1) Gobiernos populares latinoamericanos en el ojo de la tormenta
2) La contraofensiva de las derechas y las opciones de las izquierdas
3) Bolivia está cambiando
4) Europa, paralizada por la división entre norte y sur
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 14 / Nº 696 / Lunes 10 de Noviembre de 2014 / REVISTA SEMANAL DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares / Apoyo técnico: Carlos Dárdano / COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / 1994 – 19 de junio – 2014 / Y ahora puedes seguir a Comcosur también en Facebook
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Gobiernos populares latinoamericanos en el ojo de la tormenta
Isabel Rauber (Rebelión)
Los recientes procesos electorales que finalizaron en Bolivia y Brasil sintetizan las diferentes dimensiones, los alcances estratégicos y los ejes políticos de las transformaciones sociales en curso en Latinoamérica; ponen al descubierto sus logros y carencias, sus horizontes y –en virtud de ello‑, sus desafíos.
Está claro que ganar elecciones no es equivalente a “tomar el poder” mediante las urnas. Pero según interpreten esta afirmación, los gobiernos populares progresistas configuran distintas estrategias políticas y definen sus agendas políticas locales y regionales. Hay gobernantes que optan por lograr una administración prolija para mostrar su eficiencia a los poderosos o para conservar su posición, esperando ser aprobados por ellos. Otros, empeñados en realizar cambios sociales raizales, buscan caminos para hacer de sus administraciones herramientas políticas capaces de impulsar procesos socioculturales de cambios revolucionarios.
Esta posibilidad fue clara a partir del triunfo de Hugo Chávez en 1998, cuando replanteó a su gobierno como una herramienta política para construir con el pueblo el sujeto político colectivo capaz buscar nuevos caminos revolucionarios y construirlos. Desde entonces, y con el impulso que ha significado para los pueblos del continente el triunfo de los movimientos sociales encabezados por Evo Morales en Bolivia, se afianza cada vez más la hipótesis política de que la disputa electoral puede abrir caminos democráticos para la realización de transformaciones revolucionarias.
Para quienes actualmente ganan elecciones desde posiciones populares, de izquierda o progresistas, la disyuntiva es clara: Convierten a sus gobiernos en herramientas políticas para impulsar procesos populares revolucionarios de cambios raizales, o se limitan a hacer un “buen gobierno” conservador, reciclador del sistema.
El camino revolucionario está marcado por la participación protagónica de los pueblos
La respuesta a esa disyuntiva política y los consiguientes posicionamientos políticos que de ella se derivan, devienen el parte aguas político del quehacer de los gobiernos populares latinoamericanos: mantenerse en los cauces fijados por el poder y cambiar “algo” cuidando que “nada” cambie, o colocarse en la senda de las revoluciones democrático‑culturales e impulsarlas. Esta opción revolucionaria está marcada por un factor político clave: la participación protagónica de los pueblos en el proceso de cambios, es decir, para crear, definir y realizar las transformaciones en la concepción y el quehacer del Estado, la democracia, el desarrollo, el buen vivir, la descolonización, la interculturalidad, la despatriarcalización…
Ciertamente, a pesar de las diferentes opciones políticas estratégicas, los gobiernos populares convergen hoy al compartir una postura posneoliberal o antineoliberal, centrada en la recuperación del papel socioeconómico del Estado en pos de obtener recursos para fomentar la inclusión social, recuperar índices positivos en la salud y la educación masiva, erradicar la pobreza extrema, apostar a la integración comercial regional y continental. Estas convergencias no indican, sin embargo, que los diversos gobiernos estén abocados a la realización de cambios estructurales orientados a la superación raizal del capitalismo.
Hacer de los procesos democrático-populares procesos revolucionarios es una posibilidad directamente articulada con el empeño conjugado entre movimientos sociopolíticos, partidos de izquierda y gobierno popular para fortalecer los procesos de construcción del sujeto político colectivo, impulsando su participación en la toma de las decisiones políticas que marcan los rumbos del quehacer estatal y político-social en cada momento, aportando a la construcción de la conducción colectiva del proceso revolucionario en cada país.
Va de suyo que cualquier opción de cambio político-social transcurre hoy dentro del sistema del capital. Sin embargo, unas se abocan a crear las bases sociales, culturales, políticas y económicas para transitar hacia su superación, mientras que otras buscan reacomodarse a lo existente para disputar ‑en el mismo terreno del mercado‑, un lugar de poder desde donde constituirse en el “contrapeso” del Sur a la tendencia neoliberal global asfixiante. La creación del bloque BRICS es un claro ejemplo de ello. Este bloque desafía la hegemonía unipolar del poder del capital imperialista-guerrerista y su voracidad de rapiña, saqueo y destrucción global y –en la coyuntura global actual‑, resulta un freno a la locura de muerte que favorece la vida, al igual que el MERCOSUR, la UNASUR, la CELAC… De conjunto, estos procesos y bloques tienen en el presente un importante valor como salvaguardas de la vida de los pueblos. No constituyen el horizontes de las luchas populares, sino su piso, una base de apoyo inicial.
El ALBA, en cambio, se perfila como una apuesta estratégica de los pueblos orientada a la creación y construcción de un mundo nuevo basado en el buen vivir y convivir.
En los procesos de participación política los sujetos van tomando conciencia de la necesidad de continuar sembrando las bases culturales, sociales y económicas en las que madure y se abra paso su propuesta revolucionaria encaminada a la superación definitiva de la civilización creada y controlada por el capital. Para ello se preparan y organizan, buscando permanentemente impulsar los procesos de cambio más allá de los límites que fijen los gobiernos de turno.
Transformar el Estado
En su primera etapa, los gobiernos populares latinoamericanos retomaron los postulados básicos de Keynes para la elaboración de su propuesta socio-económica. Esta mirada compartida resultó, en cierta medida, la base de un formato institucional para la constitución de los bloques regionales de integración. De ahí que en la mayoría de estos procesos, la apuesta productiva predominante esté marcada por lo que podría definirse como un neodesarrollismo de “izquierda”.
Esto en sí mismo no es positivo ni negativo. No cabe pretender que todo esté previamente definido y clarificado, menos aun cuando a los gobernantes actuales les ha tocado hacerse cargo de sus países en situaciones de crisis y fracturas sociales profundas, causadas por el saqueo y la corruptela neoliberal. Pero es importante tenerlo presente como referencia porque, ¿hacia dónde se encaminan estos gobiernos luego del empeño de los primeros años buscando poner “en orden” una propuesta integral de gobierno?
Recuperar el papel social del Estado es central, pero ello es apenas un primer paso en el inmenso océano de las transformaciones sociales. La mayor y más dura prueba de ello ha sido el socialismo del siglo XX. Mayor estatización que aquella es difícil de imaginar, sin embargo, no logró resolver temas medulares como: participación y empoderamiento popular, desalienación, liberación, plenitud humana… Tal vez fue precisamente por centrar los ejes del cambio social en el quehacer del Estado y sus funcionarios, por concebir al Estado como un actor social y no como una herramienta política institucional, que el proyecto socialista derrapó de sus objetivos estratégicos iniciales y un grupo de burócratas terminó suplantando el protagonismo popular, anulando al sujeto revolucionario.
El Estado es apenas una herramienta, medular, pero herramienta. Puede emplearse con la esperanza de recuperar un “capitalismo de bienestar”, sin poner en cuestión el contenido y el papel de clase del Estado, ni las bases jurídicas que configuran su institucionalidad. O puede convertirse –articulado con la participación popular‑, en un instrumento político para impulsar cambios revolucionarios, apostando a transformar las bases, el carácter, los contenidos y el papel social de dicha institución.
Luego de dos o tres períodos de gobierno, el riesgo de caer en la tentación de conservar lo que se ha logrado es grande, más aun teniendo en cuenta los enormes desafíos que implica atreverse a “ir por más”, profundizar los cambios, cuestionar los resortes claves del poder local-global del capital. Conservar es fundamental, pero no se logrará deteniendo el proceso de cambios. Detenerse es retroceder y empezar el raudo camino hacia el declive….
Conservar lo logrado requiere profundizarlo, radicalizarlo, ampliar el protagonismo de los pueblos en la toma de decisiones, transformar la institucionalidad del capital reemplazándola por otra que responda a los intereses populares… No hay otra posibilidad en Latinoamérica, territorio azotado secularmente por la dependencia, la colonización, la corrupción y el sometimiento de las élites locales a los designios del poder imperialista.
Recuperar el Estado para el quehacer social es un paso inicial, pero solo podrá tomar un rumbo revolucionario si se abre a la participación de los movimientos populares en la toma de decisiones, en la realización y la fiscalización de las políticas públicas y de todo el proceso de gestión de lo público, abiéndolo a la pluralidad que imponga su diversidad.
Históricamente contrapuestos Estado y sociedad y, particularmente, Estado y movimientos sociales populares, hay grandes cambios que realizar que realizar para abrir el Estado, las políticas públicas y la gestión de lo público a la participación de los movimientos populares, indígenas, sindicales, campesinos… para que puedan asumirse colectivamente como protagonistas con derecho ‑y obligación‑ de participar en la toma de decisiones. Y ello no se producirá de golpe; requiere tanto de procesos jurídicos que lo habiliten, como de procesos político-educativos de los funcionarios públicos y de los movimientos sociales y la ciudadanía popular en general. En este proceso los sujetos van reconceptualizando las políticas públicas y la gestión de lo público en función de sus realidades, identidades y modos de vida, sus cosmovisiones, sabidurías y conocimientos, y –articulado a ello‑, van definiendo el quehacer y alcance de “lo estatal”.
Apoyar estos procesos está entre las tareas político revolucionarias de quienes se posicionan como conducción política: no sustituir al pueblo organizado, sino convocarlo, escucharlo, construir de conjunto, estimular y contribuir a organizar su protagonismo. Sumar y no restar. Dirigir no es mandar, sino orientar, coordinar y guiar el proceso, en primer lugar, aportando con el ejemplo concreto de nuevas prácticas en los lugares de trabajo y territorios del hábitat cotidianos.
Obviamente, como lo ejemplifican las experiencias concretas de los procesos políticos latinoamericanos actuales, esto configura un escenario sociopolítico y cultural contradictorio, sinuoso y complejo que se torna frecuentemente incomprensible para los propios protagonistas y, tal vez por ello, “peligroso” para quienes imaginan que los procesos de transformación social ocurren o deberían ocurrir según establece el “manual de procedimientos”, por decreto o mágicamente, o protagonizados por ángeles que supuestamente atravesarían los cismas históricos como quien se desplaza suavemente por un lecho de “pureza inmaculada”.
¿Se cometen errores? Seguramente, aunque se minimicen, siempre habrá errores, pero no serán responsabilidad de un grupo de funcionarios, sino por decisión colectiva de las mayorías participantes, precisamente una de las garantías fundamentales para minimizarlos. En tal caso, la reflexión colectiva y el saldo, no conducirán a una derrota frustrante, será sobre todo aprendizaje y crecimiento colectivos para nuevos emprendimientos revolucionarios.
La transición revolucionaria implica la descolonización y viceversa…
La transformación del Estado y su apertura a la participación de los pueblos, el reconocimiento de la diversidad de sus identidades sociales, culturales, de sus cosmovisiones, saberes, sabidurías y modos de vida diversos… es parte de un inter-articulado proceso revolucionario democrático intercultural que configura procesos de descolonización, en los que se proyectan y profundizan los horizontes estratégicos de los gobiernos populares revolucionarios. Esto se relaciona directamente con la definición de los perfiles sociopolíticos de lo que hoy podría entenderse como procesos de transición hacia una nueva civilización, superadora del capitalismo. Y tiene como elemento constitutivo central a la participación popular; en ella radica la posibilidad revolucionaria de los gobiernos populares de la región.
En tiempos de disputa de poder como ocurre hoy en Bolivia, Ecuador, Venezuela… florecen las luchas de pueblos y comunidades indígenas, de campesinos/as y diversos sectores sociales por participar plenamente de la democracia, ampliándola, es decir, luchando por extender la igualdad y la libertad a sus relaciones sociales, económicas, culturales y políticas. Esto es parte de las luchas políticas y culturales de los pueblos encaminadas a la transformación raizal de la democracia, rompiendo el paradigma neoliberal que considera a la democracia (y el Estado) como un terreno carente de conflictos, un ámbito neutral de competencia de intereses
Poniendo fin a las relaciones de poder instauradas por la democracia excluyente y elitista del capital, los pueblos construyen desde abajo otra democracia, un nuevo poder (popular), un nuevo Estado para el Buen Vivir y Convivir, otra hegemonía: la de los pueblos.
La construcción de hegemonía popular requiere de un tipo de organización y conducción políticas que articule protagonismo y conciencia colectivos como sustrato del poder popular, basado en la solidaridad y el encuentro, en el reconocimiento y la aceptación de las diferencias sin pretender su eliminación, entendiéndolas como riquezas y no como “defecto”. Esta lógica no puede basarse en la antagonización ‑y exclusión‑ de lo diferente, sino en la complementariedad, en la búsqueda de espacios donde la diversidad sea cada vez más naturalmente incorporada ‑aunque con conflictos y debates‑, propiciando el trabajo interarticulado, intercultural, de lo diverso.
Se trata de revitalizar una concepción de la política que, anclada en los sujetos del cambio, ponga la batalla por la hegemonía en el corazón de la disputa colectiva por el poder popular a crear y construir. Esto supone recuperar la política y lo político como eje del central del quehacer de los gobiernos revolucionarios anudado con lo social, lo cultural y económico e implica dar un vuelco a la representación política tradicional enquistada en los partidos, incluyendo a los de la izquierda.
No se trata entonces solo de convocar para escuchar, sino también de generar ámbitos donde los diversos actores puedan crear, proponer, decidir y ser parte del proceso de realización, reapropiándose de sus experiencias en un proceso que contribuirá al empoderamiento colectivo. Es aquí donde la eficacia, la participación y la democracia, se entroncan con la descolonización y la interculturalidad en una interrelación compleja, sin indicios de simplificación y perfilan los actuales procesos de transición hacia el nuevo mundo que tienen lugar en tierras indo-afro-latinoamericanas. En ellos destaca el protagonismo de sectores históricamente discriminados y marginados, hoy (auto)reivindicados como ciudadanos de pleno derecho.
Se ponen en cuestión saberes y poderes
Interculturalidad y descolonización llaman a dejar atrás el eurocentrismo negador de los pueblos indígenas, afrodescendientes, mestizos, a dejar atrás todo tipo de discriminación, a pensarse todos y todas como sujetos-ciudadanos con plenos derechos y capacidades. Llaman también a abrir espacios políticos a las mujeres con sus pensamientos despatriarcalizadores, y a promover la participación plena de todos/as los marginados/as o excluidos/as acorde con sus capacidades, sus identidades culturales, sexuales, etc. En resumen, se trata de abrir el ámbito de “lo político” al terreno intercultural para reconfigurarlo desde este lugar, reclamando una mirada colectiva que dé cuenta de los disímiles intereses de los diversos actores y sectores que conforman el llamado “campo popular”.
Esto supone hacerse cargo también de las diferencias y pugnas de poder que tienen y tendrán lugar entre los diversos sectores del campo popular, en proceso de ruptura y superación de la hegemonía de la colonización. Teniendo en cuenta que la conquista y colonización de América ‑genocidio mediante‑, implantó el capitalismo en estas tierras, los actuales procesos de descolonización comprenden todo el período histórico, desde tiempos de la llegada del capitalismo a nuestras tierras de la mano de la conquista y colonización hasta la liberación del jugo del capital en lo económico-social y cultural, en el modo de vida, de percepción, de conocimiento, de interrelacionamiento humano y con la naturaleza.
Por ello, interculturalidad y descolonización constituyen pilares claves promotores de la nueva civilización, anclados en la equidad, la solidaridad y la búsqueda de armonía en la convivencia humana y con la naturaleza y, todo ello, sustentado en un nuevo modo de producción y reproducción social, cuyo ciclo garantice la reproducción de la vida humana y de la naturaleza.
Aprender de las prácticas emancipatorias de los pueblos
La construcción de un nuevo mundo implica crear colectivamente una nueva racionalidad del metabolismo social. En tanto se trata de transitar procesos inéditos la participación de los actores sociales resulta una de las claves sociopolíticas y culturales fundamentales de los actuales procesos revolucionarios.
En este empeño, la creación cotidiana de los pueblos es clave. Por ello, entre las labores revolucionarias de intelectuales “orgánicos” comprometidos, está la recuperación crítica de las experiencias concretas de los movimientos indígenas, de trabajadores, de mujeres, de pobladores, de los sin tierra, etc., para reflexionar –en conjunto‑, acerca de las enseñanzas de lo que colectivamente van creando y construyendo.
La investigación acción participativa, articulada con procesos de educación popular, desempeñan en ello un papel fundamental, particularmente, en lo que hace a la recuperación y sistematización de las experiencias locales de los pueblos, donde germina lo nuevo, aunque fragmentado, o balbuciente.
Una nueva mentalidad, un cambio cultural, epistemológico y político, se impone
Esto habla de la importancia actual que reviste para las ciencias sociales romper con la tradicional mirada “cientista” acerca de los estudios sociales, sus dinámicas y problemáticas. Se trata, en síntesis, de asumir el camino de la ruptura epistemológica con el viejo “saber hacer” y “saber pensar”, para reconstruir una nueva epistemología, desde los pueblos, con los pueblos, construyendo integral e interculturalmente nuevos saberes (colectivos) con los sujetos.
Hacerse cargo de la batalla ideológica cultural
Que no te “cuenten” los adversarios cómo creas y construyes lo nuevo
Si los procesos de revolución sociopolítica, democrática y cultural no son recuperados por los pueblos ‑sus creadores y protagonistas‑, el recuento y la síntesis la hará el adversario político, con la intencional cuota de tergiversación ideológica de la realidad a la que está acostumbrado para mantener su hegemonía y dominación. A través de libros de textos, de los medios de comunicación masiva y de las redes sociales, nos re-contarán nuestra historia como si fuera ajena, llena de errores y desvaríos, pues harán el recuento a partir de sus parámetros culturales y sus intereses económicos y políticos. Este es, de última, el derrotero “subfluvial” del debate civilizatorio en curso. Llama a asumir con centralidad el proceso de descolonización o –caso contrario-, someterse a la continuidad de la colonización de las mentes y la espiritualidad, para someter a los cuerpos.
La educación política, la batalla cultural en los medios de comunicación masiva, en las escuelas, en las comunidades, en las organizaciones sociales y políticas, son parte de la permanente toma de conciencia del proceso de creación colectiva del nuevo mundo. Y resultan entre las claves de la construcción del poder popular desde abajo.
Construir la fuerza sociopolítica de liberación
El desafío civilizatorio supone un debate y una pulseada permanentes con el poder. Y ello no es una “tarea” de vanguardias, no es una cuestión de partidos políticos… Se trata del quehacer permanente del sujeto político colectivo del cambio: partidos políticos de izquierda, movimientos sociales populares, pueblos todos, reunidos, articulados intercultural y horizontalmente en una fuerza sociopolítica de liberación capaz de traccionar los procesos de cambio hacia mayores transformaciones, confluyendo en un gran proceso de cambios raizales donde irán superando desde la raíz –y desde su interior‑, el sistema del capital, su modo de producción y reproducción sobre el que se erige todo el sistema de relaciones sociales, culturales, económicas y políticas y jurídicas y las instituciones que lo representan, sostienen y perpetúan.
Este desafío resulta central en procesos como el que tiene lugar en Brasil, donde el impulso revolucionario supone un viraje hacia el protagonismo político social popular. Está presente también, aunque con otras intensidades, en procesos como los de Bolivia y Venezuela cuyos gobernantes están empeñados en profundizar el camino revolucionario iniciado, ampliando la participación popular, los procesos de descolonización, los diálogos interculturales y las búsquedas de un nuevo modo de producción de que abra las puertas de la humanidad a un nuevo tipo de desarrollo basado en el buen vivir y convivir entre nosotros y con la naturaleza.
En Brasil, el gobierno de Dilma se vio prácticamente arrinconado por un posible retorno a la era de la plena hegemonía neoliberal, y ello no ha sido solo por los embates mediáticos (externos) de sus adversarios, sino el resultado de concepciones políticas propias, que llevaron al PT a gobernar a través de acuerdos parlamentarios en bloques, a no escuchar a los movimientos sociales y sus históricos reclamos, como, por ejemplo, la reforma agraria, a desoír el reclamo de los jóvenes y sus movimientos en las grandes ciudades, cuyas protestas se pretendió estigmatizar y reducir tras el calificativo de “clases medias” disconformes y opuestas a un pueblo supuestamente contento y conforme con la Bolsa Familia…
Hace tiempo ya, el PT pudo haber abanderado la construcción de un foro de encuentro y articulación entre partidos de izquierda y movimientos sociales ‑en Brasil y en el continente‑, abriendo cauces a una nueva política.
Silenciado el Foro Social Mundial por los apetitos hegemonistas internos, y con un Foro de Sao Paulo tercamente encriptado en su arcaico sectarismo político, la fuerza política de los de abajo se expresa donde se abren cauces para ello. Así, movimientos sociales históricos de Nuestra América con la presencia de Evo Morales, no dudaron en estar presentes en Roma, en la convocatoria del Papa Francisco a los movimientos sociales, para discutir ejes centrales de acciones globales encaminadas a la defensa de la vida.
Hoy como ayer, ser de izquierda no es sinónimo de ser revolucionario
Se puede ser “la izquierda” del sistema capitalista y gobernar para reflotarlo. Pero como lo ejemplifican Bolivia y Venezuela, se puede optar por otro carril, y en vez de intentar hacer “buena letra” con los poderosos de siempre, impulsar articulada y mancomunadamente con los movimiento sociales y los pueblos todos, procesos revolucionarios de cambios sociales, abonando el camino de las revoluciones democráticas culturales que se profundizan con la participación cada vez más protagónica de los pueblos que ‑en tales procesos‑, tendrán la oportunidad para autoconstituirse en sujeto político del proceso revolucionario, creando y construyendo día a día avances de la civilización superadora del capitalismo, constituyéndose en fuerza político-social capaz de traccionar y conducir los procesos de cambio en revolución permanente.
Apostar a ello está entre las potencialidades políticas revolucionarias que laten en los procesos abiertos con los gobiernos populares latinoamericanos desde los movimientos indígenas, los movimientos de trabajadores de la ciudad y el campo, desde los movimientos de mujeres, de los pobres y excluidos por el poder del capital. Ampliar espacios para profundizar su participación es impostergable; el tiempo de hacer “como qué…” se ha agotado.LUNES 10 DE NOVIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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2) La contraofensiva de las derechas y las opciones de las izquierdas
Nils Castro (Alai)
En estos años me he interesado en el tema de los gobiernos progresistas surgidos en nuestra región desde inicios del siglo XXI. Al comienzo, comentando las realidades que propiciaron su aparición, sus aportaciones y límites, y el campo de oportunidades que han abierto, así como las diferencias entre procesos progresistas y revolucionarios, intentando bosquejarle cierto marco teórico al asunto. Luego, observando la muy previsible contraofensiva de las derechas, sus recursos y modos de operar y, en consecuencia, las acciones que las organizaciones y partidos de izquierda, y los gobiernos progresistas, debieran asumir para vencer esa contraofensiva y emprender la siguiente etapa del desarrollo regional. En este caso, más en busca de respuestas políticas que de generalizaciones teóricas. Como en estos días hay acontecimientos que inciden en el tema y pueden modificarlo, hoy me limitaré a resumir ciertas premisas que ya señalé antes y a situar algunas consideraciones adicionales:
1. Usualmente, las presentaciones sobre la oleada de gobiernos progresistas surgidos desde comienzos del siglo XXI empiezan por la primera elección de Hugo Chávez (1998). Sin embargo, pocas recuerdan que hacía unos años el establishment político mexicano le había escamoteado una significativa victoria del movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas.
Enseguida de la victoria chavista empezó una secuela de triunfos: el de la Concertación chilena (2000) y los liderados por Lula da Silva (2002 y 2006), Néstor Kirchner (2003), Tabaré Vásquez (2004), Martín Torrijos (2004), Manuel Zelaya (2005), Evo Morales (2006, 2009 y 2014), Daniel Ortega (2006), Michelle Bachelet (2006 y 2014), Rafael Correa (2006, 2009 y 2013), Álvaro Colom (2007), Cristina Fernández (2007 y 2011), Fernando Lugo (2008), Mauricio Funes (2009), Pepe Mujica (2010), Dilma Rousseff (2011 y 2014), Nicolás Maduro (2013), Salvador Sánchez Cerén (2014) y Luis Guillermo Solís (2014).
A ellos deben añadirse las importantes demostraciones electorales abanderadas, también en el 2006, por Carlos Gaviria, Andrés Manuel López Obrador y Ollanta Humala[1].
2. Más que discernir sus respectivos perfiles políticos, aquí interesa observar que esa oleada ‑‑reelecciones incluidas‑‑, se extendió por todo el decenio y fue muy notoria en 2006. Antes de ese año, lo que sucedía pudo parecer una excepción venezolana, que poco después tuvo una réplica más dilatada en el Cono Sur. Pero las victorias de Evo Morales y Rafael Correa evidenciaron que este brote andino ya implicaba la aparición de un fenómeno continental. No extraña así que, aunque la punta del iceberg asomó en 1988 y se confirmó en 1998, fue a partir de 2006 que la literatura periodística y académica lo asumió como tal, aunque todavía apelando más a reminiscencias ideológicas de la época anterior que inquiriendo en la originalidad del nuevo proceso.[2]
3. Ese fenómeno emergió a través de disímiles procesos nacionales, que en pocos años sumaron un conjunto relativamente heterogéneo. Pero esto no niega sino que confirma la vigencia de un factor común: el agotamiento de los modelos conservadores constituidos por las derechas locales y los grupos financieros internacionales que, tras la imposición de las prédicas y prácticas neoliberales, rápidamente agravaron la crisis social y sus efectos políticos. Pese a la intensa implantación de los mitos neoliberales, el malestar e inconformidad exacerbados por ese drama sobrepasaron los sistemas políticos y electorales que, país por país, antes habían bastado para controlar la situación. Esa ola de gobiernos progresistas pronto significó que millones de latinoamericanos pudieron comer tres veces al día, mejorar sus condiciones de vida, obtener ciudadanía, y todo lo demás que sabemos.
4. A la vez, esa heterogeneidad dejó atrás la época en la que las conductas latinoamericanas eran uniformadas por la hegemonía estadunidense, las políticas neoliberales se implantaban sin alternativa y sus portavoces podían reelegirse. Cada una de las naciones involucradas recuperó importantes cuotas de autodeterminación, soberanía y recursos ‑‑aunque no todos los que la dominación neoliberal les había arrebatado‑‑. Entre sus realizaciones estuvo la de darle notable impulso a la integración latinoamericana, ya no solo como un bien en sí misma sino como una de las condiciones para potenciar el papel de Latinoamérica en el mundo, asegurar la defensa de la democracia y de las conquistas políticas y sociales conseguidas, y sustentar colectivamente su mantenimiento. Eso le inyectó a esta integración un sentido emancipador y solidario, no estrechamente comercial.[3]
La agenda inconclusa
5. Con todo, estos éxitos progresistas no bastaron para superar el conjunto de distorsiones económicas, sociopolíticas y culturales que en los años 80 y 90 la ofensiva neoconservadora impregnó en el tejido de nuestras sociedades. Debe recordarse que, a inicios de aquel período, la crisis de la deuda quebró la inspiración latinoamericanista de algunos gobiernos. Luego, tras la implosión del “socialismo real”, el cambio de la estrategia internacional china y la retracción de las teorías revolucionarias latinoamericanas de los años 60 y 70, un desconcierto temporal redujo la capacidad de las izquierdas para resistir a esa ofensiva. La hegemonía neoliberal dañó la cultura política y organizativa de importantes segmentos populares, que sufrieron degradaciones y deserciones.[4]
6. Al superar ese período, los éxitos progresistas alcanzados en esos primeros lustros del siglo XXI se desarrollaron en dos campos que vale distinguir:
a) en el Cono Sur, donde los pactos para desmantelar las dictaduras de seguridad nacional permitieron aglutinar grandes partidos o coaliciones políticas como el PT, el Frente Amplio, el PJ kirchnerista y la Concertación chilena. Aun dentro del subsiguiente régimen político de democracia restringida, eso a la postre permitió elegir gobiernos comprometidos con promesas progresistas ‑‑con las limitaciones que ello implica‑‑;
b) en la región andina (especialmente en Venezuela, Bolivia y Ecuador), donde los partidos y sistemas políticos establecidos padecían avanzado agotamiento y descrédito, facilitando que las protestas sociales los desbordaran con grandes movilizaciones populares (y étnicas). Esto pronto permitió darle ratificación electoral a iniciativas más audaces, y lograr importantes reformas al marco constitucional de los respectivos Estados.
7. De todo ello se desprende que los éxitos progresistas alcanzados durante la primera década del siglo XXI no resultaron de nuevos desarrollos y propuestas político‑ideológicas, ni de la formación de una nueva cultura política de las mayorías sociales y electorales que los hicieron factibles. Más bien fueron expresiones sociales y electorales espontáneas de su inconformidad con la situación existente, de su repudio moral y su castigo político al régimen existente, a su corrupción, su insensibilidad social y su incapacidad para defender los intereses nacionales. Por consiguiente, fueron expresiones emocionales y sujetas a los vaivenes de las coyunturas electorales, como los mismos votantes aún lo reflejan en las elecciones intermedias y locales.
8. Esto es, la aparición de ese fenómeno expresó tanto la demanda como el límite político de lo que esas mayorías sociales deseaban y eran capaces de acoger, elegir y sostener. El referente conocido ‑‑o recordado‑‑ de un proyecto más radical era el de las izquierdas latinoamericanas de los años 60 y 70. En uno y otro de esos dos campos hubo grandes contingentes dispuestos a impulsar y sostener hasta determinado punto un proceso de cambios, pero no disponibles aún para asumir los riesgos y rigores de un proyecto revolucionario cuyo contorno se desdibujó en los años 80.[5]
Se trataba de victorias electorales, no de revoluciones. Todavía faltaba el proyecto de masas apropiado a las posibilidades de la nueva situación. En este sentido, las discusiones sobre si estos gobiernos progresistas son o no revolucionarios fueron más discursivas que provechosas. Esos gobiernos han sido lo que en los límites de sus propuestas electorales, y en los límites sociopolíticos, económicos y culturales ellos podían ser, al menos hasta quemás adelante mejores alternativas cuenten con el apoyo de masas que las hagan factibles y sustentables.
9. En el terreno histórico más que en la imaginación ideológica, la coincidencia y la diferenciación entre las opciones progresistas y revolucionarias fue visible al comienzo de la Revolución cubana. En sus primeros dos años, sus realizaciones y discurso tuvieron no pocos parecidos con algunos de los actuales gobiernos progresistas. En la terminología de aquellos años, a intentos como el cubano ‑‑y poco antes a los de Guatemala y Bolivia‑‑ se les llamó revolución democrático‑popular o de liberación nacional[6], conceptos compartidos por las izquierdas de aquel entonces y que ahora no hay por qué soslayar sino reactualizar.
¿Qué le impide a estos gobiernos dar el salto que Cuba inició en los días de Playa Girón? Entre otras cosas, porque cuando en la Isla la guerra revolucionaria concluyó el Ejército Rebelde había remplazado al viejo ejército, la claque política tradicional había sido desbanda, la derecha política, el Parlamento y la Corte Suprema se habían desintegrado por sí mismas, el entusiasmo patriótico y revolucionario martiano se había tomado la cultura política dominante y los mayores medios de comunicación se hundieron bajo el peso de sus complicidades con la oligarquía. En el contexto de esa situación revolucionaria, ante el pueblo indignado por los bombardeos que precedieron la invasión organizada por el gobierno norteamericano, Fidel Castro y sus compañeros decidieron cruzar el Rubicón. Y lo hicieron cuando las mayorías populares ya estaban dispuestas a combatir por la opción socialista. Reclamar que los actuales gobiernos progresistas los imiten sin disponer de condiciones equivalentes que lo hagan factible más parece un pretexto que una ingenuidad.
10.Para resumir, a finales del siglo XX e inicios del XXI el repudio colectivo a las consecuencias sociales de la dominación neoliberal desencadenó crecientes movilizaciones populares. No obstante, quedó inconclusa la misión estratégica de convertir esa inconformidad, y su enorme potencial político, en un nuevo conjunto de conocimientos y convicciones duraderos. Un conjunto no solo motivador, sino también eficaz para entender los mecanismos de ese estado de cosas y los medios requeridos para transformarlo a favor de los sectores sociales mayoritarios. Sin embargo, por su carácter esta misión corresponde a las organizaciones, movimientos y partidos políticos expresivos de las reivindicaciones populares, con la colaboración de los intelectuales afines. Incluso después de ganar elecciones esa misión es indelegable, puesto que los gobiernos de izquierda tienen otras funciones que los comprometen a servir igualmente a los sectores sociales desafiliados o de otras preferencias políticas.[7]
Las derechas vuelven a la carga
11. Por el lado opuesto, a su vez, las derechas políticas, económicas y socioculturales vencidas en diversas elecciones a comienzos del siglo XXI, no por ello quedaron duraderamente derrotadas. Esos reveses no las privaron de su poder económico, de sus relaciones transnacionales ni del control de los grandes medios de comunicación. Por consiguiente, tras la perplejidad inicial, pasaron a prever y reorganizar sus propias opciones, de viejo o nuevo tipo, para recuperar su anterior poder político y gubernamental. En la organización de sus intentos no falta el apoyo organizador, logístico y mediático de sucesivos gobiernos norteamericanos, en tanto que el progresismo latinoamericano tiene un sentido emancipador que erosiona la hegemonía regional y global estadunidense.
12.Esa contraofensiva dispone de cuantiosos recursos financieros y técnicos que le permiten desplegarse en varios planos. Combina las viejas marrullerías políticas de los partidos conservadores y democristianos con avanzados recursos empresariales como asesorías foráneas, investigaciones de mercado, técnicas de publicidad y métodos gerenciales de formación de cuadros, etc. Como igualmente combina viejos y nuevos modelos de partidos, liderazgos, cooptaciones y retóricas políticas, y métodos de manipulación electoral y formas más brutales de desestabilización del orden público y asalto al poder. Aquí tomaría demasiado tiempo volver a describir cada uno de esos aspectos, sobre los cuales ya hay variado material informativo[8], así que me limitaré a apuntar los más relevantes.
13.Esta derecha reactualizada también dispone da varios géneros de respaldos transnacionales, entre los cuales destacan las conferencias, seminarios y cursos auspiciados por fundaciones y universidades privadas, asociaciones internacionales de partidos políticos y ONG’s de diferentes tipos, así como organismos gubernamentales como la AID. Entre sus actividades más frecuentes proliferan los encuentros subsidiados por fundaciones vinculadas al PP español y a la Heritage estadunidense, a los que concurren ex presidentes y personalidades de la reacción latinoamericana y española del pelaje de José María Aznar, Álvaro Uribe, Luis Alberto Lacalle, Henrique Capriles y hasta Ricardo Martinelli. Asimismo abundan los cursos y entrenamientos proporcionados por universidades del área de Miami en materias como el marketing político, diseño e interpretación de encuestas y manejo de políticas y métodos de comunicación.
14.En la articulación de grupos y liderazgos, la definición de objetivos, la selección de temas y la orientación de conductas y acciones, desempeña un papel especial el manejo de los medios de comunicación. La relevancia de su papel, en no pocos casos hace que quienes fijan e implementan la política editorial asuman de hecho la dirección estratégica de la ofensiva, dejándole a los políticos de oficio el papel de operadores de las líneas de acción que ellos disponen. No es para menos: esos medios custodian, actualizan y manejan la hegemonía ideológica, cultural y política del bloque socioeconómico dominante. Justifican sus decisiones, conductas y desempeños y, al propio tiempo, desacreditan y aíslan a las personas y propuestas de quienes se oponen a dicho bloque, y ningunean sus iniciativas.
15.Como piezas de la contraofensiva reaccionaria, esas instancias e instrumentos forman “estados de opinión” que resultan tanto de promover las figuras, opiniones y proyectos que al bloque dominante le interesa encumbrar, como de tergiversar a quienes lo adversan o banalizar sus ideas, para justificar las ataques y marginaciones que se cometan contra ellos en el curso de las campañas derechistas para descalificar a los sectores populares, y desestabilizar la situación general, ya sea con vistas a objetivos electorales o para enmascarar los asaltos “blandos” o “duros” al poder gubernamental. Un antecedente conocido fue el de la larga campaña mediática y desestabilizadora que precedió el golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende. Dos más recientes han sido la prolongada campaña de “guarimbas” en Venezuela y las movilizaciones que precedieron al campeonato mundial de fútbol en Brasil, entre otras.
16.Del 2006 a la fecha se ha apelado a muy diversas modalidades de asalto al poder, cada una de ellas preparada y avalada por los grandes medios locales e internacionales de comunicación. La conspiración para inculpar de asesinato al presidente Álvaro Colom, el golpe sui generis mediante el cual el ejército depuso y expatrió a Manuel Zelaya y acto seguido entregó el gobierno al presidente del Congreso; la conversión de empresarios exitosos en candidatos presidenciales para derrotar a los socialdemócratas en Panamá y Chile; la intentona secesionista de la Media Luna para sacar del poder a Evo Morales; la matanza de campesinos urdida para justificar el golpe parlamentario contra Fernando Lugo; la insubordinación policial dirigida a derrocar a Rafael Correa; y, últimamente, las campañas de desestabilización y descrédito emprendidas contra el gobierno de Cristina Fernández y los escándalos mediáticos fabricados para desprestigiar al de Dilma Rousseff, con vistas a erosionar sus posiciones en vísperas de nuevos retos electorales, etc. Ello sin contar más de medio siglo de conspiraciones, sabotajes, atentados y toda suerte de ataques materiales, económicos, diplomáticos y mediáticos contra la revolución y el pueblo de Cuba, entre los cuales últimamente han descollado el auspicio, entrenamiento, dotación y soporte internacional para “blogueros” y otros tipos de medios y operadores de redes digitales.
17.Por otra parte, nada de ello ocurre por gestión meramente local. Cada una de esas acciones, desde su etapa preparatoria, ha dispuesto de un coro internacional que va más allá de los medios y agencias de prensa, y los alimenta. Esto incluye declaraciones de organismos de derechos humanos, de clubes de escritores y de directivos del FMI, de congresistas norteamericanos y órganos de la Unión europea, etc. Es decir, las campañas de la llamada “nueva” derecha no se circunscriben a la asociación con sus congéneres latinoamericanos, españoles y estadunidenses; forman parte de una estructura global más articulada y extensa.
18.Entre los mayores objetivos de esa estructura y de las derechas locales está el de degradar el sentido del proceso latinoamericano de integración. El solo hecho de que en la gestación de la llamada Alianza del Pacífico hayan sobresalido personajes como Felipe Calderón Hinojosa, Álvaro Uribe y Sebastián Piñera, y de que eso inmediatamente recibiera fuerte aliento norteamericano, es de por sí un aviso elocuente. Por lo tanto, en la coyuntura que tenemos por delante, defender la proyección emancipadora, solidaria y desarrollista del proceso de integración deberá ser uno de nuestros mayores empeños, aunque las organizaciones latinoamericanas de izquierda aún disten de haber convertido ese tema en una aspiración de masas.
Pero esta historia continúa
19.Esa es la naturaleza del adversario que los gobiernos progresistas y las izquierdas latinoamericanas tienen por delante. No será con el respaldo de grandes recursos financieros, empresariales ni mediáticos que lo podrán superar. Esto solo podrá lograrse renovando tanto ideas y propuestas, como formas de lenguaje y comunicación juvenil y popular. Tanto más cuando, tras las sucesivas reelecciones de los partidos y los líderes progresistas, los años no dejan de acumularse y, a los ojos de los jóvenes, nosotros mismos empezamos a formar parte del pasado. El tiempo reabre a los conservadores la oportunidad de presentarse como los portadores del “cambio” que anhelan los insatisfechos de hoy. A los doce años de gobiernos del PT, por ejemplo, las demoras de la reforma agraria o de la reorganización del transporte metropolitano no pueden achacarse a Collor de Mello o Fernando Enrique Cardoso, ni mucho menos a los militares.
20.Frente a la “magia” de la publicidad y la manipulación de la maquinaria mediática burguesa, y de su capacidad para reciclar el reinado de la vieja cultura de su conveniencia, solo construir una contracultura o nueva cultura política popular puede darle a nuestros pueblos la solidez de convicciones indispensable para enfrentar críticamente las ofertas de los grandes medios. Esa contracultura es indispensable para contrarrestar y superar la hegemonía ideológica y política del bloque dominante. Precisamente porque eso no puede lograrse a corto plazo, debe ser la primera de nuestras dedicaciones, transversal a todos nuestros demás esfuerzos.
21.El impacto de la contraofensiva de las derechas no es un asunto colateral. Hace cuatro años algún optimismo o autosatisfacción imprudente podían tomarla como un asunto manejable. Sin embargo, durante este último período la reelección de los candidatos del PSUV, del FMLN y del PT fue más difícil y reñida de lo previsto; Alianza País sufrió reveses inesperados en Quito y otras ciudades, y los éxitos contundentes solo volvieron a producirse en Bolivia y, en menor grado, Uruguay. En Brasil la victoria presidencial se acompañó de importantes pérdidas parlamentarias; el fantasma de la derrota amenazó al destino de la integración latinoamericana y caribeña.
La izquierda progresista está a la defensiva y de eso ella debe extraer importantes lecciones y reajustes de métodos, estilos y objetivos. En esto la reacción reflexiva y política de Rafael Correa fue ejemplar, al convocar el encuentro latinoamericano de partidos, organizaciones y movimientos progresistas para debatir cómo derrotar la estrategia de “restauración conservadora” de nuestra América.[9]
22.Más allá de aciertos y errores locales, y de mayores o menores dinámicas y alcances, ¿pueden tres lustros de surgimiento y reproducción de gobiernos progresistas reducirse a eventos coyunturales, o expresan fenómenos estructurales de mayor significado? Desde luego, la elección y reelección de gobiernos progresistas, y parte de sus realizaciones, son reversibles. Pero es irresponsable sostener que su paso no deja huellas. Aun en el peor de los desenlaces, durante este período ya hay acumulaciones que echaron raíces en la evolución de las culturas políticas de los pueblos latinoamericanos.
La movilización social y electoral de grandes masas, que puso en escena nuevos sujetos y objetivos políticos, derrumbó gobiernos o los hizo tambalear, expresa movimientos telúricos del desarrollo latinoamericano: las clases se movieron, sus exigencias continúan y las conciencias han pasado a hacer un nuevo balance de posibilidades. Nadie tiene por qué ser mejor que nosotros para aprender de sus errores y volver a la liza fortalecidos. Donde sea el caso, el revés sufrido puede ser parte de una historia donde las fuerzas progresistas retornarán mejor dotadas. En Honduras, Libre es muy superior a la anterior ala democrática del partido liberal; en Paraguay, el Frente Guasú posterior al derrocamiento de Lugo tiene mejores propuestas y arraigo social que aquel que en el pasado eligió al obispo.
23.Si el progresismo es síntoma de un fenómeno estructural, las eventuales ganancias de la contraofensiva de la derecha deben asumirse como reveses aleccionadores, cuyo análisis autocrítico ayudará a realimentar la continuación de la ofensiva de izquierdas.
Por su naturaleza, las derechas son inevitablemente conservadoras, pues su misión es conservar o recuperar estructuras y privilegios del pasado, por mucho que ellas pretendan envolverse en los ropajes del “cambio”. Como a su vez las izquierdas legítimas solo pueden ser innovadoras, una vez que expresan la fuerza creativa de quienes senos indignan frente a las causas de las injusticias y desigualdades del presente que queremos remplazar.
Esta verdad medular debe incidir sobre nuestras organizaciones y proyectos, sobre sus modos de abordar y sumar a nuestros pueblos, sobre sus lenguajes y modos de escuchar, renovar propuestas y persuadir. Solo así ellas podrán convocar, formar y ayudar a organizarse por sí mismos a los contingentes sociales necesarios para pasar del progresismo ahora posible a la necesaria transformación revolucionaria, y sostenerla.
– Nils Castro. Conferencia pronunciada en la sesión de clausura de la 12a Conferencia de Estudios Americanos, Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI), La Habana, 24 de octubre de 2014.
LUNES 10 DE NOVIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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3) Bolivia está cambiando
Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique)
Para el viajero que vuelve a Bolivia varios años después y camina despacito por las empinadas calles de La Paz, ciudad encaramada entre barrancos escarpados a casi cuatro mil metros de altitud, los cambios saltan a la vista: ya no se ven personas mendigando ni vendedores informales pululando por las aceras. Se percibe que hay pleno empleo. La gente va mejor vestida, luce más sana. Y el aspecto general de la capital se ve más esmerado, más limpio, más verde y ajardinado. Se nota el auge de la construcción. Han surgido decenas de altos edificios llamativos y se han multiplicado los modernos centros comerciales, uno de los cuales posee el mayor complejo de cines (18 salas) de Sudamérica.
Pero lo más espectacular son los sensacionales teleféricos urbanos de tecnología (1) futurista que mantienen sobre la ciudad un permanente ballet de coloridas cabinas, elegantes y etéreas como pompas de jabón. Silenciosas y no contaminantes. Dos líneas funcionan ya, la roja y la amarilla; la tercera, la verde, se inaugurará en las próximas semanas, creando así una red interconectada de transporte por cable de once kilómetros, la más larga del mundo, que permitirá a decenas de miles de paceños ahorrarse un promedio de dos horas diarias de tiempo de transporte.
“Bolivia cambia. Evo cumple” afirman unos carteles en la calle. Y cada cual lo constata. El país es efectivamente otro. Muy distinto al de hace apenas un decenio, cuando estaba considerado “el más pobre de América Latina después de Haití”. En su mayoría corruptos y autoritarios, sus gobernantes se pasaban la vida implorando préstamos a los organismos financieros internacionales, a las principales potencias occidentales o a las organizaciones humanitarias mundiales. Mientras las grandes empresas mineras extranjeras saqueaban el subsuelo, pagándole al Estado regalías de miseria y prolongando el expolio colonial.
País relativamente poco poblado (unos diez millones de habitantes), Bolivia posee una superficie de más de un millón de kilómetros cuadrados (dos veces Francia). Sus entrañas rebosan de riquezas: plata (piénsese en Potosí…), oro, estaño, hierro, cobre, zinc, tungsteno, manganeso, etc. El Salar de Uyuni tiene la mayor reserva de potasio y litio del mundo, este último considerado la energía del futuro. Pero la principal fuente de ingresos hoy la constituye el sector de los hidrocarburos, con las segundas mayores reservas de gas natural de América del Sur, y petróleo, aunque en menor cantidad (unos 16 millones de barriles anuales).
El crecimiento económico de Bolivia en estos últimos nueve años, desde que gobierna Evo Morales, ha sido sensacional, con una tasa promedio del 5% anual… En 2013, el PIB llegó a crecer hasta el 6,8% (2), y en 2014 y 2015, según las previsiones del FMI, también será superior al 5%… El porcentaje más elevado de América Latina (3). Y todo ello con una inflación moderada y controlada, inferior al 6%.
El nivel de vida general se ha duplicado (4). El gasto público, a pesar de las importantes inversiones sociales, también está controlado; hasta el punto de que el saldo en cuenta corriente ofrece un resultado positivo con un superávit fiscal de 2,6% (en 2014) (5). Y aunque las exportaciones, principalmente de hidrocarburos y de productos de la minería, representan un papel importante en esta bonanza económica, es la demanda interna (+5,4%) la que constituye el principal motor del crecimiento. En fin, otro éxito inaudito de la gestión del ministro de Economía, Luis Arce: las reservas internacionales en divisas de Bolivia, con respecto al PIB, alcanzaron el 47% (6), situando a este país, por primera vez, a la cabeza de América Latina, muy por delante de Brasil, México o Argentina. Evo Morales ha señalado que, de país estructuralemente endeudado, Bolivia podría pasar a ser prestamista, y ha revelado que ya “cuatro Estados de la región”, sin precisar cuáles, se han dirigido a su Gobierno pidiéndole créditos…
En un país en el que más de la mitad de la población es originaria, Evo Morales es el primer indígena, en los últimos cinco siglos, que alcanzó, en enero de 2006, la presidencia del Estado. Y desde que asumió el poder, este presidente diferente desechó el “modelo neoliberal” y lo cambió por un nuevo “modelo económico social comunitario productivo”. Nacionalizó, a partir de mayo de 2006, los sectores estratégicos (hidrocarburos, minería, electricidad, recursos ambientales) generadores de excedentes e invirtió una parte de estos excedentes en los sectores generadores de empleo (industria, manufactura, artesanía, transporte, desarrollo agropecuario, vivienda, comercio, etc.). Y consagró otra parte de esos excedentes a la reducción de la pobreza mediante políticas sociales (enseñanza, sanidad), incrementos salariales (a los funcionarios y trabajadores del sector público), estímulos a la inclusión [bono Juancito Pinto (7), renta dignidad (8), bono Juana Azurduy (9)] y políticas de subvenciones.
Los resultados de la aplicación de este modelo se reflejan no solo en las cifras expuestas aquí arriba, sino en un dato bien explícito: más de un millón de bolivianos (o sea, el 10% de la población) han salido de la pobreza. La deuda pública, que representaba el 80% del PIB, se redujo a apenas el 33% del PIB. La tasa de desempleo (3,2%) es la más baja de América Latina, hasta tal punto que miles de bolivianos emigrados en España, Argentina o Chile empiezan a regresar, atraídos por la facilidad de empleo y el notable incremento del nivel de vida.
Además, Evo Morales ha emprendido la construcción de un verdadero Estado, hasta ahora más bien virtual. Hay que reconocer que la inmensa y torturada geografía boliviana (un tercio, altas montañas andinas, dos tercios, tierras bajas tropicales y amazónicas) así como la fractura cultural (36 naciones etno-lingüísticas) nunca facilitaron la integración y la unificación. Pero, lo que no se hizo en casi dos siglos, el presidente Morales está decidido a llevarlo a cabo acabando con la dislocación. Primero, promulgando una nueva Constitución, adoptada por referéndum, que establece por vez primera un “Estado plurinacional” y reconoce los derechos de las diferentes naciones que conviven en el territorio boliviano. Y luego lanzando una serie de ambiciosas obras públicas (carreteras, puentes, túneles) con el objetivo de conectar, articular, comunicar regiones dispersas para que todas ellas y sus habitantes se sientan parte de un todo común: Bolivia. Nunca se había hecho. Y por eso hubo tantas tentativas de secesión, separatismo y de fraccionamiento.
Hoy, con todos estos éxitos, los bolivianos se sienten –quizás por vez primera– orgullosos de serlo. Orgullosos de su cultura originaria y de sus lenguas vernáculas. Orgullosos de su moneda que cada día se valoriza más con respecto al dólar. Orgullosos de tener el crecimiento económico más alto y las reservas de divisas más importantes de América Latina. Orgullosos de sus realizaciones tecnológicas como esa red de teleféricos de última generación, o su satélite de telecomunicaciones Túpac Katari, o su canal de televisión pública Bolivia TV (10). Este canal, que dirige Gustavo Portocarrero, realizó, el 12 de octubre pasado, día de las elecciones presidenciales, una impactante demostración de su maestría tecnológica conectándose en directo –a lo largo de más de 24h ininterrumpidas– con sus enviados especiales en unas 40 ciudades en todo el mundo (Japón, China, Rusia, la India, Irán, Egipto, España, etc.) en las que votaban, por primera vez, los bolivianos residentes en el extranjero. Una proeza técnica y humana que pocos canales de televisión en el mundo serían capaces de realizar.
Todas estas hazañas –económicas, sociales, tecnológicas– explican en parte la rotunda victoria de Evo Morales y de su partido (Movimiento al Socialismo, MAS) en las elecciones del pasado 12 de octubre (11). Icono de la lucha de los pueblos indígenas y originarios de todo el mundo, Evo ha consiguido romper, con este nuevo triunfo, varios graves prejuicios. Demuestra que la gestión de gobierno no desgasta, y que después de nueve años en el poder, cuando se gobierna bien, se puede volver a ganar holgadamente. Demuestra, contrariamente a lo que afirman racistas y colonialistas, que “los indios” saben gobernar, y hasta pueden ser los mejores gobernantes que jamás haya tenido el país. Demuestra que, sin corrupción, con honestidad y eficiencia, el Estado puede ser un excelente administrador, y no –como lo pretenden los neoliberales– una calamidad sistemática. En fin, demuestra que la izquierda en el poder puede ser eficiente, que puede llevar a cabo políticas de inclusión y de redistribución de la riqueza sin poner en riesgo la estabilidad de la economía.
Pero esta gran victoria electoral también se explica por razones políticas. El presidente Evo Morales consiguió derrotar, ideológicamente, a sus principales adversarios reagrupados en el seno de la casta empresarial de la provincia de Santa Cruz, principal motor económico del país. Este grupo conservador que lo intentó todo contra el presidente, desde la tentativa de secesión hasta el golpe de Estado, ha acabado por rendirse y por sumarse en definitiva al proyecto presidencial, reconociendo que el país ha puesto rumbo hacia el desarrollo.
Es una victoria considerable que el vicepresidente Álvaro García Linera explica en estos términos: “Se logró integrar al oriente boliviano y unificar el país, gracias a la derrota política e ideológica de un núcleo político empresarial ultraconservador, racista y fascista, que conspiró por un golpe de Estado y trajo a gente armada para organizar una secesión del territorio oriental. En segundo lugar, estos nueve años han mostrado a las clases medias urbanas y sectores populares cruceños que tenían desconfianza, que hemos mejorado sus condiciones de vida, que respetamos lo construido en Santa Cruz y sus particularidades. Por supuesto, somos un Gobierno socialista, de izquierdas y dirigido por indígenas. Pero tenemos la voluntad de mejorar la vida de todos. Nos hemos enfrentado a las empresas petroleras extranjeras, igualmente a las de energía eléctrica, y las hemos golpeado para luego, con esos recursos, potenciar al país, fundamentalmente a los más pobres, pero sin afectar lo que poseen las clases medias o el sector empresarial. Por eso pudo realizarse un encuentro entre Gobierno y Santa Cruz muy fructífero. Nosotros no cambiamos de actitud, seguimos diciendo y haciendo lo mismo que hace nueve años. Los que han cambiado de actitud frente a nosotros son ellos. A partir de ahí empieza esta nueva etapa del proceso revolucionario boliviano, que es el de la irradiación territorial y la hegemonía ideológica y política. Ellos empiezan a entender que no somos sus enemigos, que si hacen economía sin meterse en política les va a ir bien. Pero si, como corporaciones, tratan de ocupar las estructuras del Estado y quieren combinar política con economía, les va a ir mal. Así como no puede haber militares que también tengan el control civil, político, porque ya tienen el control de las armas”.
En su despacho del Palacio Quemado, el ministro de Presidencia, Juan Ramón Quintana, me lo explica con una consigna: “Derrotar e integrar”. “No se trata –me dice– de vencer al adversario y de abandonarlo a su suerte, corriendo el riesgo de que se ponga a conspirar con su resentimiento de vencido y se lance a nuevas intentonas golpistas. Una vez derrotado, hay que incorporarlo, darle la oportunidad de sumarse al proyecto nacional en el que caben todos, a condición de que cada cual admita y acate que la dirección política, por decisión democrática de las urnas, la llevan Evo y el MAS”.
¿Y ahora? ¿Qué hacer con una victoria tan aplastante? “Tenemos un programa (12) –afirma tranquilo Juan Ramón Quintana– queremos erradicar la pobreza extrema, dar acceso universal a los servicios básicos, garantizar salud y educación de calidad para todos, desarrollar la ciencia, la tecnología y la economía del conocimiento, establecer una administración económica responsable, tener una gestión pública transparente y eficaz, diversificar nuestra producción, industrializar, alcanzar la soberanía alimentaria y agropecuaria, respetar a la Madre Tierra, avanzar hacia una mayor integración latinoamericana y con nuestros socios del Sur, integrar el Mercosur, y alcanzar nuestro objetivo histórico, cerrar nuestra herida abierta: recuperar nuestra soberanía marítima y la salida al mar” (13).
Por su parte, el presidente Morales ha expresado su deseo de que Bolivia se convierta en el “corazón energético de América del Sur” gracias a sus enormes potencialidades en energías renovables (hidroeléctrica, eólica, solar, geotérmica, biomasa) además de los hidrocarburos (petróleo y gas), lo que se completaría con la energía atómica civil producida por una central nuclear de próxima adquisición.
Bolivia cambia. Va para arriba. Y su prodigiosa metamorfosis aún no ha terminado de sorprender al mundo.
Notas:
(1) La empresa constructora es la sociedad austríaca Doppelmayr-Garaventa.
(2) Léase Economía Plural, La Paz, abril de 2014.
(3) Léase Página Siete, La Paz, 12 de octubre de 2014.
(4) Entre 2005 y 2013, el PIB per capita creció más de dos veces (de 1.182 dólares a 2.757 dólares). Bolivia dejó de ser un “país de bajos ingresos” y fue declarado “país de ingresos medios”. Léase “Bolivia, una mirada a los logros más importantes del nuevo modelo económico”, en Economía Plural, La Paz, junio de 2014.
(5) El buen manejo de las finanzas públicas ha permitido a Bolivia situarse como el segundo país con mayor superávit fiscal de América Latina en los últimos ocho años.
(6) En cifras absolutas, las reservas internacionales de Bolivia son de unos 16.000 millones de dólares. El PIB, en 2013, fue de unos 31.000 millones de dólares.
(7) De una suma de 200 bolivianos anuales (23 euros), se entrega por cada alumno/a de primaria y secundaria, de la enseñanza pública, que haya seguido con asiduidad todos sus cursos. Su objetivo es luchar contra el abandono escolar.
(8) Una pensión que cobran todos los bolivianos a partir de los 60 años, incluso aquellos que nunca pudieron cotizar a una caja de pensiones.
(9) Una asistencia económica de 1.820 bolivianos (unos 215 euros) que se entrega a las mujeres embarazadas y por cada niño y niña de menos de 2 años, con la intención de disminuir los índices de mortalidad infantil y materna.
(10) http://www.mixbolivia.com/2013/08/ver-en-vivo-canal-bolivia-tv.html
(11) Léase Atilio Borón, “¿Por qué ganó Evo?”, América Latina en movimiento, ALAI, Quito, 13 de octubre de 2014.
(12) Agenda patriótica 2025: la ruta boliviana del vivir bien, En 2025 se cumple el bicentenario de la independencia y fundación de Bolivia.
(13) Bolivia ha recurrido al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. Léase El libro del mar, Ministerio de Relaciones Exteriores, La Paz, 2014.
LUNES 10 DE NOVIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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4) Europa, paralizada por la división entre norte y sur
Roberto Savio. (IPS)
La nueva Comisión Europea parece más un experimento para equilibrar fuerzas opuestas que una institución que debe ser dirigida con algún tipo de gobernanza. Probablemente Europa acabará por verse paralizada por conflictos internos, que es lo último que necesita. Durante la Presidencia de José Manuel Durão Barroso (2004-2014), la Comisión, el órgano ejecutivo de la Unión Europea (UE), se fue haciendo cada vez más marginal en el ámbito internacional, empantanada por la división interna entre el norte y el sur del bloque.
Vamos a regresar a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), hace casi cuatro siglos, entre católicos y protestantes. Los católicos son considerados despreocupados derrochadores, mientras hay un enfoque moral de la economía desde el lado protestante. Alemania, por ejemplo, ha transformado la deuda en un “pecado” financiero. La gran mayoría de sus ciudadanos apoyan la postura irreductible de su gobierno, de que el sacrificio fiscal es el único camino a la salvación y que la desaceleración económica que se avecina solo fortalecerá ese sentimiento.
Como resultado, el manejo interno de la crisis de gobernabilidad de la UE en gran parte ha empujado a Europa hacia las líneas marginales del mundo. No se entiende qué interés puede tener Europa en empujar a Rusia a una alianza estructural con China y, en un momento tan frágil, imponerse a sí misma pérdidas en el comercio e inversiones con Moscú que podrían llegar a 50.000l millones de dólares el próximo año.
La prestigiosa revista Foreign Affairs -la biblia de la élite de Estados Unidos- publicó un artículo largo y detallado del académico John J. Mearsheimer, titulado “Porqué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente”, que documenta cómo la invitación a Ucrania para unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), fue el último de una serie de pasos hostiles, que empujó el presidente ruso, Vladimir Putin, a detener un claro proceso de intrusión.
Mearsheimer duda de que todo esto responda a los intereses a largo plazo de Estados Unidos, más allá de algunos pequeños círculos, y se pregunta por qué Europa lo secunda. Pero la política tiene ahora solo un horizonte de corto plazo y las prioridades están condicionadas por ese enfoque. Un buen ejemplo es cómo los estados de Europa (con la excepción de los países del norte), han ido recortando sus presupuestos de cooperación internacional.
No solo España, Italia y Portugal -y por supuesto Grecia – eliminaron prácticamente sus presupuestos de ayuda oficial al desarrollo, también Austria, Bélgica y Francia siguieron ese ejemplo. Mientras, China viene invirtiendo fuertemente en África, América Latina y, por supuesto, en Asia, en una estrategia donde el término “cooperación” no sería el más apropiado.
Pero el mejor ejemplo de la incapacidad de la UE para estar en sintonía con la realidad es el último corte en el programa Erasmus, que envía decenas de miles de estudiantes cada año a otros países europeos. ¿Se pasó por alto que un millón de niños nacieron de parejas que se conocieron gracias a esas becas y que el programa se corta en un momento en que los partidos antieuropeos están surgiendo en todas partes?
En realidad, la educación, la cultura y la asistencia médica sufren una continua reducción en el gasto público. Como dijo en su famosa frase Giulio Tremonti, quien fuera ministro de Finanzas del ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, “usted no come con la cultura”. El presupuesto por persona para la cultura en el sur de Europa es actualmente una séptima parte que en el norte del continente.
En su último presupuesto, Italia, que según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) posee 50 por ciento del patrimonio cultural de Europa, decidió abrir 100 puestos de trabajo en el campo arqueológico con un sueldo bruto mensual de 430 euros. Esa cifra es la mitad del sueldo mensual de una empleada doméstica por 20 horas de trabajo semanales.
Los políticos italianos no lo dicen explícitamente, pero consideran que ya hay tal riqueza patrimonial que no hay necesidad de una mayor inversión, porque de todos modos los turistas continúan llegando al país. En consecuencia, el presupuesto para todos los museos italianos es cercano al presupuesto del Museo Metropolitano de Nueva York. Eso es como querer vivir de mostrar la momia de un antepasado por unos billetes.
Puede afirmarse que en momentos de crisis, el presupuesto para la cultura se puede congelar porque hay necesidades más urgentes. Pero para mantener a Europa dentro de la competencia internacional, no hay necesidad más urgente que la de asegurar el futuro de sus ciudadanos. Y aun así, el presupuesto para la investigación y el desarrollo, esencial para ello, también está siendo cortado año tras año.
Examinemos la situación desde 2009. España redujo la inversión en investigación y desarrollo (I+D) en 40 por ciento, lo que se tradujo en un recorte en un porcentaje igual del financiamiento de proyectos y de 30 por ciento en recursos humanos. Las universidades italianas sufrieron un corte global de 20 por ciento, lo que significó una reducción de 80 por ciento en la contratación y de 100 por ciento en los proyectos, mientras que 40 por ciento de los cursos de doctorado desaparecieron.
Francia redujo en 25 por ciento la contratación en centros de investigación y en 20 por ciento en las universidades. Menos de 10 por ciento de la demanda de proyectos recibe financiación por ausencia de fondos. Desde 2011, Grecia disminuyó el presupuesto para los centros de investigación y las universidades en 50 por ciento, mientras que congeló la contratación de investigadores. En Portugal, durante el mismo período, universidades y centros de investigación sufrieron un recorte de 50 por ciento, el número de becas para doctorados cayeron en 40 por ciento y los cursos de postdoctorado en 65 por ciento.
Es importante recordar que la Estrategia de Lisboa, el programa para el crecimiento y el empleo adoptado en el año 2000, aspiraba a hacer de la Unión Europea en 10 años más “la economía más competitiva y dinámica del mundo, basada en el conocimiento, capaz de crecer económicamente de manera sostenible, con más y mejores empleos y con mayor cohesión social”. La mayoría de sus objetivos no fueron alcanzados en 2010, al contrario, Europa sigue retrocediendo. La estrategia de Lisboa fijó, por ejemplo, que tres ciento del producto interno bruto (PIB) sería destinado a I+D, pero el sur de Europa dedica menos de 1,5 por ciento.
Una notable excepción es Gran Bretaña. El actual gobierno, que trabaja en estrecha sincronía con la Cityfinancieray las empresas, financiaron con 7,6 mil millones de dólares el proyecto “Estrategia de innovación e Investigación para el Crecimiento” con el beneplácito del sector privado. China incrementa constantemente su presupuesto en I+D, que ahora es de tres por ciento del PIB y que planifica que llegue a seis por ciento del PIB en 2020. En tan solo siete años, China se ha convertido en el mayor productor de paneles solares, causando la quiebra de varias empresas estadounidenses y europeas.
¿Está Europa comprometiendo su futuro en la competencia internacional para complacer a los intereses de Alemania? ¿O es que la política está perdiendo la vista del bosque mientras se discute la cantidad de árboles a cortar para llegar a un compromiso entre católicos y protestantes? Lo cierto es que se está convirtiendo la economía en una ciencia moral, y esto hace de Europa un mundo insólito.
Editado por Pablo Piacentini
LUNES 10 DE NOVIEMBRE DE 2014 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL ES UNA PRODUCCIÓN DE COMCOSUR / COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR Coordinación : Carlos Casares – DIRECCIÓN POSTAL: Proyectada 17 metros 5192 E (Parque Rivera) 11400 MONTEVIDEO – URUGUAY / comcosur@comcosur.com.uy / Comcosur se mantiene con el trabajo voluntario de sus integrantes y no cuenta con ningún tipo de apoyo institucional ni personal. / Las opiniones vertidas en las distintas notas que integran este boletín, no reflejan necesariamente la posición que podría tener Comcosur sobre los temas en cuestión./ Comcosur integra la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC)
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