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EL FEMINISMO (POP) ES LO QUE NOS PUEDE SALVAR – comcosur mujer 597 – 29.04.2019

COMCOSUR MUJER / AÑO 16 /No. 597 / lunes 29.04.2019 – Hoy:

1) Argentina: El acoso callejero ya es «violencia contra la mujer»
2) Honduras: Sangre de guerreras
3) Sudan: Las mujeres lideran las protestas
4) El feminismo (pop) es lo que nos puede salvar
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COMCOSUR MUJER / Fundado por Yessie Macchi / AÑO 16 /No. 597 – Lunes 29 de abril de 2019 / Producción: Beatriz Alonso y Belén Itza / Apoyo técnico: Carlos Dárdano
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“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres” Rosa Luxemburgo
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1) ARGENTINA: EL ACOSO CALLEJERO YA ES «VIOLENCIA CONTRA LA MUJER»

Por unanimidad, el Senado sancionó la ley que incorpora el acoso callejero como un modo de violencia de género, además de introducir su definición en la Ley 26.485, conocida como Ley de Protección Integral a las Mujeres.

El proyecto había sido presentado por la ex diputada (FpV) Diana Conti, y había avanzado hasta su media sanción en aquella cámara hace un año y medio, en septiembre de 2017.

La nueva ley define a la “violencia contra las mujeres en el espacio público” como “aquella ejercida contra las mujeres por una o más personas, en lugares públicos o de acceso público, como medios de transporte o centros comerciales, a través de conductas o expresiones verbales o no verbales, con connotación sexual, que afecten o dañen su dignidad, integridad, libertad, libre circulación o permanencia, o generen un ambiente hostil u ofensivo”.

Por otro lado, la ley indica que el Instituto Nacional de la Mujer deberá abrir una línea gratuita, articulada con las provincias, que pueda ser utilizada como contención, información y asistencia a las mujeres víctimas de acoso. Además, la ley ordena a las fuerzas de seguridad a “actuar en protección” de las víctimas.

Pagina12 / COMCOSUR MUJER Nº 597 – 29/04/2019
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2) HONDURAS: SANGRE DE GUERRERAS

Su mirada y sonrisa fueron acogedoras. Su rostro me pareció conocido, como conocida era la comunidad que nos juntaba: Guadalupe en el municipio de Santa Fe, Colón. Antes de iniciar la plática que nos llevaba a ese lugar de hermosa playa con aguas cristalinas y mujeres que luchan, me brindó un saludo acogedor, “un gusto, soy Belinda David”.

Por algunos segundos me quedé callada, para luego salté con la primera pregunta: es familia de Medeline David, Belinda sonríe y me contesta, es mi hermana. Claro, tenía que ser así, mujeres fuertes, de sangre guerrera que pese a la violencia estructural-patriarcal luchan, no se detienen para lograr que su comunidad esté libre de extranjeros que quiere privatizar sus playas, denigrar su cultura y expropiar sus tierras.

Belinda David, es una joven que lidera una cooperativa en la comunidad Guadalupe, integrada por mujeres que busca el acceso al territorio desde la visión de una vivienda como un derecho humano, además de promover la defensa de los bienes comunes, la identidad cultural y la autogestión para el buen vivir.

Esa tarde, un día antes de la conmemoración de los 222 años de la llegada de los negros y las negras a Honduras, ella junto a un grupo de mujeres, acompañadas de un buen tambor, iniciaron la construcción de la Casa de la Cultural, ese centro que es el inicio de las construcciones que harán como espacio organizativo que promoverá la fabricación a base de adobe y materiales no industrializados, esos que los da gratis la naturaleza. Así como ellas, otro grupo de campesinas y campesinos en la Guadalupe Carney y la comunidad Pech del municipio de Trujillo, construyen sus viviendas sostenibles y ecológicas.

En este proceso de la cultura del “buen construir” que busca consolidar un movimiento social para la fabricación de viviendas, además de la organización para el reclamo de sus derechos, es acompañado por la Fundación San Alonzo Rodríguez, FSAR, a través de la campaña “UN TECHO, MI DERECHO”, que pretende concientizar a la población sobre su derecho humano a una vivienda digna, Incidir en los tomadores de decisiones para la aprobación de una ley de vivienda, que incluya la visión de las organizaciones de sociedad civil en coordinación con los gobiernos locales y el nacional, y Promover un modelo cooperativo de vivienda sustentable.

Más allá de la construcción de la vivienda, que para una familia pudiera ser el fin, para Belinda y demás compañeras no se queda allí. Ellas tienen claro que buscan ser constructoras de las bases que quieren para esta comunidad que está en la mira de empresarios canadienses que buscan la instalación de proyectos turísticos que irrespetan los títulos ancestrales.

Un paraíso terrenal

En medio de la Bahía de Trujillo, está Guadalupe, una comunidad garífuna que libra una resistencia para evitar el despojo de sus tierras ancestrales. En la última década empresarios canadiense se han apropiado de miles de hectáreas para la construcción de complejos turísticos. Las mujeres luchan por cuidar lo que consideran sagrado: su territorio y cultura.

El municipio de Santa Fe es parte de la Bahía de Trujillo, uno de los rincones con mayor riqueza natural y un acumulado histórico muy importante, en ese lugar tocó tierra firme por primera vez Cristóbal Colón en su cuarto y último viaje en 1502. Casi tres siglos después, en 1797 llegaron los garífunas de San Vicente, fecha en la cual el Estado hondureño entregó esos territorios a los negros que se ubicaron en las comunidades de Rio Negro y Cristales.

Ese atractivo histórico se complementa con las hermosas playas de arena blanca y aguas cristalinas, belleza que aumenta cuando usted levanta la mirada y encuentra el verde de los cerros Capiro y Calentura. Cerros con decenas de ríos que alimentan de agua a todas las comunidades de la Bahía.

Ese paraíso es una bendición, pero en la última década ha sido la causa de las amenazas que sufren las comunidades. La codicia de empresarios extranjeros en complicidad con el Estado, lograron la instalación de proyectos turísticos en la zona, a pesar del rechazo de las comunidades que cuentan con títulos colectivos, que según la ley no pueden ser vendidos porque representan el sustento de las comunidades garífunas asentadas en la zona.

Territorio de Mujeres

Las comunidades garífunas y particularmente Guadalupe demuestran la fuerza y compromiso de las mujeres, quienes exponen sus cuerpos y vida entera en una lucha que consideran debe librarse si quieren conservar su territorio. Belinda pasó de denunciar y defender la tierra a presentar una propuesta concreta de construir desde la colectividad, desde lo comunal, para lograr que la cultura y organización se conserven.

Belinda sabe los peligros a los que se expone. En carne propia vive la brutalidad de una institucionalidad que castiga a quienes defienden los bienes naturales, su hermana Medeline David libra un proceso judicial por defender un predio que le pertenece a la comunidad. A pesar de contar con un título ancestral, el empresario canadiense Patrick Forsen lo reclama, aunque ellas viven allí desde que nacieron, al igual que su madre, su abuela, sus ancestras.

Belinda, Medeline y el resto de mujeres de la comunidad Guadalupe en el caribe hondureño, nos recuerdan el amor por esta Honduras, nos interpelan a luchar, a defender el territorio y nuestros cuerpos. A construir una patria/matria donde nadie esté por encima de la ley, donde la dignidad humana sea el fin máximo, donde la lucha por el territorio y bienes naturales sea un hermoso gesto entrega y no el proceso criminal que ahora enfrentan tantos hombres y mujeres.

Belinda, su fuerza, resistencia, sonrisa, ritmo y amor por su comunidad nos marcan el camino, allí estamos llamadas todas.

Aler / COMCOSUR MUJER Nº 597 – 29/04/2019
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3) SUDAN: LAS MUJERES LIDERAN LAS PROTESTAS

Desde diciembre de 2018, las protestas en Sudán que se iniciaron porque el precio del pan se triplicó se convirtieron en protestas a nivel nacional contra el régimen de Omar Al Bashir, que ya lleva casi tres décadas en el cargo.
Finalmente, el jueves 11 de abril de 2019, Bashir fue obligado a renunciar.

El gobierno de Bashir ha usado tácticas y medidas represivas para contener las protestas. Más de 40 manifestantes han muerto, y hay cientos de detenidos y torturados.

La brutal respuesta no impidió que las mujeres se colocaran firmemente en el corazón de las protestas.
Lideran la marcha coreando una zagrouda, (o cántico de las mujeres) ululación usada comúnmente por las mujeres en el mundo árabe para expresar celebración.

Las mujeres que protestan enfrentan con frecuencia brutalidad policial. Las autoridades les han disparado gas lacrimógeno y municiones, y hasta las han amenazado con violarlas. También se ha denunciado que las han golpeado, les han marcado el rostro y les han cortado el pelo dentro de centros de detención. Todos los días, circulan en medios sociales nuevo material de sudanesas a las que golpean y humillan.
Pero las mismas etiquetas se usan para mostrar la valentía de las mujeres en Sudán.

A inicios de abril, una foto y video de las protestas se volvió viral. Alaa Salah, estudiante de ingeniería y arquitectura de 22 años, levantó el brazo derecho mientras indicaba a la multitud con un cántico que llamaran a “thawra” (‘revolución’ en árabe). La foto y el video se volvieron virales y los activistas sudaneses se refieren ahora a Alaa como “Kandaka”, título que se da a las reinas nubias en el antiguo Sudán.

De las calles a la pantalla

Detrás de la pantalla, grupos de Facebook antes dominados por conversaciones sobre matrimonio y enamoramiento se usan ahora para exponer la brutalidad policial. Las mujeres en estos grupos dan a conocer videos y fotos de fuerzas de seguridad abusivas. Cuando se revelá la identidad, al agente involucrado se le suele golpear y sacar del pueblo. El impacto de estos grupos es digno de destacarse —muchos agentes de seguridad ahora ocultan la cara.

Las autoridades sudanesas han intentado bloquear medios sociales en el país, pero las mujeres eluden en bloqueo con redes privadas virtuales (VPN), que pueden ocultar la ubicación del usuario.

El 12 de marzo, la Corte de Apelaciones de Emergencia en Sudán, en medio de presiones de las familias de las mujeres que protestaron en el exterior del juzgado, revocó la flagelación de nueve manifestantes sudanesas que fueron sentenciadas a 20 latigazos y un mes en prisión por protestar.
La flagelación es una forma común de castigo, particularmente para mujeres en Sudán —se arriesgan a ser flageladas por delitos como ropa indecente o adulterio.

En 2014, una mujer fue sentenciada a muerte por casarse con un no musulmán, lo que se considera adulterio. En 2015, una mujer fue azotada 75 veces por casarse sin el consentimiento de su padre.

En 2017, 24 mujeres fueron arrestadas por usar pantalones, una infracción a la estricta ley sharia del país. A veces, la brutalidad va más allá de la flagelación: muchas sudanesas han sido sentenciadas a muerte por lapidación.

El Código Penal de Sudán, que se basa en una interpretación de la sharia (ley islámica) permite que niñas de diez años se casen, y establece que la violación de una mujer por parte de su esposo no puede considerarse como tal.

Además, las mujeres deben enfrentar “leyes de moralidad” que las encadena y las oprime a diario.

Por eso, las sudanesas están en la primera línea de las protestas, luchando por un cambio.

Global voices / COMCOSUR MUJER Nº 597 – 29/04/2019
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4) EL FEMINISMO (POP) ES LO QUE NOS PUEDE SALVAR

Por Stephanie Demirdjian

Sobre el libro “Las mujeres que luchan se encuentran”, de Catalina Ruiz-Navarro.

La misión que se propuso Catalina Ruiz-Navarro empezó con una pregunta, a simple vista, sencilla: ¿cómo hacer feminismo hoy? Es decir, ¿cómo hacer para que la teoría feminista se expanda más allá de las fronteras académicas, derribe la violencia y los prejuicios machistas, y llegue a todas las mujeres? La inquietud no era un capricho: que las mujeres puedan apropiarse de estas ideas –para debatirlas, cuestionarlas o abrazarlas– es fundamental para dar las peleas con todas las armas. La periodista y filósofa colombiana le dedicó muchos años a la respuesta, que se materializó en columnas periodísticas, videos de Youtube, charlas TED y campañas en Twitter. Es que, para la experta, aterrizar la teoría a la práctica sólo es posible haciendo un “feminismo pop”, en el que las plataformas digitales aparecen como principales aliadas.

La propuesta del feminismo pop se basa en usar la estética y el lenguaje “pop” –principalmente visual y con impacto masivo– para hacer que las ideas del feminismo “impacten en nuestra cultura, se hagan populares, sean apropiadas por las personas de a pie y desde el cambio cultural ayuden a desarmar el patriarcado”, ha explicado la periodista.

Hace algún tiempo, Ruiz-Navarro decidió recopilar la mayoría de las columnas que escribió para periódicos colombianos como El Espectador y El Heraldo, resumir el impacto de las campañas que se viralizaron en las redes sociales y poner a dialogar muchas de las cuestiones que afectan a diario a las mujeres latinoamericanas (por ser mujeres y latinoamericanas).

También incluyó debates internos y conversaciones con amigas, y amplió cada una de las ideas con textos de escritoras, filósofas, antropólogas, sociólogas e investigadoras feministas de todos los tiempos. Así nació el libro Las mujeres que luchan se encuentran. Manual de feminismo pop latinoamericano, publicado en marzo de este año.

La publicación tiene cerca de 600 páginas y está dividida en seis capítulos:“Cuerpo”, “Poder”, “Violencia”, “Sexo”, “Amor” y “Activismo”. Entre uno y otro se cuelan 11 retratos de “heroínas latinoamericanas” realizados por la ilustradora colombiana Luisa Castellanos.

“El machismo es tan difícil de erradicar porque permea todos nuestros marcos conceptuales y toda nuestra estética popular. ¿Qué hacer entonces?

¿Negar la estética popular por ser machista o cambiar e incidir, incluso, usar la estética popular para desmontar mensajes machistas?”, pregunta Ruiz-Navarro en uno de los últimos apartados del libro. Y enseguida nos responde: “Ambos caminos son válidos. Las ideas feministas deben traducirse a todos los formatos, lenguajes, espacios, tomar formas tan diversas como las mismas mujeres. Como activista mi opción es la segunda, pues pensamos que el pop, en tanto marco de lenguaje, es anterior, y abarca más que el machismo”. Parece una buena introducción para comentar este libro-guía.

Cuerpo

El primer capítulo ahonda en todas las cuestiones vinculadas a los cuerpos de las mujeres. El análisis va desde la concepción de los cuerpos feminizados como territorios políticos hasta el tabú de la menstruación, pasando por otros planteos como la obsesión de los varones cisgénero con sus genitales o la falacia del “sexo débil”.

Uno de los debates que intenta desentrañar Ruiz-Navarro es el de la lucha entre lo biológico y lo político. En este sentido, la periodista asegura que una de las ideas base del feminismo es que “la biología no es destino”. Para darle un marco teórico cita a la filósofa francesa Simone de Beauvoir, cuando dice que no “nacemos” mujeres, sino que “llegamos a serlo”. Es decir, que nuestro género es algo que se aprende. “Para el pensamiento feminista”, resume la colombiana, “los cuerpos, antes que ser un asunto biológico, son un territorio político”.

Otro problema que se plantea la división del mundo entre varones y mujeres es que “invisibiliza a toda la comunidad LGBTIQ, a las personas queer y transgénero y a las personas de género no binario”. Más adelante, Ruiz-Navarro se centra específicamente en los transfeminismos, que a su entender vienen a criticar la “cisnormatividad” que divide a la humanidad entre “hombres” y “mujeres” y “marginaliza, patologiza y violenta” a quienes quedan por fuera de esas categorías.

Hablar de los cuerpos de las mujeres también es discutir de la desigualdad que plantea el uso del espacio público, que en determinadas circunstancias aparece como un terreno hostil, con límites y abierto a las violencias machistas.

Poder

Es interesante poner arriba de la mesa la cuestión del “poder”, porque es uno de los ámbitos de los que histórica y sistemáticamente se ha excluido a las mujeres. La escritora colombiana decide desenredar el concepto poniendo en diálogo algunas ideas que han impulsado las teóricas y activistas feministas en las últimas décadas, como el empoderamiento femenino o la interseccionalidad. Sobre lo primero, alerta: empoderarse no es responder al sistema capitalista de publicidad neoliberal que nos vende cosas “con la idea de que nos está liberando”. Empoderarse es otra cosa. Es
tener poder político, económico, poder elegir libremente, tener una voz o poseer un pedazo de tierra. Incluso, dice en otra sección del capítulo, es perrear y menear las caderas al ritmo de reguetón sin ninguna culpa –porque “mover el culo puede experimentarse como una experiencia empoderadora” cuando una mujer lo hace con libertad–.

Por otro lado, Ruiz-Navarro reivindica la interseccionalidad como una perspectiva necesaria para “evitar las injusticias” y pensar en “todas esas capas de privilegio y opresión que se entrecruzan en la experiencia de cada persona”, como raza, clase, orientación sexual o identidad de género. La escritora se reconoce como una feminista blanca, urbana y educada, por lo tanto con ciertos privilegios respecto de otras mujeres. Por eso, intenta darles voz a mujeres referentes del afrofeminismo latinoamericano y de los feminismos indígenas para que hablen de sus propias experiencias y visibilicen sus especificidades y riquezas.

Para entender mejor, la escritora cita a la activista feminista dominicana Rosa Ynés Curiel Pichardo: “Descolonizar, para las feministas latinoamericanas y caribeñas, supondrá superar el binarismo entre teoría y práctica pues lo potenciaría para poder generar teorizaciones distintas, particulares, significativas que se han hecho en la región, que mucho puede aportar a realmente descentrar el sujeto euronorcéntrico y la subalternidad que el mismo feminismo latinoamericano reproduce en su interior, si no seguiremos analizando nuestras experiencias con los ojos imperiales, con la conciencia planetaria europea y norteamericana que define al resto del mundo como lo otro incivilizado y natural, irracional y no verdadero”.

Violencia de género

Femicidio, agresión sexual y violencia doméstica: los casos más paradigmáticos para hablar sobre el fenómeno de la violencia de género.

Sin embargo, Ruiz-Navarro elige empezar el capítulo analizando otras violencias menos extremas –si se quiere– que enfrentamos mujeres y disidencias sexuales a diario. Por ejemplo: cómo nos violentan los hombres cuando para intentar conquistarnos utilizan fórmulas machistas en las que las mujeres aparecemos como “homogéneas”, “engañables” y personas a las que hay que “amar” pero nunca “entender”.

Aparentemente, bajo el lente patriarcal, también somos una cosa que se puede acosar, violar y humillar sin necesidad de algún tipo de consentimiento y con total impunidad. En esta lógica, no sorprende que el acoso sexual callejero sea una de las formas más naturalizadas de violencia de género –tanto que la mayoría de los agresores sigue diciéndole “piropo”– o que la violencia sexual sea tan común que incluso lleguemos a hablar de una “cultura de la violación”. Una cultura. Un conjunto de costumbres.

¿Por qué? La periodista colombiana considera que, en parte, la violencia sexual está tan arraigada porque “en la cultura machista a los hombres no se les enseña a pedir consentimiento, ni a las mujeres a darlo”. Esto mismo explica los niveles de impunidad. “Muchos crímenes de violencia sexual contra las mujeres quedan impunes porque ni el criminal, ni el policía ni el juez ven algo raro en asumir que la mujer dijo sí de una manera tácita ‘con su ropa’, ‘con su coqueteo’, o incluso con su ‘no’”, escribe Ruiz-Navarro.

En esto del “feminismo pop” que profesa la escritora colombiana han fluido ríos de tinta virtual para denunciar todo tipo de cuestiones contra la violencia de género. Una de las campañas más famosas de los últimos años fue la de #MiPrimerAcoso, que hace exactamente tres años llevó a que millones de mujeres de América Latina cuenten en redes sociales sus experiencias. Algunas, probablemente, por primera vez. Ruiz-Navarro cuenta en el libro que la evaluación de la campaña dejó como primera conclusión que los acosadores y violadores no son “locos” o “raros”: en la mayoría de los casos, los primeros acosos empiezan en nuestras casas, cuando somos niñas o adolescentes. No hay un “lugar seguro” para nosotras. La segunda conclusión es que “el acoso comienza cuando somos pequeñas”, sí, “pero continúa a lo largo de nuestras vidas”, de manera “masiva, sistemática y repetitiva”. Esto hace que aprendamos a vivir “en constante situación de ‘autodefensa’”.

Las redes sociales sirven para denunciar situaciones de violencia y tejer redes de sororidad pero, muchas veces, también nos dejan expuestas a otros tipos de violencia. Ruiz-Navarro cuenta que a ella le encanta debatir, pero siempre que sea en condiciones de igualdad. La realidad es que esto no sucede. “Mis colegas columnistas hombres pelean para discutir sus argumentos”, dice la periodista. A las mujeres no sólo se les hace un constante “control de calidad” sobre lo que opinan, sino que además intentan desprestigiar su trabajo con ofensas personales, haciendo referencia a su apariencia, pareja, familia o moral sexual.

La autora colombiana dice que hay una “agresión extra” si los temas sobre los que escribimos las mujeres están vinculados al feminismo. En esos casos, dice, “nos enfrentamos a que nuestro discurso se vea tergiversado, malentendido (el cuento de las ‘feminazis’), preso de generalizaciones absurdas (como ‘somos unas odiahombres’), de malentendidos que parecen intencionales (ni siquiera se esfuerzan por entender el argumento) y por ello, también somos agredidas de manera personal”.

El capítulo sobre violencia de género busca responder además a algunas inquietudes que suelen aparecer a diario en las charlas de oficina, las reuniones con amigos o las redes sociales. Ejemplo: ¿los hombres pueden ser feministas? Para responder, la autora vuelve al formato de manual y lanza una lista de sugerencias prácticas que el “paradigmático hombre cisgénero heterosexual blanco o mestizo de clase media o alta y educado”
puede hacer por la igualdad de género. Reconocer sus privilegios, callarse y escuchar, habitar de manera diferente el espacio público, cuestionar públicamente el machismo de otros hombres, pedir consentimiento o cuestionar la idea de masculinidad –“que se reafirma desde la violencia”– son algunos de los ejemplos.

A la hora de pensar en estrategias institucionales para combatir la violencia de género, Ruiz-Navarro dice que es importante, por ejemplo, tener una ley que tipifica el crimen del femicidio. Sin embargo, considera que no alcanza, porque “ninguna norma está pensada para atacar el origen de la violencia o combatir la impunidad” y eso es porque “violencia contra las mujeres nos parece normal, inconexa o excepcional, cuando en realidad es un problema de salud pública”.

Sexo

“¿Cómo follaremos las feministas?” es la pregunta que detona este capítulo. Es que, con los lentes violetas, las mujeres empezamos a ver en nuestras relaciones sexuales machismos que antes quizá pasaban desapercibidos. Pero esto no quiere decir que “por ser feministas debamos renunciar a la posibilidad de tener un buen polvo” –tranquiliza la escritora–. “Lo que quiere decir es que tenemos que deconstruir nuestras conductas sexuales para poder tener también igualdad y justicia en la intimidad, en el deseo y en el placer”. A su entender, no hay mejor sexo que el “sexo feminista”, que es aquel donde se conjugan el “consentimiento libre informado y entusiasta de ambas partes”; el “control y responsabilidad sobre nuestras posibilidades reproductivas”; las “buenas prácticas en salud sexual”; la “disposición de recibir placer y darle placer a la otra persona”; la “búsqueda activa y asertiva del placer propio y de la otra persona”; el “respeto y el reconocimiento de la humanidad de todas las personas involucradas”.

El capítulo también intenta derribar el prejuicio machista de que una mujer que afirma su deseo sexual es una “puta”. Y va por más: “Se cree que si una mujer es promiscua, entonces va a querer acostarse con todo el mundo o con cualquiera y esto no sólo es mentira, muchas veces es el argumento que ha servido para justificar una violación. Incluso que digamos públicamente que nos gusta el sexo justifica insultos, desvalorizaciones y hasta que ‘nos estábamos buscando’ la violencia sexual”, denuncia Ruiz- Navarro.

Pero puta también es la que ejerce el trabajo sexual, una de las cuestiones que más dividen las aguas feministas. La colombiana afirma desde el principio que este oficio debe regularizarse para que pueda ejercerse en condiciones justas y dignas. “Esa es la mejor manera de acabar con el gravísimo problema de trata de personas con fines de explotación sexual. Si se dan las condiciones para que las trabajadoras sexuales accedan a sus derechos laborales, será muy evidente quién está siendo obligada y explotada y quién no. La lucha debe ser contra la trata, no contra el derecho al trabajo de las trabajadoras sexuales”, afirma.

Algo similar plantea respecto del porno: quizás no se trate de intentar abolirlo, sino de construir uno que “no envíe mensajes misóginos, y de paso tampoco mensajes racistas, homofóbicos o transfóbicos, donde también haya diversidad de identidades frente y detrás de cámaras”.

Hablar de feminismo y sexo también es hablar del control de nuestras vidas reproductivas, de las buenas prácticas de salud sexual y, por supuesto, del aborto. Sobre esto último es categórica: “Garantizar el libre acceso a un aborto seguro hace parte del derecho a la vida, a la salud y al libre desarrollo de la personalidad de las mujeres”. Sin embargo, sigue generando resistencias de todo tipo a lo largo y ancho de América Latina.

Ruiz-Navarro menciona como paradigmática la lucha de las mujeres argentinas por la legalización del aborto y asegura que representa un momento bisagra de los feminismos latinoamericanos, porque pese al fracaso en el Congreso, en las calles ganó la marea verde, y se plantó irreversible e imparable.

Amor

Hay tres obstáculos machistas que, según la autora, “están puestos en medio para que las mujeres no podamos amar y ser amadas de una manera sana, libre y asertiva”. A saber: la misoginia, el amor romántico y la explotación, en nombre del amor, de nuestro trabajo no remunerado. Dedica este capítulo a analizarlos.

Para explicar la misoginia, Ruiz-Navarro cita a la filósofa estadounidense Kate Manne, quien en su libro Down Girl: The Logic of Misogyny define la misoginia como “el brazo policial del patriarcado”. Manne dice que la misoginia no se trata de un odio individual que algunos hombres sienten contra algunas o todas las mujeres, sino un problema de discriminación estructural, de un sistema social que “controla, fiscaliza, castiga y exilia a las ‘malas mujeres’ que retan al dominio masculino, al patriarcado”. La autora colombiana propone “desactivar” la misoginia empezando a cuestionar todas las instituciones que reproducen estas conductas e ignorar la necesidad de aprobación de los hombres. “Otra forma radical de combatir la misoginia”, agrega, “es amarnos entre nosotras, aliarnos, ser mentoras entre nosotras”.

Cuando le toca hablar del amor romántico, plantea esa idea conservadora de que “emparejarnos con un hombre y tener sus hijos es lo que ‘dará sentido a nuestras vidas’”. Es paradójico porque, al mismo tiempo, “la violencia de pareja es la principal causa de muerte violenta para las mujeres”. Por eso, Ruiz-Navarro asegura que “para las mujeres, entablar una relación romántica con un hombre es una actividad de alto riesgo. Pero no porque el amor en sí sea necesariamente malo o peligroso, sino porque nos han enseñado a decirle amor a algo muy distinto: violencia”. ¿Cómo se combate esta idea del amor? Con justicia, diría la escritora feminista estadounidense bell hooks. “Si un hombre ama más su hombría que la justicia”, dice, no podrá tener buenas relaciones afectivas con otras personas. “Amar, para hooks, significa poner los intereses del otro en el mismo lugar que los nuestros, y esto para las mujeres también implica un reto, pues nos han enseñado a poner los intereses del otro antes que los nuestros. La justicia también es un requisito para que haya confianza y gracias a la confianza es posible que tengamos intimidad”, resignifica la colombiana.

Esto nos lleva al tercer obstáculo machista que plantea Ruiz-Navarro para que las mujeres podamos “amar bien”, y es que en muchos casos la fantasía del amor romántico nos ha robado la ambición. “La pregunta que sigue es: ¿por qué amar nos quita tanto tiempo que no podemos ni soñar con gobernar? Porque amor es una palabra sombrilla para todos los trabajos reproductivos y de cuidado que realizan las mujeres que han sido
naturalizados, invisibilizados, no reconocidos, y en las pocas ocasiones en que se realizan por fuera del hogar y se cobra un salario este suele ser muy bajo, rayando con la explotación”, afirma la autora. “Es el trabajo invisible de las mujeres lo que sostiene la economía en todas las sociedades humanas”.

Activismo

Es muy probable que este capítulo, el último, es el que haya dado nombre al libro: Las mujeres que luchan se encuentran. Ruiz-Navarro busca rastrear cuáles son precisamente esos puntos de reunión, intersección, o unidad entre las activistas. Por eso desde el principio deja abierta una pregunta: ¿existen los “feminismos latinoamericanos”?

La respuesta corta es que sí, porque la agenda de los movimientos del continente abarca problemáticas específicas de la cultura latinoamericana –además de abarcar los problemas universales a los que se enfrentan las mujeres en todas partes del mundo–.
Las expertas venezolanas Carmen Teresa García y Magdalena Valdivieso han dedicado buena parte de su trabajo a estudiar los feminismos latinoamericanos. Según las especialistas, “tres temas aparecen ahora como cruciales en las agendas del movimiento de mujeres y feministas: luchas y alternativas frente a la globalización neoliberal; militarismo y guerra; y las luchas contra los fundamentalismos de cualquier tipo, que niegan el ejercicio de sus derechos políticos, sexuales, reproductivos y económicos,
de muchas maneras’”.

Pero además, las mujeres latinoamericanas se han destacado como líderes “en los movimientos en defensa de la tierra y el territorio y en la región”, agrega Ruiz-Navarro. Especialmente aquellas que pertenecen a comunidades indígenas.

La autora cierra el libro con otro puñado de consejos. Esta vez, se dirige a los feminismos urbanos latinoamericanos: convertir nuestras vulnerabilidades en fuerza de cohesión; entender que nuestras emociones son poderosas y políticas; y encontrarnos en la fiesta. Es decir, “encontrar una forma de celebrar juntas, de navegar las denuncias del feminismo juntas, para que no nos coma la desesperanza”.

Stephanie Demirdjian / La Diaria / COMCOSUR MUJER Nº 597 – 29/04/2019
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“El perdón no se puede lanzar al aire, a ver si cae en la cabeza de quien corresponde” Luis Pérez Aguirre
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