Natalia Quiñones y Gustavo González (3era. Semana)
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COMCOSUR INFORMA AÑO 17 – No. 1817 – jueves 08.06.2017
“Todas las estructuras del poder popular que estábamos construyendo se hicieron presentes, tomaron voz, en una radio que no quería tanto hablarle al pueblo. Quería que el pueblo hablara.” RADIO VENCEREMOS
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1) DIARIO DE UN VIAJE POR ÁFRICA Y ASIA
Por Natalia Quiñones y Gustavo González (3era. Semana)
Día 17. Llegada a Malaui.
Domingo 28 de mayo
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El viaje transcurrido para llegar a Malaui nos tómo toda la tarde de este día. Hicimos una breve parada en el aeropuerto de Harare, en Zimbabue, hasta finalmente aterrizar, justo en medio del atardecer, en la ciudad capital de Lilongüe. En la carretera, se nos presentó un paisaje no muy distinto al de Zambia, aunque muchísimo más árido y sin ningún atisbo de vegetación viva. Sus planicies interminables suspiran solas, sosteniendo apenas la esperanza de uno que otro cristiano que, a la vera de la carretera, intenta vender ratones de monte enteros, atravesados por una estaca. Una exquisitez local, nos aclara Grace con toda naturalidad.
Con todo y todo nos alcanzó este domingo para al menos llegar al hotel, cenar y platicar un poco con algunos de los compañeros del CFHH y de la Oficina Regional del We en Zambia, Nancy, Gabriel y Grace, que también han venido a Malaui por unos días, a una de las actividades que nosotros tenemos en agenda para la siguiente semana. Si bien el programa para los próximos quince días nos someterá a un ritmo de trabajo un poco más intenso que al que Zambia nos terminó acostumbrando, parece que esta vez estaremos entrando en mayor contacto con gente organizada en varios tipos de iniciativas para resolver su necesidad de vivienda. Con el alma repleta de grandes expectativas, partimos a descansar: Malaui nos espera a partir de mañana.
Día 18. Reuniones con We Effect Malaui y CCODE, además de una visita al Área 49.
Lunes 29 de mayo.
Para este día, teníamos planificadas dos reuniones sumamente importantes: la primera, de carácter introductorio, con la Oficina País del We Effect en Malaui, y la segunda, también a efectos de presentarnos y hacer una breve visita de campo, con el CCODE, la contraparte del Programa Regional de Vivienda y Hábitat de la región en este país. Comenzamos a las nueve en punto de la mañana con el primer punto del día, café o té en mano: en un edificio que también alberga las cinco, seis o más oficinas de múltiples organizaciones internacionales de cooperación y ayuda humanitaria, el We Effect Malaui, encabezado por la compañera Sanne, da inicio a la reunión semanal del personal.
Sanne, actualmente a cargo de la Coordinación del Programa País, nos introdujo brevemente ante todo el personal de la oficina, para luego solicitar el reporte de cada quien sobre lo realizado la semana anterior. Al concluir todos y todas, parte del grupo salió de la sala y nos quedamos solamente con los compañeros y compañeras con mayor interés en el trabajo que realizaremos durante los días venideros. Entre estas personas, se encontraba Anna, una compañera que sabía hablar español y hace doce años, para nuestra grata sorpresa, ¡habia vivido en El Salvador! Antes de la reunión oficial sobre nuestro tema central de discusión, con otra tacita de té o café en mano, pudimos enterarnos de que había probado ya las deliciosas pupusas gracias a la convivencia con un su enamorado argentino en nuestro Pulgarcito centroamericano. Inesperados que son los azares hacia los que nos arrastra la vida, ¿no?
Minutos después, suspendimos la plática con Anna para comenzar finalmente a conversar acerca de las distintas organizaciones contrapartes con las que mantienen relación, las líneas programáticas de su trabajo y uno que otro dato relevante acerca de la realidad económica y social del país. Quizá solo una ceguera nos impediría ver, sin recorrernos grandes distancias en este país, que Malaui es un país predominantemente rural, de esos que ya son contados en un mundo desordenadamente urbanizado: el 84 % de su población, nos aseguran, vive de la agricultura y el campo. Es, so sí, de un territorio notablemente pequeño para lo que son las dimensiones de África; no cuenta con más de 118 mil kilómetros cuadrados. Subsisten de cultivar, procesar y exportar tabaco y azúcar, principalmente; luego, el pequeño campesino, produce para su consumo cultivos más reducidos de granos básicos, como el maíz, frijoles y arroz. Cuatro de cada diez malauianos son analfabetos, por lo que solo dominan las lenguas de tradición oral, y la esperanza de vida oscila alrededor de los 54 años.
Es, en conclusión, uno de los países con mayores índices de pobreza de este continente. Las compañías transnacionales que tienen presencia acá son muy pocas; es el capital chino el que no deja ir una y ha ganado terreno en el país con inversiones en el sector construcción. Al no contar con una actividad minera significativa, pareciera que Malaui y sus 17 millones de habitantes le importan casi nada al propio capitalismo y al mundo bajo su hechizo.
Luego de este panorama general sobre el país, nos fuimos directamente a abordar el tema de vivienda. La organización contraparte con la que trabajan actualmente es el CCODE, el Centro para la Organización y el Desarrollo Comunitario, a la cual conoceremos esta misma tarde para acompañarnos durante el resto de visitas de campo por Malaui. Aunque esta organización ha ganado ya un Premio Mundial del Hábitat por su trabajo, las compañeras del We nos advierten que la modalidad del cooperativismo de vivienda aún no ha sido desarrollada en el país. Todavía hay mucho desconocimiento, nos afirman, y la problemática de viviend predominante exigiría que el concepto se adapte a las necesidades de las zonas rurales, que es donde se concentran en su mayoría las carencias de esta índole. Así como en Zambia, el trabajo desarrollado con la gente ha iniciado con la conformación de grupos de ahorro: como el acceso a financiamiento les es negado por todos lados, la gente se decide a integrar asociaciones que se plantean atacar, con sus propios recursos, varios de sus problemas de subsistencia, entre ellos el de la vivienda.
Con una semblanza más bien breve del trabajo de vivienda en Malaui, ya que serían los compañeros del CCODE los encargados hasta el cansancio de explicárnoslo todo, fuimos por un rápido almuerzo. Una hora después, el compañero Ziliri, del CCODE, fue por nosotros y nos llevó hasta el local de su organización, en un área mucho más céntrica de la ciudad. Los alrededores eran prácticamente los mismos, respirando una tranquilidad sin par: Lilongüe se nos hace una ciudad, aunque urbana, de espíritu rural, con divisiones muy difusas con las periferias transitorias y el campo.
En las oficinas del CCODE ya nos estaban esperando seis o siete compañeros más, todos muy jóvenes, que también estarían en la reunión. Iniciaron por relatarnos algo de su historia como organización, lo más fundamental: el CCODE nació hace poco más de 10 años como un secretariado técnico a demanda de la antes Federación de los Sintecho de Malaui, que hoy cambió su nombre y pasó a llamarse Federación de los Pobres Urbanos y Rurales. Son, hoy por hoy, una de las organizaciones más reconocidas en el campo de la vivienda para las familias de menores recursos económicos de la población. Sus principales apuestas están colocadas en dos estrategias: fomentar el ahorro de la propia gente y la gestión de un fondo revolvente financiado por la cooperación internacional hace unos años.
Desde que empezamos la conversación, fueron muy honestos en aclarar que los primeros proyectos de vivienda fueron desarrollados sin ningún tipo de asesoramiento técnico para la gente, lo que obviamente derivó en problemas constructivo serios en las viviendas edificadas. La metodología de la ayuda mutua fue aplicada, pero a nivel individual, familia por familia. Junto a la Federación y a las comunidades organizadas, su principal aliado como movimiento social, han realizado una buena estrategia de incidencia política y, como resultado, han logrado conseguir tierra para más de 790 familias en distintas localidades del país. La tierra, proporcionada por el Estado, es clave: ¡ya esto es un gran avance! Pero todavía hay importantes obstáculos, nos explican. En el presupuesto estatal para el rubro de vivienda, no hay un centésimo para materiales de construcción y, aunque muchas familias han conquistado sus terrenos, no existe un mecanismo que facilite permanentemente el acceso a suelo habitable para la gente más pobre. Si las comunidades organizadas quieren construir vivienda, tienen que ejercer fuertes presiones a las autoridades locales, sin desistir, y prácticamente autofinanciarse el costo de los materiales, insumos y todo lo necesario para la obra, además de poner su propio trabajo.
Con este antecedente sobre la mesa, los compañeros nos cedieron el espacio para intervenir: planteamos, como uno de nuestras más agudas puntas de lanza, que resulta muy difícil llegar a la vivienda si la gente confía únicamente en sus propios ahorros. Como solución, nuevamente, les desplegamos completito nuestro posicionamiento sobre la urgencia de hacer incidencia política para que el Estado se haga cargo de poner el financiamiento, facilitar la tierra y definir leyes adecuadas. En poquísimas palabras, también nos tomamos el tiempo para describir nuestro modelo, el cual acogieron con mucha fuerza e interés. Con esto, destacaron que nuestra visita se daba, de hecho, en el momento justo: están en proceso de auto examinarse y reflexionar sobre sus planteos estratégicos. A los primeros hallazgos que llegamos en conjunto fueron los siguientes: sin asesoramiento, no se puede construir, y con la claridad sobre esto, nos dijeron, es que han mejorado el acompañamiento que le han dado a las últimas comunidades con las que han trabajado. Conformaron un pequeño departamento de técnicos constructivos en su interior para suplir esta necesidad. En las visitas que están programadas, nos aseguraron que podremos evidenciar el trabajo realizado con ambos procesos.
Luego de este debate, nos dirigimos con Nancy y Ziliri a conocer una primera comunidad, localizada en el Área 49 de la ciudad. En el asentamiento, que lleva el mismo nombre del sitio, habitan más de 180 familias en viviendas de diseños y áreas similares, algunas con sus paredes blancas todavía en pie y, otras, agrietadas desde dentro, con sus mamposterías de barro rojo al descubierto. En varias podemos notar, incluso, que las rajaduras parten las casas en dos o hasta tres compartimientos. ¿Cómo se abastecen de agua? Tienen un sistema colectivo por cañería. ¿Y el saneamiento? Ecosanitarios. Las calles, ondeantes en su desnudez de tierra. Este asentamiento, a su vez, colinda con otro de iguales características un poco más al sur, construido por Hábitat para la Humanidad al mismo tiempo que este.
Al costado de una vivienda, nos encontramos finalmente con las lideresas de la comunidad: unas compañeras, todas uniformadas con faldas de alegres patrones amarillos y rojos, sentadas sobre una misma manta, que al nomas llegar nos recibieron con cantos. Los niños junto a ellas se pararon a celebrar nuestra venida, con aplausos y gritillos consonantes con las voces de sus madres. El Jefe de la comunidad, Peter, se presentó y dio apertura a la reunión.
Como ninguna de ellas hablaba un fluido inglés, tuvimos que manejarnos nuevamente con un traductor cultural, Ziliri. De manera muy elocuente, nos transmitieron su historia como Federación de Vivienda del Área 49, una especie de asociación integrada por miembros de diferentes grupos de ahorro en la zona, que se dedicó específicamente a resolver su precaria situación de vivienda. Lograron la obtención de su predio, ahorraron lo suficiente para cubrir el costo de los materiales y, para complementar los fondos necesarios, asumieron préstamos individuales con el fondo revolvente creado por el CCODE y construyeron, finalizando la obra en 2007. Este fue de los primeros grupos con los que trabajó la organización trabajó, además, sin asistencia técnica constructiva.
Entonces, en el camino subsiguiente, el principal problema que surgió fue el del repago del fondo: la gente comenzó a negarse a pagar de vuelta. Todo un sector de la comunidad comenzó a exigir que la construcción de las casas debía ser donada, por lo que no devolvieron un cinco, con el objetivo de incluso desfinanciar completamente el fondo, acabárselo. Como en la comunidad también había todo un sector que sí terminó de pagar todo lo que debía, a un plazo de ocho años, los problemas de convivencia comenzaron a emerger y, hasta el día de hoy, muchos se mantienen. Peleas, denuncias ante la policía, hasta citatorios ante la Corte y resoluciones claras de las instituciones judiciales sobre el hecho de que la gente, porque asumieron créditos, deben pagar. Aun así, todavía hay muchas batallas legales que no se han resuelto.
Con esto dicho, utilizamos nosotros después nuestra palabra para dar las explicaciones pertinentes sobre nuestra visita, aclarar nuestras intenciones de apoyar en lo que se pudiera y animarles en su perseverancia por mantener unida a la comunidad. La charla, con esto, se animó mucho. Inclusive los niños y las niñas presentes, que eran muchísimos, disfrutaron el momento en el que propusimos sacarnos una foto grupal, sonriendo y saludando efusivamente ante la cámara.
Como primera impresión, la cual confirmaremos o no en el transcurso de los siguientes días, parece que hay mucha potencialidad en el trabajo del CCODE y de los mismos grupos federativos con los que han asesorado procesos de construcción y mejora de vivienda, para comenzar a implantar la semillita del modelo; esa semillita que, esté soleado, lluvioso o nublado, siempre germina en tierra fértil.
Día 19. Devolución de los resultados de la Evaluación al Programa Regional de Vivienda y Hábitat del We Effect en África del Sur.
Martes 30 de mayo.
Amanecimos hoy en medio de un grisáceo telón que le antecede los pasos al invierno africano, uno que se acerca cada vez más y más. Para darnos calorcito, la agenda nos ofrecía hoy participar en una reunión en el hotel, a a que estábamos citados muchos compañeros y compañeras: un equipo de consultores externos socializaría los resultados de una evaluación realizada al Programa Regional de Vivienda y Hábitat del We Effect en esta región durante sus últimos 3 años. Vinieron varios delegados de las oficinas país del We Effect y organizaciones contraparte desde Malaui, Zambia y Mozambique; desde temprano, nos abrigamos todos y todas en fraternales saludos, abrazos de reencuentro y el infaltable aroma del café.
La jornada consistiría básicamente de la devolución de los hallazgos preliminares de la evaluación llevada a cabo para ser validados por los compañeros de la región. También se contaría con un espacio para hacer recomendaciones al borrador del reporte y, al concluir todo ello, Jennipher nos pidió hacer una pequeña intervención acerca de la experiencia del We Effect con el Programa de Vivienda y Hábitat en Latinoamérica. Desde el inicio, toda la información que iba siendo vertida por los evaluadores y contrastada por los compañeros, junto a los debates que surgieron a partir de ambas partes, nos resultó ampliamente interesante y valiosa. Desde todas las fuentes y perspectivas participantes, pudimos obtener valoraciones importantes acerca de las debilidades y fortalezas desarrolladas hasta el momento por el programa.
Como primera reflexión, pudimos entrever que existe en esta región, sobre todo entre las organizaciones contraparte, una estrategia que concibe la incidencia política de una manera totalmente distinta a cómo lo hacemos en Latinoamérica. Incentivar a la movilización popular para presionar al Estado a asumir un rol histórico distinto, como un aliado de los sintecho, pareciera hacer eco de algo virtualmente imposible. En el aire sobrevuela el peso de las mentes que siguen pensando que “el Estado no nos dará nada”, aunque le pidamos un poco. No obstante, a nuestro juicio, es este el camino que junto a los sectores populares debemos trazar y andar, porque eso es lo que la experiencia nos ha enseñado.
Entonces, lo que planteamos en nuestra intervención de la tarde, ¡fue todo lo contrario! Debíamos insistir en la tarea de apostarle a lo que da resultados, por más imposible que parezca. Si seguimos desgastándonos en apoyar sola y únicamente el que la gente ahorre para poder autofinanciarse su vivienda, llegaremos a algún lado, pero no muy lejos. Para lo apremiante que son las necesidades reales de la gente, establecimos claramente que, para nosotros, ese era un camino de derrota, en extremo largo y altamente desmoralizante. Hubo un momento en el que creímos que íbamos con demasiada patada al pecho de los compañeros, pero muchos asentían sin rechistar y otros al menos se dejaban inquietar. Al rato admitieron que teníamos razón… pero, “pero”. Comenzaron a entrometerse a borbotones los “peros”. Aún así, cuando estamos con las comunidades, es la misma gente la que asume de inmediato el sí a la necesidad de luchar. Es en este momento cuando uno se pregunta: entonces, ¿quiénes son los verdaderos derrotados?
Este debe ser un tema de debate urgente al interior de las organizaciones que, al final del día, actúan como aliados técnicos de la gente: cuál es nuestro horizonte político, cómo nos estamos proyectando nuestro trabajo de cara a los cambios que el pueblo necesita, por qué le tememos tanto al protagonismo transformador de la gente. La dispersión en los objetivos, el “que quiere abarcar mucho” pero “poco aprieta”, la necedad por nunca ceder la administración de los proyectos a las organizaciones de la gente: todos estos fantasmas recorrían y helaban nuestra sangre, al principio, cuando comenzamos a trabajar en América Latina, paralizándonos.
Llama la atención que, entre los aportes más interesantes del equipo de evaluadores, destacaban recomendaciones con tonalidades muy similares a las nuestras, subrayando la urgencia de que los sectores sociales comiencen a movilizarse para exigirle al Estado sus respectivas contribuciones. Lo único inamovible para esta premisa debe nuestra paciencia y perseverancia para su mayor comprensión por parte de la gente: ese es el rumbo que debemos tomar.
Día 20. Visita al Área 36 y reunión con LandNet.
Miércoles 31 de mayo.
Siguieron cubriéndonos los días las nubes colmadas de lluvias que nunca llegaron pero gustaban de hacerse sentir. Este día teníamos programadas reuniones con representantes de Hábitat para la Humanidad y ONU Hábitat en el país, pero estas fueron canceladas por diferentes motivos. Así pues, luego de un apresurado cambio de agenda, salimos desde tempranas horas con Nancy, Peter y Ziliri del CCODE, a conocer y conversar con la gente del Área 36.
Entre uno que otro recoveco de la ciudad misma, comenzamos a adentrarnos en las vísceras de uno de los asentamientos irregulares más grandes de Lilongüe: niños y niñas correteando por todos lados, mujeres con bebés atados a sus espaldas y huacales repletos de todo encima de sus cabezas, hombres saliendo y viniendo de sus faenas, todos caminando casi descalzos entre calles polvorientas y corrientes de un agua grisácea que proviene de las casas, la mayoría de ellas en muy mal estado, al igual que los mal mantenidos puestos de mercado en los cuales la población de los barrios populares suele colocar sus mil y una ventas. Como ha podido, la gente ha venido construyendo su “ciudad”, al margen de la formalidad. Todos los servicios más elementales brillan por su ausencia. ¿Qué pasará cuando llueve acá, a lo largo de estos infinitos caminos de tierra en un estado tan deplorable? No nos lo queremos ni imaginar.
Paramos el carro frente a una casa con portoncito, una de las más amplias y mejor conservadas, a decir verdad. A las compañeras que nos estaban esperando, les sorprendimos en plena reunión: en ese momento, también se ocupaban de actualizar sus respectivas aportaciones al grupo de ahorro del que forman parte. Nos sentamos en círculo todos y todas, en su mayoría mujeres, y comenzamos a indagar sobre cómo habían mejorado sus condiciones de vivienda: en la zona, las familias que lo habían logrado, era porque se habían unido a un grupo de ahorro y alcanzado, en algún momento, suficientes fondos para autofinanciarse los materiales de la construcción o mejora de sus viviendas.
Empezamos a dimensionar qué tan generalizada es la modalidad de los ahorros colectivos para crear pequeños capitales propios, ante la gran ausencia de mecanismos asequibles de financiamiento con otros actores en juego no solo en Malaui, sino también en Zambia y, nos atreveríamos a afirmar, otros países de la región. Otro elemento en común con Zambia, que vamos poniendo a prueba en la interacción con la gente, es que sus sectores populares no hablan inglés, por más idioma oficial que sea de las excolonias anglófonas. La lengua materna, la de las raíces ancestrales, es la que predomina, mientras que el inglés flota apenas como engañándose a sí mismo. Sí, como un rezago colonialista de opresión, pero con un peso muerto.
Entre otras cosas, uno de los temas que se coloca de inmediato, como para no olvidar su importancia en este contexto, es el de las Jefaturas. ¿Cómo obtuvieron la tierra?, preguntamos, a lo que respondieron que tuvieron que solicitársela al Jefe con el poder de decidir sobre la zona. Lilongüe y otras ciudades de Malaui tienen una particularidad que en Zambia parecía no tener tanta presencia: existe mucha tierra todavía bajo los poderes tradicionales, tanto en las áreas rurales como urbanas. Al menos el 85 % del territorio se encuentra bajo jurisdicción de las Jefaturas tradicionales.
Con este grupo, asimismo, pudimos ver otros rostros de la precariedad. Había gente a la que el solo vernos le bastaba para alzarse en melodías de bienvenida, entonadas con toda el alma que nos podían ofrecer. Este grupo no: sobre los ánimos de estas compañeras asomaban durezas indescriptibles, oriundas de las más largas y enquistadas desolaciones. Ni un atisbo del entusiasmo que nos regalaron otras comunidades; tuvimos que preguntar, sin marearles: ¿son felices con sus viviendas? Siempre cabizbajas, musitaron varios ‘no’. Porque son conscientes de que lo construido fue lo mejor que podían hacer con lo poco que tienen y, por ende, el resultado no fue el esperado ni el mejor. Cada vez que estas críticas de la gente aparecen, los compañeros del CCODE nos insisten que “han aprendido de los errores cometidos en los primeros años”, cuando no podían proveer experticia técnica para la construcción de la gente. Ahora, la calidad de las viviendas ha mejorado, gracias a que han conformado un grupo técnico de acompañamiento a los procesos constructivos. En Área 36, no pudimos ver ejemplo de ello, pero mantendremos la expectativa para futuras visitas.
Mientras la conversación fue nutriéndose de nuestras reflexiones y las subsiguientes reacciones de las compañeras, los ánimos se fueron recuperando: lo suficiente como para romper con la timidez y compartir una última danza al final de la reunión. ¡Cómo irradian horizontes nuevos, aun en los paisajes más desalentadores! Con el corazón apretadito, golpeado por tantas injusticias, nos despedimos.
Nuestra siguiente parada nos juntó con una plataforma de coordinación entre organizaciones de las más variadas naturalezas, denominada LandNet. Nos atendió Mtonga, abogada dedicada a la asesoría e incidencia política en los temas de gestión y acceso al suelo en Malaui. Actualmente, dedica todas sus energías a la elaboración multiactoral de una estrategia que le permita al Estado aplicar debidamente un nuevo paquete de leyes sobre los derechos de posesión y uso sobre la tierra en el país. El marco legal anteriormente vigente databa de 1965, un año después de la independencia. En fin, si no hubiera sido por la gran experticia de esta compañera en la temática, quizá no hubiéramos logrado entender muchas de las cosas que ella nos supo explicar con lujo de detalle. De todas las inquietudes que pudimos resolver con ella, podemos extraer, hasta este punto, algunas conclusiones que a continuación desglosaremos.
Las leyes de 1965 sobre la posesión y uso de la tierra en Malaui establecían que el poder de decidir quién y qué se hace sobre el territorio pasaría de estar a manos de la Corona británica a la del Presidente de la República. Así, sin ningún otro cambio que el nombre de una autoridad plenipotenciaria a otra, se nos revela otro síntoma del colonialismo internalizado en países como estos, como Zambia y Malaui, con independencias todavía muy jóvenes. Nos terminamos de quitar la venda de los ojos: la tan afamada libertad africana no existe porque sus facilitadores solo han levantado sus propios altares, manteniendo los viejos sistemas de dominación intactos, de la mano firme y cómplice de los liderazgos tradicionales. Entendiendo esta realidad de otra forma, no es posible explicarnos coherentemente todo lo observado. Por ello, el problema del acceso a la tierra y a la tenencia segura, clave para entender a su vez el de la vivienda, todavía no tiene solución en estos países. Porque, para los pobres, existen poquísimas formas, si no ninguna, de garantizar su derecho a suelo seguro y habitable en Malaui. Hablando con Nancy más tarde, tratando de unir cabos que nos habían quedado sueltos desde nuestras pláticas sobre Zambia, pudimos darnos cuenta de lo contundente que resulta esta verdad en ambos países.
En Malaui, han existido hasta hoy tres regímenes diferentes de cesión y goce de la tierra, lo que nos desdibuja un panorama actual de mayúscula complejidad: la modalidad pública o estatal, la privada y la tradicional. Sobre todos ellos, reina un solo terrateniente, que es la Presidencia, lo que implica que se le debe de pagar renta, excepto si la tierra se presta para bienes o servicios públicos. Este poder, bajo cualquier modalidad, concesiona por cierto número de años el uso de la tierra para diferentes tipos de propietarios: el Estado, particulares y las Jefaturas tradicionales. Es aquí cuando, hurgando en los laberintos del tema y cómo este colisiona con el desarrollo de casi toda actividad humana, terminamos observando que la incuestionable autoridad de estos Jefes, para la gente, ha facilitado la consolidación de la antigua práctica de la corrupción en estos poderes. La mayoría de tierras habitadas históricamente por los más pobres de Malaui han estado bajo la custodia de los liderazgos tradicionales, quienes eventualmente comenzaron a lucrarse de familias necesitadas de suelo para vivir y a vender parcelas de tierras bajo su jurisdicción, lo cual estaba prohibido por las leyes anteriores.
Y luego está el lío de la tenencia: como la mayoría de las tierras se rigen por los esquemas tradicionales de poder, son también las leyes de los ancestros las que han venido definiendo el que, si vienes de una tribu de herencia matrilineal, sean solo las mujeres las detentoras de tierra, mientras que si vienes de una de carácter patrilineal, sucede todo lo contrario. Según estas reglas, tu derecho a asentarte y echar raíces en un rincón de este planeta lo determinará la suerte de tu sexo. Aún así, en el régimen tradicional no existe una titularidad que respalde nada de ello: el día que el Jefe o el Presidente decidan destinar o vender tu tierra para otros fines, debés desalojarla, incluso de un día para otro, en la mayoría de los casos sin compensación alguna. Y aún el tenedor privado, teniendo una escritura particular de propiedad y, en teoría, un margen más amplio de facultades, tendrá que irse el día que el Presidente decida echarle también. De esta forma es como el poderío de las transnacionales ha logrado arrasar con buena parte del continente, hectárea por hectárea.
Para todo lo anterior, el nuevo marco jurídico pretende brindar soluciones y “en ese sentido es que estamos orientando nuestro trabajo”, asegura Mtonga sin vacilar. Respiramos un poco: desentrañar todo este entramado de comprensiones tanto culturales como jurídicas nos es vital para la elaboración de nuestra propuesta política. Tendremos que parar un poco y estudiar a profundidad los mejores tiempos, términos y espacios para discutir la constitución de una cartera de tierras, instrumento central de la plataforma que abanderamos en todos los países en los que la vivienda es todavía una urgencia política pendiente. África no es la excepción: el problema ahora será diseñar la mejor estrategia posible para que nuestro caballito de Troya entre triunfante por la coraza del colonialismo más lamentable de todos: el del colonizado que siempre quiso estar en el puesto del colonizador.
Día 21. Visita a Kaphuka.
Jueves 1 de junio
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Este día, con un sol refrescante a nuestras espaldas, viajamos alrededor de dos horas para llegar desde Lilongüe hasta Kaphuka, para encontrarnos con la apasionante historia de otra comunidad organizada. Esta vez, de parte del CCODE, nos acompañaron Peter, en calidad de conductor, y Happiness, una chica que, desde muy joven, ha trabajado al lado de los sectores populares de este país.
Durante el viaje, como de costumbre, no hubo mayor interrupción, hasta que pasamos por un retén colocado por agentes policiales de tránsito en el que nos ordenaron detenernos. Penosa experiencia la que terminamos pasando, sobre todo Peter, por los abusos de poder que suelen caracterizar a las instituciones policiales de países como estos, inclusive en Centroamérica. Después de decomisarle la licencia de tránsito, uno de los agentes del retén le pidió mordida a Peter por “andar una llanta desgastada”. Por más que Peter resistía, el agente insistía en que nosotros, los extranjeros, seguramente andábamos dinero, por lo que debíamos ceder. Largos minutos después, otro agente intervino y, tras varios forcejeos verbales que nos encolerizaron mucho, le devolvieron la licencia a Peter y nos dejaron ir. Nuevamente, comprobamos que varios males institucionales padecidos por Centroamérica y estos países africanos, a la vez, no son tan disímiles entre sí.
Salidos ya de la carretera asfaltada, comenzamos a transitar por camino de tierra, de esos que tienen incontables pendientes, muchas de ellas riesgosas, que un buen trabajo de Peter nos ayudó a evadir. Una hora después, llegamos por fin a Kaphuka, una comunidad que, en la lengua chewa, quiere decir “germinación”. Y es que no hay otro nombre tan apropiado como ese para una comunidad que, en el preciso instante que llegamos, se desprendió de su cascarón para estallar en cándido júbilo. Ya nos acostumbramos a ser recibidos por los coloridos cantos de las mujeres, principalmente aldeanas, agitando sus permanentes faldas largas al ritmo de su propia música. Toda la escena era tan contagiosa que hasta Natalia, en una suerte de cumbia salvadoreña muy bien bailada, se sumó al festejo, el latido más sonoro de toda África.
Después de varias risas y que ellas abrieran la reunión con una oración de rutina, nos sentamos con el grupo. Como esta es una zona eminentemente rural y con mucha población, pudimos entrever que la mayoría de familias trabajan el campo en pequeñísimas parcelas. Siempre con el apoyo de una tercera traducción, inauguramos la charla con mucha fluidez y receptividad de la gente. Porque de nada vale en estos contextos venir a desarrollar discursos teóricos sobre el modelo cooperativo: debemos ingeniárnoslas siempre con ademanes, chistes, gestos, historias de vida e incursionar en la teatralidad de los temas para captar, mantener y enamorar la atención de la gente sobre este tema.
De manera muy natural, empezaron a contarnos su experiencia organizativa. Son un núcleo de grupos de ahorro en el distrito de Dedza, vinculado a la Federación, de aproximadamente 400 mujeres y solo 26 hombres. Han constituido emprendimientos colectivos para producir jabones, carteras y ropa de vestir para mujeres, para lo cual han sido capacitadas por el CCODE. Por ahora, tienen planteado comenzar la construcción de viviendas en cada una de las parcelas que viven actualmente. Sentimos la corazonada de que acá no será nada difícil entender el modelo ya que, mientras lo describíamos, asentían con la convicción de aquellos que, con sana curiosidad, están siempre llamados a la lucha. Con este grupo en específico, el modelo podría ser implementado bajo la modalidad de “lote disperso”, trabajada ya en El Salvador por la cooperativa Héroes de Piedras Rojas. Porque, si bien todas son campesinas con lotecitos refundidos en una colina cada una, su alto grado de solidaridad y cooperación mutua es de harto admirar.
Para despedirnos, con la alegría del grupo palpitándonos desde dentro, les contamos la historia de la música afro-uruguaya. Haciendo como si tocaba los altos tambores que hacen retumbar a los pueblos de África, Gustavo hizo resonar en la memoria de la gente su más famoso grito candombero: ¡Beleketú beleketú beleketú, chas chas! A la gente le encantó tanto que no dejaban de repetir el estribillo, en sus propias tonalidades. ¡Hasta se animaron a mostrarnos un par de pasos de sus bailes al unísono de la estrofa uruguaya! Qué bello que es el universal lenguaje de la música y el baile, en verdad, y qué útil que es para hermanarnos entre humanidades cantoras, por más que las latitudes, fronteras e idiomas nos obliguen a distanciarnos.
Día 22. Visita a Kasungu.
Viernes 2 de junio.
Segundo día consecutivo de reunirnos con comunidades de procedencia intrínsecamente rural. Este día, nos atravesamos unos cien kilómetros desde la capital para llegar a Kasungu, un pueblo donde existen un sin número de grupos de ahorro, mayoritariamente de mujeres. Es a partir de estos agrupamientos que, entre varios de sus integrantes, despierta la necesidad de resolver el problema de la vivienda.
Como llegamos cerca del mediodía, eran pocas las compañeras que se encontraban ya disponibles para charlar con nosotros: era la hora del almuerzo, a la que los esposos regresan de la milpa después de concluir la faena, a la que los niños más pequeños comienzan a exigir alimento en sus bocas. Las que pudieron, nos atendieron en el fondo de una de las nuevas casas.
Las características y el discurso pronunciado por los grupos con los que nos vamos encontrando en Malaui comienzan a coincidir entre sí; las historias de cómo se conformaron y desarrollaron son casi todas las mismas. Comienzan a arremolinarse algunas preguntas en nuestras mente: ¿será que esto del ahorro es parte ya de la cultura o las tradiciones en Malawi? ¿qué tan expandida está esta práctica en toda África? ¿ha sido una de las imposiciones históricas de las oenegé en estos países, sobre todo con sus sectores populares?
Lo que sí seguimos constatando una y otra vez es que la gente no tiene ninguna expectativa de que, desde el Estado, deba provenir solución alguna para su situación. Por esta razón es que depositan toda su confianza en la “alternativa” del ahorro personal o colectivo para autofinanciarse y, en el trabajo de la ayuda mutua, como aporte propio a la construcción de las viviendas. Y, de alguna manera, sin decirlo ni ideologizarlo así de claro, todos practican el principio de la colectividad cuando se trata de trabajar y hacer prosperar su tierra. Este hecho, inclusive, les protege de alguna manera de ser desalojados por el Estado, cuando este les exige a los más desamparados que hagan producir la tierra para evitar ser desalojados. Muchas veces, ni siquiera con esta “garantía”, están a salvo de que el Estado decida privilegiar la instalación de una trasnacional “generadora de empleos” sobre el suelo en el que han vivido generaciones enteras. Este es el nivel de vulneración al que ha sido forzado uno de los pueblos más humildes de África.
La historia de grupos como estos, que sueñan con solventar las carencias más crónicas con su propia expoliación, se ha ido forjando entonces con lo que han podido categorizar como logros hasta ahora. Muchos consiguieron terminar sus viviendas y ecosanitarios con ladrillos de barro rojo cocido. Otros, los que lograron aprovechar el fondo revolvente del CCODE, alcanzaron a comprar láminas de metal para sustituir los techos de paja. Pero aun así, los servicios más básicos no llegan hasta acá. Kasungu se ilumina todas las noches a punta de antorchas. Las casas que se edifican antes de que puedan llegar los préstamos, son hechas del ancestral adobe y, cuando se pasan al ladrillo, este es a la vez causante de que las planicies circundantes se encuentren deforestadas. Y aun así, cuando les interrogamos sobre cómo construyen y mejoran sus viviendas, la contestación no puede ser más clara y sencilla, sin que por ello deje de ser profunda: ¡nos ayudamos entre sí!
Con cada paso que damos e historia que documentamos, entonces, nos vamos animando con mayor claridad a decir que, tanto en Zambia como en Malawi, las fértiles ideas de la ayuda mutua y la propiedad colectiva las tiene la gente a flor de piel. Sea en lotes dispersos o uno solo, el hecho de que la Municipalidad ya le haya otorgado a Kasungu dos terrenos para expandir su obra de vivienda, producto de la incidencia del grupo por obtenerlos, se puede considerar ya una chispa de lucha organizada. A nuestro juicio, además, están presentes y juntas todas las condiciones propicias para desarrollar un modelo africano de vivienda cooperativa que sea autogestionario. Luego habrá que sistematizar sus principios básicos y, posteriormente, su experiencia: habrá que eventualmente estudiarlo más y, para ello, los puentes de unión con Latinoamérica ya están siendo tendidos, ¡y son múltiples!
En Malaui específicamente, tienen una Federación además, cuyo ámbito de lucha todavía no ha reparado en la necesidad de exigirle al Estado la financiación, pero al menos ya ha recorrido un buen trecho sobre el tema de la tierra. De esto no tenemos ninguna duda ya que, cuando hablamos con los grupos y explicamos la importancia de ello, obtenemos reacciones positivas. Nos es ineludible recordar las palabras de Roque al respecto: en la sangre unánime que nos recorre a todos, bombea siempre nuestro inmortal ímpetu de lucha.
Día 23. Visita a Salima.
Sábado 3 de junio
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Hoy temprano iniciamos una gira por distintas localidades del interior de Malaui, acompañados de Sungani, el director ejecutivo del CCODE. Comenzamos atravesando unos 150 kilómetros desde Lilongüe hasta llegar a Salima, un distrito famoso por su cercanía con las frescas aguas del Lago Malawi.
Hora y treinta minutos de viaje después, nos internamos por los ya conocidos caminos de tierra que nos dirigen siempre al corazón de las comunidades por donde ni dios mismo se ha atrevido a asomarse. Allí, sentados sobre la tierra roja, como separados por fuerzas invisibles, las mujeres y los hombres de la comunidad comenzaron a levantarse y a sucumbir dichosos al trance del baile y la canción para darnos la bienvenida.
Con aproximadamente cuarenta personas, entonces, comenzamos la reunión. Patricia, la coordinadora local del proyecto del We y el CCODE en la zona, haría de segunda traductora. Esta vez rompimos el hielo nosotros con la historia de cuando Gustavo era joven y decidió juntarse con otas 213 familias en una cooperativa de vivienda para construir todo un vecindario en colectividad, en el que todas las familias pudieran habitar en condiciones dignas. Una multitud de miradas curiosas y oídos atentos procesaron con mucho interés nuestro planteo, celebrando con aplausos y risas el final de la proeza cooperativa: Gustavo y su familia viven hasta el día de hoy en una vivienda adecuada, gracias al poder de la unión y la organización.
Luego llegó su turno de contarnos su historia. Con cierta timidez, fueron las compañeras las que alzaron primero la voz y procedieron a explicarnos todo el trabajo invertido por las mujeres en los grupos de ahorro. Las que gracias a estos esfuerzos ya podían decir que habían logrado financiarse los materiales para sus propias viviendas, comentaban triunfantes que ya habían terminado de construirlas y estaban muy orgullosas de mostrárnoslas en cualquier momento. Estos testimonios nos parecieron sumamente desgarradores viniendo de mujeres cuyo semblante, demasiado envejecido para su edad, nos cortaban el habla al develar que habían sido casadas a los ocho, nueve, diez años de edad. Que, siendo todavía niñas, habían tenido que volcarse de lleno a la procreación y al cuidado de sus familias.
Al despedirnos, tratamos de que nuestro último mensaje fuera expuesto lo más pedagógico posible, cuidando siempre de mantener la ternura en todas nuestras respuestas a sus dudas y solicitudes. Siempre que colocamos el tema de las responsabilidades del Estado en cuanto a la problemática de vivienda, la primera reacción es de incredulidad, la que sostiene que “el Estado jamás nos dará nada”, por más que se lo pidamos. Pero cuando explicamos que debemos utilizar nuestras propias fuerzas, las de la misma Federación y unirnos para la incidencia, el derrotismo comienza a esfumarse, a caerse por pedacitos, cediéndole el espacio a la esperanza. Con este mensaje, no hay dónde perderse: vemos que todos terminan entendiéndolo desde la profundidad de su vivencia y por eso lo comparten.
Además, agradecen siempre que Gustavo, por ejemplo, siendo un hombre blanco, llegue hasta ahí a querer echarles una mano solidaria, comparti su lucha. Porque para ellos, el blanco pobre, el blanco que no oprime, el blanco que los ve como sus iguales, es inconcebible. Nos aventuramos a decir que para muchos, inclusive, ha sido el primer contacto que han tenido con un blanco de estas características. Esto les llama muchísimo la atención y, en un par de casos, ha suscitado desencuentros un tanto inesperados: dos niñitos menores de tres años han salido corriendo a llorar a los brazos de sus madres, asustados de ver a Gustavo saludándoles. Los niños mayores de seis y siete años, en cambio, nos reciben con el más inocente de los asombros.
Así pues, como esta comunidad ya habita en varias viviendas autoconstruidas, acto seguido, nos invitaron a pasarnos por algunas y visitarlas. Fuimos donde estaba un grupo de cinco muy juntitas: con sus paredes de ladrillo rojo cocido y algunas techadas con láminas, pudimos ver un cambio sustantivo con respecto a cómo solían vivir antes, entre apilaciones resquebrajadas de barro, apenas cubiertas de paja y a la merced de la intemperie total. Y aún así, el tema de los servicios sigue presentándose como inexistente. La precariedad de sus condiciones es tal que ni siquiera aparece en la agenda de prioridades de la gente: no es fácil vencer a veinte, treinta o cincuenta años de nacer, desarrollarse y vivir sin ellos. Por esto es que el acceso al agua potable, a un saneamiento adecuado, a vías transitables y fuentes seguras de energía siendo una de las deudas más grandes de estos Estados africanos con sus pueblos.
Natalia Quiñones y Gustavo González
COMCOSUR INFORMA Nº 1816 – 06/06/2017
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COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR / COMCOSUR – 1994 – 19 de junio – 2017 – 23 años
Selección y producción: Beatriz Alonso, Henry Flores y Carlos Casares Apoyo técnico: Carlos Dárdano
Colaboran:
ALEMANIA: Antje Vieth y Carlos Ramos (Berlín)
ARGENTINA: Eduardo Abeleira
BRASIL: Carlos O. Catalogne (Florianópolis)
CENTROAMÉRICA: Gustavo González
ECUADOR: Kintto Lucas (Quito)
HOLANDA: Ramón Haniotis (Amsterdam)
SUIZA: Sergio Ferrari (Berna)
URUGUAY: Jorge Marrero (Santa Rosa), Margarita Merklen (Durazno), Pablo Alfano (Montevideo), Luis Sabini (Piriápolis, Maldonado)
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Coordinación: Carlos Casares
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