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RETOS Y DILEMAS FRENTE A LA CRISIS SISTEMICA

MUMIA:

 

1) Retos y dilemas frente a la crisis sistémica

2) Que Trump no nos tape el bosque

3) ¡Basta de decir que EE.UU. es una nación de inmigrantes!

4) Estigmatización de los pueblos originarios, la nueva estrategia del macrismo

5) La catástrofe ambiental eterna de Argentina que se tragó una fortuna

COMCOSUR / POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 17 / Nº 807 / Miércoles 8 de febrero de 2017 / REVISTA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán

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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra y combatir ese monopolio es una tarea central.” — Emir Sader
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1) Retos y dilemas frente a la crisis sistémica
Víctor Ríos (El Viejo Topo)

El panorama mundial se ha abierto este año con un aumento de las incertidumbres económicas y geopolíticas; en Europa el tamaño de estas es superlativo. La crisis europea adquiere tintes dramáticos. Que la guerra en Ucrania se considere de baja intensidad parece un sarcasmo cuando ha causado ya más de 10.000 muertos desde abril de 2014. En 2016 las violaciones contabilizadas al alto el fuego superan las 143.000, de las que más de 78.000 lo fueron con armas pesadas. Se trata de una guerra silenciada. ¿Y qué decir de la situación de las decenas de miles de demandantes de asilo que siguen acampados en Grecia, Serbia, Turquía…? El fracaso colectivo de la Unión Europea resulta tan estrepitoso cuan vergonzoso.

Otras cuestiones como las amenazas terroristas, el auge de sentimientos de miedo, odio y xenofobia caldo de cultivo del neofascismo, el aumento de la fractura social, el crecimiento de la burbuja especulativa sobre las deudas públicas que amenaza con una nueva crisis financiera y las sombrías expectativas electorales de este año en Francia, Holanda y Alemania, contribuyen a dibujar un horizonte dominado por tendencias poco halagüeñas.

Es un horizonte que inquieta e indigna a millones de ciudadanos en Europa. Muchos de estos están dispuestos a no resignarse, a actuar para contrarrestar los peores augurios, a defender derechos amenazados y a buscar respuestas individuales y colectivas solidarias con los que peor lo están pasando. ¿Cómo fortalecer esta disposición y traducirla en fuerza social, cultural y política que pueda atraer a otros tantos millones de ciudadanos sensibles y deseosos de contribuir al logro de una vida distinta y mejor para ellos y para la mayoría de la sociedad? Responder de modo adecuado y convincente a este interrogante parece cada día más necesario y urgente.

Quizás la respuesta a esta pregunta tiene que ver con dos rasgos que también caracterizan a la actual situación: la ausencia de una alternativa sistémica creíble ante el malestar civilizatorio y la limitada credibilidad de las fuerzas organizadas que pretenden impulsar procesos de transformación ante amplios sectores sociales a los que se aspira a defender, representar y movilizar. Para enfrentar este déficit de credibilidad en ambos aspectos es preciso encarar algunos retos y dilemas en el plano programático, estratégico y político-organizativo.

En el plano programático, se trata de enfrentar el clima cultural según el cual es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, por decirlo con esta gráfica expresión empleada por Jameson y Zizek. La tarea consiste en captar de forma adecuada las transformaciones económicas en curso y los cambios operados en las relaciones sociales y en las representaciones culturales mediante el sistema político-institucional impuesto por el neoliberalismo. La comprensión de que el sistema neoliberal y su modo de operar trasciende con mucho el ámbito de sus políticas económicas es condición para acertar en las preguntas fundamentales y los retos y dilemas a los que dar respuesta en el marco de su crisis actual: vigencia de la contradicción capital-trabajo, presente en formas distintas pero ocupando un lugar central; papel de los Estados-Nación y ámbitos en los que se plantea el ejercicio de su soberanía…

Un buen diagnóstico nos permitiría abordar en mejores condiciones los debates sobre las alternativas programáticas en sus distintas escalas. Valga un ejemplo: el que gira en torno a propuestas como la de la implantación de una Renta Básica Universal y su relación complementaria o contradictoria con otras como el reparto del empleo y el trabajo garantizado. Otro: el de los contenidos y ritmos de una transición energética basada en patrones de sostenibilidad. En el ámbito europeo, el de las alternativas al fracaso tanto de las actuales políticas como del modelo institucional de la Unión Europea. Y en el marco de cada Estado, el de la elaboración de nuevos proyectos de país que tengan en cuenta las respuestas a los dilemas anteriores y las sitúen en propuestas de conjunto y programas de acción consistentes y viables a corto y largo plazo.

Estos retos y dilemas programáticos vienen marcados por una cuestión ineludible: la reflexión sobre la centralidad de la recuperación de una democracia auténtica y de la soberanía popular en los distintos ámbitos territoriales, del local al mundial. Una recuperación cuyas características y contenidos deben abarcar todos los campos: económico, social, político y cultural. Pensar las condiciones para el ejercicio de la soberanía hoy es un primer paso para abordar la reconstrucción de los vínculos sociales y sustanciar el conjunto de una alternativa civilizatoria.

En el plano estratégico, la tarea consiste en la construcción de unas nuevas relaciones de fuerza a partir de una delimitación clara de los espacios y niveles de lucha en el territorio y de los objetivos prioritarios en los campos de batalla cultural, social y político. La definición del carácter de los antagonismos y de las jerarquías entre estos contribuirá a delimitar los polos y los sujetos sociales en confrontación y ayudará a ver en qué medida pueden resultar complementarias o antitéticas las apuestas por “construir clase para sí” o “construir pueblo” planteadas por unos u otros. Lo mismo ocurre con otras viejas dicotomías que siguen presentes, como el papel de la lucha social y del trabajo institucional en la fase actual, o con la concatenación de objetivos de corto, medio y largo plazo para lograr tanto victorias inmediatas como visibilidad y presencia de las metas y horizontes de transformación más globales.

En el plano político-organizativo el reto principal consiste en afinar los instrumentos para la disputa de la hegemonía cultural y para la conformación de un bloque histórico capaz de convertir a la mayoría social en sujeto activo de la construcción de un nuevo orden económico y social. Para ello los instrumentos serán diversos. Uno de ellos es la consolidación de fuerzas políticas capaces de formar parte de la lucha social y cultural y a la vez de conseguir una presencia potente en las instituciones- ayuntamientos, parlamentos, gobiernos nacionales… – para ir dando respuesta a las demandas más inmediatas e ir consiguiendo victorias palpables que preserven o amplíen derechos, mejoren la vida cotidiana de las personas y generen confianza en la posibilidad de lograr los cambios deseados. Una mayoría social con la que hay que contar para conseguir los respaldos necesarios para transformaciones de mayor alcance que precisarán de un apoyo sostenido.

La situación no es la misma en toda Europa. En España existe hoy un extenso y variado tejido de colectivos sociales, iniciativas culturales, asociaciones ciudadanas… que pueden implicarse y aportar experiencias, reflexiones y propuestas a esta causa común. Y en el ámbito político contamos con la presencia de fuerzas organizadas, cada una de ellas inmersa en distintos momentos y procesos de debate y cimentación. La construcción de espacios unitarios a su vez respetuosos de la diversidad de quienes los conforman está a la orden del día.

Para que estos espacios e instrumentos se fortalezcan es preciso que consigan suscitar esperanza y credibilidad. Sabemos que la credibilidad, la confianza, no se gana solo con buenas propuestas programáticas. Se gana –y se pierde- también, con los comportamientos y actitudes de los miembros y dirigentes de dichas fuerzas. Y para ello, nada mejor que predicar con el ejemplo. No podemos olvidar que lo que está en juego es la esperanza y la aspiración de millones de personas a conquistar una vida digna en una sociedad libre, justa y sostenible.

MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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2) Que Trump no nos tape el bosque
Mariano Ciafardini* (Tiempo Argentino)

Desde Hegel por lo menos la dialéctica de la esencia y la apariencia está disponible para todos aquellos que quieran pensar en serio. Este es uno de esos momentos históricos en los que si no se diferencia (y se une a la vez) lo que aparece de lo que Es, resulta prácticamente imposible entender gran cosa.

Lo que aparece hoy en el mundo es Trump, y vaya si aparece. Desde que ganó las elecciones el planeta no deja de hablar de él. En Argentina ha logrado lo imposible: que los medios periodísticos y televisivos levanten, aunque sea de tanto en tanto, la mirada del ombligo vernáculo para hablar algo de política y economía internacional.

Trump aparece en primer lugar como lo que es personalmente: un derechista xenófobo, misógino y racista, de modales brutales, lenguaje poco cuidado y dispuesto a encarar una estrategia poco clara de endurecimiento de su gobierno tanto política como económicamente frente al resto de la humanidad.

Llega con una "aparente" intención de cerrarse en principio a acuerdos de cualquier tipo y, a partir de allí, renegociar punto por punto todo con todos con la supuesta intención de volver a convertir a EEUU en el centro mundial más importante de radicación de establecimientos industriales que exporten al mundo al estilo de los tiempos en los que reinaba el "made in USA".

Con el mismo fin quiere expulsar del territorio estadounidense a la mayor cantidad de inmigrantes posible para reducir la oferta laboral y aumentar las posibilidades de empleo y la calidad del empleo para enormes masas de trabajadores norteamericanos que constituyeron su base electoral. Esto es lo que aparece. Pero no es lo único que aparece (la dialéctica de la esencia y la apariencia da sus frutos si se toman sus términos integralmente y no en forma sesgada).

Aparece también que esta cerrazón hacia el mundo va dirigida a todos sin excepciones. Más allá de las alusiones directas contra China, entendibles porque allí están la mayoría de las empresas "norteamericanas" que quiere re-radicar, lo cierto es que no hay preferencias ideológicas o geográficas ni culturales. De hecho se enfrenta a aliados históricos como los de Europa Occidental y coquetea con enemigos históricos como Rusia. Algo impensable de un presidente norteamericano por lo menos a partir de los últimos cien años.

También aparece, por otro lado, el hecho históricamente inédito de que un presidente de EEUU, habiendo ya ganado las elecciones y hasta asumido el cargo, tiene a toda la gran prensa norteamericana y "occidental" en su contra, con ataques y denuestos sistemáticos, al punto que (desprevenidamente) podría llegar a pensarse el oximoron de que, nada menos que en EEUU, habría ganado un candidato en contra de los intereses de todo el poder mundial occidental, que es el poder al que esos medios responden.

Lo que si es cierto y también aparece es que personajes claramente integrantes de ese poder globalizador financiero imperialista como George Soros están haciendo esfuerzos económicos descomunales en su contra. Además Trump aparece enfrentado con gran parte de los organismos de inteligencia norteamericanos a los que acusa entre otras cosas nada menos que de haber fraguado el 11 S y de haber ayudado a desarrollar el Isis.

Estas son las apariencias. ¿Cuál es la esencia?

La esencia no se “deriva” de las apariencias”, si no estaríamos reincidiendo en el pensamiento aristotélico –moderno, que es el camino fácil y generalizado pero que no conduce más que a tautologías o descripciones de lo ya sabido. Por el contrario, la esencia del asunto es lo que subyace, es el fundamento de lo que aparece, y lo comprende también. Para encontrar la esencia del fenómeno es necesario siempre regresar al todo. Y el todo en este caso es el sistema político-económico global dominante y sus movimientos históricos internos.

Desde este punto de vista no pueden caber dudas de que estamos ante una tremenda contradicción interna del poder mundial capitalista, que dentro de los grandes grupos capitalistas y financieros con origen y punto de referencia en EEUU, Europa Occidental y Japón se han agudizado sustancialmente las contradicciones y amenazan con profundizarse aceleradamente. La última vez que el mundo estuvo en una situación “aparentemente” parecida se sucedieron la primera y la segunda guerras mundiales. Claro que la situación era parecida pero no la misma, sobre todo por los cien años de distancia y la muy distinta estructura política y económica global.

Otro asunto esencial a tener en cuenta es que en el comienzo mismo de la agudización de esta confrontación interimperialista existe, en el escenario mundial, otro polo que no está dentro de la contradicción sino que “aparece” en una posición alternativa, como lo es la alianza ruso-china junto con el Grupo de Cooperación de Shangai, los Brics y el proyecto de la ruta de la seda, todos ámbitos que incluyen a estos dos gigantes con un pasado reciente bastante común y sobre todo bastante distinto del del resto del mundo.

No estamos diciendo que este polo alternativo no tenga contradicciones pero por el momento las mismas no parece que tiendan a agudizarse. Tampoco estamos diciendo que este polo "sur-oriental" esté planteando una alternativa clara anticapitalista. Al menos no es lo que por el momento aparece. Pero es evidente que si lo que representa hoy el punto máximo de desarrollo del capital son los grupos financieros globalizados y las empresas transnacionales asociadas a ellos, este polo o estos varios polos aunados en esta diversidad de lazos de cooperación no son parte de ello.

Frente a este escenario cabe a las fuerzas populares de América Latina tomar nota de la esencia del momento lo que implica en primero término entender (lo que es casi evidente) que en semejante panorama un actor simplemente nacional no tiene expectativa alguna de escapar al tornado global que se avecina y mucho menos de incidir en él. México que está además cerca del ojo del huracán losabe muy bien trágicamente.

La única alternativa y que puede ser además una gran oportunidad histórica es avanzar en la construcción del bloque regional político económico que esté en condiciones de escala que le permitan pararse como un actor más en el turbulento momento histórico y desde allí elegir las alianzas y tratados que convenga a los pueblos del continente como un pueblo único. Las batallas políticas nacionales deben darse con esta consigna como cabeza de la lista y como ordenadora del resto. De otro modo el resto de las reivindicaciones que son muchas y muy importantes se van a ir licuando en el imposibilismo o lo que es peor aún en el posibilismo.

A tal efecto resulta de máxima importancia el gran paso que ha dado recientemente el Foro de San Pablo al elaborar un primer documento de lo que se ha dado en llamar “El Consenso de Nuestra América” una suerte de base para un programa político económico y social de América Latina y el Caribe consensuado por una gran cantidad de partido s populares y de izquierda de la región con invitación a los demás a integrarse al debate. Este puede ser un instrumento para la militancia y la organización que permita salir de los callejones en los que pretende encerrarnos la contraofensiva de la derecha.

Ciafardini es integrante del Instituto Argentino de estudios Geopolíticos (IADEG) y del Observatorio Geopolítico de Conflictos (OGEOC) y analiza el cambio en Estados Unidos y el mundo.

MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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3) ¡Basta de decir que EE.UU. es una nación de inmigrantes!
Roxanne Dunbar-Ortiz (Monthly Review)
Traducido por Silvia Arana

Una nación de inmigrantes: Este es un mito conveniente, que fue elaborado en los años sesenta como una respuesta a los movimientos contra el colonialismo, el neocolonialismo y la supremacía blanca. La clase dominante y su “grupo de cerebros” ofrecieron el multiculturalismo, la diversidad y la acción afirmativa en respuesta a las demandas por la descolonización, la justicia, las reparaciones, la igualdad social, el fin del imperialismo y una nueva narrativa de la historia —que no se limite a ser “inclusiva”— sino que sea verdadera. En reemplazo de la idea liberal del “melting pot” (crisol cultural) y la interpretación triunfalista y nacionalista del "país más grande del mundo y de la historia”, surgió el cuento de la “nación de inmigrantes”.

En la década de 1980, el relato sobre las “olas de inmigrantes” hasta incluía a los pueblos indígenas –que habían sido brutalmente desplazados y asesinados por los colonos y las fuerzas armadas– al aceptar la errónea teoría del “Estrecho de Bering” según la cual la inmigración indígena se produjo unos 12.000 años atrás. Ya entonces se sabía que la fecha era incorrecta, pues había evidencia de presencia indígena en el continente americano desde al menos 50.000 años atrás, y probablemente más tiempo aún, al igual que había también evidencia del ingreso de personas por el Pacífico y del Atlántico —quizás, como Dine Deloria, jr. lo dijo, las huellas de indígenas americanos hacia otros continentes serán reconocidas algún día. Pero, los nuevos textos de historia oficial proclamaron que los pueblos indígenas fueron los “primeros inmigrantes”. Decían también, que luego llegaron los inmigrantes de Inglaterra y África, seguidos por los irlandeses, después los chinos, los europeos del Sur y del Este, los japoneses y los mexicanos. Hubo algunas objeciones de los afroamericanos a que se considerara como “inmigrantes” a los africanos capturados, esclavizados y traídos encadenados a través del océano, pero no le hicieron mella al estribillo de “nación de inmigrantes”.

La tergiversación del proceso de colonización europea de América del Norte, al representar a todos como inmigrantes, sirve para preservar la “historia oficial” de Estados Unidos como un país principalmente benigno y benévolo, y para enmascarar el hecho de que los colonos del periodo anterior a la Independencia eran exactamente eso, colonos, como lo fueron en África e India, o como los españoles en América Central y Sudamérica. Desde su origen, Estados Unidos fue fundado como un país de colonos, y como un imperio (“destino manifiesto”, por supuesto). Los colonos eran ingleses, galeses, escoceses, irlandeses de origen escocés y alemanes, sin incluir a los numerosos africanos que no eran colonos. El otro grupo de europeos que llegó a las colonias, y cuyos integrantes no fueron ni colonos ni inmigrantes fueron los pobres, los convictos, los sometidos a la servidumbre (indentured servants), los secuestrados de la clase trabajadora (vagabundos y artesanos desocupados), como lo definió Peter Linebaugh; muchos de los cuales optaron por unirse a las comunidades indígenas.

Solo a principios de la década de 1840 comenzó lo que podría llamarse “inmigración” con la llegada de millones de católicos irlandeses empujados fuera de Irlanda por las políticas británicas. Los irlandeses fueron discriminados por ser mano de obra barata, no por colonos. Después de ellos vino el flujo de otros trabajadores de Escandinavia, Europa del Este y del Sur, más irlandeses, además de chinos y japoneses, aunque pronto el país prohibió la inmigración de Asia. Recién en 1875 se promulgaron las primeras leyes de inmigración, cuando la Corte Suprema de Justicia de EE.UU. declaró que la regulación de la inmigración era responsabilidad del gobierno federal. En 1891 se creó el Servicio de Inmigración.

Sepultado por toneladas de propaganda —desde el desembarco de los “peregrinos” ingleses (evangélico-cristiano-protestantes fanáticos) hasta el increíblemente popular “El último de los mohicanos” de Fenimore Cooper que esgrimió “derechos naturales” no solo sobre los territorios indígenas sino también sobre los territorios reclamados por otros poderes europeos— reside el hecho de que la fundación de Estados Unidos fue una división del Imperio anglosajón, y que EE.UU. se transformó en un imperio paralelo a Gran Bretaña. Desde el principio, como quedó especificado en la Ordenanza del Noroeste que precedió a la Constitución de EE.UU., la “nueva república hacia el imperio” —como llamó Jefferson a Estados Unidos— visualizó su forma futura, lo que hoy son los 48 estados contiguos del país. Trazaron mapas rudimentarios, especificando que el primer territorio a conquistar sería el “Territorio Noroeste”, de ahí el nombre de la ordenanza. Ese territorio era el valle de Ohio y la región de los Grandes Lagos, que estaba poblada por comunidades campesinas indígenas.

Una vez implementada la conquista del “Territorio Noroeste” mediante una combinación de campañas militares genocidas, asentamientos de colonos europeos traídos del este y el desplazamiento de los pueblos indígenas hacia el sur y al norte (adonde fueron buscando protección en otros territorios indígenas), la “república hacia el imperio” anexó la Florida española. Allí los esclavos africanos fugitivos y los remanentes de las comunidades indígenas que habían escapado de la matanza de Ohio resistieron luchando en tres guerras principales (Guerras Seminole) durante más de dos décadas. En 1828 el presidente Andrew Jackson (que como general había dirigido las Guerras Seminole) usó el Acta de Desplazamiento de los Indígenas para forzar a las naciones campesinas indígenas del Sudeste —desde Georgia hasta el río Mississippi— a abandonar sus territorios y trasladarse a Oklahoma, que había sido conseguido con la “Compra de Louisiana” a Francia. Los colonos anglosajones con los africanos esclavizados ocuparon los campos de agricultura que el gobierno les había quitado a los indígenas en la región del Sur. Muchos se trasladaron a la provincia mexicana de Texas —luego vino la invasión militar estadounidense de México en 1846, en la que el ejército de EE.UU. tomó la ciudad de México y forzó a este país a cederle toda su mitad norte, con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). A partir de entonces, California, Arizona, Nuevo México, Colorado, Utah y Texas quedaron disponibles para el asentamiento “legal” de colonos anglosajones. También se legalizó a aquellos colonos que habían establecido asentamientos ilegales y con el uso de la fuerza previo al tratado. Durante los siguientes 40 años, las comunidades de mexicanos pobres y de indígenas, como apaches, navajos y comanches, que vivían en el territorio ocupado resistieron la colonización, como habían resistido anteriormente al imperio español, a menudo con la fuerza de las armas. En cambio, la pequeña clase de la élite hispana le dio la bienvenida a la ocupación y colaboró con Estados Unidos.

¿Es apropiado usar el término “inmigrante” para denominar a los pueblos indígenas de América del Norte? No.
¿Es apropiado usar el término “inmigrante” para denominar a los africanos esclavizados? No.
¿Es apropiado usar el término “inmigrante” para denominar a los primeros colonos europeos? No.
¿Es apropiado usar el término “inmigrante” para denominar a los mexicanos que migran para trabajar en Estados Unidos? No.
Son trabajadores migrantes que cruzan una frontera trazada por el ejército de Estados Unidos usando la fuerza. Muchos de los cruzan esa frontera hoy en día provienen de América Central, de pequeños países devastados por la intervención militar de EE.UU. en la década de 1980, y que también tienen derecho a hacer reclamos en Estados Unidos.
Entonces, basta de decir que “esta es una nación de inmigrantes”.

Roxanne Dunbar-Ortiz tiene una larga experiencia como activista, profesora universitaria y escritora. Además de libros y artículos académicos, ha escrito tres memorias históricas: Red Dirt: Growing Up Okie (Verso, 1997), Outlaw Woman: Memoir of the War Years, 1960–1975 (City Lights, 2002), y Blood on the Border: A Memoir of the Contra War (South End Press, 2005) sobre la guerra de la Contra en los años 80 contra los Sandinistas.

MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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4) Estigmatización de los pueblos originarios, la nueva estrategia del macrismo
José López Mercao (Caras y Caretas)

La brutal represión al pueblo mapuche en la provincia de Chubut se enmarca en la concepción del Departamento de Estado de considerar las reivindicaciones de los pueblos autóctonos como una de las nuevas amenazas regionales.

En la actualidad, el pueblo mapuche consta de 1.700.000 integrantes, diseminados en todo el territorio chileno y en el centro y el sur de Argentina. La reivindicación de su legado cultural y de las tierras que originalmente le pertenecieron se exacerbó luego de la llamada Conquista del Desierto, una operativa de saqueo financiada por empresas británicas. Del lado chileno, la invasión conocida como “Pacificación de la Araucaría”, tuvo idénticos propósitos.

Antes de esa “limpieza étnica” (que abarcó a pueblos afines a los mapuches, como los pehuenches, ranqueles y tehuelches, entre otros), los mapas ni siquiera registraban a esos territorios como parte del dominio territorial de Argentina y Chile. Al sur de los ríos Negro y Bío Bío, se admitía que el territorio era de los pueblos originarios, lo que incluso había sido ratificado mediante tratados.

El impacto de la conquista dividió al pueblo mapuche, que quedó separado a ambos lados de la cordillera, lo que terminó con su expansión por las pampas. Resintió su cultura y su lengua, y el Estado argentino declaró “tierras baldías” a las inmensas superficies apropiadas. Por añadidura, un pueblo que vivía de la caza, la recolección y la ganadería fue dispersado y reducido a la agricultura en pequeñas superficies de tierra.

El grueso de la población autóctona fue mano de obra barata de los nuevos latifundistas, dueños de obrajes madereros o azucareros. O simplemente fue reducido al trabajo esclavo. Todo eso en una zona que abarca 30% del territorio argentino, unos 780.000 kilómetros cuadrados en cuyo subsuelo se encuentran 80% de las reservas petroleras del país, abundantes recursos hídricos, diversidad de flora y fauna, y lugares que aún pueden considerarse vírgenes.

Durante casi un siglo, la situación permaneció inalterada en lo que refiere a la postergación del pueblo mapuche, cada vez más empujado hacia el sur y cada vez más disgregado.

La ruptura de los 90

En 1991, durante el primer menemismo, se produjo un cambio de signo aun más regresivo: la propiedad de la tierra se concentró en consorcios extranjeros, entre los cuales sobresalía el grupo Benetton, que, por medio de The Argentine Southern Land Company Limited (o Compañía de Tierras del Sud Argentino), adquirió 9% de las mejores tierras de la región patagónica. Un total de 900.000 hectáreas entre las provincias de Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Chubut.

Si bien Benetton encabeza la nómina, no es el único que ha comenzado a monopolizar las tierras patagónicas. Por ejemplo, el grupo malayo Wallbroock controla 480.0000 hectáreas en la provincia de Mendoza; otros propietarios de enormes extensiones de tierra en la Patagonia son los magnates estadounidenses Douglas Tompkins, Ted Turner (fundador de CNN) y Ward Lay (dueño de la firma Lay’s y director de Pepsi Cola), y el conocido empresario argentino Marcelo Tinelli.

Las políticas desarrolladas por estos grupos comenzaron a generar la disconformidad de los pobladores locales, en particular de los mapuches. Dedicado principalmente a la cría de ovinos, con los que alimenta su imperio de la vestimenta, Benetton no se limitó a ese rubro: comenzó a explotar la soja y sus derivados, los recursos mineros y petroleros, y las reservas acuíferas. De arranque, despidió a 50% del personal que trabajaba en los establecimientos que adquirió y adoptó medidas duras de expulsión de los comuneros mapuches asentados en esas tierras, a las que reclaman como suyas. Fue precisamente en una de las comunidades mapuches que se desarrollaron los hechos del 10 y el 11 de enero.

La masacre de Lof Cushamen

En la provincia de Chubut, Benetton administra la estancia Leleque, de 96.000 hectáreas. En su interior, en el departamento de Chuskamen, habita una comunidad mapuche (Santa Rosa-Lequelén o Lof Cushamen) que reivindica su soberanía sobre el territorio que ocupa. Esta comunidad fue creciendo durante décadas, con mapuches que desertaban del trabajo esclavo o, más tempranamente, de los campos de concentración de Valcheta y Chinchinales. Desestimando los reclamos de la comunidad, Luciano Benetton tendió una línea férrea por la que transita La Trochita, un tren que ofrece recorridos turísticos y atraviesa territorios de la comunidad, en el tramo comprendido entre El Maitén y Esquel. En tanto el contencioso sobre la propiedad de la tierra se sustancia en la Justicia, la comunidad reclamó que se le avisara cuando el tren estuviera operativo en ese tramo. El reclamo fue desestimado.

Ante eso, el Movimiento de Resistencia Ancestral Mapuche bloqueó con ramas y maderos el paso del tren, lo que motivó que el martes 10 de enero, a las 6.00, más de 200 efectivos de la Gendarmería Nacional y de la Policía Provincial, pertrechados con vehículos blindados, helicópteros y drones, irrumpieran en las viviendas de los mapuches, disparando balas de goma, golpeando a los pobladores, incluidas mujeres y niños, destrozando sus pertenencias y llevando detenida a una docena de comuneros. Otros, seriamente lastimados, debieron permanecer siete horas en una ambulancia antes de ser trasladados al hospital provincial.

Al día siguiente, la agresión se repitió, esta vez sin orden judicial y en horas de la noche. En lugar de balas de goma, los esbirros utilizaron armas largas e hirieron de gravedad a uno de sus integrantes, que fue internado en el hospital de Bariloche, frente al cual se reunieron en señal de protesta más de 5.000 personas.

En tanto, el gobernador de Chubut, Mario Das Neves, responsabilizó de la masacre a los mapuches y al juez federal Guido Otranto, “que fue el que mandó a reprimir” la protesta mapuche. Para la opinión pública nacional no resultó convincente. Menos aun en el plano provincial.

Detrás de la cordillera

Del otro lado de la cordillera, la represión a la comunidad de Lof Cushamen tuvo profundas repercusiones: unificó a la comunidad mapuche, que está más dispersa que la argentina, pese a ser más numerosa. En el país trasandino, la represión a los pobladores originarios tiene distinta configuración y viene manteniendo una fuerte presión, sostenida por la Ley Antiterrorista, que Michelle Bachelet prometió derogar, pero no cumplió.

El equivalente a la ocupación de territorios mapuches en suelo argentino está siendo motorizado por los grandes consorcios forestales y energéticos y la persistencia de la presión estatal ha llevado a una pérdida acelerada de componentes culturales, incluso de la propia lengua (mapugundún o habla de la tierra). La brutal represión de sus hermanos en Chubut galvanizó una resistencia y una fraternidad étnica que se manifestó de manera multitudinaria en concentraciones en distintas regiones chilenas, y cobró visibilidad un movimiento que estaba en retroceso.

Pero, al margen de esas consideraciones, llama la atención la saña con que el macrismo está reprimiendo a minorías étnicas marginadas, empobrecidas y con escaso peso en la centralidad de la sociedad argentina. Si en el extremo sur el furor represivo se ha desatado contra los mapuches, en el norte sucede algo análogo con los pueblos autóctonos, cuyo paradigma es la líder Milagro Sala, de raíces indígenas y líder de la Organización Barrial Tupac Amaru, movimiento político que nuclea a los sectores más pobres y a los pueblos autóctonos en la provincia de Jujuy. Hace más de un año que la dirigente popular está encarcelada sin condena, situación que al día de hoy se mantiene inalterada.

El periodista Horacio Verbitsky encuentra una explicación al fenómeno en las directivas que provienen de Estados Unidos, que considera a los movimientos indigenistas una de las nuevas amenazas regionales. Eso explicaría que el Ministerio de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri no considere las reivindicaciones de los pueblos originarios un derecho constitucional, sino un delito federal.

MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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5) La catástrofe ambiental eterna de Argentina que se tragó una fortuna
Daniel Gutman (IPS)

¿Es posible invertir 5.200 millones de dólares para revertir la contaminación de un río de apenas 64 kilómetros de extensión y prácticamente no obtener resultados? Argentina está demostrando que sí.

Esa cifra es la que, según reconoció el gobierno a fines de 2016 a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el Estado ha destinado desde julio de 2008 a la recuperación del Riachuelo, el río que bordea la ciudad de Buenos Aires por el sur y que ha sido señalado como uno de los peores ejemplos de contaminación industrial en América Latina y en el mundo.

Sin embargo, la situación sigue siendo en esencia la misma que desde mediados del Siglo XIX, cuando las crónicas ya describían el estado de putrefacción de este curso de agua. Hoy se estima que unas ocho millones de personas viven en la cuenca, en grave emergencia sanitaria y ambiental. “El Riachuelo sigue cumpliendo la misma función de desagote de las actividades económicas y humanas de la Ciudad de Buenos Aires y gran parte del Conurbano, como en los últimos 200 años”, se lee en un informe de más de 200 páginas al que tuvo acceso a IPS y que la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar), el organismo oficial encargado de su limpieza, presentó a la Corte Suprema el 30 de noviembre.

“No solo está altamente contaminado, sino que se lo sigue contaminando”, agrega el documento, que precisa que actualmente se están arrojando a las aguas unas 90.000 toneladas anuales de metales pesados y otras sustancias perjudiciales. Con el nombre de Matanza, el río nace en la provincia de Buenos Aires, recorre 14 municipios y luego marca el límite sur de la capital argentina, ya con la denominación Riachuelo, hasta su desembocadura en el Río de La Plata, muy cerca del famoso estadio de fútbol de Boca Juniors.

Sus orillas comenzaron en la época de la colonia española a recibir saladeros en los que se procesaba carne de mulas u ovejas y curtiembres donde se trabajaba con la piel de vacas. Lanzar los deshechos al río se convirtió en una práctica habitual que lo transformó en una verdadera cloaca a cielo abierto y continuó con industrias más modernas, como plantas petroquímicas y frigoríficos.

En las últimas décadas abundaron las promesas oficiales de limpiar el Riachuelo. La que los argentinos quizás más recuerden es la de María Julia Alsogaray, secretaria de Ambiente del entonces presidente Carlos Menem (1989-1999), quien anunció que lo haría en solo 1.000 días. Entusiasmado, el propio Menem dijo que, una vez terminada la tarea, él nadaría en el Riachuelo.

Finalmente, el río siguió siendo un foco de enfermedades para la población, Menem se abstuvo de nadar para cuidar su salud y Alsogaray terminó presa por hechos de corrupción. Parecía que esta historia podía comenzar a cambiar en julio de 2008. O eso creyó la comunidad ambientalista argentina, que en ese momento calificó de manera unánime como “histórica” la sentencia de la Corte Suprema que ordenó entonces a las autoridades nacionales, provinciales y de la capital que limpiaran el Riachuelo.

La resolución se basó en un artículo incorporado a la Constitución Nacional en 1994, que garantiza a todos los habitantes del país a vivir “en un ambiente sano”. Sin embargo, los escasos avances que se hicieron en estos años quedaron crudamente expuestos en la audiencia realizada el 30 de noviembre ante la Corte Suprema.

Ese día no ocultó su disgusto el presidente del máximo tribunal, Ricardo Lorenzetti, quien es un especialista en ecología y el año pasado fue distinguido por la Organización de Estados Americanos (OEA) como embajador de Buena Voluntad para la Justicia Ambiental. Durante esa audiencia, la directora operativa de la Acumar, Gabriela Seijo, dijo que, por ejemplo, hasta ahora se han construido solo 3.147 de las 17.771 viviendas que se habían planeado para trasladar a las familias que viven con mayor exposición a la contaminación. “Si seguimos al mismo ritmo, vamos a terminar en 2036”, afirmó.

Ante este escenario, el ministro de Ambiente y de Desarrollo Sustentable, el rabino Sergio Bergman intentó volcar las responsabilidades sobre los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007), que era presidente cuando se creó la Acumar, y su viuda y sucesora, Cristina Fernández (2007-2015), la mandataria cuando la Corte emitió su sentencia. “El estado que encontramos fue desolador. No solamente porque el Riachuelo estaba degradado y contaminado igual o peor que en la época de la sentencia, sino que también la herramienta para sanearlo, la Acumar, no estaba en condiciones de poder cumplir la orden judicial”, dijo Bergman a la Corte.

Sin embargo, el gobierno de Mauricio Macri, en el poder desde diciembre de 2015, y el propio Bergman ya cumplieron el primer año de gestión y no lograron avanzar en los objetivos de la Acumar, un organismo que tiene 900 empleados, muchos de ellos incorporados durante 2016. Según se informó, ha realizado 34.759 inspecciones a industrias y ha realizado 57 clausuras, pero todas ellas han sido de escasa duración y no han tenido un impacto ambiental relevante. Según datos de la Acumar, actualmente viven en la cuenca seis millones de personas, al menos 10 por ciento en unos 60 asentamientos precarios.

“Es cierto que la gestión de la Acumar nunca fue buena. Pero este último año ha sido el más desastroso de todos. Tanto fue así que su presidente ni siquiera se presentó a la audiencia ante la Corte Suprema”, dijo a IPS el abogado Andrés Napoli, presidente de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), una de las cinco organizaciones no gubernamentales designadas por la Corte Suprema para controlar el cumplimiento de la sentencia.

Efectivamente, Torti no concurrió a la audiencia de noviembre y, pocos días después de la desafortunada presentación de otros funcionarios del organismo, presentó su renuncia. El presidente Macri nombró en su reemplazo a la hasta entonces diputada Gladys González, de la gobernante coalición de centroderecha Cambiemos, a quien no se le conocen antecedentes en materia ambiental.

Napoli detalló que, luego de la audiencia, presentó a la Acumar un pedido de informes para que explique en qué se gastaron los 5.200 millones de dólares y anunció que, si la respuesta no es satisfactoria, introducirá una denuncia penal para que se investiguen posibles hechos de corrupción. “Apenas se han limpiado un poco las márgenes del río y se han retirado mucho de los barcos que estaban hundidos desde hace décadas”, afirmó a IPS el diplomático Raúl Estrada Oyuela, miembro de la Asociación de La Boca, el emblemático barrio de Buenos Aires donde el Riachuelo confluye con el Río de La Plata.

“Pero no hay voluntad de atacar el problema central, que es la contaminación del agua, el suelo y el aire, porque eso implicaría tocar los intereses de las industrias, que por supuesto se verían obligadas a hacer inversiones importantes si se las forzara a reconvertirse a un sistema de producción limpia”, dijo Estrada, con prestigio internacional en temas ambientales y quien fue el presidente del comité que en 1997 dio vida al Protocolo de Kioto sobre cambio climático.

Editado por Estrella Gutiérrez

MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO DE 2017 – COMCOSUR
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