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JUSTICIA MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS

1) Multitudinaria Marcha del silencio por Verdad y Justicia
2) Argentina: Fútbol para todos vs. Discurso hegemónico
3) Argentina: Justicia más allá de las fronteras
4) Uruguay: El lado más débil
5) Uruguay: El círculo

COMCOSUR INFORMA
AÑO 15 – No. 1638 – jueves 21 de mayo de 2015
COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR
1994 – 19 de junio – 2014 – 20 años
Selección y producción: Beatriz Alonso, Henry Flores y Carlos Casares
Apoyo técnico: Carlos Dárdano
Colaboran:
ALEMANIA: Antje Vieth y Carlos Ramos (Berlín)
ARGENTINA: Eduardo Abeleira, Luis Sabini, Claudia Korol y Mauricio D’ambrouso (Buenos Aires)
BRASIL: Carlos O. Catalogne (Florianópolis) y Jorge Rossi Rebufello (Maceió)
ECUADOR: Kintto Lucas (Quito)
HOLANDA: Ramón Haniotis (Amsterdam)
MÉXICO: Itzel Ibargoyen (México DF)
SUIZA: Sergio Ferrari (Berna)
URUGUAY: Jorge Marrero (Santa Rosa), Margarita Merklen (Durazno), Pablo Alfano (Montevideo)
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La patria que construimos es una donde quepan todos los pueblos y sus lenguas, que todos los pasos la caminen, que todos la rían, que la amanezcan todos. SUB COMANDANTE MARCOS
Todas las estructuras del poder popular que estábamos construyendo se hicieron presentes, tomaron voz, en una radio que no quería tanto hablarle al pueblo. Quería que el pueblo hablara. RADIO VENCEREMOS
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La expresión más trascendente de la conciencia política del pueblo uruguayo: todos los 20 de mayo marchamos para quebrar el muro de la impunidad institucionalizada en el Uruguay. ¡un pueblo manifiesta su voluntad de volverlos a la vida haciendo justicia! ¡basta ya de impunidad! /Jorge Zabalza
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NOTICIAS Y TEMAS DE COMCOSUR

1) MULTITUDINARIA MARCHA DEL SILENCIO POR VERDAD Y JUSTICIA
Una nueva Marcha del Silencio se realizó esta tarde desde las 19 horas desde el Monumento a los Desaparecidos, ubicado en la intersección de las calles Rivera y Jackson de Montevideo. La consigna en esta oportunidad fue: “¡Basta ya de impunidad! Verdad y justicia”.

2) ARGENTINA: FÚTBOL PARA TODOS VS. DISCURSO HEGEMÓNICO
En los pasados cinco días, el Superclásico del fútbol argentino, permitió que en dos de las tres programadas ocasiones, se vieran las caras los equipos más populares del país, Ríver Plate y Boca Juniors. /Carlos Prigollini

3) ARGENTINA: JUSTICIA MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS
Desde marzo de 2013, en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de la ciudad de Buenos Aires, se está llevando a cabo un juicio histórico por los crímenes cometidos en el marco del llamado Plan Cóndor. De los más de 20 acusados, uno solo es extranjero: el ex militar uruguayo Manuel Cordero. /Francesca Lessa

4) URUGUAY: EL LADO MÁS DÉBIL Los hijos de padres presos, un foco vulnerable y poco atendido en Uruguay. /Rafaela Lahore

5) URUGUAY: EL CÍRCULO Sandro Soba, que hoy tiene 47 años, tenía 8, su hermano Leonardo 6 y su hermana Tania 3, cuando en la tarde del 26 de setiembre de 1976 una banda de militares argentinos y uruguayos invadió su vivienda en la localidad de Haedo, en la provincia de Buenos Aires… /Daniel Gatti
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NOTICIAS Y TEMAS DE COMCOSUR

1) MULTITUDINARIA MARCHA DEL SILENCIO POR VERDAD Y JUSTICIA

Una nueva Marcha del Silencio se realizó esta tarde desde las 19 horas desde el Monumento a los Desaparecidos, ubicado en la intersección de las calles Rivera y Jackson de Montevideo. La consigna en esta oportunidad fue: “¡Basta ya de impunidad! Verdad y justicia”.

20 mayo de 2015

Se trató de una de las ediciones más multitudinarias de los últimos años. La de este miércoles fue además la primera marcha en la que no participa Luisa Cuesta , figura emblemática de la organización madres y familiares de detenidos desaparecidos quien en esta ocasión a sus 95 años no pudo estar presente en la marcha dado que se encuentra internada hace dos semanas por un accidente vascular.

Esta tarde, el vicepresidente Raúl Sendic se refirió al decreto firmado por el Poder Ejecutivo, que formaliza la conformación del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia. Consultado por los medios de prensa, dijo que para el buen funcionamiento del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia “es imprescindible la información proveniente de militares y civiles”.

Así anunció que se ordenará la información disponible con el fin de convertirla en un solo archivo, porque “hay que seguir trabajando”. “Lo peor sería claudicar en esto cuando el Uruguay necesita reconciliarse con su pasado”, apuntó.
En ese sentido, el Vicepresidente se mostró contrario a la estigmatización de las Fuerzas Armadas, porque “hoy la mayoría de sus integrantes tienen 30 o 40 años y no tienen nada que ver con los acontecimientos ocurridos en el pasado”. Agregó además que actualmente los efectivos son reconocidos por las acciones militares que realizan en el país y en el exterior.

De esta manera, resaltó que la posición del gobierno de conocer el pasado está determinada por el Presidente y “así lo demuestra la conformación del grupo”. “Esto no impide que cada uno de los ministros tenga su propia opinión, porque somos una sociedad libre”, añadió en referencia al ministro de Defensa Eleuterio Fernández Huidobro.

Enviado por Amarelle
COMCOSUR INFORMA Nº 1638 – 21/05/2015
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2) ARGENTINA: FÚTBOL PARA TODOS VS. DISCURSO HEGEMÓNICO

En los pasados cinco días, el Superclásico del fútbol argentino, permitió que en dos de las tres programadas ocasiones, se vieran las caras los equipos más populares del país, Ríver Plate y Boca Juniors.

Carlos Prigollini /México, D.F. Mayo 8 del 2015.

Mas allá de la pobreza del juego y de las patéticas intervenciones de permisivos árbitros, jugadores que preferían golpear al adversario en lugar de jugar, y comentaristas que tergiversaban con total descaro lo que se veía en el campo de juego, el clásico sirvió para reavivar las encendidas discusiones de un lugar común de la derecha vernácula contra el beneficio de aquellos que pueden ver por TV pública todos los partidos de fútbol. Contrariamente a la década de los años 90, dónde el mas popular de los deportes era monopolizado por una empresa privada que solo permitía ver a los espectadores o barras de la tribuna sin mostrar imágenes del juego, el discurso hegemónico apoyado por los medios de siempre y los periodistas alquilados no dejan de decir que sacarían del aire Fútbol para todos.

Es universalmente conocida la desmesura con que se vive el fútbol de Argentina, pero lo que no se informa de manera veraz y objetiva, es la rapacidad con la que medios, políticos y periodistas deportivos devenidos en politólogos aprovechan sus espacios para criticar una de las numerosas reivindicaciones populares conseguidas por la actual administración kirchnerista.

No extraña que el jefe de la coalición de derecha PRO, Mauricio Macri (quien viajara a España a presenciar la semifinal de la Champions League, sin avisar ni aclarar de dónde saca esos fondos, prolongando de esta manera una larga lista de ilícitos cometidos) sea una de sus principales voceros, como su compañero de ruta y posible vicepresidente de partido en las próximas elecciones nacionales, el periodista Fernando Niembro, quién desde hace muchos años pregona una política contraria a las grandes mayorías, ayudando a una evidente mecánica de descomposición en un tema que aparenta conocer, sin disimular sus pretensiones en favor de las grandes corporaciones. Impregnados de un sesgo socarrón, oportunista y frívolo, ambos manejan perfectamente su libreto, y «olvidan» las aberraciones y múltiples entregas de los medios a gobiernos elitistas y militares.

El dúo Macri-Niembro estuvo siempre al amparo de gobiernos de turno, como en la década noventista, silenciaron sus voces ante el atropello de ciudadanos en la dictadura y convalidaron las políticas de ajuste, recesión y posterior represión de los llamados neoliberales, convertidos en neofascistas. Forman parte del discurso hegemónico que comanda el grupo Clarín, y envalentonados por las últimas elecciones en la Ciudad de Buenos Aires, no dejan de recordar las tristemente célebres recetas y parámetros del libre mercado, los mismos que fundieron en el default, el desmantelamiento de Aerolíneas Argentinas y los ferrocarriles, además del desempleo mas grande de la historia y la pobreza extrema que dejaron hace solo 12 años en el infierno al país.

La derecha argentina, en entrevistas con periodistas cómplices y displicentes, asociados todos ellos a los nefastos fondos buitres, no deja de esgrimir la necesidad de achicar el Estado, los gastos públicos y todo aquello que va contra el sector privado. Entre aquellas acciones estaría incluido Fútbol para todos, cuyo dinero de inversión terminaría obviamente en manos de los privados.

En síntesis, el discurso hegemónico contra el fútbol y la actual economía que lleva adelante el ministro Axel Kicilloff, no iría a parar a manos de los sectores mas vulnerables, por el contrario solo beneficiaría a una minoría poderosa, que no rebasa el 15 por ciento de la población argentina, es decir una transferencia de miles de millones de pesos en favor de sectores de ingresos medios o altos, incluyendo aquellos fondos que supuestamente se ahorrarían en Fútbol para todos.

Carlos Prigollini /México, D.F. / Enviado por Saul Ibargoyen
COMCOSUR INFORMA Nº 1638 – 21/05/2015
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3) ARGENTINA: JUSTICIA MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS

Desde marzo de 2013, en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de la ciudad de Buenos Aires, se está llevando a cabo un juicio histórico por los crímenes cometidos en el marco del llamado Plan Cóndor. De los más de 20 acusados, uno solo es extranjero: el ex militar uruguayo Manuel Cordero.

Por Francesca Lessa – La diaria – 19.05.2015

Todos los demás son argentinos y están imputados por los delitos de asociación ilícita (todos excepto Cordero) y distintos casos de privación ilegal de la libertad. Hay, entre ellos, figuras emblemáticas de la dictadura argentina, como el ex dictador Reynaldo Benito Bignone (1982-1983), el ex comandante Santiago Omar Riveros y el ex dictador Jorge Rafael Videla, que murió poco tiempo después de que se iniciara el juicio.

La causa es realmente innovadora. Por primera vez, un tribunal nacional aborda los crímenes cometidos por el Plan Cóndor en todo su alcance geográfico. Nunca antes, además, se había utilizado la figura de “asociación ilícita” para juzgar la coordinación internacional establecida entre las dictaduras para cometer violaciones de los derechos humanos. Finalmente, es la primera vez que, en Argentina, un extranjero es imputado y la gran mayoría de las víctimas fueron extranjeros: de 106, 48 son uruguayos y 22 chilenos; hay también paraguayos y bolivianos.

El Plan Cóndor fue una red secreta de inteligencia y contrainsurgencia instituida por las dictaduras de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay en los años 70. Tuvo su origen en cooperación informal bilateral entre las fuerzas militares y policiales de Argentina, Paraguay, Chile y Uruguay, ya en 1972, como relató Carlos Osorio en la audiencia del 6 de marzo de este año. Se formalizó en una reunión en Santiago de Chile a fines de noviembre de 1975. Desde ese año hasta 1981, torturó, asesinó y desapareció a cientos de líderes políticos, militantes, refugiados y exiliados, estableciendo un área de terror e impunidad sin fronteras en Sudamérica.

Los orígenes

La causa se inició en 1999 a partir de denuncias de familiares de extranjeros desaparecidos en Argentina y de argentinos desaparecidos fuera de su país. Luego se sumaron muchas otras. Cuando se presentó la primera querella, seguían vigentes en Argentina las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Por lo tanto, se acusó sobre todo a los altos mandos de ese país -que no podían alegar que cumplían órdenes como los oficiales inferiores- y a sus pares extranjeros. Asimismo, la imputación de privación ilegal de la libertad permitía considerar a la desaparición forzada como crimen permanente y avanzar con las investigaciones pese a las amnistías.

Debido a la complejidad del proceso por la cantidad de acusados, víctimas y países que abarca, la recepción de pruebas se organizó por pares de países, empezando por Argentina y Uruguay, hasta cubrir todos los que integraron el Cóndor. El juicio está ahora en su tramo final, a punto de empezar con la etapa de alegatos. El tribunal, compuesto por los jueces Adrián Federico Grunberg, Oscar Ricardo Amirante y Pablo Laufer, con Ricardo Ángel Basilico como juez suplente, recibió centenares de testimonios de sobrevivientes, familiares, peritos y expertos. Escucharlos es una experiencia conmovedora, y fundamental en la reconstrucción del rompecabezas del Plan Cóndor.

En los relatos hay rastros que muestran cómo se desarrollaba y actuaba la coordinación represiva. Por ejemplo, el hermano de un ex tupamaro, desaparecido en Buenos Aires en 1978, recordó el 20 de setiembre de 2013 cómo él le comentaba que “se tenía que cuidar tanto de la Policía argentina como de las Fuerzas Armadas uruguayas” y que había visto a varios de sus integrantes por las calles de la ciudad. Una semana después, un uruguayo que fue secuestrado junto con su padre en 1976 en Buenos Aires detalló cómo un grupo de tareas integrado por diez personas, vestidas de civil y con armas, rompió la puerta de su casa “con fuerza salvaje”. Entre ellas había un uruguayo al que luego pudo identificar como José Nino Gavazzo. Le ofrecieron un cigarrillo de la marca Nevada, que no se conseguía en Argentina. Después de que los liberaron, su padre le dijo que había reconocido a varios oficiales uruguayos en Automotores Orletti, entre ellos Hugo Campos Hermida, Cordero y Gilberto Vázquez, además de Gavazzo.

El 25 de marzo del año pasado, la hermana de un militante chileno del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) desaparecido en 1976 en Buenos Aires relató cómo fue secuestrada y torturada en 1977, en el centro clandestino de detención Club Atlético, en San Telmo. Al llegar había varios chilenos que la esperaban. Les preguntó por qué estaban allí y le contestaron: “Porque Pinochet así lo quiere”. Durante los interrogatorios querían que hablara de su hermano, aunque ya parecían conocer las respuestas: “¿Era del MIR?”; ella contestó que sí y le dijeron: “No eres mentirosa”. Ella preguntó si tenían a su hermano y le respondieron que “ya no”, que se lo habían llevado a Chile “porque allí tenía muchas cuentas por pagar”.

La importancia de la causa

A pesar de que faltan algunos meses para que se conozca la sentencia, se puede intentar hacer algunas evaluaciones preliminares. En primer lugar, este proceso, junto con el relacionado con el plan sistemático de robo de bebés, desempeña un papel clave para socavar la estructura de impunidad en Argentina, que comenzó a ser quebrada hasta que, finalmente, se anularon las amnistías y los indultos, lo que permitió que se reanudaran los juicios.
En segundo lugar, esta causa no tiene precedentes, por su intento de abarcar la complejidad de la represión en Sudamérica, con argentinos y extranjeros entre los acusados y las víctimas, investigando crímenes que en todos los casos “cruzaron las fronteras” por involucrar a más de un país. Es la primera vez que un tribunal sondea la red transnacional de terror en su totalidad.
Finalmente, activistas y abogados abrigan la esperanza de que el juicio pueda tener un impacto en los países cercanos, sobre todo en los que se han quedado atrás en aclarar e investigar violaciones de derechos humanos en el pasado reciente.

La vinculación con Uruguay es contundente e indudable: hubo secuestros de uruguayos en prácticamente todos los países del Plan Cóndor. La última actualización de la Investigación histórica sobre detenidos desaparecidos uruguaya, de este año, identifica a 192 víctimas, de las cuales 137 desaparecieron en Argentina, 41 en Uruguay, nueve en Chile, tres en Paraguay, una en Bolivia y una en Colombia.

La causa por el Plan Cóndor comenzó en Argentina pocos días después de que la Suprema Corte de Justicia uruguaya dictara, en febrero de 2013, una sentencia muy controvertida y criticada tanto en el ámbito nacional como internacional. En ella se afirmó que los crímenes de la dictadura no fueron de lesa humanidad, sino delitos comunes, y que por lo tanto pueden prescribir. En este contexto, un veredicto condenatorio en la megacausa argentina, con muchas víctimas uruguayas y un uruguayo imputado, puede convertirse en una herramienta importante para que los activistas locales presionen por avances en la investigación del pasado reciente, a fin de salir de la situación de semiparálisis en la que se encuentran las causas en Uruguay.

Francesca Lessa – La diaria
COMCOSUR INFORMA Nº 1638 – 21/05/2015
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4) URUGUAY: EL LADO MÁS DÉBIL

Los hijos de padres presos, un foco vulnerable y poco atendido en Uruguay.

Por Rafaela Lahore – La Diaria

Niño con padre preso suele ser niño pobre, niño trabajador, niño excluido. Se calcula que en Uruguay existen alrededor de 10.000 niños y adolescentes que tienen un referente privado de libertad. En un país donde la cantidad de presos se eleva, también lo hace la cantidad de niños que, quizá sin saber por qué ni hasta cuándo, tienen la certeza -a los seis, ocho, 11 años- de que su papá no va a venir.

No tenían cómo saberlo. Ni siquiera cuando la Policía les preguntó dónde estaba su padre, ni cuando a Fabián, de 12 años, le revisaron la mochila mientras salía de su casa. La presencia de un par de objetos -dentro de su hogar, dentro de aquel bolso- cambiaría, en un par de horas, su vida y la de su hermana. Sin embargo, en ese momento no tenían cómo saberlo.
Durante una mañana de 2012, y como parte de un operativo policial, la Policía encontró en ese bolso la evidencia que buscaba: dinero, marihuana, cocaína, pasta base, un arma de fuego. El hombre -su padre- era clasificador desde hacía diez años, y esa misma madrugada había aceptado, quizá sin preguntar demasiado, el pedido de un vecino de cuidarle el bolso. Ese mediodía, cuando Fabián y Natalia volvieron de estudiar, encontraron a su madre -que fallecería el año siguiente- y a su hermana llorando. Habían detenido a su padre. Tiempo después, se enterarían de que estaría tres años recluido en el penal de Libertad.

Natalia confiesa: “En mi casa todo cambió. En realidad, él era el eje. Él era el que salía, el que traía la plata, era todo. Cayó mi padre y la mochila me la puse yo, porque en realidad mi madre estaba enferma y mi hermano tenía 12 años. Todavía no había salido ni de la escuela. Fui yo la que subí al carro con mi madre, con tremendo riesgo, porque yo, siendo menor, no puedo ni siquiera tener el carné de hurgadora”.

Natalia dedicó el año siguiente a salvar una materia pendiente del liceo y a trabajar en la recolección. “Yo tenía que estar fuerte porque veía a mi madre llorar y yo no podía llorar. Yo tenía que hacer que ella se sintiera un poquito mejor; la enfermedad la estaba matando y todavía estaba mal por mi padre. O sea, yo tenía que estar fuerte para ella”.

De entrada

Uruguay es uno de los países de América Latina con tasas más altas de población recluida. De hecho, durante el período 1992-2011 se triplicó el número de personas privadas de libertad. Según el Censo Nacional de Reclusos de 2010, 63% de los presos censados tienen hijos. Sin embargo, no se sabe cuántos son, qué edades tienen ni cuál es su situación. Son niños y adolescentes que pueden estar a ciegas sobre la situación de sus referentes o que, por el contrario, pueden dominar el lenguaje jurídico, conocer la arquitectura de las prisiones, manejar los códigos carcelarios.

Estos niños y adolescentes, para encontrarse con sus padres, deben adaptarse a la dinámica de las visitas. A los horarios. A la revisación. A qué se puede llevar y de qué forma. A cómo se puede ir vestido. Hay colores prohibidos: negro, verde, azul y blanco, por ser los que utiliza el personal de la cárcel. Natalia, poco antes de que liberaran a su padre, contaba: “Yo voy con la misma remera y el mismo jean, porque sabés que con eso no te dicen nada, entonces ¿para qué te vas a estar cambiando?”. Actualmente la presencia de escáneres agiliza mucho el proceso de revisación. “Antes quedábamos como Dios te trajo al mundo y te revisaban todo”, cuenta.

En muchas ocasiones, visitar la cárcel implica largos traslados, esfuerzos económicos y/o pérdida de clases. Al llegar, los niños se suelen encontrar con instalaciones que no están preparadas para recibirlos, con climas violentos y, en ciertos casos, con malos tratos. Para varios, el recuerdo de la cárcel se podría resumir con un par de imágenes: los alambres, los gritos, un galpón enorme o un patio chico, las mesas y los bancos de hormigón, un baño en muy malas condiciones.

Tristeza, miedo y asco

Lucía, de 14 años, se enteró tres veces, y en distintas circunstancias, de que su padre estaba preso. La última vez fue hace más de cinco años. Su madre cortó el teléfono y, con palabras que intentaron sonar infantiles, le contó la noticia. “Estaba haciendo los deberes. Rompí los cuadernos, rompí todo. Después la maestra me dijo que las cosas de casa tenían que quedar en casa, que no me la agarrara con las cosas de la escuela. Pero una maestra tiene que imaginar que si te dicen algo así y estás con algo, te quema, te calienta. Lo vas a romper, obviamente”.

Lucía tenía nueve años cuando descubrió a qué se dedicaba su padre. Un día escuchó cuando contaba que había salido a robar: “No entendía nada. Yo no sabía lo que era salir a robar, pero me quedé con la palabra. Después fui y les pregunté a mis compañeros y como son más avivados que yo, me dijeron”.
Se podrían contar un par de cosas sobre Lucía. Que tiene el pelo lacio. Que su madre murió hace tres años. Que llora casi todos los días. Que se adivina su necesidad de desahogarse. La necesidad, también, de saber el porqué. “Cuando tenía 11 años, le pregunté por qué salía a robar. Le hice un montón de preguntas y mi padre me dijo que yo era chica, que no me metiera, todas esas cosas”.

Hoy en día, si alguien le pregunta por su padre, suele decir la verdad: confiesa que está en la cárcel. Si alguien le pregunta el porqué, suele mentir. Le cuesta confesar, porque todas las palabras para decirlo suenan mal, que su padre está preso por homicidio. Existen distintas versiones sobre lo que ocurrió y los rumores circulan, distintos y terribles, por su familia y por su barrio. Ella misma, después de no verlo durante años, le preguntó por qué lo había hecho. “Yo le sacaba el tema a cada rato y mi padre me decía: ‘Vamos a hablar de otra cosa, de tus estudios’. ‘No, yo no quiero hablar de los estudios, quiero hablar de eso’”. Lucía es categórica: asegura que su padre actuó de formas que a ella no le gustan. Confiesa que aunque pueda sonar extraño, no quiere que lo liberen.

“¿Cómo te llevabas con él antes y cómo te llevas ahora?”, preguntó la diaria. “Antes me llevaba bien, a full. Pero ahora es medio raro. Es una persona a la que, como quien dice, no conozco. Hacía más de cinco años que no lo veía, desde que era chica. [Durante la visita] mi padre me decía: ‘¿Por qué no me abrazás?’. ‘Ay, sí, lo que pasa que estoy en otra’ [le contestaba], pero no, es como que me daba… no te puedo decir asco, pero cosa… como que es una gente extraña la que me está abrazando”. Por último, la pregunta obvia: ¿qué sensaciones tenés al visitar la cárcel? En un salón vacío, y antes de irse, Lucía va a responder: “Me da asco, como miedo y ganas de llorar. Cuando estoy ahí me dan esas tres: tristeza, miedo y asco”.

Sin protocolo

Están aquellos niños a los que intentaron ocultarles la verdad, a los que les pueden haber dicho: tu papá viajó, se enfermó, se fue, está trabajando. También están los otros: los que habrán sentido algo similar al miedo o al desconcierto mientras la Policía se llevaba a uno de sus padres, mientras presenciaban el allanamiento de su casa, la violencia policial.

Lucía calcula que tendría seis años cuando escuchó los gritos desde el cuarto. Fue a ver qué pasaba y se encontró a su padre tirado en el suelo. A su madre, un policía la tenía agarrada del cuello. “Yo vi todo, entonces me fui para el cuarto, me senté y me quedé como paralizada. Podía escuchar lo que seguían diciendo, pero no me quería mover. Estaba nerviosa, no sabía qué hacer”. En la actualidad, Uruguay no cuenta con protocolos que indiquen cómo deberían actuar los policías en el caso de que, durante el arresto, se encuentren presentes niños o adolescentes.
Cuando ocupaba un cargo de asesora del Ministerio del Interior (MI), la futura presidenta del Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente, Gabriela Fulco, fue una de las precursoras en buscar medidas para proteger a los hijos de padres presos. El año pasado, el MI, junto con Naciones Unidas-Uruguay, publicó una primera agenda de recomendaciones, Hacia la protección integral de hijos/as de personas privadas de libertad. El documento propone diversas medidas, como facilitar medios de transporte para las visitas, promover espacios amigables para los niños, capacitar al personal carcelario y sensibilizar sobre el tema en la comunidad. Además, con el objetivo de planear dispositivos de protección, se creó una mesa interinstitucional en la que participan organizaciones del sector público, como el MI, el Ministerio de Desarrollo Social, la Administración Nacional de Educación Pública, el Ministerio de Salud Pública y el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), y que cuenta también con representantes de la sociedad civil como, por ejemplo, la ONG Gurises Unidos.

Fulco asegura que apenas ocurre una detención se debería activar un sistema de protección que defina, entre otras cuestiones, las tenencias provisorias “para que eso no quede librado al azar del momento: que el vecino se lleva a un niño, que el tío se lleva a otro. Entra a tallar también la escuela, porque en muchos de estos casos, en los que hay un impacto, un golpe emocional, el niño deja de concurrir. Los controles pediátricos, por lo general, también se interrumpen”. Agrega que en numerosos casos “los hermanos son separados entre sí, no hay una actuación muy afinada por parte del sistema de justicia, porque a veces se dan tenencias que no correspondería haber dado a familiares que nunca estuvieron con esos niños o a personas que no están en condiciones de tenerlos”. “En fin, es un gran foco de desprotección”, resume.

Por otro lado, Gurises Unidos publicó en 2014 la investigación Invisibles: ¿hasta cuándo? Una primera aproximación a la vida y derechos de niñas, niños y adolescentes con referentes adultos encarcelados en América Latina y el Caribe. Esta investigación, sin precedentes en Uruguay, estudia los casos de Uruguay, Brasil, República Dominicana y Nicaragua.

Lía Fernández, psicóloga de Gurises Unidos, opina sobre los principales retos de esta mesa interinstitucional: “Yo creo que el gran desafío tiene que ver con integrar y articular dos agendas -que es lo que estamos tratando de hacer con esta mesa-: la agenda de seguridad ciudadana con la agenda de niñez. Definitivamente, se pueden pensar acciones conjuntas para abordar las diferentes dimensiones que esto implica. Es una situación de vulnerabilidad que implica que diferentes actores asuman diferentes responsabilidades”. Considera que el mayor desafío de las políticas sociales en Uruguay es lograr un trabajo articulado entre los diferentes actores. “Hoy por hoy, no podemos hablar de falta de programas. Los desafíos están puestos en la dificultad de articular, de hacer cuestiones más transversales”.

La casa del abuelo

Es temprano. En la parada de ómnibus esperan las mujeres junto a sus hijos. Entre ellos, y en el suelo, se ven bolsas repletas en las que se adivinan los paquetes de comida: los bizcochos, las tortas, las pizzas, las galletas. El ómnibus para y todos suben. Durante el trayecto de seis minutos algunas mujeres conversan. Una niña chica apoya la boca sobre la ventanilla y la babea. Del otro lado se abre el descampado, ancho y amarillento, que antecede a la cárcel de Punta de Rieles.

Hay cárceles que se imponen como una especie de monstruo, como un bloque cerrado de jaulas y de gritos. Punta de Rieles, en cambio, es una cárcel de seguridad mínima que alberga alrededor de 600 presos. A simple vista parece una pequeña ciudad: hay, por ejemplo, un par de almacenes, una confitería y una huerta. A los reclusos se les permite circular libremente por el centro. Adentro no hay policías, sólo operadores sociales -civiles-, sin armas. Punta de Rieles se alimenta, como la mayoría de las cárceles, de hombres de ciertos barrios: barrios excluidos, periféricos.

Si un extraño camina por el interior de esta cárcel, si se anima y se adentra, si lo hace bajo el sol del mediodía, va a ser movido por diferentes sensaciones. Sin embargo, nada -absolutamente nada- se va a parecer al miedo. Quizá sí reconozca el patrón, quizá sí reflexione sobre lo que hay detrás de aquello que se repite porque, después de todo, sólo se ven caras de hombres jóvenes, caras de hombres jóvenes y pobres que se reiteran como imágenes de un sueño recurrente. En ese momento, entre todas esas caras -jóvenes y pobres- se destaca una: la de un padre que sostiene a su bebé mientras la mira y la besa.

Es miércoles. Es día de visita. Las familias se acomodan en los galpones, alrededor de las mesas. Hoy no se ve demasiado movimiento, pero dentro de unos días esos espacios van a estar desbordantes. Para festejar el Día de la Madre los reclusos van a invitar a sus familias, van a organizar actividades musicales, van a preparar un asado, un sorteo, una torta gigante. Ese día, durante un par de horas, la cárcel se va a llenar de niños con caras pintadas, de niños corriendo detrás de un par de globos o de una pelota de fútbol.

Wilmar tiene dos hijos. Está preso desde hace 14 años y hace cuatro que está en Punta de Rieles. “Cuando yo caí procesado [mis hijos] tenían seis y siete. Les pegó un poco en el momento. Yo al más chico estuve como dos años sin hablarle. En ese momento no se permitían los teléfonos en la cárcel. Se usaba nomás el teléfono de línea del penal, y cada vez que sentía mi voz se ponía a llorar”. La versión que tenían sus hijos era la de que él estaba trabajando. Cuando se enteraron de que estaba preso ya tenían 16 y 17 años. Cuando los volvió a ver, ya habían pasado más de diez años. “Eran muy pegados ellos conmigo. Al faltarles así, de una, fue algo chocante, más allá de que yo o la madre dijéramos que estaba trabajando. Fue una falta, fue de una que se separaron de mí. Éramos muy compañeros”. Hoy sus hijos tienen 20 y 21 años y viven en Buenos Aires. Dos de sus nietas han ido a la cárcel a visitarlo. “No llegaron a entender. Aparte, yo las sacaba al almacén, a la confitería. No se daban cuenta de lo que era el entorno. Es más, la más grande pedía para quedarse en la casa del abuelo. Lloraba cuando se iba”.

La mayoría de la población carcelaria está compuesta por hombres. No obstante, en Uruguay hay cerca de 650 mujeres que se encuentran privadas de libertad. Alrededor de 30 están recluidas en El Molino, un centro que funciona desde 2010 y en donde pueden vivir con sus hijos -con uno solo- hasta que éstos cumplan cuatro años.

Cuando un hombre es detenido, las primeras afectadas son las mujeres, ya que deben hacerse cargo, muchas veces ellas solas, del cuidado de la familia. Sin embargo, en el caso de que sea la madre quien va a prisión, un porcentaje muy pequeño de los niños queda a cargo de sus papás. En muchos casos la tenencia recae en abuelos, tíos, hermanos o incluso en el INAU.

Ser otro

Antonio aparece con el delantal rojo. Tiene 36 años y desde los 19 está privado de libertad. Sus delitos son atentados contra la Policía e intento de fuga. Antonio es el encargado del primer almacén de la cárcel de Punta de Rieles. Mantiene una relación con su mujer desde hace 17 años y tiene dos hijos con ella, que concibió mientras estaba preso: una niña de 13 y un varón de nueve.

Asegura que su hija ya no quiere visitarlo debido a lo intimidada que se sintió por las últimas revisaciones. La comunicación que mantienen actualmente es por teléfono. Antonio asume el efecto que su ausencia provoca en su hijo menor: “Lo tengo en manos de psicólogo y de un foniatra, porque tiene problemas hasta en el habla. Es muy agresivo. ¿Cómo te puedo decir? Es excelente de inteligente, pero la conducta de él en la escuela le baja la nota un disparate”. Principalmente, lo crían sus abuelos. “Sinceramente me saco el sombrero. Son religiosos, testigos de Jehová, pero a la misma vez me los están criando a full”. Reconoce que ponerle límites es difícil: la madre casi nunca está porque trabaja de lunes a sábado y cuando llega, cansada, se ocupa de la casa y de la comida. “Tampoco le puedo echar en cara a mi señora, porque es la que está manteniendo a full a los gurises. Materialmente los tiene bien”.

Niño con padre preso puede ser niño herido, niño retraído o niño violento. Se pueden distinguir dos reacciones típicas: el niño o adolescente se aísla, se repliega, se retrae; o, al contrario, se junta con pares para quienes tener un padre encarcelado es normal o, incluso, es motivo de orgullo. En ambos casos, se activan procesos de exclusión que dejan a esos niños en una situación de gran vulnerabilidad.

En ciertas ocasiones, el contacto con los hijos funciona como un motor de cambio para los que están privados de libertad. Antonio cuenta que su hija le da consejos desde hace años: “[Me dice] que no quiere que yo salga y vuelva a lo mismo. Que no me quiere ver nunca más en una cárcel. Mismo me dice: ‘Si hoy o mañana vos salís y vas a hacer algo que te lleve a la cárcel, olvidate que tenés hija, y le voy a decir a mi hermano que se olvide que tiene padre’”.

Antonio considera que los niños que tienen un referente preso tendrían que contar con el compromiso de su familia, pero también con el apoyo de toda la sociedad, que debería buscar formas -a veces muy simples- de ayudarlos. “El varón, por ejemplo, me pide que quiere ir a jugar al fútbol, que quiere ir a entrenar. Le gusta el fútbol, pero no tengo con quién mandarlo. No estoy yo, la madre no puede y el abuelo tiene 80 y pico de años, sólo los cuida en la casa”.

Riesgos económicos, distancias familiares, en muchos casos la obligación de comenzar a trabajar o cuidar de sus hermanos, problemas en la escuela o el liceo, quedar a cargo de una institución, son algunas de las situaciones que viven o pueden vivir Natalia, Fabián, Lucía o cualquier niño o joven que tenga un padre o una madre presa. Organizaciones internacionales como Naciones Unidas recomiendan que antes de dictar sentencia se identifique si las personas culpables tienen niños o niñas a su cargo y que se tome en cuenta el impacto que la sentencia tendría sobre ellos.

Todos los días, una gran cantidad de niños y adolescentes, en silencio, sufren las consecuencias de delitos que no cometieron. Otros días, también puede ocurrir lo contrario: que un niño se mueva hacia un lugar más iluminado, como el hijo de Antonio cuando, a fin de año, vea a su padre liberado. En un par de meses -por primera vez-, va a ver la cara de su padre sobre otros fondos. Ya no sobre las paredes gastadas de los galpones, sobre el patio conocido de la cárcel, sino que va a descubrir la cara de su padre como algo nuevo; la cara de su padre entre las paredes de su casa, delante de su escuela, su cara, al fin, sobre el verde desprolijo de la canchita de fútbol.

Rafaela Lahore – La Diaria
COMCOSUR INFORMA Nº 1638 – 21/05/2015
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5) URUGUAY: EL CÍRCULO

Sandro Soba, que hoy tiene 47 años, tenía 8, su hermano Leonardo 6 y su hermana Tania 3, cuando en la tarde del 26 de setiembre de 1976 una banda de militares argentinos y uruguayos invadió su vivienda en la localidad de Haedo, en la provincia de Buenos Aires…

Por Daniel Gatti

Sandro Soba, que hoy tiene 47 años, tenía 8, su hermano Leonardo 6 y su hermana Tania 3, cuando en la tarde del 26 de setiembre de 1976 una banda de militares argentinos y uruguayos invadieron su vivienda en la localidad de Haedo, en la provincia de Buenos Aires. A los fondos de la casa funcionaba una imprenta, de lo poco que quedaba en pie del ya diezmado Pvp. Su padre Adalberto trabajaba en ella y en el local estaban ese día otros dos militantes de ese partido. Muchos años después, por algunas fotografías que le mostraron durante un juicio en Argentina, Sandro los reconocería como Juan Pablo Errandonea y Raúl Tejera. A Juan Pablo, que apenas llegaba a los 20, lo identificó por sus grandes lentes, que fue lo primero que le partieron los milicos cuando arrasaron con la casa; y a Tejera lo ubicó como “el compañero más grande que estaba allí. Le golpearon la cara contra el marco de la puerta y me acuerdo bien de cómo sangraba”, dice. Esa tarde de hace 39 años a los Soba les llevaron un regalo. Así se lo anunciaron los militares a la madre de Sandro, María Elena Laguna. “Venga a ver lo que le trajimos”, le dijeron, y la llevaron al fondo de la casa. Envuelto en una frazada, desnudo, ensangrentado y empapado, allí estaba Adalberto Soba. Sandro también lo vio porque corrió detrás de la madre. “Me acuerdo de la vieja gritando ‘miren lo que le hicieron’, y discutiendo con los milicos. Me acuerdo del viejo reventado, con signos de picana, totalmente torturado. Me acuerdo de mis hermanos llorando, de Leonardo pidiendo leche y llorando.” Se acuerda de que en determinado momento, para calmarlos, los milicos de la patota les dieron helados. Vieron pasar por la calle a un heladero y les compraron varios. Casi que los obligaron a tomarlos.
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Adalberto Soba, “Plomito”, había sido detenido en la calle pocas horas antes, en la mañana del 26 de setiembre, junto a Alberto “Pocho” Mechoso, dirigente del Pvp. Había nacido 32 años antes, era de La Teja, trabajador “friyero”, de los frigoríficos, y textil. Había pasado por las diversas estructuras “de masas” de la Federación Anarquista Uruguaya y por su brazo armado, la Opr 33. En 1973, como muchos otros militantes de esa organización “requeridos” por las Fuerzas Conjuntas, partió hacia Buenos Aires, acompañado por su familia. Dos años después participó en el congreso fundacional del Pvp. “Sólo él militaba. Mi madre no, mi viejo le había dicho que era mejor que no lo hiciera, por su seguridad y por la nuestra”, cuenta Sandro. Dice que del padre recuerda imágenes sueltas, “como fotografías”. Las últimas son las de aquella tarde en su casa de Haedo y de poco después, en Automotores Orletti, donde los llevó la patota comandada por José Nino Gavazzo y en la que también estaba, entre otros, Manuel Cordero. “Yo no me acuerdo de las caras de ellos, las bloqueé, supongo, pero mi vieja los reconoció por las fotos. Con Gavazzo se gritó muchas veces.”
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Al chupadero clandestino del barrio de Flores, pegado a las vías del ferrocarril, los llevaron de inmediato a Adalberto, a María Elena, a Sandro, a Leonardo, a Tania, a Juan Pablo Errandonea, a Raúl Tejera. A María Elena y a los tres niños los tiraron en un cuadrado de autos, en la planta baja del local. Se les juntaron luego los hermanos Anatole y Victoria Julien Grisonas, él de 3 años, ella de 1, cuyos padres, Roger y Victoria, habían sido secuestrados el mismo 26. “Los Julien estuvieron un solo día. Eran bastante más chicos, y lloraban mucho.” Sandro recuerda la cortina metálica del local, la escalera de madera, un tanque, recuerda el sonido del ferrocarril y sobre todo los gritos que venían del piso de arriba. “Un día –o una noche, no te dabas cuenta del tiempo allí– me escabullí hacia el primer piso, los milicos no me vieron y me tiré por la escalera. Había una puerta entreabierta y vi a cantidad de gente semidesnuda, todos sentados contra la pared. Después más nada, supongo que alguno de los milicos me habrá agarrado y me habrá bajado. No sé, pero de esa foto no me olvido, de los compañeros tirados contra la pared, del estado en que estaban.”
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Unos días después Gavazzo le comunica a María Elena que ella y sus hijos van a ser llevados a Montevideo. “La veo todavía a ella gritando y protestando, diciéndole que no nos íbamos nada si antes no veíamos a mi viejo. No sé cuánto tiempo habrá pasado así, discutiendo con ellos. Al final Gavazzo accedió y nos trajeron al viejo.” Sandro guarda esa última y terrorífica “fotografía” de él con Adalberto grabada en la retina. “Habremos estado unas dos horas juntos. El viejo casi no podía hablar, le salía pus de los ojos, tenía heridas en todo el cuerpo, pedía agua todo el tiempo.” Algunas cosas le pudo decir Adalberto a su hijo: que estudiara, que ayudara a su madre y a sus hermanitos, que él era el mayor. Sandro lo tomó como “un mandato”.
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Sandro llegó a Montevideo junto a sus hermanos y su madre. Los trajeron Gavazzo y Ricardo Arab, en un vuelo comercial de Pluna. De ese viaje recuerda la rampa del avión y poco más. Del aeropuerto de Carrasco los llevaron a la casona clandestina de Punta Gorda, por un par de días, quizá tres. Una noche a él y a Tania los dejaron en la casa de su bisabuela materna. “Hicieron sonar las palmas delante de la puerta, y cuando salió mi bisabuela los milicos se fueron.”
Su madre y su hermano llegaron a la casa un día después. “Leonardo no podía despegarse de la vieja. Se pasaba llorando”, dice Sandro, y piensa que tal vez fue eso, los llantos de su hermano, los que salvaron a María Elena. Y que si a ellos mismos no los mataron, sobre todo en Buenos Aires, fue por su edad. “Éramos demasiado chicos para que nos hicieran algo”, cree.
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En el mismo avión que trajo de vuelta a los Soba iban también Alberto Mechoso, hijo de “Pocho”, de 6 años, su hermana Beatriz, apenas mayor, y la madre de ambos, Beatriz Castellonese. Gavazzo y Arab se hicieron pasar por maridos de las dos mujeres. Alberto ha testimoniado varias veces que Gavazzo lo amenazó allí mismo con matarlo si “contaba algo”. “Decía que confiaba en que mi madre no hablara nunca, pero que no tenía confianza en nosotros, en los niños. Decía que yo era igual que mi viejo.” Alberto se despidió de su padre en otra casa de militantes del Pvp copada por la banda de secuestradores a la que él, Beatriz y su madre fueron llevados por los militares. Tirado en una cama, torturado y sin fuerzas, Pocho le dijo a su hijo sustancialmente lo mismo que Adalberto a Sandro: que cuidara de su hermana y de su madre, que estudiara y trabajara, que fuera buen tipo.
El cuerpo de Alberto Mechoso Méndez apareció fondeado en un tonel con cemento en Buenos Aires, junto al de Marcelo Gelman, hijo del poeta Juan Gelman. Fue identificado en 2012 y simbólicamente enterrado en el Cerro.
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— ¿Quedaron en banda cuando los dejaron en lo de tu bisabuela?
—Prácticamente sí. No teníamos un mango, mi vieja tuvo que salir a laburar prácticamente enseguida. Pero lo peor no fue eso.
Acaso lo peor fue el silencio que rodeó a los Soba durante años. El que imponía “la situación” –la dictadura– y el que se autoimponían la madre y la bisabuela.
O acaso también, dice Sandro, el miedo a olvidar las imágenes que le quedaban de su padre. Sandro debió repetir cuarto de escuela, el año que cursó tras su llegada a Uruguay, porque se quedaba dormido en clase después del recreo. No podía seguir a la maestra, se perdía, porque de noche no pegaba un ojo: “Pensaba que si me dormía se me iban a ir las imágenes que guardaba del viejo”, esas últimas de la casa y de Orletti y también las otras, “las lindas”.
Cada hermano reaccionó de manera distinta. “Leonardo dice que no se acuerda de nada, pero en aquellos primeros tiempos cada vez que escuchaba una sirena, fuera de un patrullero o una ambulancia, salía corriendo y se encerraba. Estaba todo el tiempo aterrado. Mi hermana Tania vivió intentando olvidar. Nunca pudo creer en nadie, desconfiaba de todo y de todos.” Madre de cuatro hijos, Tania murió en 2006, a los 33 años, de un cáncer. Con diferencia de un par de días moría también Quica Salvia, la madre de Juan Pablo Errandonea, a los 80 y pico de años, una de las primeras “madres”. Quica no había encontrado a su hijo, como Tania no había encontrado a su padre. En otra entrevista, preguntado sobre esa coincidencia acaso banal, Sandro evocaba un círculo.
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Periódicamente, “los milicos le recordaban a mi vieja su presencia. Caían por casa en patrulleros o en autos particulares, la amenazaban, a veces la llevaban a Jefatura. Le metían miedo”. En ese tiempo ni María Elena ni su abuela les hablaban a los niños de lo que le pudo haber ocurrido a Adalberto. “Cuando preguntábamos nos decían que probablemente estuviera preso.” Con esa idea fue creciendo Sandro, y también Tania y Leonardo: que algún día, tal vez, cuando los presos fueran liberados, podrían reencontrarse con su padre. Nunca habló “del tema” con nadie, ni con sus amigos, ni en la escuela, ni en el liceo, ni en la Utu, ni con sus compañeros de trabajo.
El 14 de marzo de 1985 Sandro fue a apostarse a Luis Batlle Berres, a tres cuadras de su casa. Por la mañana comenzaban a liberar por tandas a los últimos presos políticos, y por esa calle pasaban los vehículos que los trasladaban y se apiñaba la gente para verlos pasar y saludarlos. Estuvo todo el día, y su padre no apareció. “Obviamente no estaba preso. Le preguntamos a mi vieja y nos dijo que tal vez hubiera quedado detenido en Buenos Aires. Yo allí empecé a dudar.” No era que su madre les mintiera, dice Sandro. No sabía. Lo empezó a saber cuando, ya en democracia, “escuchó testimonios, se conectó con compañeros, preguntó”.
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Se enteró, por ejemplo, de lo que en la jerga de los secuestradores significaba “traslado”. Y recordó que allá en Orletti un guardia le había comentado a otro sobre Adalberto: “Éste va para traslado”. “La vieja lo había tomado literalmente, pensaba que se lo habían llevado a otro lugar.”
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Una vez, en Argentina, Adalberto y María Elena discutieron sobre la posibilidad de exiliarse. Ya había caído el grueso de la dirección del Pvp, el clima era literalmente de terror y María Elena tenía un pariente que había logrado refugiarse en la embajada sueca. Adalberto lo descartó de plano, cuenta Sandro que le contó su madre. “Decía que no se iría mientras hubiera compañeros en manos de los milicos, y en todo caso que no se iría por la libre.”
No recuerda Sandro si fue por esos días o antes que cierta vez María Elena le descubrió a Adalberto la pastilla de cianuro que muchos militantes llevaban consigo. “El viejo le dijo que era de rigor, que había una consigna de evitarse sufrimientos en la tortura y no cantar a los compañeros, pero que él no la tomaría porque significaba dejarnos solos a nosotros. Y porque siempre estaba la posibilidad de la fuga.” Después de todo, el propio Plomito se había escabullido en las narices mismas de tiras y policías en 1970, en Montevideo, “haciéndose chiquito” en un ascensor de la Jefatura, filtrándose y escapando hacia la calle.(1)
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A pesar de no saber, de no tener conciencia todavía de que su padre era, él también, un desaparecido, Sandro participó desde muy chico, 10 u 11 años, en las caminatas que alrededor de la plaza Libertad hacían todos los viernes por la tarde, casi que en total soledad, las “viejas” de la asociación de Familiares. Se quedaba a un costado, junto a alguna conocida, y miraba.
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Sandro nunca pudo sostener el cartel con la foto de su padre en las marchas de los 20 de mayo. “Me pesa mucho tenerla en las manos. No porque sea pesada, claro.” La foto la llevó su madre. Y ahora, si no la lleva su hermano, deja que lo haga otro. Él marcha adelante.
Por un tiempo integró la agrupación Hijos. Era uno de los mayores, y fue allí que por primera vez planteó, entre “pares”, “lo que sentía, lo que me pasaba por la cabeza”. “Nunca fui a un psicólogo”, dice sonriendo y poniendo cara de “qué boludo”. Con sus hijos (tiene dos, hoy de 14 y 23 años) tampoco habla “directamente del tema. Ellos se fueron enterando por los diarios. Cuando me preguntan les contesto. Son cosas que te quedan ahí, no sabés si esas cosas dramáticas las podés contar. Yo no fui ni soy de sentarme y contarles. Preferí ayudarlos a que estudien, decirles que ayuden a su madre”, dice, casi que repitiendo las palabras de su propio padre.
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Ellos, sus hijos, piensa Sandro, “se tienen que preguntar por qué luchaban los que fueron desaparecidos. No se los puedo resolver yo, pero en esta sociedad, donde los políticos no han ayudado a construir esa memoria, se hace bravo. Hay una responsabilidad de todos los gobiernos en que no se haya sabido la verdad ni haya habido justicia. Hubo pequeños avances con los gobiernos del Frente Amplio, pero los mayores logros en este tema vinieron de los familiares o de las organizaciones sociales. O de sentencias internacionales”. Algunos “políticos”, recuerda, de este como de otros gobiernos, han incluso bloqueado las investigaciones, negándose a facilitar el acceso a los archivos, a los cuarteles para excavar. “No se ha logrado romper con esa impunidad. Apenas hay un puñado de militares en la cárcel y el resto allí está, por las calles. Cuando se habla de que el tema se resolverá cuando ‘los actores’ se mueran tampoco se ayuda en nada. Al contrario.”
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Sandro Soba trabaja actualmente en la secretaría de Deportes de la Intendencia de Montevideo. Se considera un militante social y desde hace unos años también un militante político, en el Pvp. “Un día hice el clic que me llevó de lo uno a lo otro”, cuenta. Cree que las marchas del 20 de mayo son la manifestación social y política más importante de este país, “constante, insistente”, pero le parece que con el tiempo debería ir cambiando de carácter. No tanto hacerse “ruidosa” (“el silencio es una de sus características y para modificar eso habría que convencer a mucha gente”), sino “abarcar otros temas, abarcar los derechos humanos de hoy: la vivienda, la tierra, la alimentación, un salario digno. Para mí sería como cerrar el círculo”.

Obviamente

Como todo el mundo, Sandro Soba tiene muletillas al hablar. Las suyas son los “mente”: totalmente, obligadamente. Y sobre todo obviamente. A lo largo de la charla la repitió infinidad de veces, tantas que llamó la atención. Porque si algo obvio hay en este tema es la ausencia absoluta de obviedad. La propia situación de entrevistador-entrevistado, en este caso, podría haber sido una antiobviedad. Podría haberse dado la inversa, que el uno fuera el otro y viceversa. Acaso en esa misma colchoneta infecta de Orletti en que a Sandro y a sus hermanos y a su madre les trajeron a Adalberto podría haber estado tirado, un mes antes, o dos, o algunas semanas, Gerardo Gatti. Con el mismo destino de traslado.

Nota: (1) Fugas, de Samuel Blixen, Montevideo, Trilce, 2004.
Daniel Gatti/ Enviado por Amarelle
COMCOSUR INFORMA Nº 1638 – 21/05/2015
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Dejen la memoria ahí / donde se olvida el olvido, para que el verdugo sepa / que donde vaya lo sigo. No importa que yo no esté / soy un silencio testigo, si soy recuerdo y recuerdas / no olvides que no hay olvido.
Armando Tejada Gòmez
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