se la criticara por haber suspendido mediante una medida provisional, cuatro días antes de Navidad, los efectos expansivos de la prohibición del amianto en Brasil. La magistrada se justificó diciendo que era necesario esperar que se cumpliera el plazo para que los abogados presentaran un recurso contra la decisión tomada en el plenario, que era la de extender la prohibición de la fibra cancerígena a todo Brasil. Ella, que tanto defiende la decisión del colegiado, tomó una decisión monocrática. Mientras tanto, el amianto, que ha matado a miles de brasileños desde hace décadas y está prohibido en Europa y en varios países del mundo, sigue produciéndose y comercializándose en los estados donde no está prohibido: la mayoría.

Creería en la justicia en Brasil si los brasileños exigieran a Lula y a Dilma Rousseff por qué nunca tiraron adelante la prohibición del amianto, que tanto mató y enfermó —y sigue matando y enfermando hasta hoy— a trabajadores pobres de la industria, trabajadores cuya vida por lo menos Lula debería conocer.

Creería en la justicia en Brasil si Lula y Dilma Rousseff fueran responsabilizados por haber violado derechos humanos y no humanos en la selva amazónica, y especialmente en la construcción de Belo Monte. Creería todavía más en la justicia en Brasil si a los brasileños les importara.

Desearía que Lula fuera candidato a la presidencia y que fuera derrotado en las urnas por lo que hizo en el Xingú y en otros ríos amazónicos. Por la Fuerza Nacional que envío su escogida, Dilma Rousseff, para reprimir obreros en huelga en las obras de Belo Monte. Por la Fuerza Nacional que impidió el derecho a manifestarse de los indígenas y ribeirinhos en las obras de Belo Monte. Por los ribeirinhos y pequeños agricultores y pobres urbanos que firmaron con el dedo papeles que no eran capaces de leer para que Belo Monte pudiera ser construida sin “escollos” humanos. Por el etnocidio indígena en la región del Xingú causado por Belo Monte. Creería en la justicia en Brasil si Lula fuera derrotado por haber materializado Belo Monte en el Xingú y, por ello, haber producido pobres en la periferia de Altamira.

Si esto sucediera, una derrota en las urnas en nombre de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos de la selva, Brasil avanzaría. Pero esto no sucede en el Brasil actual.

Aun así, desearía que Lula fuera candidato y disputase las elecciones en el proceso democrático. Y posiblemente ganaría, por la simple razón, que también es legítima, de que la mayoría empieza a concluir que la vida era mejor en su gobierno. Y los brasileños son supervivientes, y muy pragmáticos.

Pero también desearía que Lula fuera candidato y ganara para que la gente tuviera que enfrentarse al hecho de que no les importa la corrupción mientras su vida vaya más o menos bien. Pero principalmente desearía que Lula fuera candidato para que la gente tuviera que enfrentarse al hecho de haber votado y quizá hacer que resultara elegido el presidente que hizo posible Belo Monte. Y que así tuvieran que enfrentarse a su hipocresía llena de facundia y de buenas intenciones, protegidas por la distancia de los que mueren de varias maneras en el Xingú y en las Amazonias. Y tuvieran que enfrentarse al hecho de que su preocupación con relación a los derechos humanos es selectiva.

Pero el Derecho sin Justicia interrumpió el proceso de los deseos.

5) El retorno del humano

La mística que antecedió a la prisión —misa + discurso— fue cuidadosamente planeada para que Lula volviera a ser el Lula que ya no es. El Lula que lideró las huelgas del ABC Paulista, fundó el PT e hizo las Caravanas de la Ciudadanía. El lenguaje, los gestos, el contenido. Pero lo que ya no es no puede volver a ser.

Hay, entre un Lula y el otro, por lo menos ocho años de poder directo, como presidente, y otros cinco años y medio de Dilma Rousseff, sin contar la Carta al Pueblo Brasileño, en las elecciones de 2002. El discurso sonaba, como suena hace tiempo, a una imitación del Lula joven hecha por el Lula viejo.

Pero en un mundo que ya es diferente. Como algunas tonterías sobre las mujeres que se volvieron vergonzosas, los habituales juegos para los simpatizantes y una especie de conversión en Jesús. Ese Lula era, ya no es. Lo que no impide que ese discurso todavía mueva —y conmueva— a mucha gente a la que le gustaría que todavía fuera lo que ya no puede ser.

En este sentido, el de Lula fue un discurso más de borrar, lo cual es fundamental para quien pretendía salir de allí como un mito, que de construir. Por eso también la foto se volvió mucho más importante. El domingo pasó con varios mensajes de WhatsApp: “Esa es la foto oficial que Lula ha enviado y pide que sea la más divulgada por todos. Tendrán la foto que tanto quieren, Lula encarcelado tendrá al pueblo”. No se puede afirmar si fue Lula quien la envió, pero se puede afirmar que siempre fue un buen biógrafo de sí mismo. No deja de ser fascinante esta construcción de mitología en vida.

A efectos inmediatos, el acto más importante del discurso fue el gesto de lanzar, simbólicamente, a Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y a Manuela D’Ávila, del Partido Comunista de Brasil (PCdoB), como sus herederos, predicando la unión de las izquierdas en este momento límite. Ambos son precandidatos a la presidencia en las elecciones de 2018. Boulos representa una de las fuerzas más potentes de este momento, los movimientos de los sintechos en las ciudades, que en cierto modo ocupan el lugar de lo que fue el Movimiento de los Sintierras (MST) en la trayectoria de Lula. Manuela trae la potencia de los nuevos feminismos, mostrando en la vivencia de la política también una experiencia distinta de maternidad. Son las dos figuras más interesantes de la nueva política.

El gesto también marca el abismo del PT. En gran parte debido a la omnipresencia de Lula, no hay nadie dentro del propio partido con la fuerza suficiente para representar el futuro y liderar una alianza de izquierda. Lula no creó su Lula dentro del PT. Ni permitió que lo crearan.
Pero el gesto fue bonito. Y si hay una escena con grandeza en este momento, esa es la de Guilherme Boulos y Manuela D’Ávila juntos. Todavía falta que se muestren capaces de conciliarse de hecho con la selva y las otras maneras de vivir los Brasiles.

Comprender el hombre que es Lula, así como la experiencia del PT en el poder, es más importante y urgente para el país que construir un mito. Sin acoger las contradicciones, Brasil seguirá con “un enorme pasado por delante”, a pesar de todo lo que representó la llegada de un obrero al poder.

* Eliane Brum – Es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – O avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.
Traducción: Meritxell Almarza / El País / Enviado por Mariana Licandro
COMCOSUR AL DÍA / MIÉRCOLES 18 DE ABTIL DE 2018
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3) LULA, EL INCONCILIABLE

¿Qué relación hay entre el odio de una parte de los brasileños contra el mayor líder popular de la historia reciente y la fractura del proyecto de conciliación que representó durante los años que ocupó el poder?

Eliane Brum * / El País 12 abril 2018

Recuerdo dos escenas de la conciliación que Lula promovió en Brasil durante la primera década del siglo.

En la primera, que sucedió durante la campaña presidencial de 2002, solo había 3 tres testigos. Uno de ellos soy yo. Es una escena pequeña, pero siempre fue una enormidad para mí, porque no creo ni en dios ni en el diablo, pero creo que ambos viven en los detalles.

Estaba entrevistando a una mujer de la élite de São Paulo que salía con uno de los principales industriales del país. Juntos, fueron decisivos para que Lula conversara con una parte de la élite, aquella con la que se podía conversar, y tejiera un apoyo fundamental para la victoria del Partido de los Trabajadores (PT) en 2002, tras tres derrotas consecutivas. Apoyo que se concretó en la “Carta al Pueblo Brasileño”, en la que Lula se comprometió no con el pueblo, sino con el mercado, a mantener las principales líneas de la política económica.

Hay que recordar que, en aquellas elecciones, Lula vistió trajes de Ricardo Almeida y circuló por los salones de la élite de São Paulo, una puerta dorada abierta por la entonces alcaldesa Marta Suplicy, hoy en el partido del Movimiento Democrático Brasileño (MDB). No solo circuló, sino que encantó. Lula se hizo popular para millonarios que creían ser cultos, emprendedores, modernos y cosmopolitas. Había algo muy seductor en un obrero, en un líder sindical, que simpatizaba con ellos.

Y había una presión social creciente en Brasil. Tras deslumbrarse con la redemocratización, el país había vivido el impeachment del expresidente Fernando Collor, con los caraspintadas en las calles, y vivía el final de una segunda legislatura penosa de Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Ciudad de Dios, la película de Fernando Meirelles y Katia Lund, era la expresión del Brasil de 2002.

Una parte de la élite económica del país entendió la delicadeza del momento y tejió apoyos y acuerdos, paseando a Lula por sus salones para demostrar a sus iguales que era tan agradable como su caviar. Y Lula, inteligente como es, interpretó su papel con brillantez
.
Yo estaba en una de esas mansiones de Jardim Europa, el barrio donde solo viven los ricos muy ricos de São Paulo, y los ricos muy ricos de São Paulo son muy ricos en cualquier lugar del mundo. Estaba entrevistando a una de las principales anfitrionas de Lula. Y ella me contaba lo fascinante que era Lula y cómo Brasil tenía que cambiar.

De repente, se interrumpió. Y llamó a alguien. En un tono elegante, pero imperativo. La empleada del hogar estaba en el piso de arriba, pero la instó a bajar para cerrar la cortina del salón donde nosotras dos nos encontrábamos. Me di cuenta de que, de hecho, a la dueña de la casa no se le había ocurrido que ella misma podía levantarse del sofá y dar algunos pasos. Su vida era así, siempre lo había sido. No podría ser de otra manera.

En eso radicaba la magia de Lula. Esa mujer podía circular por los salones con el candidato del PT enfundado en trajes de marca y al mismo tiempo llamar a la empleada para que cerrara la cortina. Con el toque alquímico de Lula, las contradicciones se borraban por un momento.
Salto al 2006.

El rapero MV Bill, uno de los creadores de la ONG Central Única de las Favelas (CUFA), está en la Villa Daslu, que entonces se llamaba el “templo del lujo” o la “meca de los estilistas”. Una construcción de 20.000 metros cuadrados y columnas neoclásicas donde se vendía desde ropa de marcas internacionales a helicópteros. En aquella época, Eliane Tranchesi, la propietaria, ya estaba envuelta en denuncias de evasión fiscal, pero apostaba por la conciliación con el otro lado de los muros.

Si en 2002 la expresión cultural de Brasil era Ciudad de Dios, la película, en 2006 la expresión cultural fue Halcón, niños del narcotráfico, el documental de MV Bill y Celso Athayde. Lo habían dado tres semanas antes en el programa Fantástico, de la TV Globo, en la franja de máxima audiencia del domingo. Al mostrar la vida —y la muerte— de los “soldados” del narcotráfico en las favelas de Brasil, Halcón causó un impacto enorme en personas que no solían impactarse con el genocidio de los niños negros y pobres de las periferias: de los 17 entrevistados, todos muy jóvenes, solo uno había sobrevivido para ver el programa aquella noche de domingo.

Hacía casi cuatro años que Lula estaba en el poder, se presentaba a la relección y el PT ya enfrentaba las denuncias del mensalão, sistema de compra de votos de parlamentarios que Lula afirmaba desconocer. La “conciliación” todavía era una tesis en vigor, con un presidente que no solo había cumplido rigurosamente lo acordado en la “Carta al Pueblo Brasileño”, al no tocar el rumbo de la economía, sino que conservaba mucha de su mística a pesar de las primeras denuncias de corrupción del PT en el poder.

Para lanzar el libro Halcón, niños del narcotráfico en la Villa Daslu, MV Bill subió al cuarto piso con 30 habitantes de favelas. La rubísima Eliana Tranchesi resumió, con una claridad pocas veces vista, el tono de la conciliación tejida en el Brasil de Lula: “No estamos aquí para culpar a nadie de la tragedia que viven esos niños. Estamos aquí para juntar a todo el mundo, ricos y pobres, las fuerzas de todo el mundo”.

Esa era la magia. Juntos, el rapero negro de la Ciudad de Dios, la favela de Río de Janeiro, y la rubia empresaria de São Paulo que defraudaba al fisco celebraban la posibilidad de conciliar dos países apartados. Brasil, uno de los lugares más desiguales del mundo, debería conciliarse sin mirar qué causaba la desigualdad. O, el tema más sensible, sin tocar la renta de los más ricos ni hacer cambios estructurales que afectaran a sus privilegios.

Estaban, como anunció Eliana Tranchesi, “todos juntos, ricos y pobres”. Y cada uno en su lugar. En la Villa Daslu, los negros eran trabajadores uniformizados y los habitantes de las favelas que entraron allí aquella noche volverían enseguida a sus casas sin alcantarillado y jamás podrían comprar ni siquiera un botón en el “templo del lujo”. Pero, desplazados por un momento de su lugar solo para reafirmarlo, eran bienvenidos y hasta queridos. La imagen que se producía se vendía como si fuera realidad. Era una escena poderosa y posiblemente muchos creyeron en ella. Brasil vivía un momento muy particular.

Ante la mistificación, una voz se levantó de entre el público: “El consumismo es una de las causas de esa tragedia. Estamos en un templo de consumo. Esto de aquí es el responsable. Si pienso en el país y en la desigualdad en que vivimos, este lugar es una violencia”.

El malestar se instaló. El idilio se había acabado de romper. “Para satisfacer el sueño de consumo de comprar unas zapatillas deportivas, los que viven en la favela a veces tienen que matar. Pero no para comprar unas zapatillas en Daslu, porque entonces tendrían que matar mucho más”, se sumó otra voz. Hubo intercambio de exabruptos, el público blanco hizo una señal para que cortaran el micrófono.

Entonces, la líder de la favela Coliseu, una mujer negra y desempleada, se levantó para defender a la anfitriona: “Ella es rica porque ha trabajado mucho para ser rica”.

Apoteosis. Gritos y aplausos. Se había salvado la conciliación en el Brasil de Lula. Tiempos después, Eliana Tranchesi sería detenida por evasión fiscal y otros crímenes y condenada a 94 años de prisión, y la Villa Daslu dejaría de existir. Otros “templos de consumo” tan selectos como aquel, pero más discretos, se irguieron en São Paulo. Incluso donde solía estar la entonces gloriosa Villa Daslu.

La mística de la conciliación sobreviviría durante más tiempo.

El Brasil gobernado por Lula tuvo un aumento real del salario mínimo, una reducción significativa de la miseria, una ampliación del acceso a la universidad, mejoras importantes en la sanidad pública, el Estatuto de Igualdad Racial, garantía de crédito para los más pobres. Eso no es poco y marcó una diferencia enorme en la vida de quien no siempre podía comer.

En gran parte, solo fue posible mejorar la renta de los más pobres, sin tocar la renta de los más ricos, por la exportación de materias primas a China, que vivía años de crecimiento acelerado. Pero este tipo de desarrollo tuvo un coste alto para la Amazonia, un tipo de coste que no se puede recuperar justo en un momento en que el planeta vive el cambio climático provocado por la acción humana. Es el coste-naturaleza, que algunos autores definen como “el trabajo no remunerado de la naturaleza”.

Por ese motivo, las contradicciones aparecieron primero en la Amazonia, en la construcción de las grandes hidroeléctricas y, con más impacto, en la mayor de todas ellas: Belo Monte. En Altamira y la región del río Xingú, todo el huevo de la serpiente ya estaba trazado desde hacía años, pero estaba convenientemente demasiado lejos. Lula y después Dilma Rousseff, así como el PMDB, siempre podrían contar con la desconexión del centro-sur urbano con relación a la selva. Y el centro-sur urbano tampoco decepcionó esa vez. Ni la parte de la izquierda vinculada al PT, que mostró la selectividad de su preocupación con los derechos humanos y su ignorancia con relación al cambio climático y al medio ambiente. Una parte del PT y de la izquierda está anclada en el siglo XX. Ni siquiera ha llegado a mayo de 1968.

En las regiones amazónicas afectadas por las grandes obras del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), los pueblos serían sacrificados en nombre de algo presuntamente mayor, el desarrollo. La conciliación tenía sangre, sudor y lágrimas, pero muy lejos de las capitales.
Los brasileños a quienes les importa de hecho la Amazonia, más allá de los chovinismos de ocasión, son una minoría. Y un número menor todavía consigue establecer la relación entre el malestar cotidiano en las ciudades y la destrucción de la selva y de otros ecosistemas. Los brasileños, al igual que la mayoría de los habitantes del planeta, viven la catástrofe ambiental pero le dan otros nombres.

Si el agua está sucia o si falta, creen que basta que les suban el sueldo para poder comprar agua en el supermercado, o que el gobierno del momento haga una obra para que el agua vuelva a los grifos. Todavía no han entendido que el agua será la mayor preocupación de sus hijos y nietos.
También por eso Belo Monte y otras grandes obras han sido posibles y pocas veces se citan como un pasivo de Lula y Dilma, ni siquiera sus odiadores lo hacen. Excepto cuando aparecen relacionadas a la corrupción denunciada en la Operación Lava Jato. La derecha ha secuestrado el tema de la corrupción y la izquierda vinculada al PT ha preferido inhibirse en las violaciones de derechos humanos en las grandes obras del PAC, como Belo Monte, y también del Mundial de 2014.

La conciliación de Lula solo podía ser provisional. En un país tan desigual como Brasil, no se puede hacer justicia social a largo plazo sin hacer cambios estructurales, o sin, por lo menos, tocar la renta de los más ricos, redistribuyendo la riqueza existente.

Una pregunta se repite siempre, y tras la prisión de Lula se vuelve todavía más ruidosa: ¿por qué odian tanto a Lula?”.

Es una pregunta legítima. Y que con frecuencia es respondida por el prejuicio de las élites con relación a lo que Lula representa: el nordestino, el obrero, el pobre. Tiene sentido. Pero creo que hay algo más. Por varias razones, y también porque, si esa fuera toda la explicación, Lula no habría terminado la segunda legislatura —ocho años en el poder y el escándalo del mensalão en curso— con casi un 90% de aprobación.

Sospecho que incluso a los más ricos les molesta la miseria. A no ser que seas un psicópata, es duro ver a personas destruidas en las calles. O, siendo más cínica, la imagen de la miseria puede ser perturbadora porque contamina el escenario de los días, en los semáforos y en las aceras. Y puede ser perturbadora porque, por más guardias de seguridad que se pongan en la puerta, por más cristales blindados en los coches, la miseria acaba traspasando los muros y amenazando la paz armada de Brasil.

Aunque los brasileños, y no solo los más ricos, hayan alcanzado una desconexión sorprendente con relación a la vida torturadora de los más pobres, en especial la de los negros, no creo que a alguien le guste que Brasil tenga tanta miseria y desesperación. Y también creo que incluso los más ricos disfrutaron de la popularidad internacional del Brasil de Lula, visto cómo el país había superado el pasado y se transformaba en una potencia del presente. Sin contar que los más ricos se hicieron más ricos en ese mismo Brasil.

Que la conciliación que Lula vendió era provisional solo quedó claro en el gobierno de Dilma Rousseff. Y quizás sea el hecho de haber perdido la ilusión lo que los más ricos y parte de la clase media no le perdonan a Lula, acentuado por el empeoramiento de la economía cuando se creía que Brasil ya no podía retroceder. Las protestas que irrumpieron en 2013 tuvieron muchos sentidos, muchos de ellos contradictorios. Uno de los sentidos —solo uno— puede haber sido este, el de la pérdida de la ilusión, que se materializó en esa calle polifónica donde lo único que quedaba claro era una furiosa y confusa insatisfacción.

La ilusión de que se puede reducir la pobreza sin perder privilegios, que estuvo en vigor durante la primera década de este siglo y que el mayor líder popular de la historia reciente difundió ampliamente, es muy, pero muy seductora. Hay que incluir en el análisis de este momento histórico el peso subjetivo que esta idea de conciliación ejerció durante esos años de magia, cuando lo que era imposibilidad se vendió como posibilidad en ejercicio. Y cuánto esa subjetividad impactó en los hechos objetivos que transformaron Brasil en un país espasmódico.

Una imagen síntesis de este momento ocurrió en 2010, en el último año de la segunda legislatura de Lula. El entonces multimillonario Eike Batista, símbolo del poderío del Brasil de la primera década, compró el traje que Lula llevó en la investidura, en 2003, en una subasta con una puja de medio millón de reales. El dinero se destinó a un proyecto de alfabetización en la favela de Paraisópolis, en São Paulo. Y el multimillonario donó el traje al acervo de Lula.

La subasta se realizó en la Villa Daslu y fue promovida por Wanderley Nunes, el peluquero de la entonces primera dama, Marisa Letícia. Ella y Eike compartieron mesa. Estas imágenes también forman parte de los ocho años de gobierno de Lula, del mismo modo que aquellas en las que aparece con el pueblo de la región semiárida del nordeste. Una parte no se completa sin la otra.
El poder de esta conciliación provisional sobre la subjetividad de la vida brasileña no puede subestimarse. La subjetividad se olvida continuamente en los análisis de los contextos históricos, pero en general es tan o más importante que los sucesos objetivos, y los determina.

Es posible que parte del odio que destinan a Lula las élites que en 2015 bajaron a la Avenida Paulista para protestar con la camisa de la selección puesta, siguiendo a centenas de miles de brasileños, pueda atribuirse a la suspensión de esa ilusión. La conciliación no sería posible sin que hubiera pérdida de privilegios. Y los privilegios, desde los más evidentes a tener una empleada del hogar que acepte bajar para cerrar la cortina del salón, la élite brasileña —económica, política, intelectual— no está dispuesta a perderlos. La corrupción era la justificación perfecta, porque elevaba moralmente al portador de la crítica y lo salvaba de preguntas cuyas respuestas le devolverían una imagen menos límpida.

En los últimos años de Lula y en los primeros de Dilma Rousseff, los efectos de algunas medidas sociales empezaron a hacerse notar. La ampliación del acceso de los negros a las universidades quizá haya sido el momento en que se pusieron en peligro los privilegios. Se estaba tocando algo estructural en Brasil, el racismo. Y en aquel momento, la tensión se hizo explícita y mostró que había fisuras en el proyecto de conciliación.

Las ganancias eran óptimas cuando algunos sectores de la élite combatieron con furia el Estatuto de la Igualdad Racial, todavía en fase de elaboración. Los negros, cada vez más presentes en los espacios de poder, avanzaban sobre lugares simbólicos muy queridos también para parte de la clase media. Habría algo a perder: objetivamente, plazas para blancos en las universidades y en las oposiciones; subjetivamente, mucho más. Las reacciones fueron inmediatas.

En los últimos años, el avance del protagonismo negro ha mostrado que tocar los privilegios más subjetivos, como el de hablar solo en los espacios de poder, es un tema explosivo en Brasil. Incluso personas que se consideran de izquierda reaccionan mal, en especial cuando el privilegio que se puede perder es el de considerarse blancos.

La ampliación de las acciones afirmativas contra el racismo, así como el programa social Bolsa Familia, que prioriza a las mujeres como titulares, pusieron en movimiento algo muy potente en Brasil, algo que seguirá moviéndose mucho más allá de los hechos del momento. Eso pertenece a los gobiernos del PT. En este sentido, si por un lado Lula mantenía los bolsillos de las oligarquías y de los rentistas llenos, por el otro iba minando algunas bases a la chita callando.

Al mismo tiempo, no podemos olvidarlo, su partido se corrompía. La corrupción no es un dato más, en la medida en que define elecciones de desarrollo. No hay nada más eficiente para generar sobornos y contabilidad B que las obras, en especial si son grandes. Como Belo Monte.

Los programas sociales y las acciones afirmativas de los gobiernos del PT acabaron poniendo en peligro la conciliación que vendía Lula. Esta fisura entre tantas expuso lo obvio. No había fórmula mágica. La cuestión más profunda de Brasil seguía siendo la misma: para que haya conciliación de hecho, es necesario que una parte de la población pierda privilegios. Y eso, para las élites y también para parte de la clase media, era —y lo sigue siendo— inaceptable.

No me refiero aquí a cualquier privilegio. Lo que no cuesta perder no es un privilegio. Los privilegios cuestan. E incluso quien tiene muy pocos se aferra a los suyos, lo que explica cierta cantidad de odio incluso entre pobres urbanos. Siempre hay algo que perder, aunque sea una pequeña superioridad sobre tu vecino.

Así, Lula tiene alguna razón cuando dice que lo persiguen por haber puesto “a los negros en la universidad”. Pero lo que tiene que decir también es que esa fue la conciliación que vendió a Brasil y en la que se regodeó durante varios años. Esa fue la conciliación que lo eligió y reeligió incluso después del mensalão, una conciliación que tiene su expresión bien acabada en la arquitectura político-financiera que construyó en la segunda legislatura, que el PT denominó “gobernabilidad”. Esa fue la “paz” por la que posiblemente también él se haya dejado seducir. Y que nos ha traído hasta aquí.

El mago tiene que saber que su magia es un truco, no la realidad.

No podemos saber cuál es el tamaño del Lula que ha ido a prisión. La memoria se construye después, la memoria la da tanto el futuro como el pasado. Todavía vivimos el ahora. Y está furioso.
Para entender el legado de Lula, el conciliador, hay que enfrentar lo inconciliable en Lula.

* Eliane Brum – Es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – O avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.
Traducción: Meritxell Almarza / El País / Enviado por Nino de Negri
COMCOSUR AL DÍA / MIÉRCOLES 18 DE ABTIL DE 2018
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4) COLOMBIA: LA DETENCIÓN DE JESÚS SANTRICH, UN LÍDER DE LAS FARC, TENSIONA EL PROCESO DE PAZ

Captura y crisis en Colombia

Tanto en los campos como en las urbes los farianos que ahora están desarmados aumentaron su descontento con el gobierno que, además, se ve envuelto en denuncias de corrupción con los dineros que países amigos han aportado a la paz.

Por Katalina Vásquez Guzmán /Página 12, 12 de abril de 2018

Jesús Santrich, el ex comandante fariano que acaba de ser capturado por las autoridades colombianas, podría enfrentar desde 10 años de prisión hasta cadena perpetua. El hecho sumió el ya atropellado proceso de paz en su peor crisis. Tanto en los campos como en las urbes los farianos que ahora están desarmados aumentaron su descontento con el gobierno que, además, se ve envuelto en denuncias de corrupción con los dineros que países amigos han aportado a la paz. Además, continúa el asesinato de líderes sociales y ex combatientes mientras la falta de tierras y proyectos productivos prometidos en el Acuerdo continúa aumentando la incertidumbre.

En diálogo con PáginaI12, el abogado Gustavo Gallardo aseguró que Seuis Pausivas, tal su verdadero nombre, de origen caribeño y conocido por su espíritu crítico y alegre, fue ilegalmente capturado por la Fiscalía con motivo de una orden internacional de interpol por el delito de conspiración para traficar estupefacientes. La Circular Roja se difundió en todos los medios nacionales. La Policía Internacional reseña que Santrich ha estado en Venezuela, Colombia y Grecia pero no menciona Cuba, donde fue parte del equipo negociador de las Farc. Las inconsistencias, según su defensa, comienzan por la violación al Acuerdo de Paz, que estipula la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) como escenario para los ex combatientes de Farc.

“Lo que estamos haciendo es llevar el caso a la JEP, a la sección de revisión del Tribunal de paz para que sea esta entidad la competente para conocer del proceso”, explicó a este diario Gallardo, quien fue el único que se entrevistó con Santrich tras su captura, trayendo un mensaje de su parte para los medios de comunicación: “A toda la población, a toda la militancia Fariana que tenga ganas, fuerza que no me van a doblegar, que tengo la moral en alto porque sabía que esto vendría. Al pueblo Colombiano, que con mi detención se demuestra que es un proceso de Paz fallido y que deben prepararse todas las FARC para lo que viene”, declaró el defensor, citando a Santrich.

Además, Santrich hizo un llamado a la militancia de las FARC que sigue en las antiguas zonas veredales para que se cuiden. “La persecución contra las FARC recién comienza,” dijo a través de su abogado, sumando como es característico en sus discursos un mensaje final de ánimo y esperanza. Gallardo, aseguró que van a denunciar la ilegalidad de la captura. “Vamos a denunciar la extralimitación de las funciones del Fiscal General de la Nación. Procedieron a capturar una persona sin tener competencia para ello. Además existen los Acuerdos de la Habana que implica la cancelación de órdenes de captura y que incluyen que los ex combatientes acudan de manera preferente a la JEP”.

Las pruebas de los supuestos delitos de Jesús Santrich fueron reveladas anoche por la Fiscalía General de la Nación. Todo esto se da como preludio de las elecciones presidenciales de mayo próximo. Estados Unidos ofició a la Interpol para que ordenara su captura tras, supuestamente, encontrar que estaba conspirando junto a Mario Marín, un sobrino de “Iván Márquez” el número dos de las Farc, y otros dos particulares para, según Estados Unidos, llevar 10 toneladas de coca a América del Norte.

Desde ya los simpatizantes de Farc descalifican las pruebas y alegan que esto prueba es lo contrario, que se trata de un montaje: una pintura dirigida a “Rafa” que según Fiscalía sería un integrante del Cartel de Sinaloa, México; una foto de captura de pantalla de un video al parecer grabado de forma oculta donde se ve al ex integrante del Estado Mayor de Farc junto a un par de hombres que gobierno no identifica; y un audio donde Mario Marín habla de una reunión con Jesús, quien desde el lunes cuando lo capturaron empezó huelga de hambre tras llevarlo preso al Búnker de la Fiscalía en Bogotá
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En este audio, Marín, a quien la Fiscalía señala como asistente de Santrich, le dice a un interlocutor masculino: “Simplemente se le dice al señor de allá, el del aguacate, se le dice `mire yo ya tengo acá este efectivo, tengo 5000 televisores, tenga los 5 mil televisores, y usted entrégueme allá en Quilla, en Barranquilla me entrega´”. En el audio siguiente y final Mario le pide a Santrich que adelante una reunión de las siete de la mañana para las cinco y treinta. El líder rebelde le contesta que tendrá que salir a las seis a.m. por solicitud de Iván Márquez. Precisamente fue Márquez quien obtuvo las mayores votaciones en el congreso fundacional del Partido de Farc, seguido por Pablo Catatumbo, y en tercer lugar, el mismo Santrich; luego, se ubicó “Joaquín Gómez” también integrante del desaparecido Bloque Martín Caballero o Bloque Caribe liderado por Santrich, cuyos ex combatientes, según postean en redes sociales, están dispuestos a volver a la lucha armada si Santrich es extraditado.

Santrich ha sido crítico del proceso de paz, tras participar e arduas jornadas de trabajo e incluso de redacción que el mismo gobierno le reconoce. En la implementación, cuando primero se dejaron las armas antes de que los ex combatientes tuvieran tierras, trabajo, educación, y los prisioneros políticos salieran de las cárceles, fue uno de los principales opositores al estilo que el número uno “Timochenko”, del antiguo Bloque Oriental, le estaba dando al rumbo del Acuerdo. Santrich insistía en obtener más garantías para los ex combatientes antes de seguir avanzando. Timochenko o Rodrigo Londoño, hoy líder del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc) dijo ayer: “de todos es conocido lo que está aconteciendo con la captura de Santrich: todo un espectáculo mediático montado por el Fiscal con el apoyo de los gringos”. Entre tanto los ex combatientes se alistan para una fase todavía más oscura de esta crisis en la materialización de la paz que, además de líos jurídicos, implica derramamiento de sangre, desplazamiento, amenazas y confinamiento de los pueblos más aporreados en la historia de Colombia: los campesinos, los afros, los indígenas, los pobres, y los líderes populares de la sociedad civil.

Katalina Vásquez Guzmán /Página 12
COMCOSUR AL DÍA / MIÉRCOLES 18 DE ABTIL DE 2018
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. Carlos Marx
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