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NUEVOS COLONIALISMOS Y CRISIS DE LOS VALORES DE IZQUIERDA

1) Nuevos colonialismos y crisis de los valores de izquierda –
2) La masacre de Ankara y el Estado como asesino en serie en la Turquía de Erdogan –
3) Libia: la guerra olvidada de tuaregs y tubúes –
4) ¿Por qué Occidente guarda silencio sobre la guerra de Yemen? –
5) El tercero de la foto –
COMCOSUR — POR LA VOZ DE MUMIA ABU JAMAL / AÑO 15 / Nº 741 / Lunes 19 de Octubre de 2015 / REVISTA SEMANAL DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS / Producción: Andrés Capelán – Coordinación: Carlos Casares

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“Vivimos en la mentira del silencio. Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca. Eso lo hacen quienes tienen el monopolio de la palabra. Y el combatir ese monopolio es central.” — Emir Sader
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1) Nuevos colonialismos y crisis de los valores de izquierda
Raúl Zibechi (La Jornada)

Cuando la visibilidad es mínima porque poderosas tormentas nublan la percepción de la realidad, puede ser conveniente levantar la mirada, trepar laderas para buscar puntos de observación más amplios, para discernir el contexto en que nos movemos. En estos momentos, cuando el mundo está atravesado por múltiples contradicciones e intereses, es urgente aguzar los sentidos para mirar lejos y adentro.

Tiempos de confusión en los que naufraga la ética, desaparecen los puntos de referencia elementales y se instala algo así como un vale todo, que permite apoyar cualquier causa siempre que vaya contra el enemigo mayor, más allá de toda consideración de principios y valores. Atajos que conducen a callejones sin salida, como emparejar a Putin con Lenin, por poner un ejemplo casi de moda.

La intervención rusa en Siria es un acto neocolonial, que coloca a Rusia en el mismo lado de la historia que Estados Unidos, Francia e Inglaterra. No existen colonialismos buenos, emancipadores. Por más que la intervención rusa se justifique con el argumento de frenar al Estado Islámico y la ofensiva imperial en la región, no es más que una acción simétrica a la que se condena usando idénticos métodos y similares argumentos.

La pregunta que considero central es: ¿Por qué desde las izquierdas latinoamericanas se levantan voces en apoyo de Putin? Es evidente que muchos han colocado sus esperanzas en un mundo mejor, en la intervención de grandes potencias como China y Rusia, con la esperanza de que frenen o derroten a las potencias aún hegemónicas. Es comprensible, en vista de las fechorías que Washington comete en nuestra región. Pero es un error estratégico y un desvío ético.

Quisiera iluminar esta coyuntura, especialmente crítica, apelando a un documento histórico: la carta a Maurice Thorez (secretario general del Partido Comunista Francés), escrita en octubre de 1956 por Aimé Césaire. El texto nació en uno de los recodos de la historia, poco después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, donde se denunciaron los crímenes del estalinismo; el mismo mes del levantamiento del pueblo húngaro contra el régimen burocrático pro-ruso (con un saldo de miles de muertos) y de la agresión colonial contra Egipto por la nacionalización del canal de Suez.

Césaire renunciaba al partido luego de un bochornoso congreso en el que la dirección fue incapaz de la menor autocrítica ante la revelación de crímenes que, en los hechos, estaba apoyando. Nació en Martinica, al igual que Frantz Fanon, del que fue maestro en la secundaria. Fue poeta y fundador del movimiento de la negritud en la década de 1930. En 1950 escribió Discurso sobre el colonialismo, de gran impacto en las comunidades negras. Su carta a Thorez fue, en palabras de Immanuel Wallerstein, el documento que mejor explicó y expresó el distanciamiento entre el movimiento comunista mundial y los diversos movimientos de liberación nacional (en Discurso sobre el colonialismo, Akal, p. 8).

Encuentro tres cuestiones en su carta que iluminan la crisis de los valores de izquierda por la que atravesamos.

La primera es la falta de voluntad para romper con el estalinismo. Césaire se revuelve contra el relativismo ético que pretende conjurar los crímenes del estalinismo con alguna frase mecánica. Como ese latiguillo que se repite una y otra vez, diciendo que Stalin cometió errores. Asesinar millones no es un error, aunque se mate en nombre de una supuesta causa justa.

La mayor parte de las izquierdas no hicieron un balance serio, autocrítico, del estalinismo que, como se ha escrito en estas páginas, va mucho más allá de la figura de Stalin. Lo que dio vida al estalinismo es un modelo de sociedad centrado en el Estado y en el poder de una burocracia que deviene burguesía de Estado, que controla los medios de producción. Se sigue apostando a un socialismo que repite aquel viejo y caduco modelo de centralización de los medios de producción.

La segunda es que las luchas de los oprimidos no pueden ser tratadas, dice Césaire, como parte de un conjunto más importante, porque existe una singularidad de nuestros problemas que no se reducen a ningún otro problema. La lucha contra el racismo, dice, es de una naturaleza muy distinta a la lucha del obrero francés contra el capitalismo francés, y no puede considerarse un fragmento de esta lucha.

En este punto, las luchas anticolonial y antipatriarcal tocan las mismas fibras. Estas fuerzas se marchitarían en organizaciones que no les sean propias, hechas para ellos, hechas por ellos y adaptadas a objetivos que sólo ellos pueden determinar. Aún hoy hay quienes no comprenden que las mujeres necesitan sus propios espacios, como todos los pueblos oprimidos.

Se trata, afirma Césaire, de no confundir alianza y subordinación, algo muy frecuente cuando los partidos de izquierda pretenden asimilar las demandas de los diversos abajos a una causa única, mediante la sacrosanta unidad que no hace más que homogeneizar las diferencias, instalando nuevas opresiones.

La tercera cuestión que ilumina la carta de Césaire, de rabiosa actualidad, se relaciona con el universalismo. O sea, con la construcción de universales no eurocéntricos, en los cuales la totalidad no se imponga sobre las diversidades. “Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo ‘universal’”.

Aún estamos lejos de construir un universal depositario de todo lo particular, que suponga la profundización y coexistencia de todos los particulares, como escribió Césaire seis décadas atrás.

Quienes apuestan por poderes simétricos a los existentes, excluyentes y hegemónicos, pero de izquierda; quienes oponen a las bombas malas de los yanquis las bombas buenas de los rusos, siguen el camino trazado por el estalinismo de hacer tabla rasa con el pasado y con las diferencias, en vez de trabajar por algo diferente, por un mundo donde quepan muchos mundos.

LUNES 19 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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2) La masacre de Ankara y el Estado como asesino en serie en la Turquía de Erdogan
Emrah Yildiz (Jadaliyya.com)
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Poco después de que las noticias sobre la masacre de Ankara empezaran a circular en las redes sociales, apareció un video que mostraba el momento mismo de la primera explosión con un primer plano de un grupo de jóvenes participantes en la manifestación por la paz en alineación halay. Los manifestantes estaban cantando y bailando el famoso himno “Pancartas en sus manos” (1) de Ruhi Su, compuesto para conmemorar la sangrienta fecha del 1 de Mayo en 1977, cuando en la Plaza Taksim se celebraba la Fiesta del Trabajo y al menos 42 personas fueron asesinadas y más de 120 resultaron heridas.

Cuando en el video se ve que estalla la primera bomba, el grupo en halay está a punto de pronunciar aquellas famosas líneas “esta plaza es una plaza sangrienta”. Las bombas no permiten que la elegía continúe. La policía que llega después no permite que la elegía continúe. Los comunicados de prensa posteriores no permiten que la elegía continúe. Como Selahattin Demirtas, el copresidente del Partido Democrático Popular sostiene, los perpetradores de la masacre de Ankara, por comisión y omisión, serán llevados ante la justicia y el Estado de Erdogan será declarado asesino en serie, porque así es como se comporta tanto a nivel interno como regional. Y la elegía de Ruhi Su se cantará hasta completarse desde el principio.

Con la imposición de un apagón informativo en todo lo referente a la masacre de Ankara, Erdogan y el gobierno títere de Davutoglu podrían estar planeando otro plan astuto para manejar esta atrocidad. Me uno sencillamente a las decenas de miles de personas que en las calles de Turquía exigen que Erdogan y su entorno rindan cuentas por la mayor masacre perpetrada contra un grupo de manifestantes pacíficos en la moderna historia de Turquía.

Es precisamente a la gente común de Turquía a la que están hiriendo y son ellos los que exigen justicia frente a las ejecuciones mafiosas sin ley de kurdos, alevíes, izquierdistas y cualquier otra facción disidente que se identifique y se una en oposición frente a un régimen autoritario cada vez más inhumano y criminal. Y, contra viento y marea, quieren la paz. Si estas personas piden la paz a pesar de todo lo que ha ocurrido, este llamamiento se merece una respuesta de solidaridad y cobertura crítica, especialmente en los medios de lengua inglesa. Y hay que denunciar al Estado turco, a la luz de las seis masacres de proporciones masivas en el curso de su “gobierno”, por lo que es: un asesino criminal en serie. Desde las elecciones del 7 de junio, la cifra total de víctimas en Turquía es de 694 personas.

Antes que nada, con este artículo quiero informar sobre la masacre de Ankara en Turquía tan de inmediato como sea posible. Mi segundo objetivo es analítico, tomando muy en serio la acertada descripción de Selahattin Demirtas, considero que el Estado en la Turquía de Erdogan es un asesino en serie, la expresión que mejor capta otra parte subcontratada del Estado turco. He explorado anteriormente el Estado-corporativo y su externalización y subcontratación del capitalismo en Turquía en el contexto de la masacre de Soma.

Ante la masacre de Suruç y ahora de Ankara, quiero aquí insistir en que el Estado corporativo bajo Erdogan no sólo depende de un capitalismo subcontratado, sino también de una gobernabilidad y soberanía subcontratada, al igual que subcontrata la práctica misma de la violencia a grupos de terceros en su propio territorio y les apoya logísticamente fuera de él, ya sea fascistas-nacionalistas o fascistas islamistas. Perpetrar esas masacres a una escala tan masiva y crear las condiciones para que se pueda atacar directamente a sus ciudadanos de a pie, aunque utilizando sus derechos básicos de reunión para pedir la paz (!), no puede ser ya un método de gobierno en la Turquía de Erdogan.

Este Estado subcontratado debe cesar en sus prácticas sin escrúpulos y en la desregulación no sólo de la seguridad laboral en la economía, sino también de la seguridad pública de toda su ciudadanía. Se trata de la doble fabricación e implantación violentas de la precariedad en el ámbito de la economía y de la marginalidad dentro de la política que alimenta el Estado de atrocidades de Erdogan. Por ello, la utilización de término “fascista” como calificativo de este Estado en su coyuntura actual no es ninguna exageración.

Cuando escribí este artículo inmediatamente después de la masacre de Ankara, había más de 500 civiles heridos, algunos en situación grave. La cifra de muertos ha aumentado desde los 86 de las primeras noticias del sábado a los 128 del domingo durante la redacción de este escrito. Se habían reunido por iniciativa de un grupo de sindicatos de trabajadores (KESK y DISK) y organizaciones laborales, para pedir la inmediata reanudación de las conversaciones de paz entre el ala armada del Movimiento de Liberación Kurdo y el Estado kurdo.

Se habían reunido en aras del “Trabajo, Paz y Democracia”, lema decidido para el encuentro. Pedían el fin inmediato de la sistemática violencia de Estado que puso pueblos y ciudades enteros bajo toque de queda militar en el Kurdistán turco durante los últimos dos meses. Las explosiones se produjeron sólo horas antes de que se propagara la noticia de que el PKK-KCK estaba acabando de preparar un plan de inacción (“eylemsizlik”, en turco), que llevó eficazmente a un alto el fuego.

Sin embargo, otro día marcado por otra nueva masacre en Turquía: 10 de octubre de 2015. Dos bombas gemelas, sincronizadas, metidas de contrabando por dos suicidas-bomba en una manifestación por la paz, cerca de la estación central de trenes en su capital, se llevaron más de 128 vidas. Fueron las 128 vidas de las personas más valientes y generosas de entre los trabajadores, representantes sindicales y estudiantes universitarios, representantes y simpatizantes del HDP, que querían hacer un llamamiento solidario por la paz y el compromiso político frente a la retórica y el belicismo visceral que en los últimos meses se ha derramado sobre el Kurdistán turco y el resto del secuestrado país.

A pesar del entorno letal de linchamiento y pogromos que se ha convertido de nuevo en la realidad diaria de los ciudadanos kurdos de Turquía, estaban allí para pedir la paz y el fin de la violencia. Por tanto, permítanme reiterar algo que se ha convertido ya en uno de los eslóganes de protesta inmediatamente después de la masacre de Ankara: “Sabemos quiénes son los asesinos. ¡Y vamos a resistir frente a los ataques y masacres fascistas!”.

Los testigos han informado de que las fuerzas policiales, ausentes en el momento de la explosión, llegaron inmediatamente después de las explosiones. Estaban allí antes de que lo hicieran las ambulancias. Sin embargo, en vez de ayudar a las víctimas, la policía decidió atacar a los que ayudaban a los heridos utilizando gases lacrimógenos y agua a presión, y negándose a crear un corredor para que los trabajadores sanitarios pudieran llegar hasta el escenario de la masacre y ayudar a quienes necesitaban atención médica, que eran la mayoría. Esa es la principal razón de que se tema que la cifra de fallecidos aumente en las próximas horas y días.

Quiero aclarar que hay una masa crítica en Turquía que hace esas mismas conexiones. La forma en que ha estado circulando el testimonio de un superviviente de la masacre, ha sido aceptado por los demás, podría ser un buen ejemplo. Ayhan Benli, el superviviente, escribió en su cuenta en las redes sociales: “Hoy hemos sobrevivido [a la masacre] a sólo diez metros de la explosión. No sé si dar gracias por haberme salvado o llorar a los que han muerto. Pero sí tengo algo muy claro.

La forma en que la policía disparó los botes de gases lacrimógenos contra nosotros mientras me encontraba presionando una herida para parar la hemorragia de una persona herida que yacía junto a mí, y la forma en la que la policía golpeó a la camarada que estaba a mi lado con su porra… Eso sé que no voy a olvidarlo. Vosotros tampoco lo olvidéis”. Al igual que el eslogan aparecido inmediatamente después de la masacre de Roboski, las personas que se sintieron enfurecidas por la masacre de Ankara pidieron que se llevara ante la justicia a los responsables de la misma proclamando: “Si olvidamos, nuestros corazones se secarán”.

Echando un poco más de sal en la herida, el gobierno de Davutoglu hizo unas declaraciones de prensa de treinta minutos de duración después de los ataques dedicadas a amenazar a los dirigentes del HDP y sus bases. No hubo en esas declaraciones condena alguna de las células afiliadas al ISIS. Al contrario, el primer ministro Davutoglu hizo público que el gobierno había emitido una orden judicial prohibiendo la producción, propagación y circulación de cualquier noticia, informe o análisis sobre la masacre de Ankara en los medios visuales, impresos y redes sociales turcos mientras se llevaba a cabo la investigación criminal.

Es en el contexto de ese bloqueo informativo sancionado por el Estado, y agresivamente impuesto, sobre la masacre de Ankara por lo que escribo este artículo. Es simplemente un artículo ifsha [de denuncia] para desafiar a los verdaderos criminales: el gobierno profundamente incompetente de Davutoglu bajo control sultánico del presidente Erdogan. Hay que llevar de inmediato ante la justicia al Estado turco con sus actos criminales. Y los responsables deberán rendir cuentas.

Durante su visita a la sede del KESK para ofrecer sus condolencias a quienes han perdido a sus seres queridos, camaradas, amigos y familiares, el copresidente del HDP Selahattin Demirtas declaró que se llevará a cabo un esfuerzo concertado para organizar un funeral y enterramiento colectivo de todos los masacrados en Ankara tan pronto como sea posible. Esta declaración se produjo después de su descripción de la masacre en el diario turco Cumhuriyet.

Si uno de los elementos constitutivos del Estado de Erdogan es la modalidad especulativa, subcontratada y desregulada de administrar la “economía”, la otra es la intensificación de la violencia dirigida contra los kurdos y cualquier otra fuerza de la oposición dentro y fuera de sus fronteras, mientras que a nivel nacional la misma seguridad política está desregulada, haciendo que algunas reuniones políticas se conviertan en claros objetivos de ataques fascistas como el de Ankara. El histórico discurso de Demirtas, al que se puede acceder aquí a su versión en inglés, atestigua el hecho de que Erdogan no está muy lejos de Asad al permitir que los extremistas maten a los participantes en las manifestaciones por la paz en su propia ciudad frente a la estación central de trenes:

“No vamos a permitir que una y otra vez os convirtáis en los asesinos de nuestro pueblo. Morimos cada día. Estamos muriendo: somos los soldados. Somos la policía. Ambos, kurdos y turcos somos nosotros. Son los hijos e hijas de la gente pobre los que están muriendo. Vosotros y los vuestros no estáis muriendo. Por eso sois vosotros y no nosotros los que tenéis que rendir cuentas. El Estado está bajo vuestro control, y vosotros gobernáis este país. Sois responsables de cada muerte. Y responderéis de ello. Nuestra lucha no cesará hasta que os llevemos ante la justicia, ante un poder judicial independiente. No vamos a permitir que sigáis perpetrando masacres en este país con tanta libertad.”

A pesar de las conexiones históricas con trayectorias más largas de violencia estatal dirigidas contra los otros en el Estado turco, las errores “operativos” de Erdogan en Roboski, los “accidentes de trabajo” en Soma, son ahora más vergonzosamente irredentos y desafiantemente deshumanizados. Y el Estado bajo su dominio no sólo alquila minas en Soma, también las fronteras con Siria e Iraq, como en Reyhanli y Roboski, y las plazas de ciudades como Suruç y Ankara, para actos de violencia así como para la acumulación capitalista. Son la seguridad pública y laboral las que están insuficientemente reguladas.

Esas desregulaciones políticas de la seguridad y la protección son la razón de la muerte de nuestros 128 camaradas en Ankara, que se añaden a la cifra ya horrenda de muertos que Turquía ha tenido que soportar bajo el gobierno de Erdogan. De Roboski a Soma, de Gezi a Reyhanli, y ahora de Suruç a Ankara. La lista de atrocidades del gobierno Erdogan, que ellos describen como calamidades pasivas que le sobrevienen a la nación, sigue creciendo y no parece ir a detenerse definitivamente en Ankara. Como Demirtas mantuvo, no vamos a permitir que prosiga ninguna de las prácticas del Estado subcontratado. El Estado no puede seguir eludiendo su responsabilidad por la comisión y omisión corporativa y criminal. El asesino en serie no puede matar con tanta facilidad porque, una vez más, somos sólo nosotros los que estamos muriendo…

(1) PANCARTAS EN SUS MANOS
Aquellos jóvenes desaparecieron
Poneos en pie, alzaos
Aquellos jóvenes desaparecieron
Este domingo, domingo sangriento
Crea aflicción, proporciona remedio
Poneos en pie, alzaos
Aquellos jóvenes desaparecieron
Esta plaza, plaza sangrienta
La flecha ha saltado del arco
Poneos en pie, alzaos
Nosotros desde las ciudades, vosotros desde los pueblos

Emrah Yildiz realiza estudios de doctorado en antropología social y estudios sobre Oriente Medio en la Universidad de Harvard. Es coeditor de la página de Turquía en Jadaliyya.com.

LUNES 19 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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3) Libia: la guerra olvidada de tuaregs y tubúes
Velerie Stocker (Orient XXI)
Traducción del francés para Rebelión de Carlos Riba García.

Desde el verano de 2014, una guerra civil desgarra Fezzan, la tercera provincia libia, junto con Cirenaica y Tripolitania, resabios del tiempo de la colonización. Esta guerra enfrenta a dos poblaciones que hasta entonces vivían en armonía. El derrumbe del Estado y el enfrentamiento entre los gobiernos de Trípoli y Tobruk han reavivado las ambiciones y los temores de unos y otros en un entorno de tráficos diversos y de ingerencias de las potencias extranjeras.

En medio del desierto, a 1.000 kilómetros al sur de Trípoli, una extraña guerra enfrenta a dos pueblos que se consideraban hermanos antes de que el torbellino post-revolucionario se llevara por delante su amistad. Lo tubúes, una minoría negra originaria del macizo del Tibesti, en el Chad, y los tuaregs, “los berberiscos del desierto” repartidos por toda la zona sahelo-sahariana, convivían desde la firma –al final del siglo XIX– de un tratado de paz. Pero en agosto de 2014 estalló la violencia en el oasis de Oubari, donde la influencia cada vez más marcada de los tubúes creó tensiones con la mayoría tuareg. Un año más tarde, en julio de 2015, los enfrentamientos llegaron a la capital de Fezzan, Sehba. A medida que el conflicto se instalaba se hacía más difícil entender el porqué de su persistencia. Las partes implicadas, convencidas de la presencia de una “quinta columna”, dicen que su destino ya se les ha escapado de las manos.

La provincia de Fezzan, fronteriza con Argelia y Níger

En otros tiempos situado en la ruta de las caravanas, el oasis de Oubari era conocido como el punto de partida de las visitas turísticas en el Sahara libio. Hoy en día, la ciudad está desierta, dividida en zonas enfrentadas y controladas por grupos armados. Los bombardeos de las unidades blindadas y los disparos de los francotiradores han hecho huir a un cuarto de su población –de unas 30.000 personas–. El resto de ellas resisten escondidas en sus barrios. Los combates han matado a cientos de personas, y el hospital, privado de su personal asiático que ha huido de la ciudad, ya no puede atender a los heridos. A menudo, los más graves mueren durante el traslado a Trípoli. La ayuda tiene dificultades para llegar ya que el único camino que une los oasis en la dirección de Sehba por un lado y con la frontera argelina por el otro es cortado periódicamente por las milicias o los bandidos. Aislada del mundo, Oubari se viene abajo en el olvido total.

Sin embargo, Fezzan es muy importante desde el punto de vista geopolítico. Por esta región tan hostil, con sus fronteras con Argelia y con Níger, es por donde pasa no solo la mayor parte de los emigrantes del África subsahariana que tratan de cruzar el Mediterráneo sino también los narcotraficantes que transportan heroína y cocaína con destino a Europa. Es también aquí donde Mokhtar Belmokhtar, autor del ataque a la planta procesadora de gas argelina en Amenas, y otros jefes de la vaporosa Al-Qaeda en el Maghreb islámico (AQMI) tendrían sus bases de retaguardia y donde el Estado Islámico (EI) pretende crear una filial. Se trata de una zona peligrosa; Fezzan preocupa a la Unión Europea que, el 22 de mayo de 2013, montó una misión de ayuda en las fronteras (EUBAM, por sus siglas en inglés) encargada de asistir a las autoridades libias en la mejora y el refuerzo de la seguridad fronteriza del país, a partir de una invitación cursada por Libia(1) para reforzar los controles a lo largo de su frontera. Desde entonces, el deterioro de las condiciones de seguridad ha imposibilitado la tarea.

Las tres regiones administrativas libias

Los libios del norte, que ven a Fezzan como una fuente de problemas, están angustiados por la posibilidad de un “levantamiento gadhafista” y temen la invasión de su país por parte de los “extranjeros”. Para muchos de ellos, la noción de extranjeros también comprende tanto a los tuaregs como a los tutúes, dos etnias que en su origen eran nómadas y mantienen lazos de parentesco con gente que vive fuera de Libia. Aunque de una manera general, de tanto en tanto, la prensa libia se inflama con estos temas. Esta marginación ha marcado profundamente la forma en que los oriundos de Fezzan conciben su relación con el norte. “Desde hace mucho tiempo, ellos explotan nuestros yacimientos petrolíferos y acuíferos sin darnos nada a cambio”, se quejan frecuentemente.

Misrata contra Zintan

En ausencia de un Estado fuerte y desde la caída del régimen de Gadhafi, la región es objeto de una política clientelar por parte de algunas ciudades del norte que ven a Fezzan como su patio trasero. Zintan, localidad del djebel Nafoussa, en el noroeste, en 2011-2012, tomó los puestos de la frontera con Túnez y Argelia y las explotaciones petroleras de las cuencas de Mourzouk y Ghadames, y se sirvió de combatientes tubúes para vigilar su botín de guerra. Esta alianza y la creciente fuerza militar de los tubúes disgustan a los tuaregs, que tradicionalmente han dominado en la región situada entre Oubari, Ghat y Ghadames. Los tuaregs de Oubari se quejan de que los habitantes de Zintan hayan acordado ciertos privilegios con lo tubúes, como el acceso al aeropuerto petrolero de Sharara, a 60 kilómetros de Oubari, y piden su cuota de empleos.

Paralelamente, la ciudad de Misrata, que desde 2011 abastece a la mayor fuerza militar del noroeste y es rival de Zintan, invierte cada vez más en Fezzan. En enero de 2014, con el mandato del Congreso general nacional de Trípoli de parar los enfrentamientos tribales, Misrata desplegó en Sebha una alianza de brigadas llamada la “Tercera fuerza”. Los jefes misratíes unen a las milicias locales reclutadas entre los Ouled Slimane y los Hassouna, partidarios de la revolución que se oponen a los Gadhafa y los Magartha. De esas dos tribus, que habían sido privilegiadas por Gadhafi y marginadas después de su caída, se sospecha que fomentan una rebelión financiada por los dignatarios del antiguo régimen cuyas bases están en Níger y Egipto.

En el verano de 2014, cuando empezó la guerra civil entre Fajr Libya (Alba de Libia) –una coalición dominada por Misrata y respaldada por los islamistas del Congreso– y la coalición Karama (Dignidad), dirigida militarmente por Khalifa Haftar y políticamente por el nuevo Parlamento instalado en el este y del cual Zintan es su principal aliado en el oeste, Fezzan se fracturó. Los jefes militares tubúes declararon su apoyo a Karama y amenazaron con enviar tropas contra Trípoli. Pero Zintan, obligada a defender sus posiciones en el noroeste, cedió el terreno a la Tercera fuerza misratí, que aprovechó para desplegarse cerca de Oubari.

Es en este contexto que estalló el conflicto de Oubari. Acusando a los tubúes de tráfico de combustible y de monopolizar la red de distribución, una unidad tuareg tomó las gasolineras y la comisaría de policía. Los tubúes respondieron con un ataque, que fue posible gracias a refuerzos llegados de su feudo Mourzouk. El discurso se radicalizó muy rápidamente. Los tuaregs piden el alejamiento de los “mercenarios chadianos”, retomando un tópico utilizado frecuentemente contra los tubúes quienes, por su parte, se niegan a retroceder ante los “terroristas de Malí”, sugiriendo que sus adversarios son rebeldes llegados del norte de Malí después de la intervención francesa.

Los tubúes dicen ser la última línea de defensa contra una toma del poder por parte de “los islamistas” que responden al liderazgo de Misrata. En los primeros días de noviembre de 2014, un grupo tuareg expulsó a los tubúes de Sharara con el apoyo de la Tercera fuerza, que sin embargo se mantuvo a las puertas de Oubari sin intervenir abiertamente. Desde entonces, la relación de fuerzas en el lugar poco ha cambiado. Los barrios del este de Oubari están controlados por los tubúes mientras que los tuaregs bloquean su avance desde lo alto del djebel Tende, una montaña que domina la ciudad.

La sombra de los mercenarios

El 10 de julio de 2015, Sebha se inflamó después de que un asesinato desencadenara un enfrentamiento entre tubúes y tuaregs en el barrio de chabolas de Tayouri. En unos pocos días, cientos de familias lo abandonaron para refugiarse en las escuelas de Sebha y murieron decenas de civiles, entre ellos por lo menos cinco niños. Por primera vez, el conflicto pareció despertar el interés de las comunidades vecinas y en unos días la institución tribal de Sebha creó un consejo barrial que declaró un alto al fuego. Mientras tanto, una gran delegación de jeques de todos los rincones del país, entre ellos de Misrata y del djebel Nafoussa, llegó a Sebha para mediar en el conflicto. El 25 de julio el comité de Tayouri negoció un primer acuerdo de paz que permitió el regreso de los vecinos, el intercambio de prisioneros y la reapertura de los caminos.

Andando sobre los escombros de las chabolas de chapa de Toyouri, Mohamed Moussa Touji dice que se siente optimista en relación con el resultado de las negociaciones. Moussa, vicepresidente del Consejo social tuareg(2), explica que los ancianos del barrio se han comprometido a entregar al campo contrario a quienes no respeten el alto al fuego. Pero reconoce que el problema de fondo subsiste: “Los problemas en Tayouri están alimentados por el conflicto de Oubari; mientras no se resuelva, no habrá paz”.

Ni los tubúes ni los tuaregs tienen interés en que ese conflicto se eternice, repiten incesantemente ambas partes. No obstante, ninguno de los numerosos altos al fuego negociados por los jeques de Oubari se ha mantenido ni permitido el comienzo de un verdadero proceso de paz. Una de las principales razones de esto es sin duda la ausencia de un ejército y una policía o de alguna fuerza de intermediación aceptada por las dos partes. La Tercera fuerza, que supuestamente asumiría ese papel, hasta ahora se ha abstenido de hacerlo por temor a verse “arrastrada a las luchas intertribales”, según su jefe Jamal Treiki. Incluso en Sebha, donde la fuerza mantiene todavía su imagen de salvadora, los responsables locales no se engañan. “En estos momentos no tenemos ninguna fuerza capaz de interponerse entre dos grupos en guerra, llámese quinta, cuarta o tercera”, dice con ironía Hassan Ragig, miembro del Consejo tribal de Sebha.

Más allá de los problemas técnicos, la resolución del conflicto parece difícil a la vista de sus ramificaciones políticas y geográficas. Ambos campos se acusan mutuamente de recurrir a mercenarios; después de cada batalla habría cadáveres que nadie reclama. Ahmed Matko, jefe del Consejo tribal de Oubari, dice que como él es policía retirado ha podido reconocer a algunos de los prisioneros de las fuerzas tubúes: “Son criminales nigerinos, ugandeses o sudaneses a quienes he visto en prisión hace tres años; ahora han reaparecido en el frente”. En las redes sociales circulan fotos de prisioneros de guerra que no son libios, documentos de identidad, móviles y monedas extranjeras.

Se sospecha de Francia

A lo anterior se suma la manipulación del conflicto por parte de intereses exteriores. Sin ninguna duda los discursos belicosos alimentan el antagonismo entre tubúes y tuaregs. Concretamente, el general Haftar es acusado de suministrar material de guerra a los tubúes en las bases aéreas de Wigh y Waw al-Kabir, mientras que las autoridades de Trípoli son acusadas de armar a los tuaregs desde Sharara. Pero la convicción generalizada es que hay terceros que alimentan el conflicto. Según un joven activista tuareg de Oubari, “Al principio, el problema era tribal, pero después se politizó. Ya no son los tubúes ni los tuaregs quienes lo dirigen sino los combatientes extranjeros, sobre todo los del APLS y del MJE sudanés”.(3)

Las discusiones giran alrededor de una supuesta agenda política que unas potencias ocultas intentarían llevar adelante en Fezzan. La primera sospecha recae sobre Francia, cuya operación Barkhane, lanzada en agosto de 2014 para estabilizar el Sahel y poner un dique a la amenaza yihadista, fue percibida como una prueba de sus ambiciones hegemónicas. A los ojos de muchos tuaregs, la lucha antiterrorista no es más que un pretexto para la construcción de un imperio neocolonial a imagen del papel desempeñado por Francia entre 1943 y 1951(4), cuando administró Fezzan después de la derrota de la Italia fascista.

Según Mohamed Moussa Touji, en realidad Francia buscaría aprovechar el caos en Libia para establecer allí una presencia permanente en alianza con los tubúes. Touji relata una conferencia de paz para Oubari organizada por el presidente chadiano Idriss Deby en N’Djamena, que le habría abierto los ojos. “Después de que se comprobó que Francia y sus peones nigerinos y chadianos jugaban a dos bandas, nosotros nos retiramos de las conversaciones.” Treiki, el jefe de la Tercera fuerza, cree también en la existencia de un complot que comprendería a los servicios secretos franceses y los de los Emiratos [Árabes Unidos], a los gadhafistas en el exilio y a Haftar, reunidos todos para aumentar el desorden y justificar una intervención militar occidental. Treiki dice que tiene pruebas de la infiltración regular del ejército francés en territorio libio desde su nueva base de Madama, en el norte de Níger.

En Libia, las teorías conspirativas siempre están presentes; no obstante, la ingerencia extranjera nunca debe ser descartada. El ejército francés ya ha interceptado a traficantes de drogas y de armas en el paso de Salvador, cerca de donde confluyen las fronteras entre Argelia, Libia y Níger; además, el ministro de Defensa francés, Jean.Yves Le Drian ha evocado varias veces la posibilidad de una intervención internacional en Fezzan. Libia vive ya una regionalización del conflicto dado que las dos partes enfrentadas en la guerra civil se aprovisionan de armas en el extranjero, en flagrante violación de un embargo dispuesto por la ONU. Entre los proveedores estarían Egipto y los Emiratos, en el caso de Karama; y Turquía y Qatar, en el caso de la coalición Fajr. El papel exacto desempeñado por terceros países en el conflicto entre tubúes y tuaregs todavía está por determinarse, pero para los actores locales es más fácil acusar a una quinta columna que asumir la responsabilidad de sus propias acciones.

Notas:
1. El mandato inicial de la EUBAM en Libia tenía una duración de dos años; la misión tiene su cuartel general en Trípoli, aunque su tarea implica la totalidad de las fronteras del país.
2. Creado el 9 de febrero de 2015 y con base en Oubari, el Consejo social es hoy en día el órgano político más respetado en el seno de la comunidad tuareg libia. Ha sido precedida por otras asociaciones, el Consejo consultivo tuareg y el Consejo supremo tuareg, que continúan existiendo en paralelo pero tienen menos influencia.
3. Se trata de dos grupos rebeldes sudaneses: el Ejército popular de liberación de Sudán (APLS) –antiguo movimiento guerrillero–, que es el ejército oficial de Sudán del Sur desde su independencia en 2011; y el Movimiento por la justicia y la igualdad (MJE) –más conocido en árabe como Harakat al-adal wal musawa–, es una milicia islamista de Darfour cuyo difunto fundador, Fhalil Ibrahim, se refugió en Libia en 2010-2011. Los tuaregs no son lo únicos que mencionan la “conexión sudanesa”. En agosto de 2015, la prensa de Khartoum se hizo eco de las revelaciones de un jefe rebelde arrepentido según el cual el MJE está a sueldo de Haftar en Benghazi y en Oubari. Jibril Ibrahim, jefe actual del MJE y hermano de su fundador, niega estas acusaciones. Recientemente ha insistido en France 24: “El conflicto libio es ‘interno’”.
4. El ejército francés no se retiró definitivamente hasta 1956.

LUNES 19 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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4) ¿Por qué Occidente guarda silencio sobre la guerra de Yemen?
Martha Mundy (Counterpunch)

¿Qué está pasando en Yemen y por qué las violaciones sistemáticas de las convenciones de Ginebra, violaciones mucho más numerosas allí que en cualquiera de las últimas guerras que los poderes occidentales han desatado –contra Irak, Siria, Libia y Gaza–, prosiguen rodeadas del más profundo silencio?

De acuerdo con el sitio web Voltairenet, desde hace 6 meses se impuso a ese país un bloqueo que afecta los alimentos, el combustible y la distribución de ayuda humanitaria –incluyendo la ayuda proveniente de la ONU– en el marco de una estrategia de guerra. También se perpetran allí bombardeos, con armas prohibidas, contra la población civil, contra lugares históricos, escuelas, lugares de culto e instalaciones vinculadas al sector de la salud, así como la destrucción de la infraestructura, lo cual va desde las carreteras hasta las centrales eléctricas, pasando por las instalaciones que garantizaban el tratamiento y distribución del agua.

Todo eso se comete contra un país de más de 20 millones de habitantes, carente de una verdadera defensa antiaérea y tan vulnerable como Gaza a los bombardeos aéreos. Sin embargo, como ha subrayado un funcionario del ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, los principios del derecho internacional humanitario sistemáticamente violados por la agresión contra Yemen son exactamente los mismos que invocan los órganos de la ONU, los gobiernos, los medios de prensa occidentales y las organizaciones no gubernamentales cuando denuncian los crímenes de guerra que Israel comete en Gaza.

En otras palabras, a través de su silencio y de su respaldo a la coalición que está bombardeando Yemen, la comunidad internacional avala la desaparición de todo marco legal en materia de guerra. Un precio muy alto a pagar por la victoria en un conflicto aparentemente tan secundario que no dispone de prácticamente ninguna cobertura mediática.

¿Cómo nos explican este conflicto? Los voceros de los gobiernos occidentales afirman que una milicia (Ansar Allah) ha tomado el control de la capital, obligando el gobierno a exilarse. Así que, como defensores de la «legitimidad», los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU –con excepción de Rusia– han creído vital la rehabilitación del gobierno anterior, a pesar de que la mayor parte de los miembros del ejército nacional de Yemen se han unido a Ansar Allah, que por demás goza de un importante respaldo popular tanto en Sanaa como en el norte de Yemen. Eso está claro.

Lo que raramente nos dicen es que, hace un año, Ansar Allah y otros partidos yemenitas firmaron, bajo la égida de la ONU, un acuerdo político de «Paz y Asociación Nacional» y que finalmente el representante de la ONU fue despedido [1] para sustituirlo por otra persona, se interrumpieron las negociaciones políticas con Ansar Allah y se creó una coalición militar para restablecer la «legitimidad» en Yemen.

Dado que la coalición está destruyendo no sólo el país propiamente dicho sino también el derecho internacional, es evidente que la continuación de las negociaciones políticas habría sido un precio menos alto.

¿Por qué no se optó por esta última variante?
¿Será que hay palabras que nadie se atreve a pronunciar? Ejemplo de ello son los lemas de Ansar Allah, como «Abajo Estados Unidos e Israel». Desde el inicio de los bombardeos, esos lemas contra Estados Unidos e Israel resuenan en las calles de la capital yemenita, capital de un país árabe de la periferia, país pequeño y pobre, acompañados de insultos contra el monarca saudita, lo cual resulta claramente inaceptable para los mencionados poderes –esos insultos resultan además especialmente pueriles en la medida en que los judíos han sido durante años un componente de la sociedad yemenita, aunque actualmente quedan muy pocos en el país. ¿Será que los nombres de Estados Unidos e Israel son tan sagrados que se excluye toda posibilidad de crítica a esos países?

Más allá de los eslóganes, el hecho es que Ansar Allah es un movimiento político-religioso que, a diferencia del Emirato Islámico y de al-Qaeda, sí coopera con partidos políticos laicos, como el partido socialista yemenita, y a menudo participa en negociaciones políticas, como la que lo condujo recientemente a aceptar las principales cláusulas de la resolución 2216 del Consejo de Seguridad de la ONU, posteriormente utilizada por la propia coalición agresora para justificar sus ataques supuestamente destinados a restaurar la «legitimidad».

¿Qué otros objetivos permiten a la coalición seguir bombardeando Yemen desde hace 6 meses mientras que la comunidad internacional observa el más profundo silencio?

¿Es simplemente cuestión de dinero? Es evidente que Arabia Saudita –con más aviones británicos que las fuerzas armadas británicas– y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) son capaces de comprar muchos medios de prensa, armas y hombres. Pero el respaldo de Estados Unidos, de Francia y del Reino Unido va más allá de lo que puede comprarse con dinero. Entonces, ¿qué otra cosa puede estar en juego?

Veamos un intento de respuesta:
Los franceses, que están facilitando el bloqueo naval, todavía tienen una base en Yibuti. Esa base les permite seguir siendo actores de la red global de instalaciones militares, que ha seguido extendiéndose desde los tiempos de la guerra fría y que incluye la base de Diego García y las 1 400 otras bases de Estados Unidos a través del mundo. Hoy en día, la principal función de Yibuti está probablemente vinculada no con la superficie marina sino con lo que hay bajo las aguas: se trata de la vigilancia de los cables marinos de comunicaciones que conectan China, Asia y Occidente. Quien visite Yibuti se cruzará allí principalmente con hombres-rana franceses que se encargan de la verificación de esos cables. Ese trabajo de verificación se refuerza con las patrullas de submarinos israelíes en el Mar Rojo.

La coalición que hoy agrede Yemen supuestamente constituye la primera acción de la «Fuerza de Despliegue Rápido» del Consejo de Cooperación del Golfo, cuya creación es resultado de los discretos consejos de los militares israelíes y estadounidenses [2]. Este nivel de coordinación en el ataque contra un país árabe constituye una novedad. ¿Cómo se montó esto? La rabia provocada por la muerte en Marib de los soldados invasores del Consejo de Cooperación del Golfo sugiere que la agresión contra Yemen se planeó como un programa de entrenamiento para la guerra concebido según el modelo de las agresiones recientemente perpetradas por Israel, o sea una guerra que debe alcanzar sus objetivos por medio de bombardeos aéreos, pero sin la indignación internacional que provocan los crímenes de guerra de Israel.

¿Será que Yemen está siendo utilizado como laboratorio para la preparación de nuevas guerras? Puede parecer extraño ya que, comparado con Gaza, Yemen es mucho más grande, hay menos datos de inteligencia sobre su población y se trata de un país que dispone de un ejército terrestre relativamente presente. Pero si recordamos que Yemen ya sirvió de laboratorio para el uso de los drones estadounidenses, y los asesinatos selectivos de personas con ciudadanía estadounidense, no parece imposible que la operación contra Yemen haya sido planeada de esas manera.

En efecto, algo salta a la vista en la manera como se vendió esta guerra a los líderes del Consejo de Cooperación del Golfo (sólo el sultanato de Omán se ha negado a participar). Para la población de los Emiratos Árabes Unidos, se trataba de las promesas de la «Ciudad Luz» (Al-Noor City – Yibuti y Yemen) que podría incentivar el comercio en el Océano Índico y abrirse al este de África, aunque manteniéndose bajo la administración de Dubai. Las promesas fueron mucho más importantes para los sauditas: el control uniformizado de la «cuarta parte vacía» (Rub’al-Kahli) y sus legendarios e inexplotados yacimientos de petróleo y gas que Estados Unidos mantuvo en el subsuelo… mientras el gobierno fue yemenita; práctica habitual de la construcción y la destrucción de sociedades y gobiernos a través de los bombardeos de precisión contra una población que depende de la importación de alimentos; una victoria tan contundente que la península arábiga quedaría totalmente bajo control saudita y la paz con Israel pronto se celebraría públicamente.

A principios de junio, en ocasión de una reunión del [estadounidense] Council on Foreign Relations (CFR), el general saudita retirado Anwar Eshki expuso este programa [3]. Junto al general saudita participaba en el evento el embajador israelí Dore Gold. Lo que allí reveló el general Eshki no es nada nuevo en Arabia Saudita. Pero raramente se dice en público y, cuando se menciona, es parte de las cosas que nunca se repiten en Occidente. Veamos el plan del general saudita Eshki:

«En la Península Arábiga, hay un yacimiento petrolífero prometedor en la región de Rub’al-Khali que obligará los países del Consejo de Cooperación del Golfo y Yemen a cooperar para protegerlo y proteger su rendimiento. Esa unión seguirá –o más bien debe seguir– el modelo de la Constitución de Estados Unidos, que unió América y le confirió su democracia. En cuanto al prometedor yacimiento [petrolífero] de Ogadén, en Etiopía, este permitirá unificar el Cuerno de África bajo la dirección de Etiopía. También debe construirse un puente entre el continente africano y la Península Arábiga: el puente Al-Noor que conectará la ciudad de Al-Noor, en Yibuti, con la ciudad de Al-Noor, en Yemen.»

Todo lo anterior exige:
– Instaurar la paz entre los árabes e Israel;
– que haya unidad en el seno del Consejo de Cooperación del Golfo;
– restablecer la paz en Yemen y revitalizar el puerto de Adén, lo cual permitiría reequilibrar la demografía y el empleo en el Golfo;
– formar una fuerza árabe, con la bendición de estadounidenses y europeos, para proteger los países del Golfo, así como los países árabes, y preservar la estabilidad;
– establecer rápidamente las bases de la democracia en el mundo árabe bajo principios islámicos;
– trabajar en la creación de un gran Kurdistán por vías pacíficas ya que ello permitirá debilitar las ambiciones iraníes, turcas e iraquíes.
¿Por qué Occidente se mantiene tan silencioso en Yemen? Estos puntos quizás aportan elementos de respuesta.

Notas
[1] La autora se refiere al marroquí Jamal Benomar. Este oponente marxista a la monarquía alauita seconvirtió en colaborador del expresidente estadounidense James Carter. Lasmonarquías del Golfo loobligaron a renunciar a sus funciones enYemen.
[2] La autora se refiere indistintamente a la «Fuerza de Despliegue Rápido» del Consejo de Cooperación del Golfo y a la «Fuerza Árabe deDefensa Común», cuyo principal componente es la primera Fuerza. Ver «La Fuerza “Árabe” de Defensa Común», por Thierry Meyssan, RedVoltaire, 20 de abril de 2015.
[3] « Exclusivo: Los planes secretos de Israel y Arabia Saudita», por Thierry Meyssan, RedVoltaire, 22 de junio de 2015.

LUNES 19 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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5) El tercero de la foto
Juan Forn (Página/12)

Todos conocemos la imagen: se ha vuelto ícono e incluso estatua, sólo que en la estatua se eliminó a uno de sus tres protagonistas. No es una crítica ni una denuncia: también nosotros eliminamos mentalmente de la foto a aquel flaquito pelirrojo que parecía estar de prestado en la escena. El año era 1968: la masacre de MyLai en Vietnam, el Mayo francés, los asesinatos de Martin Luther King y Bobby Kennedy en Estados Unidos, los tanques rusos acabando con la Primavera de Praga, la matanza de Tlatelolco y, apenas unos días después, empiezan las Olimpíadas, precisamente en México, con la sangre de los estudiantes muertos todavía fresca.

En la final de los 200 metros llanos, el podio es ocupado por dos atletas negros norteamericanos y un australiano, bastante más bajito y esmirriado que ellos. Los dos negros suben a recibir sus medallas descalzos y con un guante negro cada uno, y cuando suena el himno americano bajan sus cabezas y alzan el puño enguantado, haciendo el saludo de los Panteras Negras (iban también descalzos, en alusión a sus hermanos de raza de los algodonales de Luisiana, que no tenían derecho a usar calzado).

La foto dio la vuelta al mundo: en el reino de la confraternidad ecuménica a través del deporte, hacía su fulminante ingreso la protesta política. Casi medio siglo después me escribe un lector, uno de esos lectores exigentes que es una bendición tener, y me pide que cuente la historia de la foto y del blanquito que aparece en ella de prestado: el australiano Peter Norman. Yo tenía ocho años en 1968, y había sido educado en los valores del Barón de Coubertin: me acuerdo todavía de la consternación que despertó aquel episodio pero, como el resto del mundo, lo ignoraba todo sobre Peter Norman.

Los velocistas negros Tommie “Jet” Smith y John Carlos sabían, desde principios de 1968, que tenían chances seguras de ganar medalla: sus tiempos eran cada vez más mejores, no tenían rivales a la vista, el oro estaba entre los dos. También eran miembros de un grupo de atletas que habían creado el OPCR (Programa Olímpico por los Derechos Civiles) que apoyaba la lucha contra la segregación racial. Ante el desdén del Comité Olímpico por sus pedidos decidieron que, al subir al podio, portarían un distintivo de la organización como protesta. Smith había nacido en Texas, el séptimo de once hermanos, era hijo de un peón de los algodonales.

Carlos era de Harlem, hijo de un zapatero remendón. Ambos tenían en claro por quién corrían. En las rondas preliminares arrasaron con sus rivales y en la final también picaron ambos en punta, Carlos a la cabeza y Smith mordiéndole los talones hasta que en el sprint de los últimos cincuenta metros superó a su colega y ya estaba alzando los brazos cuando vio por el rabillo del ojo al australianito Norman, que había hecho toda la carrera en sexto lugar, achicando a trancazos la distancia hasta instalarse como una cuña entre ambos.

Para entender cabalmente la escena hay que decir que Norman medía casi veinte centímetros menos que los dos afroamericanos: cada tranco de ellos era tranco y medio para él. Sin embargo algo le había pasado desde su llegada a México: no paraba de mejorar sus tiempos. Hasta entonces no alcanzaban a hacer sombra a los de Smith y Carlos, pero ahora estaba ocurriendo lo imposible. Norman hizo los 200 metros en 20.07, una marca que nadie había logrado hasta entonces. Obligó a “Jet” Smith a dejar la vida en esos últimos metros y convertirse así en el primer atleta en el mundo en bajar la barrera de los veinte segundos (clavó la aguja en 19.86). Carlos quedó en tercer lugar, con sus 20.10.

En el vestuario antes de subir al podio, Smith y Carlos encararon a Norman y le avisaron lo que iban a hacer. El australiano venía de una familia de “salvos” (así llamaban en su país a los voluntarios del Ejército de Salvación). Cuando Smith y Carlos le preguntaron si creía en los derechos civiles y en la igualdad ante Dios, contestó: “Creo que todo hombre tiene derecho a beber la misma agua. Creo en lo que creen ustedes”. Y a continuación señaló el distintivo del OPCR y preguntó si tenían uno para él. Otro atleta norteamericano le dio el suyo. Smith y Carlos se preguntaban de dónde había salido ese blanquito que pensaba más en lo que estaban por hacer que en su medalla de plata. En el revuelo descubrieron que se les había perdido un par de guantes. “Que cada uno use uno”, sugirió con practicidad Norman. Desde el podio no pudieron apreciar del todo lo que pasaba en las tribunas: el estadio entero en silencio cuando, con los primeros compases del himno, Smith y Carlos alzaron su puño enguantado.

Ambos fueron desafectados y expulsados de la Villa Olímpica en cuanto bajaron del podio (al atleta que le dio el distintivo a Norman también lo suspendieron). Apenas volvieron a casa empezaron los problemas. Uno de ellos terminó lavando autos en Texas, el otro cargando bolsas en el puerto de Nueva York. Les escribían insultos en la puerta de sus casas, cada noche sonaba el teléfono con amenazas anónimas. Debieron pasar más de diez años hasta que pudieron volver al mundo del atletismo, ya como entrenadores, y después como portavoces de la igualdad en el deporte.

Para Norman fue peor. En Australia, las minorías raciales sufrían una forma más silenciosa pero igual de cruel de discriminación (en el censo nacional de 1968 se contaron las ovejas pero no los aborígenes). Expresar apoyo a la equidad racial fue condenarse al ostracismo. No sólo se le hizo difícil seguir corriendo; tampoco conseguía quién le diera trabajo. Repetidas veces lo invitaron a pedir perdón por el episodio de México, pero él se negó, y siguió entrenando por las suyas y logrando tiempos superiores a sus rivales.

En los cuatro años siguientes batió trece veces la marca de calificación en los 200 metros para ir a las Olimpíadas de Munich en 1972, pero no lo convocaron al equipo nacional y, por primera vez en la historia de los Juegos, Australia no tuvo sprinter en las finales de 100 y 200 metros. Norman intentó dedicarse al fútbol australiano profesional pero una lesión en el tendón de Aquiles lo puso al borde de perder la pierna por gangrena. Se hizo adicto a los calmantes que le recetaban, luego alcohólico, luego se recuperó y empezó a militar en el sindicalismo y trabajar en una carnicería. Usaba su medalla olímpica para trabar la puerta de su departamento.

Cuando se anunció que Australia organizaría los Juegos en el 2000, se ilusionó con que lo incluyeran en los festejos. Los organizadores de Sydney invitaron a todos los medallistas olímpicos australianos a desfilar el día de la inauguración, pero a Norman no sólo lo excluyeron del desfile: ni siquiera le mandaron entradas para ir al estadio. Era el mejor velocista de la historia australiana pero no existía. Incluso en la estatua que se había erigido en el campus de San José, California, conmemorando aquel podio de México 68, el segundo lugar estaba vacío.

Murió sin que nadie le pidiera perdón, el 9 de octubre de 2006. Los ya sexagenarios Smith y Carlos viajaron hasta Melbourne y llevaron el féretro en el funeral. La banda que acompañaba el cortejo tocaba “Carrozas de fuego”. El sobrino de Norman, Matt, había hecho un documental sobre su tío: no consiguió financiación en su país, pero logró terminarla igual. Después de colarla en el circuito de festivales y cosechar media docena de premios, el Comité Olímpico declaró el 9 de octubre Día Mundial del Atletismo. La marca de 20.07 sigue sin ser superada en Australia hasta el día de hoy. Ningún otro record en el atletismo mundial ha durado tanto.

LUNES 19 DE OCTUBRE DE 2015 – COMCOSUR
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“Las ideas dominantes de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes, es decir, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad resulta ser al mismo tiempo la fuerza espiritual dominante, la clase que controla los medios de producción intelectual, de tal manera que en general las ideas de los que no disponen de medios de producción intelectual son sometidos a las ideas de la clase dominante”. — Carlos Marx
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