1) Las urnas abiertas de América Latina
2) El rompecabezas cubano
3) La caída del precio del petróleo, una señal de alerta para África
4) A los libios les sobra el Estado
5) Afganistán: la invasión que no tiene fin
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POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 15 / Nº 704 / Lunes 5 de Enero de 2015 / REVISTA SEMANAL DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares / COMCOSUR — COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA DESDE EL CONO SUR /
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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Las urnas abiertas de América Latina
Gerardo Szalkowicz (Revista Sudestada)
El torbellino de elecciones presidenciales que hubo este año en la región marca un claro continuismo (cinco gobiernos reelectos) y ratifica la hegemonía de los proyectos populares y progresistas. Además, se mantienen la inercia del movimiento popular y el retroceso en el proceso de integración que arrancó hace una década. Apuntes críticos y balance continental de lo que deja el 2014 en las urnas y más allá.
“Nuestros sueños no caben en sus urnas”. La célebre consigna popular, masificada en los años de rotundas abstenciones, votos-bronca y desprestigio de las clases dirigentes, ya suena con un dejo de nostalgia. El cambio de época que vive Nuestra América, con partida de nacimiento pongámosle a fines del ´98 con la victoria de Hugo Chávez, que tuvo su clímax y gran envión con el entierro al ALCA en 2005 y que siguió con la irrupción de un variopinto de gobiernos populares y progresistas, vino de la mano de una recomposición de la institucionalidad tradicional y su mecanismo electoral representativo. Salvo algunas excepciones -sobre todo donde todavía comanda el neoliberalismo puro y duro-, las mayorías latinoamericanas volvieron a las urnas alentadas por las innegables mejoras sociales, ya sean tibias y parciales en la mayoría de los casos o con perspectivas transformadoras como en Venezuela y Bolivia.
¿Cómo queda el mapa geopolítico en América Latina y el Caribe tras las siete elecciones presidenciales y otras tantas parlamentarias que hubo en el año? ¿Hacia dónde va el proceso de integración huérfano de Chávez y con el avance de la “restauración conservadora”? ¿Qué pasó con la efervescencia popular que copaba las calles y tumbaba gobiernos a principios de siglo?
El tetra del PT y el tri del Frente Amplio
Por su gigantesco tamaño, sus más de 200 millones de habitantes, por ser la mayor economía del continente y por su devenir como potencia emergente, Brasil es el actor clave en el escenario regional. La magnitud de las elecciones de octubre trascendía largamente sus fronteras. Dilma consiguió la reelección y el PT se enrumba hacia su cuarto mandato. En un sentido, el triunfo en el balotaje frente al socialdemócrata Aécio Neves significa un alivio. Pero también una señal de alerta. La brecha se achicó y mucho: de los más de 20 puntos de ventaja que sacó Lula en 2002 y 2006 y los 12 en la anterior elección de Dilma, ahora se ganó apenas por tres.
Es verdad que la carroña mediática puso esta vez toda la carne en el asador, pero no menos cierto es el desencanto de buena parte de la población brasileña ante la falta de solución a problemas estructurales (vivienda, transporte público) y la poca audacia para impulsar cambios de fondo. Aun habiendo sacado de la pobreza a 40 millones de personas y reducido el desempleo a cifras históricas, el modelo económico sigue ponderando el agronegocio y la tan mentada reforma agraria no deja de ser una quimera.
Así y todo, los movimientos populares bancaron la parada y le impregnaron cierta legitimidad por izquierda a la candidatura de Dilma ante el cuco del retorno neoliberal. Y la figura de Lula, poniéndose el equipo al hombro, también fue determinante. Varios desafíos aparecen en el horizonte inmediato del gobierno petista: los principales, cumplir la promesa de la reforma política a través de un plebiscito constituyente e impulsar una ley de medios que revierta la monopolización actual. Como sea, el PT deberá reinventarse, rescatar sus orígenes y apostar al protagonismo popular si no quiere profundizar su debacle y terminar como la verdeamarela en el Mundial. Las recientes designaciones de ministros con perfil neoliberal no son una buena señal.
Similar escenario vive el Uruguay, con la polarización entre un bloque de centroizquierda y otro ultraliberal. También allí el primero sigue ganando la pulseada. Por una ventaja histórica, el Frente Amplio volvió a derrotar a blancos y colorados y arriba a su tercer gobierno. Sin embargo, la vuelta de Tabaré Vázquez al centro de la escena vaticina un futuro de políticas aún más moderadas. El ex presidente representa a los sectores más conservadores de la coalición gubernamental, de hecho no acompañó los avances más progresivos de la gestión del Pepe Mujica: la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario y la legalización de la marihuana.
En los comicios, además, el FA logró conservar la mayoría parlamentaria y la derecha perdió el plebiscito que buscaba bajar la edad de imputabilidad. Se consolida así la hegemonía de un proyecto con ciertas políticas redistributivas pero que tampoco apuesta a subvertir el patrón de acumulación.
Evo-lución
La elección más cantada y contundente se dio en Bolivia. La paliza de Evo Morales fue una burla a los agoreros del desgaste en el poder: tras nueve años en el Palacio Quemado, logró el 61% de los votos vapuleando por más de 37 puntos al empresario Samuel Doria Medina. Además de llegar a su tercer mandato, el MAS consiguió mantener los dos tercios para la mayoría parlamentaria.
Pero quizá el dato más significativo fue el triunfo de Evo en ocho de los nueve departamentos, logrando hacer pie en buena parte de la otrora Media Luna secesionista. En palabras del vice Álvaro García Linera, “se logró integrar al oriente boliviano y unificar el país, gracias a la derrota política e ideológica de un núcleo político empresarial ultraconservador, racista y fascista”. Por si acaso, aclaró: “Por supuesto, somos un Gobierno socialista, de izquierdas y dirigido por indígenas. Pero tenemos la voluntad de mejorar la vida de todos”.
Un gran espaldarazo a este histórico líder sindical que no terminó la secundaria y que en 2006 se convirtió en el primer presidente indígena. Pero sobre todo, el apoyo a un proceso que provocó una inédita metamorfosis: de país emblema del colonialismo y la miseria a Estado Plurinacional que nacionaliza los sectores estratégicos, aplica una fuerte redistribución y empodera a las grandes mayorías indígenas.
Claro que esta voluntad “integradora” que menciona el vice mucho tiene que ver con el impulso a un modelo de desarrollo que incluye importantes avances en infraestructura y tecnología (carreteras, red de teleféricos, el satélite Túpac Katari) pero que también contiene aspectos con tintes contradictorios (conflicto en el TIPNIS, ley de minería) que ponen en tensión los enfoques occidentales con las cosmovisiones arraigadas en la Pachamama y el Buen Vivir.
Santos recargado
Otro que logró la reelección en 2014 fue el presidente colombiano. Cuesta creer que el Juan Manuel Santos modelo 2008, comandando el bombardeo que aniquilaba a 22 guerrilleros en Sucumbíos como ministro de Defensa de Álvaro Uribe -violando la soberanía ecuatoriana-, sea el mismo que se impuso este año ante el candidato uribista con apoyo de buena parte de la izquierda, y que tiene altas chances de quedar en la memoria histórica como el presidente que logró poner fin al conflicto armado más largo de la región.
Con el pragmatismo como rasgo principal, Santos desplegó una constante búsqueda por sacarse la mochila de su antecesor y desmarcarse de esa impronta guerrerista y entrelazada con el narcoparamilitarismo. Forjó así su fuerza propia con un perfil más moderado bajo la fachada de la Tercera Vía como sustento ideológico. Pero su carta central tiene que ver con los Diálogos de Paz con las FARC y el inminente inicio con el ELN. Ese es el asunto transversal de su apuesta política. Y gracias a venderse como “el candidato de la paz” conquistó la reelección imantando apoyos de todo el arco político, en una elección que rondó el 60% de abstención.
Aun así, vale aclarar que su proyecto económico marca la continuidad neoliberal y que en materia internacional -al margen de un mejor espíritu diplomático- mantiene el carnal vínculo con Estados Unidos, siendo principal motor de la Alianza del Pacífico, el bloque de gobiernos alineados al Norte.
De todas formas, la etapa política en el país está marcada a fuego por la posibilidad de clausurar una guerra que lleva más de medio siglo y ya se cobró más de seis millones de víctimas. Ese es el principal desafío de Santos y por lo que lo juzgará la historia, más allá de si Colombia en 2018 siga siendo uno de los países más desiguales del planeta.
Centroamérica: cambios y continuidades
La subregión centroamericana, histórico bastión político y militar yanqui, también viene experimentando una bocanada de aire fresco desde el retorno al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua en 2007 y el triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador en 2009, aun teniendo ambas experiencias un perfil aggiornado, lejos de sus orígenes revolucionarios. También aportaron una luz de esperanza los tres años y medio que duró Mel Zelaya en Honduras hasta que el golpe en 2009 abortó un proceso que se corría hacia la izquierda (hoy, el partido LIBRE se consolida como segunda fuerza).
Tres procesos electorales se dieron en 2014 en el istmo centroamericano. Por apenas siete mil votos, Salvador Sánchez Cerén logró la relección del FMLN en El Salvador. A diferencia de su antecesor Mauricio Funes, un periodista sin pasado en la organización, Sánchez Cerén proviene del propio riñón del FMLN y hasta fue uno de los máximos comandantes de la guerrilla durante el conflicto armado que vivió el país entre 1980 y 1992. Sin embargo, los meses que lleva en el gobierno marcan más continuidad que profundización, con políticas sociales activas y cierta retórica latinoamericanista pero sosteniendo una firme alianza con Estados Unidos y con los vecinos reaccionarios de Guatemala y Honduras.
En Costa Rica, el dato central fue el fin del bipartidismo que reinó durante más de cinco décadas. El historiador y académico Luis Guillermo Solís llevó por primera vez al poder al Partido de Acción de Ciudadana (PAC) y, con un discurso renovador, logró destronar a su ex partido (el PLN) luego de una gestión ultraneoliberal de Laura Chinchilla. En pocas palabras, Costa Rica experimenta un corrimiento desde la extrema derecha hacia el centro.
Otro sillón presidencial que cambió de color (pero no de rumbo) fue el de Panamá. El empresario y miembro del Opus Dei Juan Carlos Varela le ganó la pulseada a José Arias, delfín del exmandatario proestadounidense Ricardo Martinelli. La elección confirmó el lugar de retaguardia que ocupa el país en la etapa de cambios que vive la región: los tres primeros candidatos, todos de derecha, concentraron el 98% de los votos. El ínfimo atisbo de oxígeno lo aportó el debut del Frente Amplio por la Democracia (FAD) que, si bien no llegó al 1%, se convirtió en la primera apuesta electoral panameña impulsada por movimientos sociales, sindicales e indígenas.
Balance y destino nuestroamericano
Echando una mirada global, a todas luces fue un año de revalidación de las fuerzas progresistas y de derrota para las tropas más retrógradas del espectro político regional. Sin embargo, el panorama electoral no refleja la profundidad de la realidad: mientras los primeros parecen haber pasado a la defensiva, se percibe una paulatina recomposición de las derechas autóctonas, que adoptaron la estrategia de fabricar líderes jóvenes y marketineros con perfiles más moderados y discursos desideologizados, buscando reactualizarse y desmarcarse de su responsabilidad en los malos viejos tiempos. Y -por si fuera poco- aún cuentan con el poderío económico, la gran artillería mediática y la bendición norteamericana.
Al mismo tiempo, el proceso latinoamericanista que parió el ALBA, la Unasur y la Celac pareciera haber entrado en una especie de amesetamiento y pérdida de entusiasmo. Con la ausencia de Chávez, su líder y motor, ningún mandatario intentó agarrar el guante, casi todos abocados a resolver los incendios y disputas locales.
Trascartón, la irrupción plebeya y los movimientos populares que protagonizaron la escena a comienzos de siglo resistiendo al colapso neoliberal quedaron atrapados en la encrucijada del cambio de etapa. En su gran mayoría, sufrieron la cooptación y/o institucionalización o perdieron potencia, capacidad organizativa y fuerza en las calles. Mayor vitalidad registran en algunos países con gobiernos conservadores, como las organizaciones campesinas e indígenas en Colombia, los estudiantes en Chile o la oleada de protestas que generó en México el caso Ayotzinapa.
Para concluir, bien vale desmenuzar la generalidad de los gobiernos posneoliberales y diferenciar entre el proyecto de relegitimación capitalista “con rostro humano” encarnado en los gobiernos neodesarrollistas y el proyecto de ruptura sistémica que aún se mantiene latente en el horizonte en Venezuela y Bolivia.
La doctora en filosofía Isabel Rauber hecha luz sobre este dilema: “La disyuntiva es clara: convierten a sus gobiernos en herramientas políticas para impulsar procesos populares revolucionarios de cambios raizales o se limitan a hacer un `buen gobierno´ conservador, reciclador del sistema (…) mantenerse en los cauces fijados por el poder y cambiar ´algo` cuidando que ´nada` cambie o colocarse en la senda de las revoluciones democrático culturales e impulsarlas. Esta opción revolucionaria está marcada por un factor político clave: la participación protagónica de los pueblos (…) Se puede ser `la izquierda´ del sistema capitalista y gobernar para reflotarlo. Pero como lo ejemplifican Bolivia y Venezuela, se puede optar por otro carril e impulsar procesos revolucionarios de cambios sociales, creando y construyendo día a día avances de la civilización superadora del capitalismo”.
LUNES 5 DE ENERO DE 2015 – COMCOSUR
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2) El rompecabezas cubano
Miguel Ángel González Claros (Rebelión)
Acuerdos, embargos y revoluciones de color
Cuba es una nación con una historia de lucha contra el colonialismo español y Estados Unidos. La Habana, en la década de 1950, fue el lugar donde los estadounidenses fueron a tomar el sol y fomentar la prostitución. Con la victoria de Castro se derrocó al gobierno despótico de Fulgencio Batista y al llegar al poder, el 1 de enero de 1959, transformó un burdel represivo en un estado populista.
El sistema socioeconómico de Cuba adoptó medidas socialistas después de su revolución triunfante en 1959, por tanto, era una amenaza para las empresas multinacionales estadounidenses. No solo fue que Cuba saliese de la órbita económica de Estados Unidos, sino que sirviese de ejemplo a otros países a imitar sus medidas. De ahí que Cuba tuvo que ser castigado, con el fin de detener la propagación de la toma de decisiones independientes de carácter socialista.
Los esfuerzos para destruir el gobierno comunista de Cuba, desde una invasión de la CIA a la imposición de sanciones económicas y políticas draconianas que parecen interminables, no han logrado hacer caer al gobierno de La Habana. Lo que ha sucedido es que, durante más de cinco décadas, todos los esfuerzos por parte de las empresas de Estados Unidos de torpedear de formar permanente la soberanía de un país, para luchar contra el gobierno de Castro, ha fracasado.
La Habana y Washington firmaron un acuerdo sorpresa para restaurar sus relaciones, después de participar en un intercambio de prisioneros. La decisión acertada de Obama a abandonar la política de la Guerra Fría hacia Cuba, debe ir acompañada por un reconocimiento de que la política del aislamiento ha sido inmoral y criminal. Pero es poco probable que el bloqueo económico sea revocado por el Congreso estadounidense, bajo mayoría republicana.
Los cambios en las políticas de Obama, no significa que Washington acepte la existencia de gobiernos socialistas o comunistas en América Latina y el Caribe. El objetivo es queden prohibidos dichas ideas, en el hemisferio presidido por el estado capitalista más rico y militarmente poderosa del mundo. Un ejemplo es el interés continuo de Washington, para socavar el impulso de Venezuela hacia el socialismo.
Lo que Cuba necesita es el libre acceso a los mercados internacionales e integrarse en un sistema monetario y financiero independiente, separado del dólar, junto a la solidaridad del resto del mundo que ya ha ayudado a Cuba a sobrevivir al ilegal embargo de Estados Unidos.
Si con los futuros acuerdos entre los dos países, se permitiese establecer una embajada de Estados Unidos en La Habana, se abriría las compuertas a la NED (National Endowment for Democracy) y a las financiadas ‘ONG’, para los espías de Washington y las maquinarias de propaganda Anti-Castro, que tendrían las manos libres para desestabilizar el país, sin el compromiso de un levantamiento gradual del embargo. Cuba abriría sus fronteras a los buitres de los cubanos de la Florida y a otras inversiones extranjeras, eliminando las enormes ganancias sociales del país en el último medio siglo. Es llamativo que los logros de Cuba en los ámbitos de la política social no se resalten en los medios de comunicación, a pesar de que la asistencia sanitaria universal y la educación son gratuitas y se mantienen altos, con respecto a lresto de países de América Latina.
El difunto Hugo Chávez y Fidel Castro, sabían que las naciones de América Latina tenían que unirse para ser capaces de hacer frente a una gran potencia. Es por eso que Chávez inició el ALBA, UNASUR y la CELAC, en representación de todos los pueblos de las Américas, excepto EE.UU. y Canadá, que contraatacaron a través del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), pero murió hace mucho tiempo, aunque los proyectos neoliberales permanecen.
La normalización de las relaciones con Cuba, no es el resultado de un avance diplomático o de un cambio de actitud por parte de Washington, sino el deseo de las corporaciones estadounidenses, que buscan oportunidades de beneficio en Cuba, tales como el desarrollo de los mercados de Internet de banda ancha en Cuba o el desarrollo del turismo en la isla.
Si se abriese una embajada estadounidense en Cuba, sería un hogar para los agentes de la CIA para derrocar el gobierno cubano. La embajada proporcionaría una base, desde la cual, EE.UU. podrán establecer ONG cuyos miembros pueden ser llamados a la protesta callejera en el momento adecuado, preparando un nuevo grupo de líderes políticos. La normalización de las relaciones podría provocar un cambio de régimen en Cuba y podría convertirse en un estado vasallo de Washington.
La Revolución Cubana pretendió liberar a los cubanos de la dominación foránea y de la explotación de los capitalistas extranjeros. Washington ha estado esperando mucho tiempo para vengar la derrota en la Bahía de Cochinos y derrotar a la ideología comunista, la normalización de las relaciones entre ambos países da esa oportunidad.
Raúl Castro podría haber cometido un error, que corre el riesgo de destruir todo lo que la Revolución Cubana ha construido durante el último medio siglo. Al entrar en un acuerdo con los EE.UU., está permitiendo que los gobernantes norteamericanos puedan desarrollar una revolución de color en su país cuando fallezca Fidel Castro, pero también Raúl corre el riesgo de traicionar a su aliado ruso.
Putin hizo una visita sorpresa a la isla en julio, antes de la Cumbre del BRICS en Brasil y durante su estancia anunció que Rusia perdonaría 32 mil millones de dólares de deuda a Cuba, un 90% del total . A cambio, Moscú reabriría la base de la era soviética en Lourdes, en medio del clima de tensión de la nueva guerra fría, EEUU intenta evitar que se abra un nuevo conflicto estratégico en sus áreas de influencia.
LUNES 5 DE ENERO DE 2015 – COMCOSUR
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3) La caída del precio del petróleo, una señal de alerta para África
Thalif Deen (IPS)
La abrupta caída del precio del petróleo a escala mundial, vivida como una bonanza por millones de conductores de vehículos en Estados Unidos y Europa, podría socavar las frágiles economías de varios países africanos que dependen de su exportación. Los más vulnerables del continente más pobre son Angola, Gabón, Guinea Ecuatorial, Nigeria y Sudán, además de países en desarrollo como Argelia, Egipto y Libia, en África del norte.
Las últimas tendencias y acontecimientos como el brote del virus del Ébola y la caída del precio del petróleo “muestran cuán volátiles y endebles son las economías africanas”, explicó Kwame Akonor, profesor de ciencias políticas de la Universidad Seton Hall, en Nueva Jersey, especializado en política y economía de África. “Las ramificaciones de cualquier crisis económica, sin duda, tendrán un impacto negativo en la riqueza de esos países”, apuntó Akonor, también director del universitario Centro de Estudios Africanos y del Instituto de Desarrollo Africano, con sede en Nueva York.
El precio del crudo cayó de 107 dólares el barril (de 159 litros), en junio, a poco más de 60 dólares en la actualidad. Hay muchas razones que explican el declive como el aumento de la producción de petróleo, en especial en Estados Unidos, la caída de la demanda por la ralentización de la economía mundial y las consecuencias positivas de los esfuerzos de conservación. También hay razones geopolíticas: Arabia Saudita, uno de los mayores productores del mundo se ha negado a tomar medidas para detenerla.
Eso avivó las teorías conspirativas de que podría tener un acuerdo con Estados Unidos para socavar las economías de tres de sus mayores adversarios que dependen del petróleo como Irán, Rusia y Venezuela. Otra tesis sostiene que, por el contrario, Ryad pretende que los precios desciendan a un punto que no sea económicamente rentable para Estados Unidos mantener el acelerado desarrollo del petróleo y gas de esquisto (roca), que lo han hecho irrumpir como un actor creciente entre los productores de crudo, y el más importante en el tipo no convencional.
Sea como fuere, el hundimiento de los precios perjudica además de Arabia Saudita, a Emiratos Árabes Unidos, Iraq, Kuwait, Omán y Qatar. Pero se prevé que superen la crisis porque las reservas de divisas combinadas ascienden a 1,5 billones (millón de millones) de dólares. Por el contrario, en África esta coyuntura tendrá efectos devastadores, pues lucha contra la pobreza, la escasez de alimentos, el VIH/sida y, en los últimos, el brote de ébola.
Lo peor lo sufrirá Nigeria, la economía africana más dependiente de sus ventas petroleras, del que obtiene 80 por ciento de sus ingresos de divisas, según The Wall Street Journal. La moneda local, el naira, cayó 15 por ciento desde el comienzo del declive del precio del petróleo. Shenggen Fan, director general del Instituto Internacional de Investigación en Política Alimentaria, cree que el fenómeno tendrá tanto un impacto positivo como uno negativo.
Como los precios del petróleo están estrechamente relacionados con los de los alimentos, cuando los primeros están altos encarecen la producción agrícola y, por lo tanto, los alimentos, en general, explicó. “Ahora que los precios del crudo siguen una tendencia descendente, será, en general, bueno para la seguridad alimentaria global y la nutrición”, indicó Fan. Los consumidores y pequeños productores de los países en desarrollo deberían poder beneficiarse, mientras aumente su poder de compra, observó.
A corto plazo, las personas más pobres de África podrían sufrir si sus gobiernos reducen los subsidios a los alimentos. “A largo plazo, cuando los precios del crudo están altos, los gobiernos de los países exportadores deben usar sus reservas para apoyar a los sectores productivos, generar empleo y acumular reservas financieras”, indicó. Cuando el precio cae, los gobiernos deben destinar sus reservas a asegurarse que los más pobres queden protegidos mediante programas de seguridad social, añadió Fan.
Akonor dijo a IPS que por más impresionantes que sean las proyecciones económicas para África a largo plazo, no cambia la naturaleza precaria y frágil del sostén de su economía. “La gran deuda y la fuerte dependencia en las materias primas (como el petróleo) y minerales para la exportación, dejan a las economías africanas vulnerables a golpes y riesgos sistémicos”, indicó. Además, la formación de capital humano de base, en especial entre la incipiente población joven desempleada, carece de capacidades para conducir una transformación y un verdadero crecimiento sostenible, apuntó. “Se necesitan implementar estrategias de desarrollo efectivas y políticas que lleven a una transformación estructural de largo plazo y a un desarrollo humano duradero”, arguyó Akonor.
Una forma de lograrlo es mediante una cooperación regional más estrecha, dado el pequeño mercado interno y la falta de infraestructura continental. El desarrollo de las necesidades de transformación y humanas deben, entre otras cosas, atender la falta de infraestructura, remarcó. Según el Banco de Desarrollo de África, las rutas en buen estado solo cubren 34 por ciento del total, comparado con 50 por ciento en otras regiones en desarrollo. Solo 30 por ciento de la población africana tiene electricidad, comparado con entre 70 y 90 por ciento en otras zonas.
“Lo que vuelve irritantes los desafíos en materia de desarrollo de África es que no han faltado ideas autónomas al respecto entre los gobernantes y los públicos interesados”, observó Akonor. “El mayor obstáculo para un desempeño sostenible de la economía en África no ha sido la naturaleza ambiciosa de los objetivos de desarrollo, sino más bien la falta de voluntad política de los gobernantes africanos y la falta de consistencia, coordinación y coherencia a escala regional, subregional y hasta global”, remarcó.
“Un desarrollo para la transformación requerirá que África agregue valor y diversifique sus exportaciones. La construcción de una base industrial sólida y de capacidad de infraestructura también son requisitos necesarios hacia un cambio estructural autónomo”, puntualizó. En relación con los factores que inciden en el precio de los alimentos, Fan dijo a IPS que lo importante es darse cuenta de que no es fácil determinar el precio correcto de estos.
Lo importante es que el precio de los alimentos (incluidos los recursos naturales que se usan para la producción) refleje totalmente los costos y beneficios económico, social y ambiental para emitir la señal correcta a todos los actores de la cadena de suministro. “Si eso hace que aumente el precio de los alimentos, las redes de seguridad social deberán proteger a los más pobres a corto plazo y también ayudarlos a volcarse a actividades más productivas a largo plazo”, subrayó Fan. De esa forma, no se compromete la seguridad social ni la nutrición, añadió.
Editado por Kitty Stapp / Traducido por Verónica Firme
LUNES 5 DE ENERO DE 2015 – COMCOSUR
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4) A los libios les sobra el Estado
Karlos Zurutuza (Gara)
Tres años después del levantamiento que acabó con el mandato y la vida de Gadafi, Libia se desintegra entre antiguas alianzas tribales y la injerencia de sus vecinos
El procedimiento en el lado tunecino de la frontera es tedioso pero en el libio el ambiente se relaja. El funcionario fuma despreocupado mientras espera sentado en el suelo, justo al lado de su garita. No hace falta registrar la entrada a Libia en el sistema informático: basta con estampar el sello que tiene en su mano libre sobre una página del pasaporte abierta al azar.
Si se preguntan «¿quién manda aquí?», es fácil: Aquí, justo en el espacio por el que se extiende el humo del cigarrillo, manda su dueño. Y la ecuación se repite a lo largo de los 1.500 km de costa hasta la frontera de Egipto. Que se lo digan a Wail, un residente en Zwara de 30 años al que robaron el coche en un checkpoint de la vecina Zawiya (al oeste de Trípoli). «Volví a Zwara y se lo conté a la milicia, que levantó un retén en el que requisó cinco coches con matrícula de Zawiya», recuerda el joven amazigh.
«Les dijeron a sus dueños que si querían recuperar sus vehículos tenían que pedirle a su milicia que devolviera el mío». Al día siguiente, Wail conducía de nuevo su coche. Imposible sobrevivir sin una milicia que te cubra las espaldas, y menos en la actual coyuntura. Más de tres años después del levantamiento que acabó con el mandato y la vida de Gadafi, Libia vive en un estado de convulsión política que ha arrojado al país a una guerra civil.
Hay dos gobiernos y sendos parlamentos: uno con sede en Trípoli, y otro en la ciudad de Tobruk, a 1.200 kilómetros al este de la capital. Este último cuenta con el reconocimiento internacional, tras ser elegido en unos comicios celebrados el pasado 25 de junio, pero que solo contaron con 10 por ciento de participación.
Hablamos de un escenario en el que luchan distintas milicias agrupadas en dos alianzas paramilitares: «Amanecer de Libia», liderada por las brigadas de Misrata, que actualmente controlan Trípoli, y «Operación Dignidad», dirigida por Jalifa Haftar, un antiguo general del ejército libio. Los primeros acusan a los segundos de «gadafistas», y estos a los anteriores de «islamistas». Younes al Tabaui, recientemente nombrado ministro de Cultura en el ejecutivo de Trípoli, asegura que se trata de un conflicto «puramente político».
«Todas las partes juegan sucio, sobre todo aquellas que están espoleando esta guerra desde fuera», trasladaba Al Tabaui a GARA desde su despacho a las afueras de Trípoli. La lista es larga y compleja: Qatar y Turquía son los principales aliados de Trípoli mientras que los de Tobruk, que se autodenominan «liberales», cuentan con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Arabia Saudí.
¿Y Occidente? Francia apoya de forma abierta a Tobruk (aunque esta alianza incluya también a las tribus antes leales a Gadafi como Warshafana, Warfala, Gadafa); en Trípoli solo queda abierta la Embajada italiana (sus multinacionales energéticas están al oeste del país), y el antiguo Embajador británico en Libia asegura, via Twitter, que «ambas partes quieren lo mejor para Libia». La OTAN lo tiene hoy más difícil a la hora de intervenir, más que nada porque todavía no sabe a favor de quien.
Antiguas alianzas
La ausencia de un Gobierno capaz de gestionar el Estado hace que la crisis de identidad ahonde entre los libios. A diferencia de Iraq no ocurre en líneas sectarias sino nacionales, como en el caso de las minorías (tubus, tuareg y amazigh), o tribales si nos referimos a la mayoría árabe del país.
El fenómeno de la «tribalización» se agudizó durante el el levantamiento de 2011, cuando el Gobierno central fue suplantado por milicias que contaban con armas y experiencia en combate. El historiador libio Faraj Nejm asegura que existen 140 tribus en Libia, con alianzas que se extienden por todo el Magreb y el África sub-sahariana. «Las tribus son tan parte del problema como lo son de su solución», apuntaba Kemal Abdallah, analista egipcio experto en Libia, en un artículo escrito en febrero de este año. Abdallah explicaba que las interacciones entre las tribus siguen patrones de alianzas sólidas, como las de las llamadas «tribus beduínas», que incluyen a los Warshafana, Gadafa, Warfala y Awad Suleyman.
Curiosamente, Zintan fue la única que rompió esta alianza sumándose al levantamiento en 2011. Hoy parecen haber limado asperezas y vuelven a juntarse al abrigo de Tobruk (recuerden: «gadafistas» y «liberales» patrocinados por Francia y Arabia Saudí). ¿A eso se reduce Libia? ¿A un conjunto de tribus enfrentadas y mamporreadas dentro de unas fronteras coloniales?
En un mapa publicado en 1955, Pierre Rondot, general de división francés, detallaba una red de alianzas entre las tribus libias que se podría trasladar, sin cambiar ni una sola flecha, al mismo momento en el que se leen estas líneas. Esas parecen ser las dinámicas en un país cuyo ministro de Turismo (el de Trípoli) es un tuareg al que la guerra le impide volver a su Gadames natal.
Han pasado ya cuatro años desde que el último turista visitara ese hermoso oasis en la frontera de Argelia, pero la red de funcionarios del sector (la misma que en tiempos de Gadafi) sigue recibiendo sus sueldos puntualmente. Según datos oficiales, el 85 por ciento de los asalariados en Libia pertenece al sector público.
«El día que los sueldos dejen de llegar nos comeremos los unos a los otros», es la cantinela que repiten libios de toda clase o condición, etnia o tribu. Ese, y no otro, será el Rubicón del paraíso rentista. Por el momento, el petróleo sigue fluyendo junto con salarios y pensiones. El dinero lo gestiona el Banco Central, organismo aún autónomo gracias al cual las distintas milicias libias pueden seguir matándose entre ellas, y sin que el asunto vaya a mayores.
LUNES 5 DE ENERO DE 2015 – COMCOSUR
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5) Afganistán: la invasión que no tiene fin
Leandro Albani (Resumen Latinoamericano)
Un estimado de 20 mil civiles muertos. La infraestructura de un país devastada. Una crisis política interna que parece no tener fin. 3.485 soldados extranjeros abatidos, 2.356 de ellos estadounidenses. 686 mil millones de dólares para sostener una invasión que no resolvió nada de lo que transimitó la propaganda: ni libertad, ni democracia, ni estabilidad. Y la excusa de la “lucha contra el terrorismo” desenmascarada con el correr de los días, ahora transformada en otro plan de la Casa Blanca para mantener su control lejos de casa.
Estas son sólo una parte de las consecuencias que dejó la Operación “Libertad Duradera” que Washington inició junto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) en Afganistán durante 2001. Asesinado Osama Bin Laden, derrocados los talibanes del poder afgano y con un presidente demócrata que asumió en Estados Unidos ofreciendo una política de guerra diferente a la de George W. Bush, Afganistán continúa en la senda del caos y la militarización.
Aunque la Casa Blanca anunció formalmente del retiro de tropas del país asiático, en territorio afgano quedan 12.500 soldados estadounidense con el argumento de entrenar a las fuerzas de seguridad locales (unos 350 mil efectivos) y colaborar en los combates contra los talibanes, quienes desde hace 13 años resisten en armas desde el sur afgano, intentando restablecer su poder basado en una interpretación ortodoxa del Islám, como lo hicieron entre 1996 y 2001 bajo el liderazgo de Mohammed Omar (o el mullah Omar).
La supuesta retirada estadounidense de Afganistán deja, por los menos, un sinfín de dudas sobre el futuro del país y de la región. La nación afgana, ubicada estratégicamente en Asia, limita con Irán, se encuentra a un país (Pakistán) de por medio de China y a una apetitosa cercanía con el sur de Rusia. Teherán, Beijing y Moscú, tres capitales con las que Estados Unidos ha incrementado sus discrepancias, pero de las que también depende económicamente (principalmente con China).
Tres países que disputan -según su poder bélico, político y económico-, la hegemonía con Washington. En el caso de Irán, el gobierno de Teherán –bajo los preceptos de la Revolución Islámica-, se convirtió en uno de los referentes indiscutidos para Medio Oriente, denunciando las masacres de Israel en Palestina, pero también apoyando a los mismos palestinos en su resistencia contra Tel Aviv. Además, Irán no se ha callado a la hora de sacar a luz los planes estadounidenses para la región y, a su vez, se erige como una potencia emergente con capacidad para mediar en conflictos regionales, algo que intenta en Siria.
Los números y los muertos
“Juntos hemos sacado al pueblo afgano de las tinieblas de la desesperación y le hemos dado esperanza en el futuro”, expresó el general John Campbell frente a los soldados de la OTAN en una ceremonia solemne que despidió a las tropas de Afganistán. Ceremonia solemne, casi secreta y rodeada de los mayores controles de seguridad posible, porque una realidad va creciendo día a día en tierra afgana: los ataques talibanes se han recrudecido, impactando con dureza a las fuerzas extranjeras.
Estimaciones de Naciones Unidas indican que las víctimas civiles aumentaron un 19% en 2014, con 3.188 muertos hasta finales de noviembre, la cifra más alta desde 2008. A esto se suma que un total 4.600 miembros de la policía y el ejército afganos fueron muertos en los diez primeros meses de 2014. El diario The Washington Post difundió que de los 2,6 millones de militares que desde 2001 combatieron en Irak y Afganistán, más de 800 mil regresaron con heridas físicas o psíquicas. En Estados Unidos, cifras de este tipo remiten a la derrota sufrida en Vietnam. No solamente por el impacto de las bajas y heridos, sino porque éstos últimos retornan a su país y en un gran número son relegados y olvidados sin recibir asistencia alguna.
La cadena Russia Today señaló que Afganistán se ha convertido en el país donde más bombardeos se lanzaron contra civiles. Sólo entre 2009 y 2013, Estados Unidos y sus aliados descargaron 18.274 bombardeos contra objetivos que no tenían nada que ver con los talibanes, el terrorismo o alguna otra organización que opera dentro de las fronteras. No hay que olvidar que en la lucha contra “el terrorismo”, Washington no escatimó bombas, lanzadas en su mayoría desde drones, contra la frontera afgano-paquistaní, asesinando a cientos de pobladores de ese país y recibiendo duras críticas del gobierno de Islamabad.
La invasión militar también dejó un saldo de 765 mil personas desplazadas. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados calcula que dentro de un año la cifra aumentará en un 25% y afectará a 900 pobladores personas. Ante un panorama devastador, al que se le debe sumar la destrucción de la infraestructura, Estados Unidos utilizó casi 700 mil millones para su ataque a Afganistán. Dinero extraído directamente de los bolsillos de estadounidenses que todavía son golpeados por la crisis económica que vive el país.
El negocio del opio
Las investigaciones y denuncias se acumularon en el transcurso de esta década y comprueban que desde la llegada de Estados Unidos a Afganistán la producción de opio en el país –para la elaboración de heroína- creció exponencialmente. La producción mundial de heroína, según la ONU, se eleva a 430 o 450 toneladas, de las cuales Afganistán produce 380.
La Red Voltaire informó que el 10 de julio de 2014, el inspector general especial estadounidense a cargo de Afganistán, John F. Sopko, rindió cuentas a la subcomisión a cargo de Medio Oriente y norte de África en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, y afirmó que los esfuerzos realizados para reconstruir el país, sobre todo a favor de las mujeres y del Estado de derecho, se derrumbaron ante la presión de la droga y de las organizaciones criminales.
Datos difundidos por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, señalaron que en Afganistán toda la actividad vinculada a la droga representó en 2012 un total de dos mil millones de dólares y se elevó a tres mil millones en 2013, alcanzando un récord histórico.
A partir de 2010, el gobierno ruso viene denunciando que la OTAN es la encargada de exportar la heroína afgana hacia Europa. La agencia de noticias Ria Novosti citó al Servicio Federal Ruso de Control de Estupefacientes (FSKN), organismo que estimó que más de la mitad de la heroína que se consume en Europa proviene ahora de Afganistán, en muchos casos trasladada por los miembros del Emirato Islámico (EI).
Para Ígor Korotchenko, director del Centro de Análisis del Comercio Internacional de Armas de Rusia, “la estancia de Estados Unidos en Afganistán convirtió al país en el primer productor de opio del mundo: la producción de droga en Afganistán se multiplicó por 40”. A su vez, el titular del Servicio Federal de Control de Drogas de Moscú, Víktor Ivánov, en 2014 “el territorio (afgano) donde se cultiva el opio habrá aumentado hasta 250.000 hectáreas”. Desde ese organismo además aseveraron que Afganistán produce hasta 150 mil millones dosis de heroína, una cifra 21 veces superior a la población del planeta.
Es por demás de conocido que la industria armamentística y la producción de drogas y su tráfico son los principales negocios en la actualidad. No es casualidad que Estados Unidos sea el actor fundamental en estos dos negocios ilegales.
La crisis como política
Ni reconciliación nacional, ni estabilidad institucional y mucho menos libertad y democracia. En Afganistán la crisis es permanente y los intentos por recomponer el sistema político (siempre a semejanza de Occidente) da por tierra. En 2014, las elecciones presidenciales fueron vendidas como el momento de la estabilización, pero terminaron siendo una confrontación de acusaciones de fraude entre los dos principales candidatos a la segunda vuelta comicial. En el artículo “‘Libertad Duradera’, crónica de un fracaso anunciado”, del periodista Dabid Lazkanoiturburu y publicado en el diario Gara, se muestra el tablero de la política afgana con claridad.
Derrotados los talibanes por la OTAN en alianza con los mujhadines de Ahmad Shah Massoud (quien había formado parte del régimen que derrocó al gobierno prosoviético en 1992), Washington colocó en el poder a Hamid Karzai, quien instauró “un régimen que mantiene incólumes los virreinatos de los señores de la guerra”, según describe Lazkanoiturburu. Karzai, un hombre dirigido desde la Casa Blanca, intentó negociar con los talibanes, vía Qatar. La poca voluntad de Estados Unidos, la debilidad política del entonces mandatario afgano y la desconfianza de los líderes talibanes dieron al posible acuerdo un profunda inviabilidad.
Ahora las riendas del país están en manos del ex ministro de Finanzas, Ashraf Ghani Ahmadzai, peón directo de Washington y ex miembro del Banco Mundial (BM). Su principal rival en los comicios, Abdullah Abdullah, fue nombrado jefe del Gobierno. Al poder afgano hay que sumarle la presencia de Rashid Dostum, un mercenario que dirigió columnas contra el gobierno prosoviético y es acusado de crímenes de guerra. Asumido la nueva administración, Ghani firmó el Acuerdo de Seguridad Bilateral (BSA) con Estados Unidos. Según Lazkanoiturburu, con este pacto “Washington se reserva el derecho de mantener tropas de combate y les garantiza impunidad absoluta”.
Mientras tanto, los talibanes se encuentran ilesos, teniendo en cuenta la propaganda en su contra comenzada la invasión en 2001. Para Lazkanoiturburu, “los talibanes demuestran que lo suyo fue una retirada estratégica. De año en año incrementa sus ofensivas guerrilleras, secundadas por atentados cada vez más espectaculares, incluso en el corazón de Kabul y en el norte del país”.
Apostar a un análisis para lo que sucederá en Afganistán en 2015 es similar a asomarse a la cornisa de un abismo en el que no se ve el fondo. Pero sin dudas la situación afgana es consecuencia directa de la política guerrerista y de injerencia estadounidense. Apoyando a los talibanes en un principio, para luego convertirlo en los enemigos más peligrosos del planeta, la Casa Blanca reproduce un plan sistemático que viene aplicando hace casi 100 años. Y los resultados de ese plan están a la vista, principalmente del pueblo afgano que sufre la invasión todos los días.
LUNES 5 DE ENERO DE 2015 – COMCOSUR
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